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OVA 4: Es muy absurdo que una "vampiresa" y un "humano" tengan una cita normal

OVA 4: Es muy absurdo que una "vampiresa" y un "humano" tengan una cita normal (o la Razón por la que las historias románticas con vampiros me dan MUCHA risa)


―¿Te puedo dar mi más sincera opinión, Frank? ―preguntó Isaac con seriedad.

―Dispara, compañero.

―Creo que eres... ¿cómo decirlo? ―Se frotó la barbilla―. Ya que no sé me ocurre nada más, le robaré la idea a Gandledore... Eres un zascandil, capullo.

―No tengo idea de lo que eso significa, pero siento que es un insulto.

Isaac meneó la cabeza con exasperación. Era un tranquilo sábado pasado el mediodía, lo que se reflejaba en la animosidad con la que la gente recorría las calles. Media hora antes, Francis había aparecido sorpresivamente en la casa de Isaac y prácticamente lo había obligado a seguirlo con dirección a la plaza de la ciudad. Tras pedir las explicaciones correspondientes, todo había quedado más que claro.

―¿Por qué tengo que acompañarte a tu cita? ―Isaac meneó la cabeza con exasperación―. Sugrobina se va a enojar en serio esta vez.

―Escucha, camarada y compañero. Ni loco voy a quedarme a solas con esa vampiresa ultrajadora. Ella cree que puede forzarme a actuar como si fuera su novio, pero le demostraré que soy un hueso duro de roer.

―¡Eres terco! ¡Terco como una mula! ¿Qué más quieres, Frank? Sugrobina es hija del Lord que domina esta ciudad, prácticamente te has ganado la lotería. Si yo fuera tú...

Francis chasqueó la lengua, con infinito desprecio.

―Ninguna lotería te da como premio una vampiresa adolescente abusadora...

―Pero últimamente ella ha estado más tranquila. ―Isaac suspiró―. Creo que Sugrobina se está tomando en serio su relación contigo. Incluso ahora es amiga de varias chicas de nuestra clase...

―No dejes que te engañe, camarada. ¡Ella es mala! ¡Mala de verdad! ―Francis levantó una mano y comenzó a contar con los dedos―. Me obliga a llamarla todas las noches y me manda mensajes melosos en las mañanas para despertarme... También me exige que coma el almuerzo que prepara y eso sabe a metal... Además...

―Ya, viejo, yo sólo escucho cosas buenas. ―Lanzó un segundo suspiro, mucho más pesado―. Escucha, te acompañaré un rato y luego inventaré cualquier excusa para largarme.

―¡So traidor! ¿Me vas a dejar a merced de ese monstruo chupasangre?

―Morirás de la forma más macha posible. Sin bromas, ¿qué es lo peor que te podría pasar?

Comenzaron a discutir sobre los innegables peligros que los vampiros representaban para los seres humanos y para cualquier otra criatura con sangre corriendo por las venas. Su peculiar y discriminadora conversación continuó durante el resto del trayecto hasta que finalmente llegaron al punto de encuentro para la cita: una apacible plazuela adornada con frondosos árboles frutales y refinadas bancas pintadas de blanco.

―La esperaré quince segundos ―afirmó Francis, observando la hora en su celular―. Si no aparece me atrincheraré en la Razón de lo Absurdo del Director Artificial.

―No creo que tengas que esperar mucho, Frank ―indicó Isaac con voz trémula y señaló a un lado de la plazuela―. Sugrobina está allí...

Francis chasqueó la lengua y miró con desgano al punto indicado, pero al ver a Dasha alzó ambas cejas, completamente impactado. La chica estaba sentada en una de las bancas, observando apaciblemente las hojas de los árboles mecidas por el viento. Llevaba encima un grácil vestido blanco sin mangas que le llegaba hasta las rodillas, complementado por unas elegantes sandalias de tacón alto ligeramente rosadas. Mantenía suelto su largo cabello negro, tal como acostumbraba, pero un recatado prendedor dorado adornaba un lado de su cabeza.

Francis e Isaac se mantuvieron estáticos, observándola atentamente para asegurarse que realmente se trataba de la Dasha que conocían. Usualmente, ella prefería las ropas de tonalidades oscuras que ocultaban gran parte de su piel, tales como casacas o jerséis complementados por ajustados pantalones vaqueros y botines militares. Por ello, verla vestida de manera tan femenina, sin lugar a dudas, era un hecho completamente inesperado.

―Muévete, viejo ―susurró Isaac tras unos instantes de análisis―. Ahí la tienes en todo su esplendor, ¿me puedo ir ya? No ganas nada teniéndome de violinista.

―Húndete con el barco, camarada. Debe estar planeando algo perverso contra mí.

―Realmente eres un zascandil, la pobre Sugrobina se ha preparado y todo...

―Nadie se lo ha pedido. ―Francis chasqueó la lengua―. Le demostraré que tener una cita es una idea estúpida, por más bonita que se vea.

El chico comenzó a avanzar a grandes zancadas con dirección a la vampiresa. Isaac suspiró, preguntándose qué obsesión tenía su amigo en rechazar a Dasha con tanto ahincó. Si bien ella era una criatura sobrenatural de naturaleza cuasi demoniaca, era imposible negar que poseía destacables atributos femeninos, además de que su personalidad parecía haber cambiado para bien desde lo sucedido con el Director Artificial.

―Ya estoy aquí ―dijo Francis inexpresivamente al detenerse frente a Dasha. Volteó y obligó a Isaac a acercarse mediante señas―. Mi buen camarada es mi salvoconducto para asegurar mi vida y mi castidad.

―El zascandil este me trajo, Sugrobina ―acotó Isaac con molestia, empujando a Francis―. Pero la verdad es que prefiero irme ahora mismo.

―No, está bien ―contestó Dasha, con una sonrisa triste, y se levantó de la banca―. De todas formas, Francis no estaría cómodo si sólo fuéramos nosotros dos.

Los dos chicos se sorprendieron de la disposición asertiva de la vampiresa. Ambos habían asumido que haría uno de sus característicos pucheros e iniciaría una pequeña discusión antes de dar el brazo a torcer. Se miraron mutuamente, sin saber qué decir o cómo reaccionar.

―Entonces... ―Francis carraspeó―. ¿A dónde vamos primero?

―Espera, viejo, espera ―espetó Isaac, tomando a su amigo del cuello para apartarlo a un lado―. No seas imbécil, lo que debes hacer ahora es darle un cumplido digno de su belleza.

―¿De qué diablos hablas? Dar cumplidos no va de acuerdo a mi personaje. Soy especialista en insultos y...

―Hazlo, o la mala suerte caerá sobre ti... y no volveré a prestarte ninguno de mis videojuegos. A ver si así te curas de tu síndrome 2D.

Isaac lo soltó y Francis se frotó el adolorido cuello, murmurando maldiciones. Volvieron ante Dasha, quien se había mantenido observándolos con curiosidad.

―Déjame ver que se me ocurre ―comenzó Francis con una mano en el mentón. Dio un rápido vistazo a la vampiresa y suspiró ―. Tu vestido se ve bien y... esa cosa que llevas en el cabello combina con el color de tus ojos, creo, supongo, no sé. ―Miró a Isaac con desgano―. Eso cuenta como cumplido, ¿no?

―Apestas, viejo. Perdónalo, Sugrobina, no sabe lo que hace.

―¡Muchas gracias, Francis! ―dijo ella, soltando una risilla―. Supongo que podemos ir a comer algo. Por cierto, los vampiros no tenemos problemas con los ajos ni la sal ―añadió, muy orgullosa.

Francis chasqueó los dedos, con una enorme sonrisa burlona en el rostro.

―Entonces, eso significa que...

―Alto ahí, rufián ―interrumpió Isaac―. Tus bromas absurdas harán que la mala suerte caiga sobre todos nosotros. Así que calla y piensa en un buen restaurante.

―¿A ti qué mosca te ha picado? ―espetó Francis, hoscamente.

―Tú me has obligado a venir, colega. O te tomas la cita en serio o me piro. ―Isaac se frotó la barbilla―. Diablos, me estoy robando las expresiones de Dumblalf...

Francis chasqueó la lengua y miró a Dasha de reojo. Los ánimos de la chica no parecían haber disminuido, dada la enorme y brillante sonrisa que enmarcaba su rostro. Para no perder tiempo, comenzaron a recorrer la plaza hasta encontrar un restaurante especializado en carnes. Almorzaron sin mayores inconvenientes y, tras poco más de una hora, salieron del local, satisfechos.

―Qué extraño ―comentó Francis―. Tu pedido fue demasiado normal, Dasha. Pensé que ibas a exigir carne cruda, sangre fresca o un kilo de hígado, ya sabes, cosas de monstruos.

―¡Pisa el freno, zascandil! ―prorrumpió Isaac―. Vas a ofender a toda la comunidad sobrenatural que nos está leyendo, idiota... Aunque a mí también me resulta curioso nunca haberte visto beber sangre a pesar de ser una vampiresa, Sugrobina.

―La sangre sólo me resulta útil para potenciar mis habilidades vampíricas ―explicó Dasha, restándole importancia―. Y no tengo necesariamente que consumirla, con tocarla es suficiente... Tal vez sea porque soy mitad vampiro...

―¿¡Pero qué!? ―exclamaron Francis e Isaac al unísono.

―Prefiero no hablar del tema, lo siento ―dijo ella, sonriendo con angustia―. Pero pueden haber otras explicaciones, como que mi clan familiar es de vampiros demoniacos y no necróticos, o puede ser que...

―Espera, espera, espera. ―Francis se detuvo y la observó atentamente―. ¿Entonces eres mitad humana?

―No sé si humana. ―Dasha se cruzó de brazos, intentando ordenar sus pensamientos―. Mi padre, como ya saben, es Lord Upyros Sugrobina, el Monarca Sangriento. Él sí es un vampiro de puro pedigrí. Mi madre, en cambio... Ella es... ―Se calló, mientras sus ojos se abrían con sorpresa, tras lo que señaló al frente―. ¡Oh! ¡Miren! ¡Una exposición de animales!

La chica se apresuró a acercarse a una serie de puestos donde se podían observar pequeños animales de distintos tipos, algunos domésticos y otros salvajes.

―Ahora sí me interesa hacerla hablar ―comentó Francis, sonriendo maliciosamente.

―Parece incómoda con el tema ―consideró Isaac―. Mejor pregúntale cuando estén a solas, pero que sea en el momento adecuado. Tu insensibilidad natural es tu mayor debilidad, viejo.

―¡Al diablo con el momento adecuado! Aunque tampoco me gusta la idea de meterme en cosas de monstruos...

Se acercaron a Dasha, quien parecía fascinada observando unas crías de zorro que jugueteaban dentro de un minúsculo corral. En su país, Krossia, no existían leyes que prohibieran el comercio de animales exóticos, por lo que era común ver ese tipo de exposiciones. Si bien a lo largo de la historia habían surgido ciertas controversias éticas, la práctica no llegaba a un nivel que pusiera en peligro la fauna silvestre, de modo que las naciones vecinas preferían hacer la vista gorda.

Dasha estaba encantada con todos los animales que exhibían, sin importar si se trataba de lindos cachorros caninos y felinos, o atemorizantes reptiles escamosos. Francis e Isaac se limitaron a seguirla mientras discutían entre ellos sobre cuán moral era sacar a criaturas salvajes de sus peligrosos hábitats naturales para introducirlos en la pacífica vida citadina. Se mantuvieron en ese plan hasta que Dasha se detuvo ante un puesto que exhibía un enorme murciélago sostenido de cabeza en el interior de una jaula. El animal era rojizo y tenía un rostro similar al de un perro o un zorro que sobresalía de entre las alas negras con las que abrazaba su delgado cuerpo.

―Es un murciélago diadema del Reino Filipino ―comentó Isaac, acercándose para verlo mejor―. Increíble, he leído que sirven platos exquisitos con su carne... ―Carraspeó―. Pero sólo un loco pensaría en comerlo. Los murciélagos son amigos, no comida, que luego se produce una zoonosis y todos la palmamos...

―¿Qué está diciendo, Dasha? ―preguntó Francis al escuchar que el animal chillaba, asumiendo que la vampiresa podía comprender el lenguaje murcielaguil―. ¿Quiere chuparnos la sangre?

―No lo sé, pero es un murciélago frutero...

―Así es ―corroboró Isaac―. A diferencia de lo que muchos zascandiles creen, la mayoría de murciélagos no consumen sangre. Sólo los desmodontinae son hematófagos, pero como son originarios del continente Oblivion no se pueden estudiar...

―Parece triste ―afirmó Dasha en un susurro―. La jaula es muy pequeña y nadie le brinda afecto.

―Cómpralo y llévalo a tu casa ―planteó Francis, bostezando―. Murciélagos y vampiros deben llevarse tan bien como simios y humanos... Espera, esa no fue una buena comparación.

―Podría comprarlo sin problemas con mi tarjeta, pero... ―La mirada de la chica se ensombreció―. Mi familia lo terminaría matando por diversión.

―¡Ya sé! ―exclamó Isaac―. Sugrobina, cómpralo y regálaselo al zascandil de Frank.

―¿¡Qué!? ¿Por qué diablos querría yo un maldito murciélago gigante con cara de zorro?

―De esa manera, cada vez que lo veas recordarás a Sugrobina.

―¡Eso no tiene ningún sentido! ―espetó Francis, pero se percató que Dasha le dirigía una esperanzada mirada radiante―. Yo no quiero un animal... así de raro... ―Suspiró con exasperación―. Incluso si acepto, ¿cómo diablos les diría a mis padres que me hice con una mascota tan exótica?

―Piensa en las ventajas, viejo. ―Isaac se frotó el mentón―. Por ejemplo, podrás amaestrarlo para cosechar las frutas de los árboles del parque cercano a tu casa... ¡O incluso puedes enseñarle a hablar!

Francis enarcó una ceja.

―Los murciélagos no hablan.

―Este tipo sí, mutaron luego del Gran Cataclismo ―indicó Isaac―. Aunque no es tan fácil enseñarles... ¡Pero tú eres un zascandil, Frank, puedes hacerlo!

―¡Zascandil Frank! ¡Zascandil Frank! ―exclamó el murciélago con una voz chillona, intentando abrir sus alas.

Isaac y Dasha quedaron maravillados al escuchar que el animal había podido formular una palabra tan compleja. Francis, por su parte, no fue capaz de sentir más que aversión pura. No obstante, ante la insistencia de Isaac y el silencioso interés de Dasha terminó por resignarse, y se retiraron con el animal comprado.

―Nunca tuve un perro ni un gato y ahora resulta que mi primera mascota es un maldito murciélago gigante ―mascullo Francis, con el animal acomodado en sus hombros―. Al menos no pesa nada.

―Debes darle un nombre ―dijo Isaac―. Recuerda que es una hembra.

―Se va a llamar Maldita Murciélaga Cara de Zorra. ―Francis chasqueó la lengua al ver que Isaac se preparaba para rebatirle―. Bien, es un mal nombre. Dasha, tú bautiza al animal que compraste.

―Déjame pensar... un nombre lindo... ―La chica ladeó la cabeza―. Tal vez le quede... ¡Quiróptera!

Francis la miró con confusión.

―¿Quiro... qué?

―Es como tener un chimpancé y llamarlo Primate ―murmuró Isaac soltando una risilla, pero carraspeó al notar que Dasha hacía un puchero de indignación―. No suena mal, la podemos llamar Tera para hacerlo más corto.

―¡Tera! ―chilló el animal, muy contento, abrazando a Francis con sus alas―. ¡Zascandil Frank! ¡Tera!

―No me grites en el oído, Maldita Murciélaga Cara de Zorra.

Continuaron caminando, mientras recibían ocasionales miradas maravilladas de otros transeúntes. La atención parecía sentarle de maravilla a Tera cuyo rostro era increíblemente expresivo, lo que resultaba entretenido para Isaac y Dasha. Francis, en cambio, se lamentaba en voz baja el tener que cargar en la espalda algo que consideraba una abominación de la naturaleza.

Luego de un considerable trayecto llegaron ante un lago artificial y se detuvieron para observarlo. El atardecer se hizo presente, de modo que el brillo naranja de sol se reflejaba en las tranquilas aguas.

―Esto es tan bonito que me dan ganas de lanzar a la Maldita Murciálaga al lago ―Francis soltó un largo bostezo, que fue imitado cómicamente por Tera―. ¿Hasta qué hora vamos a seguir perdiendo el tiempo, Dasha? Con lo bien que estaría ahora jugando algo o simplemente vagando por la red...

―¡Ah, viejo, llegaste al límite! ―explotó Isaac, apuntándole con un dedo―. ¡Tu insensibilidad es incurable! ¡Me voy!

Sin más, Isaac partió muy enfurecido, murmurando que si él estuviera en la posición de Francis se esforzaría por ganar a la chica. Los otros dos se quedaron sorprendidos y estáticos por la inesperada reacción, y su mutismo se alargó durante varios minutos, interrumpido únicamente por los ocasionales silbidos de Tera.

―¿Podemos sentarnos un rato? ―dijo Dasha, al cabo de un tiempo, señalando unas bancas cercanas.

Francis se encogió de hombros y se sentaron juntos. El chico intentó separar a Tera de sus hombros, pero la murciélaga se negó a moverse lanzando chillidos. Dasha rio al ver la cómica pelea y procedió a desabrocharse las sandalias para poder quitárselas.

―No estoy acostumbrada a este tipo de calzado ―comentó la vampiresa, observando sus pies enrojecidos―. Incluso con mi regeneración natural son dolorosos...

―¿Entonces para qué diablos te las pones? ―masculló Francis, tomando a Tera de las alas para inmovilizarla.

―Quería verme bien para nuestra cita.

―Ah...

Se impuso nuevamente un incómodo silencio que se alargó durante algunos segundos, tras los cuales Dasha suspiró con tristeza.

―Ya no voy a volver a pedir que salgas conmigo, Francis.

―¿En serio? ―Enarcó una ceja con desconfianza―. ¿De verdad eres Dasha? ¿No eres una maldita impostora? Has estado rara todo el día.

―Realmente me divertí mucho, pero... ―La chica sonrió, acongojada―. Sé que a ti te desagradan estas cosas. Realizar ese tipo de cita no tiene sentido.

Francis dio un respingo.

―Pero... sí, supongo, aunque yo...

―Al final nada tiene sentido. ―Dasha bajó la mirada―. Todo salió mal por mi culpa. Cuando te declaré mis sentimientos lo hice de manera intimidante... Y luego continué arruinándolo todo por mi actitud. ―Se cubrió el rostro con las manos―. Sé que me odias, siempre lo he sabido, pero... yo sólo quería... tenía la esperanza que...

Francis soltó las alas de Tera, la cual volvió a engancharse a sus hombros. El chico observó a Dasha sin saber muy bien cómo responder. La repentina explosión de sentimientos lo había dejado confundido, especialmente porque, además de su madre y su hermana, tenía nula experiencia tratando con el sexo opuesto. Y, sin contar los simuladores de citas que acostumbraba jugar, tenía incluso menos experiencia en temas románticos.

Francis decidió que, al menos por una vez en la vida, utilizaría su poder de reflexión para idear un comentario ingenioso que arreglara lo tenso de situación. Por lo general él odiaba la hipocresía, y creía que lo mejor era ser siempre completamente honesto, incluso si eso implicaba ofender a los demás. Pero, pensó, tal vez no era mala idea tener un poco de tacto de vez en cuando, más aun considerando que Dasha era, sin lugar a dudas, la chica más bonita que había conocido en su vida y la única que le había prestado atención.

No obstante, su lado racional saltó a la defensiva al instante, recordándole que a quien tenía ante sí no era una chica humana normal. Era una vampiresa obsesiva compulsiva, acosadora, dominante y peligrosa. Estaba seguro de eso, pero ver a Dasha cubriéndose el rostro en silencio lo obligó a replantearse aquella perspectiva. Al final concluyó que, posiblemente, era mejor rendirse y aceptar que la regla que había imperado a lo largo de su vida debía ser desechada de una vez por todas.

―Muy bien, muy bien, de todas formas la normalidad no existe ―musitó Francis y tomó una gran bocanada de aire―. Escucha, Dasha. Yo odio a todo el mundo, o al menos eso creía. Es decir, puedo hacer excepciones como con Isaac y mi familia... Y no sé si pueda considerar como amigos a los heraldos, al Director, a Doggy y a Kiseki, pero por ahí están, lo que significa que... ―Se frotó la barbilla, pensando―. ¿Cómo decirlo? Mi vida ahora es muy rara y para colmo obtuve una murciélaga gigante de mascota... Supongo que debo resignarme a admitir cuán raro soy yo mismo...

Dasha despegó sus manos de su rostro y lo observó en silencio, con un gesto afligido.

―Entonces, lo que quiero decir es que... ―continuó Francis, con una mano en la cabeza―. Voy... Voy a hacer el esfuerzo de tomarme nuestra relación en serio. ―Suspiró pesadamente―. Así que, vamos desde cero, la verdad es que no tengo experiencia en esto, pero... ―Sacudió la cabeza―. ¡Al grano! Dasha, ¿quieres ser mi novia de verdad?

La chica quedó estática, con los ojos completamente abiertos por la sorpresa. Luego de unos segundos de estupor, se lanzó hacia Francis, abrazándolo con todas sus fuerzas. Además de causar el crujir de algunos huesos, el aparatoso abrazo espantó a Tera, quien consiguió usar sus alas para quedarse volando a un lado.

―¡Sí! ¡Acepto! ¡Acepto!

―Espera, Dasha... ―masculló Francis, devolviéndole el abrazo pero al mismo tiempo intentando apartarla―. Me matas...

―¡Acepto zascandil Frank! ¡Acepto zascandil Frank! ―chilló Tera y, celosa, se unió al abrazo para separar a su dueño de su vampírica rival.


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