07
Fueron movimientos fuertes, llenos de lujuria y adrenalina. ¿Quién coño tenía sexo en un cementerio? Y más aún ¿En la tumba de su madre? Esa chica estaba loca, pensó el muchacho luego de haber acabado. No hubo necesidad de desnudarse, tampoco hubo tiempo, ella lo tomó ahí, sin más. Eso le bastó al chico para sentirse relajado, su día no había sido el mejor. Fue despedido en su trabajo y se cayó a golpes con su padrastro. Pero y, ¿cómo no? Si era un aprovechado, además de un vil y miserable ser humano. Mira que ser capaz de golpear a su esposa. Esta vez logró defenderla, pero quién sabe cuándo no pueda. Observó a la chica tendida a su lado, ésta miraba la luna perdida en sus pensamientos.
—Estás loca —le dijo, rió luego de eso, porque lo dijo en broma—, pero muy buenota —Colocó la mano en el muslo de la joven.
Ella al sentir la mano del chico se estremeció, pero del asco. Muchos pensamientos pasaban por su mente en esos momentos, pensamientos no gratos.
Se levantó sin decir nada, se montó a horcajadas sobre él. El chico sonrió con lujuria—¿Otra ronda? —preguntó animado. Con una sonrisa de lado, y un perceptible movimiento de cabeza, la chica asintió. Tocó las piernas del chico, pasando sus manos por los muslos de éste, él al sentir placer cerró sus ojos, con una sonrisa brillante esperaba la segunda ronda de sexo de la noche por parte de la angelita que tenía encima de su miembro endurecido, pero lo que sintió cuando la chica le sacó el pene fue todo menos placer.
Al abrir los ojos, aún con una sonrisa incrédula en sus labios, miró su entrepierna, de ella emanaba sangre a montón, quiso gritar, pero la segunda puñalada calló sus gritos. Puñaladas que fueron dadas con su pequeña navaja.
Ella lo había matado.
Al final, no era un angelito, era el vil demonio encarnado. Sus ojos fueron perdiendo brillo, mientras que en su mente pasaba la imagen de su madre, ahora sí que nunca más iba a salvarla de ese malnacido.
El recuerdo la hizo estremecer, pero de gusto, definitivamente tenía que volver hacerlo.
Se dio una ducha larga, de esas que dejan el cuerpo relajado y con una sensación de libertad, de vida. Tenía nuevos planes, nuevos pensamientos para su vida, de ahora en adelante y a partir solo de ahora, volvía a sentirse nuevamente enérgica; cosa que había perdido hace tanto tiempo. Se colocó un vestido de seda rojo, soltó su cabello para que se secara con el viento y pintó sus labios de un rojo intenso, que con el contraste de su piel blanca la hacía lucir extremadamente llamativa, sexy, única. Sus pasos, con unos tacones altos de puntas, retumbaban en las escaleras para bajar al loving de su hogar; su miserable y solo hogar.
Ella, decidida y feliz, decidió pasar todo su día al aire libre, admirando la belleza natural de las cosas, de aquellas que hace mucho dejó de ver, por haberse llenado de rencor, de orgullo luego de la muerte de su padre.
Solía extrañarlo todo el tiempo, en el día era él quién rondaba sus pensamientos, de aquí para allá, como conejillo encerrado. La vida muchas veces solía ser una desgraciada, quitándole a personas bellas, buenas, lo único bonito y bueno que suelen tener.
Luego de un buen rato, no paraba de ver y oír murmullos por todo el lugar. La gente ni se molestaba en disimularlo.
«Sí, era el hijo de la flaca, de aquella que está con ese mal hombre».
«Pobre niño, mira que ser privado de su vida y de esa manera tan cruel».
«Solo alguien muy malo pudo haber hecho eso».
«Sí, el mismo demonio».
Entró en su casa, cansada de escuchar.
Ella no era un demonio, ¿o sí?
De cualquier forma esos murmullos no causaron en ella más que gracia, daba igual quién sería su próxima víctima, si ella lograba sentirse extasiada y viva de nuevo, lo valía.
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