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OVA 12: Es muy absurdo celebrar navidad en un zoológico sobrenatural

OVA 12: Es muy absurdo celebrar navidad en un zoológico sobrenatural (o la Razón por la que todo lo que comienza debe terminar, excepto esta obra que será eterna, no lo digo yo, lo dice la 100cia)


Francis, muy animado, caminaba por las calles de la ciudad con dirección al centro comercial cercano a la plaza. Diciembre había transcurrido inesperadamente rápido, y la Festividad Ancestral estaba a la vuelta de la esquina. Aquella fecha siempre había sido su favorita, no solo por el espíritu nativideño que se esparcía por todos lados, sino porque sus padres acostumbraban dejarlo en paz para asistir a alguna exposición de arte en alguna otra ciudad del país, mientras que su hermana hacía lo propio celebrando en la casa de alguna de sus amigas.

Usualmente Francis festejaba en su casa completamente solo, ya que Isaac y su familia viajaban a Israel por esas fechas. Pero la Festividad Ancestral de aquel año iba a ser distinta, no sólo porque Isaac había logrado obtener el permiso de quedarse en Krossia dada su mayoría de edad, sino porque Dasha había conseguido reservar una pequeña zona de la Ciudadela Sugrobina donde podrían celebrar en paz sin necesidad de acatar las normas de los vampiros. Gracias a eso habían podido invitar a Kiseki, Doggy y a los heraldos, aunque no estaban seguros de que alguno de ellos aceptara adentrarse voluntariamente en territorio enemigo.

Perdido en sus reflexiones, Francis casi se dio de bruces con una persona que estaba observando atentamente el escaparate de una tienda. Logró esquivarla a tiempo, pero ella también intentó hacerse a un lado, por lo que terminaron chocando de frente.

―¡Sasha! ―exclamó él, al reconocerla―. Por alguna razón siento que nos hemos estado encontrando casualmente muy a menudo. Y justamente hace poco vi algo que me recordó a ti.

La vampiresa se sobresaltó, mientras que su rostro adquiría un tono tan rojizo como el del iris de sus ojos

―¿En serio?

―Sí, pasé por una tienda donde vendían tablas de planchar y había una demasiado roja.

―¿Eh? ―La chica sonrió, jugueteando con su cabello―. Si me dices cosas así...

―Espera, no te ruborices más. Según el guion debes ofenderte y amenazarme de muerte. ―Suspiró―. Fuera de bromas, ¿estás aquí para escoger un regalo?

―Más o menos. Realmente estoy huyendo de alguien muy desagradable.

Francis enarcó una ceja, preguntándose a qué demonios se refería.

―Allí está ―dijo la vampiresa, señalando hacia un lado de la calle contigua.

El chico volteó para observar el punto indicado y, aunque en un primer momento no distinguió nada más que ajetreadas personas moviéndose de un lugar a otro, le resultó sencillo advertir a alguien que destacaba por sobre todos los demás. Era un alto y pálido hombre, que llevaba su largo cabello negro atado en una cola de caballo. Lo que lo hacía más notorio era la holgada gabardina que traía encima, además de la bufanda que cubría su cuello y la mitad inferior de su rostro, prendas completamente ilógicas dado el infernal calor que asolaba la ciudad. El sujeto se hallaba apoyado en la pared de un local, dando la apariencia de estar esperando a alguien.

―¿No es ese Vládimir? ―reconoció Francis, entrecerrando los ojos―. ¿Estás evadiendo a tu propio hermano?

―Él no es mi hermano, sólo es otro de los hijos de Lord Sugrobina. ―La chica suspiró―. Acompáñame, Francis, así tal vez ese despreciable sujeto me deje en paz.

―Prefiero no meterme en líos de vampiros, pero no tengo nada mejor que hacer.

Sasha sonrió y lo tomó de un brazo para comenzar a caminar juntos. Mientras lo hacían, Francis revisaba a su alrededor cada cierto tiempo, percatándose de que Vládimir se mantenía acechándolos a una distancia prudente. A pesar de que tenía muy claro que los vampiros demoniacos tenían varias costumbres complicadas e incluso incomprensibles, le sorprendía aquella extraña relación entre sus vampíricos cuñados.

―¿Puedo hacerte una pregunta personal, Sasha?

―Pregunta, pregunta. Si quieres saber mis medidas, son...

―¿Cuál es tu problema con Vládimir? Es decir, parece que se lleva muy bien con Dasha.

La chica chasqueó la lengua.

―Él es el heredero de Lord Sugrobina. Les cae bien a mi hermana y a mi mamá, pero yo nunca lo aceptaré. Todos los Sugrobina son malos, especialmente los cercanos al Lord. Por su culpa, mi mamá...

La voz de Sasha se quebró y ella prefirió no seguir hablando. Francis asumió que continuar indagando en el tema sería inapropiado, además de que se podía hacer cierta idea de lo que sucedía. Sin lugar a dudas, Zarak Karamov había sido víctima de Lord Sugrobina, incluso si este tenía como excusa el haberla salvado de una muerte segura. Como era natural, sus hijas gemelas habían sufrido las consecuencias de aquel contexto, así que no era de extrañar que sintieran rencor contra el Lord y su Clan. Pero, consideró Francis, Vládimir parecía mostrar cierto apego por las tres afectadas.

―Un momento, quiero comprar algo ―dijo Sasha, deteniéndose repentinamente―. Espérame aquí, Francis.

―Puedo entrar contigo si quieres.

―Pero...

El chico notó que estaban frente a una elegante tienda de ropa femenina. Se ofrecían diversos tipos de prendas, aunque daban mayor espacio a la lencería, por lo que el chico aceptó quedarse a esperar afuera.

―Con la condición de que después converses seriamente con Vládimir. ―Francis miró a su alrededor encontrando la inconfundible figura abrigada del vampiro al instante―. Mira, todavía sigue merodeando por allí.

―No voy a hacerlo.

―Otra vez con eso. Te fue bien luego de hablar con Dasha, ¿verdad?

―Es muy distinto. Dasha es mi hermana gemela. Ese sujeto es hijo del hombre que utilizó a mi mamá.

El chico se frotó el mentón, pensativo. Ciertamente su intención inicial había sido no complicarse demasiado con el asunto, pero no hacer nada al respecto le parecía incorrecto. Dejando de lado que a Francis le resultaba conveniente ser reconocido como el promotor de las buenas relaciones entre los Sugrobina, realmente quería que tanto Dasha como Sasha pudieran vivir a plenitud, sin odiar ni ser odiadas por nadie.

―Supongo que no tengo autoridad para convencerte ―suspiró con pesadumbre―. Aunque sería preferible contar con el apoyo de Vládimir para que podamos celebrar todos juntos en la Ciudadela. Qué lástima que no pueda ser así, justo había encontrado un regalo idóneo para ti.

Los ojos de Sasha brillaron momentáneamente.

―¿Para mí?

―Así es, realmente me encantaría dártelo, pero como no vamos a poder celebrar... Si yo le pido a Vládimir que nos ayude a organizar la festividad seguro me despellejará, pero si lo hace su linda y rojiza hermanita menor...

―Yo... ―La chica meneó la cabeza―. Tal vez pueda hablar un poco con él, pero de ninguna manera seré amable.

Si bien Sasha no parecía muy convencida, Francis asumió que forzar más la situación sería contraproducente. La vampiresa ingresó a la tienda de ropa y el chico se quedó pensando. Finalmente, luego de un par de minutos, comenzó a caminar lentamente con dirección a Vládimir, que se mantenía apoyado en la pared de una edificación cercana.

―Hola... ―dijo Francis, recibiendo una mirada inexpresiva del vampiro―. Sólo he venido a aclarar que me encontré con Sasha por pura casualidad, de modo que soy inocente de cualquier tipo de cargo o imputación.

―Lo sé.

Se impuso entonces un mutismo aplastante que se alargó durante varios segundos. Francis tuvo que aceptar que nunca antes había intentado entablar una conversación seria con su vampírico cuñado. Lo veía ocasionalmente cuando iba a la Ciudadela para visitar a Dasha, pero siempre se ignoraban mutuamente. Por eso aquella era la única oportunidad que tendría para discernir si aquel vampiro era un potencial aliado o un obstáculo para sus planes a futuro.

―Este diciembre está demasiado caluroso. ¿Cómo soportas estar tan abrigado?

―Los vampiros demoniacos somos resistentes al calor.

―¿En serio? Pero Dasha...

―Dasha heredó características físicas propias de una Bruja del Caos.

Nuevamente un incómodo silencio se levantó gélidamente entre ambos. Francis chasqueó la lengua, reconociendo que sus casi inexistentes habilidades sociales eran insuficientes para enfrentar al de por sí apático vampiro. Sólo le quedaba soltar su último recurso.

―Convencí a Sasha de que hablara contigo cuando salga de la tienda ―comentó, sin darle mucha importancia.

―¿¡En serio!? ―exclamó Vládimir luego de pegar un sobresalto―. ¿¡Ella aceptó!?

―Tranquilo, viejo, estás llamando la atención.

El vampiro recuperó la compostura al instante tras notar que los transeúntes cercanos lo miraban con curiosidad. Se aseguró de que su bufanda le cubriera bien el cuello y que un poco de su largo cabello negro cayera ocultando la mitad de su rostro.

―Es por seguridad ―aclaró, al notar que Francis enarcaba una ceja―. Si los plebeyos o los nobles menores llegaran a reconocerme podría tener problemas.

―Supongo que la vida del siguiente Lord Sugrobina no es nada fácil ―opinó el chico y carraspeó, preguntándose cómo podría sacar el tema importante a colación―. Algo sobre eso me causa una gran curiosidad, pero supongo que no tengo derecho a preguntar dado mi estatus social.

―Si realmente conseguiste que Sasha aceptara hablar conmigo, asumo que es justo darte información para saldar mi deuda.

―Entonces... ―Francis se frotó el mentón―. Tengo entendido que Dasha y Sasha no son bien vistas por los Sugrobina dada su naturaleza híbrida. Los vampiros demoniacos parecen ser muy... herméticos sobre la pureza de sangre y esas cosas, especialmente los más cercanos al Lord... ―Dudó unos segundos―. Pero tú las tratas con normalidad e incluso puedo intuir que las aprecias con sinceridad, a pesar de ser la siguiente cabeza del Clan... ¿Por qué?

Vládimir no respondió al instante. Se quedó pensativo, mirando al suelo y ordenando sus pensamientos. Estuvo tanto tiempo así que Francis creyó que no recibiría respuesta alguna, hasta que el hombre suspiró pesadamente.

―Yo conocí a Zarak Karamov cuando comenzó a vivir en la Ciudadela, aproximadamente un año antes de que Dasha y Sasha nacieran. ―El vampiro nuevamente se quedó en silencio durante unos segundos―. No te equivocaste al afirmar que la vida del siguiente Lord Sugrobina es difícil. Desde que tengo memoria noté que la gente a mi alrededor me temía sin razón alguna, e intentaban agradarme fingiendo una amabilidad que estaban lejos de sentir con honestidad. Es natural, a todos les conviene obtener la estima del que en algún momento será el líder del Clan.

―La sociedad de los vampiros realmente es compleja ―comentó Francis, sorprendido del repentino discurso.

El hombre asintió.

―Como es lógico, nunca recibí lo que podríamos llamar "amor familiar". Mi padre, Lord Upyros, tiene un Clan y una ciudad que gobernar, así que tiempo era lo que más le faltaba y le sigue faltando. Mi madre, Lady Deborah, tampoco parecía muy interesada en mí, y no la culpo ya que su situación dentro de la familia es... muy tensa. ―Soltó una risa ácida―. Y la relación que tengo con mis hermanos y hermanas es extremadamente espinosa, especialmente con los mayores. Al fin y al cabo, yo les arrebaté la posición de Primer Heredero sin siquiera proponérmelo. Por eso estaba completamente solo, y concentraba todo mi tiempo en prepararme para el futuro, tanto por el temor a decepcionar a los demás, así como por la esperanza de ser verdaderamente reconocido por mi esfuerzo más que por un banal título.

Francis ladeó la cabeza, confundido, pero adivinó el rumbo que estaba tomando la conversación.

―Entonces conociste a Zarak...

―Así es, la conocí. Una Bruja del Caos prisionera que no tenía la más mínima idea de cómo funcionaba la organización social de un Clan Vampiro. Nos encontramos por primera vez por pura casualidad en los jardines de la Ciudadela, y ella me trató como cualquier persona trataría a un niño de diez años común y corriente. Fue una sorpresa para mí estar ante alguien que no fingía amabilidad ni tampoco tenía segundas intenciones egoístas. ―Vládimir miró al cielo con añoranza―. Incluso después de que descubrió que yo era el heredero del Lord, continuó hablándome con normalidad, sin culparme nunca por la difícil condición en la que vivía. Ella es la primera amiga que tuve. Y también la veo como una hermana mayor, como una madre y como un amor platónico.

―Ya veo...

―Pero aun así no logré protegerla. Tal como fue previsto, Zarak concibió a Dasha y Sasha, mientras yo me limitaba a dar un paso al costado. Ellas tres son víctimas, y lo único que puedo hacer es acompañarlas en silencio.

―Vaya... La situación es mucho más complicada de lo que pensaba.

Vládimir miró a Francis inexpresivamente.

―Ahora que te he contado todo eso es mi deber silenciarte. Y los muertos no hablan... mucho.

―E-Espera... ―Francis empalideció―. Yo sólo te pregunté sobre tu relación con Dasha y Sasha... ¡Tú fuiste quien se sacó una historia trágica de la manga!

―Qué buena reacción ―El vampiro lanzó una carcajada―. Yo también soy capaz de bromear. ―Dejó de reír, retomando su gélida seriedad―. Escucha, Francis Radwimp, al comienzo no tenía una buena imagen de ti. Creí que te estabas involucrando con mi familia sin conocer los problemas que se avecinaban, pero tras investigarte me he dado cuenta de mi craso error. Ahora no me queda más que poner mi nadezdha en tu persona. ―Meneó la cabeza―. Incluso si soy el heredero del Lord, realmente no tengo mucha influencia dentro del Clan, y desde que comencé a apoyar a la facción anti-hemomancia me he ganado la aversión de las otras facciones. Por eso soy incapaz de ayudar a Dasha y Sasha, pero tú...

―Yo las salvaré, te lo aseguro. ―Francis suspiró―. Me alivia saber que eres de los buenos, Vlad. La cara de perro enojado que siempre traes me daba mala espina.

―Tenemos algunos objetivos en común, pero no es necesario llegar a ser amigos ―gruñó el vampiro con el ceño fruncido.

―No te hagas el difícil, negruzco cuñado. Incluso si tienes poca influencia en el Clan puedes trabajar por lo bajo, mientras que yo me dedico a dar los golpes públicamente... Ahora que recuerdo, también tenemos a Carthaphilum de nuestro lado.

―No sé hasta qué punto sea sensato confiar en ese demonio. Más que un guardián, es un vigilante cuyo trabajo es asegurar la lealtad del Clan Sugrobina a la Reina Verde.

―No, no. De verdad creo que Carth es de los buenos. ―Francis se frotó el mentón―. ¡Diablos! Todo esto parecía imposible en un comienzo, pero ahora está agarrando forma.

―No te confíes, Francis Radwimp. ―La mirada de Vládimir se ensombreció―. Sospecho que el año que viene traerá muchas dificultades consigo. Dasha y Sasha han cumplido los dieciocho años, y como ahora son núbiles...

El hombre no continuó al notar que Sasha estaba saliendo de la tienda. Francis también se percató del hecho, y le palmeó la espalda.

―Ve a hablar con ella, renegrido cuñado. Tú y esa rojiza vampiresa tienen la misma actitud antipática de perros rabiosos, así que intenta ser amable incluso si ella se muestra hostil.

―No me digas cómo tratar a mi hermana menor.

―¿Así agradeces mis sabios consejos, vampiro color petróleo? Qué más da, yo me marcho ahora. Si te pregunta, le dices que me fui a buscar su regalo, o algo por el estilo. ¡Hasta pronto!

Francis comenzó a alejarse, satisfecho de habar recabado información valiosa, sintiendo que su objetivo parecía estar cada vez más al alcance de la mano. Con el apoyo de Vládimir y Carthaphilum, salvar a Dasha y Sasha podría llegar a ser mucho menos complicado de lo que había temido. Le daba curiosidad saber qué había querido advertirle su cuñado referido al año que venía, pero tampoco le generaba mucha preocupación.

De reojo observó que Vládimir se había acercado a Sasha. Ella tenía el mismo gesto de brutal desprecio que Francis recordaba haber recibido cuando la había conocido, pero no daba señales de pensar en huir.

El chico sonrió. Realmente las cosas iban a salir bien para todos.

...

Isaac abrió la puerta de su casa tras escuchar el característico sonido del timbre.

―Ya era hora, Frank ―dijo al ver a su amigo―. Así que vas a llevar a Tera.

―No queda de otra ―indicó Francis, acomodando a la murciélaga alrededor de sus hombros―. Mila estaba emocionada por mostrársela a sus amigas, pero en la casa donde va a celebrar tienen muchos perros y gatos. Así que irá con nosotros a la Ciudadela.

―Si mi familia hubiera dejado aquí a Doggo también lo llevaría... —Suspiró—. Supongo que no hay problema. Tera es tranquila y nadie se ofende cuando lanza sus comentarios mordaces.

―¡Soy la bella heroína! ―chilló el animal, mostrando los dientes―. ¡Merezco más tiempo en pantalla!

Isaac salió de su casa portando una mochila donde llevaba los regalos que pensaba entregar a sus amigos. Francis también tenía un morral cumpliendo la misma función, pero apenas podía sostenerlo debido a los movimientos de su murciélaga. Se pusieron en marcha sin perder más tiempo, ya que les esperaba una muy larga caminata hasta la Ciudadela Sugrobina. En condiciones normales hubieran preferido utilizar algún tipo de transporte para alcanzar su destino, pero en fechas nativideñas todos los servicios de la ciudad estaban abarrotados.

―Me pregunto si llegaremos antes de morir de fatiga ―masculló Francis, luego de recorrer poco más de la mitad del trayecto―. Ya está cerca el anochecer y aun así hace un maldito calor infernal.

―Antes del Gran Cataclismo... la Festividad Ancestral caía en invierno... aquí en Auria ―comentó Isaac, respirando con dificultad.

―Ya lo sé. La falta de oxígeno te hace lanzar información random, viejo.

―Hablando sobre cosas random... Esta va a ser la primera vez que nos quedemos en la Ciudadela durante la noche... ¿No vamos a terminar bien muertos?

Francis intentó responder, pero fue interrumpido por la repentina aparición de uno de los peces coloridos del Director Cromático. El escamoso y pequeño animal con apariencia de bacalao se apresuró a esconderse bajo las alas de Tera para evitar ser detectado por la gente que caminaba cerca.

―No tienen nada que temer, par de insensatos ―dijo el pez, con su voz burbujeante―. Tengo entendido que celebraremos en una zona con baja concentración de Piedra de Rencor. Así que puedo usar mi Razón de los Colores para huir cobardemente si resulta necesario.

―Además contamos con la protección de Carth y Vlad ―añadió Francis―. A menos que el propio Lord Sugrobina decida atacarnos, no creo que suceda nada malo.

Continuaron avanzando, concentrados en respirar más que en hablar. Tras recorrer una distancia considerable finalmente llegaron a su primera parada: una estación de trenes. De ninguna forma pensaban ingresar al lugar, ya que apenas cabía un alma entre la multitud que lo atiborraba. Se limitaron a desplomarse en una banca de la calle de enfrente, regulando su entrecortada respiración.

―Ahora que lo pienso... ―Francis se limpió el sudor de la frente―. Hubieras podido traernos al instante con la Razón, Director.

―¿Quién dijo que quería entrenarse físicamente? ―respondió el pez, escupiendo burbujas a Tera para que no lo lamiera―. No hay mejor entrenamiento que caminar largas distancias.

―¿Y yo por qué me veo envuelto en eso? ―preguntó Isaac, incluso más agotado que su amigo.

―Porque eres un insensato ser humano corriente, y no creo que te agrade la idea de ser el más débil del grupo.

―Oye, eso es especista.

—¿Pero tengo razón?

—Pero tienes razón.

Les costó más de diez minutos recuperar parte de sus fuerzas. Pero como todavía un inmenso dolor les atenazaba los músculos de las piernas, prefirieron alargar su descanso un rato más. Lamentablemente, no tuvieron la oportunidad de hacerlo al verse interrumpidos por un par de personas que se detuvieron cerca suyo.

―¡Kon'nichiwa, Isaac-san, Francis-kun! ―saludó Kiseki animadamente.

―¿Por qué parecen estar al borde del colapso? ―preguntó Barahometh con curiosidad.

―Frank y yo nunca nos hemos caracterizado por nuestra capacidad física ―explicó Isaac―. Me alegra que hayas podido venir, Bara.

―Me han dado vacaciones o algo parecido, así que no tengo nada mejor que hacer.

―¿Sólo están ustedes dos? ―inquirió Francis―. Supongo que los heraldos no mostrarán la cara.

Decidieron partir sin perder más tiempo. Pero tras recorrer una corta distancia se toparon con una gran aglomeración de gente. Dada la época festiva no era extraño ver eventos callejeros que atraían la atención de las masas, pero algo sobre ese en específico les causó un escalofrío. Los cuatro chicos se introdujeron entre el gentío hasta finalmente observar qué era lo que generaba tanto revuelo. Se trataba de dos llamativos ancianos a los que no les fue nada difícil reconocer.

―¡Hostias, pero si son los chavales! ―exclamó Dumblalf, haciéndole una señal a Gandledore.

―Madre mía, ya era hora ―El brujo y su hermano se acercaron a los chicos, causando que el gentío se desparramara por todos lados―. Apenas pusimos un pie por aquí la peña nos atrapó. Pensé en sacrificarlos a todos hasta que vosotros llegasteis.

―Obviamente van a llamar la atención si van vestidos así, par de subnormales ―espetó Francis, señalando las túnicas de los heraldos.

―En serio, tienen una apariencia de "cosa-extraña-e-incompresible" por todos los costados ―apoyó Isaac―. ¿Por qué no aprenden de Bara y Kiseki? Ambas saben pasar desapercibidas.

La demonio se hinchó de orgullo ante el alago, mientras que la chica mágica bajó la mirada, ruborizada.

―No nos deis la brasa, pibes. Aunque tengáis razón, nuestras ropas y apariencias humanas son difíciles de modificar ―explicó Dumblalf, conciliador.

―Si queréis nos agarramos a trompadas aquí mismo para solucionarlo, capullos ―masculló Gandledore.

―No es mala idea ―siseó Barahometh, sonriendo con malicia―. ¿Quieres que te derrote nuevamente, heraldo?

El rostro del brujo se deformó en una temible mueca de odio en estado puro, mientras que sus ropajes adquirían un extraño brillo rojizo. Barahometh le sostuvo la mirada sin borrar su sonrisa, lista para asumir su forma de cabra demoniaca. Dumblalf suspiró con resignación y se colocó delante de Francis, Isaac y Kiseki, quienes estaban aterrados de las consecuencias que traería un combate en un espacio público. Pero antes de que el brujo y Doggy se decidieran a dar el primer golpe, el Director Cromático emergió de entre las alas de Tera, y se colocó en medio de ambos.

―Alto ahí, par de insanos ―prorrumpió el pez, con su voz burbujeante―. Mas les vale no iniciar un conflicto en territorio de la Reina Verde, que terminaremos todos colgados boca abajo. ―Les escupió burbujas―. Además, seré yo quien los devore cuando llegue el momento, así que no pueden eliminarse mutuamente.

―Pero tú eres el más débil entre nosotros ―señaló Doggy, ladeando la cabeza.

―No me importa si eres el antiguo primer fragmento del Director Absurdo ―gruñó Gandledore, intentado atrapar al pez sin éxito―. Sólo hay espacio para una encarnación del miedo aquí.

En eso, una de las personas que se había detenido a observar el extraño espectáculo comenzó a aplaudir con vehemencia. Al instante, sus aplausos fueron repetidos por otros transeúntes, los cuales fueron reuniéndose hasta atiborrar la calle de personas. Los heraldos y los chicos, confundidos, olvidaron lo que estaban haciendo y se juntaron en medio de todo el gentío.

―Creen que es un evento de la Festividad Ancestral. ―opinó Isaac―. Tal vez piensen que estamos recreando el morboso cuento nativideño "El pervertido pez morado que embaucó a un viejo loco y a una idiota siniestra"

―Larguémonos antes de que la cosa se ponga fea ―sugirió Francis, lo que fue aceptado al instante por los demás.

La multitud les abrió paso sin dejar de aplaudir, y los seis pudieron alejarse rápidamente del lugar. Para evitar mayores complicaciones prefirieron dejar de lado sus diferencias y fingir normalidad. Incluso cuando la apariencia de Dumblalf y Gandledore continuaba llamando la atención, pudieron proseguir su camino sin problemas.

―¿Qué los llevó a aceptar la invitación? ―preguntó Francis a los heraldos, para amenizar el recorrido.

―Cometimos la burrada de decirle a un superior que unos amigos en Krossia nos habían invitado a una fiesta ―explicó Gandledore―. Y nos mandaron de cabeza como espías, pero están flipando si creen que voy a espiar en vacaciones.

―Nos vamos a comer un marrón al regresar al cuartel ―suspiró Dumblalf―. Aunque no es tan raro que los Heraldos de Folkmord nos tomemos días libres como seres humanos comunes. Lo que sí me extraña ―hizo un gesto hacia Doggy― es ver a un demonio del Rey Negro en territorio enemigo.

―Yo hago lo que me da la gana ―contestó ella con hosquedad, pero sin dejar de mirar con pueril curiosidad los adornos y luces que plagaban las calles―. En mi país también le dan gran importancia a esta fecha, a pesar de que casi toda la población es demonista. Aunque aquí siento que falta algo del espíritu clásico de la Navidad.

―A la Festividad Ancestral se le dice Natividad ―corrigió Francis―. Llamarla Navidad es un error común...

―¿Ah? No me vengas con estupideces ―espetó Barahometh―. No pienso usar ningún término o concepto inventado por los áuricos luego del Gran Cataclismo.

―Vas de sobrada, demonio ―gruñó Gandledore―. Por tu raíz espiritual calculo que no debes sobrepasar los cinco siglos de existencia. ¿Qué sabes tú de los tiempos arcaicos anteriores al Gran Cataclismo ocurrido hace más de ochocientos veranos?

La chica, enfurecida, aseveró que poseía una amplia gama de conocimientos teóricos sobre la historia primitiva del mundo. Los heraldos minimizaron dichos saberes, aduciendo que sus diez mil años, de los cuales habían habitado más de mil en el planeta, les brindaban sabiduría real y consistente.

―Dejémoslo en que los tres son imbéciles, pero a escalas distintas ―concluyó Francis con aburrimiento, para que la discusión no se alargara―. Además, estoy seguro de que el Director Cromático es, en teoría, más viejo.

El pequeño bacalao colorido asintió con vehemencia, y comenzó a calcular cuánta edad tendría si lo tradujera en años terrestres. Viendo que el pez se había perdido en sus reflexiones, los demás decidieron ignorarlo sin mayor contemplación.

―¿Cómo lo celebran en tu país, Bara? ―preguntó Isaac, para retomar el hilo de la conversación―. Creo que me dijiste que vives en el Imperio Negro del Gran Vacío.

Sugoi, sugoi! ―exclamó Kiseki, sorprendida―. Maō no kuni no ī namaedesu.

―Como ya dije, se toman la festividad muy en serio ―explicó Doggy―. Es como si mágicamente todos olvidaran que son entidades demoniacas y sirvientes de demonios, para convertirse en una versión corrupta de creyentes neocristianos. Es algo bueno, supongo. La tasa de violencia se reduce considerablemente hasta fines de mes.

―Alta distopía se han montado ―comentó Francis, lanzando una carcajada―. ¿Todos los países de Oblivion son así de extraños?

La chica sacudió su cabello bicolor al negar con la cabeza.

―No son todos demonistas. Obviamente, en Noroblivion está la mayor concentración demoniaca por el Rey Negro, pero tengo entendido que en Suroblivion mantienen su independencia religiosa por la resistencia de la Federación Republicana y el Nuevo Vaticano.

―¿Qué hay de ti, Kiseki? ―inquirió Isaac―. ¿Cómo es en Nipón?

La chica mágica, emocionada, comenzó a explicar con lujo de detalles la manera en la que se celebraba la Festividad Ancestral en las tierras del Shogunato. Indicó que, a diferencia de lo que sucedía en Auria, en Nipón ni siquiera se sugería alguna naturaleza religiosa para la festividad, y en su lugar estaba destinada de forma casi exclusiva para las parejas. Esto horrorizó a Dumblalf y Gandledore, quienes afirmaron que en Neo-Hispania la Natividad era una fiesta familiar, que además incluía el veintiocho de diciembre como el día de los Santos Inocentes, y el treinta y uno como Nochevieja, para incluso abarcar hasta el seis de enero con la Bajada de Reyes.

Mientras los heraldos escupían improperios contra todos aquellos que alteraban las bases originales de la Festividad Ancestral, los chicos cambiaron de tema a cosas más banales. La amena conversación les permitió distraerse del largo viaje y, antes de darse cuenta, ya habían arribado a la frontera de la Ciudadela Sugrobina. Luego de rodear las negras murallas por algunos minutos más, finalmente se detuvieron frente a los ciclópeos portones de la entrada que buscaban.

Se encontraban en una zona yerma, fuera del área habitada de la ciudad. Francis e Isaac nunca se habían aventurado a ir tan lejos, pero sabían que la extensión de la Ciudadela la hacía sobrepasar incluso la demarcación de la urbe que la contenía. Sin lugar a dudas, el lugar donde se hallaban en aquellos momentos estaba más allá de dichos límites, mostrando nada más que tierra desnuda que se extendía hasta el horizonte, con unos pocos árboles resecos desparramados en su agrietada superficie.

―Ahora sí parece la fortaleza de unos malditos vampiros ―masculló Francis en son de broma.

―Si no fuera porque confío en ustedes lo vería como una obvia trampa ―comentó Barahometh con el rostro inexpresivo―. ¿Debería preocuparme?

―No detecto interferencia importante de Piedra de Rencor en los alrededores ―señaló Dumblalf, acercándose a la muralla negra para tocarla con una mano―. Esta debe de ser la parte más antigua de la ciudad.

En eso, los colosales portones que dividan los desgastados muros negros procedieron a separarse con increíble lentitud. El sonido chirriante que producían se prolongó hasta que finalmente quedaron abiertos por completo. Del interior de la Ciudadela emergió el gigantesco Carthaphilum, que movió su largo cuerpo de serpiente hasta detenerse frente a Francis y los demás. El demonio ofídico apoyó sus múltiples brazos en el suelo para hacer descender su cuerpo ante ellos, mientras los analizaba concienzudamente con sus incontables ojos afilados.

Bogatyr Francis, rytsar' Isaac, un placer verlos nuevamente ―bisbiseó la serpiente demoniaca por medio de las muchas bocas que adornaban la superficie membranosa de sus alas extendidas―. Lamentablemente no puedo expresar la misma buena voluntad a sus acompañantes.

―Mientras no intentes darnos de hostias, no tendremos problemas, colega ―afirmó Dumblalf sin demostrar temor alguno, al mismo tiempo que le daba un codazo a Gandledore.

―Eso, eso, no nos des de hostias, capullo.

―Espero que podamos ser amigos ―indicó Kiseki, sonriendo―. Min'na to nakayoku shitai.

Todos dirigieron sus miradas a Doggy, que se mantenía inexpresiva y de brazos cruzados. La demoniaca chica tenía sus ojos clavados en la cabeza de serpiente que se erigía frente a ella, sin la más mínima señal de cordialidad. Carthaphilum le devolvió la mirada en silencio, expectante.

―Sólo vine porque me invitaron, pero no estoy dispuesta a fingir amabilidad. ―Barahometh chasqueó la lengua al notar que la serpiente demoniaca acercaba lentamente su gigantesca cabeza a ella―. No podemos dejar de lado que pertenecemos a facciones eternamente rivales. Además, debo vengarme por lo de la última vez. Tuviste suerte de derrotarme, pero...

―Es mi deber pedir sinceras disculpas por aquel conflicto del pasado ―dijo Carthaphilum, repentinamente―. En ese momento mi única motivación era asegurar el bienestar de la devitse Dasha, de modo que abusé de mi poder sobre ti, Barahometh. Como bien sabrás, uno de los principios básicos que rigen mi código de honor es el de nunca dañar hembras, ancianos o larvas.

―Por alguna razón me siento insultada ―masculló la chica, mientras oscuras energías rodeaban su cuerpo.

―¡Espera! ―exclamó Francis, interponiéndose entre ambos―. Ya debes saber que a Carth le gusta hablar como un caballero medieval... ―Hizo una seña a Isaac―. ¿Verdad?

―Así es, creo que su intención es llevarse bien contigo, Bara. ¿Podrías dejarlo pasar esta vez?

Doggy se mantuvo desafiante durante un par de segundos, pero al ver el rostro de preocupación de Isaac decidió regresar a la normalidad sin dejar de lado su enfurruñamiento. Kiseki se acercó a ella, intentando apaciguarla con animosidad, mientras los demás suspiraban aliviados.

―Bien, ya que todos fueron invitados formalmente por la devitse Dasha, podrán ingresar a la Ciudadela ―anunció Carthaphilum, dándoles la espalda―. Síganme.

El imponente demonio comenzó a deslizar su cuerpo de serpiente al interior de la zona amurallada, acompañado de los demás. Todos se mostraron asombrados de las cosas que encontraban a su paso, incluidos Francis e Isaac. Si bien estos últimos ya habían ingresado más de una vez a las tierras privadas de los Sugrobina, aquella zona era distinta al área urbana plagada de mansiones que ya conocían. En cambio, todo allí tenía un aire salvaje y misterioso, con grandes plantas de colores inusuales y acumulaciones de agua a modo de ondulantes ciénagas que parecían ocultar criaturas extrañas. Incluso llegaron a atisbar algunos animales siniestros entre la espesura de la vegetación, pero no pudieron identificarlos plenamente.

―Realmente parece que no le dedican mucha atención a esta parte de la Ciudadela ―comentó Barahometh con curiosidad―. Resulta perfecto para infiltrarse con facilidad o lanzar un ataque a escala masiva.

―Y las almas de los vampiros demoniacos son muy valiosas ―consideró Dumblalf, acariciando su barba―. Serían sacrificios molones.

―Cargarnos a todos estos hemomantes nos rentaría para un ascenso inmediato ―añadió Gandledore, sonriendo con malicia.

―Por favor, no digan estupideces en voz alta ―masculló Francis, haciendo un gesto hacia Carthaphilum, que avanzaba delante de ellos―. ¿Quieren que nos desnuquen?

―No ha de preocuparse, bogatyr Francis ―dijo el demonio, doblando una de sus alas para dirigir sus bocas al grupo―. Son rufianes tan deleznables que sus habladurías no representan el más mínimo peligro.

Los tres aludidos fruncieron el ceño al saberse menospreciados, pero los demás consiguieron calmarlos a tiempo. El recorrido prosiguió en silencio, hasta que finalmente arribaron a lo que parecía ser su destino. Se trataba de una extensa edificación de un solo piso, con una sección de paredes de grueso vidrio templado que dejaban entrever algo similar a un amplio salón de celebración con un brillante suelo de azulejos que poseía algunas mesas y sillas dispuestas en su superficie.

Carthaphilum les mostró el camino hacia la entrada principal del edificio, tras lo que se internó en una arboleda cercana, desapareciendo con increíble rapidez. Ellos siguieron la indicación hasta alcanzar unas puertas dobles de cristal, frente a las cuales se encontraban Dasha y Sasha. Las chicas, al notarlos, se acercaron rápidamente a Francis, tomándolo cada una de un brazo.

―¡Ya era hora de que llegaras, Francis! ―exclamaron ambas al unísono.

―Tuvimos algunos pequeños problemas que nos retrasaron... ―Las observó con atención―. ¡Vaya! Se han vestido igual.

―Ahora realmente parecen gemelas ―señaló Isaac.

Las vampiresas se separaron del chico y se observaron mutuamente. Sus vestidos eran de tipo evasé hasta la mitad del muslo, profundamente rojos con encajes negros a la altura de los hombros, complementados por elegantes sandalias blancas de tacón alto.

―Es cierto, no me había dado cuenta ―dijo Dasha.

―Somos gemelas, así que es normal que nos guste exactamente lo mismo ―aseguró Sasha, restándole importancia. Luego su rostro se ensombreció hostilmente y señaló a los otros invitados―. ¿Y ellos?

Francis, Isaac y Dasha se apresuraron a presentar a sus extraños amigos, añadiendo una breve explicación de cómo se habían conocido y la manera en la que su vínculo amical había evolucionado. Sasha conocía vagamente aquella historia dado que su hermana se la había contado más de una vez, pero su natural aversión contra la gente desconocida no era fácil de vencer.

―Así que se trata de una demonio con olor a perro de granja, una nipona con aroma de estúpida y un par de heraldos viejos e idiotas ―concluyó la vampiresa rojiza, asintiendo varias veces.

―Lo has resumido perfectamente ―soltó Francis, lanzando una carcajada―. Pero, por favor, evitemos ofendernos los unos a los otros ―añadió, al ver el gesto furioso de los aludidos.

―Este día no han hecho más que insultarme ―se quejó Barahometh, lanzando un infantil bufido.

Yoshi yoshi, onee-chan ―Kiseki le frotó la cabeza para confortarla―. Onee-chan wa ī kodesu.

―Bueno, bueno, entremos ―dijo Dasha, abriendo las puertas de cristal―. Vlad y Sya están esperando.

Así lo hicieron, con las gemelas guiando al grupo. Mientras recorrían un extenso pasadizo de paredes negras repleto de adornos e iluminación por doquier, Francis reflexionó sobre las implicancias de lo que sucedía. Sasha había demostrado una antipatía previsible contra Doggy, Kiseki y los heraldos, pero afortunadamente el asunto no había pasado a mayores. El verdadero problema radicaba en la reacción que tendría Vládimir al ver invadido su territorio por criaturas que, en cualquier otro caso, serían enemigos jurados. Francis desconocía exactamente cuál era el nivel de poder de su vampírico cuñado, pero supuso que, como heredero del Lord, posiblemente estaba al nivel de Dumblalf y Gandledore.

―Dasha... ―susurró Francis, sobrepasando a los demás para colocarse al lado de su novia―. ¿Vlad sabe exactamente quiénes fueron invitados? Espero que no estalle una guerra campal en plena celebración.

La vampiresa dejó escapar una risilla cantarina.

―¿Qué te parece si le preguntas tú mismo? ―Señaló hacia el frente―. Este pasadizo se alarga hasta la entrada al salón. Adelántate.

Francis enarcó una ceja ante la inesperada propuesta, pero supuso que lo mejor era evitar toda clase de complicaciones. Miró de soslayo a sus amigos y, si bien Doggy parecía estar tranquila hablando animadamente con Isaac y Kiseki, los heraldos se mostraban tensos y taciturnos. El chico chasqueó la lengua y procedió a caminar más rápido, hasta dejar al grupo atrás. Llegó hasta unas puertas dobles de cristal similares a las de la entrada del edificio, y las abrió sin perder tiempo.

Tal como había podido observar desde el exterior, el salón de celebración era gigantesco y majestuoso. Como sus paredes eran completamente de vidrio, la iluminación provenía de distintas fuentes que colgaban del techo, lo que daba la impresión de estar a pleno campo abierto en un mediodía de verano. Posiblemente aquella estancia también podía ser usada como sala de banquetes, pero en aquel momento apenas se podía observar algunas largas mesas con diversos tipos de platillos dispuestos ordenadamente en sus superficies a modo bufet.

―¡Frank! ―exclamó Sya al verlo, acercándose rápidamente a él. Llevaba un vestido similar al de las gemelas, pero de colores azulinos―. ¿Por qué estás solo? ¡Yo quiero conocer a los raros para reírme de ellos!

―Están viniendo... ―indicó el chico, señalando detrás de él.

La vampiresa dio unas palmaditas y se dispuso a dirigirse al pasillo antes de que Francis pudiera terminar la frase.

―¡Pero intenta no insultarlos mucho, por favor! –exclamó, viéndola partir.

El chico suspiró pesadamente, pero asumió que dada la personalidad cándida de Sya, nadie tendría suficientes razones para enojarse con ella. Continuó avanzando hasta que, finalmente, encontró a quien buscaba, llevándose una gran sorpresa. Las veces que había visto a Vládimir en la Ciudadela siempre lo había podido reconocer por su estilo de vestir, que Francis había bautizado como "ropas de vampiro pretencioso". Las telas negras y los cueros curtidos caracterizaban ese tipo de vestimenta, lo que le daba un aspecto noble de estilo medieval, más aun por la extraña espada que funcionaba más como accesorio cosmético que como arma real.

Francis había tenido la oportunidad de distinguir a la distancia a otros hijos del Lord unas cuantas veces, y todos seguían el mismo modelo portando atuendos de similar talante. Por eso suponía que aquella ropa era una especie de uniforme que los vampiros más ilustres estaban obligados a usar para distinguirse de sus familiares menos célebres. Pero, al encontrar a Vládimir en aquel iluminado salón de celebración, Francis reforzó su idea de que la sociedad de los vampiros demoniacos era sencillamente incomprensible.

―¿Pero de qué te has disfrazado, Vlad?

El orgulloso vampiro, heredero de Lord Sugrobina, no llevaba encima su clásico atuendo de caballero negro feudal. En su lugar, estaba embutido en un extraño traje de un tono verde chillón, compuesto de un largo saco con los bordes surcados por abultado algodón blanco, y un pantalón sujeto por un ancho cinturón tan negro como sus botas de nieve, todo complementado por un gorro de punta terminado en una esponjosa bolita blanquecina cubriendo sus oscuros cabellos.

―Es parte del trato que hice para poder estar presente ―explicó Vlad con inexpresividad―. Sasha dijo que sólo me soportaría cerca si aceptaba vestirme como el Papushko Klaus.

―Todo el temeroso respeto que te tenía acaba de caerse por completo, viejo ―dijo Francis, intentando no sonar demasiado ofensivo.

―Haré cualquier cosa para agradar a mis hermanas menores. No siento vergüenza alguna por ello.

―Bueno, puedo comprender eso. Yo haría lo mismo por mi hermana.

En ese momento llegó el resto del grupo. Sya estaba charlando animadamente con Doggy, Kiseki y los heraldos, lo cual era buena señal. Se acercaron a Vlad y Francis, tras lo que Dasha presentó formalmente a su hermano mayor, recalcando su más que conocida posición de heredero de Lord Sugrobina. El vampiro saludó a los confundidos presentes con una gélida apatía que no llegó a transmitir el más mínimo signo de cordialidad, pero que tampoco llegó a sentirse hostil.

―Oye, Frank ―susurró Isaac, acercándose a su amigo―. ¿Qué le pasó a Vládmir? ¿Y sus ropas de villano final?

―Ah, eso ―Francis hizo una seña a Sasha para llamar su atención―. ¿Por qué torturas a tu hermano metiéndote con su de por sí ineficiente construcción de personaje?

―Siempre he querido celebrar una Festividad Ancestral con un Papushko Klaus ―explicó la vampiresa, y señaló despectivamente a Vlad―. De algo tenía que servir este sujeto si quería participar en esto.

―Tomémonos las cosas con calma ―pidió Dasha, levantando la manos―. Lo importante es estar todos juntos sin pelearnos.

Dumblalf levantó un dedo pulgar dando su aprobación, mientras hablaba en voz baja con Gandledore, quien había sacado una pequeña libreta en la que escribía apresuradamente. Doggy y Kiseki, por su parte, se observaron mutuamente durante unos segundos, hasta que su atención regresó a Vládimir.

―El Papushko Klaus es una versión de Santa Claus, ¿verdad? ―inquirió la demonio, ladeando la cabeza―. Debería ser rojo, no verde.

Sōdesu! Santakurōsu wa akai! ―apoyó la chica mágica con efusividad.

―No realmente, chavalas ―indicó Dumblalf―. Originalmente a San Nicolás de Bari se le representaba de verde o de rojo indistintamente.

―Y luego del Gran Cataclismo aparecieron exégesis del personaje que dieron paso al Papushko Klaus, a Saint Noel, entre otros ―añadió Ganldedore, guardado su libreta debajo de su túnica―. Pero, por su propia seguridad, es mejor no hablar de los tiempos primitivos, capullos.

Como no esperaban más invitados, procedieron a prepararse para iniciar la cena. Había mucha más comida de la que podían consumir por lo que comenzaron a discutir sobre los platillos que iban incluir en el banquete. En la mesa que habían elegido cabían ellos diez sin muchos problemas, pero no había suficiente espacio para colocar la inmensa variedad de alimentos en su totalidad.

En medio del ajetreo, Francis notó que, a diferencia de lo que le había parecido ver al comienzo, el techo del salón no era completamente sólido. Una buena parte de este estaba ocupado por un agujero rectangular de bordes regulares, que brindaba una agradable vista al cielo nocturno.

―Dasha ―llamó Francis al notar aquel curioso detalle―. ¿Por qué el techo está hueco?

―Es para que criaturas de gran tamaño puedan participar en las reuniones ―explicó la vampiresa―. En este caso, permitirá que Carth celebre con nosotros.

Como si lo hubiera invocado, la colosal y alargada cabeza del demonio serpiente se asomó sinuosamente por el agujero, causando un sobresalto en casi todos los presentes. La monstruosa criatura deformó su boca principal en un atroz símil de sonrisa y se excusó afirmando que su intención no era la de asustar a alguien, aunque su gesto reflejaba cuánto disfrutaba la reacción que había causado.

―Carthaphilum ―pronunció Vládimir, que no había denotado emoción alguna ante la sorpresiva aparición―. ¿Has detectado accionar sospechoso de alguna de las facciones?

―Sobre eso, Prints Vládimir, dispongo de información... delicada.

El vampiro captó el mensaje y, con increíble facilidad, pegó un salto hasta salir por el agujero del techo al exterior. Empezó a hablar con el demonio en voz baja, perdiendo rápidamente la atención de los demás exceptuando a Francis. Si bien este no era capaz de escuchar nada de lo que decían, el gesto de preocupación de Vlad era más que revelador.

Luego de aquel evento, no surgieron mayores inconvenientes y pudieron disfrutar de la cena. Francis dejó a Tera cerca de una mesa atiborrada de diversos tipos de frutas que nadie había elegido para el banquete, por lo que la murciélaga pudo darse un festín a su gusto. Carthaphilum aseveró que se limitaría a observarlos comer, pero cada tanto recogía algunos platillos entre sus dedos y se los tragaba enteros con las bocas de sus alas.

Con los estómagos llenos inició una extravagante sobremesa iniciada por Doggy, quien afirmó ser la criatura más poderosa allí presente. El demonio serpiente y los heraldos fueron los primeros en discutirlo, lo que dio paso a una contienda verbal a gran escala. Vládimir se vio obligado a participar en aras del honor, y Sya lo acompañó porque el tema le pareció muy divertido. Incluso el Director Cromático, que hasta el momento había estado con Tera devorando frutas, se metió en el asunto. Isaac decidió tomar parte del debate como moderador, y así recolectar información que pensaba utilizar para escribir un libro sobre entidades sobrenaturales, pero como apenas podía contener los furiosos argumentos de los participantes, Kiseki tuvo que apoyarlo.

Por su parte, Francis y las gemelas se mantuvieron apartados, resignados a soportar el desarrollo de los acontecimientos.

―Esto no va a terminar nunca ―suspiró Francis, abriendo el cierre de la mochila que había llevado―. Para no alargar más la cosa empecemos a repartir los regalos sin ellos ―Extrajo una pequeña cajita adornada con un delicado listón rojo―. Es para ti, Sasha.

La vampiresa recibió el regalo con mucho entusiasmo. Procedió a abrirla y extrajo un fino collar dorado en el que destacaba una pequeña piedra escarlata.

―No sabes lo difícil que fue conseguir uno exactamente igual al de Dasha pero en rojo ―dijo Francis―. Suerte que mis padres lo encontraron durante su último viaje...

―¡Muchas gracias, Francis! ―exclamó Sasha, rodeando el cuello del chico con sus brazos―. ¡Es justo lo que quería, realmente muchísimas gracias!

Francis dio un respingo por el inesperado abrazo, pero no pudo negar que sentir el aroma perfumado y el suave cuerpo de la vampiresa pegado al suyo era algo magnífico. La sensación era similar a la generada por los abrazos de Dasha, pero sin que sus huesos tuvieran que sufrir las atroces consecuencias. Eso lo devolvió a la realidad, y pudo percatarse a tiempo de que su novia lo observaba con un gesto fría rabia enmarcado sus ojos dorados. Se liberó amablemente de los brazos de Sasha y se acercó a Dasha mientras rebuscaba en su mochila.

―Y este es el tuyo, Dasha ―dijo, extendiendo una mano en la que sostenía una elegante billetera femenina de cuero negro con adornos dorados―. Lo siento, no vino en caja y cuando intenté envolverla en papel de regalo terminó convirtiéndose en algo poco presentable...

La vampiresa recibió el presente, con los ojos brillando por la emoción.

―Francis...

―Como hace una semana me dijiste que necesitabas una nueva billetera, pensé que podría servirte ―comentó el chico―. Y como tiene un portarretratos en el interior... podríamos tomarnos una foto juntos en algún momento. Por alguna razón no lo hemos intentado aún, y creo que sería bueno tener algo para recordarnos cuando no podamos vernos.

Dasha presionó la billetera contra su pecho, haciendo tintinear la joya dorada del collar que Francis le había regalado en su cumpleaños.

―Muchas gracias, Francis, lo atesoraré ―dijo, sonriendo con ternura―. Realmente, muchas gracias por estar aquí conmigo.

Francis le devolvió la sonrisa y la tomó de una mano. Entrelazaron sus dedos, sin dejar de observarse directamente a los ojos.

―¡Yo también quiero algo así! ―exclamó Sasha, señalando el regalo de su hermana―. ¡Yo también debo tener algo así!

―Te di primero el collar que tanto me exigías para evitar problemas... ―intentó decir Francis.

―Y me gustó mucho, pero son cosas distintas. ―La rojiza vampiresa se aproximó al chico, separándolo de Dasha―. Tú debes darme y decirme todo lo que le das y dices a mi hermana. Absolutamente todo, sin excepción.

―Sasha, ya basta ―espetó Dasha entre dientes, tomando bruscamente a su gemela de un brazo―. Estás siendo demasiado infantil.

―¿Infantil? ¿Yo? ¡Tú perseguiste obsesivamente a Francis por tres años hasta finalmente forzarlo a estar contigo! ¡Yo recién estoy haciéndolo desde hace poco más un mes!

―¡Él es mi novio! ¡Él es mío! ¡Nadie más lo puede tener!

Entre ambas estalló una furiosa discusión, que rápidamente se desvió del tema inicial. Empezaron a sacar diversas experiencias del pasado que habían ofendido a la una o a la otra, lo que utilizaban para acusarse mutuamente de caprichosas y egoístas. El altercado no hizo más que empeorar conforme transcurrían los segundos, lo que permitió entender a Francis que no concluiría con una simple disculpa de parte de ninguna de las dos.

El chico suspiró con resignación, y notó que el debate de los otros miembros del grupo también parecía haberse agravado hasta un punto en el que incluso Sya y Kiseki parecían estar tensas y malhumoradas. Isaac, en cambio, había entrado en su estado de "súper investigador", por lo que sería imposible despegarlo del interesante desarrollo de la disputa sobrenatural.

Francis chasqueó la lengua con molestia, sintiendo que su antigua personalidad brotaba momentáneamente para recordarle que lo anormal no traía más que problemas. Observó a su alrededor para encontrar algo con que matar el tiempo hasta que ambas discusiones llegaran a su fin, pero salvo la masacre frutal que Tera había causado en un rincón del salón, no halló nada digno de mención en un primer vistazo.

Pero, tras prestar mayor atención, descubrió que una de las paredes de vidrio de la estancia reflejaba la potente luminiscencia del techo de una manera extraña. Se acercó a dicha sección del cristal y advirtió que se trataba de una puerta apenas reconocible, con un pomo transparente en forma de diamante esférico. Intentó abrirla y, al conseguirlo, dudó por unos momentos. Incluso si era un invitado formal, se encontraba en la Ciudadela Sugrobina y meterse donde no debía podía traerle muchos problemas.

Volteó para evitar la tentación de explorar, pero al ver que las disputas de los demás se habían tornado incluso más hostiles que antes, los mandó a todos al demonio y abrió la puerta sin más. Salió al exterior, pero no a la zona por la que había llegado a la edificación. Se encontraba, según supuso, al lado contrario de dicha área, que parecía estar mucho mejor cuidada, con un camino de tierra que se perdía en horizonte, iluminado por pequeños farolillos que se erigían cada cierto tramo. A los lejos, de manera difusa, se podían observar las siluetas de las casas y mansiones que ya conocía.

Asumió que, mientras no se alejara mucho del edificio donde estaban los demás, no correría muchos riesgos. De cualquier forma, ante la más mínima señal de peligro, podía huir cobardemente hasta el salón, donde confiaba en conseguir la protección de Carth y Vlad. Tomó una gran bocanada de aire, considerando que unos cuantos vampiros pretenciosos y cobardes tampoco representaban una gran amenaza.

Mas, tras dar un par de pasos, supo que las cosas no serían fáciles. Había un hombre observándolo a unos cuantos metros, en una zona del camino donde la luz de los farolillos no se esparcía eficientemente. Debido a la penumbra no era posible distinguir algún detalle de sus ropas, y menos de su rostro, pero era obvio que estaba allí y que toda su atención estaba centrada en Francis.

El chico trago saliva, paralizado. A pesar de su naturaleza híbrida, sus cinco sentidos eran tan eficientes como los de un humano normal, y no poseía ninguna capacidad de detección espiritual. Pero estar ante la presencia de aquel misterioso desconocido había activado todas las alertas de su cuerpo y mente. Casi podía oler el peligro esparciéndose amenazadoramente en el cálido aire nocturno, aunque también le parecía sentir algo más que no podía describir a cabalidad.

En eso, el sujeto avanzó lentamente hasta detenerse bajo la tenue luz de uno de los farolillos. Francis ni siquiera pudo reaccionar al momento de reconocerlo. Su apariencia era similar a la de Vládimir, pero con el cabello más negro, los ojos más rojos y el rostro más fiero. La capa carmesí que lo envolvía dejaba entrever una pesada armadura de oscuro metal que le cubría cada centímetro del cuerpo bajo el cuello. Era obvio para Francis saber de quién se trataba, y no solo porque lo había visto más de una vez en la televisión y en la red. El aura de Lord Upyros Sugrobina simplemente era aplastante.

El líder absoluto del Clan Sugrobina y gobernador de la ciudad que llevaba su apellido se mantuvo estático, sin despegar sus ojos color sangre del chico. Este, amedrentado, retrocedió un paso, consciente de que su única esperanza era intentar regresar al interior del salón. Pero, cuando estaba por hacerlo, algo lo detuvo. Fue un simple y obvio pensamiento: Lord Sugrobina estaba allí en persona. Aquel al que consideraba uno de sus mayores antagonistas, y al que en algún momento tendría que derrotar para conseguir la libertad de Dasha y Sasha.

Francis reguló su respiración, forzándose a recuperar la estabilidad emocional. "Derrotar" a Lord Sugrobina no significaba tener que batirse a duelo con él. Al fin y al cabo, era el padre de su novia. Si realmente deseaba estar con ella por siempre, tendría que encontrar la manera de obtener la bendición de su vampírico suegro. Y huir cobardemente parecía ser el primer paso para alcanzar exactamente lo contrario.

El Lord seguía sin moverse, con un gesto de despectiva indiferencia enmarcando su rostro de edad inidentificable. Parecía ser tan solo un poco mayor que Vládimir, pero su profunda mirada reflejaba los más de quinientos años que cargaba encima. Francis asumió que ganarse la aceptación de alguien que había vivido tanto sería complicado, y cada segundo que transcurría dudando lo alejaba más de su objetivo. Finalmente, obligó a sus temblorosas piernas a ponerse en marcha, hasta detenerse bajo el mismo farolillo que iluminaba al imponente vampiro. El chico sabía de la existencia de un complejo código de etiqueta al momento de hablar o siquiera estar ante la presencia del Lord, pero en aquel momento se le había olvidado por completo.

―Francis Radwimp, has tenido el valor de presentarte ante mí ―dijo Upyros sin modificar el gesto inescrutable de su rostro―. Hubieras podido regresar fácilmente al salón, hubieras podido evitar el peligro de lo desconocido, pero en su lugar te has atrevido a plantarle cara. ¿Por qué?

Francis se mantuvo silencioso, intentando encontrar una respuesta adecuada. La voz del Lord lo había hecho sobresaltar. No era nada parecida a la de Vládimir, pedante y fría, sino que era grave y decidida, propia de alguien que superado mil batallas y que siempre ha sido temido.

―Yo... ―El chico se atragantó con su saliva y tosió. Avergonzado, se recompuso al instante, sin despegar la mirada del piso―. Yo debo presentarme formalmente primero. Me llamo Francis Radwimp y soy... el novio de Dasha.

―¿Eso es todo? ¿Has atravesado la oscuridad de la duda y has confrontado el abismo de la cobardía para decirme algo que, tal como supones, ya es de mi conocimiento? Te lo preguntaré nuevamente, ¿por qué estás aquí, Francis Radwimp?

―Sólo... intentaba...

―¿Qué es lo que buscas? ¿Y qué estás dispuesto a sacrificar para conseguirlo? ¿Crees que con tartamudeos y balbuceos cambiarás el funcionamiento predeterminado de este mundo?

―No... yo...

―Existen patéticas y débiles criaturas, pero también las hay fuertes y decididas. ¿En qué categoría anhelas estar?

Francis finalmente levantó la mirada, levemente exasperado por las interrupciones del Lord. Lo observó a los ojos, pero se arrepintió al instante, consciente de que ofender al vampiro era un suicidio directo. A pesar de sus temores, el hombre sonrió abiertamente. No fue una sonrisa cargada de malicia o de desprecio, pensó Francis, sino que era algo completamente distinto.

El suelo tembló, sacando al chico de sus cavilaciones y borrando la sonrisa del vampiro al instante. Se trataba de Carthaphilum, que había caído al lado de ambos, agachando su cabeza de serpiente para quedar a su altura.

Boyarin Upyros, me alegra enormemente poder verlo en persona durante esta noche tan especial ―siseó el demonio, mientras que con una de sus colosales manos apartaba suavemente a Francis―. Pensé que estaría usted celebrando magnánimamente junto a la Gertsoginya Deborah y al resto de la respetable dvor.

―Guarda tu sardónica palabrería, vil Carthaphilum ―espetó el vampiro, con el ceño fruncido―. Esto es Krossia, no uses el desagradable idioma muerto del Gran Zarato Rojo.

―Mis más sinceras disculpas, Boyarin. ―La serpiente consiguió alejar lo suficiente a Francis hasta resguardarlo bajo una de sus alas―. Pero las costumbres son difíciles de romper para mi especie. ―Deformó la boca de su cabeza ofídica en una atroz sonrisa―. ¿Ha venido usted para tomar parte de la celebración junto al Prints y las devitsy? En lo personal, no recomendaría hacerlo. Su presencia, como bien sabe, no será bien recibida por ellos ni por los demás invitados.

―¿Acaso eres tú quién decide qué es lo que puedo o no hacer en mis dominios, sirviente de la Reina Verde? ―dijo el Lord con aparente calma, tras lo que dio media vuelta―. Lo que he venido a hacer aquí, lo he hecho ya.

Comenzó a alejarse parsimoniosamente, causando que su armadura produjera un fuerte ruido metálico a cada paso. Carthaphilum no modificó su postura tensa mientras lo observaba, manteniendo a Francis guarecido entre su ala y sus brazos. El chico, en cambio, se sintió lo suficientemente aliviado como para soltar un hondo suspiro.

―Francis Radwimp ―dijo repentinamente Lord Upyros, deteniéndose sin voltear―. ¿Por qué?

El aludido, sobresaltado, recordó que no había llegado a responder la pregunta que le había hecho el vampiro al comienzo de su conversación. Juzgándose protegido por la presencia de Carthaphilum y también con la leve sospecha de su suegro no eran tan malo como parecía, se sintió seguro de responder con total libertad.

―Porque quiero salvar a Dasha y Sasha. Sin importar contra qué o quién deba enfrentarme para lograrlo, no me rendiré hasta conseguir un final feliz para ellas.

―Ya veo. ―A Francis le pareció escuchar que el Lord dejaba escapar un suave risa―. Que así sea, entonces.

El vampiro procedió a retirarse con mayor velocidad, desapareciendo rápidamente en la penumbra del camino. Al instante, de entre las sombras circundantes, una multitud de encapuchados vestidos de negro, que hasta el momento habían pasado desapercibidos, se alejaron silenciosamente siguiendo el rastro de su señor.

Francis suspiró con alivio por segunda vez. Carthaphilum se separó de él e intentó decirle algo, pero su mirada se desvió al edificio que se erigía a sus espaldas.

―¡Francis! ¡Carth! ―llamó Dasha desde la entrada―. ¿Qué hacen afuera?

―Nada especial, devitse Dasha ―indicó el demonio, emprendiendo vuelo para regresar al techo de la edificación.

La vampiresa se acercó a Francis rápidamente y lo tomó de una mano para caminar juntos al salón.

―Volvamos adentro. Los demás han comenzado a repartir sus regalos y hay cosas muy extrañas...

―Dasha. ―El chico se detuvo y la abrazó―. Yo te salvaré, te lo prometo.

―¿Eh...? ―Ella le devolvió el abrazo, ruborizada―. ¿A qué viene eso?

―Sólo quería decírtelo. Yo te salvaré. Lo haré.

Francis, sin soltar a su novia, dirigió su mirada al cielo nocturno y rogó porque le dieran una oportunidad de cumplir su palabra. Sabía perfectamente que, incluso contando con la ayuda de Carthaphilum y Vládimir, al final tendría que ser él mismo quien diera el golpe final. Incluso si reconocía que no cumplía con los requisitos para considerarse un héroe, estaba dispuesto a realizar cualquier sacrificio.

Hasta el de convertirse en el peor de los villanos.


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