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8. La razón por la que las Chicas Mágicas ya no son como antes

La razón por la que las Chicas Mágicas ya no son como antes (o la Teoría de las Puella Magi of the End Site)


Francis tenía una idea general del funcionamiento sociocultural del Shogunato Tecnócrata de Nipón. Estaba al tanto de que el peculiar mundo en el que se encontraba, al ser un producto de la Razón de lo Absurdo, no tenía por qué ser fiel a la realidad, pero poseer un soporte de conocimiento era más que útil. Por ello decidió repasar rápidamente todos los pequeños detalles a los que podía sacar provecho.

Al igual que la mayoría de otros países, el idioma oficial era el esperanzus, una variante que recogía las bases gramaticales y fonéticas de los arcaicos idiomas conocidos como español e inglés. Sin embargo, cada nación guardaba celosamente sus propios idiomas extintos pre-cataclísmicos como parte esencial de su identidad cultural, y en el caso del Shogunato el nacionalismo que los definía destacaba esa característica.

La población nipona acostumbraba utilizar un idioma particular para comunicarse internamente. Francis podía comprender ligeramente aquella lengua, gracias a su experiencia con las series de animación niponas, pero no era capaz de hablarlo y menos aun, escribirlo. Afortunadamente, dentro del mundo de la Razón de lo Absurdo, su papel parecía ser el de un estudiante transferido del extranjero, de modo que los chicos que lo invitaron al karaoke utilizaban el idioma mundial cuando hablaban con él añadiendo algunas expresiones y palabras de su propio idioma ocasionalmente.

Al anochecer, sus compañeros se despidieron y cada uno fue por su lado. Francis quedó solo frente a una estación de trenes que no conocía, incapaz de leer los letreros y señales que lo rodeaban. Llevaba encima una mochila que supuestamente le pertenecía, pero al investigar su contenido no encontró más que cuadernos sin anotación alguna en ellos. No tenía celular ni dinero, y tampoco poseía la más mínima idea de cómo sobreviviría aquella noche.

―Maldito Director Absurdo ―masculló, caminando sin un destino en particular―. Me está torturando en un paraíso.

Ciertamente, su situación era precaria, tal vez no tanto como cuando su ciudad natal había sido arrasada por el ataque alienígena, pero al menos aquella vez había contado con el apoyo de sus amigos. No pudo evitar pensar en ellos y se preguntó contra qué clase de perturbadores mundos se estarían enfrentando en esos precisos instantes.

Lanzó un suspiro y decidió concentrarse en sus propios problemas. Pero, al observar a su alrededor se sorprendió al notar que la ciudad había cambiado por completo. El Shogunato se caracterizaba por la gran variedad en las formas y diseños de sus estructuras, además de que desde la instauración de la Ley Aidoru el gobierno ponía especial esfuerzo en brindar coloridos centros de esparcimiento para jóvenes y adultos. Pero, lo que Francis observaba a su alrededor era una incomprensible mezcolanza de tonalidades y formas indefinidas que parecían moverse de manera ondulante.

El chico era incapaz de definir de qué material estaban compuestos los "edificios" y "vehículos" que habían aparecido repentinamente a su alrededor. Parecían ser sólidos, pero su constante cambio de posición y continua distorsión les daba una naturaleza similar a la del cartón o del papel. Todo ello hacía complicado distinguir un "arriba" o un "abajo", por lo que Francis se vio obligado a sostenerse a la base que tenía como piso para evitar marearse.

Cuando la situación no parecía poder ponerse peor, se percató que las múltiples estructuras ondulantes que se erigían alrededor servían como puentes para pequeñas y desagradables criaturas. Tenían una apariencia gomosa y las partes de sus cuerpos antropomórficos parecían unirse y separase continuamente mientras caminaban sin un orden aparente.

En eso, un terrible chillido hizo temblar las incoherentes estructuras del lugar. El causante, un monstruoso ser con forma de esfera repleta de brazos humanos clavados alrededor de un rostro con características reptilianas y felinas, se materializó por encima de las pequeñas criaturas que le rendían ovaciones. El colosal recién llegado se mantuvo emitiendo alaridos y rugidos desgarradores durante unos segundos, hasta que sus ojos de pupila alargada se fijaron en Francis. La pequeña y rosada nariz con forma de triangulo invertido de la entidad se arrugó, mientras su larga lengua de serpiente le recorría los labios.

―¡Maldición! ―exclamó el chico al ver que el monstruo se acercaba a él, usando sus múltiples brazos para "nadar" en el aire―. ¡Maldición! ¡Maldición!

El chico intentó ponerse de pie, pero el constante movimiento de la estructura en la que estaba lo obligó a volver a apoyarse en el suelo. Su única opción de huida era arrastrarse lo más rápidamente posible a lo largo de la superficie, pero se percató que las criaturas pequeñas y viscosas que poblaban aquel mundo se habían colocado a cada lado del camino, cerrándole el paso.

Viéndose rodeado, Francis sintió que la desesperación lo invadía por completo, impidiéndole actuar. Consideró que en tal situación la inteligencia de Isaac o los poderes de Dumblalf le hubieran podido resultar de ayuda. Pero, al estar él solo, como un humano común y corriente no le quedó otra más que cerrar los ojos y aceptar su inevitable final.

―¡Mahō kōgeki!

Repentinamente, un impresionante rayo rosáceo de energía desgarró el firmamento del extraño mundo, impactando directamente en el rostro bestial de la criatura antes de que pudiera alcanzar a Francis. La explosión resultante empujó al monstruo varios metros, destruyendo estructuras y acabando con la vida de los pequeños seres viscosos a su paso.

―¿Daijōbudesuka? ―preguntó una voz femenina cerca de Francis.

El chico volteó y se encontró a una muchacha de cabello rosado amarrado en un par de coletas que le llegaban hasta la cintura. Estaba vestida con un traje color fresa adornado con blondas, complementado por una falda fruncida que le llegaba hasta la mitad de los muslos. En sus manos, cubiertas por largos guantes blancos terminados en sus codos, portaba una peculiar arma parecida a un grueso rifle con un cañón con forma de gancho del cual se desprendía una constante luminosidad rosácea.

―¿Estás bien? ―repitió ella, alargando una mano hacia Francis.

Él se mantuvo silencioso, pero aceptó su ayuda y pudo ponerse de pie. La estructura había dejado de moverse desde el preciso instante que la criatura de muchos brazos había recibido el impacto, pero el mundo en general parecía continuar activo. En eso, la tonalidad del lugar se tiñó de un tono rojizo oscuro, mientras un atronador rugido se esparcía por todos lados.

―La Pesadilla sigue con vida ―murmuró la chica, apretando la mandíbula. Suspiró y se giró hacia Francis―. Quédate aquí, esto acabará pronto.

Él se limitó a asentir en silencio y observó como la enigmática joven saltaba de una estructura a otra con gran facilidad. Al encontrarse con la criatura repleta de brazos comenzó una violenta batalla de la que sólo se podían apreciar difusas siluetas, mientras que rayos rosados y rojizos destruían los amorfos objetos a su alrededor.

Francis observó pasmado el confuso enfrentamiento hasta que chasqueó los dedos, comprendiéndolo todo.

―¡Es una maldita Chica Mágica!

Por lo general las animaciones del Shogunato que tomaban como base a las Chicas Mágicas se caracterizaban por ser coloridas e infantiles. Sin embargo, también existían variantes más maduras en la que se incluían temas crudos y serios. Considerando la sangre monstruosa que brotaba de la criatura a medida que perdía los brazos, y la estructura general del incomprensible espacio, Francis no tuvo dificultad en catalogar aquel mundo como el segundo caso.

Luego de un par de minutos, la colosal criatura se había transformado en una sanguinolenta masa de carne, mientras que las estructuras y los pequeños seres viscosos comenzaban a esfumarse emitiendo gritos de atroz agonía. La desagradable escena concluyó rápidamente y, antes de darse cuenta, Francis se encontraba nuevamente perdido en las calles vacías de la ciudad nipona ficticia.

―Me alegra ver que estás bien ―dijo la Chica Mágica, cayendo de pie suavemente a su lado.

Francis se sobresaltó por la impresión y al verla descubrió que su atuendo había cambiado a un uniforme de colegiala común, y su cabello había adquirido una tonalidad castaña.

―Ah, sí... ―Francis se pasó una mano por el cabello―. Tuve suerte de que una Chica Mágica como tú estuviera cerca.

―¡Ara! Sabes lo que soy...

―Cualquier persona con un mínimo conocimiento de la animación nipona lo supondría.

La chica rió cantarinamente.

―¡Tienes razón! Soy una Mahou Shoujo, mi nombre es Kiseki Jigoku.

―Yo soy Francis Radwimp.

Kiseki sonrió, pero luego miró a Francis con curiosidad.

―No pareces asustado a pesar de lo que pasó, Francis-kun.

―Ah... sobre eso...

Se detuvo, indeciso. No estaba seguro de qué excusa podía ofrecer para evitar dar explicaciones innecesarias. Mencionar que su conocimiento sobre el Director Absurdo le había brindado cierta resistencia a las impresiones no era una explicación posible, ya que la idea era pasar desapercibido. Además, no consideraba necesario entrar en detalles con la chica, que posiblemente tan sólo era una replicación.

―Resulta sorprendente ―comentó Kiseki repentinamente, observando el cielo nocturno―. Las Pesadillas se han vuelto especialmente violentas últimamente y no he podido contactar con mis compañeras. La gente también parece muy rara... ―La chica enrolló un mechón de su cabello en uno de sus dedos―. Kore wa subete kimyōdesu... Se siente como si hubiera viajado a un mundo paralelo.

Francis la observó, con la boca abierta. Aún no consideraba seguro contarle lo que sabía, ya que bien podía tratarse de una artimaña del Director Absurdo, pero también cabía la posibilidad de que aquella Chica Mágica fuera como él: una víctima atrapada en la Razón de lo Absurdo.

―Kiseki... ―dijo, atrayendo su atención y pensando cuidadosamente qué palabras usar―. A decir verdad, yo...

El rostro apacible de la chica cambió repentinamente a un gesto de seriedad, tras lo que levantó un dedo para pedir silencio. Volteó hacia una oscura calle, mientras que su traje volvía a metamorfosear en su versión mágica y el enorme rifle de energía aparecía en sus manos. Francis, temiendo que se tratara de un nuevo enemigo, dirigió su mirada hacia la callejuela y descubrió un par de siluetas que no demoró mucho en reconocer.

―Isaac y... ―tragó saliva―, Sugrobina.

No parecían ser parte de una ilusión. Su amigo estaba saludándolo con la mano, pero Francis no estaba preocupado por él. Su atención estaba centrada en la aterradora mirada de rabia plasmaba en el rostro de Dasha quien, manchada de sangre, se encontraba en una postura de combate con todo su cuerpo tenso.

―Siento una enorme hostilidad de parte de ella ―comentó Kiseki, en voz baja, apartando a Francis con una mano―. Kore wa totemo kikendesu.

Francis chasqueó la lengua, consciente del embrollo en el que estaba metido. Su vampiresa obsesiva compulsiva lo había encontrado en compañía de una mujer desconocida. Sin lugar a dudas, aquello iba a convertirse en un baño de sangre.

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