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4. La razón por la que los magos son un Deus Ex Machina con patas

La razón por la que los magos son un Deus Ex Machina con patas (o la Teoría del Hechicero roto)

Francis y Dasha estaban sentados en uno de los mullidos sillones rojizos de la amplia sala en la casa de Isaac. Frente a ellos estaba Doggy, muy tensa, mirando fijamente a la vampírica intrusa. Su boca formaba una extraña mueca que, posiblemente, hubiera expresado los inicios de un silencioso gruñido en su forma canina, mas en su estado actual adquiría una apariencia de cómico enfado. Dasha, por su parte, observaba con suma curiosidad a la hostil muchacha, murmurando cosas ininteligibles.

―¡Es completamente imposible! ―concluyó Dasha luego de unos instantes―. Nunca he escuchado antes de un perro que se transforme en una persona. ¡Rompe la lógica sin lugar a dudas!

―¿Y lo dices tú? ―masculló Francis, suspirando.

Antes de que Dasha pudiera seguir quejándose de lo absurdo del caso, Isaac ingresó a la sala a través de una pesada puerta de roble. Traía en las manos un gran tazón repleto de pastelillos que dejó en la mesilla central.

―¿A qué se debe la confusión? ―preguntó el recién llegado, observando la tensión entre Doggy y Dasha.

―Sugrobina no cree que Doggy antes era un perro ―explicó Francis.

―Pues yo aún no me trago que ella sea un vampiro ―contestó su amigo, meneando la cabeza.

―¡Realmente lo soy! ―exclamó la aludida, emitiendo un resoplido de orgullo―. Miembro de la noble casa Sugrobina, y descendiente de los antiguos señores feudales que dominaron estas tierras. ―Carraspeó―. No puedo liberar mi forma por un tiempo, pero mi tesoro tomó fotografías.

―¿Quién diablos es tu tesoro? ―murmuró Francis chasqueando la lengua, mientras sacaba su celular y se lo pasaba a Isaac.

Este observó la pantalla del aparato y se encontró con la difusa imagen de una especie de murciélago deforme con más ojos y dientes de lo usual.

―¿Dónde tomaste esta foto?

―En la azotea del edificio principal de la escuela.

―Eso explica el fenómeno ocurrido hace un par de días en aquel lugar ―concluyó Isaac, recordando que muchos internautas locales habían afirmado observar algo negro y aterradoramente maravilloso­―. Supongo que ustedes también causaron el accidente del bosque.

―¿Bosque? ―preguntó Francis, desconcertado―. ¿Qué bosque?

―El bosque de ébano, ese que se incendió anteayer por culpa de un rayo del cielo ―explicó Isaac enarcando una ceja―. ¿No lo sabían?

―No gastaría ni una pizca de mi poder en quemar un inútil bosque ―afirmó Dasha, haciendo un puchero. Luego colocó una mano en su mejilla―. Aunque, para ser sincera, aún no he desbloqueado la mayoría de mis capacidades por lo que tampoco podría hacerlo incluso si quisiera.

―¿Entonces quién lo hizo?

―Según una teoría ―dijo Isaac―, fueron los...

El chico no pudo completar la frase, ya que un potente temblor los hizo perder el equilibrio a todos. El movimiento fue aumentando la intensidad, acompañado de un fuerte sonido similar a trompetas y contrabajos provenientes del exterior de la casa. Los cuatro, incapaces de comunicarse debido al insoportable ruido, se pusieron de acuerdo mediante señas en salir de la vivienda para averiguar qué sucedía.

Lucharon para mantenerse se pie mientras abandonaban la sala y recorrían los pasillos con dirección a la puerta principal. Finalmente consiguieron alcanzar su destino y, al salir, se encontraron con algo inesperadamente impactante.

Multitud de naves con formas ovaladas se desplazaban por los cielos, bajando intermitentemente para desintegrar con rayos rojizos a los insensatos transeúntes que corrían desesperadamente por la calles. Por encima de los objetos voladores, una colosal máquina alargada se mantenía estática, vigilando lo que sucedía en la superficie con varias luces que adornaban su estructura. Tenía el aspecto de una gigantesca salchicha, con muchas de sus partes metálicas cubiertas por un extraño material similar a palpitante tejido orgánico. La nave nodriza comenzó a descender lentamente, mientras expulsaba mucha más naves pequeñas de diversos agujeros ubicados en sus costados. Mientras lo hacía, el sonido de trompetas y contrabajos fue disminuyendo hasta desaparecer por completo.

―¡Alienígenas! ―exclamó Isaac.

―Genial ―indicó Francis, chasqueando la lengua―. Una chica perro, un vampiro, los malditos aliens... Ahora sólo falta un condenado mago para completar el pack.

En eso, un par de naves con forma de huevo que surcaban el cielo se percataron de la presencia del grupo y, tras un segundo duda, se dirigieron contra ellos con gran velocidad.

―¡Van a estrellarse contra nosotros! ―gimió Isaac, aterrorizado.

―¡Sugrobina, detenlos con tu versión demoníaca! ―ordenó Francis, igual de asustado que su amigo―. ¡Ahora!

―No puedo... ―murmuró la chica, sin despegar sus ojos dorados de las naves alienígenas con más curiosidad que preocupación―. Sólo soy capaz de liberar mi aspecto una vez al mes.

―¡Maldición, vampiro inútil! ―sentenció Francis, y se cubrió el rostro con los brazos resignándose al inminente final.

En eso, un rayo de forma irregular atravesó ambas naves con facilidad, haciéndolas explotar en el cielo. Todos emitieron un largo y pesado suspiro de alivio al ver salvadas sus vidas, pero se sobresaltaron al escuchar una potente voz detrás de ellos.

―¡Venid conmigo si queréis vivir!

Los cuatro voltearon lentamente y, al ver a quien había emitido la frase, se mantuvieron inmóviles.

―¿No me escucharon, chavales? ―prorrumpió el misterioso salvador―. No temáis, soy su aliado.

―¡Que aliado ni que ocho cuartos! ―espetó Francis―. ¡Eres un maldito mago!

El hombre, visiblemente ofendido, se limpió el polvo que cubría su túnica azulada cubierta con símbolos de estrellas y acomodó el sombrero puntiagudo que cubría su cabeza, por sobre sus largos y blancos cabellos.

―No soy sólo un mago... ¡Hostias! Los pibes de hoy en día no son nada majos.

―¿Por qué hablas como la gente de Neo-Hispania? ―preguntó Isaac, con su curiosidad superando la confusión que lo invadía.

―Es una larga y triste historia. No es algo que debáis escuchar en estos momentos.

―Algo me dice que está actuando ―susurró Dasha al oído de Francis―. No creo que los neohispanos hablen tan raro, parece de una película mal doblada.

―¡Joder! ¿Pensáis quedaros todo el día burlándoos de este anciano o tenéis el atino de pirarse de aquí ahora?

Isaac se frotó la barbilla y un gesto de gran preocupación cubrió su semblante.

―No puedo irme... Mi madre, mis tíos, mis abuelos y mi hermana siguen en casa...

El chico intentó señalar su hogar que hasta hace unos instantes estaba a tan solo unos pasos, pero al observarla no encontró más que unas humeantes ruinas.

―Seguro los alienígenas la destruyeron antes de lanzarse contra nosotros ―Dasha olisqueó el aire―. No siento a nadie vivo entre los escombros.

Isaac emitió un desgarrador alarido que tomó a todos por sorpresa y corrió hacia su destruida casa, intentado apartar los restos con sus manos desnudas. Doggy comenzó a sollozar y Francis se mantuvo estático, observando el sufrimiento de su amigo sin saber cómo reaccionar.

―Detente, colega, vas a hacerte daño ―dijo el mago, teletransportándose al lado de Isaac y tomándolo de ambos hombros―. Tú y los demás debéis escucharme, nada es lo que parece.

―¿Qué quieres decir? ―berreó Isaac, llorando desconsoladamente.

―Con vuestra ayuda será posible regresar todo a la normalidad ―aseguró el hombre, con gran seriedad―. Por el momento, sólo puedo hacer esto. No os flipéis.

El mago levantó una de sus manos, de la cual emergió una potente luz blanquecina que cubrió las ruinas y luego se elevó ligeramente. Tras unos segundos, la luz formó una enorme letra "F" por sobre los escombros.

―Presionad efe para dar respeto ―indicó el hechicero y observó a todos los confundidos presentes―. Cada segundo que pasáis sin decidiros aumenta mogollón el peligro que corréis.

Sin agregar nada más, el mago comenzó a caminar a grandes trancos, alejándose del lugar. Doggy ayudó a Isaac a levantarse de entre los escombros, mientras que Francis y Dasha observaban la figura del hechicero. Decidieron en silencio que no les quedaba de otra más que confiar en el hombre que los había salvado y siguieron sus pasos.

Nadie se atrevió a abrir la boca durante el trayecto, y los potentes sonidos provenientes de las naves que pululaban por el cielo los tenían sin cuidado. Mientras escalaban una cuesta, observaron el horizonte y se percataron que más de la mitad de la ciudad estaba completamente destruida. Finalmente, tras una considerable caminata, el mago se detuvo frente a un enorme helicóptero de combate pintado completamente de un tono rosado chillón.

El hechicero subió a la parte de pasajeros y los demás lo imitaron. Francis se sintió tentado de lanzar algún comentario burlón por el color del vehículo, pero al ver el aún deplorable estado de Isaac consideró que no era momento para bromas. El mago hizo una señal al piloto cuando todos estuvieron montados y el helicóptero emprendió vuelo sin perder tiempo.

―Dejad que me presente, aunque sea de manera tardía ―dijo el hechicero―. Mi nombre es Dumblalf y soy...

―¡Nos van a atacar otra vez! ―interrumpió Francis, observando por la ventanilla de la máquina.

―No lo lograrán. Sin importar cuanto lo intenten, no podrán derribar este helicóptero mientras yo esté presente. Por algo soy el Mago de la Buena Suerte y la Manipulación Multiversal.

―¿Manipulación Multiversal? ―murmuró Isaac, dirigiendo su mirada vacía al hombre―. ¿Qué es eso?

Dumblalf suspiró pesadamente.

―Dejad que os lo explique de la mejor manera posible ―observó a todos con seriedad―. ¿Estáis preparados?

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