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OVA 3: No hay razón para construir un muro y derrotar a los héroes truchos

―Y por eso es que no tiene sentido pagar dinero real por códigos binarios llamados "videojuegos" ―concluyó Isaac, seguro de sí mismo.

―Pero si los desarrolladores no ganan nada, entonces la industria se va a la quiebra ―rebatió Francis, dando un bostezo.

Se encontraban en su salón de clases, ya entrada la tarde. Por azares del destino habían obtenido la última hora libre, de modo que ellos y los demás alumnos esperaban el timbre de la salida para poder irse del lugar.

―Cambiando de tema ―dijo Isaac y señaló un grupo de gente al otro lado del salón― ¿No crees que Sugrobina se ha vuelto inesperadamente sociable?

Francis miró con desgano hacia donde su amigo apuntaba y, efectivamente, distinguió a Dasha conversando de forma animada con otras chicas. Se encogió de hombros y miró por la ventana.

―Ha de ser un plan maligno para ganarse la confianza de los insensatos.

―Parece lo más lógico.

―No la veas mucho para no llamar su atención.

―Muy tarde, camarada. Está viniendo.

Francis chasqueó la lengua y dirigió su mirada al lado de su pupitre. Tal como se lo temía, Dasha estaba ya allí, observándolo sonriente.

―¿Qué quieres? ―espetó el chico, frunciendo el ceño.

―Invítame a una cita.

―¿Ah? ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde?

―Ya vamos más de un mes saliendo, pero en realidad nunca hemos "salido" ―explicó ella, con las manos en las caderas―. Tienes el deber de llevarme a una cita ahora.

―Oblígame.

―Hazlo o le contaré a todos los secretos que Milaya me reveló sobre ti.

―Desgraciada Mila, me traicionó vilmente. ―Francis meneó la cabeza―. Está bien, me rindo. Vamos a algún lado apenas suene el timbre.

...

―Me sorprende que realmente hayas aceptado ―comentó Dasha, caminando al lado de Francis por las calles que daban a la plaza de la ciudad.

―¿Ya estás feliz? Terminemos esto rápido, quiero regresar a mi casa para poder jugar en paz.

―Debería estar realmente feliz, pero... ―Dasha señaló a Isaac, que también iba con ellos―. ¿Por qué diablos está él aquí?

―Lo mismo me pregunto yo ―respondió el aludido―. No quiero andar de violinista.

―Isaac y yo somos como uña y mugre. Además, es más divertido con más gente.

―Ni siquiera tengo ánimos para discutirlo. ―Dasha suspiró―. Entonces, ¿a dónde me vas a llevar? ¿A comer algo?

Francis se acarició la barbilla.

―Isaac, ¿conoces algún lugar donde sirvan comida tóxica para vampiros?

―Intrigante cuestión ―contestó el chico, asintiendo―. Tal vez un restaurante especialista en ajos y comida salada sea la mejor opción.

―Muy bien, busquemos algo así.

Continuaron caminando en completo silencio durante algunos minutos, hasta que Francis repentinamente se detuvo.

―¿No vas a decir nada, Dasha? Algo así como que estamos hablando estupideces, o amenazarnos de muerte. Ya sabes, cosas de monstruos.

―No, ya me da igual. ―La chica les dio la espalda―. Creo que mejor me iré a casa.

Francis e Isaac se mantuvieron silenciosos y estáticos mientras observaban cómo Dasha se alejaba lentamente. En pocos segundos, su silueta se perdió entre el gentío que recorría la calle, y ambos chicos se miraron mutuamente.

―Esta vez nos pasamos ―opinó Isaac, con sincera preocupación―. Mi padre me enseño que el peor pecado de un hombre es afligir a una mujer.

―Al contrario, ya era hora. ―Francis carraspeó, inexpresivo―. La traté de manera indiferente todo este mes para que ella misma le pusiera fin a nuestra falsa relación. Por fin funcionó, que feliz estoy.

―¿Estás bien con eso? Sugrobina es tu primera novia, y posiblemente también sea la última.

―Eh, no seas boca salada. Te apuesto que...

Francis no pudo terminar la frase debido a un leve temblor de tierra que casi lo hizo perder el equilibrio. Al instante, los edificios y personas que se encontraban alrededor de ambos chicos desaparecieron, para dar lugar a un espacio completamente blanco.

―Maldito Director... ―masculló Francis, adivinando lo que estaba por suceder.

Rápidamente el espacio blanco fue reemplazado por una inmensa sala de piso y paredes negras y brillantes, iluminada por amplios ventanales que daban al exterior. Allá afuera se podían observar casas y edificios, además de un enorme monolito que se elevaba a lo lejos.

―Estamos en el último piso de un rascacielos ―asumió Isaac, observando por los ventanales―. Esto me da mala espina.

―¡Francis-kun! ¡Isaac-san! ―exclamó Kiseki, acercándose a ellos―. Watashi wa hitori janakute yokatta.

―Así que también estás aquí, Kiseki. ―Francis miró a su alrededor―. Y los demás...

Logró divisar a Dasha a unos cuantos metros, pero ella evitó cruzar miradas. También distinguió la presencia de alguien que le resultó vagamente familiar.

―Ese cabello bicolor, esas uñas negras, esa expresión de ingenua malicia... ―Francis señaló al frente―. ¡Es Doggy!

―Diablos, de verdad es Doggy ―confirmó Isaac―. Y lleva el mismo mini vestido que mi hermana le prestó hace más de un mes...

―Realmente mi denominación existencial es Barahometh... ―acotó ella, avanzando unos pasos.

―Pero es un problema que Doggy sea Doggy cuando el perro Doggy también es Doggy ―consideró Francis, ensimismado.

―Tienes razón, será confuso cuando Doggy y Doggy estén cerca y tengamos que nombrar a alguno ―añadió Isaac―. ¿Qué hacemos?

―Simplemente usen mi nombre real ―propuso la demonio, frunciendo el ceño―. Soy Barahometh...

―¡Ya sé! ―exclamó Francis―. Cambiemos de nombre al perro. Como es macho que se llame Doggo, así podemos seguir llamando Doggy a Doggy.

―Muy bien, entonces Doggo es Doggo y Doggy es Doggy.

―Pero soy Barahometh...

Repentinamente, la iluminación de la sala se hizo más potente y el Director Absurdo, con su característica apariencia infantil, entró en escena.

―Muy bien, formas de vida subdesarrollada, vamos a comenzar con la evaluación.

―Maldito Director, ¿qué afán tienes con los exámenes sorpresa? ―espetó Francis.

―De todas formas ustedes no tienen nada mejor que hacer. ―La niña suspiró―. Hoy no contaremos con la participación de los Heraldos de Folkmord porque hace poco intentaron destruirse mutuamente y aún no se recuperan por completo... Les explicaré las reglas rápidamente, primero miren allá.

El Director señaló hacia el centro de la sala, donde un haz de luz iluminó un pequeño trono cuyas tonalidades variaban entre el dorado y el carmesí. Allí sentado se hallaba un curioso personaje vestido con un extraño mameluco amarillo de mangas y medias blanquirrojas, lo que hacía resaltar su piel inhumanamente blanca y su desordenado cabello rubio. Se encontraba en una posición de reflexión, con un brazo apoyado en una pierna y el otro doblado para sostener su quijada.

―Es un payaso ―soltó Isaac, observando sus gigantescos zapatos y su brillante nariz escarlata.

―Es Donald McRonald ―explicó el Director―. En estos momentos está canalizando su poder psiónico para construir un muro de concreto que separe la ciudad en dos.

―Suena genial ―masculló Francis con sarcasmo―. ¿Y qué debemos hacer nosotros?

―Ustedes, formas de vida subdesarrollada, deben ayudarlo a construir el muro. Para eso deberán encontrar y derrotar a los Justicieros Sociales que están escondidos en la ciudad.

―¿Sólo eso? ―Francis soltó una risilla―. Tenemos de nuestro lado a Doggy, será fácil mientras no aparezca un demonio más grande.

―Mi nombre es Barahometh, por cierto.

―Esa será su desventaja ―declaró el Director―. Los Justicieros Sociales se autoperciben como héroes, de modo que están cargados de Deus Ex Machina. Si intentan confrontarlos con métodos violentos, saldrán perdiendo. ―Señaló el monolito que se podía observar a través de los ventanales―. Por allí está el Social Justice Warrior, su líder. Deben derrotarlo para que Donald McRonald pueda terminar de levantar el muro.

―Pero si no podemos utilizar la violencia, ¿cómo les ganamos? ―preguntó Isaac.

―No sé, ustedes piensen en algo. ―La Titánide ladeó la cabeza―. Les daré una pequeña condición de victoria. Divídanse en dos grupos y recorran la ciudad con dirección al monolito para terminar rápido. ―Señaló a Isaac, Doggy y Kiseki―. Ustedes tres vayan por un lado ―señaló a Francis y Dasha―, y ustedes por el otro.

―¿Qué hay con esa división de grupos? ―espetó Francis.

El Director Absurdo lo ignoró y desapareció en medio de una explosión multicolor. Los demás se miraron mutuamente y luego observaron al payaso sentado en el trono.

―Voy a construir un muro y nadie construye muros mejor que yo, créanme ―dijo el peculiar personaje, devolviéndoles la mirada―. Ahora vayan, mis queridos conciudadanos. Pero antes déjenme detallar cuánto ha mejorado la economía nacional desde que estoy sentado en este trono...

―¿Qué hacemos? ―Isaac dirigió la vista a los ventanales―. ¿Salimos o nos quedamos a escuchar?

Francis chasqueó la lengua.

―Larguémonos de aquí cuanto antes.

...

Isaac, Doggy y Kiseki se mantenían alerta mientras caminaban lentamente a través de las desiertas calles de aquella ciudad desconocida. La chica mágica, con su atuendo especial y su arma entre las manos, iba en la retaguardia, atenta a cualquier indicio que anunciara la presencia de enemigos. Doggy avanzaba a la cabeza, sin mostrar mucha preocupación, pero lista para asumir su forma demoniaca ante cualquier señal de amenaza. Isaac, como el humano inútil que era, no podía más que caminar en el centro sin capacidad de aportar algo al grupo.

―Por alguna razón me siento ofendido ―comentó este último, mirando al cielo.

―¡Silencio! ―ordenó Doggy, levantando un brazo―. Algo se acerca.

Al cabo de unos segundos apareció lo que parecía ser una persona con una enorme y peluda máscara de conejo cubriéndole la cabeza entera. A pesar de llevar un bikini blanco era imposible determinarlo como un hombre o una mujer, pero el individuo no parecía sentir algún tipo de vergüenza y caminaba dando saltitos.

―¡Yo! ―prorrumpió el recién llegado (o llegada) con una voz chillona―. ¡Soy el gran Veganimalista! ¡Teman, enemigos del heredero! ¡Aquí les tengo su cariñito!

En un segundo Doggy se transformó en una corpulenta bestia negra con cráneo de cabra y se preparó para atacar.

―¡Espera, Doggy! ―exclamó Isaac―. No debemos luchar directamente...

―Voy a mandar al infierno a esa cosa y sus malas referencias ―siseó la demonio.

Sin más, Doggy saltó con fiereza y, mientras se sostenía en el aire con sus alas, concentró energías oscuras y violetas entre sus peludas manos.

―Por cierto, no soy Doggy, soy Barahometh ―dijo ella, mirando directamente a la cámara, pero la vamos a seguir llamando Doggy―. Desgraciado narrador.

Entonces Doggy utilizó su demoniaca fuerza para lanzar un orbe destructivo con dirección al Veganimalista. No obstante, a último segundo el extraño individuo se resbaló y cayó de espaldas, de modo que evitó el ataque de Doggy por un pelo. La energía demoniaca siguió de frente hasta chocar contra un edificio, que casualmente estaba construido con metal estelar, lo que provocó una discordante explosión. Entonces se produjo una reacción en cadena que se esparció por el cielo, hasta terminar impactando a Doggy en un costado. La demonio, adolorida, regreso a tierra y recobró su forma humana.

Eso pasa cuando insultas al narrador, Doggy, apréndelo bien.

Por su lado, el Veganimalista se levantó del suelo y alzó una mano, en la que sostenía una pequeña moneda.

―Acabo de encontrar dinero, la madre naturaleza me ama. Por eso soy moralmente superior a todo el mundo, malditos carnívoros.

―Realmente voy a matarlo ―espetó Doggy, preparando una nueva ofensiva.

―Espera, hay que pensar bien las cosas ―afirmó Isaac―. ¿Alguna idea, Kiseki?

―Si le disparo es probable que me regrese el ataque. Nante mendō...

―¡Escúchenme, desgraciados, les voy a explicar por qué comer pasto es lo mejor para la salud! ―exclamó su enemigo, levantando ambos brazos.

―Si no podemos usar la violencia, tal vez debamos seguirle el juego ―concluyó Isaac y avanzó unos pasos―. Muy bien, conejo, te escucho.

―El pasto es hierba. La hierba es buena, te hace volar. Fin.

―No puedo argumentar nada ante esa lógica ―contestó Isaac, aguantando la risa―. ¿Y de dónde vas a sacar el hierro necesario para producir hemoglobina y mioglobina? Cabe destacar que mencionar el consumo de legumbres y cereales no tiene sentido porque...

―Más despacio, cerebrito. Yo no sé nada que vaya más allá de biología de primaria. Sólo sé que las plantas son buenas y la carne es mala.

―Si la carne es mala, entonces todos los animales compuestos de carne son malos. Mejor matarlos.

―No, lo que digo es que comer carne es malo.

―¿Y comer plantas no es malo?

―No, porque las plantas... las plantas no sienten.

―Si las plantas no sienten, ¿cómo es posible que reaccionen a los cambios en su entorno? Tenemos a los girasoles, por ejemplo. Y también a...

―Las plantas no sienten dolor, eso es.

―¿Entonces está bien comer cualquier cosa que no sienta dolor? ―preguntó Isaac con una sonrisa maliciosa.

―Así es ―aseveró el Veganimalista, un poco inseguro.

―¿Sabías que la rata topo desnuda no siente dolor? ¿Está bien comérnosla? ¿Qué me dices de la insensibilidad congénita al dolor con anhidrosis? ¿Podemos comernos a los animales que la sufran? ¿También los humanos están incluidos?

―No, no me refiero a eso... ―El peculiar sujeto retrocedió un par de pasos―. Digo que los animales sienten dolor... las plantas no...

―Acabo de rebatirlo, viejo.

―Creo que mejor explotaré.

Dicho y hecho, el Veganimalista decidió suicidarse reventando en mil pedazos, liberando así al mundo de sus argumentos sin ningún tipo de sustento moral ni científico. Isaac, orgulloso de haber demostrado que no era tan inútil como creíamos, se volteó hacia sus compañeras y les sonrió.

―Un problema menos.

―Que estupidez ―masculló Doggy suspirando―. Sigamos.

Continuaron avanzando a través de las calles. El encuentro con el hombre-mujer conejo los había confundido y no sabían qué esperar de sus siguientes adversarios. Aceptaron que, tal como había dicho el Director, enfrentarlos con violencia los pondría en desventaja, pero tampoco estaban seguros que una simple conversación les permitiera derrotarlos a todos.

Tras unos minutos de tranquilidad, su andar fue interrumpido por la aparición de un nuevo personaje. Parecía un hombre joven, pero su ralo cabello negro y su descuidada barba le daban un aspecto desgarbado y envejecido. Llevaba una sucia chaqueta militar oscura encima de un conjunto de ropa deportiva profundamente roja. En una de sus manos sostenía una pequeña pala y en la otra, un minúsculo martillo, ambos dorados. El sujeto, al ver a los chicos, esbozó una sonrisa torcida y los invitó a acercarse con un gesto de cabeza.

―Yo soy el magnífico Karlitos Max ―expuso el individuo, moviendo las manos con gran efusividad―. Defiendo la igualdad y la equidad entre las masas oprimidas y la gente necesitada. ¡Escuchen! Las llamas de la injusticia arden y asolan las mentes libres de los hombres de nuestro tiempo. ¡Levántense! Y peleen por dar a cada quien según sus necesidades y según sus capacidades.

―¿Eso que llevas en la muñeca no es un reloj de oro? ―preguntó Isaac con curiosidad.

―Así es, lo compré con el dinero del Estado... ―Karlitos se atragantó―. Mis amados compatriotas lo obtuvieron en una rifa y me lo regalaron para demostrar cuan agradecidos están con las mejoras que he traído a sus vidas. ―El hombre comenzó a mover los brazos de un lado a otro―. Veo que ustedes son jóvenes y están llenos de sueños egoístas. ¡Despierten! No dejen que las cadenas del individualismo nublen sus decisiones, y luchen por crear un futuro mejor para las generaciones venideras.

―Este me cae bien ―afirmó Doggy, sonriendo―. Parece de esos que siempre hacen planes estúpidos que tienden a fracasar.

―¿Por qué tienes una pala y un martillo? ―preguntó Isaac señalando las manos del hombre.

―Porque no pude robar ninguna hoz... ―Karlitos bufó―. No se fijen en detalles pequeños, jóvenes insolentes. ¡Acompáñenme a confrontar la opresión del sistema socioeconómico actual!

Isaac enarcó una ceja.

―¿A qué sistema te refieres?

―¿No es obvio? ¡Al que impera en el mundo y explota la fuerza de trabajo de las masas oprimidas!

―Pero sólo en Auria existen como medio millón de sistemas políticos, sociales y económicos distintos. Tenemos a las repúblicas imperiales, por ejemplo, o a las teocracias republicanas. También están las monarquías absolutas y las aristocracias parlamentarias. ―Isaac se frotó la barbilla―. En términos generales, la mayoría funciona de manera correcta...

―¡Ara! ¿Estamos hablando de tipos de gobierno? ―Kiseki empuñó ambas manos―. Entonces Nipón les gana a todos los otros países. Es un shogunato tecnócrata y...

―Pisen el freno, jovenzuelos impertinentes ―espetó Karlitos, agarrándose la cabeza con ambas manos―. Repasemos algo de la teoría económica que me inventé ayer en la noche...

―Primero dinos contra cuál de todos los sistemas estás luchando. ―Isaac levantó el dedo índice―. Además debes exponer qué otro sistema propones para reemplazarlo.

―Eh... claro, bueno... esto... ―El hombre sacudió su grasiento cabello y señaló a Kiseki―. ¡Pero miren a esta perversa hija de la burguesía! ¡Su cabello rosado y sus ropas llamativas son claras señales de su afiliación al materialismo individualista! ¡Y lleva un arma destructiva entre sus manos, sin lugar a dudas es malvada!

Hidoi, hidoidesu! ―sollozó la aludida, haciendo un puchero―. Anata ga watashi o bujoku surunode?

Isaac se interpuso entre ambos

―Eh, viejo, ¿por qué atacas a la pobre Kiseki? Ella es la única persona agradable de nuestro grupo.

―No me gustan los orientales, deformaron mi maravillosa ideología y se quedaron sólo con la parte social ―indicó Karlitos, resoplando―. Además, las mujeres no son aptas para disfrutar de las ventajas de mis incomparables ideas.

―Creo que cometes dos grandes errores con lo que acabas de decir. ―El chico miró a Doggy y Kiseki, y luego su atención regresó al desagradable hombre―. A ver, camarada revolucionario, si tengo dos vacas, ¿qué debe hacer el Estado?

―Es claro. Debe expropiarlas para repartirlas equitativamente entre toda la población.

―¿Nadie podría quedarse con las dos vacas? ¿No hay excepciones?

―Absolutamente. El Estado es dueño de todos los bienes.

―Muy bien, esperaba esa respuesta.―Isaac sonrió abiertamente―. Entonces, si tú tienes dos vacas, ¿qué debe hacer el Estado?

―Nuevamente, debe... Espera, ¿yo?

―Sí, tú, el amado líder supremo. Tú tienes dos vacas, ¿qué sucede entonces?

―En tal caso... ―Karlitos frotó su tupida y sucia barba―. Si las dos vacas son mías... ¡Ya sé! Yo me las quedo porque el Estado soy yo.

―Eso lo dijo un rey anterior al Gran Cataclismo ―señaló Doggy―. Resume la naturaleza de las monarquías primitivas.

―No, esto es distinto porque... porque, bueno, yo soy yo y... ―El hombre miró a todos lados―. Yo soy... Estoy por sobre eso y...

―¿Por qué no mejor explotas? ―sugirió Isaac.

―Buena idea, eso haré.

Sin más, Karlitos Max reventó, mandando a volar billetes y monedas por todos lados. Los chicos asumieron que el enfrentamiento había concluido por lo que retomaron el avance. Para su sorpresa no se toparon con más obstáculos en el trayecto y finalmente llegaron ante los enormes portones del monolito.

―Acá hay un mensaje ―comentó Isaac, acercándose a las puertas cerradas para revisar su superficie―. Dice: "Sólo podrán entrar cuando todo el team esté completo".

―Me pregunto cómo estarán Francis-kun y Dasha-san.

―Se están acercando ―informó Doggy, señalando hacia una calle.

Efectivamente, los dos que faltaban caminaban lentamente con dirección a las puertas del monolito. Ambos tenían la mirada ensombrecida y estaban separados por varios metros.

―¿Qué tal, camarada? ―preguntó Isaac al tener a Francis cerca.

―Fue una maldita idiotez. Nos encontramos con un maldito cerdo asqueroso que hablaba sobre la belleza de la grasa, y luego con una maldita cosa deforme que no dejaba de quejarse de las vacunas o algo así.

―Me sorprende que estén ilesos ―comentó Doggy con curiosidad―. En nuestro caso, Isaac hizo todo el trabajo.

―No sé qué pasó ―Francis suspiró―. Me dieron tanto asco que simplemente los insulté un poco y terminaron explotando.

En eso, el portón comenzó a abrirse lentamente dando paso a un gigantesco salón de paredes negras. Estaba iluminado por frías lucecillas azules que emergían del oscuro techo, brindado un toque siniestro a toda la estancia. Al fondo de la misma, frente a un monumento piramidal, se revolvía una masa negruzca sin forma definida.

―¿Entramos? ―preguntó Isaac, inseguro.

―Demonios primero ―dijo Francis, haciéndole una señal a Doggy quien frunció el ceño―. Vamos, eres la más fuerte de todos nosotros. ¿Qué es lo peor que te podría pasar, oh, gran y demoniaca Doggy?

Ella chasqueó la lengua y se colocó a la cabeza del grupo. Ingresó y avanzó a grandes zancadas hasta detenerse cerca del centro de la sala. Volteó hacia sus compañeros, quienes habían dado unos pocos pasos en el interior, y les hizo una señal.

―No parece peligroso... ―Doggy endureció el rostro al ver que el portón de la estancia se cerraba con rapidez―. Pero...

Fue interrumpida por el golpe de un colosal tentáculo que emergió de la masa negra. Doggy sufrió el embate en el vientre y salió despedida varios metros, hasta chocar violentamente contra una de las paredes del recinto para luego caer al suelo. Los demás pretendieron ir a ayudarla, pero nuevos tentáculos les cortaron el paso, disolviendo el grupo. Francis, Isaac y Dasha quedaron por un lado, concentrados en evitar ser aplastados por los bamboleantes cilios, mientras que Kiseki fue capaz de acercarse a la maltrecha demonio.

―¿Estás bien, Doggy-chan?

―No, por favor. Tengo suficiente con que me digan Doggy, no le agregues "chan" al final.

Gomen'nasai. Pero soy incapaz de dirigirme a alguien sin usar un honorífico, Doggy-chan.

Doggy resopló y se levantó pesadamente del suelo. No había sufrido ningún daño severo, pero el tremendo porrazo del tentáculo le había demostrado la diferencia entre sus niveles de fuerza física. Sin lugar a dudas, el Director Absurdo había brindado a la masa negra un nivel de poder similar al demoniaco. Con molestia, dirigió su mirada hacia sus compañeros, quienes no parecían tener mucha idea de cómos solucionar el embrollo.

―No creo que podamos arreglar esto con una conversación pacífica ―opinó Isaac, observando la masa negruzca de la que nacían los tentáculos―. ¿Será esa cosa el Social Justice Warrior?

―Maldito monstruo, ni Yoghoth es tan feo ―Francis chasqueó la lengua y miró a Dasha―. ¡Oye, usa a tu mascota retrasada para que haga de distracción!

Ella soltó un femenino bufido y lo ignoró. Francis frunció el ceño y se preparó para lanzarle algún hiriente insulto.

―Hay pensar bien ―indicó Isaac, consciente de la tensión entre sus amigos―. Si Yoghoth muere no tenemos a Gandledore cerca para revivirlo. ―Observó el caótico movimiento de los tentáculos―. Tal vez siga un patrón de ataque...

―¡Tengo una idea! ―exclamó Francis repentinamente―. Vamos a combatir fuego con fuego.

El chico respiró hondo y concentró todo su poder imaginativo. La estancia comenzó a temblar mientras el techo se resquebrajaba. Tras unos instantes, parte de la estructura fue destruida con violencia y un cardumen de peces multicolor entró en el salón, emitiendo burbujeantes rugidos.

―El Director Artificial... ―dijo Isaac, sorprendido―. Me había olvidado por completo de su existencia.

―Con todos los problemas que nos causó antes, debe saldar su deuda ―indicó Francis y señaló al conjunto de tentáculos―. ¡Ahora ve y demuestra que eres una buena réplica!

Los peces se organizaron para formar un enorme puño y arremetieron contra la masa negra. Pero, antes de alcanzarla, un par de tentáculos los azotaron, lanzando a los animales por todos lados.

―¿Siempre fuiste tan débil? ―preguntó Francis a uno de los peces que había caído cerca.

―¿Qué quieres que haga? ―contestó este con su voz burbujeante―. Mi versión real te dijo que la violencia no sirve. Esa cosa tiene más Deus Ex Machina que un héroe de alta fantasía épica.

―¡Creo que tiene un punto débil! ―exclamó Kiseki, desde el otro lado del salón―. ¡En el centro de sus tentáculos!

Los demás observaron que, efectivamente, la masa rodeaba lo que parecía ser una caja celeste con un símbolo de copo de nieve. El constante movimiento de sus tentáculos mantenía el inesperado objeto fuera de alcance la mayor parte del tiempo, pero en determinados momentos lo dejaba a la vista.

―Si el Director Absurdo es tan aficionada a los videojuegos como parece serlo, entonces realmente debe ser un punto débil ―opinó Isaac―. La pregunta ahora es cómo destruirlo.

―Si no se puede por las buenas, será por las malas ―afirmó Francis―. Director Artificial, usa tus animales para llamar la atención de los tentáculos y mantenlos pegados al techo. ―Se giró hacia la chica mágica y la demonio―. ¡Doggy, haz lo mismo pero mantenlos en el suelo! ¡Kiseki, utiliza tu rifle para confundir a la masa si es que puedes! ―Observó a Isaac―. Mantente al margen, compañero, y dinos si ves algo raro que nos obligue a improvisar. Por último, Dasha, apóyame.

Sin más, Francis comenzó a correr directamente hacia el centro de los tentáculos, dejando pasmados a sus compañeros por aquel inesperado arrebato de liderazgo. Pero se recuperaron al instante y se apresuraron a cumplir con sus respectivos roles, de modo que los cilios se concentraron en atacar al Director Artificial y a la demoniaca Doggy por separado. No obstante, a último momento de la masa surgieron unos delgados apéndices que se lanzaron contra Francis al sentirlo demasiado cerca.

―¡Kiseki! ―exclamó Isaac, percatándose del ataque sorpresivo―. ¡Lánzale algo!

Hai! ―La chica mágica levantó su rifle y apunto a la masa―. Mahō no kemuri bakudan!

El cañón del arma expulsó una esfera que reventó en el aire, llenando gran parte de la estancia con un humo rosáceo de fragancia dulce. Francis no tuvo problemas en atravesar la humareda, pero los apéndices le perdieron el rastro. El chico asumió que tenía la victoria asegurada, por lo que siguió adelante hasta estar a tan solo unos pasos de la caja del copo de nieve. No obstante, en ese preciso instante la masa negruzca creó un colosal tentáculo espinoso y lo dejó caer violentamente contra Francis.

―¡Cuidado!

El chico cayó a un lado, adolorido pero ileso. Dasha había logrado empujarlo a tiempo para evitar el impacto del tentáculo, pero en el proceso una de sus piernas había quedado destrozada. La vampiresa se arrastró para alejarse de la masa, que había dejado de prestarle atención, pero el dolor la obligó a detener su avance.

―¡Maldición! ―Francis se apresuró a acercarse a Dasha y se agachó a su lado―. ¿Quieres suicidarte, vampiresa estúpida?

―Al menos... tú estás bien ―contestó ella con una quejumbrosa sonrisa.

Francis chasqueó la lengua, consciente que en cualquier momento otro tentáculo les caería encima. Sin mucha idea de lo que debía hacer, colocó un brazo alrededor de la espalda de Dasha y el otro alrededor de la flexión de sus rodillas para poder levantarla.

―¿Cómo diablos pesas tanto?

―No le digas eso... a una chica.

Con suma dificultad, pudo cargar con ella hasta alcanzar una columna en la cual se apoyó. Pero, tal como se lo temía, la masa tenía listo un nuevo tentáculo para dar el golpe de gracia. Francis apretó la mandíbula, acomodó a Dasha entre sus brazos, y miró a su enemigo con odio.

―¡Maldito monstruo subnormal! ¡Basura asquerosa de porquería!

El tentáculo, que ya estaba listo para atacar, se sacudió con violencia y luego se mantuvo estático.

―¿Qué pasa, desgraciado engendro? ¿Acaso tu inexistente cerebro de molusco está dudando?

La masa entera pareció reducirse por un segundo, mientras que los tentáculos que luchaban contra el Director Artificial y Doggy redujeron la violencia de sus embates. La capa de humo rosado que Kiseki había disparado estaba desvaneciéndose, de modo que Isaac pudo analizar la situación en pocos segundos.

―¡Eso es! ¡Francis, usa tu poder especial de insultos a diestra y siniestra!

―¿Mi qué de qué?

―¡Sólo sé tú mismo! ―Observó a sus compañeros―. ¡Todos, háganlo también!

―No lo entiendo bien, pero... ­―Francis tomó una bocanada de aire―. Ah, qué asco da tener que luchar contra cosas deformes y sensibles que se ofenden por unas cuantas palabras.

Algunos tentáculos se desprendieron de la masa y cayeron pesadamente al suelo.

―Nunca crearía una criatura tan desagradable en mi pequeña Razón de lo Absurdo ―afirmó el Director Artificial, haciendo que sus peces dispararan chorros de agua contra los tentáculos―. Incluso yo, que no tengo forma definida, siento lástima por algo así de repulsivo.

La masa se hizo más pequeña.

―Te voy a decir la verdad ―dijo Doggy, acomodando su cuerpo peludo sobre algunos tentáculos caídos―. Los demonios tenemos un sentido estético muy poco desarrollado, pero incluso así tu fealdad es innegable.

El monstruo quedó reducido a una viscosidad negruzca cubriendo parte del cubo con símbolo de copo de nieve. Sin embargo, algunos de sus tentáculos seguían activos y se mantenían en una desesperada posición defensiva, bamboleándose frenéticamente.

―¡Acábalo, Kiseki! ―exclamó Isaac.

­―Sukoshi kangae sasete kudasai. ―La chica mágica se frotó las sienes―. Eto... Are?... Eto, eto... B-Baka!

Los tentáculos se quedaron quietos, incapaces de comprender qué les había querido decir.

―¡Dilo en esperanzus, nipona! ―exclamó Dasha―. ¡Ah! ¡Mi pierna me duele!

―Pero no me gusta insultar a los demás y menos dos veces ―explicó Kiseki pero suspiró al ver las miradas despectivas de sus compañeros―. Ī nda yo! Yo... no creo que la masita negra con la que luchamos sea especialmente fea, pero... tampoco es bonita.

La viscosidad, consciente de su ridícula derrota, aceptó que la única solución era explotar, cosa que hizo al instante. Ya sin obstáculos, Isaac caminó tranquilamente hasta la caja del copo de nieve y la revisó con la mirada, mientras esperaba que sus compañeros se acercaran. En eso, el objeto separó sus partes y se abrió, dejando al descubierto una pequeña criatura antropomórfica, similar a una rata pelada de piel rugosa.

―¡Yo soy el inigualable Social Justice Warrior! ―bramó el ser, pero su diminuto tamaño lo hacía difícil de escuchar―. ¡Ríndanse y tendré piedad de ustedes, malditos retrógradas discriminadores! ¡Se atrevieron a matar a base de insultos a mi preciosa Masa de Renegados Anónimos! ¡Los voy a denunciar por redes sociales y no podrán hacer nada para detenerme!

―¿Qué hacemos con este? ―preguntó Isaac, mirando a los demás ―. Supongo que también tiene Deus Ex Machina que lo protegen.

―Puedo intentar algo ―afirmó Doggy en su forma humana, agachándose para quedar a la altura de la criatura―. Vamos a ver...

―¡Atrévete a tocarme y te denunciaré por acoso, abuso y violación! ―chilló el engendro al ver que la demoniaca chica le acercaba un dedo.

―No puedes denunciarla, es mujer ―indicó Isaac―. O, al menos, creo que lo es.

―¡Que contrariedad! ­―El pequeño ser se frotó la barbilla y extrajo un minúsculo celular de una de sus arrugas corporales―. Déjame repasar las leyes que leí en la red...

Doggy aprovechó su distracción y le plantó el dedo en su cabeza calva. La criatura retrocedió sorprendida al notar el contacto y frunció el ceño. Luego de unos segundos comenzó a temblar y reventó, dejando tras de sí un poco de polvo blanco. Isaac observó atentamente el polvillo y luego miró a Doggy con confusión.

―¿Lo mataste? No saltó ningún Deus Ex Machina...

―Le mostré cómo sería un mundo donde sólo vivieran seres como él o ella... y decidió suicidarse voluntariamente.

En eso, todo a su alrededor empezó a fluctuar hasta desaparecer por completo, enviándolos a un espacio completamente blanco sin objetos a la vista. Suspiraron con alivio, conscientes de que la evaluación había concluido y lo único que faltaba era esperar al Director.

Francis, que hasta el momento había utilizado toda su fuerza en mantener a Dasha cargada, la dejó caer con poca delicadeza.

―Muy bien, haz demostrado ser un buen novio ―indicó la vampiresa, parándose sin ningún problema.

―¿Que no tenias la pierna destrozada?

―La hubiera podido regenerar prácticamente al instante. ―­Dasha sonrió―. Las chicas de la clase me dijeron que para sacar tu lado amable debía de probarte de alguna manera.

―Así que incluso tu enojo de antes era fingido. ―Francis chasqueó la lengua, entre aliviado y enfadado―. Ah, me siento estafado.

―¡Oh! ¡Yo conozco esta situación! ―exclamó Kiseki―. Anata wa tsunderedesuka, Francis-kun? Lo siento, repetiré la pregunta en esperanzus...

―No lo hagas, lo entiendo perfectamente y no pienso responder...

―Mi versión real se está acercando ―indicó el Director Artificial, con todos sus peces temblando incontrolablemente―. Prefiero no encontrarme con algo tan aterrador, me voy.

Casi en el mismo instante en el que los peces multicolores se esfumaron en pequeñas explosiones cromáticas, el Director Absurdo hizo acto de presencia. Observó a los presentes durante unos segundos y luego sonrió abiertamente.

―¡Muy bien, debo felicitarlos a todos por sobrevivir! Ahora vamos a hablar de cosas importantes...

―¿No podemos dejarlo para otro día? ―preguntó Francis―. Apenas puedo mantenerme de pie gracias a esta pesada vampiresa farsante.

―¡Sé amable conmigo o te obligaré a cargarme otra vez! ―espetó Dasha con el ceño fruncido―. ¡Y no soy pesada, no llego ni a los cincuenta kilos!

―Guarden silencio si no quieren regresar al mundo de los Justicieros Sociales ―amenazó el Director, consiguiendo que Francis y Dasha cerraran la boca―. Luego de esto voy a dejarlos en paz durante algún tiempo, así que escúchenme con atención.

Todos sintieron que un escalofrío les recorría la espalda. Se miraron mutuamente durante un segundo y se dispusieron a escuchar aquello tan importante que el Director Absurdo deseaba comunicarles.


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