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Capítulo Treinta Y Siete.

—¡Por Dios, que emoción! —Gabrielle se cubrió el oído más cercano ante el grito de Laura.

Al parecer contarle lo ocurrido con su hermano no era tan importante para ella como saber que contraería matrimonio con David Holland. Por supuesto que su amiga reaccionaría de forma dramática y exagerada, incluso su esposo se mostraba sorprendido con su hijo Jason en sus brazos, quién por cierto había crecido demasiado. Era obvio que el pobre de Robert seguía tratando de sobrellevar el carácter explosivo y colorido de su esposa, pero le parecía lindo que no intentara cambiar su actitud como muchos hombres hacían.

Para Gabrielle era todo un fastidio, pero sin duda alguna estaba aún más contenta que la condesa que saltaba por toda la habitación recitando todo lo que sería necesario para llevar a cabo la ceremonia.

—¡Tenemos que ir a Forge para hablar con Charlotte sobre tu vestido! —Su rostro rebozaba de felicidad—, y tenemos que encontrar al decorador adecuado. La temporada acabará pronto y no serán muchos los valientes que realicen grandes pedidos en estas fechas

—¿Por qué no nos tranquilizamos un poco? —intercedió Robert al ver que el bebé comenzaba a alterarse.

—Es cierto, Laura, tranquila que mi boda no será mañana. Ni si quiera hemos elegido fecha —Debió saber que no era suficiente.

—Pero Gaby... hemos planeado nuestras bodas desde que éramos tan pequeñas. No puedes darme una noticia tan encantadora y pedirme que no me altere.

—Te recuerdo que yo ya me casé antes.

—Ese matrimonio no cuenta en nada. Estamos hablando de tu felices para siempre, tontita. Éste será la boda que yo siempre quise para ti —Dijo sin darle importancia a su historia—. Y creo que todas estas celebraciones vendrán tan bien para Joseph.

—¿Joseph? ¿Hablas de tu primo?

—¡Si! Estoy seguro de que le encantará saber que su mejor amigo contrajo matrimonio y que tú también lo harás —Aplaudió como una niña y comenzó a hablar nuevamente sobre lo que necesitarían para la boda.

Ella no entendió ni una pizca de lo que su amiga dijo, así que miró a Robert en busca de ayuda.

—El duque nos escribió hace poco, mencionó que probablemente Joseph volvería a Inglaterra para pasar las vacaciones —comentó tranquilamente, explicando lo que la habladora no hizo—. Aún lo está pensando pues sabes la difícil relación que tiene con su padre, además lo que pasó hace años con... bueno, entiendes.

Gabrielle hizo una mueca y asintió con amargura. Oh y como de bien lo entendía. No lo culparía si no volviera nunca.
Pero por una parte se sintió tan ilusionada de saber que Joseph seguramente volvería con su familia. Él era el primo de su amiga, se criaron como hermanos después puesto que, al ser sobrina de la duquesa de Rutland, la pareja la adoptó y crio como una más de sus hijos. Joseph era más jóvenes que ellas, fue por eso por lo que hizo una mejor conexión con su hermano Benjamin, del cual era mejor amigo.

El pobre no pudo soportar seguir viviendo en casa después de que una tragedia azotara la familia de Laura y aun siendo un niño, salió de casa para perseguir sus sueños.

Pero ahora había oportunidad de que volviera al menos por un tiempo. Lo cuál sería grandioso para su hermano pues sentía que él realmente necesitaba un amigo de confianza para seguir a flote en toda esta nueva cumbre de responsabilidades y tensiones en las que estaba hundido hasta lo más profundo.

—¿Te imaginas Gabrielle? Tener a toda nuestra familia junta para celebrar tu boda y la de Benjamin —Laura estaba tan emocionada, que no se atrevió a decirle nada.

—Es un supuesto, Laura. No puedes saber si él estará aquí a tiempo.

—No importa, es como cuando estabas emocionada por volver a ver a tu hermano después de años. No tienes idea de la felicidad que tengo de que todo este cayendo en su sitio.

Gabrielle sonrió, lo hizo como ni lo hacía en mucho tiempo. Había algo con Laura que de alguna manera siempre lograba convencerla que de actuar como una cría. Ella misma estaba pletórica de saber que iba a casarse, pero David y ella habían llegado a un acuerdo sobre el avance nupcial entre ellos.

Esperarían hasta que Benjamin e Isabella regresaran de su escapada para ir a la iglesia y hacer las amonestaciones pertinentes, además de que le prometió un anillo, a Gabrielle no le importaba demasiado, pero David insistió en poner sobre su dedo un verdadero anillo de compromiso.

Esa era lo que la mantenía contenta y ansiosa. Su hermano e Isabella llevaban dos días fuera. Recibió una carta de su pequeña anunciándole que llegaron a Gretna Green con bien y que se casarían por la tarde, lo que les daría otro día extra de espera por el tiempo en el que tardó en llegar el recado.
Si Dios era benevolente con ellos, ambos estarían en las puertas de Aberdeen mañana por la noche.

Su hija por fin estaría viviendo segura y sin tener que preocuparse por estar cuidándose de ser atacada por ese imbécil de William Stanton.
Aunque ahora que era capaz de recordarlo, no había recibido ni una sola señal de vida de ese hombre. No amenazas o advertencias de su parte, era como si la tierra se lo hubiese tragado. Ayer por la tarde volvió a la mansión Worcester a recoger lo que le pertenecía, no le sorprendió en lo absoluto ya no encontrar a William ahí. Solo una muy molesta Caroline a la que su hermana Anastasia no tuvo miedo de poner en su lugar.

Gabrielle trató de que éste repentino desconocimiento del paradero del duque no le afectara, pero no podía simplemente fingir que no estaba ahí fuera esperando el momento correcto para atacar.
Y saber que esos hombres irlandeses del pasado de David estaban apoyándolo, no la hacía sentirse para nada tranquila.

—¿Gabrielle? No escuchaste nada de lo que te dije —Parpadeó, viendo la mirada inquisidora de Laura.

—¿Qué? No, lo siento mucho. Sólo estoy pensando en todo lo que va a suceder —Sonrió, viendo al bebé en brazos del conde—. Aún no puedo creer que mañana llegará Isabella a casa.

—Y nada menos que convertida en la nueva marquesa de Aberdeen. Que jugada la de tu hermano, y yo que pensé que todas esas historias románticas no le iban al duro de Benjamin —La castaña se acercó a su esposo besando su mejilla y tomando al bebé que había comenzado a lloriquear.

—¿Cómo es que tu sobrino no estaba de acuerdo en esa unión? Era por mucho, ventajosa —preguntó Robert poniéndose de pie para servirse una bebida.

—Me temo que la relación entre William y Benjamin fue demasiado ruda incluso antes de la muerte de mi padre. Ambos se detestan y el hecho de que Benjamin le negara una renovación en la asociación del contrato...

—Entiendo. Tuvieron que poner en práctica el plan Romeo y Julieta —completó su amigo al entender la situación.

Gabrielle asintió. No era exactamente la verdad, pero al menos era una parte realista de ella. En la actualidad ya todos dentro de los círculos sociales hablaban de la romántica escapada entre el marqués de Aberdeen y la protegida de Worcester. Para todos era una bella y trágica historia en la que William quedaba como el villano por impedir su amor.

De hecho, se rumoreaba incluso que el ducado había perdido su riqueza en su totalidad. Ya no era un misterio para nadie que ese endemoniado hombre no poseía recursos necesarios para codearse entre la sociedad, pronto sería un paria.

Y Gabrielle no sabía si eso era algo bueno.

El rechazo convierte la desesperación en odio. Y un hombre que odia es capaz de hacer las cosas más despiadadas que jamás se hayan visto.

—¿Habrá repercusiones cuando vuelvan? Me enteré que la familia Stanton está un poco corta de dinero. Sería una tontería comenzar una guerra con un marquesado —continuó bebiendo su vaso.

Gabrielle estaba segura que no se quedaría con los brazos cruzados, sin embargo, esos detalles eran por menores que no convenian a nadie que se hicieran públicos.
Ella confiaba ciegamente en Laura y Robert, pero entre menos personas supieran las redes de mentiras en las que estaba envuelta, más fácil sería escapar de ellas.

—No estoy segura, William es un hombre un tanto inestable. Mi hermano no es la única persona con la que tiene problemas pues sobre su espalda está el peso de las deudas que dejó su tío.

—Se le acaba el tiempo entonces. Ya no tiene en qué apoyarse —Robert la observó de forma comprensiva—. No son muchos los que están dispuestos a perdonar la deuda de un hombre muerto.

—Si fuera una buena persona, nosotros lo ayudaríamos si tú nos lo hubieses pedido —comentó Laura—, pero solo parece querer hacerles daño.

—De todas formas, no creo que él hubiera querido ayuda. Parece que es demasiado orgulloso.

—Esa clase de hombres siempre terminan solos... o muertos —zanjó Robert mientras negaba con la cabeza.

Gabrielle estaba más que de acuerdo con esa afirmación. William ya estaba solo, su madre, aunque le parecía que seguía estando de su lado, no hacía nada por mejorar la situación de su hijo. Isabella y ella abandonaron Worcester y sus supuestos amigos le dieron la espalda en cuanto se enteraron que ya no poseía riquezas.

Sabía con certeza que volvería a verlo. Pero el simple hecho de saber que ya no estaba indefensa ante él le daba la suficiente valentía para enfrentarse a ese hombre que tanto daño le hizo.

Aun así, no era el momento para pensar en esos temas. Llegó a la casa de su amiga para compartir buenas noticias y no dejaría que su buen humor se esfumara por nada ni por nadie.
Robert estuvo con ellas un largo rato hasta que sus deberes lo obligaron a retirarse, a Gabrielle siempre le pareció admirable como algunos hombres lograban darse tiempos en su agenda para convivir con sus familias.

—Me temo que ya debo retirarme. No me apetece irme, pero tengo trabajo que hacer —Se inclinó sobre Laura para darle un casto beso en los labios y besó la frente de su hijo—. Siempre es un placer verte, Gabrielle, si necesitas cualquier cosa no dudes en acudir a nosotros.

—Muchas gracias, Robert. Espero que tengas un próspero día.

Ambas vieron como desaparecía detrás de las puertas de la sala. Laura se concentró un momento en calmar a bebé Jason que había explotado en llanto al ver a su padre alejarse. A Gabrielle le rompió el corazón los gritos del pobre pequeñín al verse separado de su papá. Laura no parecía hacer cesar las lágrimas y comenzó a mostrarse un poquito desesperada.

—Ay no. Por favor, bebé, mami está aquí. Deja de llorar, por favor —pidió, pero éste no se detuvo.

—Déjame intentar —Laura le dejó a Jason en su regazo.

Inmediatamente éste cesó todo ruido y la miró directamente los ojos con esos bellísimos ojos avellana. Era obvio que al ser más grande ya expresaba en su rostro ciertas emociones más abiertas, por ahora la curiosidad dominaba. Su boquita se mostraba abierta mientras la inspeccionaba hasta el último detalle.

—Hola, lindura. Soy tu tía Gabrielle —Acarició una de sus manitas y él tomó uno de sus dedos entre su mano—. A tu mami no le gusta cuando lloras, creo que ella también podría llorar junto contigo.

El bebé sonrió ligeramente cuando Gabrielle tocó su nariz.

—No debes ponerte triste. Papá volverá muy pronto a casa y podrás pasar tiempo con él —No pudo entender los balbuceos del infante, pero fue muy tierno que intentará hablar con ella.

Elevó la vista, completamente satisfecha por lograr que el llanto parara. Laura observaba a ambos con ojos brillantes, y una sonrisa cálida.
Gabrielle siguió jugando un rato más con Jason, el cual le regalaba bonitos pucheros cuando reía por las cosquillas que le hacía, le agradaba mucho poder convivir con un bebé de esta forma. La última vez que tuvo la oportunidad de tener a un niño tan pequeño fue cuando Prudence era una bebé. Su madre empezó a enfermar después del parto y Gabrielle junto a la nodriza cuidaban de la niña.

Eso la entristeció un poco. Saber que en el pasado había sido muy celosa de su relación con Prudence y ahora, sólo sonrisas amables y cordiales. No existía la confianza ni sororidad que tenía con Anastasia o Florence.

—Gabrielle... creo que debo preguntarte algo.

Jason río aún más fuerte cuando fingió morder su dedito y sonriendo miró a su amiga en espera de su pregunta.

—¿Tú estás segura de que no puedes ser madre? —Su sonrisa de disipó de forma veloz.

—No quiero volver a hablar de esto nuevamente, Laura —dijo molesta por que volviera a sacar el tema.

—Solo piénsalo un poco. Elizabeth fue la primera esposa del duque, estuvieron juntos un año antes de que la viruela se la llevara. Tiempo suficiente para poder concebir.

—Muchas parejas esperan un poco antes de tener hijos —Se refugió en esa lógica. No queriendo seguir a fondo.

—Y la madre de Isabella. Rosalie estuvo casada por cinco años con ese hombre, ¿vas a decirme que logró embarazarse únicamente una vez de su esposo? —Siguió Laura con seguridad—. Me parece muy poco probable, además de que la muchacha no luce en lo absoluto parecida a los Stanton, ella siempre ha sido... diferente.

—Para ya, Laura.

—¿Por qué te niegas a pensarlo si quiera?

—¡Por qué no quiero alimentar falsas esperanzas! —explotó, asustado al niño en el proceso—. No podría vivir pensando siempre que voy a lograrlo y decepcionarme como lo hice por años.

La mirada determinada de Laura le decía que no estaba ni un poco de acuerdo con su conformismo respecto al asunto de la maternidad.

—Supongo que ya lo averiguaremos. Después de todo el señor Holland no tiene pinta de que vaya a darte solo castos besos —mencionó con complicidad.

—¡Laura, por amor a Dios! —La regañó sintiéndose abochornada.

Y que la verdad sea dicha de paso. Ansiosa también. Ahora la duda se había implantado nuevamente en su mente.

Hoy era el día. Llegó unnuevo comunicado esta vez de parte de Benjamin anunciando su llegada para hoypor la tarde. El mensaje la dejó completamente ansiosa durante toda la mañana ysus hermanas debieron haber notado su incertidumbre porque intentaron hacer detodo para calmarla. Como siempre las palabras de su hermano fueron breves yexactas, sin dar más detalles de los necesarios acerca de la celebración matrimonial.
Su madre qué había logrado levantarse de cama ayer después de la cena, semostró positivamente afectada acerca de la noticia de que su único hijo ahoraestaba casado.

En sus palabras ella dijo.
No era precisamente lo que pensé que sería la boda de mi hijo, pero estoy feliz de que haya luchado por proteger a una joven inocente. Estoy muy orgullosa de él. A ella no le quedó otro remedio que aceptar estar de acuerdo con su madre, de cualquier forma, hablaría seriamente con Benjamin para pautarle lo que sucedería en caso de que hiciera infeliz a Isabella.

Se pasó prácticamente todo el desayuno con la cabeza fuera de su cuerpo. Pensaba en su boda, en William, en Isabella y en Justin. Quería tanto que los problemas se solucionaran de una vez por todas, pero era consciente de que nada se resolvería chasqueando los dedos. Así que podría todo de su parte para acabar con todo lo que impedía su felicidad.

Anastasia y Prudence se retiraron casi re inmediato después de ingerir sus alimentos para atender a visitas que habían llegado. Amistades en común a las que Florence ya no tenía acceso, debido a que cada vez se distanciada más de el mundo exterior. Gabrielle no quería eso para su hermana, era una mujer demasiado valiosa como para dejarse caer así por un hombre que no supo valorar el amor sincero que le ofreció.
Así que decidió que su misión sería enseñarle a su pequeña hermana que aún después de la tormenta, puedes volver a ver el sol.

—¿Te apetece ir a Hyde Park? Me vendría bien un poco de ejercicio después del desayuno —preguntó en tono amigable.

Sin embargo, Florence solo de dedicó a mover las frutas de su plato de un extremo a otro con su cubierto. Como si no hubiera escuchado realmente la pregunta que le hizo.
Gabrielle pidió ayuda con la mirada a su madre, la cual también estaba preocupada por la actitud tan apagada de su hija.

—Florence, cielo.

La joven les prestó entonces atención, pero no veía ningún tipo de buena actitud en ella. Gabrielle suspiró maldiciendo una y mil veces la cobardía del vizconde por haber jugado con los sentimientos de una persona tan brillante como lo era Florence. Ahora no quedaba más que una carcasa opaca simulando vivir.

—Quiero que me acompañes a Hyde Park, preciosa. Afuera el día está perfecto y necesito caminar —insistió con el mismo tono animado.

—Prefiero quedarme en casa.

—Nada de eso, niña. Ya es suficiente con una invalida y enferma en casa. Acompañarás a Gabrielle y disfrutarás el día —sentenció su madre con autoridad.

—Será divertido. Quizá hasta podamos llevar a tu caballo para montar un rato —sugirió para incentivar sus ganas.

Florence amaba los caballos. En realidad, era una amazona experta. A Gabrielle le agradaba el ejercicio que se lograba con la actividad de montar a caballo, pero para su hermana era mucho más importante que eso, ella adoraba la equitación y lograba una armoniosa coordinación entre jinete y montura. Verla cabalgar siempre fue un acto digno de admiración. Aunque llevaba ya demasiado tiempo sin pasarse por los establos, últimamente no hacía demasiado.

—No me apetece montar —Florence retiró la servilleta de su regazo y se dispuso a ponerse en pie—, pero te acompañaré, iré a cambiarme las zapatillas.

Gabrielle y su madre la vieron desaparecer por las puertas del comedero. Su madre hundió su rostro entre sus manos como si estuviera abrumada con todo lo que ocurría y de cierta forma la comprendía. No será fácil tener que soportar el dolor de corazón roto de un hijo.

—Ella estará bien. Va a superarlo, es muy joven y estoy segura de que encontrará al indicado la próxima temporada —dijo para calmar a su madre.

—Su segunda temporada será muy dura si el estigma de ese hombre no la abandona. Hay rumores horribles acerca de mi pequeña. Si todos creen eso, se convertirá en una solterona y yo se que Florence si desea una familia.

Ni siquiera su apellido, su dote o su belleza la salvarían de todos esos comentarios tan hirientes que las debutantes y sus madres harían para humillarla. Y no ayudaba ni un poco que su relación clandestina con un hombre de tan mala reputación logrará haberse hecho pública ante la sociedad. Nadie iba a arriesgarse a comprometerse con una chica envuelta en tantas habladurías.

Era tan injusto que tuviera que pasar por todo eso solo por enamorarse.

Norman no ha dado indicios de querer arregla las cosas. Benjamin tampoco le dio alguna explicación acerca de lo que pudo haber hecho para separarlo de Florence, pero en cierta forma ya comenzaba a comprenderlo. El vizconde no había movido ni un solo dedo para defender el honor o el amor de su hermana.

Lo último que llegó a saber de él es que se refugiaba nuevamente las apuestas y la bebida. Esa era la verdadera naturaleza de ese hombre, para Gabrielle la idea de las personas era que no podían cambiar nunca, solo regresaban a convertirse en lo que siempre estuvieron destinadas a ser.

Su madre hizo una seña al servicio para que limpiaran la mesa, la vio querer levantarse y ella rápidamente fue a su lado para ayudarla. No quería que hiciera más esfuerzos de los necesarios, necesitaba estar en perfectas condiciones para hablar con ella de su boda.

—Gracias hija, yo seguiré cuidando mi bonito paraíso floral, estoy exhausta de solo estar en cama.

—Mamá, tienes que descansar para recuperarte pronto.

—Tonterías, hoy llega tu hermano. Tengo que organizar toda la casa para hacer un buen banquete de celebración —No parecía haber una manera de detenerla—. Además, debemos tener preparadas sus habitaciones, yo por supuesto le diré a Isabella que es libre de hacer los cambios que desee cuando se instale por completo. Es su casa después de todo.

—No creo que Benjamin e Isabella estén en ánimo de fiestas. Fue un viaje muy largo y querrán descansar —dijo para retener un poco la efusividad de su madre.

—Sabes, aún no puedo creer que Benjamin no me contara todo. Lo habría apoyado sin necesidad de discusiones o doctores de por medio —No le hacía gracia que estuviera ignorándola—. Creo que Isabella es una buena joven. Un poco inexperta, pero vivir con un hombre tan centrado como tu hermano la hará ver el mundo de forma distinta.

—Yo no quiero que ella cambie solo porque Benjamin lo desea.

—Y yo tampoco. Pero aceptemos que una mujer cambia al casarse sin haberlo sentido si quiera —Su madre se encogió de hombros—. Serán buenos el uno para el otro, esa hija tuya necesita un poco de maldad para no dejarse controlar por cualquiera, Gabrielle y Benjamin necesita un freno para pensar sus acciones con el corazón y no con la lógica.

—¿Tú amaste a mi padre antes o después de casarte con él? —preguntó, inconforme con la explicación de su madre.

Su madre detuvo sus pasos a tan solo metros de la entrada del jardín. Supo que su pregunta tocó una fibra sensible en los recuerdos de su madre y se arrepintió por haberla hecho, estuvo fuera de lugar.
Estuvo a punto de pedir hablar para enmendar su error, pero su madre le dio la contestación que ella no estuvo esperando realmente.

—Lo amé hasta el día en el que supe que estaba embarazada de ti —Ambas se mantuvieron en silencio, esperando—. Después de eso yo simplemente llegué a la conclusión que ya no valía la pena hacerlo.

Ella se fue dejando a Gabrielle con un dolor agudo en el pecho. Sentía mucho haber removido las desgracias en el matrimonio de su madre, había olvidado que ella sí amó a Harold Whitemore hasta un punto en el que le perdonó todo. Y aunque su madre intentó defenderlos y cubrir sus culpas, siempre supo que su padre seguía siendo especial para ella.

Miró por última vez la dirección en la que su madre siguió, viendo como sonreía mientras entraba en su pequeño rincón de paz. Se dio la vuelta y esperó en la entrada a su hermana, Figgins había llamado al carruaje instantes atrás. Florence bajó con el calzado apropiado y con un parasol en mano. Estaba muy bonita con su larguísimo cabello suelto, no sonreía, pero el rubor natural de sus mejillas y nariz le daban un aspecto tan tierno como el de un cachorro perdido.

El mayordomo abrió la puerta para ellas, el carruaje aún no llegaba, pero eso le dio tiempo para observar un instante más a su hermana. Gabrielle intentaba no pensar en Florence como una víctima, no quería que sintiera que todos la veían con lástima, ella sabía cuan odioso era esa sensación. Deseaba hacerla reír y expresarse un poco más, quería que fuera ella la que diera un paso más para romper sus barreras.

—Es muy extraño ¿no?

—¿Qué es extraño? —preguntó dirigiendo su vista a lo que ella avistaba.

Por la calle pasaba un carruaje forrado, con madera oscura y sin insignia familiar. No parecía ser uno de renta pues no se veía el conductor en la parte delantera moviendo a los caballos, la cámara estaba oculta y no tenían acceso para dar un vistazo completo pues estaba demasiado alejado.

—Será extranjero. No todos marcan sus carruajes.

—Lo sé, pero en esta semana lo he visto pasar muchas veces. La ventana de mi habitación está justo frente a la calle e incluso merodea por la residencia durante la noche —Eso sí que era extraño.

Gabrielle volvió a prestarle atención al vehículo sin identificación ahora con otros ojos. Comenzaría a dudar y pensar teorías fatalistas, pero no quería iniciar algo que probablemente no acabaría en ningún lado.

—Mira, ya llegó el nuestro, sube —dijo para cambiar el rumbo de sus pensamientos.

El conductor se detuvo y rápidamente bajó para ayudarlas a subir dentro del coche del carruaje. Gabrielle abrió la ventanilla y miró la calle, pero el misterioso trasporte ya había desparecido. El viaje fue ameno, logró sacar más palabras de Florence de las que imaginó, era lo que ella necesitaba, un poco de mundo para distraerse en otra cosa que no fuera estar en su habitación sin salir.

Cuando llegaron, le agradó ver que no había tanta gente como usualmente la hay. Lunes no es precisamente un día popular para salir a disfrutar de un viaje placentero, pero para su objetivo era ideal, ambas se sentirían más cómodas de ese modo. No era mucha la molestia del sol, aún seguía estando muy difuso en día, pero Florence abrió su parasol.

—Terminaría de matar a madre de un infarto si llega a ver que tengo pecas de nuevo —bromeó moviendo el pequeño accesorio.

—¡Es cierto, eras una preciosidad con pecas cuando eras niña! —Le abrazó comprensivamente al verla torcer la boca—, a mi dejó de importarme hace mucho tiempo el sol, para mí es muy estorboso llevar esa cosa a donde quiera que fuera, de todas formas, nunca me brotaron —confesó recordando cuan molesta se ponía su madre.

—A mí no me molesta, es más como una prevención saludable. Norman decía que las pecas eran muy feas en una dama —Ella pareció haber notado su error y miró a otro lado.

¡Cielos! Justo cuando creyó que su conversación estaba logrando llevar sus pensamientos a otro lado, ese imbécil salía a relucir para estropear un poco avance.

—Bueno, Laura tiene pecas, y a Robert no parece molestarle en lo absoluto —continuó, pasando por alto su comentario anterior.

Florence la miró agradecida de que no haya dicho nada al respecto.

—Eso es porque el hombre es un amor. Desde que la cortejaba a Laura, todas nos enamoramos de él, incluso Prudence que parece un poco dura, pero también tiene anhelos muy románticos en el fondo —Gabrielle río y asintió.

—Hablando de Laura. ¿Sabías que Joseph probablemente volverá? —mencionó con alegría.

Se deshizo de los guantes, estaba comenzado a sudar y no soportaba como se pegaba a su piel. Cambiaron de ruta a una más poblada de árboles para recibir el fresco de su sombra.

—¿De verdad? La última vez que supe de él fue cuando abordó un barco y se fue sin decir adiós a nadie —Florence la miró con pena—. Yo tenía diez años en aquel entonces, aún no comprendía el dolor por el que estaba pasando el pobre de Joseph.

—Pues para mí fue lo mejor que le ocurrió, seguramente ahora que es hombre tiene mejor oportunidad y cabeza para elegir el rumbo de su vida —La miró de forma significativa—. No fue el fin del mundo para él, Florence, no entiendo por qué tiene que serlo para ti-

—Yo ya no tengo oportunidad para encontrar el rumbo de mi vida. Las mujeres no tenemos segundas oportunidades, Gabrielle.

Ella realmente quería esperar a que su hermano e Isabella estuvieran de vuelta en casa para contarle a toda la familia reunida acerca de su compromiso, pero necesitaba que Florence creyera en que es posible encontrar el amor aún después de perder la fe. Un herida en el alma no permanece abierta por siempre, sanará y la cicatriz servirá para recordarte que fuiste fuerte y sobreviviste lo que alguien más no pudo.

—No estoy de acuerdo con eso. Siempre es posible volver a creer, volver a amar —sonrió pensando en David—. Incluso cuando piensas que ya no eres merecedora de tanto, siempre es posible si haces el esfuerzo.

—Hablas como si tuvieras las respuestas en tus manos.

—Las tengo. Se que es posible volver a tener una segunda oportunidad porque yo la tendré cuando me case con David Holland —soltó viendo como su hermana se detuvo.

Ella la abrazo rápidamente antes de que Gabrielle pudiera anticipar cualquier movimiento y sintió como la risa de Florence vibraba sobre su pecho. No sabía que la noticia le causaría tanto gusto, pero ahora se satisfacía de habérselo dicho pues el apoyo y la dicha de su hermanita hacían de ella también una mujer feliz.

Florence se alejó, con el rostro sonrojado y una brillante sonrisa.

—¿Él te pido matrimonio? ¿Cuándo y por qué no lo habías contado antes?

—Nos comprometimos hace apenas unos días y no queríamos hablarlo con ustedes hasta que el tema de Benjamin e Isabella estuviera zanjado —Sintió que el aire se le escapaba, estaba emocionándose mucho—. Se lo diré a todos cuando sea apropiado y después David y yo iremos a la iglesia para comenzar con las amonestaciones

—¡No puedo creerlo! Vas a casarte, esta vez lo haces por lo que es verdaderamente importante —Volvió a abrazarla justo cuando sus ojos se llenaban de lágrimas.

—¿Lo ves, Florence? Tú también puedes encontrar lo que es verdaderamente importante. No dejes de creer hermanita, por favor —suplicó acariciando su cabello.

—Ay, Gabrielle... —Por un momento parecía que ella le diría algo más, algo muy importante, pero calló—, estoy muy feliz por ti.

Entre risas continuaron paseando lo más que sus piernas pudieron dar. Hoy fue un día provechoso pues logró transformar la actitud de triste de Florence en una dichosa por al menos esa mañana, consiguió que tratara de darse una nueva perspectiva.

En el momento en el que decidieron volver a casa, el sol ya estaba en su punto máximo, por lo que adivinó que era ya el medio día. Regresaron a donde el cochero esperaba y ambas se llevaron una muy inesperada impresión al ver el coche de madera oscuro sin marca justo a un lado del suyo. Su hermana frunció el ceño y se acercó al cochero.

—¿Cuánto lleva ese coche ahí?

—Habrá llegado hace unos diez minutos, mi lady, no lo sé con exactitud.

Se observaron sabiendo que definitivamente había algo raro con ese horrible carruaje.
Quería irse de ahí pues le generaba un poco de nervios, se dispuso a colocarse nuevamente sus guantes, pero solo tenía uno en su mano. Maldijo sabiendo que probablemente habría tirado el otro sin darse cuenta.

Se giró para ver si estaba cerca y jadeo al ver a un hombre en con traje color burdeos y pantalones negros. Justo estaba recogiendo del suelo su guante y cuando éste la miró directamente a los ojos, supo que no había nada bueno en él.

—¿Le pertenece, señorita? —Detectó un acento extraño en sus palabras, pero no supo identificarlo.

—Así es. Es mío.

El sujeto sonrió intentando ser amable pero los instintos de Gabrielle se pusieron rápidamente alerta, lo que quería reflejar en su sonrisa no se mostraba en sus ojos. Esos ojos que parecían cuencas oscuras, sentía como si estuviera examinándola. Se acercó hasta ella y de forma inconsciente ella retrocedió un paso, el volvió a sonreír como si fuera divertido verla alejarse.

—¿El carruaje es suyo? —preguntó Florence al ver que su hermana no dijo nada más.

—¿Cómo? Ah, sí. Estoy tratando de conocer la ciudad de punta a punta. Me muevo mucho por aquí —explicó sin despegar la vista de Gabrielle.

Fue entonces que él le prestó atención a Florence y miró detrás de ellas donde el cochero había bajado de su asiento para acercarse a verificar el problema.

—Que descortés soy. Mis malos hábitos me preceden, no estoy acostumbrado a tanta ceremonia.

—¿Ocurre algo mi, lady?—preguntó el cochero colocándose en medio de las dos hermanas.

—No lo creo, el señor estaba por devolverme el guante que extravié.

Vio el momento exacto en el que la locura atravesó las facciones del rostro mayor del hombre frente a ellos, pero de un momento a otro volvió a mostrarles una sonrisa tan amable que engañarían a cualquiera que no supiera ver las verdaderas intenciones.

—Me alegra haber podido recuperarlo para usted. Es una prenda muy hermosa, sería una lástima que algo malo le sucediera por haber acabado en el lugar incorrecto —Su sangre se congeló y una sensación de frío la recorrió—. Discúlpenme si las incomodo, no soy de por aquí y desconozco como hablar a una dama. Mi nombre es Edic Hans, fue todo un placer

Extendió su mano con el pequeño guante de seda blanco, ofreciéndolo libremente, pero ella se quedó estática al escuchar su nombre y la amenaza implícita de sus palabras. Florence sacudió un poco su hombro para devolverla a la realidad y jadeo al ver que el bastardo estaba totalmente regocijado con ver su temor.

Estiró su mano tomando su guante con lentitud, el temblor era visible y le molestaba mucho mostrarse tan aterrorizada de esa escoria. Ahora sabía de donde era su acento, era un irlandés, el mismo que están atuendo ayudando a William y que secuestró a Justin.

Cuando lo tomó, los dedos de su mano acariciaron suavemente parte de su palma y Gabrielle alejó rápidamente su brazo. Lo miró con odio y tomó a Florence del antebrazo para apurarla a subir al carruaje. Cuando ambas estuvieron dentro, cerró las cortinas y dejó escapar el aire que retuvo al estar frente a ese irlandés.

—¿Qué fue todo eso? Tú lo conoces —afirmó viendo su estado actual.

—Todo lo que tienes que saber es que ese hombre es un demonio, Florence. Si vuelves a verlo, aléjate de él —exigió siendo llevada por su ira.

—Pero...

—Pero nada. Lo harás —Se recargó en su asiento, el coche comenzó a moverse y ella se tranquilizó un poco—. Ese hombre es uno de los que están apoyando a William, él lastimó a Justin. Si lo vuelves a ver, vas a huir o haces un escandalo, prefiero eso a que salgas dañada.

—¿Y por qué no vamos con la policía?

Gabrielle dejó que ella subiera primero al carruaje y después la imitó. Golpeó el techo frenéticamente tomó las manos de su hermana.

—No podemos relacionar a la policía en esto porque tendrían que hacer preguntas a Benjamin e investigarlo un poco, nuestro hermano está en una posición comprometida, ¿entiendes?

Florence no respondió nada, asintió en silencio sin atreverse a contradecirla. Llevó una mano a su frente y cerró los ojos para volver a centrarse. No podía dejar que la situación la inmovilizara, era hora de enfrentar su miedo a los hombres que quisieran dañarla.

Tenía que ver a David y contárselo. No debía quedarse callada.

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