OVA 11: Es muy absurdo que haya tantos vampiros en una sola historia
OVA 11: Es muy absurdo que haya tantos vampiros en una sola historia (o la Razón por la que el peor enemigo de un vampiro es otro vampiro, aunque realmente hay muy pocos vampiros en el presente relato)
Francis y Dasha se hallaban sentados frente a una mesa en una apacible cafetería de la plaza. La chica, muy contenta, estaba terminando un helado de fresa, mientras que Francis se entretenía observando a los transeúntes a través de la ventana del local. Desde allí podía ver a Isaac, quien parecía estar sumamente concentrado en revisar el escaparate de una agencia de viajes.
―Por cierto, Francis... ―dijo Dasha, tomando el último bocado de su helado―. Sasha me pidió que te saludara. Ella quería venir, pero hoy le toca a ayudar a Sya con algo de la facción anti-hemomancia.
―Me alegro de que ya no me odie. Aunque durante los últimos días me la he encontrado muchas veces en la calle, tal vez está esperando la oportunidad perfecta para rebanarme el cuello.
La vampiresa soltó una risilla.
―Ambas te agradecemos que nos hayas dado la oportunidad de tener una conversación de hermanas, realmente lo necesitábamos. ―Su gesto se endureció―. Pero ¿qué intenciones tienes con ella?
―¿Ah? ¿Intenciones?
―Sasha no es de hacer amigos, y nunca ha tenido contacto con hombres fuera de la familia. ―Dasha acercó su silla a la del chico y lo tomó firmemente de un brazo―. Pero ahora sólo habla de ti y me recalca lo afortunada que soy por haberte conocido. ―Entrecerró los ojos―. Así que...
―Espera, espera, espera ―cortó Francis, incrédulo―. No puedes estar celosa de tu propia hermana. Lo único que hice fue hablar con ella para que se anime a amistarse contigo.
―Lo sé, no digo que no vuelvas a dirigirle la palabra dado que eres el primer amigo que ha hecho. Sólo te pido que le dejes las cosas claras para que no se haga ilusiones, ¿sí?
Francis era incapaz de comprender a cabalidad la imprevista situación. Si bien era cierto que la actitud de Sasha hacia él parecía haberse tornado más cordial, le resultaba impensable siquiera considerar la posibilidad de haberse ganado su afecto en el sentido romántico. Aunque dado que aquella rojiza vampiresa tenía la misma actitud de la antigua versión de Dasha a la que había logrado enamorar sin darse cuenta, bien podría ser verdad. Cual fuere el caso, el chico iba a responder con algo que tranquilizara a su novia, pero en ese momento Isaac se sentó a la mesa.
―Y pensar que ayer nos graduamos ―comentó el recién llegado, sin sospechar lo tenso de la situación―. Ahora finalmente podemos ser ciudadanos hechos y derechos.
―Pero siento que una oportuna elipsis lo ha simplificado todo ―indicó Francis, aprovechando el repentino cambio de tema, y suspiró pesadamente―. ¿Qué es eso tan importante que querías decirnos, camarada?
―Lo que pasa es que me decepcionó un poco que nuestro viaje de graduación al Gran Imperio Rojo se cancelara ―comenzó Isaac―. Se lo comenté a mi padre a la volada, y me dijo que podía darme pases de turista a Maverick. Con lo difícil que es entrar a ese país acepté de inmediato, y por eso quiero invitarlos a ustedes también. Pero... ―Miró a Dasha―. Me preocupa que tengas problemas con eso, Sugrobina. Como Maverick es prácticamente una teocracia neocristiana y tú eres un vampiro... demoniaco.
―No creo que haya inconvenientes ―opinó ella, jugando con su cabello―. Por lo general, mi padre no me permitiría salir del país, pero si le pido ayuda a Vlad seguramente podré hacerlo.
Francis, que había quedado perplejo por la inesperada invitación, palmeó amistosamente la espalda de Isaac.
―Increíble, pensar que verdaderamente tendríamos oportunidad de ir a Maverick. Recuerdo que en la Razón de los Colores, el Director... ―Miró de soslayo a su amigo, que parecía repentinamente desanimado―. ¿Y esa cara? No me digas que también traes malas noticias.
―No es algo malo, al contrario ―aseguró Isaac―. Mi padre me consiguió cuatro pases y realmente me duele pensar en desperdiciar uno. Hablé con Kiseki y Bara, pero ninguna puede ir por obvios motivos personales. ―Meneó la cabeza―. Y no tenemos más amigos cercanos como para invitarlos.
―En ese caso, podríamos preguntarle a Sya, ¿verdad, Dasha? ―Francis suspiró tendidamente―. O a Sasha.
―Últimamente han estado muy ocupadas, pero puedo intentarlo ―aceptó la chica con seriedad―. ¿Cuándo será el viaje?
Isaac se aclaró la garganta, preparándose para dar todos los detalles correspondientes.
...
Francis, ya en mitad del trayecto con destino a la capital de Maverick, Neosalén, se preguntaba cómo diablos había transcurrido el tiempo tan rápido. Aquellas extrañas elipsis se producían cada vez con mayor frecuencia en su vida, como si una mente maquiavélica eligiera cuidadosamente qué eventos eran dignos de contarse y qué otros era mejor omitir. De cualquier forma, prefirió no darle mucha importancia al asunto ya que tenía mejores cosas de las que preocuparse.
Se revolvió en su asiento, incómodo. A su lado izquierdo, cerca de la ventanilla del avión, estaba Dasha, leyendo un libro con mucho interés. En el sitio colindante con el pasillo central se encontraba Sasha, quien desde incluso antes de abordar la aeronave no había parado de observar con total maravilla todo lo que le rodeaba.
―Es increíble que el viaje sólo dure poco más de un par de horas ―comentó Francis, aburrido del silencio.
Sasha asintió con vehemencia.
―¡Lo más sorprendente es que esta máquina pueda volar con tanta gente dentro! ¿Qué clase de magia usa? No siento ninguna carga espiritual cerca.
―El único que podría explicarlo racionalmente está perdido por ahí ―contestó Francis, lanzando una carcajada―. Pobre Isaac, gracias a él estamos viajando y tiene la mala suerte de ir solo.
―Es porque cierta persona no aceptó dividirnos dos y dos ―murmuró Dasha, sin despegar la mirada de su libro.
―¿Por qué tendría que ir yo con él? ―masculló Sasha, captando la directa indirecta―. No tengo nada de qué hablar con un simple plebeyo. Aquí con ustedes me siento más cómoda, ¿verdad, Francis?
―Ah, claro, claro... ―El chico carraspeó al notar que su novia fruncía el ceño con disgusto―. Ahora que me fijo, estás usando el collar que te regalé, Dasha.
―Siempre lo uso debajo de la ropa ―aclaró ella, cerrando su libro―. Pero como sé que por estas fechas hace mucho calor en Maverick pude ponerme algo más fresco.
Efectivamente, la vampiresa llevaba encima un corto vestido rojizo de amplio escote que se ceñía perfectamente a su cuerpo sin llegar a ser demasiado sugerente. Francis, si bien no se caracterizaba por ser muy observador, se percató de que Sasha también estaba vestida con un atuendo de similar estilo, pero más holgado y de un profundo tono azabache.
―Han intercambiado sus colores predeterminados ―comentó, curioso―. ¿Acaso se trata de un juego de gemelas? Creí que sólo sucedían cosas así en las películas...
―Quiero eso ―susurró Sasha repentinamente, con la mirada clavada en el collar de su hermana―. Yo también debo tener uno.
―Puedes comprarlo... ―comenzó a decir Dasha.
―¡No! ―La rojiza vampiresa tomó a Francis de un brazo―. Consigue uno para mí.
―¿Yo? Disculpe mi atrevimiento, señorita carmesí, pero no puedo evitar preguntarme por qué diablos un simple plebeyo con nulos ingresos tendría que comprarle algo a una subdesarrollada noble pudiente.
―Espera, ¿por qué él debe conseguírtelo? ―espetó Dasha.
―¡Porque somos gemelas! Si él te regaló un collar en nuestro cumpleaños, también debe regalarme uno a mí.
―Pero ya te di un listón ―murmuró Francis, intimidado de estar entre el brutal enfrentamiento de miradas que sostenían las vampiresas.
―Y lo estoy usando ―indicó Sasha, señalando su cabeza, donde apenas se podía distinguir el accesorio en medio de su cabellera escarlata―. ¡Pero no se nota! Ni siquiera te diste cuenta.
Dasha chasqueó la lengua con exasperación, y volvió a concentrarse en su libro.
―Eres muy molesta, Sasha. Hubiera preferido no invitarte al viaje.
Francis, aterrado, notó que el rostro de la pelirroja era invadido por un gesto que reflejaba ira pura. Consciente de que cualquier manifestación de emociones fuertes podría generar interferencias electromagnéticas peligrosas para el vuelo, decidió cambiar el rumbo de la conversación.
―Has estado leyendo ese libro desde que partimos, Dasha. ¿De qué trata?
―Es lo que Isaac me regaló ―contestó ella, mostrando la portada con el título "Cómo enfrentar cazadores de vampiros y sobrevivir en el intento"―. Realmente es un estudio serio, me ha sorprendido mucho.
―Los cazadores de vampiros no existen, hermanita ―señaló Sasha, olvidando su enojo al instante―. Sólo aparecen en las películas y en las novelas de ficción.
―Que nunca hayamos visto uno no significa que no puedan ser reales.
―Entonces... ―Francis se frotó el mentón―. ¿Estás leyendo eso por precaución?
―No dudo que en un país como Maverick se tomen en serio la caza de vampiros, especialmente en su capital. ―Dasha ladeó la cabeza―. Pero las cosas que dicen en este libro no me ayudarían porque...
La chica vio cortada su frase por una turbulencia que hizo temblar todo el avión. Poco después una voz anunciaba por medio de un altoparlante que pronto aterrizarían en el aeropuerto principal de Neosalén. Tras esperar unos minutos que parecieron eternos, finalmente el aeroplano tocó tierra, y pudieron descender junto a Isaac, quien había estado viajando en los asientos delanteros.
―Muy bien, ahora debemos tener una importante reunión de emergencia ―anunció este último, agitando un tríptico que cada uno había recibido apenas pusieron pie en el lugar―. En Maverick no existe la pena de muerte, pero si rompemos alguna de sus reglas, incluso si es una nimiedad, nos van a sacar el alma por la boca. Y no sé qué tan simbólica sea esa expresión.
―No creo que tengamos problemas ―aseguró Francis sin mucha confianza―. El Director ya sabe que no debe aparecer públicamente...
―Como ya dije, lo que importan son los pequeños detalles ―respondió Isaac, sin quitar la seriedad de su rostro, tras lo que observó a las hermanas―. Sus vestidos son algo cortos, pero como son turistas supongo que lo dejarán pasar. ¿Qué más? ―Hojeó el tríptico con rapidez, al igual que sus amigos―. No debemos mostrar públicamente ninguna expresión religiosa, incluso si es neocristiana, porque los lugareños lo tomarán como un desafío. No debemos hacer preguntas incómodas o personales a la gente local, lo cual incluye pedir direcciones, traducciones o explicaciones. Tampoco podemos hablar abiertamente de las costumbres de nuestro país de origen, ni tocar temas políticos o socialmente controversiales.
―En pocas palabras, mientras mantengamos la boca cerrada estaremos bien ―concluyó Dasha, aburrida.
Isaac asintió con vehemencia.
―Y lo más importante es que absolutamente nadie debe enterarse de la naturaleza sobrenatural de ninguno de ustedes. ―Suspiró con cansancio―. Estoy seguro de que el Gran Vidente Maverick conoce lo sucedido con el Director Absurdo, pero es mejor evitar llamar la atención. Además de todo eso...
―Ya, viejo, respira ―cortó Francis, hastiado de tanta información―. Mira, mejor salgamos afuera y que sea lo que... el destino decida.
Isaac intentó discutir, pero reconoció que si se ponía a hablar de todas las leyes que imperaban en Maverick podrían quedarse horas en el aeropuerto. De todas formas, sabía que existían ciertas disposiciones y facilidades para los turistas, y confiaba en que, dado el título nobiliario de Dasha y Sasha, la embajada de Krossia actuaría en su defensa de ser necesario. E incluso si llegaban a meterse en problemas serios, Isaac contaba con la opción de pedir ayuda a su padre, quien poseía un cargo importante dentro del Círculo Científico de Maverick. Lo mejor era mantener una actitud positiva mientras se vieran libres de problemas reales, o aquel viaje perdería toda su esencia.
Mientras caminaban con dirección a la salida del aeropuerto, Dasha decidió continuar leyendo su libro sobre cazavampiros. Francis recordó que la chica había querido decir algo sobre la temática de la obra antes de que arribaran al lugar, por lo que le colocó una mano en el hombro para llamar su atención. Pero como la vampiresa se hallaba sumamente concentrada en la lectura, el repentino contacto la hizo sobresaltar y terminó chocando contra un hombre que pasaba por delante de ellos.
―¿Estás bien? ―preguntó Francis, tomando a Dasha por la espalda para evitar que cayera.
―Sí, pero...
―Ya la palmamos, tío ―susurró Isaac con un hilillo de voz―. Esto no podría ser peor.
El sujeto con el que Dasha se había dado de bruces era un joven alto cuyo cabello rubio estaba cortado al estilo militar. Llevaba un saco pulcramente blanco sobre una camisa negra de cuello cerrado coronada por una corbata carmesí. En una de las mangas de su uniforme portaba una banda dorada adornada con una calavera azabache, mientras que su otra manga y parte de su hombro se veían cubiertos por una oscura capa gris que le caía hasta la cintura.
El sujeto, que ni siquiera había tambaleado al chocar contra Dasha, notó que a sus pies se encontraba tirado el libro que la chica había estado leyendo. Con parsimonia, se agachó y lo recogió.
―¡Ese es el libro de mi hermana! ―exclamó Sasha, que hasta el momento había estado observando con asombro todo a su alrededor―. Devuélveselo ahora, despreciable plebeyo.
Isaac y Francis la miraron con el rostro deformado por un gesto de horror. No se necesitaba reflexionar mucho para concluir que, si ya era malo meterse en problemas con los civiles maverickanos, enfrentarse a un militar era literalmente un suicidio. Posiblemente ni siquiera su condición de turistas, o incluso la noble cuna de las vampiresas serían elementos suficientes para liberarlos de las aciagas consecuencias.
―Tienes un buen carácter, ungläubig ―aseveró el hombre con el rostro inexpresivo, utilizando la denominación con la que los locales se referían a los extranjeros.
―Por favor, perdone nuestras ofensas ―rogó Isaac, sin mirarlo a los ojos―. Acabamos de llegar y recién nos estamos adaptando. Ellas son nobles krossianas, y por eso tienen una actitud poco respetuosa para con los demás.
El militar lanzó una risotada, que dejó atónitos a los chicos.
―No te preocupes, aquí en Maverick estamos acostumbrados a las mujeres de carácter fuerte. Aunque no lo crean, la mayoría de familias funcionan en base a matriarcados.
―¿En serio? ―Francis revisó su tríptico―. Según esto parece que es al revés.
―La imagen retorcida del país se debe a que aún reparten información desfasada a los ungläubige. ―El hombre suspiró―. El Gran Vidente ha intentado actualizar esas cosas, pero la burocracia del gobierno republicano lo hace todo demasiado difícil. ―Se percató de que todavía sostenía el libro de Dasha―. Te devuelvo esto...
La chica alargó una mano para recibir el tomo, pero el militar se detuvo antes de entregárselo. La mirada del hombre, que hasta el momento había permanecido afable y serena, reflejó repentina sorpresa al ver la portada del libro.
―Esto es de VanBlutung... ―murmuró, y se volteó hacia un lado―. ¡Schwester, acá tenemos algo!
Sasha, enojada, le iba a exigir nuevamente que le devolviera el libro a su hermana, pero Dasha logró contenerla con un gesto. No sabía exactamente que estaba sucediendo, pero suponía que no era nada bueno. Francis sospechaba lo mismo, por lo que interrogó silenciosamente a Isaac con la mirada. Este no dijo nada, temeroso de que siquiera emitir un simple sonido ahondara incluso más su problema, pero sabía perfectamente en qué tipo de embrollo se habían metido.
En Maverick se perseguía activamente cualquier manifestación o expresión relacionada a la magia, al cosmicismo y al demonismo. Las temáticas referentes a vampiros obviamente estaban incluidas, y los libros eran una fuente primaria para transmitir ese tipo de conocimientos prohibidos. En cualquier otro caso, podrían aducir que consiguieron la obra por simple entretenimiento, pero eso no los libraría de un profundo interrogatorio seguido de una investigación de antecedentes. Y, en el trágico caso de que descubrieran la naturaleza vampírica de Dasha y Sasha, realmente sufrirían consecuencias inefables.
Los cuatro chicos se mantuvieron mudos e inquietos, mientras veían que otra persona se acercaba con paso raudo. Se trataba de una mujer alta y esbelta, tan rubia como el hombre que seguía sosteniendo el libro en una mano. Estaba uniformada de manera similar a su compañero, pero en lugar de una capa llevaba una gabardina militar de cuero plateado por encima de sus hombros, y una boina con visera que le cubría la cabeza hasta la frente.
―En misiones oficiales, refiérase a mí por mi grado, sargento Dietrich ―espetó la recién llegada con voz ácida―. ¿Qué es lo que tiene?
―Sí, coronel Dietrich. ―El militar le entregó el libro y ella comenzó a hojearlo―. Una obra de Zimram VanBlutung. Una de las difíciles de obtener, he de mencionar.
―Bien ―Miró a los angustiados chicos―. ¿De quién es?
―Yo lo conseguí ―afirmó Isaac, antes de que Dasha pudiera decir algo―. Mi padre me lo envío luego de terminar de analizarla y...
―Me doy cuenta ―afirmó la coronel, tras revisar la contraportada del tomo―. Cuenta con el sello oficial del doctor Deguise, así que es completamente legal. Los estábamos esperando.
―¿A nosotros?
―El doctor Deguise, además de trabajar como investigador para el Gran Vidente, también es el director general de las Neues Waffen, una de las organizaciones que componen las fuerzas especiales de Maverick ―manifestó la militar y estiró la mano con la que sostenía el libro―. Eres Isaac Deguise, ¿verdad? Tu padre nos envío a recogerte a ti y a tus acompañantes para integrarlos a una misión.
El aludido enarcó una ceja, absolutamente confundido, y recibió el tomo. Sus amigos lo observaron inquisitivamente, pidiendo explicaciones.
―Eh, no tengo ni idea de lo que está sucediendo. Mi padre nunca me dice nada importante... ―Carraspeó y miró a los militares con desconfianza― ¿Qué... clase de misión?
―Se trata de una tarea de exterminación ―explicó la mujer rubia―. Un vampiro se ha asentado en un castillo abandonado a las afueras de Neosalén. Nuestro objetivo es capturarlo y traerlo a la capital, o en su defecto, eliminarlo si opone resistencia.
―Creo que... ―dijo Francis, mirando de reojo a Dasha y Sasha―. Si se trata de vampiros, preferimos no involucrarnos...
―Es un vampiro necrótico, así que no deben tener problemas ―respondió la militar y señaló a las hermanas Sugrobina―. No consideramos que los vampiros demoniacos sean de su misma especie. Es más, estos últimos no son vampiros en términos oficiales, son simples hemomantes.
Sasha se sintió terriblemente ofendida por el comentario, pero Dasha volvió a calmarla tomándola de las manos.
―¿Cómo...? ―Isaac meneó la cabeza―. Nunca le mencioné a mi padre nada de lo que sucedió...
―El Gran Vidente pidió expresamente al doctor Deguise que los incluyera en esta misión ―aseveró el sargento―. No poseemos información detallada del caso, pero se trata de entrenamiento destinado a ustedes planeado por una poderosa entidad cósmica.
―De modo que una negativa de su parte es inaceptable ―concluyo la coronel, dando media vuelta―. Pónganse en marcha, los esperaremos en la puerta principal del aeropuerto. Pueden dejar su equipaje en la recepción.
Sin más que decir, ambos militares se alejaron rápidamente, dejando a los chicos atónitos.
―Vaya viajecito nos han conseguido, camarada ―gruñó Francis, mirando a Isaac con exasperación—. Aunque la culpa la tiene el maldito Director Absurdo. Ojalá que esa enana se atragante con alguno de sus dulces...
...
El grupo llevaba ya más de media hora de caminata luego de un considerable viaje en un vehículo militar, y apenas habían salido de la zona metropolitana de Neosalén. En el trayecto, los militares se habían presentado oficialmente para alivianar la tensión que los chicos aún sentían. Se trataba de un par de hermanos, Emma y Heinrich Dietrich, que tal como habían explicado en el aeropuerto, pertenecían a un conjunto de fuerzas especiales dedicado a la captura y exterminación de agentes no humanos que representaran un peligro para la población civil. A pesar de la imagen intimidante que habían denotado en un inicio, la coronel y el sargento se habían mostrado cordiales y no tenían reparos en responder las incontables preguntas que los chicos les lanzaban.
―En la ciudad sentí algo extraño ―comentó Dasha―. Era como un zumbido que me hacía doler la cabeza.
―Debe ser por los nodos de disrupción ―opinó Heinrich―. Inhiben influencias y habilidades de naturaleza maligna, demoniaca y caótica, mientras que fortalecen capacidades afines al orden y poderes divinos. Los nodos están esparcidos por casi todo el territorio subterráneo de Maverick, pero se concentran especialmente en Neosalén. Por eso atacar la ciudad sería un suicidio para casi cualquier tipo de criatura, entidad o ser.
―Entonces eso los fortalece a ustedes ―indicó Sasha, olisqueando el aire―. No son humanos, ¿verdad?
―Tienes buenos sentidos, pero analizar raíces espirituales ajenas sin permiso no es de buena educación, ungläubig ―contestó Emma en tono jocoso, a lo que la rojiza vampiresa soltó un bufido―. Pertenecemos al Proyecto de Hibridación Evolutiva. La mayor parte de la población militar de Maverick es, como mínimo, mitad humana. El Gran Vidente mantiene relaciones diplomáticas con diversas entidades cósmicas asociadas al orden y civilizaciones alógenas benévolas, de modo que tenemos la oportunidad de "mejorar" la especie.
―Ahora ya no me siento tan extraño ―suspiró Francis, recordando su indescriptible naturaleza.
―Pero ahora el raro soy yo ―concluyó Isaac―. ¿Qué hago metido en una misión como esta?
Su caminata se alargó por un par de horas más hasta que se detuvieron a descansar. Los chicos, muy agotados, inquirieron la razón por la que no se trasladaban en un vehículo tal como el que habían usado en la ciudad. Si bien la zona por la que se movían era montañosa, se podían distinguir algunos caminos de tierra que hubieran podido ser tomados por un auto bien equipado.
―No debemos perder el factor sorpresa ―explicó la coronel―. Tenemos información fiable de que el vampiro cuenta con un nigromante como cómplice. Podría detectar el uso de cualquier aparatado electrónico, eléctrico y mecánico en un radio de varios kilómetros. Por eso será mejor que apaguen sus celulares, ya debemos estar cerca.
Ellos cumplieron la orden y se dispusieron a continuar, pero el sargento los detuvo.
―Detecto una presencia extraña en las inmediaciones, schwester. ―El militar meneó la cabeza―. Hay más de una y están bien camufladas. Prefiero no adelantar nada, pero no parecen hostiles.
―Deben estar conectadas de alguna forma a nuestra misión ―consideró Emma, y miró a los chicos―. ¿Qué sienten ustedes?
Francis e Isaac se encogieron de hombros, dado que ninguno de ellos tenía la capacidad de detectar raíces espirituales.
―Hay algo que no es humano, pero no puedo identificarlo ―señaló Sasha.
―Yo también lo percibo... ―Dasha ladeó la cabeza―. No sé que es, pero me parece familiar.
La coronel y el sargento comenzaron a discutir entre ellos sobre las acciones que deberían tomar ante la inesperada situación. Ya que emplearon el idioma local de Maverick, el ya extinto alemán, los demás se mantuvieron aparte, expectantes. Finalmente, Emma concluyó que lo mejor sería continuar avanzando y confrontar a las entidades desconocidas. Si se trataba de enemigos, serían eliminados sin contemplaciones. En cualquier otro caso, se limitarían a espantarlos para que no interfirieran con la misión.
Retomaron el trayecto, todos atentos ante cualquier señal de peligro. Luego de recorrer una distancia considerable hasta llegar a los linderos de un bosque, la tensión había amenguado al considerar que, posiblemente, tan solo habían detectado a unas criaturas sobrenaturales salvajes sin relación con su objetivo. No obstante, el alivio no les duró mucho al ver, a lo lejos, la silueta de una sospechosa persona vestida con una larga túnica azulada decorada con símbolos de estrellas.
―¡Increíble! ―exclamó Francis, al acortar la distancia―. ¡Es el maldito mago retrasado!
La voz del chico llamó la atención de quien indudablemente debía de tratarse de Dumblalf. Tal como lo recordaban, el mago portaba un sobrero puntiagudo en su cabeza, cubriendo sus largos y blancos cabellos. El anciano, al verlos, reflejó gran sorpresa en su rostro barbudo y luego sonrió ampliamente.
―Madre mía, chavales, que yo creía que no os volvería a ver. ―Volteó hacia una arboleda cercana y agitó una mano―. Deja de dar de hostias a los necronejos, Gandledore, y ven a flipar con esto.
Al instante, el vistoso brujo hizo acto de presencia. Se plantó frente a los demás haciendo ondear su túnica de forro negro e interior rojo, mientras que su hosco rostro se torcía en una mueca de desprecio. Apartó la capucha con la que cubría sus cabellos negros y se acarició la larga barba.
―Esto no mola ―dictaminó el brujo―. Ahora todo se hará mucho más chungo.
―Han de ser realmente ingenuos para infiltrarse en territorio maverickano, Heraldos de Folkmord ―espetó Emma, poniéndose por delante del grupo con los brazos cruzados―. Asumo que conocen cuál es su condena, pero dado el contexto tienen la opción de sobrevivir si aceptan retirarse sin oponer resistencia.
―Tranquila, chavala ―respondió Dumblalf, levantando los brazos―. En situaciones corrientes estaríamos en la obligación de agarrarnos a trompadas, pero no tiene por qué ser así ahora.
―¿Es esa tu respuesta? ―La coronel endureció el rostro―. Por cierto, tengo treinta y cinco años, así que elige con cuidado tus adjetivos o las consecuencias serán peores para ti.
―Cuando cumplas tu primer milenio podrás quejarte, capulla ―masculló Gandledore, causando que la militar enrojeciera de ira―. Como sea, estamos a un pelín de cometer un atentado de los gordos, así que marchaos a armar barullo a otro lado.
―¿Pretenden que los dejemos ir ahora que han admitido sus nefastas intenciones? ―inquirió Heinrich, al notar que su hermana estaba demasiado enfurecida como para seguir hablando.
―Disculpad a Gandledore, se le va la pinza cuando se emociona ―contestó Dumblalf―. Nos enviaron a eliminar a un vampiro necrótico asentado por esta zona. Podéis considerarlo como una especie de "anti-atentado", una manera de ayudar a la sociedad humana sin pedir recompensas.
―¿En serio? ―Isaac se frotó el mentón, considerando que nunca antes había oído de acciones así por parte de los Heraldos de Folkmord—. ¿Cómo es que nadie habla de eso?
―Los medios son todos unos pringaos ―señaló el brujo―. Dan la brasa cuando algún heraldo se carga media ciudad, pero no dicen ni pío cada vez que salvamos a la gente. Por eso todos creen que somos los malos... Y, bueno, sí lo somos, pero no tanto.
―En tal caso podemos trabajar en conjunto como en los viejos tiempos ―opinó Francis―. Nosotros también estamos tras ese vampiro.
Dumblalf y Gandledore se miraron por un segundo, tras lo que se limitaron a asentir en silencio. No tenían órdenes de evitar contar con ayuda externa, y de todas formas confiaban plenamente en los chicos. Sin embargo, tenían recelo de los maverickanos que los acompañaban.
―¿Entonces? ―preguntó Francis a Emma y Heinrich―. El mago y el brujo son "amigos" nuestros. Aunque uno intentó matarnos en el pasado...
―No creo que sea sensato incluir entidades malignas en el plan ―consideró el sargento, y miró a su superior―. Pero es tu decisión, schwester.
―Considero que estos heraldos son seres sumamente desagradables ―opinó la coronel, causando que el par de ancianos hicieran una extraña mueca de enfado mostrando los dientes―. Pero contar con carne de cañón siempre resulta conveniente. Pueden venir con nosotros mientras se limiten a seguir mis órdenes al pie de la letra.
―Vas de sobrada, tía ―espetó Dumblalf, inesperadamente exasperado―. Nos limitaremos a hacer lo que nos dé la gana ―señaló a los chicos―, mientras los protegemos a ellos.
Los militares, indignados, comenzaron a discutir con firmeza. Los heraldos no se quedaron atrás y lanzaron toda la caterva de improperios que conocían, adoptando actitudes ridículamente infantiles para su aspecto. Los demás se resignaron a mantenerse apartados de la contienda verbal, hasta que concluyeron que, de no intervenir, aquello podría alargarse hasta el infinito.
―¿No creen que es ridículo que dos militares de alto rango del país más poderoso del continente y un par de antiquísimas entidades incomprensibles se tomen en serio unos cuantos insultos? ―masculló Francis, suspirando de aburrimiento.
Aquella pregunta consiguió que los involucrados en la discusión se callaran, pero aún se podía sentir lo tenso de la situación flotando en el aire.
―¡Ya sé! ―exclamó Dasha―. Podemos ir todos juntos a por el vampiro necrótico, y gana quien lo atrape primero. No vale obstaculizar a los demás ni atacarnos entre nosotros. ¿Qué dicen?
―Está bien, de todas formas no podemos continuar malgastando tiempo ―aceptó Emma, avergonzada.
―Vale, vale ―dijo Dumblalf, mientras que Gandledore se encogía de hombros―. No daremos más la tabarra.
Finalmente pudieron proseguir la marcha. Los hermanos Dietrich prefirieron quedarse en la retaguardia del grupo mascullando entre ellos, mientras que los heraldos y los chicos avanzaban delante. Estos últimos decidieron aprovechar la ocasión para preguntarle a los ancianos que había sido de su vida desde la última vez que se habían visto, de modo que ellos comenzaron a narrar sus extrañas peripecias.
―Yo tengo una duda ―señaló Sasha, interrumpiendo la amena conversación―. ¿Quiénes son estos dos viejos?
―Oh, olvidé que tú no estuviste con nosotros durante el problema con el Director Cromático ―consideró Francis.
―Ya te lo conté varias veces, Sasha ―indicó Dasha―. Dumblalf nos ayudó cuando sucedieron esas cosas, y Gandledore intentó matarnos por alguna razón poco clara. ―Ladeó la cabeza―. Aunque recuerdo que en ese entonces no se llevaban nada bien.
―Es porque yo era parte de la facción del Corruptor de Almas ―explicó Gandledore―. Por cierto evento reciente decidí pasarme a la facción de la Bruja Folkmord.
―Y nos envían juntos a realizar "anti-atentados", por lo que ahora somos coleguis ―añadió Dumblalf—. Aunque supongo que no entendéis la importancia de las facciones, y no mola tener que detallarlo a fondo.
―Y pensar que lo único que hacían antes era intentar matarse mutuamente ―soltó Isaac, lanzando una risotada―. Estoy flipando.
―Anda, colega, si hablas nuestro idioma.
―Venga ya, tronco, que eres de los nuestros.
Luego de una considerable travesía llegaron a lo que, indudablemente, debía tratarse de su destino. Entre las verdes lomas que podían vislumbrar más adelante se erigía un imponente pero descuidado castillo de piedra. No parecía haber ningún tipo de actividad en los alrededores, y el estado ruinoso de la edificación le daba un aspecto de completo abandono. A pesar de ello, todos salvo Francis e Isaac detectaron que su vampírico objetivo se encontraba oculto en el interior.
―El trayecto tomó más de lo esperado ―indicó Emma, observando cómo el tono naranja del atardecer se hacía cada vez más oscuro―. Entraremos en acción inmediatamente. ―Señaló a los heraldos―. Ustedes, eviten ser un obstáculo para esta misión, y tendré piedad al concluir.
―Va a estar chungo trabajar en equipo con vosotros y su mala leche ―consideró Dumblalf, y Gandledore asintió―. Así que nosotros iremos a nuestra bola por el exterior para atrapar al vampiro cuando se os escape. Acompáñanos, Isaac, los neohispanos debemos estar unidos como las pipas al pan.
―Pero yo soy krossiano y ustedes ni siquiera nacieron en este planeta. Da igual, prefiero no entrar a ese castillo, así que acepto.
―¿Estás seguro? ―le preguntó Francis a su amigo―. No dudo que estos dos son viejos duros, pero...
―No te preocupes, Frank. Simplemente me quedaré viendo como ellos se cargan a lo que sea que encontremos.
―Lleven a Yoghoth con ustedes ―dijo Dasha, lanzándoles al komekarne en su forma de sanguijuela rechoncha flotante―. Lo reviven si muere otra vez, por favor.
Los dos heraldos e Isaac terminaron de despedirse y se alejaron, perdiéndose entre las lomas. Los demás prosiguieron la marcha, atentos a cualquier señal que pudiesen asociar a los enemigos que esperaban encontrar. No tuvieron inconvenientes en el camino, y se detuvieron ante la gigantesca entrada del castillo, cuyos portones dobles se encontraban tirados en el suelo de piedra del interior.
―Esto es mala señal ―opinó Heinrich y miró a la coronel―. No hay duda de que es una trampa, schwester.
―Lo sé, pero no podemos dar marcha atrás.
Sin más que agregar, la mujer avanzó a paso firme hasta ingresar al colosal recibidor del castillo, seguida de cerca por los demás. Apenas se podían vislumbrar los detalles que los rodeaban, gracias a la escasa luz que se colaba por la entrada. Tal como permitía adivinar su apariencia exterior, el castillo realmente parecía haber estado abandonado por siglos. En el piso se esparcían pedazos de roca, polvo a montones e incluso unos pocos huesos de naturaleza indeterminada.
A cada lado del recibidor se abría un par de aperturas en las paredes, a modo de portales de oscuridad insondable. Frente al grupo se erigía una amplia escalera con varios de sus peldaños destruidos, que llegaba hasta la pared del fondo donde se dividía para enlazar dos partes distintas del segundo piso.
―Sigue un patrón clásico de arquitectura ―reconoció Emma―. Aquí nos separaremos en grupos para abarcar mayor terreno. ―Señaló a los chicos― Ustedes irán a revisar el segundo piso en busca de cualquier pista de valor. Deberán evitar enfrentamientos directos contra el vampiro necrótico o el nigromante, si es que llegan a encontrarlos. ―Miró a su hermano―. Nosotros nos encargaremos de revisar el sótano y el primer piso. Luego subiremos para reagruparnos.
Francis, incrédulo, iba a discutir la azarosa decisión, pero la coronel y el sargento se alejaron a toda prisa hasta perderse en las sombras de uno de los portales. El chico y las vampiresas se mantuvieron estáticos por un par de minutos, con poca disposición a cumplir las órdenes que les habían dado. Una cosa era llevar a cabo una misión de exterminio bajo el mando de dos militares experimentados, y otra muy distinta era confrontar a criaturas desconocidas en solitario.
―Maldición ―masculló Francis―. ¿Acaso no es obvio que separarse es la peor decisión en las películas de terror?
―Pero esta historia no es de terror ―señaló Dasha ladeando la cabeza―. Es una comedia romántica.
―Estás loca, preciosa. No me reído en ninguno de los diecinueve capítulos y once especiales que van publicados hasta ahora.
―Eso es porque eres un aburrido, querido.
―Dejen de romper la cuarta pared y decidamos qué es lo que vamos a hacer ―espetó Sasha―. ¿Subimos?
―No tenemos más opciones ―suspiraron los otros dos.
Comenzaron a ascender por la amplia escalera, teniendo cuidado de no pisar las múltiples irregularidades y escombros. Las hermanas no tenían problema en escoger los peldaños más estables dado su extraordinario sentido de la vista, pero Francis estuvo cerca de caer en más de una ocasión. Finalmente llegaron al rellano donde la escalinata se dividía en dos, y se detuvieron a decidir el camino a tomar.
―Izquierda ―dijeron las vampiresas al unísono.
―¿Han perdido la cordura? ―soltó Francis―. Elegir la izquierda siempre es malo, en todos los sentidos. Iremos por la derecha.
Ellas cruzaron miradas por un instante, se encogieron de hombros y le dieron la espalda para subir por la escalera de la izquierda. Francis masculló que merecía más respeto por ser el protagonista, pero se resignó a seguirlas. Alcanzaron el segundo piso sin problemas y se encontraron con un largo pasillo que se extendía hasta terminar en una pesada puerta metálica. A diferencia del recibidor del castillo, aquel amplio pasadizo se encontraba iluminado por peculiares antorchas empotradas en las paredes que emitían un etéreo fuego azulado.
―Esperen ―dijo Francis, poniéndose por delante de las chicas―. Esto realmente parece una trampa. Es hora de usar al poco útil pero fácilmente reemplazable Director Cromático.
Como respuesta, uno de los peces del Director apareció flotando cerca. Sin embargo, no poseía su usual forma de bacalao multicolor, sino que estaba famélico y gris como una barracuda, además de ser muy pequeño. A Francis, por lo general, le daba igual la manera en la que su cósmico compañero se veía, ya que de todas formas carecía de una apariencia definida, pero dada su situación prefería ahorrarse imprevistos.
―¿Qué diablos te pasó, pescadete?
―Los nodos de disrupción me detectan como una caótica entidad maligna ―explicó el Director con una voz distorsionada―. Mi naturaleza Nyark afín al Orden me permite actuar, pero además están esas cosas. ―Agitó la cabeza con dirección a las antorchas―. Fuego de Aversión. No es tan efectivo como la Piedra de Rencor, pero igual me debilita mucho.
―Justo eso explican aquí ―dijo Dasha, quien había sacado su libro sobre cazavampiros―. Los necróticos y los nigromantes casi siempre trabajan juntos, y estos últimos son especialistas en las Artes de Aversión. Una entidad cósmica la tiene difícil al enfrentarlos.
―¿Entonces? ―Sasha ladeó la cabeza―. ¿Apagamos las antorchas una por una?
Su hermana negó con firmeza.
―No serviría de mucho mientras su fuente de energía principal siga en pie. Es probable que tengan una hoguera en algún lado, posiblemente en el sótano. Espero que los militares la encuentren y la neutralicen, porque también afectará a los heraldos que están con Isaac.
―Da igual ―suspiró Francis, y señaló la puerta metálica―. Ve hasta allá y vuelve, Director. Si algo te mata, tendremos que idear algún plan.
―Claro, úsame como carnada, perverso camarada ―lloriqueó el pez, pero se puso en camino al instante.
El animal alcanzó su destino en poco tiempo y nadó de vuelta con rapidez. A su paso, las antorchas modificaron su tono, reemplazando el enfermizo azul por un rosa chillón.
―Son detectores de aura ―anunció el Director―. Ha reconocido mi naturaleza Nyark, pero no ha podido determinar mi esencia Zothoth.
―¿Eso es bueno o malo? ―preguntó Francis.
―No lo sé, pero el nigromante debe de estar aterrorizado al sentir algo tan atroz como un Nyark rondando por aquí. Puede que se ponga más violento, o que huya.
Dado que las antorchas no parecían ser peligrosas, y como ya no podían contar con el sigilo a su favor, decidieron avanzar por el pasillo. A medida que lo hacían, las antorchas intercambiaron los colores de sus fulgores al negro, para luego pasar al rojo y finalmente regresar al rosado. Cuando los chicos alcanzaron la puerta metálica, miraron atrás y descubrieron que el fuego se había tornado azul nuevamente, pero se apagó de improviso tras un instante.
―El nigromante estará teniendo un ataque de ansiedad en estos momentos ―concluyó el Director, retorciéndose―. Nyarks, Vampiros Demoniacos, Brujas del Caos... Devorar su miedo será un festín magnífico.
La pesada puerta, a pesar de su aspecto blindado, estaba tan oxidada que se derrumbó cuando Francis posó una mano en ella. Con desconfianza, los chicos atravesaron el marco e ingresaron a un espacioso salón, con un enorme ventanal que daba al exterior, permitiendo iluminar parcialmente la estancia. Se repetía el patrón de abandono y desorden que habían visto hasta el momento, pero con un extraño detalle: en el fondo de la sala se erigía una ancha cama con techo cubierta por un amplio dosel. La tela tenía un color plateado con patrones rojizos y, aunque era de estilo antiguo, parecía estar bien conservada, destacando por sobre la semioscuridad reinante.
Ante la confundida mirada del Francis y las vampiresas, el Director Cromático se adelantó hasta detenerse cerca del lecho, observando a través del dosel. Los demás se mantuvieron atentos, pero al ver que el pez no regresaba para informar de lo que estaba viendo, decidieron acercarse. Tomaron una gran bocanada de aire y se prepararon para lo que se venía.
Tras apartar el dosel, los tres se toparon con una pequeña niña de largo cabello castaño sentada con las rodillas flectadas hacia atrás, vestida con un complicado atuendo de estilo victoriano del mismo color que el dosel de la cama. La pequeña se mantenía silenciosa, observando a los recién llegados con los ojos completamente abiertos expresando absoluto horror.
―Hola ―saludó Dasha dulcemente, avanzando un poco, lo que hizo sobresaltar a la niña―. ¿Te encuentras bien?
Ella no respondió, y apoyó las manos en el colchón para alejarse ligeramente. Gracias a eso, los chicos pudieron observar que uno de los tobillos de sus pies descalzos estaba atenazado por un grillete dorado unido a una cadena de similar tonalidad que se alargaba hasta terminar en un extraño cubo compacto con la superficie cuajada de símbolos.
―Es una prisionera ―opinó Dasha―. Debemos liberarla.
―¿Una prisionera? Pues bonita celda le han dado ―siseó el Director con su voz distorsionada―. Esto es sospechoso, no puedo determinar la naturaleza de su raíz espiritual. Propongo asesinarla y dividirnos sus órganos internos. Yo me quedaré con su cerebro.
―Espera, ¿hablas en serio? ―Francis meneó la cabeza, sin entender muy bien la situación―. Pero es solo una niña. ¿Qué tan peligrosa puede ser?
―Acomarant-Nyark también tiene un aspecto infantil, pero si quisiera podría enraizar y engullir el planeta entero. Mi segundo fragmento es otro claro ejemplo de que las entidades que asumen forma de niña son diabólicamente peligrosas.
Dasha discutió, firme en su postura de liberar a quien creía era una prisionera. Francis no estaba tan seguro, pero prefirió apoyar lo que su novia decía, mas el Director continuó argumentando que eliminar a la desconocida era la opción más sensata. Sasha, por su parte, se agachó frente a la niña y la tomó de las mejillas con firmeza.
―¿Eres el nigromante? ―preguntó la vampiresa, sin despegar sus ojos color sangre de los grises de la pequeña. Esta última se limitó a intentar negar con la cabeza, en total estado de pánico―. ¿Vas a hacernos daño?
La niña negó nuevamente, por lo que Sasha la soltó y se giró a los demás.
―Parece inofensiva.
―Inofensiva mi aleta dorsal ―gruñó el Director―. Dejen de darle vueltas al asunto, trío de insulsos. Si no quieren ensuciarse las manos, la devoraré yo mismo.
El ente cósmico abrió la boca y se acercó hostilmente a la niña, la cual se limitó a cubrir su cabeza con sus manos, sollozando en silencio. Pero, antes de que el pez llegara a alcanzarla, Francis lo atrapó con una mano.
―Pisa el freno, pescadín. Si cometes un acto malvado perderemos los Deus Ex-Machina que nos protegen por ser de los buenos.
El Director se retorció con violencia hasta lograr soltarse, pero no intentó volver a atacar a la niña. Reconoció que Francis tenía razón, aunque mantuvo firme su opinión de desconfiar de cualquier cosa incierta.
―Pero no la liberaremos ―finalizó, moviendo su pequeña cabeza con dirección al cubo dorado encadenado al tobillo de la supuesta prisionera―. Eso es un inhibidor espiritual, y se lo deben haber puesto por buenas razones.
―¿Puedes caminar? ―preguntó Dasha a la pequeña.
La aludida, todavía asustada, asintió sin decir palabra. Para demostrarlo, tomó el cubo con sus manos y se arrastró al borde de la cama. Colocó ambos pies en el piso y se sostuvo, algo desequilibrada por el peso que cargaba. Tras ello, abrió la boca y murmuró algo ininteligible, mientras estiraba ambos brazos para apuntar una ancha puerta ubicada en la pared frente al ventanal.
―Que ella sea la vanguardia ―propuso el Director al notar el sospechoso portón―. Sería demasiado ingenuo seguir sus indicaciones.
―Nos está intentando ayudar ―rezongó Dasha―. Es solo una niña, no podemos enviarla al frente.
―Insensata vampiresa ―bufó el pez, mostrando sus afilados dientes―. Todo lo que tienes de fértil lo tienes de necia.
―Ahora sí te pasaste, bacalao ―espetó Francis y apretó al Director entre sus manos, haciéndolo explotar en polvos grises―. Te volveré a convocar si te necesitamos.
Viéndose libres del problemático ente cósmico, se aproximaron a la puerta que la niña les señalaba. Era de metal, con una estructura similar a la que se había derrumbado al ingresar al aposento, pero sin rastros de óxido. Su pesado aspecto la hacía parecer impenetrable, además de que no poseía una cerradura u otro tipo de mecanismo para abrirla.
Francis y las hermanas se observaron mutuamente, confundidos, preguntándose si acaso lo mejor sería volver sobre sus pasos para explorar otros sectores del segundo piso. Al notar sus dudas, la niña dio un paso al frente y, haciendo uso del cubo dorado que sostenía a modo de ariete, comenzó a empujarla la superficie metálica con todas sus fuerzas. Dasha intentó detenerla amablemente, explicándole que no conseguiría nada más que malgastar energías, pero notó que, poco a poco, la puerta iba cediendo. Los demás también se percataron del hecho y, entre todos, empujaron el portón hasta conseguir abrirlo por completo.
Se arrepintieron en el acto.
Una llamarada azulada cayó sobre ellos, destruyendo la pared y la puerta con gran violencia. Por fortuna, Dasha y Sasha habían conseguido prever el ataque, por lo que se apartaron junto a Francis y la niña. El brutal impacto resquebrajó el techo y los muros colindantes, lo que causó que la edificación entera se meciera amenazadoramente. Otro embate de energía explotó cerca de su posición, lo que obligó a los chicos a buscar refugio tras una gruesa columna caída.
Desde su escondite pudieron analizar el espacio a su alrededor. A pesar de la destrucción y el caos reinante, parecían encontrarse en lo que antiguamente debía haber sido un amplio salón de baile iluminado por descomunales recipientes de piedra negra que enarbolaban fulgores de fuego azul. En las altas paredes que aún se mantenían de pie pudieron distinguir algunos palcos, y otros espacios más pequeños similares a púlpitos. Pero no pudieron apreciar la arquitectura de la estancia, ya que su atención fue atrapada al instante por el causante de los ataques anteriores.
Aparentemente se trataba del nigromante, quien se encontraba encaramado en uno de los púlpitos. Estaba envuelto en una túnica color índigo que le cubría de la cabeza a los pies, con el rostro oculto por una máscara de teatro con gesto de enfado. En una de sus manos, cubierta de vendas azabache, sostenía un largo cayado circundado por flotantes orbes iridiscentes de tonalidades turquesas.
Los chicos también distinguieron a Emma y Heinrich en el salón, esquivando los continuos ataques que el hechicero les lanzaba sin contemplación. Al mismo tiempo, los militares luchaban encarnizadamente contra incontables criaturas simiescas de color añil, que parecían seguir las órdenes del nigromante.
―¿Qué diablos hacen esos dos aquí? ―preguntó Francis, observando cómo el par de hermanos destrozaba con gran presteza a las bestias sin hacer uso de armas.
―Tal vez nos enviaron al segundo piso para distraer al nigromante ―opinó Dasha―. Ellos nunca fueron al sótano, sabían de antemano dónde estaba su enemigo. ―Suspiró―. Al final no tendremos que hacer nada.
―No lo sé. ―Sasha observaba con atención el enfrentamiento―. Ambos están luchando bien, pero...
Francis y Dasha prestaron atención al campo de batalla. Efectivamente, los Dietrich diezmaban a las criaturas simiescas, pero estas continuaban emergiendo de los palcos y de otras entradas cercanas. Los militares, a pesar de sus magnificas habilidades, ya comenzaban a mostrar los primeros signos de agotamiento.
―Habrá que ayudarlos ―opinó Francis, y el pez del Director Cromático apareció a su lado―. Ve y cómete a todos los malos.
―¿Ahora sí pretendes que te ayude, insulso camarada? ―espetó el animal con su voz distorsionada. Emitió un chirrido al notar el gesto hosco del chico―. Lo haría, pero como ya mencioné, el fuego de Aversión me ha limitado casi por completo.
―Entonces, como siempre, no sirves para nada. ―Francis chasqueó la lengua, y miró a las vampiresas―. ¿Ustedes...?
Ellas se miraron mutuamente con preocupación.
―Si no tenemos sangre a nuestra disposición no podemos usar nuestros poderes ―explicó Sasha―. Aún no aprendemos a regenerar y utilizar nuestra propia sangre como elemento de combate.
―Además... ―añadió Dasha, al ver que Francis iba a decir algo―. Como somos novatas, no sabemos regular el control de sangre, por lo que sería peligroso usar la tuya.
En eso, una buena parte del techo del salón se resquebrajó hasta reventar en pedazos. Por el enorme agujero ingresó Yoghoth en su forma de irregular masa viscosa coronada por cabezas de león agusanadas. Pero, a pesar de su voraz aspecto, fue rápidamente reducido por las criaturas simiescas, que se le abalanzaron hasta cubrirlo por completo.
Dumblalf, con su apariencia real de nube gris plagada de rostros sufrientes, se coló al salón emitiendo rayos por todas partes. Sus fulminaciones alcanzaron a muchos de los sirvientes del nigromante, pero este enarboló su cayado por encima de su cabeza para invocar otro tipo de criaturas, más grandes y salvajes que mantuvieron el equilibrio del combate.
El hechicero índigo decidió dejar de lanzar sus llamaradas azules a los militares, que se encontraban fatigados y rodeados por los primates azules, y concentró su ofensiva en Dumblalf. A pesar de la consistencia gaseosa del heraldo, los constantes fulgores de su enemigo consiguieron hacer mella en él, hasta obligarlo a descender al piso del salón donde se vio obligado a luchar contra los simios. El nigromante se mantuvo atacando a su objetivo, hasta que se vio forzado a detenerse para formar un escudo de energía a su alrededor.
Gandledore había entrado en escena, expandiendo su repulsiva masa corporal similar a una mezcolanza sanguinolenta de ojos, bocas y lenguas. Los fieros azotes que el heraldo propinaba mantuvieron concentrado al nigromante en la defensa, sin darle espacio a lanzar más ataques.
―Esto es malo ―opinó Francis con preocupación―. El brujo idiota está conteniendo al nigromante, pero si los militares y Dumblalf caen, perderá su ventaja. ―Se sobresaltó al notar que algunas de las criaturas simiescas que no estaban en combate giraban sus miradas hacía donde el grupo se escondía―. Maldición...
―Realmente esta situación es nefasta ―añadió el Director―. El fuego de Aversión está extrayendo el poder espiritual de los heraldos y los híbridos, por lo que el nigromante se hará invencible pronto.
La pelea cada vez parecía estar más a favor de las fuerzas del hechicero azul. Los simios se fortalecían conforme los segundos transcurrían, mientras que los Dietrich y Dumblalf reducían la potencia de sus embates. Incluso Gandledore había visto aminorado el tamaño de su masa corporal, de modo que el nigromante aprovechaba para lanzarle llamaradas azules cada que tenía oportunidad.
―No nos queda de otra ―declaró Francis, muy serio, y tomó a Dasha de los hombros―. Una vez me mostraste tu forma liberada. Tienes que hacerlo ahora para distraer al nigromante.
La chica lo observó a los ojos, sorprendida, pero luego su mirada se ensombreció.
―No lo haré.
―¿Qué? ¿Por qué no? ¡No nos queda de otra! Ni siquiera debes pelear, simplemente...
―¡No lo haré!
Francis chasqueó la lengua, confundido por la inesperada negativa de su novia. Su mirada se desvió hacia Sasha, pero ella meneó la cabeza.
―Mi raíz espiritual tiene más de Bruja del Caos ―se excusó la rojiza vampiresa―. Todavía no soy capaz de liberar mi forma de vampiro demoniaco.
―¡Maldición! ―espetó Francis―. Por favor, Dasha, sólo tú puedes sacarnos de esta.
―No volveré a tomar esa forma ―murmuró ella, mirando el piso―. Nunca más lo haré.
―Pero...
―¡No voy a hacerlo! ―exclamó, angustiada―. ¡Si lo hago volverás a tratarme como a un monstruo!
Francis enarcó ambas cejas, y luego suspiró tendidamente.
―Así que es eso lo que te preocupa... Obsérvame, Dasha.
Ella levantó la mirada lentamente, con el rostro compungido. Francis tomó con una mano al pequeño Director Cromático y lo sostuvo a la altura de sus ojos.
―¿Cómo podría tratarte como un monstruo? ―continuó el chico, abriendo la mano para que el pez revoloteara alrededor―. En teoría, esta es mi verdadera forma...
―Soy Francis "El Director Cromático" Radwimp, hijo primogénito de Chroma "Acomarant-Nyark" Radwimp y de Fernand "Domador de Nyarks" Radwimp ―proclamó el Director, solemne―. Piadoso con mis aliados, y cruel con mis enemigos. Soy la encarnación del miedo primigenio y la desesperación absoluta. Soy...
―O sea, soy el ser más monstruoso que existe en este planeta ―concluyó Francis, apartando al pez de un manotazo―. Así que no debes preocuparte, Dasha. Ya deberías saberlo, nosotros no somos como antes. Nuestra relación no puede ser afectada por cosas como esta.
La vampiresa se mantuvo silenciosa por unos instantes, mientras que el combate que sucedía a tan solo unos metros se inclinaba más a favor del nigromante a cada segundo. Finalmente, esbozó una amplia sonrisa.
―Muy bien, lo haré.
La chica salió del escondite, llamando al instante la atención de los simios azules más cercanos. Las bestias rugieron y comenzaron a rodearla, mientras ella tomaba grandes bocanadas de aire.
―Oye, Francis ―dijo Sasha, sujetando al chico de un brazo―. Yo también quiero que me digas cosas románticas.
―No es momento para bromas, cuñada color fresa... ¿Crees que Dasha pueda resultar herida?
―Imposible, su regeneración natural es ridículamente acelerada, incluso para un vampiro. Y cuando adopta su aspecto de combate se vuelve increíblemente poderosa, por eso mamá selló su capacidad de convertirse a sólo una vez al mes.
―¿Fue Zarak quien le puso esa limitación? ¿Por qué?
―Porque de lo contrario los Sugrobina ya la hubieran eliminado. Los vampiros demoniacos son unos cobardes, y prefieren deshacerse de cualquier cosa que los ponga en peligro.
Francis reflexionó sobre ello. Tarde o temprano, él tendría que convertirse en una amenaza para el Clan Sugrobina con la intención de cumplir el sueño de Dasha. Y la simple idea de tener que enfrentarse a una horda de vampiros cobardes pero furiosos le daba muy mala espina.
Sacudió la cabeza para liberarse de aquellas preocupaciones, ya tendría tiempo más adelante. En ese momento su angustia estaba concentrada en lo que sucedería con Dasha si los simios azules se lanzaban a agredirla. Hasta el momento aquellas bestias se habían mostrado cautas, posiblemente porque el nigromante dirigía toda su atención al enfrentamiento que mantenía con Gandledore, pero era obvio que atacarían a la vampiresa apenas liberara su forma.
Todo sucedió muy deprisa.
Una humareda ondulante de una profunda tonalidad azabache cubrió a Dasha, brindándole una consistencia viscosa que fue aumentando de tamaño rápidamente. Su nueva apariencia de murciélago negro con múltiples ojos era demasiado colosal, incluso para el amplio espacio del salón, por lo que al extender sus alas membranosas destruyó lo poco que quedaba del techo y las paredes a su alrededor. La estructura general del castillo abandonado era precaria, de modo que llegó a su límite y terminó desmoronándose con violencia.
Francis y Sasha, desde su escondite, fueron enceguecidos por la capa de polvo que se levantó debido a la destrucción, aunque tuvieron la fortuna de mantenerse en una zona estable. Cuando finalmente recobraron la vista, descubrieron que apenas quedaba rastro del otrora magnificente salón. El techo había desaparecido por completo, dando paso al firmamento nocturno, y varias salas contiguas habían caído junto a los muros de la estancia.
Si bien el suelo del salón también había sufrido daños que lo habían dejado repleto de agujeros irregulares, Francis y Sasha decidieron internarse en el laberinto de escombros para buscar a los demás. No les costó mucho hallar a Dasha sentada en un pedazo de roca, ya en su forma humana, acompañada de Emma y Heinrich.
―Muy bien, me alegra verlos sanos y salvos ―comentó la coronel, al reparar en los recién llegados―. Esta misión resultó mucho más complicada de lo que tenía previsto.
Francis se agachó junto a Dasha para revisar su estado. La chica estaba cubierta con la casaca militar que Emma le había prestado, ya que liberar su forma de vampiro había destruido su vestido.
―¿Cómo te sientes, Dasha?
―Estoy bien ―murmuró ella, preocupada―. Pero terminé destrozándolo todo...
―No importa, gracias a ti ganamos.
En eso, Dumblalf y Gandledore surgieron de entre unas ruinas cercanas, completamente ilesos. El brujo escupió a Yoghoth, y la sanguijuela rechoncha flotó hasta reunirse con Dasha para enrollarse alrededor de uno de sus brazos.
―¿Qué hay de Isaac? ―preguntó Francis.
―Dejamos al chaval esperando dentro de un campo de protección electrosanguíneo ―dijo Dumblalf―. Será mejor avisarle que se terminó todo.
El mago se transformó en un rayo y se alejó rebotando entre los escombros, acompañado de Gandledore en su forma sangrienta. Francis suspiró, aliviado de que las cosas realmente parecían haber concluido satisfactoriamente. A diferencia de las pruebas que el Director Absurdo les había puesto en el pasado, en la presente ocasión había sentido especial miedo al verse enfrentado contra peligros del mundo real.
―¿Y la niña? ―inquirió Dasha, mirando a todos lados.
Francis y Sasha, alarmados, también la buscaron infructuosamente. Según recordaban, estaba demasiado aterrorizada como para decidir irse por su cuenta, de modo que si se había mantenido junto a ellos todo el tiempo tendría que estar cerca y a salvo.
―¿Qué niña? ―se extrañó Emma y miró a su hermano―. ¿Tenemos información sobre algo así?
―No recuerdo los detalles exactos de la misión, schwester.
―Lo que pasa es que antes de llegar aquí... ―empezó a explicar Francis, pero un ruido lo detuvo.
Uno de los montículos de roca que se encontraba al lado suyo comenzó a agitarse, hasta que de su interior surgió la mitad superior de una figura humanoide. Se trataba del individuo de la máscara de teatro que les había causado tantos problemas. Su túnica azul estaba destrozada, pero en lugar de revelar un cuerpo humano, dejaba entrever una extraña sustancia similar al gas escapando de entre sus roturas.
―Indeseables bodoh ―gimió el enmascarado, con una voz masculina y femenina a la vez―. ¿Tienen idea de lo que sus acciones han causado?
―Guarda silencio ―espetó Emma―. Ríndete sin oponer resistencia, nigromante.
―El nigromante ya fue eliminado. Yo lo devoré, bodoh.
La máscara de teatro que el sujeto portaba se resquebrajó, para luego caer al suelo partida en dos. Debajo de ella no se encontraba un rostro como tal, sino un hondo vacio negro con un brillante orbe azulado en sus profundidades.
―Un Nuncio Índigo... ―musitó la coronel, incrédula―. ¿Cómo es posible? El Imperio Demonista de Damai no debería...
―Justo cuando estaba terminando el ritual para acabar con el vampiro ancestral, bodoh ―siseó el extraño ser―. Sabíamos que ustedes no lo detectarían a tiempo, por eso tuvimos que adelantarnos... ¿Dónde está el vampiro? Su eliminación es imperativa...
Francis, Dasha y Sasha se miraron mutuamente, pálidos e inquietos. No les costó mucho adivinar qué es lo que estaba sucediendo.
―Ustedes, bodoh ―clamó el Nuncio, mirando a los tres chicos―. Ustedes entraron en contacto con esa atroz monstruosidad, puedo olerlo, puedo verlo. Su perdición es inminente, miskin. Ese vampiro los buscará y los encontrará. Los destrozará y se cebará en sus restos.
―Espera, guarda lo que tengas que decir ―ordenó Emma―. Nos acompañarás a Neosalén y declararás...
―Mi momento ha llegado ―pronunció la criatura, temblando incontrolablemente―. Recíbeme en tu gloria, gran Rangda. Se piadoso conmigo, temible Barong.
Sin más, el Nuncio reventó produciendo chispazos azulados que se elevaron rápidamente hasta desaparecer en el cielo nocturno. Todos quedaron estupefactos dado el inesperado desarrollo de los eventos, hasta que Emma y Heinrich pidieron a los chicos que esperaran mientras ellos informaban todo lo sucedido a sus superiores.
―Parece que las cosas no salieron tan bien... ―comenzó a decir Francis, pero carraspeó al notar el gesto de aflicción en las gemelas―. Pero no hay de qué preocuparse, ¿verdad? Es decir, ¿qué puede hacer contra nosotros un simple vampiro necrótico?
―Puede hacer mucho, incluso los demonios les temen ―siseó el Director Cromático, nadando alrededor de ellos―. No pretendo recordarles que yo aconsejé sabiamente devorar a esa maligna criatura cuando tuvimos la oportunidad... pero sí, lo hice y ahora ven que tenía toda la razón.
Francis chasqueó la lengua.
―No estás ayudando, Director.
―Aunque hay un punto a nuestro favor, trío de necios.
Los chicos lo miraron, esperanzados.
—Podré devorar su raíz espiritual cuando esté en plena forma, lo cual será perfecto para aumentar mis poderes. ―El pez deformó su boca en una macabra sonrisa―. Pero esto se ha alargado demasiado. Así que es hora de poner punto final de momento.
Curiosidades que te pueden chupar la sangre mientras duermes
- Este es el único especial que no tendrá curiosidades, porque casi llega a las 10 000 palabras.
_*Tal vez NO agregue más curiosidades*_
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