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V. Complicaciones

Cuando Davos y Tyrion llegaron a Rocadragón, insistieron a su nuevo recluta de que debía mantener su identidad en secreto. Él tan solo sería Gendry, como hasta hacía unas semanas. Sin embargo, el tozudo cervatillo sintió la necesidad de gritar al mundo cual era el apellido que daba paso a una identidad. Tras muchos años sin saber quién era, la respuesta le había sido brindada por un par de desconocidos.

Según ser Davos, su nuevo trabajo sería picar en las paredes de una cueva y extraer un material —vidriagón— y poder así forjar varias armas. Le dio igual que el trabajo fuera duro, el entusiasmo se apoderó de su ser y la energía irradiaba su cuerpo.

—Es muy importante que te mantengas oculto, ¿me entiendes? —repitió una vez más Davos claramente preocupado.

—Entendido.

Se adentraron en la oscura cueva en la que se escuchaban varios picos clavándose una y otra vez en las paredes junto con las voces y alaridos que aquellos trabajadores hombres soltaban a causa del cansancio.

—¡Perdonadme, Alteza! —gritó el Caballero de la Cebolla llamando la atención de Jon Nieve— Como veis, he vuelto.

—Habéis sobrevivido una vez más a Desembarco del Rey —bromeó el muchacho con una sonrisa—. ¿Quién es él?

—Este es...

—Soy Gendry Baratheon —se adelantó el recién llegado— hijo de Robert Baratheon. Bastardo. Nuestros padres fueron amigos, creo que podríamos confiar el uno en el otro como lo hicieron ellos años atrás.

La información resultó una sorpresa para el Rey en el Norte que miró a Davos. Este alegó que ya había advertido al moreno de ojos azules que debía mantener su identidad en secreto.

—Le recuerdo. Le conocí una vez cuando vino a Invernalia hace años.

—Yo también conocí al vuestro. En mi tienda, en Desembarco. Este hombre —dijo señalando a Davos—, me ha hablado de vuestra intención de ir Más-Allá-del-Muro. Quiero ir con vos.

—¡Qué dices, hijo! No eres un soldado.

—Pero sí un luchador. Si eso que decís sobre lo que hay allí fuera es cierto, yo quiero ayudar. No sé usar la espada, dadme un martillo y os seré tan útil como un soldado.

Jon y su más leal caballero su miraron sorprendidos ante la nueva incorporación a sus filas. El joven era fuerte, tenía valentía y corage. De esta forma, Jon asintió con seguridad, permitiéndole acompañarles.

—Primero hemos de ir a Invernalia y tomar varias armas que dejamos allí, luego partiremos a Guardiaoriente donde la otra parte de mis hombres nos esperan para partir.

Salían del oscuro lugar cuando Gendry se quedó bloqueado pensando en Invernalia. ¿Podría ser? Cuando los otros hombres se dieron cuenta de que se había retrasado, cambió la expresión y se encontró con ellos de nuevo.

—¿Pasa algo?

—No... bueno, sólo tengo una pregunta. Mayleen Baratheon... —pensar en lo que hace años ocurrió con la chica en la herrería le provocaba angustia ahora que sabía de sus padres—, la hija de Robert y Cersei...

—En realidad —comenzó Davos—, Ned descubrió que su padre no era Robert. Jaime lo era en su lugar. ¿Queríais una hermana?

—No... no era eso, en realidad me preguntaba si ella está en estos momentos en Invernalia.

Claramente más relajado de que aquella joven no fuera sangre de su sangre se atrevió a preguntar en esa segunda ocasión.

—Así es —aclaró Jon—, ¿por qué? ¿Os conocéis?

—Podría decirse.

Y mientras que aquellos tres hombres, en compañía de Jorah Mormont y otros norteños partían en barco de nuevo al Norte, en Inveralia, las luchas internas quebraban poco a poco la estabilidad de la Corona.

🐺🐺🐺

—¡Alzad el escudo! —gritaba Mayleen instruyendo a varios soldados. Había ciertas técnicas de Ramsay que eran muy buenas y que creía necesarias enseñar a sus ejércitos— ¡No dejéis huecos entre vosotros! ¡Tenéis que ser uno! ¡Cualquier grieta en vuestra defensa será una oportunidad para ser derrotados!

May observaba con autosuficiencia la forma en que aquellos guerreros mejoraban sus técnicas. Sentía un orgullo en su pecho que no era capaz de describir. Se había acostumbrado a vestir con pantalones de cuero, camisas y pieles, algo que le confería cierta libertad y creía que nunca volvería a utilizar los vestidos que acostumbraba a utilizar.

Brienne de Tarth miraba la manera en que la rubia hacía cumplir órdenes a los soldados. No comprendía como alguien podía cambiar tanto y por eso se acercó hasta ella para hablar.

—Lady Stark —saludó con un movimiento de la cabeza—, es todo un gusto veros ahora. Cuando os conocí no érais más que una dama atrapada. ¿Cuándo ha ocurrido esto?

—Por desgracia, no ha sido fácil. Ahora me he encontrado a mí misma. Sé que estoy donde he de estar.

—Se os nota —la mujer de enormes dimensiones estaba a punto de retirarse, cuando May la llamó una vez más.

—¡Descansad! —gritó a sus soldados antes de volver a mirar a Brienne—. Nunca os lo he dicho, pero... os estaré siempre agradecida por hacer que mi padre regresara sano y salvo a Desembarco.

Era cierto que le odiaba por lo que le había hecho, pero, a diferencia de Cersei, Jaime se sentía la peor persona de Poniente por ser el culpable de la desgracia de Mayleen. Cuando le preguntó por la noche de los Gemelos, si era cierto que él era el verdadero conspirador, la herida estaba demasiado reciente como para pasarla desapercibida. Por ello, la confesión de su padre le dolió tanto. Fue el golpe más duro que hubo recibido en toda su estancia en la capital.

—Alteza... era mi deber —respondió, tímida—. Además, perdió una mano en el camino.

—Habéis cumplido con todos vuestros deberes. Sansa y Arya Stark están a salvo. Cumplísteis con vuestra palabra a lady Catelyn. Por primera vez en mucho tiempo sois libre. ¿Qué queréis hacer ahora?

Apesadumbrada por la respuesta de la rubia, sus pensamientos se quedaron en blanco. No tenía plan. Siempre había jurado lealtad a alguien y —como había dicho Mayleen— por primera vez era libre de responsabilidades.
La mujer de ojos azules sacó su espada del cinturón, la clavó en el suelo y se arrodilló frente a la joven rubia.

—Mi espada es vuestra, mi señora. Mi vida es vuestra, desde este día hasta el final de mis días.

—Levantaos, Brienne —la mujer obedeció a las rotundas palabras—. Vuestra lealtad queda unida ahora a mí.

Meñique se encontraba en un torreón y estuvo presenciando la escena en su totalidad. Sansa confiaba en él y puesto que la relación de la rubia y la pelirroja pendía de un hilo, ¿por qué no aprovecharse de la situación? Mayleen intentaba conseguir el mayor número de hombres para conseguir el apoyo suficiente como para apoderarse del trono norteño. Quizás no fueran esas las intenciones de la muchacha, pero con una historia bien preparada, ¿quién no creería la versión de Petyr Baelish?

May se dirigía al campamento exterior donde Evan se encontraría con la caballería, también haciéndose cargo de que mejoraran la estrategia, pero May sentía unas ganas enormes de verle y cuando divisó el cuerpo de su pareja a lo lejos, una sonrisa le invadió.
Con discreción y sigilo llegó hasta él y le abrazó con fuerza desde la espalda.

—Hola mi amor —saludó en un ronroneo la muchacha en los oídos del muchacho. Al principio se bloqueó, no pensó que se trataría de ella. Luego volvió la cabeza y besó la fría y pálida mejilla de su señora—, ¿cómo van los soldados?

—Mejoran cada día más, ¿qué ocurre?

—Nada, quería verte —Evan estaba desconcertado. Mayleen solía ser discreta y no mostraba en público su relación con él. Muchos opinaban que eran buenos amigos, que Evan la ayudó a escapar de Ramsay y por eso eran tan cercanos. Tan sólo Sansa, Jon y una o dos personas más del lugar conocían lo verdaderamente íntima que era la relación de ambos.

Entonces ocurrió, Mayleen se vino abajo, la agotadora presión a la que se veía sometida debía escapar y sólo Evan le permitía ese lujo. Él era quien la había visto en sus peores momentos. Necesitaba besarle, quería hacerlo, ¡revelar al Norte que era libre! No significaba que había pasado página, al contrario, nunca olvidaría a Robb, pero —tal como le escribió en aquella dolorosa carta— debía aprender a vivir con ese vacío. Y Evan lo suplía. Fue a besarle, echándose en sus brazos, aunque él dio un paso atrás.

—¿Qué haces?

—Yo... emm —se había quedado sin palabras. Algo que no ocurría desde hacía años—, nada. No ha sido nada. Lo siento... ya me iba.

Avergonzada, Mayleen se retiró cabizbaja, escuchando las llamadas del muchacho detrás. Prefirió obviarle.

—¡Vamos, May espera!

Miró por el rabillo del ojo, pero no frenó su paso ni se volvió para responder. De todas las cosas que Evan podría haberle hecho, esa nunca se la habría imaginado.
Se dirigió al Gran Salón esperando a ver a Sansa dando algún consejo a los otros señores del Norte, pero no fue así. Había varias personas esperando, pero la pelirroja no daba señales de que iba a aparecer.

—Lady Stark —la llamó uno de los que esperaba, paciente, en el lugar—, ¿sois vos la que os encargáis de nuestras peticiones?

—Lady Sansa debe hacerlo. Iré en su busca.

Se adentró en el castillo, ¿dónde se encontraba? Tenía varias obligaciones como señora del castillo y las personas que esperaban que cumpliera su misión no podían permitirse desperdiciar sus horas. En el silencio del lugar lo único que se dejaba escuchar era el choque de los talones de sus botas en cada paso, pero conforme llegaba a su dormitorio, unas voces se hacían más y más nítidas.

No era capaz de descifrar los mensajes ni de reconocer de quien se trataba aquella disputa, por lo que se acercó con cuidado. Mirando a su alrededor se dio cuenta de que el pasillo llevaba a la antigua habitación de Ned y Catelyn Stark, ahora ocupado por Sansa... No quiso creerlo, pero se trataba de Arya.

—¿Qué es esto?

—¿De dónde las has sacado? —May quiso intervenir antes de que la discusión se volviera más acalorada.

—Sansa —llamó con un tono de voz sereno e impasible—, varios hombres esperan poder consultaros sus asuntos.

—Ocúpate —la mirada que le dirigió no le dio la suficiente confianza como para creerla, sin embargo obedeció. Hacer de Reina en el Norte nunca se le dio mal.

—¡No puedes dejarla!

La rubia pudo oír parte de la pelea de las hermanas en las que la pequeña acusaba a Sansa de desplazar a Jon cuando había rechazado en varias ocasiones la "ayuda" de hombres para gobernar. A la vista de Mayleen, si Jon no llegaba pronto, las cosas irían mucho a peor.
Sin titubear, Mayleen se sentó en el trono situado en mitad del Gran Salón y empezó a recibir a hombres y mujeres de todas las edades y escalas sociales. Una a una, May fue ofreciendo respuestas y ayudas. Las propuestas, rechazos y negociaciones tampoco faltaron.

—Mi familia y yo hemos perdido nuestra casa, mi señora —informaba el último de los hombres de aquel día—, unos bandidos llegaron por la noche y gracias a nuestro perro pudimos huir a tiempo. No tenemos lugar al que ir.

—¿Quién sois?

—Nadie, mi señora. Sólo somos campesinos. Vivimos de nuestras cosechas.

—Supongo que sois consciente de que el Invierno se acerca y que ahora las provisiones son lo más importante si queremos sobrevivir —el hombre asintió una vez—. Os propongo algo. Os envío de vuelta con varios de mis soldados a que os ayuden a recuperar vuestro hogar y, a cambio, por cada cosecha donaréis a Invernalia la parte que os sobre. Por supuesto, contáis con la protección de la casa Stark.

—Claro que sí.

Agradecido, la familia partió de la fortaleza escoltados por un pelotón de doce soldados bien instruidos. May les vio marchar y cuando creyó estar a solas, suspiró. Se envolvió en la capa y cerró los ojos por unos instantes, agotaba. Creía estar sola, pero no era así. Alguien la llevaba siguiendo de cerca desde hacía varios meses.

—Hemos de hablar unos minutos, lady Mayleen.

—¿Cuánto tiempo lleváis observando?

—He indagado en vuestra vida. He vivido muy de cerca vuestras experiencias. Vamos.

El Cuervo de los Tres Ojos ponía los pelos de punta a la rubia. Sentía incluso miedo de las palabras que usaba el tullido. Sin embargo, se levantó de la gran silla de madera y fue hasta él. De forma instintiva, Mayleen se dirigió al Bosque de Dioses. Nunca nadie osaba interrumpir la quietud del lugar. Lo consideraban demasiado sagrado como para que un ajeno a la familia Stark lo profanara.

May se alejó del chico y a la espera de que dijera algo fue a mirar en una de las lagunas, topando con su reflejo. No pudo sostener su propia mirada, así que cerró los ojos y apretó la mandíbula mientras que negaba con la cabeza. Cuando volvió a mirar al Stark, un silencioso lobo se acercó amistoso a ella.

—Fantasma. Qué lejos estás de tu amo —era la primera vez que era capaz de acariciar al huargo de pelaje blanco como la nieve y ojos rojos. Siempre había sido el más escurridizo y desconfiado de la manada, al igual que su dueño.

—Desde que os casásteis por primera vez he seguido tu rastro.

—Eso es imposible.

—Soy el Cuervo de los Tres Ojos. Yo lo sé todo. ¿Cómo os sentísteis la primera vez que traicionásteis a Robb?

—¿Perdón? —el estómago de Mayleen se hizo un nudo. Sintió náuseas y creía saber a lo que se refería, pero prefirió hacerse la tonta.

—Lo sabéis. En Desembarco del Rey. Hablamos del Príncipe Oberyn. ¿Pensábais en mi hermano o tan solo...?

—¡No oséis a decir una sola palabra más! —amenazó la rubia con un claro reflejo en la cara de dolor— ¡Se trata de mi vida! Fueron mis decisiones y no sois nadie para juzgarlas.

—Al contrario. Hicisteis lo que necesitásteis para sobrevivir, aunque significara complacer los difíciles deseos de Ramsay Bolton. Sobrevivísteis, al igual que yo —el muchacho giró la cabeza hacia un lado, analizando a Mayleen. Esto la incomodó—. Os he observado porque vuestra historia no acabó. Así lo creéis, pero no. Casaros con mi hermano fue el incio de vuestra vida. Lo sabéis, sabéis desde que érais una niña cual es vuestra misión en el Reino.

—Creo que no me conocéis en absoluto.

—Yo creo que sí —repitió el Stark más que seguro de sus palabras— porque a pesar de vuestras negativas, siempre habéis soñado con ser reina.

—Ya lo fui, pero esa etapa se cerró, ahora Jon es el Rey en el Norte. La gente me quiere y me sigue, pero todo está en manos de Jon.

—¿Quién ha hablado del Rey en el Norte? —En ese momento un escalofrío recorrió la espina de Mayleen. Tuvo que dar la espalda al tullido—, ¿por qué ser la Reina en el Norte cuando os veo gobernado en el Trono de Hierro?

May negó con lentitud. Esas ya no eran sus intenciones. Estaba agotada del peso de las responsabilidades. No se trataba de huir de ellas, pero estaba demasiado quebrada como para empezar de nuevo el deseo que una vez una niña tuvo.

—¿Cómo os sentís?

—¿Ahora? —un mínimo movimiento de la cabeza del chico le hizo saber que era una respuesta afirmativa—. Asustada.

—Hacéis bien.

La respuesta desagradó enormemente a la joven y, en vista de que aquella conversación se había acabado, comenzó a andar en dirección castillo de nuevo. Estaba anocheciendo y quería descansar, pero una última pregunta se le vino a la cabeza antes de irse.

—Sólo tengo una pregunta más —bramó la rubia girándose—, ¿qué ha sido de mi hijo? ¿Qué ha sido del pequeño Eddard Stark?

He ahí la pregunta que Bran había querido que la rubia le hiciera. Cuando supo que tenía toda la atención de Mayleen, el joven tan solo sonsacó una disimulada sonrisa y mantuvo la boca cerrada. No dijo nada. A la vista de la negativa de responder, la chica salió del lugar, afectada y con el corazón en el puño.

En cuanto llegó a sus aposentos, se duchó con agua caliente mientras pensaba en su conversación con Brandon. Estaba enfurecida y sentía ganas de llorar, tan sólo le pidió una respuesta y él se la había negado. Se encontraba en la cama, recreando la escena una y otra vez hasta que cerró los ojos esperando poder descansar tras un día tan agotador y lleno de malas noticias.

La puerta se abrió muy despacio, procurando hacer el menor ruido posible y aunque May pudo notarlo, prefirió mantenerse inmóvil, escuchando. Tal como la puerta se abrió, se cerró y los pasos del recién llegado se acercaron a la cama. Una parte del colchón se hundió debido al peso del cuerpo que se acercó al de Mayleen. Pronto, el calor que irradiaba llegó a la menuda fisiología de la mujer. Resultaba reconfortante.

—¿Estás bien? —la melodiosa voz de Evan sonaba como un soplo de aire fresco. Él pasó un brazo alrededor de la figura de su señora y esta posó su mano sobre las de él, aferrándose.

—Ahora sí.

Evan besó la melena rubia de May y pasó la noche entera a su lado, protegiéndola y cuidando sus sueños.

🐺🐺🐺

¡Buenas tardes!

¿Demasiado tiempo sin actualizar? Lo siento. Después de cuatro años quejándome de la universidad, ahora estoy graduada y ¡trabajando! No me lo puedo creer jajajaja. Estoy en Madrid, en la capital y he dejado a mi familia y mis amigos, ha sido duro..., pero Mayleen siempre me acompaña en la aventura

¿Os ha sorprendido el capítulo? Evan se ha mostrado hoy algo más brusco, pero ¿qué opináis? Por otro lado, os confirmo que la llegada a Invernalia del bastardo de Robert es inminente y eso significa... reencuentro. Estoy loca de contenta de haber escrito esa escena. Vais a flipar

Espero que continuéis hasta el final! 🤍

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