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Prólogo

Una mujer subió a bordo del destartalado barco. Aquella era la última oportunidad que tenía para mantenerles a salvo.
Contaba con unas monedas valiosas y pondría destino a su hogar, allí donde se hubo criado. Sabía que en las Islas del Verano tendría un hogar donde serían acogidos y estarían bien.

La mujer entregó un dragón de oro al capitán, de forma que este no hiciera preguntas y les diera una buena cama y algo que comer en el trayecto. Cuando se trataba de las islas del otro lado del Mar Angosto, las monedas ponientíes eran incluso aún más valiosas. Los viajes en barco nunca le habían gustado demasiado, pero tenía que hacerlo, aunque fuera la última vez.
Tardaron tres días y dos noches en alcanzar el Puerto del Loto, la capital. Los recuerdos bombardearon a la joven mujer, era como si todo el tiempo que hubo pasado en Poniente no hubiera contado. Sentir el calor del sol sobre su piel le hizo sonreír y querer ir en busca de su familia y explicar todas sus aventuras. En aquel tiempo había visto guerra, treguas, traiciones, momentos mágicos, bodas, la nieve... Algo a lo que no estaban muy acostumbrados en Walano, la isla situada más al norte.

No llevaba un equipaje muy pesado y creyó conveniente comprar algo antes de volver sin avisar, por lo que paseó junto con su acompañante por el mercado, dejando que los olores y las especias envolvieran a los recién llegados. En todo su tiempo en Poniente, el mercado en Puerto del Loto había disminuido bastante. Antes las calles se llenaban de comercios de toda clase, desde el más extraño de los pescados hasta los frutos más exuberantes de los regadíos dornienses. Cuánto lo había echado de menos.

Paseó por el lugar, tranquila al fin de que nadie la siguiera o tratara de matarla. Estaba en casa. Observaba a los comerciantes hacerle precios especiales, ofertas y cumplidos cuando pasaba junto a los puestos. Ella sonreía ante los múltiples intentos de los hombres de intentar que comprara, aunque eran casi en vano. Sin embargo, la muchacha lo recordó en cuanto lo vio: en su familia comían mucho pescado, pero pocas veces podían costear el bacalao, un pescado tierno y delicioso que encantaba a ella, a sus hermanos y padres. Cuando lo servían, significaba que algo importante iba a ocurrir.

—¿Cuánto por cuatro piezas de bacalao?

—Venís de Poniente, ¿no es así? —el mercader se había fijado en las ropas tan poco usuales de los compradores.

—Sí.

—¿Cuánto me das? —la interesada sacó cuatro venados de platas y se los tendió al hombre.

—Cuatro venados de plata.

Al inicio dudó sobre la oferta, pero decidió aceptarla, no era muy usual que les pagaran con la moneda del otro lado del Mar Angosto. En ocasiones, los piratas trataban de engañar a los comerciantes con falsificaciones. En esa ocasión, decidió dar una oportunidad a la joven.
La chica dio las gracias y puso rumbo a su hogar, esperando una cálida bienvenida y rezando por que todo continuara como una vez lo dejó.

Caminaba por las estrechas calles blancas decoradas con macetas llenas de coloridas flores olorosas. Dios, sentía la nostalgia a flor de piel, casi trataba de no echase a llorar recordando el día en que, cansada de ver siempre lo mismo, les dijo a sus padres que necesitaba viajar. En un inicio se negaron en rotundo, que Poniente estaba en guerra y si no, acabaría por hacerlo tarde o temprano. Finalmente accedieron, aunque a regañadientes. No les gustaba la idea de que la menor de sus hijas fuera tan lejos en busca de una labor...

Tras una larga caminata, llegaron frente a la puerta azul que en algún momento fue el hogar de la muchacha. Seguía exactamente igual, con algún arañazo nuevo, pero tal y como la recordaba. Las paredes blancas y el jardín cuidado a la perfección. Cayó en cuenta de que su padre hubo plantado un pequeño huerto junto a la vivienda. Estaba repleto de tomates, lechugas y judías. Un perro de considerable tamaño tomaba el sol y cuando se dio cuenta de que dos personas se paraban junto a la puerta, se acercó.

El can parecía simpático, olfateó a los recién llegados y movió la cola con alegría. Allí todos parecían estarlo, como si fueran ajenos a todo lo que ocurría en Poniente. Fue en ese instante cuando la mujer supo que ese lugar era perfecto.

—Quédate detrás de mí un momento, ¿vale? —le dijo a su acompañante, que parecía estar demasiado entretenido con el perro. Ambos parecían caerse bien.

La chica tocó a la puerta y a los pocos segundos, una mujer de mediana edad le atendió. La expresión de extrañeza del inicio se transformó en alegría tan rápido que hasta la recién llegada se asustó del repentino abrazo.

—¡Arianne! ¿Qué haces aquí? ¡Mi vida qué alegría! No sabes cuánto te hemos echado de menos.

La madre de la joven llamó a su marido y a alguna de las hermanas que aún vivía con ellos. Se escucharon los pasos de todos ellos llegando hasta la puerta, para ir a verla tras dos años fuera. Sí, no era mucho tiempo, pero los peligros que la acechaban compensaban la incertidumbre.

—Escuchamos que a Robb Stark no le fue nada bien... pobre muchacho. Su joven esposa debió quedar destrozada.

—Lo cierto es que no ha pasado los mejores años de su vida... La vi enamorarse de Robb, siendo la mujer más feliz del mundo. Era una joven encantadora, con un corazón bondadoso, pero cuando la familia Bolton la compró... Mayleen se volvió fría, ausente y calculadora —recordaba sis últimos días en Invernalia. May era muy distinta por culpa de Ramsay—. Casi parecía que había perdido el juicio. Todo fue una estrategia y si continua con vida, algo que dudo, no creo que pueda vivir con su conciencia.

Cuando Arianne dejó Invernalia, abandonó el lugar sabiendo que una batalla estaba por llegar, que Mayleen estaba entre rejas por haber intentado matar a su esposo y que Jon Nieve tenía un ejército menos numeroso que el del Bolton. No sabía nada más al respecto. Supo que debía huir.

—Lo sentimos mucho hija. Ven pasa, tengo hecho algo de comida.

—¡Una cosa más! Antes de huir... traje a alguien conmigo...

De detrás de Arianne apareció la figura de un pequeño niño que parecía encantado. En el inicio, estaba asustado, pero el perro que había estado jugando con él le había hecho olvidarse. La mujer de la casa fue la primera en verlo.

—¿Quién es ese? —Ari cogió en brazos al niño.

—Madre, te presento a Eddard Stark. Hijo legítimo y heredero de Robb y Mayleen Stark.

🐺🐺🐺

¡Buenos días Poniente!

Estaréis contentos ¿no? En dos días dos buenas noticias. El pequeño Eddard está vivo gracias a Arianne y después de varios meses, estoy publicando la parte final de la historia de Mayleen... esto se acaba jejeje

No podía matar a Ned, ni acabar con el legado de Robb. Pesaría demasiado sobre mi conciencia y ahora para exámenes tengo que tenerla tranquila jajajaja, así que ls aviso. Esta novela va a tener muchos giros y tramas y conversaciones que os darán ganas de pegaros un tiro o arrancarles los ojos a los personajes.

¡Avisados quedáis!

Bienvenidos a Realm

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