𝑋𝑉𝐼𝐼𝐼 ¦ 𝐸𝑙 𝑝𝑟𝑖𝑛𝑐𝑖𝑝𝑖𝑜 𝑑𝑒𝑙 𝑣𝑖𝑟𝑢𝑠
Sarah entró con una sonrisa a la escuela, tenía puesto un vestido rosa con margaritas muy de la temporada de verano, el cabello suelto y un par de sandalias que combinaban con el vestido.
Sentía que el día la favorecía y no podía parar de pensar en lo que Jason le había hecho la noche anterior. Además su periodo había pasado rápido asi que estaba aliviada, aunque muy por dentro deseaba que su Honey Pie no sólo le hiciera esas cosas durante esa época nada más.
Entró a la biblioteca y se sentó frente a Henry Bowers. Sarah se había ofrecido a cumplir un rol temporal de tutora durante el verano para obtener más puntaje para la universidad. Por desgracia no podía elegir a quién educar.
—Que feliz estás hoy, mojigata—se burló—¿Te cogieron bien anoche?—sonrió, a su vez tamboreleando con el lápiz su libro de historia.
Se sentó ignorando aquel comentario vulgar y desagradable.
Irguió la espalda contra el respaldo de la silla y cruzó las piernas con delicadeza. Tomó lentamente el libro de Henry y comenzó a buscar lo que verían aquel día.
—Hoy veremos el levantamiento Jacobita—lo miró a los ojos, como acostumbraba siempre, para darse cuenta de que Henry le miraba los pechos.
«Es tu culpa por llevar atuendos tan inapropiados» escuchó la voz de su madre.
Le pegó bruscamente a la mesa, haciendo sobresaltar a Henry, y lo miró a los ojos con una ferocidad que lo asustó ya que no era propio de ella.
No parecía Sarah, o mejor dicho no parecía la niña judía y reservada que habían criado sus padres.
—Vuelve a mirar mi escote y te arrancaré los ojos—dijo firmemente y alto— después los voy a picar y te los haré comer con sopa.
Sus ojos dieron un destello verde que a Henry Bowers le pareció familiar, creía haberlo visto en algún lado pero no sabía dónde, es que en ese momento no sabía cómo reaccionar, parecía que se había olvidado de cómo hablar.
Sarah lo miraba con tanta soberbia y maldad que hizo sentir a Bowers que estaba a punto de orinarse en los pantalones como un niño pequeño.
—¿O acaso quieres terminar igual que ese gordo mugroso que tienes como amigo?—cada palabra que salía de sus labios parecía veneno puro. Era casi igual a tomar una botella completa de arsénico.
Henry la miró desolado y frunció el ceño sin comprender lo que la rubia le decía.
—¿Qué le pasó a Belch?
Entonces Sarah, al escuchar esa pregunta, volvió en sí y esa soberbia y maldad desaparecieron por completo, cosa que Henry notó.
«¿Por qué dije eso? No sé nada de Belch, a penas sé lo que me pasó a mí. Mentira, sé lo que no me pasó, lo que Jason me quiso contar». Pensó Sarah.
—¡Henry!—la voz de Victor Criss se escuchó resonar por los amplios pasillos de la escuela. Se lo podía percibir correr hacia la biblioteca.
Henry, al escucharlo tan alterado, fue rápidamente hacia él para saber lo más proto posible qué pasaba.
Sarah se volteó para ver también qué pasaba.
—¿Qué sucede?—preguntó Henry.
Detrás de Victor se encontraba Patrick Hockstetter, que miraba con mucho interés y de manera perversa las piernas descubiertas de Sarah Uris, logrando ponerla incómoda.
—Belch está en el hospital, está en coma—explicó Criss.
Patrick parecía ageno a la charla de sus amigos, estaba demasiado concentrado en observar penetrantemente a Sarah. Algo estaba pensando, algo imaginaba, ella lo sabía, Jason lo sabía también y no le gustaba nada lo que encontró dentro de la cabeza de Hockstetter en ese preciso instante.
—¿Por qué les importa tanto? Era un idiota—interrumpió Patrick a sus amigos sin dejar de ver a Sarah—ahora podemos ser dueños de su ganado—sonrió.
Al instante Víctor lo miró con desagrado y horror. Mientras que Henry parecía sumido en pensamientos serios acerca de su amigo y se volteó a mirar a Sarah, recordando las palabras anteriormente dichas por ella.
—¡Por Dios, Patrick!—gritó Criss y le golpeó la cabeza.
Sarah vió la mirada de Henry, que en algo estaba pensando. Por lo que aprovechó la discusión entre Patrick y Víctor para tomar sus cosas y salir por la puerta de la biblioteca que daba al patio de la escuela.
—¡Hey!—gritó Henry— la mojigata sabe algo, hay que agarrarla.
Sarah se volteó a ver la puerta de vidrio, para encontrar a los tres matones seguirla.
Estaba por comenzar a correr cuando se chocó bruscamente con el pecho de Jason.
Miró con frialdad a la pandilla de Bowers y abrazo por el hombro.
—¿Se puede saber qué miran idiotas? Les prohíbo volver a mirar o respirar el mismo aire que mí novia—dijo enojado y de mala manera.
Los tres chicos lo miraron dispuestos a pelear, pero se retiraron casi corriendo al ver que los ojos de Jason se volvían de un naranja brilloso.
Cuando los chicos ya habían dado la vuelta en la esquina Sarah se volteó para hablar con él, pero ya no estaba. Lo único que vió fue un globo rosado que decía «Prefiero hablar en nuestro cuarto, pastelito».
...
—¿Me podrías explicar qué le pasó a Belch Huggings?—dijo la rubia al entrar a su cuarto, dando un portazo y quitándose los zapatos. Tenía el globo rosa en la mano.
Honey Pie emergió de un oscuro rincón el cual jamás recibe luz del sol. Y comenzó a caminar alrededor de Sarah, percatándose del globo.
—Veo que trajiste mi regalo,—sonrió de costado— combina con tu vestido. Te queda bien el rosa, cariño.—tomó un mechón de cabello y lo olió.
Sarah le pegó en la mano y tomó una tijera. ¡¡Plaff!! El ruido del globo resonó por todo el cuarto e incluso hizo eco en las paredes como si estuvieran en una cueva, cosa bastante extraña.
—¡Esto es lo que pienso de tu estúpido globo rosa!—gritó.
Claro que sus padres no la podían oír, Stan tampoco. Jason se había asegurado de que no lo hicieran.
—¡Dime ya mismo qué le hiciste a Belch Huggings y qué mierda me pasó ayer porque sino...!—se quedó callada. ¿Qué le estaba pasando?
El veneno corría por sus venas. La maldad comenzaba a propagarse por ella como un virus mortal.
«Vamos, pastelito, enséñame quién eres en verdad».
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