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I

No estaba seguro de cómo había conseguido recorrer una distancia tan larga en mis condiciones; todo lo que sabía era que probablemente no llegaría mucho más lejos.

Ni siquiera un rayo de sol se había manifestado todavía detrás de los edificios cuando me topé con aquel sitio colosal y desolado, oculto en la penumbra aplastante del crepúsculo del amanecer. Dadas las altas horas de la madrugada, tampoco se podía oír ningún otro sonido aparte del de mis jadeos adoloridos y exhaustos; de modo que sólo la oscuridad, el olor a agua dulce y tierra húmeda del río que transcurría cerca y los susurros fríos del viento acompañaron todo mi difícil trayecto hacia lo que creía que sería la seguridad.

El lugar estaba sepultado entre los hierbajos altos de un terreno baldío, sucio y desierto, aledaño a uno de los puentes del rio que atravesaba la ciudad; aunque no estaba seguro de cual. No tuve que pensarlo demasiado antes de decidirme a entrar. Ese sitio sería mi salvación o bien mi tumba, y no podía ser demasiado exigente al respecto, pues mis extremidades ya habían cesado parcialmente de responderme y estaban teniendo serias dificultades para seguir el camino recto que yo les indicaba.

Dentro estaba completamente en penumbras, por lo que tuve que moverme a tientas por una de las paredes laterales hasta llegar a algún rincón en donde el frío acerbo del viento invernal ya no me alcanzara.

Me dejé caer con la espalda contra la misma pared por la que me había ayudado a avanzar. Mis piernas cedieron antes de que mi cabeza les hubiese dado la orden y me desplomé en el piso con más fuerza de la pretendida, con lo cual me resentí todos los músculos heridos, haciéndolos pulsar alrededor de los cortes abiertos que todavía sangraban profusamente.

Cerré los ojos con fuerza, buscando el consuelo de la oscuridad dentro de mis párpados cerrados intentando no pensar en el dolor excruciante, y dejé que todo mi cuerpo se destensara con una profunda y ardua exhalación.

No estaba seguro de que fuera mi peor momento, pero estaba definitivamente entre mis peores cinco. Sin embargo, había tenido fuerzas para llegar hasta allí. Incluso para buscar un buen sitio donde recostarme.

Decidí que no moriría. Tan simple con eso.

Aún tenía un largo camino que recorrer. Todavía no había cumplido con el propósito que me había llevado tan lejos —y de paso... a acabar en ese estado en primer lugar—, así que no podía morir.

Sólo dormiría todo lo que necesitara... y tras haber conseguido el descanso suficiente sería capaz de levantarme otra vez, como había hecho toda la vida.

Pero aquello no ocurrió.

***

Cuando abrí los ojos, una luz ambarina más propia del atardecer que del alba empezaba a filtrarse por la entrada.

Sentía todo el cuerpo agarrotado, pero ya no sangraba al menos, o no parecía que lo hiciera. Aun así, no fui capaz de levantarme. Sellé los párpados por otro instante. Uno quizás demasiado largo... pues sin pretenderlo me dormí nuevamente. Y esta vez soñé.

No supe cuánto tiempo estuve en ese tedioso limbo entre el sueño y la vigilia. A ratos volvía a abrir los ojos y veía ante mí el sitio desierto y en penumbras, tal y como lo recordaba antes de perder el conocimiento. Otras, el paisaje a mi alrededor se entremezclaba con las imágenes de mis sueños y el escenario cambiaba de formas imprecisas, o veía rostros.

El rostro más claro que vi fue precedido por una silueta a lo lejos, recortada contra una luz que venía de alguna parte y que no había visto al llegar.

La silueta era alta y delgada. Estaba inmóvil y parecía expectante. No podía ver su rostro, pero sentía sobre el mío su mirada fija; mas no podía distinguirla, y su ausencia me suscitaba escalofríos. Parpadeé varias veces, rogando porque aquel extraño delirio se disipase y me dejara en paz, permitiéndome despertar o bien dormir tranquilamente. Pero al abrirlos, la silueta estaba aún más cerca.

Sus pupilas eran demasiado oscuras, y su piel demasiado pálida... No obstante, estaba casi completamente seguro de que ese rostro era el de una persona.

***

Me despertó la luz de una nueva mañana.

No sabía si habían pasado veinticuatro horas o quizás varios días. Nuevamente fallé en mis intentos de levantarme, pero mi visión regresó más clara al menos, aunque acompañada de una insoportable pesadez de párpados. El sitio a mi alrededor no había cambiado en lo absoluto, sin embargo, esta vez tenía una manta sobre el cuerpo.

—Creo que te prefiero despierto. Inconsciente te quejas demasiado.

La voz sonó tan cerca y fue tan abrupta que me sobresaltó por unos instantes.

Hice el afán de moverme llevado por un instinto primitivo de supervivencia, pero cuando moví el brazo, noté que estaba rígido y adormecido, y que no podía doblar el codo. Al fijarme mejor en él, vi que la manga de mi ropa había sido cortada desde el puño, y que mi brazo estaba envuelto de vendas desde la mitad del antebrazo, por encima del codo y hasta casi llegar a mi hombro.

También una sección de la pierna de mi pantalón había desaparecido y en su lugar había más vendajes. El dolor todavía estaba presente, pero palpitaba en algún lugar de mi cabeza al que yo no tenía acceso y se sentía como si fuera ajeno; como si no fuera mío.

Busqué con la mirada al responsable, y quien posiblemente fuera también el dueño de aquel comentario, y fue entonces que, sentado a un mesón en una esquina de la enorme estancia, distinguí la enjuta espalda de lo que parecía ser un hombre joven. No pude verle el rostro gracias al cabello color pajizo que se le agolpaba desordenadamente a ambos lados de la cara, pero me resultaba extrañamente familiar. Estaba entretenido en algo sobre su mesón que desde mi posición en el suelo no pude ver.

Cuando, tras estirar los miembros y bostezar largamente, se puso de pie y vi cuan alto y delgado era, supe que la silueta de mis recuerdos no había sido un sueño ni un delirio. Era él.

Se acercó andando con soltura. Caminaba algo encorvado. Se agachó frente a mí tomando mi otro brazo y me fijé solo entonces en que la otra manga también había sido cortada casi hasta el hombro. No supe qué pretendía aquel sujeto hasta que me lo ligó por encima del codo con un elástico para billetes, ciñéndolo con un nudo, y advertí la jeringa en su mano derecha.

—No sabía si eras alérgico a la morfina, pero si te morías al menos lo harías sin sentir dolor —explicó, aunque tuve la ligera sospecha de que hablaba más consigo mismo que conmigo—. Pensaba que tu fecha de caducidad sería ayer, a decir verdad. Pero dudo que algo con las fuerzas para gemir tanto se vaya a morir muy pronto.

Su voz y su monólogo sonaban bastante más calmos de lo que cabría esperar para alguien que hubiera encontrado a una persona moribunda y cubierta de heridas de la clase de la que eran las mías.

No sentí el piquete de la aguja cuando la introdujo en la vena al interior de mi brazo, y no supe si era porque estaba aún demasiado ido a causa de mi propia debilidad, o si me hallaba quizás todavía bajo los efectos de una dosis anterior.

—... ¿Quién... eres? —me las arreglé para susurrar, aunque mi voz sonó tan ajada y débil que me pareció que no era la mía.

—Esa es una pregunta curiosa, considerando que eres tú quien se arrastró sin invitación dentro de mi guarida.

Pestañeé lento a modo de asentimiento.

—Me marcharé...

—Dudo que puedas hacerlo; a menos que te haga otro favor y arrastre tu culo fuera yo mismo.

No sabía si hablaba en serio; era difícil saberlo por su tono monótono. Guardé silencio, con la esperanza de que no considerase necesario tomar esa medida.

Aquel retiró la aguja de mi brazo y presionó ligeramente con un pedazo de papel higiénico que llevaba en el meñique enroscado.

—Descuida. Por lo pronto, no lo haré. —Se encogió de hombros, como si me hubiese leído el pensamiento.

Se puso entonces de pie frente a mí llevándose la jeringa para ir hasta su mesón. Desprendió la aguja y la tiró al interior de una caja metálica, y después tiró el resto de la jeringa dentro de un bote de basura viejo que tenía junto al escritorio.

Me pasé la lengua por los labios en el intento de humectarlos, pero sintiendo en cambio la textura áspera de la piel reseca de los mismos, a la vez que la boca pastosa y seca.

—... Yo soy...

—Shhh —me cortó antes de que pudiese empezar a pronunciar mi nombre—. No me lo digas; no quiero nombrar a un cachorro.

Su comentario logró torcerme las comisuras en una sonrisa divertida. Pronto, las esquinas de la imagen en mis ojos empezaron a tonarse borrosas otra vez.

—Entonces... dime el tuyo... —susurré, empezando a sentir que mi consciencia se desvanecía otra vez.

—Tampoco creo que eso importe mucho cuando estés muerto —suspiró. No pude responderle; se me esfumó la capacidad de hacerlo, y junto con ello, mi capacidad para oír con claridad, por lo que su voz sonó amortiguada después, como a través de un cristal—; pero como quieras. Mi nombre es...

El creciente zumbido en mis oídos no me permitió escuchar su nombre completo; sólo una sílaba de algo, que sonó muy parecido a «nee».

***

Mi siguiente despertar fue un poco mejor. Y un poco peor.

El dolor había regresado del todo, y pulsaba por cada fibra de mi cuerpo de forma terrible. Pero haber recuperado la consciencia necesaria para ser capaz de sentirlo imaginé que era algo bueno. Incluso tuve las energías para mover el brazo en el instante en que sentí como algo me tiraba con fuerza del vello con un jalón acompañado del sonido de algo despegándose de golpe.

—Carajo... —siseé, y noté que incluso mi voz había recuperado parte de su fuerza y volvía a sonar como yo mismo.

Noté que mi cabeza reposaba ahora sobre una superficie mullida, la cual percibí que no eran sino prendas de ropa enrolladas para formar una suerte de almohada.

Al abrir los ojos, allí estaba otra vez ese sujeto escuálido. Pero, más importante, mi brazo lesionado ya no estaba cubierto de vendas, por lo cual pude ver con claridad las profundas laceraciones que me habían dejado las garras de una zarpa de gran tamaño, aunque lucían bastante mejor de lo que estaban cuando me las habían provocado. Los bordes de las heridas estaban aproximados por suturas, la sangre se había coagulado en la carne abierta, restándole profundidad a los surcos, y el área estaba limpia.

Las vendas de mi pierna seguían ahí pero estaban recién cambiadas. No descartaba que tuviera más suturas y vendajes por el resto del cuerpo.

En cuanto a mi otro brazo, me percaté de que esta vez tenía un catéter instalado en la vena, cuyo conector subía hasta una bolsa de suero clavada a la pared detrás de mí.

Me pareció que todo el trabajo efectuado en mí estaba demasiado bien hecho para haber sido llevado a cabo por un vagabundo cualquiera, y levanté una mirada intrigada hacia aquel, esperando que con examinarlo con más detenimiento fuera capaz de hallar una respuesta.

Esta vez pude ver con claridad el rostro de mi inesperado benefactor y no me quedaron dudas de que era la misma persona que había visto entre sueños. Sus irises tenían el color del carbón. Contrastaban de una manera inquietante contra la palidez de su piel y el tono imposiblemente rubio de su cabello. Me pregunté si sería americano; su acento me indicaba que sí, pero su aspecto lo contradecía. No obstante, aquello no era ni de lejos el rasgo más inquietante de su persona.

Bajo el ojo izquierdo tenía una profunda y extensa cicatriz de piel encarnada y rugosa, como si se hubiese quemado el rostro con algo. No recordaba haberla visto antes, pero no lucía fresca como para habérsela provocado en el transcurso de veinticuatro horas. Quizás había estado demasiado aturdido durante mis lapsos de conciencia incluso para notar un detalle tan dramático como ese.

Bajé la vista cuando sus ojos captaron mi insistencia e interceptaron los míos. No creí pertinente preguntar, así que guardé silencio. Mas, noté que se detenía por algunos instantes antes de proseguir con lo que fuera que estuviera haciendo en mi brazo, para recorrer con las pupilas el camino que seguían mis cortes, hasta llegar a la cara interna de mi codo, donde se detuvo por otro largo instante, con expresión ceñuda. Su mirada me inquietó por primera vez y giré por reflejo el brazo.

Imaginé, en base a su silencio en contraposición con cuan evidente era lo mucho que las marcas en mi piel le habían podido decir, que no era el único de entre los dos quien se estaba reservando las dudas; aunque las que él debía estar teniendo en ese momento debían de ser muchas más que las mías. Tanto acerca de mis circunstancias más evidentes, como de las más extrañas.

—No me has... hecho ninguna pregunta desde que llegué —observé conforme limpiaba las zonas aledañas a mis heridas con torulas humedecidas en algo que identifiqué como yodo, por el hedor y el color intenso—. ¿Por qué?

El joven rubio puso los ojos en blanco, y después inhaló un hondo suspiro antes de hablar:

—Veamos. A juzgar por el hecho de que, en vez de ir a un hospital, lo cual hubiese sido lo más inteligente, decidiste arrastrarte a un sitio donde nadie pudiese encontrarte y prestarte ayuda, imagino que no querías que nadie hiciera preguntas de lo que te ocurrió en primer lugar. De manera que yo tampoco lo haré. No necesito saberlo en todo caso; no me interesa.

Su peculiar forma de deducirlo me resultó curiosa cuando menos. Di una cabeceada. Por mucho que me hubiese ayudado, no hubiese sabido cómo o si era prudente que tuviera información sobre mí, por lo que agradecí que hubiese sido capaz de llegar a esa conclusión sin interferencia de mi parte.

A partir de allí le dejé proceder en silencio, entretenido en su labor, permitiendo que solo mi falta de respuesta le otorgara la razón.

Mientras aquel continuaba abocado a su tarea, yo seguía sintiendo que hacía todo con demasiada experticia.

—¿Trabajas en un hospital?

La mirada llena de sorna que me arrojó por entre los mechones de su pelo rubio me indicaron que probablemente había hecho una pregunta estúpida.

—¿Te parece que trabajo en un hospital? —Enarcó las cejas.

Mirándole mejor, con el cabello rubio crecido y desordenado, los vellos hirsutos de barba mal afeitada que salpicaban su mandíbula, su ropa vieja y sucia, y su aspecto descuidado en general... Tenía razón. Era imposible.

Otra pista que lo corroboraba era el hecho de que se había referido a ese lugar abandonado como «su guarida»; la cual no había abandonado en dos días por lo menos. Y dudaba que con el fin de quedarse a cuidarme.

—Permíteme reformular la pregunta... ¿Cómo aprendiste sobre esto? —le dije, moviendo levemente el brazo.

Podía hablar y hacer movimientos cortos, pero todavía no sentía que fuese capaz de levantarme y ni siquiera lo intenté. Sólo mantener los ojos abiertos me estaba costando bastante trabajo.

—Fui a la escuela de medicina, pero no me gradué.

—Ya veo...

—¿«Ya veo»? ¿Es todo? —soltó un bufido— «¿Por qué no te graduaste?» «¿Vives aquí?» «¿Cómo acabaste aquí?» ... «¿Qué te pasó en el rostro?», vamos, tienes un arsenal completo allí. Gástalo de una vez.

Supe que me había atrapado otra vez mirando fijamente su cicatriz y le hurté la vista, avergonzado. Pero era sumamente difícil ignorarla, sobre todo a esa distancia. Por lo demás, me había quitado las palabras de la boca. Mas no parecía ofendido o especialmente molesto.

Volví a acomodar la cabeza sobre la improvisada almohada y allí descansé por largo rato, intentando no dormirme.

—Te escucho.

—En ese orden: Provoqué una explosión en los recintos. Sí, vivo aquí —relató brevemente—. Para las preguntas tres y cuatro, te refiero a la primera respuesta.

Lo reflexioné por un momento.

—Interesante.

—Tu turno.

—Me peleé con un hombre lobo —dije con simpleza.

Bufó, fastidiado. Claramente no era la respuesta que se había imaginado, y no le causaba mucha gracia que le estuviese tomando el pelo, como era natural que lo pensara.

Pero se contentó con ello, aunque yo solo pretendiera sondearlo.

Cuando terminó de cambiarme las vendas por unas frescas, se puso de pie, fue a su mesón, y vertió agua caliente desde un termo en el interior de un vaso con el que regresó a mi lado. Expelía un aroma que me contrajo el estómago en un modo doloroso que me recordó lo hambriento que estaba.

No era más que un vaso de sopa de pollo y fideos instantáneos, pero tuve que reconocer de corazón su amabilidad cuando me lo entregó.

—Gracias... de verdad.

—Solo es sopa; no exageres.

Torcí una sonrisa.

—Me refiero a todo lo que has hecho. —Moví levemente mi brazo conectado a la bajada de suero—. Todo esto.

—No te apresures. Eventualmente me pagarás el favor.

—Lo haré —respondí al acto. Su expresión me indicó que no se esperaba una respuesta tan seria y contundente de mi parte—. Lo haré —repetí, con toda seguridad.

Fue de regreso a su escritorio desde el que tomó una botella de jugo, la cual abrió solo lo suficiente para ahorrarme el esfuerzo y me lanzó sobre el regazo:

—Cuando termines con eso, quizás puedas darle un uso más creativo —dijo antes de marcharse en dirección a los pasillos de la estancia, quien sabe a dónde o a hacer qué.

No entendí el significado de su recomendación hasta que, terriblemente sediento como lo estaba, me bebí de un solo sentón todo el líquido de la botella, y empecé a notar una fuerte sensación de presión a la altura de mi vejiga.

***

Permanecí inmóvil por cuatro días más.

Cada día podía moverme con algo más soltura, el dolor era más soportable y me encontraba con más energía.

Aquel extraño sujeto iba y venía. Todavía no había podido preguntarle su nombre otra vez; todo lo que había podido escuchar ese día era «nee», de manera que así le llamaba en mi cabeza.

Resultaba un enigma en sí mismo. Aunque parecía apático y desinteresado sobre si vivía o moría, y tampoco parecía que le causara remordimiento alguno provocarme dolor cuando se ocupaba de mis heridas, lo hizo sin falta cada día, y no me dejó pasar ninguno sin comer algo, aunque rara vez le vi a él probar bocado de cualquier cosa.

Hablábamos brevemente cuando me cambiaba los vendajes, pero no había podido averiguar mucho de su vida, salvo el cómo había terminado por vivir en ese sitio como un ermitaño, aislado de todos.

Resultó que nunca le había agradado particularmente trabajar para otras personas, por lo que, sin trabajo, no tenía cómo costear un lugar para vivir, así que había hallado aquel lugar abandonado que en sus tiempos había sido una fábrica de maquinarias, y allí había hecho su hogar hasta que apareciera el dueño; entre cuyas cejas juró que prefería poner una bala llegado el momento de ajustar cuentas, antes que verse obligado a volver a buscar un piso.

Al menos una de mis suposiciones sobre él no estaba del todo errada; era un ermitaño.

No le di importancia a su comentario; ya me había convencido de que tenía un sentido del humor bastante oscuro y ácido, y había acabado por acostumbrarme a él.

Uno de aquellos días, al conseguir erguirme lo suficiente para ver en qué trabajaba con tanto ahínco sobre su escritorio pude ver que ensamblaba piezas de un arma larga que no se parecía a ninguna que hubiese visto antes.

—¿Fabricas... armas?

—Solo algunas veces desde cero. —No tuvo problemas en responder a mi pregunta, por conflictiva que fuera—. Mayormente reúno piezas de otras que ya no sirvan y que luego reutilizo para ensamblar versiones modificadas... y mejores —dijo arrogante—. Dependiendo de lo que desee el cliente. También puedo hacer pequeñas modificaciones a alguna que todavía sirva.

—¿Clientes? —enarqué una ceja—. ¿Trabajas en esto?

—Necesito dinero. Tengo que comprar medicina y comida para vagabundos que pelean con hombres lobo.

Meneé la cabeza con una exhalación.

—Te pagaré por todo; te dije que lo haría. Y quizás hasta te compre un arma, dependiendo de los tipos que manejes.

—¿Cuál es tu tipo predilecto? —preguntó distraídamente sin siquiera pararse a cuestionar el hecho de que un supuesto «vagabundo» estuviese interesado en comprarle armamento presumiblemente ilegal. Mantuvo su atención en lijar los bordes de una pieza metálica pequeña y soplándola cada tanto.

—Del tipo arrojadizo. Prefiero las hojas a la pólvora; aunque no sé si sea tu área de interés.

—Estoy seguro de que puedo tentarte con una cosilla o dos. Si tienes algún pedido específico, sólo necesitas darme un par de detalles y lo puedo fabricar.

Silbé impresionado.

—¿Lo que sea?

—Lo que sea; cómo sea; cuando sea —respondió, muy seguro de sí mismo y arrojándome un gesto retador—. Entre más intricado, mejor, así que más te vale darme un buen desafío y no desperdiciar mi tiempo. Si quieres un cuchillo de cocina, cómpralo en un centro comercial.

—Vaya... —me reí—. Lo tendré en cuenta.

—Aunque mis servicios no son baratos.

—No esperaba que lo fueran.

—Nos estamos entendiendo —zanjó, arrojándome un vistazo por el rabillo del ojo.

Tenía en los labios la primera sonrisa que le había visto. Se distendía hacia sus mejillas en la forma perfecta de una media luna.

***

El séptimo día desperté lleno de nuevas fuerzas. Apenas debía de estar amaneciendo, pues la luz era escasa, aunque la reconocí como la luz del alba.

Ya no tenía la bajada de suero conectada a la vena. En su lugar había un parche improvisado con cinta adhesiva y algodón, y aquel sujeto, Nee, no estaba por ninguna parte.

Me erguí lentamente y de forma pausada. El cuerpo ya no me dolía lo bastante como para impedirme moverme y mis piernas volvían a responderme, aunque batallé un poco al ponerme de pie, y cuando finalmente pude hacerlo, apoyado a la pared que tenía detrás, tuve que dar un par de pasos tambaleantes y erráticos para probar mi estabilidad antes de empezar a recuperar de a poco mi equilibrio.

Me sentía sudado y sucio, percibía la tela de mi ropa pegada a la piel, y me pregunté si habría un baño en aquel sitio, o cualquier fuente de agua limpia. Me dediqué por algunos minutos a andar de aquí para allá, tanto para recuperar la fuerza de mis piernas como buscando algún sitio para asearme. No contaba con ropa limpia; mi equipaje se había quedado en las ramas altas de algún árbol del parque, en donde lo había dejado antes de irme de cacería.

Encontré para mi fortuna algo parecido a un baño al abrir una puerta al final de un largo pasillo, con casetas individuales, cada una con su inodoro. Parecían no haberse usado en mucho tiempo. No tenían duchas ni nada parecido; mas no me costó encontrarlas poco después, sólo con revisar detrás de la segunda puerta conjunta, la cual se abría a una especie de camerino con duchas comunitarias y lavabos.

El lugar estaba frío, húmedo y mohoso. Las conexiones de agua parecían corroídas por el óxido y todo el suelo de las duchas estaba cubierto por una gruesa película de polvo; lo cual me indicaba que no habían sido utilizadas en mucho tiempo. Pude comprobarlo al acércame y abrir los grifos, con lo cual ninguna funcionó. Maldije mi mala suerte, empezando a desesperarme.

Pero luego, al accionar la llave de los lavabos, para mi fortuna, estos dejaron correr agua fresca. Estaba fría, pero no me importaba, mientras pudiese quitarme de encima la peste, la mugre, la sangre y el sudor. Noté entonces que, conectada a uno de los lavabos, había una manguera, y bajo el mismo una cuba con un trapo y una botella de jabón a medio usar dentro. Intuí que era el método que el residente de aquel sitio había encontrado para poder asearse. Tuve que contentarme con eso, y empecé a desvestirme con cuidado, con lo cual pude darme cuenta de que tenía bastantes más heridas de las que recordaba, pues encontré más vendajes y suturas repartidos por mi torso, lo cual hizo que me preguntara si ya las tenía antes de llegar a la fabrica o si aquel sujeto me habría robado algun órgano. Descarté esa ocurrencia al quitarme los apositos y ver que las heridas no eran lo bastante limpias para ser secciones con ese fin. Solo se trataba de más zarpazos; irregulares y abruptos.

El agua estaba condenadamente fría, y era peor cuando resbalaba con restos de jabón sobre los cortes todavía tiernos en mi cuerpo. Ardían, pero al menos iba sintiéndome poco a poco más limpio y eso era un cambio agradecido.

Intentando ignorar el frío y el dolor, me valí de lo poco que tenía a mano para asearme de pies a cabeza concienzudamente y terminar el trabajo vertiéndome encima una cuba de agua fresca para quitarme todo rastro de jabón. Empapado y escurriendo agua por todas partes, sacudí la cabeza entre resoplidos y castañeteo de dientes para librarme del exceso.

Fue entonces que me percaté de que no estaba sólo en los baños, al advertir una figura que se movió cerca de la puerta, evitando las gotas de agua que salpiqué al sacudirme:

—Ya era hora —comentó la que reconocí como la voz del joven rubio, con tono aprobatorio—. Empezabas a apestar a cadáver, aunque sencillamente te rehusabas a convertirte en uno.

Cuando volteé para verlo e intercepté su mirada, noté que la suya abandonaba mis ojos para deslizarse por todo mi torso, desplazándose hasta abajo del todo, en donde se detuvo un instante antes de subir. Me moví, incómodo... 

¿Acababa de echarme un vistazo completo?

—Bien —exhaló complacido—, supongo que ya puedes decirme tu nombre.

Me quitó el rostro para comenzar a escarbar debajo de una de sus uñas con la del pulgar de la misma mano, distraídamente.

Se me escapó una leve risa en la forma de un resoplido. Era un sujeto de lo más extraño; lo había creído desde el comienzo. Pero él... me había salvado.

—Es Nevent. Nevent Denizer.

Enarcó las cejas en lo alto de su frente mirándome otra vez, con mofa.

—Suntuoso, para un callejero sucio.

—Nevi —corregí con una ceja en alto y torciendo una sonrisa a fuerza de la gracia que me provocaba querer golpearlo y verme incapaz de hacerlo, pues pese a todo... el sujeto me agradaba.

Era mordaz, pero con un ingenio rápido y agudo; mi estilo favorito de humor; y no parecía perturbado por mí y por mi situación en lo absoluto. Haber convivido un par de días bajo el mismo techo, aunque hubiese pasado inconsciente la mayor parte del tiempo me había forzado a aprender a confiar en él. Después de todo, había resultado una suerte haberlo encontrado. O más bien... que él me encontrase.

—Mucho mejor —se encogió de hombros, observándome otra vez de arriba abajo. Ahora estaba seguro de que la primera vez no lo había imaginado. Giré por reflejo el cuerpo—. No es que sea un problema para mí dejarte así... pero imagino que querrás algo de ropa. Así puedes prenderle llamas a esas porquerías que tenías puestas y dejar de apestar a mierda mi guarida.

Tras aquello, salió de su sitio junto al margen de la puerta y se internó de regreso en el pasillo. Yo le seguí con cierto encogimiento, tomando de todos modos mis viejas prendas sucias, y usándolas para cubrirme bajo la cintura. Aun a esas alturas era difícil decir si bromeaba. Preferí creer que lo hacía, de otro modo no hubiese sabido de qué modo interpretar sus insinuaciones.

La muda de ropa que me prestó constaba simplemente de pantalones deportivos holgados y una camiseta ancha de mangas cortas. Fue un alivio poder a sentirme fresco y limpio otra vez. Estaba seguro de estar en condiciones los bastante buenas como para marcharme esa misma noche. Sin embargo, no rechacé su amabilidad cuando se ofreció a ponerme vendajes nuevos.

Del rincón donde había estado agonizando los primeros días, pasamos a ocupar sitio en una habitación pequeña que se conformaba solo de un colchón viejo sobre el piso dotado de una almohada y un par de mantas; un par de maletas abiertas y con el contenido revuelto apiladas cerca de la puerta, haciendo las veces de armario; y un escritorio lleno de pequeñas piezas y herramientas. Había una que otra prenda desperdigada por el piso, envases vacíos de comida o bebidas y un par de revistas cerca del escritorio; una que otra, para adultos.

Me entretuve en los detalles de la habitación mientras Nee se ocupaba de vendarme sólo las heridas que todavía no habían sanado del todo.

No pude evitar sentirme algo mal por él, luego de ver las condiciones en las que vivía. Aunque yo, un sujeto quien ni siquiera tenía un lugar al que pudiera llamar hogar, no tenía mucho derecho a compadecerlo.

Cuando terminó su última faena, Nee puso los implementos de vuelta en un necessaire que acomodó sobre el escritorio antes de dejarse caer en la silla frente al mismo para arrojarme desde allí una mirada ausente que me sostuvo por algunos instantes.

—Tu deuda conmigo se sigue acumulando. Me pregunto cómo la pagarás.

Creí percibir un tono extraño detrás de la sonrisa discreta que distendió.

Me puse de pie dificultosamente para ir a acomodarme con la espalda contra el escritorio, cruzándome de brazos para mirarlo:

—No tengo mi equipaje conmigo; tendrás que esperar a que lo recupere. Tampoco es que tenga tanto dinero, pero...

—El dinero es lo de menos —bostezó, echando los brazos por encima de su cabeza para después recostarse contra el respaldo de la silla—. No me importa tanto la plata; estoy seguro de que podemos llegar a un trato más interesante.

Entorné los párpados, sin saber a qué se refería.

—Tú dirás.

—De momento ya sabes cómo encontrarme. Vuelve por aquí cuando tengas algo en mente y quizás hagamos negocios.

Di una cabeceada, derrotado ante mi incapacidad para seguirle el hilo:

—Lo haré.

***

A la mañana siguiente, cuando salí del lugar hacia el exterior, el sol arremetió contra mis ojos de forma dolorosa, cegándome momentáneamente. Al parecer había pasado demasiados días sumido en la oscuridad al interior del recinto.

Eché de menos mis gafas oscuras, las que había tirado en algún sitio del parque la noche que casi había muerto y pensé que quizás todavía podría recuperarlas, pero primero tenía que recobrar todo el resto de mi equipaje... si es que todavía seguía donde lo había dejado. Ni siquiera tenía mi móvil conmigo. Nada.

De momento había llegado la hora de decir adiós, antes de dar los primeros pasos para retomar mi vida desde donde la había dejado.

El hombre rubio me había acompañado a la salida de la fábrica y estaba ahora de pie en la entrada con las manos en los bolsillos, observándome desde allí con poco interés.

—Tengo que irme ya. No sé si me quede por mucho tiempo más en Philadelphia, así que no sé si volvamos a vernos pronto.

—Con suerte en esta ocasión no te haga mierda un vampiro y tengas que regresar por aquí. Te garantizo que no voy a hacerme cargo de tu trasero moribundo de nuevo.

Sonreí de buen humor, tras lo cual le ofrecí una mano:

—Nos vemos algún día. Espero... —Con mi tipo de vida, esa nunca era una certeza.

Aquel contempló mi mano un instante como si no supiera qué hacer con ella, y tras algunos segundos de duda la estrechó con poca fuerza. Fue entonces que recordé un detalle.

—Por cierto... cuando me dijiste tu nombre... Creo que no alcancé a oírlo.

—Lo suponía. —Se alzó de hombros—. Has estado llamándome «hey» y «oye» todo este tiempo. Es Nikolas. Nikolas Gustav.

No pasé por alto el hecho de que parodió con ello mi propia forma de presentarme antes. Torcí una media sonrisa, encontrando mi oportunidad de vengarme por lo de antes.

—Suntuoso, para un ermitaño desaliñado. —Para mi sorpresa, mi broma pareció despertar su sentido del humor, muy oculto en alguna parte, y se le elevaron ambas comisuras con un soplido nasal. Meneé la cabeza—. La verdad es que me gusta más «Nee». Supongo que te seguiré llamando así.

—¿«Nee»? —repitió, torciendo una mueca.

—Fue todo lo que escuché cuando te presentaste —respondí, antes de dar la media vuelta, sin saber a ciencia cierta si acaso volvería a ver ese curioso rostro otra vez—. Gracias por todo. Y nos vemos... Nee.

No obtuve respuesta; aquel solo me observó marchar en silencio desde su sitio, o eso me pareció; la intensidad de su mirada era difícil de ignorar, aun sin corresponder a ella directamente.

Crucé a paso pausado el terreno baldío que circundaba los alrededores de la fábrica abandonada y me interné en los altos matorrales que crecían nutridos por la humedad del río que corría a los pies del edificio. Y una vez por fuera de los terrenos de la fábrica abandonada, puse dirección a la carretera que me llevaría de vuelta a la ciudad, y de vuelta a mi vida tras mi inesperado descanso en ese extraño lugar, junto a su excéntrico residente.


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Nota aclaratoria: este oneshot es una especie de precuela de la vida de dos de mis personajes en nuestra obra co-escrita, "HUNTERS", también disponible en Wattpad, en nuestra cuenta, Cozygirls

Si quieres saber más sobre ellos o te interesa seguir conociendo su historia, ¡te invito a pasarte por nuestro perfil compartido y adentrarte en esta aventura sobrenatural!

Actualizaciones semanales, capítulos cortos, y muchas sorpresas. ¡Te esperamos!

Posiblemente en el futuro siga subiendo más capítulos independientes aquí acerca del pasado de estos o de otros personajes míos de la misma historia, siempre en la forma de oneshots en esta misma historia. ¡Mantente en sintonía!

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