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9. La razón por la que los malos siempre pierden

La razón por la que los malos siempre pierden (o la Teoría del Héroe Suertudote)


Un poquito mucho antes...

Isaac estaba escondido tras una ciclópea columna de metal negro de carácter decorativo, ya que la enorme estancia en la que se encontraba no poseía techo. Tenía la apariencia de un gran estadio, con tribunas alrededor de un peculiar campo de césped gris en cuya superficie estaban desperdigadas diversas estructuras metálicas con formas geométricas.

Aquel lugar estaba oculto en la zona central de la gigantesca fortaleza negra de la plaza de Tiacrocia. Isaac no poseía información de su existencia a pesar de la extensa investigación que había realizado sobre Vojeraza en el mundo real, por lo que suponía que se trataba de un agregado propio de la Razón de lo Absurdo.

Suspiró, preguntándose qué malas decisiones lo habían llevado a acabar en esa situación tan nefasta. Sin abandonar su escondite, se asomó ligeramente para observar la zona central del campo. Allí vio a Pavel y a su hermana, inmovilizados por una perturbadora máquina rojiza con delgados brazos arácnidos. Cerca de ellos estaban dos hombres, uno de pie completamente vestido de negro y otro tirado en el suelo, sangrando por una enorme herida en el vientre.

Aquel agonizante personaje era Rade Bosniac, líder de la Última Resistencia, un casi nada conocido grupo rebelde que luchaba contra el gobierno de la Industria Negra. Isaac sabía que aquel conjunto sedicioso existía en la realidad, por lo que al conocer a Rade casualmente mientras recorría las calles junto a Pavel y su hermana, tuvo la equivocada idea que el líder rebelde podía resultar útil para sus objetivos de supervivencia.

El chico chasqueó la lengua, considerando que había cometido un fallo en describir su situación a detalle a Pavel. Este había asegurado que no sentía que su mundo fuese tan sólo una simulación, y que tenía recuerdos de toda su vida hasta ese punto. Sin embargo, añadió que en el caso de que Isaac estuviera diciendo la verdad, entonces su única opción de escape era destruir la base que daba sentido a la supuesta realidad ficticia.

Pavel se basaba en la experiencia que poseía en diversos juegos de realidad virtual, lo cual era considerado cultura general para todas las clases sociales de Cyberia. La programación común de estos seguía el patrón clásico de héroe versus villano, por lo que derrotar al jefe final y desbaratar sus malvados planes era vital para concluir el juego. En conclusión, según Pavel, si Isaac quería escapar de aquel mundo debía vencer a Frederick Von Gabrez, gobernador de la ciudad.

Aquel temido hombre regulaba la organización de Tiacrocia en la realidad, por lo que Isaac poseía cierta información sobre él. Habitaba la Fortaleza de Cyberia y siempre aparecía públicamente rodeado de un gran contingente de feroces guardaespaldas que tenían el permiso de asesinar a cualquier insensato que intentara algo sospechoso cerca del dirigente.

Isaac era consciente de que intentar enfrentarse a alguien como Frederick era un suicidio, ya sea en la realidad o en la Razón de lo Absurdo. Además, la orden de Dumblalf había sido ocultarse y pasar desapercibido. Había compartido su situación con Pavel con la esperanza de que este le brindara un espacio seguro donde refugiarse, pero en su lugar había obtenido la heroica e ilógica misión de desbaratar el gobierno de Cyberia.

Fue en medio de su discusión que se toparon casualmente con Rade, y Pavel lo reconoció al instante como la cabeza de la Última Resistencia. De esa forma, muy a su pesar, Isaac se vio envuelto con el grupo rebelde y, sin darse cuenta, terminó en medio de una complicada misión de derrocamiento. El desdichado chico no recordaba más que tiroteos y explosiones, pero no le importaba mucho cómo rayos había acabado con Rade moribundo, Pavel y su hermana capturados, y Frederick obviamente victorioso.

Isaac suspiró con cansancio, suponiendo que su única opción era continuar escondido y confiar en que Dumblalf lo sacara de aquel mundo antes de que Frederick descubriera su presencia. Esa decisión no impidió que su curiosidad se mantuviera a flote, por lo que continuó observando lo que sucedía.

Desde su perspectiva, la Razón de lo Absurdo había añadido descaradamente su propia interpretación de cada personaje replicado. Isaac sabía perfectamente que al Frederick de la vida real le desagradaba completamente la oscuridad y la estética siniestra, pero el que estaba en el campo llevaba encima un largo abrigo negro sobre una camisa y un elegante pantalón del mismo color. Por otro lado, la Última Resistencia se caracterizaba por promover un oscurantismo anti-científico en la búsqueda de establecer un salvajismo anárquico de tintes paganos, completamente contrario a lo que el falso Rade parecía representar, con su caballeresca vestimenta occidental de tonalidades claras.

―Has terminado tal como había planeado, insensato rebelde ―exclamó Frederick repentinamente mirando a Rade― ¿Acaso creíste por un segundo que podías enfrentarme y salir victorioso?

Isaac dejó escapar una silenciosa risilla. Había visto vídeos de los discursos del líder de Tiacrocia y este destacaba por ser un hombre de pocas palabras sin llegar nunca a transmitir emoción alguna, completamente contrario a la replicación que tenía delante. El chico supuso que la Razón de lo Absurdo había armado una trama de arquetipos populares, lo cual resultaba sumamente cómico.

―No te mataré aún, rebelde ―continuó Frederick, tras lo que se acercó a Pavel y su hermana―. En su lugar, permitiré que seas testigo de cómo desprendo la vida lentamente a tus compañeros.

―¡Déjalos en paz! ―profirió Rade, intentando levantarse―. ¡Son sólo niños!

Isaac volvió a reír, con un poco más de fuerza. En la realidad, Frederick Von Gabrez ciertamente podía llegar a ser peligroso para sus enemigos, pero entre sus crímenes no se contaba el asesinato de menores. Es más, se sabía que, a diferencia de los otros peces gordos de la Industria Negra, Frederick mantenía cierto nivel de relación con los Estados Papales, y no era extraño que permitiera el ingreso de ayuda humanitaria extranjera a su ciudad. Por el contrario, el verdadero Rade Bosniac era un troglodita capaz de sacrificar a toda su gente con tal de realizar satisfactoriamente sus atentados salvando su pellejo.

El chico suspiró y se frotó los ojos luego de lanzar otra carcajada. Pero, al dirigir su mirada hacia el frente, se percató que Frederick estaba observando justo en su dirección. Isaac se mantuvo estático durante unos instantes, calculando sus opciones, tras lo que se dispuso a dar media vuelta y echar a correr con todas sus fuerzas.

―Alto ahí, escoria ―masculló Frederick, apareciendo repentinamente frente a Isaac―. Tu suerte acabará aquí y ahora.

Isaac chasqueó la lengua, maldiciendo a la Razón de lo Absurdo por darle súper poderes extraños e ilógicos al antagonista. Supuso que él podría hacer lo mismo utilizando su imaginación, pero decidió no arriesgarse y seguir la trama del mundo en el que se había metido.

―En realidad, tú no puedes ganar ­―afirmó Isaac, mirando a Frederick seriamente.

―¿Has perdido la cabeza? ―replicó el hombre, sonriendo con crueldad y estirando los brazos a los lados―. Estás en medio de mi fortaleza y tus compañeros son incapaces de ayudarte. En lugar de aferrarte a vanas esperanzas, recita tus últimas palabras.

―Es cierto que tengo todas las probabilidades en contra, pero realmente no puedes ganarme.

―¿Sigues con tus estupideces, chico?

Frederick comenzó a recoger energía negativa del ambiente, generando un orbe de tonalidades púrpuras y verdosas que giraba entre sus manos.

―Eres el malo, obviamente eres el más fuerte de la historia ―indicó Isaac, intentando evitar reír al ver los poderes mágicos de su enemigo―. Pero, según lo que creo, yo soy de los buenos, así que...

―¡Prepárate, insensato! ―interrumpió Frederick y apuntó el orbe directamente a Isaac.

―Ya te lo digo... Incluso si llegas a lanzar ese ataque sucederá un Deus Ex Machina que lo concluirá todo... creo.

Frederick lo ignoró y espetó una extraña frase en un idioma desconocido, tras lo que disparó la esfera de energía. El globo iridiscente destrozó el suelo y las estructuras cercanas que tenía alrededor, mientras se acercaba a una velocidad ridículamente lenta a su objetivo. Isaac consideró que el orbe podía ser fácilmente esquivado simplemente dado un paso al costado, pero asumió que lo mejor era continuar con su plan.

―Ya está listo, chaval ―pronunció la voz de Dumblalf dentro de la cabeza de Isaac―. Dentro de un rato podrás pirarte de allí.

―¿Y un rato es...? Tengo un orbe que parece peligroso frente a mí, aunque va a paso de tortuga.

―Puedo verlo. No te preocupes por eso.

Apenas el mago terminó su frase, la esfera verdosa y violeta comenzó a reducir su de por sí baja velocidad hasta detenerse por completo. Luego de un par de segundos reanudó la marcha, pero en sentido contrario, teniendo como nuevo objetivo a Frederick. El hombre retrocedió atemorizado, mientras observaba cómo su propio ataque se acercaba amenazadoramente a él.

―¿¡Cómo demonios lo has conseguido!? ―exclamó el desdichado, pero no esperó respuesta y huyó lloriqueando.

Isaac suspiró, un poco decepcionado por el desarrollo de los acontecimientos. Había esperado una conclusión mucho más épica, pero de nada le valía quejarse dado lo conveniente de la situación. Se volteó para observar a Pavel y los demás, y asumió que debía ayudarlos.

―Olvídate de la replicaciones y quédate completamente quieto ―susurró la voz invisible de Dumblalf―. Te voy a enviar junto a Dasha.

Isaac hizo una mueca de desagrado.

―Preferiría no estar cerca de algo que puede transformarse en un vampiro mutante en cualquier momento.

―Se ha comido un marrón del copón... o mejor dicho, el mundo en el que se encuentra tiene problemas por su culpa ―intentó explicar el mago.

―Sería mejor que enviaras a Francis.

―El tema no está discusión, colega ―concluyó Dumblalf―. Mantente a la espera y prepárate.

Isaac suspiró, resignado a seguir las órdenes del hechicero. Observó el cielo nocturno y se preguntó si acaso algún día regresaría a su vida real. Concluyo que, si de verdad deseaba hacerlo, entonces era su obligación luchar con todas sus fuerzas por sobrevivir. Y, para su gran fortuna, tenía a Francis y a Doggy a su lado para conseguirlo... o al menos, eso es lo que creía.

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