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VIII. La partida

Jon se encontraba en pie frente al trono que una vez perteneció a Ned Stark. Admiraba a las personas que se habían reunido allí para comprender la situación que les había llevado a emprender la travesía. A la derecha del joven se encontraban sus hermanas, Sansa y Arya, en ese orden. No decían palabra alguna y a la izquierda del antiguo Lord comandante de la Guardia de la Noche, se encontraba Mayleen, siempre acompañada de su fiel huargo que inspiraba un profundo halo de respeto y nostalgia.

Las expresiones de las hermanas Stark eran de seriedad, casi con un deje de ira mostrado en la tirantez de sus labios. No se dirigían las miradas y procuraban en todo lo que podían no girarse. Mayleen, al contrario que ellas, alzaba sus pupilas en dirección a Jon, más relajada, aunque a su vez adusta. De alguna forma u otra necesitaba controlar la situación en cuanto Jon las dejara de nuevo.

—Sé que muchos no entendéis por qué os dejo una vez más —se hicieron audibles los murmullos de las personalidades allí presentes—, al igual que muchos no creéis en la existencia de los Caminantes Blancos.

De nuevo, los murmullos crecieron hasta casi convertirse en protestas.

—¡No lo son! —gritó alguien desde la multitud.

—Son reales, tan reales como todos nosotros. ¡Ellos son la verdadera amenaza en Poniete! Si he de partir de nuevo es para atrapar uno de ellos y llevarlo frente a Cercei. Sólo de esta forma se unirá a nuestra causa y luchará por los vivos.

Hubo un silencio momentáneo en la sala. La información recibida era aterradora. Ya hubo una Larga Noche hacía miles de años y las consecuencias que trajo fueron inimaginables. Este era el motivo de que los ciudadanos de Poniente se negaran a la posiblidad de que pudiera suceder una vez más.

Hubo algunas preguntas de curiosos y nerviosos, luego Jon reunió a sus pocos hombres para ir a Guardaoriente. Las tres Stark se unieron a la despedida. Evan se iría junto al bastardo, aunque no aceptó muy convencido de aquello.

—Buen manejo de la espada —reconoció el de cabellos negros acercándose al joven de ojos azules.

—Gracias, mi señor. ¿Puedo hacer algo por vos?

—En realidad sí.

—Decidme entonces —Evan bajó el arma y se acercó al que acababa de llegar.

—Acompañadme en mi búsqueda Más Allá del Muro. Vuestra habilidad con la espada es fascinante y necesitamos guerreros que sepan lo que hacen, además, no es la primera vez que estáis allí.

El soldado hizo un sonido de fastidio, pero Jon era su rey y debía actuar de la manera en que se le ordenaba. Sin embargo, las palabras de Nieve sonaban más a petición que a orden.

—Supongo que ese herrero se unirá a nuestro pelotón.

—Aunque quisiérais negaros, no podéis. Es lady Mayleen la que quiere que vengáis con nosotros.

Jon dejó a Evan con un gesto de fastidio que le hizo llevarse la mano libre a la cabeza y cerrar los ojos para concentrarse. ¿Era May capaz de enviarle junto a Gendry? Tenía más que claro que sí. La conocía lo suficiente como para saber que Jon decía la verdad y que si permanecía en Invernalia se enfrentaría a la ira y decepción de su señora. Era capaz de soportar la ira, pero no la decepción. Ante aquella situación, al chico no le quedó otra que ir en busca del Caminante Blanco. En el fondo, sí que tenía ganas de una buena aventura.

🐺🐺🐺

Estaba todo preparado, los caballos, las bolsas con provisiones y los cinco hombres. Mayleen se acercó en primer lugar a Jon, necesitaba preguntar algo más. En esos dos últimos días tenía la sensación de que no dejaba de pedir favores al muchacho, pero no podía actuar bajo su libre albedrío. Ya no.

—Una última cosa antes de veros marchar —frunció el ceño, a la espera de la rubia—. Me gustaría acompañaros a Desembarco del Rey, a ti y a Daenerys de la Tormenta. Me gustaría saber qué es de mi familia. Ver de nuevo a Cersei, a Tyrion y a Jaime —Jon se quedó pensativo, contemplando las posibilidades—. Puedes negarte, es sólo una pregunta.

—Quizás no sea mala idea, pero la capital está muy lejos de Invernalia. Marcha a Rocadragón, conoceréis a la Reina y podrás esperar nuestra llegada.

Ella dio las gracias y asintió un par de veces con lentitud. ¿Le había oído bien? Había llamado reina a Daenerys Targaryen. ¿Habría hincado la rodilla ante ella para conseguir la alianza de la Madre de Dragones con el Norte? Esperaba que no, pero esa forma de hablar de la hija del Rey Loco le había causado un recelo inmediato.

—¡Jon, espera! —el nombrado se volvió una vez a mirarla. Ella se acercó y le abrazó con fuerza a la vez que le susurraba un débil gracias en el oído.

Se reunieron con el resto del pelotón. Davos cargó una de la bolsas con provisiones y ser Jorah Mormont se presentó ante las tres Stark. Era un hombre mayor, canoso, de mirada afable y leal. Por lo que Mayleen recordaba, ese hombre fue exiliado del Reino tras ser detenido por traficar con esclavos. No tenía buena relación ni con las casas Stark ni Lannister. Aunque al parecer de May, el apodado El ándalo, se había redimido de sus acciones en el pasado.

—¿Por qué has hecho esto?

—Necesito unión entre vosotros —respondió May colocando ambas manos sobre las pieles que Evan llevaba en el pecho.

—Si es lo que deseas, lo intentaré —el de ojos azules besó los labios de Mayleen—. Aunque sería toda una desgracia que muriera en el viaje.

Le susurró en el oído y ella tan solo alzó una ceja con expresión seria. Delante de todas aquellas personas debía mantener su papel. No era la reina ni la señora del castillo. El verdadero título con el que cargaba en aquellos momentos era el de señora de Roca Casterly, de una forma u otra, el ancestral castillo de la familia Lannister estaba en manos de una Lannister. Brynden Tully se mantenía allí como castellano y su sobrino Edmure seguía al mando de Aguasdulces. La familia Tully le rendía pleitesía a Mayleen, pero a esas alturas no sabía qué apellido debía usar. ¿Lannister o Stark? Arya le dejaba claro una y otra vez que no pertenecía a su familia. Debía tomar esa decisión.

—Vuelve de una pieza, mi amor.

—Haré cuanto esté en mi mano.

Evan se alejó de ella para por fin empezar a andar. Se unió a la charla de Davos y Jorah, aunque se volvió una última vez para ver a su amada Mayleen en la lejanía. Luego siguió su camino.

—No te culpo por no haber hablado a nadie de nuestra aventura.

—Fue en el momento equivocado. Yo era una niña, Gendry —se sinceró May frotándose la frente.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué podría haber ocurrido?

—Era excitante, Gendry —soltaba un resoplo mirando cuanto se alejaban los otros cuatro de él—. No puedo pedir perdón por algo que me gustó, pero transcurrió mucho tiempo y mi vida... bueno, ha sido complicada. Gendry, ocurrió en el momento equivocado.

—Bien.

No dijo nada más. Apretó los flancos de su caballo y echó a galopar tras el grupo de exploradores hacia Guardiaoriente. No tardó más de unos segundos en llegar hasta ellos y en cuanto lo hizo, todos salieron al galope y se perdieron en el horizonte.

—Le conocéis bien, ¿verdad?

—Podría decir lo mismo de vos —respondió Mayleen dando la espalda a Arya para volver al castillo. Debía planear su viaje a Rocadragón.

—¿No estaréis insinuando nada?

—Claro que no.

De esa forma, la rubia continuó su camino al castillo ante la mirada furiosa de Arya. Debían mantener una relación cordial, pero no eran capaces de ello. Era posible que ninguna de las dos fuera lo suficiente madura como para pasar por alto las ridículas diferencias entre ellas. Mayleen lo sabía. Ella era consciente de ello y le molestaba. Le molestaba el hecho de no ser todo lo madura que debía para poder sentirse estar preparada para lo que le brindaba el futuro. Aunque, si lo pensaba en profundidad, Eddard Stark nunca se llevó bien con Jaime y, sin embargo, a su parecer, Ned había sido no uno, sino el hombre más adecuado para gobernar los Siete Reinos. Esa rivalidad u odio que sentía por el León de Lannister no le impidió que en ningún momento se le hubiera nublado el juicio.

Mayleen continuó su camino e inconscientemente llegó al Bosque de Dioses, encontrándose con Sansa. Estaba sentada, con los ojos cerrados y parecía mover la boca de forma muy disimulada. La rubia se acercó con cautela. Aquella grieta que las separaba le estaba causando un daño atroz, por lo que se arrodilló junto a ella y Viento Gris la imitó, posando su cabeza sobre las piernas de la viuda Stark.

—No te esperaba aquí, Mayleen —dijo sin mucho entusiasmo la hija de Ned y Cat en cuanto abrió la boca.

—Creo que en ocasiones me dejo llevar, aunque me alegro de haber venido.

Ambas sacaron una sonrisa y guardaron silencio unos minutos. Luego Sansa fue la primera en hablar.

—Yo también le echo de menos —la pelirroja se acordaba de Robb a menudo y ver a May acariciando la cabeza del lobo le trajo recuerdos—, me pregunto a diario si él aprobaría las decisiones que tomo o si estoy a su altura. De alguna manera es como si los norteños esperaran que yo sea como él.

—Tranquila, lo haces bien. No debes mostrarte vulnerable, eres un lobo, recuérdalo.

—¿Sabes? No tenía una relación muy cercana a Robb. Creo que tú le conociste más que yo, su propia hermana. Debí saber que la familia era más importante que cualquier príncipe y ahora... es demasiado tarde. Ese lobo me lo recuerda cada día —el huargo se acercó a ella y se acurrucó en sus piernas, haciendo sentir mejor a la hermana mayor de los Stark.

—Es curioso —reconocía May mientras observaba a su amiga y al can—, siento que desde que Robb murió, algo de él quedó atrapado en Viento Gris y es por eso que no puedo permir perderle. Siempre habrá algo que me lleve hasta él.

—Tienes miedo de lo que opinen. De qué pensarán si descubren que amas a otro hombre, pero la realidad es que nunca amarás a otro tanto como lo hiciste a mi hermano —Sansa la miró aún acariciando al lobo—. Y por eso siempre serás de mi familia, Mayleen. Siempre serás una Stark.

La rubia sonrió agradecida, casi al borde de tener que reprimir unas lágrimas. Sansa no lo sabía, pero el hecho de haber mencionado algo tan aparentemente insignificante, daba una seguridad y tranquilidad enorme a la hija de Cersei.

—Gracias, Sansa. Necesitaba oír esas palabras.

—Mira May... sé que la relación entre Arya y yo no está siendo la adecuada ni la que el Norte espera de nosotras —explicaba Sansa, avergonzada—. Y en nombre de mi hermana, siento su actitud hacia ti. Ella no comprende todo lo que has vivido y no quiero que eso comprometa nuestra amistad. ¿Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites?

Mayleen sonrió y se acercó un poco a la pelirroja. Luego la miró.

—Pues claro. Porque estamos juntas en esto.

—Hasta el final.

Se estrecharon en un abrazo. Se relajaron por primera vez en muchas semanas. Ambas lo necesitaban más de lo que creían y aparentaban, quizás fue aún más terapéutico para Sansa, quien no se había apoyado en nadie desde que Jon partió y pelearon por asuntos de familias y traiciones.
Si algo tenía claro Mayleen, era que Sansa Stark era su amiga y que siempre la apoyaría. Debía decírselo.

—Sansa, he de pedirte algo —la aludida miró con interés—. Quiero partir a Desembarco del Rey. Embarcarme hacia Rocadragón y en cuanto regresen Jon y los demás de la expedición, poder ver una vez más a mi familia.

Sansa miró a Mayleen con la ceja derecha alzada. Si hubiera sido otra persona, May se habría abstenido de comunicar sus intenciones, pero su amiga pelirroja la comprendía. Era posible que en todos sus años de vida, ninguna persona la había conocido en tantas facetas como la Stark. Muchas personas conocían a la hija de Cersei y Jaime, pero la única diferencia con la señora de Invernalia, era que aquellos sólo habían visto lo que Mayleen quería mostrarles.

—Te entiendo. La sangre Lannister corre por tus venas, son tu familia y aunque a veces nos decepcionan, quieres creer que están —la rubia se tapó los hombros con la capa de pelo que tenía y volvió a buscar al lobo con la mirada, pero no dijo nada—. Se trata de Jaime, ¿cierto?

La Lannister agachó la mirada intentado esconder la vulnerabilidad que le había provocado esa pequeña e inofensiva pregunta. Sintió como sus ojos se tornaban cristalinos y luchaban por no derramar unas lágrimas. Alzó la cabeza en busca de la mirada sincera de Sansa.

—Necesito verle. He de hablar con él antes de que... esta guerra acabe con todo.

Tragó saliva para intentar desacerse del nudo que se le había formado en la garganta. La pelirroja se acercó hasta ella y la estrechó entre sus brazos, permitiéndole estar en calma. Se quedaron juntas, quietas. Ninguna lo decía, pero cuando estaban juntas, estaban bien. Eso las hacía felices a las dos.

—May, somos amigas desde hace años y creo poder decir que esas lágrimas no solo hacen referencia a tus padres —una chispa nerviosa floreció en el pecho de la rubia—, ¿qué ocurre con el pelotón de Jon? ¿De qué conoces al herrero?

—Le conocí junto a tu padre. Eddard buscaba la herrería y yo le indicaba el camino —una risa nerviosa mezclada con la angustia anterior se escapó de los labios de May—. Gendry estaba allí y... bueno, nos gustamos... habiendo entre nosotros un... algo.

—Sí que sabías qué hacer, ¡bravo! —bromeaba Sansa riendo y contagiando a su acompañante.

—Con él no hubo nada, sólo comentarios. Con Jon hubo unos pocos besos. Nada más.

La mirada y sonrisa pícara de la Stark dejaban claros los pensamientos que tenía en esos momentos.

—O sea, que con Ramsay y Evan ha habido lo mismo que con Robb.

Las amigas estallaron en carcajadas, recordando que no todo era siempre malo, pues incluso en los momentos más oscuros, siempre hay luz que ilumina el camino.

Algunos caminos podían resultar más agradables, otros pedregosos y fangosos, mientras que otros podían ser hasta letales. Jon Nieve no sabía cómo calificar aquel que llevaba hasta Guardaoriente, tres de sus acompañantes no eran muy conversadores, quizás la tensión disminuiría si Gendry y Evan no tuvieran que verse.

Jorah cabalgaba junto al Rey en el Norte y durante todo aquel trayecto, no pudo mantener sus ojos fuera del objeto que colgaba del cinturón del muchacho: la espada. Sabía que la había visto en algún otro momento.

—Esa espada... —comenzó cuando se hubo armado de valor para preguntar—, ¿quién os la fabricó?

—¡Oh! —el bastardo, de forma automática, acarició la empuñadura—, fue un regalo. Un regalo del antiguo Lord comandante de la Guardia de la Noche. Era de...

En ese instante, el joven entendió que la espada pertenecía a la familia Mormont. Garra perteneció al padre de Jorah, pero cuando se la ofreció, mandó a cambiar la empuñadura en forma de oso por la de un lobo.

—Jeor Mormont. Era la espada de mi familia.

—Entiendo, ¿os gustaría conservarla? El valor sentimental de...

—No, Jon. Es vuestra. Es una magnífica espada de acero Valyrio debe estar en las manos correctas. Guardadla.

Entonces su conversación se vio interrumpida por las alteradas voces de los otros dos chicos que les acompañaban más atrás. Jon y Jorah hicieron parar a sus caballos y se volvieron a ver qué estaba ocurriendo, encontrándose con que Gendry y Evan discutían, otra vez.

—¡Eh! ¡Eh! —reprendió Jon alzando la voz— ¿Se puede saber qué pasa con vosotros dos?

—Nada —se adelantó Evan encogiéndose de hombros—. Sólo preguntaba al herrero que de qué conocía a Mayleen.

—Yo le preguntaba lo mismo, de hecho creo que...

—¿Pensáis continuar así durante toda la expedición? —harto de las discusiones sin sentido de ambos jóvenes, Nieve explotó. Él también sentía cosas por la rubia y no actuaba como un idiota—. Parecéis dos críos, además, ¿quién no ha oído hablar de la Princesa de Poniente? Antes de ser quien es a día de hoy, ella era la hija de los reyes. Por tanto, dejad de comportaros como niños y velad porque nuestra aventura sea lo menos peligrosa posible.

El caballo zaino del bastardo comenzó a galopar seguido del negro de Jorah y tordo de Davos. De este modo, los que quedaban atrás se miraron fastidiados y les imitaron. Evan era un jinete más experienciado que Gendry y alcanzó en poco tiempo al grupo, pero el herrero tuvo más dificultad a la hora de mantener el equilibrio. Cuando el amante de ojos azules de May miró hacia atrás, se topó con la falta de práctica de Gendry y casi sintió ganas de sonreír.

—Supongo que mantienes una relación con esa joven de la que hablabais —Jorah fue testigo de la expresión de Evan, la cual le pareció de lo más egoísta.

—Sí.

—En ese caso, estás aquí porque sabe que las cosas no marchan bien entre ese herrero y tú. ¿Cómo no sabes que fue un amigo de tu señora?

—Parece que lo fue según él y ella misma.

—Entonces, ¿por qué te sientes amenazado? —las palabras sabias del Mormont parecían hacer pensar al más joven—. Deberías confiar en ella y no esperar que le ocurra algo. Quizás Mayleen siente aprecio por él.

No dijo nada. El hombre tenía razón. Era Evan quien estaba con Mayleen, no ese Gendry. ¿Estaba celoso de que le cambiara? Podría ser, pero confiaba en su amante y si verles en armonía, cooperando, la hacia feliz. Él lo intentaría.

Jon, por otro lado, no quería hablar. Estaba enfadado y molesto. Molesto consigo mismo por no poderse sacar de la cabeza a la rubia que una vez le hubo robado unos besos y —en aquellas semanas en Invernalia— el corazón. No lo sabía con total seguridad, pero creía estar enamorado de ella. Le gustaba su compañía y saber que confiaban el uno en el otro, saber que era una de las personas a las que había acudido para confesarle varios secretos. Incluso le gustaban las discusiones que tenían, ¿habrían discutido Robb y ella durante su matrimonio? Y una vez más, llegaba él a sus pensamientos. Robb, su hermano, ¿le estaba traicionando? Sentía que, de alguna retorcida manera, sí.
No odiaba a Evan, le gustaba ese muchacho. Era atractivo, fuerte, un buen guerrero, no más que el propio Jon, pero alguien que sería capaz de dar su vida por ti en combate. Aún así, le envidiaba porque Evan tenía su amor. El amor que una vez Jon sintió por una salvaje llamada Ygritte, cuyo cabello rojo le abrazaba por las noches. Desde su muerte, no creyó posible encontrar a otra como ella, hasta que se reencontró con May.

Tantos sentimientos le estaban volviendo loco.

🐺🐺🐺

Buenos días!

Lo primero de todo, quiero decir que esta obra en adelante la dedico a lagertafly

Estos días sus comentarios me han ayudado en gran parte a seguir adelante, así que muchísimas gracias por todo.

¿Qué tal, cómo estáis? Estoy súper entusiasmada con la obra como ya sabéis. Ahora tenemos un montón de personajes juntos con interacciones entre ellos y que van a dar mucha vida a la historia... sobre todo ahora que Jon reconoce sus sentimientos

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