Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

5. La razón por la que los autores reciclan y roban todo lo que pueden

La razón por la que los autores reciclan y roban todo lo que pueden (o la Teoría del Socialismo Literario)

El helicóptero viajaba a gran velocidad, atravesando el cielo plagado de naves con forma de huevo. Estas intentaban atacar continuamente al vehículo, pero ninguna lograba atinarle ni un solo rayo y las pocas que conseguían acercarse de manera amenazante terminaban cayendo al suelo sin razón alguna. Luego de varios intentos, los alienígenas comprendieron que la magia que rodeaba al helicóptero era superior a la tecnología que ellos poseían, por lo que desistieron en sus ataques y se centraron en erradicar a los supervivientes de la ciudad.

―Dejadme comenzar nuevamente por el principio ―dijo Dumblaf y carraspeó fuertemente―. A pesar de os suene increíble, yo soy un mago...

―¿Qué está pasando abajo? ―interrumpió Francis, mirando confundido por la ventanilla.

La superficie plagada de gente aterrada y edificios derruidos se estaba modificando lentamente, difuminándose en medio de una humareda de una extraña tonalidad turquesa. Al cabo de unos segundos, la ciudad entera había desaparecido para dar paso a un inmenso océano gaseoso.

―Es justamente de eso que quiero hablaros ―contestó el hechicero, frunciendo el ceño―. Vosotros no os encontráis más en vuestro mundo. En estos momentos estáis en un plano metafísico conocido como la Razón de lo Absurdo.

―Eso suena absurdo ―prorrumpió Dasha y rio por su propia broma.

Los demás le dirigieron miradas serias y ella hizo un puchero, murmurando que no estaban al nivel de comprender su sentido del humor vampírico.

―La Razón de lo Absurdo es un mundo ficticio producido alrededor de una criatura cósmica conocida como el Director Absurdo ―prosiguió Dumblalf―. Sería complicado explicaros qué es exactamente, pero lo cierto es que únicamente ustedes y otros pocos individuos provienen del mundo real. Las demás personas son sólo productos artificiales de la desquiciada imaginación del Director.

―Entonces... ―susurró Isaac, débilmente―. Mi familia se encuentra a salvo en el mundo real...

El mago asintió y sonrió paternalmente.

―Puedes estar seguro que así es, colega. Sólo os sentí a vosotros como existencias reales en aquella ciudad.

Repentinamente el helicóptero se estremeció violentamente y comenzó a perder altitud. Dumblalf intentó llamar la atención del piloto, pero este se había transformado en un viscoso calamar que escribía fórmulas matemáticas en un pequeño pizarrón de gelatina verde.

―Eso me pasa por confiar en réplicas ―suspiró el mago, tras lo que observó a sus compañeros―. Preparaos, tendremos que saltar.

―¿Saltar? ¿Acaso estás demente? ―espetó Francis, incapaz de imaginarse tirándose al mar gaseoso que los esperaba abajo―. Eso no puede...

El chico volvió a mirar por la ventanilla y se sorprendió al descubrir que se encontraban sobrevolando unas peculiares ruinas. No se trataba de la ciudad atacada por alienígenas de la que habían partido, sino que tenía apariencia de haber sido abandonada hace muchos años.

―La Razón de lo Absurdo puede resultar confusa y peligrosa ―indicó Dumblalf, abriendo la portezuela del helicóptero―. Pero podéis usarla a vuestro favor. Al fin y al cabo, también depende de la imaginación de sus víctimas para funcionar.

―¿Eso qué diablos significa? ―soltó Francis, intentando hacerse escuchar por sobre el terrible ruido que producía el viento y las hélices helicóptero.

―Sólo debéis imaginar que pueden flotar, volar, que tenéis un paracaídas o cosas por el estilo.

―¡Suena divertido! ―exclamó Dasha, emocionada.

El mago intentó replicar algo, pero su rostro se deformó en una mueca de horror. Sin perder un segundo, levantó ambas manos, casi al mismo tiempo que una tremenda explosión devoraba el helicóptero por completo. Los demás se cubrieron el rostro, aterrados, pero ninguno sufrió ningún tipo de daño al tocar el suelo.

―¿Qué sucedió? ―preguntó Isaac, recuperándose de la impresión―. ¿Todos están bien?

―De alguna forma ―suspiró Francis.

―Obviamente sí ―contestó Dasha.

Doggy emitió un feliz y femenino ladrido.

―Por suerte pude realizar un hechizo de protección a último momento ―informó Dumblalf―. Pero ahora sabemos que el Director Absurdo está al tanto de nuestra presencia en su mundo.

Francis observó a su alrededor, pero fue incapaz de reconocer las ruinas que los rodeaban.

―¿Dónde estamos?

El mago juntó sus manos y al separarlas formó un orbe azulado con manchas verdosas, que simulaba al planeta Tierra. La peculiar esfera comenzó a girar, mientras un puntero rojizo recorría su superficie, hasta que se detuvo en punto específico.

―Estamos en Laseal.

Dasha soltó un silbido de asombro.

―¿Laseal? ¿No es esa ciudad que fue destruida por una inundación hace como quince años?

―Hace unos minutos estábamos en el centro de Krossia, ¿cómo terminamos en Ukriev? ―se cuestionó Francis, pero rápidamente se percató de lo estúpida que era su pregunta―. Ah... La Razón de lo Absurdo.

―En efecto. ―Dumblaf suspiró―. No tiene sentido que os preocupéis en encontrar lógica alguna en este mundo. Sólo podemos explorarlo hasta encontrar al Director Absurdo y obligarlo a retirarse de la zona.

―Me pregunto por qué ese Director habrá venido hasta este planeta ―dijo Dasha, pensativa.

―Es parte del... Comité Galáctico de Control Absoluto ―explicó Dumblalf, eligiendo cuidadosamente sus palabras―. Hace cinco años vino la Dama de Guerra y hace diez el encargado fue el Regente. Por ciertas... razones, desean eliminar todo rastro de vida de este planeta.

―¿Y qué hay de ti? ―preguntó Isaac, fríamente―. Dices ser un mago, pero casi puedo afirmar que no perteneces a nuestro mundo.

―Sólo deseo ayudaros. A la humanidad y a los otros seres vivos de la Tierra ―contestó el hechicero, inexpresivo―. Dejémoslo en que soy enemigo del Comité. No es necesario que conozcáis mis objetivos ulteriores.

Comenzaron a caminar en silencio sin un destino determinado. Francis, observando el cielo plagado de extrañas nubes violetas, intentaba procesar toda la información que había recibido. Hasta hace unos días había disfrutado de una existencia de lo más normal, pero en esos momentos estaba acompañado de una chica perro, una vampiresa y un mago cósmico, y para colmo de males tenía la obligación de buscar a una cosa llamada "Director Absurdo". Sin lugar a dudas, su concepción de la realidad no podría volver a ser la misma nunca más.

Cuando la cabeza comenzó a dolerle por reflexionar tanto, soltó un inmenso suspiro y se dirigió a sus compañeros.

―¿Y bien? ¿El plan es continuar caminando sin destino o...?

Se calló, percatándose que estaba completamente solo. Para empeorar aun más las cosas, las ruinas a su alrededor comenzaron a distorsionarse, perdiendo color y forma definida. En menos de un minuto, se encontraba rodeado de aquel extraño y enfermizo gas turquesa que había visto antes.

Sin saber qué hacer, Francis se mantuvo estático, con los ojos desorbitados y la camiseta empapada de sudor producto de su nerviosismo. Se preguntó si acaso aquel océano gaseoso tendría algún efecto perjudicial en su cuerpo. Pero, incluso con el terror encima, considero sensato no huir a lo loco hasta hallar alguna señal de esperanza.

Cerró los ojos y recordó las palabras de Dumblalf. Aquel perverso y retorcido mundo se alimentaba de la imaginación de sus víctimas. Si eso le permitía modificarlo hasta cierto punto, entonces de alguna manera podría escapar de aquel mar turquesa.

―Llévame a un buen lugar... Llévame a un buen lugar... Un lugar sin chicas perro, vampiros idiotas ni magos sospechosos...

Apretó la mandíbula hasta que le dolieron las muelas, pero continuó mascullando sus deseos. Temía que, al abrir los ojos, se encontrara en medio de algún evento desastroso como el que había sufrido su ciudad por culpa de los alienígenas. Si la Razón de lo Absurdo pertenecía al Director, entonces era poco probable que el destino que le esperaba fuera agradable, pero aun así prefería aferrarse a la más mínima posibilidad. Luego de unos segundos de inmenso temor abrió los ojos, dispuesto a confrontar aquello que el Director le tuviera preparado.

Su sorpresa fue gigantesca al descubrir que se encontraba sentado en una silla de madera, frente a una pequeña mesa del mismo material. Estaba rodeado de otros jóvenes, todos con uniforme escolar. Al observar su propio cuerpo se sorprendió de verse él mismo portando uno de aquellos oscuros uniformes azulados, distinto a las ropas casuales que había llevado hasta el momento. Al examinar detenidamente a la gente a su alrededor y analizar los detalles de aquel salón de clases, se percató de algo increíble.

―Es una clase arquetípica del Shogunato ―murmuró.

Las personas que lo rodeaban, obviamente nipones en base a sus características fenotípicas, no parecían prestarle atención, como si él fuera parte natural del entorno. Francis se mantuvo silencioso por unos segundos, hasta que consideró que lo mejor era reunir información de alguna manera.

―Chavales, ¿me escucháis?

El chico se sobresaltó al reconocer el inconfundible acento neohispano de Dumblalf. Sin embargo, por más que revisó a su alrededor no pudo encontrar ni rastro del mago.

―Por suerte os implanté a todos un hechizo parasitario de contacto y nexo antes de separarnos ―prosiguió la voz invisible―. El Director Absurdo intentará acabar con cada uno de vosotros de forma separada. Debéis tener mucho cuidado y sobrevivir hasta que pueda reuniros nuevamente. ―El mago carraspeó fuertemente―. Os recomiendo pasar desapercibidos y evitar cualquier tipo de confrontación. Confío en vosotros, y os aseguro que os salvaré de alguna manera. Os daré más instrucciones dentro de un...

La comunicación se cortó repentinamente y causó otro ligero sobresalto en Francis. La situación había empeorado inmensamente en base a todo lo explicado. Hasta el momento se había sentido seguro gracias a que había estado junto a sus compañeros, pero tener que enfrentar las locuras de aquel mundo en solitario le parecía una atroz tortura.

Tomó aire para tranquilizarse y consideró las palabras del mago. Sólo tenía que sobrevivir hasta que este encontrara la forma de ayudarlos. Seguramente iba a ser una tarea sumamente complicada, pero era estúpido rendirse incluso antes de empezar.

―Disculpa ―dijo una voz femenina detrás de él―. Radwimp-kun.

El chico se volteó y se encontró a una chica que representaba el ideal de belleza juvenil nipón. Su cabello largo, sedoso y profundamente negro enmarcaba su bello rostro de rasgos suaves, creando un contraste con su piel blanca de aspecto delicado.

―Ah... ¿qué...? ―Francis tragó saliva, repitiéndose internamente que debía pasar desapercibido―. ¿Qué sucede?

―¿Trajiste el libro que te presté el otro día?

―Ah, el libro... claro, el libro...

Observó que, a un lado de su carpeta estaba colgada una mochila tipo maletín de color marrón. Suponiendo que era suya la tomó y rebusco en su interior. Además de cuadernos y otros útiles escolares encontró un pequeño libro con aspecto de novela. Sin más opciones, lo tomó y se lo entregó a la chica.

―¡Arigatou! ―exclamó ella, sosteniendo el libro frente a él con ambas manos.

―Gracias a ti... por ese libro. ―Con una rápida mirada a la portada descubrió que había un nombre escrito en una pequeña etiqueta rosa―. Fue muy interesante, Saya.

Ella se sonrojó y bajó la mirada. Francis maldijo su estupidez, recordando que en el Shogunato Tecnócrata de Nipón se tenía la costumbre de añadir honoríficos a los nombres y, por lo general, las personas se trataban con el apellido.

―Eh, Francis-san ­―exclamó un chico al otro lado del salón―. Shirokuma-kun ha propuesto ir al karaoke, ¿te apuntas?

Francis suspiró, y forzó una enorme sonrisa. Si bien era una tarea ardua tener que pasar desapercibido en un contexto donde no conocía a nadie, pero todos parecían conocerlo a él, también tenía la ventaja de estar en su elemento. Dispuesto a utilizar todos los recursos que le habían proporcionado los cientos de series de animación nipona que había visto en su vida, se levantó de su asiento con seguridad.

―¡Vamos allá!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro