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OVA 1: No hay razón para lanzar ondas vitales en un mundo de cubitos

La campana sonó y Francis lanzó su cuaderno al interior de su mochila. Las clases de la mañana habían sido sumamente aburridas, por lo un descanso para el almuerzo era justo lo que necesitaba.

―Frank ―llamó Isaac, acercándose a su sitio―. ¿Vamos a ir ahora a la azotea?

―¿Por qué iríamos allí?

―Ayer el Director pidió que nos reuniéramos hoy también.

―Ah, es cierto. ―Francis observó a su alrededor―. Vamos con disimulo para que "ella" no nos siga.

―Yo ya estoy aquí ―indicó Dasha, tomándolo del cuello con amorosa violencia―. ¿Quieres librarte de mí, cariño?

―Para nada... Suéltame... o yo y mis genes nos ahogaremos...

La chica lo liberó y Francis se frotó el cuello murmurando maldiciones. Cuando se recuperó por completo los tres partieron a la azotea de la escuela. Era un lugar al que los estudiantes tenían prohibido acercarse, por lo que suponían habría de estar vacío.

Luego de subir las escaleras y abrir la puerta que daba paso a la estancia encontraron al Director Absurdo ya esperándolos. La Titánide Cósmica, con su peculiar avatar de niña vestida al estilo antiguo, estaba sentada en una elegante silla de madera blanca, frente a una pequeña mesa repleta de postres y dulces. Al ver a los recién llegados, agitó una mano animadamente y los invitó a acercarse.

―Ya estamos aquí, Director ―dijo Francis, encabezando el grupo―. ¿Qué vamos a hacer hoy?

Había pasado poco más de un mes desde los extraños acontecimientos causados por el Director Artificial que Francis había creado involuntariamente. Para su sorpresa, todo el tiempo que habían permanecido en la réplica de la Razón de lo Absurdo no había representado más que unas horas en la vida real, por lo que se habían ahorrado molestas explicaciones para sus familiares y conocidos.

―No hay prisa, siéntense y coman ―invitó la niña, haciendo aparecer tres sillas más alrededor de la mesa.

―Muchas gracias ―contestó Isaac, asumiendo que resultaba sensato ganarse la estima de algo capaz de destruir el mundo―. Todo tiene buena pinta. ―Tomó una galleta y la acercó a su boca―. Tengo una duda sobre estos dulces, ¿los creas o los traes de otros lados?

La Titánide soltó una risilla.

―Los produzco yo misma, prácticamente son parte de mi cuerpo.

―Ya veo. ―Isaac dejó educadamente la galleta sobre uno de los platos―. Gracias por la información.

―Ve sin rodeos, Director ―pidió Francis, forzando una sonrisa―. Lo único que quiero es poder descansar un poco antes de las clases de la tarde.

―¡Es cierto, no podemos perder tiempo! ―exclamó Dasha, tomando a Francis de un brazo―. Debes comer el almuerzo que te preparé.

―No, gracias. Aún no puedo librarme del sabor a metal que me dejó el de ayer.

Dasha, irritada, aseguró que su percepción culinaria era infinitamente superior a la de los seres humanos. Francis rebatió que, dadas las diferencias fisiológicas entre sus especies, era imposible que se pusieran de acuerdo en temas gastronómicos. Continuaron discutiendo, mientras Isaac intentaba pensar en algún platillo que gustara tanto a vampiros como a humanos, hasta que el Director se levantó de la silla y atrajo la atención de todos.

―Muy bien, formas de vida subdesarrollada, recapitulemos. ―La niña rodeó la mesa y se plantó ante los tres chicos con una gran sonrisa en el rostro―. Esta última semana he estado revisando sus particularidades y considero que es tiempo de un examen...

―¡Un examen! ¡Qué farsa! ¡Suficiente tengo con los de la escuela! ―espetó Francis.

―Me da igual, lo desaprobaré si resulta ser aburrido ―soltó Dasha, bostezando.

―Intrigante, me pregunto qué clase de evaluación podría preparar una entidad cósmica hiperpoderosa ―dijo Isaac, frotándose la barbilla.

El Director frunció el ceño pero no dejó de sonreír.

―Los enviaré ahora a una sala de espera antes de que ingresen al mundo replicado que he dispuesto para el examen. No importa cuánto tiempo les tome, cuando regresen aquí no habrán pasado más que unos minutos.

―Pero no he traído a Doggy ―indicó Isaac, recordando a su minúsculo perro―. ¿No sería bueno evaluarlo a él también?

―Ya habrá otras oportunidades. ―El Director juntó las palmas de sus manos―. Muy bien, aquí vamos. No permitiré intervenciones externas, así que procuren no morir.

Sin más que decir, la Titánide desapareció junto a todo el edificio y la ciudad entera. Los tres chicos quedaron varados en un espacio completamente blanco, sin atisbo de objetos a la redonda.

―¿Ha dicho que procuremos no morir? ―murmuró Francis.

―Está de peor humor que de costumbre ―dijo Isaac―. ¿Le habrá pasado algo?

―Seguro tiene problemas con sus amigos cósmicos ―masculló Dasha―. ¿Qué hacemos ahora?

―Procuremos no morir ―contestó Francis.

Sus amigos lo miraron fríamente y él se encogió de hombros. Ya que no tenían nada que hacer por el momento, decidieron esperar hasta que el examen empezara.

―¡Hostias, chavales, el destino os ha traído a mí nuevamente! ―exclamó una familiar voz avejentada luego de unos minutos de silencio.

Los tres voltearon a un lado y descubrieron la inconfundible figura de Dumblalf, con su túnica azulada adornada con formas de estrellas y su sombrero puntiagudo que cubría sus largos y blancos cabellos. El barbudo rostro del mago sonreía abiertamente mirando a los chicos, pero ellos ya no le prestaban atención, sino que observaban a otro sujeto parado detrás del mago.

El rostro del desconocido era similar al de Dumblalf, pero su gesto era hosco y hostil. Estaba vestido con una túnica de forro negro e interior rojo, con una capucha que cubría su cabeza, dejando escapar parte de su largo cabello azabache que se unía a su oscura barba sobre su pecho.

―Creí que no iban a haber intervenciones externas ―dijo Francis, y señaló al extraño―. ¿Y ese brujo quién diablos es?

―Guarda tu lengua, forma de vida inferior ―gruñó el aludido, e hizo ondear su túnica―. Soy el gran Gandledore, fiel miembro de los Heraldos de Folkmord, recuérdalo bien. Yo soy el miedo y la desesperación. Yo soy la destrucción y el pavor. Yo soy...

―Es mi hermano menor, es mentalmente inestable ―explicó Dumblalf―. Por lo general intenta matarme por alguna razón que desconozco, pero esta vez el Corruptor de Almas nos pidió que trabajemos juntos bajo órdenes del Director Absurdo.

―Eres un zascandil, Dumblalf ―contestó Gandledore, mostrando los dientes―. Siempre arruinas mis presentaciones, a pesar de lo mucho que molan.

―¿Acaso los dos hablan como neohispanos? ―preguntó Isaac―. Espera... si son hermanos, ¿tienen padres o algo así?

Dumblalf asintió.

―Ambos nacimos cuando una nebulosa con altas concentraciones de hierro entró en contacto con una estrella cargada de electrones...

―Se te va la pinza, tío ―interrumpió Gandledore―. Nacimos cuando una tormenta galáctica asoló los últimos momentos como supernova de una antigua estrella roja.

―Yo soy el mayor, colega, yo tengo razón.

―¡Te maldigo, Dumblalf! ¡Hoy morirás!

Gandledore invocó sus energías sanguinolentas, mientras que Dumblalf hizo lo propio con sus rayos.

―Recordaba a Dumblalf más maduro ―opinó Isaac―. Algo así como "el sabio maestro que guía al héroe hasta el clímax de la historia"

­―A mí siempre me pareció un maldito mago retrasado ―espetó Francis.

Los heraldos estaban a un segundo de entrar en combate, pero repentinamente el mundo blanco que los rodeaba comenzó a cambiar. Todos se mantuvieron estáticos, mientras el espacio a su alrededor iba tomando diversos colores y formas. Finalmente pudieron notar que se encontraban en lo que parecía ser un bosque de pocos árboles, cerca del mar, con una extraña peculiaridad: absolutamente todas las cosas, desde el tronco de los árboles, así como sus cúmulos de hojas, e incluso la tierra estaban compuestos por sólidos bloques.

―Este mundo es aun más absurdo que los que mi Director Artificial construyó ―dijo Francis y miró al cielo―. ¡Miércoles! Incluso el sol parece un cuadrado.

―Parece un juego ―juzgó Dasha.

Isaac carraspeó.

―A lo mejor es...

―¡Madre mía, compañero! ―exclamó Dumblalf repentinamente.

―¡Mola! ―añadió Gandledore―. ¡Estoy flipando en colores!

El mago y el brujo comenzaron a correr por todos lados, deteniéndose ocasionalmente para observar los árboles y para tocar la tierra. Los chicos los observaron el silencio, incómodos de ver a dos seres con apariencia de ancianos mostrando una emoción tan infantil.

―Estamos en un mundo que sólo conocían los antiguos reyes de Neo-Hispania ―dijo Dumblalf, al cabo de unos minutos.

Gandledore asintió varias veces.

―Su nombre ha estado perdido desde el Gran Cataclismo, pero los sabios lo han traducido como... ¡El Arte de Minar!

―Ah, que bien, muchas gracias por la info, hubiera sido genial si les hubiera preguntado ―masculló Francis y miró con desprecio a su alrededor―. El Director dijo que era un examen, pero no explicó qué debemos hacer para aprobar.

―Yo sé bien lo que debéis hacer, capullos ―espetó Gandledore y señaló unos árboles cúbicos cercanos―. ¡Poneos a talar pero ya!

―¿Talar? ―Isaac enarcó una ceja―. ¿Con qué? No tenemos herramientas.

―No hay necesidad de eso todavía, colega ―afirmó Dumblalf y se acercó a uno de los árboles. Lo golpeó un poco con sus manos y una parte del tronco se convirtió en un pequeño cubo que se mantuvo flotando en el suelo―. ¿Lo veis? Así funciona.

―¡Vosotros dos! ―exclamó Gandledore, señalando a Francis y Dasha―. Id y matad ovejas. Somos cinco así que necesitaremos... quince cubos de lana.

―Oblígame, perro ―soltó Francis―. ¿Para qué diablos necesitamos lana?

―Insensato, ¿te atreves a oponerte a mí? ―rugió Gandledore, cubriéndose de su energía sanguinolenta.

―Corta el rollo, colega. El Director te va a hornear vivo si te descontrolas ―dijo Dumblalf, consiguiendo detener a su hermano, y se giró a Francis―. Necesitamos la lana para construir las camas, chaval.

―¿Y por qué tenemos que construir...?

―Vámonos, Francis ―indicó Dasha, tomándolo de un brazo para apartarlo de allí.

―¡Espera! ―exclamó él, al notar que se alejaban de los demás―. ¿No intentarás aprovecharte de mi pureza y castidad como la otra vez?

―Idiota, tenemos un trato y yo siempre cumplo mi palabra. Simplemente me aburre estar con esos heraldos bulliciosos.

―Pero dejamos a Isaac solo...

―Entonces matemos a las ovejas y regresemos rápido.

―No creo ser capaz de... ¡Mira! ¡Una oveja! ¡Mátala!

Dasha volteó hacia donde Francis señalaba y se encontró con una extraña criatura cuadrúpeda. Su cabeza cúbica era mayormente blanca, al igual que su cuerpo, pero poseía un rosáceo rostro inexpresivo con ojos y boca rectangulares.

―¿Esto es una oveja? ―Dasha se acuclilló frente al ser―. Que rara es.

―Estamos en la Razón de lo Absurdo, debe tener una forma absurda. Ahora, ¡mátala!

―¿Por qué me tiras toda la responsabilidad a mí?

―Porque eres una maldita vampiresa sociópata... ―Francis tragó saliva―. Porque yo soy el débil en esta relación, tú no tienes problemas en acabar con las réplicas, ¿verdad?

Dasha puso los ojos en blanco, pero aceptó encargarse del trabajo. Recorrieron el cúbico bosque buscando más ovejas, hasta que finalmente mataron a las quince que necesitaban. Durante el tiempo transcurrido el cielo se había tornado ligeramente más oscuro, por lo que se apresuraron a regresar donde los demás.

―Matamos a las ovejas ―anunció Francis al divisar a Dumblalf.

―Pero los cubos de lana que soltaron desaparecieron ―informó Dasha.

―No te preocupes, piba ―respondió el mago―. Abre tu inventario y sácalos.

―¿Abro qué cosa?

―Tu inventario se abre presionando la tecla...

―Eso es cosa del pasado, capullos ―interrumpió Gandledore, atrayendo la atención de todos―. Venid aquí a toda hostia.

―Escavamos en el suelo y encontramos algo bien raro ―añadió Isaac, que estaba al lado del brujo.

Se acercaron al par y se toparon con una extraña estructura empotrada en un agujero en la tierra. Estaba compuesta de doce cubos adornados con patrones verdosos y cremas, organizados en grupos de tres formando un cuadrado.

―Ahora sólo debemos activar el portal para acabar el juego ―indicó Gandledore.

―¿Qué no necesitábamos camas para algo? ―preguntó Francis.

El brujo hizo un además con la mano, restándole importancia.

―¿Me estás diciendo que fuimos a matar ovejas por gusto? ―Dasha chasqueó la lengua, y del bolsillo de su abrigo extrajo una masa negruzca―. Hubiese sido más fácil si mi pobre Yoghoth siguiera con vida.

Gandledore observó la masa por unos instantes, se la arrebató bruscamente a la chica y la metió en su boca. El brujo masticó un poco, ante la mirada atónita de sus compañeros, hasta que finalmente escupió a un lado. En pocos segundos, la sustancia comenzó a revolverse y aumentar de tamaño hasta retomar la amorfa apariencia de Yoghoth.

―Oh, es el komekarne que me cargué hace un mes ―dijo Gandledore―. Con razón sabía familiar.

―¡Yoghoth! ―exclamó Dasha emocionada, con los brazos abiertos.

El monstruo observó a su dueña y se lanzó hacia ella para devolverle el abrazo. Dado su colosal tamaño, Dumblalf y Gandledore tuvieron que apartar a Francis e Isaac para que no murieran aplastados. El komekarne envolvió a Dasha con sus múltiples cabezas agusanadas de león, pero en el proceso destruyó parte de la estructura enterrada en el suelo.

―Sigue tan retrasado como antes, Sugrobina ―opinó Isaac y miró a Gandledore―. ¿Es un problema que el portal...?

―¡Hostias, tío, ahora nos comimos un marrón! ―exclamó el brujo―. Madre mía...

―Según los sabios, los cubos que componen el portal únicamente pueden ser destruidos en el modo creativo ―consideró Dumblalf, frotándose la barba―. Supongo que sólo nos queda buscar una fortaleza...

En ese momento la tierra alrededor de la destruida estructura tembló con violencia. Todos se vieron obligados a apartarse a un lado, mientras el suelo se resquebrajaba con rapidez.

―¿Qué pasó? ―preguntó Dasha, liberándose del abrazo de Yoghoth.

―Tu monstruo imbécil destruyó algo que no debía ―indicó Francis y se volteó hacia los heraldos―. ¿Alguna explicación de lo que está sucediendo?

―No tengo idea, chaval, no es parte del juego ―contestó Dumblalf.

Repentinamente, de las ruinas del portal emergió una gigantesca criatura que se elevó al cielo nocturno. Era un ser cuadrúpedo, de piel profundamente negra, con una larga cola y formidables alas con patrones grises.

―¿Qué es eso? ¿Un dragón? ―Isaac ladeó la cabeza―. Que cabeza tan extraña, son puros cubos.

―Es el jefe final ―aseguró Dumblalf, emocionado­―. Si lo matamos, ganamos.

―¡Eso será fácil! ―exclamó Dasha―. Ve, Yoghoth.

El komekarne lanzó un burbujeante rugido y arremetió contra el dragón cúbico. Este último se limitó a hacer un leve movimiento de cola para golpear a Yoghoth, que terminó explotando en el cielo.

―¡Yoghoth murió otra vez! ―profirió Dasha, con horror.

―Vi que uno de sus pedazos cayó por ahí, voy a revivirlo ―dijo Gandledore, y señaló a Dumblalf―. Tú, capullo, ve y lánzale al dragón ese ataque que vimos por televisión hace mil años.

―Hasta que por fin tienes una buena idea, colega.

El mago acercó sus manos la una a la otra a un lado de su vientre y se encorvó, reuniendo energía. De sus palmas dobladas empezó a surgir una luminosidad azulada que fue creciendo a cada segundo.

―¡Onda vital! ―vociferó Dumblalf, estirando sus palmas con dirección al dragón.

El anciano expulsó un potente rayo que impactó directamente en el cuerpo del reptil. En un comienzo pareció no tener efecto alguno, pero tras unos instantes de tensión, el monstruo comenzó a temblar, mientras multitud de explosiones recorrían su cuerpo. Mientras la bestia iba desintegrándose, el mundo entero fue desapareciendo con un sonido similar al de cristales rompiéndose.

Finalmente, todos, incluidos el mago y el brujo, regresaron a la azotea del mundo real. El Director Absurdo, comiendo tranquilamente sus característicos dulces, agitó una mano al percibirlos.

―Bienvenidos ―saludó la Titánide―. Me alegra ver que no hubo bajas.

―¿¡Cómo que no!? ―exclamó Dasha, lloriqueando―. ¡Yoghoth murió... justo después de revivir!

Gandledore hizo una seña para llamar la atención de la chica y escupió a un lado. Yoghtoh, en su forma compacta de sanguijuela rechoncha, flotó con prisa hasta acurrucarse entre los brazos de Dasha.

―Muy bien, ahora que están todos tranquilos les voy a dar mi evaluación ―dijo el Director―. Antes que nada...

―Espera, no tengo la más mínima intención de escuchar nada de lo que digas ―cortó Francis―. Es la hora del almuerzo.

Dicho eso, el chico dio media vuelta y se dirigió a la salida de la azotea con rapidez.

―¡Espera! ―Dasha guardó a Yoghoth en su bolsillo y siguió a Francis―. ¡Debes comer lo que te he preparado!

―Que mala leche ―opinó Dumblalf.

―Son todos unos capullos ―añadió Gandledore.

―¿Qué hay de ti? ―preguntó el Director mirando a Isaac, mientras sonreía con el ceño profundamente fruncido.

―Yo me quedo a escuchar todo lo que digas, por favor no destruyas mi planeta.

La Titánide suspiró e invitó a los heraldos y al chico a sentarse alrededor de la mesa. Ella hubiera preferido tener a Francis y a Dasha con ellos para explicarles lo que iba a suceder a partir de ese punto, pero supuso que las sorpresas que les esperaban les servirían de escarmiento. Sonrió y se dispuso a comenzar a hablar.

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