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3. La razón por la que los perdedores tienen buena suerte

La razón por la que los perdedores tienen buena suerte (o la Teoría del Carisma Misterioso)

Francis continuó asistiendo a la escuela con normalidad, mientras esperaba que Isaac le avisara que estaba listo para partir. Informarle a sus padres sobre la decisión de acompañar a su amigo a una travesía al extranjero había resultado mucho menos problemático de lo que había temido. Estos se habían limitado a hacerle preguntas básicas y brindarle recomendaciones banales. No mencionaron el obvio hecho de que abandonar la escuela le acarrearía nefastas consecuencias en el futuro, lo cual le parecía sumamente extraño. Algo dentro de sí lo hacía sospechar que aquella reacción tan poco natural por parte de sus padres, así como la increíble transformación de Doggy estaban interconectadas de alguna manera, pero dada la poca información que poseía no se atrevía a formular alguna teoría viable.

Al caer el quinto día de espera comenzó a sentirse muy preocupado por la situación que lo involucraba. Se había mostrado muy seguro cuando había afirmado que acompañaría a Isaac a Maverick, pero si lo pensaba a fondo, aquello era una completa locura. La República Teocrática de Maverick era lo más lejano que podía existir a un centro espiritual de paz. Era reconocida como una potencia mundial, centrada en el desarrollo tecnológico y la manufactura de diversos tipos de armamento. Muchas veces había entrado en conflicto con los Estados Papales por la forma en la que veían la religión y el mundo y, si bien sus diferencias nunca llegaban a las armas, todos temían el apocalíptico día en el que ambas naciones comenzaran una guerra santa a gran escala.

―Francis, la clase ya ha acabado ―dijo una dulce voz femenina repentinamente.

Francis, que estaba reflexionando sobre a qué bando preferiría unirse en caso del inicio de un conflicto armado mundial, se demoró varios segundos en percatarse de que alguien le estaba hablando. Cundo lo hizo descubrió a una chica de largo cabello negro y ojos dorados al lado de su carpeta, observándolo con una gran sonrisa plasmada en su pálido rostro.

―Ah, Sugrobina, eres tú ―Francis miró a su alrededor y descubrió que todas las otras carpetas estaban vacías―. ¿Dónde está todo el mundo?

Ella emitió una risa cantarina.

―Ya todos se han ido, hace como media hora que terminó la clase.

―¿Estuviste observándome en silencio todo este tiempo?

Dasha Sugrobina se sonrojó y desvió la mirada causando que Francis hiciera una mueca de disgusto. A pesar de lo amable que era con él, no le agradaba estar cerca de aquella extraña joven. La consideraba un verdadero caso de bipolaridad, ya que su actitud natural con todos aquellos que la rodeaban era de total frialdad y, en algunos casos, hostilidad. Trataba a los demás como simples animales, por lo que eran pocos los insensatos que se atrevían a cruzar más de dos palabras con ella. Aun así, sacaba muy buenas notas y poseía una destacable capacidad física, de modo que nunca se metía en problemas por razones académicas.

―¿Y bien? ―preguntó Francis, bostezando―. ¿Qué quieres?

―Yo... ―Dasha se sonrojó aún más y sonrió débilmente―. Quería hablar a solas contigo.

La mueca de disgusto de Francis se ensanchó más. Por alguna razón que él no comprendía, en algún momento aquella siniestra chica había comenzado a acosarlo amistosamente. No recordaba cuándo ni tenía la más mínima sospecha de qué había causado aquel innecesario trato especial, pero lo cierto era que lo consideraba algo increíblemente nefasto para su obsesión con mantener la normalidad de su vida. Sin embargo, considerando que los últimos acontecimientos que habían sucedido a su alrededor eran sumamente anormales, supuso que seguirle el juego no podría traer nada peor.

―Está bien, hablemos.

―Preferiría hacerlo en otro lugar ―indicó Dasha, con una brillante sonrisa―. Vamos a la azotea.

Francis chasqueó la lengua, percatándose de lo cliché de las circunstancias. Sospechaba ligeramente a donde iba a parar aquella situación, basándose en las horribles series de animación niponas que había visto. Pero inventar alguna excusa para huir resultaría complicado e indigno, por lo que lo quedó de otra más que aceptar la propuesta.

Se dirigieron a su destino en silencio, recorriendo los desiertos pasillos de la escuela. Según la normativa, el ingreso a la azotea estaba prohibido para los estudiantes, pero las autoridades eran tan poco eficientes que siempre dejaban la puerta de ingreso a ella sin seguro. De esa forma no tuvieron problema alguno en llegar al lugar, donde fueron recibidos por fuertes ráfagas de viento.

Francis se mantuvo inexpresivo mientras Dasha intentaba evitar que la potente brisa levantara su falda escolar. Se preguntó si acaso estaba condenado a tener que soportar todos aquellos elementos arquetípicos que no le despertaban ningún tipo de interés. Lo único que deseaba en aquel momento era terminar con el problema y regresar a su hogar para distraerse con algún juego de citas virtuales.

Cuando el viento finalmente amainó, tras varios minutos, Dasha estaba sonrojada hasta las orejas y Francis estaba somnoliento, bostezando de manera intermitente. Sintiendo que el aire volvería en cualquier momento, la chica tomó una gran bocanada de aire y se plantó frente a Francis.

―¡Me gustas mucho! ¡Por favor, sal conmigo!

Francis se quedó a mitad de un bostezo, sorprendido de aquel repentino suceso. Si bien había esperado algún tipo de declaración romántica, suponía que ese tipo de cosas necesitaban una preparación preliminar. Que sucediera todo de golpe lo había agarrado desprevenido, pero no necesito más que unos instantes para recuperarse de la impresión y comenzar a procesar el caso.

―Aprecio mucho lo que sientes, Sugrobina, en serio. Pero dentro de un par de días realizaré un viaje algo complicado, por lo que es posible que no volvamos a vernos.

Aquella era una excusa algo vaga pero efectiva. Francis agradecía profundamente tener una carta del triunfo como aquella, ya que en cualquier otra situación hubiera tenido que inventar alguna razón de peso para negarse. Como él era increíblemente malo mintiendo, no hubiera sido capaz de decirle a Dasha que no le gustaba, ya que en realidad era muy bonita y, por alguna razón, disfrutaba tratándola mal sin recibir ninguna reprimenda. Por eso su única opción era utilizar la verdad a su favor, y el viaje caía a pelo.

―¡No me importa! ―exclamó la chica, con una sonrisa extraña―. ¡Iré contigo!

―Pero... es a Maverick.

―¡Te acompañaré hasta el mismo Infierno!

Francis tragó saliva, observando la sonrisa demencial de Dasha y el inusitado brillo que cubría sus ojos. Siempre le había dado mala espina, pero en ese momento confirmó lo obvio: estaba más loca que una maldita cabra. Aquello había pasado de ser un acontecimiento molesto a una situación realmente peligrosa.

―Pero, antes de que estemos juntos, tengo que revelarte algo ―añadió Dasha, con la mirada triste.

―¿Qué cosa? ―preguntó Francis, con precaución.

―Yo... soy un vampiro.

Francis, tras unos instantes de silencio, no pudo evitar soltar una carcajada. La situación había llegado al límite máximo de lo inaudito lo cual le causaba inmensa gracia.

―Por eso quiero mostrarte mi forma real ―La chica sonrió con pesadumbre―. Por favor, acéptame.

Francis volvió a reír, incapaz de tomarse en serio lo que estaba sucediendo. Sin embargo, al instante se percató de su error. Su concepción de realidad había sido obligada a modificarse por la inexplicable transformación de Doggy, por lo que la existencia de una vampiresa obsesiva compulsiva no era algo tan ilógico.

Sin embargo, el desdichado muchacho no tuvo tiempo de prepararse para la transformación que sufrió Dasha. Sucedió tan deprisa que sólo atisbó como una humareda ondulante de una profunda tonalidad negruzca cubrió a la chica, brindándole una consistencia viscosa que fue aumentando de tamaño rápidamente. Así, el pobre e impactado Francis cayó sobre sus cuartos traseros al encontrarse frente a una colosal y atroz criatura negra con cabeza de murciélago repleta de ojos rojos y colmillos deformes, que se sostenía en el aire gracias a dos pares de alas membranosas.

Luego de un par de segundos, Francis emitió un fuerte suspiro, sintiendo que su mente racional era obligada nuevamente a modificar sus paradigmas básicos.

―Primero un condenado perro que se transforma en chica y ahora una vampiresa psicópata con pinta de demonio ―masculló, apretando la mandíbula―. ¡Maldición! ¡No existe razón alguna para tener tanta mala suerte!

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