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16. La razón por la que el enemigo de tu enemigo también es tu enemigo

La razón por la que el enemigo de tu enemigo también es tu enemigo (o la Teoría de la Falta Total de Aliados)


El choque entre los rayos de Dumblalf y la viscosidad rojiza de Gandledore causó el colapso del mundo falso en el que se encontraban. El efecto resultante fue similar al de un error de computadora que surge cuando se intenta ejecutar un programa que excede la capacidad de procesamiento. Tanto los restos del castillo, como el jardín y la muralla comenzaron a retorcerse de forma ondulante, como si poseyeran una consistencia líquida, mientras producían chirridos insoportables parecidos a interferencias de radio. El color de las cosas también comenzó a fluctuar, intercambiando tonalidades entre unas y otras, al mismo tiempo que grandes pedazos del mundo perdían visibilidad hasta difuminarse por completo.

Dumblalf y Gandledore, ajenos al efecto que generaba su enfrentamiento, se mantenían concentrados en su encarnizada lucha, lanzando poderes a diestra y siniestra. La entidad sangrienta mantenía siempre una considerable distancia de su enemigo, alejándolo constantemente con los filamentos orgánicos que surgían de su cuerpo. El mago intentaba contrarrestar dicha estrategia aprovechando la increíble velocidad que le brindaba su capacidad eléctrica, pero sus tentativas parecían ser fútiles.

―¿Qué hacemos? ―preguntó Isaac, mirando azorado el brutal enfrentamiento.

―El Director debe estar recuperándose, debemos esperar a que nos ayude ―aseveró Francis, intentando mantener el equilibrio mientras parte del piso temblaba y desaparecía alrededor de ellos.

―¿El Director Absurdo sigue vivo? ―preguntó Kiseki, observando cómo el falso mundo se deshacía con velocidad.

Francis se pasó una mano por el cabello.

―No creo que sea algo que pueda llegar a morir... espero.

Gandledore estaba a la delantera, y mantenía la táctica de aprovechar su ventaja de rango. Dumblalf, al ver que sus tentativas de lucha cuerpo a cuerpo no eran posibles, se detuvo en el aire y empezó a concentrar energía en su cuerpo. Al cabo de unos segundos, el mago reventó formando una espesa nube gris plagada de rostros sufrientes que no paraban de llorar y maldecir. La humareda se lanzó contra Gandledore, pero este se transformó a su vez en una mezcolanza escarlata de ojos, bocas y lenguas que contuvo el embate.

El tamaño de ambas entidades había aumentado considerablemente, al igual que los poderes que se lanzaban a quemarropa, lo que aceleró el proceso de deconstrucción del mundo que ya comenzaba a ser devorado por la negrura absoluta. En un punto, uno de los gaseosos y rojizos embates eléctricos de sangre que se había producido del choque entre los dos heraldos impactó muy cerca de los chicos, destruyendo el pequeño pedazo de jardín en donde se encontraban, lo que los hizo volar por todas partes.

Francis tuvo la suerte de caer en otra pieza flotante del jardín, donde se erigía una minúscula estructura de piedra sin techo con apariencia de almacén. Nuevos restos de energía provenientes de los heraldos volaban por todas partes, destruyendo lo que alcanzaban, por lo que Francis ingresó al cobertizo con rapidez. Allí se encontró con Isaac, lo que lo hizo emitir un profundo suspiro de sosiego.

―Todo parece cada vez peor ―comentó Isaac, también aliviado por ver a su amigo―. ¿Crees que Dumblalf pueda ganar?

―Al menos debilitará a la otra cosa lo suficiente para que el Director termine el trabajo. ―Francis chasqueó la lengua―. Lo que me preocupa es Doggy...

El minúsculo perro de Isaac, que seguía acurrucado en sus brazos, emitió un agudo ladrido.

―No me refería a ti, enano.

Repentinamente alguien más ingresó al almacén. Francis e Isaac se pusieron tensos al instante, pero se relajaron ligeramente al notar que se trataba de Dasha. La vampiresa sonrió abiertamente al verlos y se acercó velozmente a Francis.

―Hay que terminar rápido ―siseó ella, empujando al chico contra la pared del recinto.

Él enarcó una ceja, confundido, hasta que comprendió que estaba a punto de ser literalmente violado, tal como indicaba la tesis sobre los murciélagos vampiros.

―¡Espera! ―exclamó Francis alejándose de ella, mientas sentía que se le secaba la boca―. ¡No es el momento de pensar en estupideces! ¿Qué ganas haciendo eso conmigo?

―Los vampiros tenemos un proceso de reproducción muy complicado y nuestros números son cada vez menores ―explicó Dasha, tras lo que lo inmovilizó con una compleja llave­―. Te he estudiado el tiempo suficiente para concluir que nuestra prole será genéticamente ideal. ―Hizo un puchero y se sonrojó―. No lo tomes personal, no es que me gustes o algo por el estilo.

Francis era incapaz de liberarse del agarre de Dasha, a pesar de los movimientos violentos con los que intentaba apartarla. Isaac se mantuvo a un lado, con su perro en brazos, sin poder idear algo para salvar a su amigo. La vampiresa empezó a retorcer los brazos de su víctima, hasta el punto que Francis soltó un lastimero grito que lo dejó sin aliento. Al verlo debilitado, Dasha se preparó para entrar en acción.

De repente, una parte del cobertizo fue destrozada por una pequeña mezcolanza rojiza repleta de ojos. Aquel no era un simple ataque de Gandledore, sino que era un fragmento viviente de sí mismo, que había soltado junto a muchos otros para aplastar a Gandlaf con la ventaja numérica. Ese pedazo en específico, al ver que había caído tan cerca de los chicos, decidió cambiar de objetivo y sacrificarlos para ahorrar tiempo. Sin aviso alguno, se lanzó contra Dasha y Francis que era a quienes tenía más al alcance.

―¡Yoghoth! ―exclamó ella, mientras se apartaba ágilmente sin soltar a su víctima.

Isaac sintió un dolor en la pierna, y del muslo le brotó el repulsivo Yoghoth, con su desagradable apariencia de sanguijuela rechoncha. La criatura creció rápidamente hasta asumir su verdadera y gigantesca apariencia amorfa, lo que le permitió contener a duras penas los ataques sangrientos que el trozo de Gandledore lanzaba sin conmiseración. Pero, por más que Yoghotgh mordía y azotaba con sus tentáculos al heraldo, este parecía ser inmune a las agresiones y debilitaba continuamente al komekarne vomitándole ácido escarlata de sus ojos.

Al cabo de unos segundos, Yoghoth se vio reducido a un cúmulo de carne y sangre, por lo que la atención de Gandledore volvió a dirigirse a sus presas. Dasha lanzó a Francis contra Isaac y se paró delante de ellos, plantándole cara al heraldo. Ella sabía que aún no era capaz de liberar la totalidad de sus habilidades, y con su forma humana no tenía posibilidad de derrotar algo tan poderoso, pero su instinto la obligaba a morir luchando.

Pero, cuando la masa gelatinosa estaba a unos centímetros de impactar contra los chicos, un orbe púrpura destrozó buena parte de su composición viscosa, obligándolo a alejarse. El ataque había provenido de la demoniaca Doggy, que mantenía su negruzco cuerpo peludo apoyado grácilmente en la parte superior de las ruinas del almacén. Las cuencas vacías del cráneo de cabra que tenía por cabeza se mantenían clavadas en el trozo de Gandledore, que rápidamente había comenzado a regenerarse.

―Proterva Hija del Caído ―tronó la voz etérea del heraldo, mientras su masa rojiza burbujeaba―. ¿Te atreves a oponerte a mí?

La demonio ladeó la cabeza con sorna.

―Estoy aquí simplemente para arruinar planes ajenos. ―Su cráneo de cabra se abrió en cuatro y emitió un chillido similar a una aterradora carcajada―. Fue divertido utilizarte para neutralizar al otro heraldo, pero no puedo dejar supervivientes.

Gandledoré emitió un burbujeante rugido y arremetió contra su enemiga, pero ella invocó varias manos negras cubiertas de un brillo violeta que tomaron a la mezcolanza rojiza y la destruyeron en mil pedazos. Otros pedazos del heraldo, que casualmente se encontraban flotando cerca a la espera de su turno para atacar a Dumblalf, dirigieron su atención a la demoniaca Doggy y la embistieron, pero el resultado fue el mismo.

Gandledore, al notar que sus ofensivas contra la demonio eran inútiles, decidió ignorarla por el momento y se concentró en el brutal enfrentamiento que tenía contra la nube eléctrica que componía a Dumblalf. Doggy, al verse desocupada, bajó de las ruinas donde había estado acuclillada y cayó frente a Dasha, Francis e Isaac.

―¡Muchas gracias... eh... Doggy! ―pronunció Francis, dando un paso al frente mientras intentaba ocultar su temor―. Supongo que ahora no intentarás matarnos tú, ¿verdad?

―Ya lo dije antes, no puedo dejar supervivientes ―contestó la demonio y alzó una mano contra ellos, concentrando sus energías oscuras.

―¡Espera! ―exclamó Isaac, frotándose el muslo de donde había salido Yoghoth―. Al menos dime qué razón tenías de usar a Doggy.

―No lo usé, sólo aproveché su capacidad de camuflaje. Ese no es un perro, es un Chernabog artificial. ―Meneó su cabeza de cabra―. Los humanos hacen muy mal uso de su ciencia, aunque debo agradecerles por haber creado algo así.

Isaac quedó con la boca abierta.

―¿Un Chernabog? ―Alzó a su mascota hasta tenerlo frente a su rostro―. ¿Este perrito? ―Se mantuvo varios segundos en la misma postura, hasta que suspiró pesadamente―. Con razón cuando mi padre me lo regaló...

Repentinamente, un rayo rosáceo de energía impactó en el cráneo de la demoniaca Doggy, sin hacerle ningún tipo de daño. Sin embargo, fue suficiente para hacerla detener la carga de su ataque y cambiar su atención al origen del rayo.

――¡Mahō kōgeki! ―exclamó Kiseki, vestida con sus ropas de chica mágica, que desde un pedazo de jardín cercano sostenía su rifle mágico apuntando a la demonio.

Un nuevo embate de energía rosa impactó contra Doggy, pero el resultado fue igual de innocuo que el anterior. Kiseki no se rindió y lanzó un par de disparos más, sin lograr dañar a su objetivo.

―¿Por qué me atacas? ―preguntó la demonio, sinceramente confundida―. Las chicas mágicas son descendientes de un tipo especial de Chernabog. No te considero una enemiga, así que te dejaré vivir mientras no seas un obstáculo.

―¡Entonces déjame vivir a mí! ―rezongó Dasha, con las manos en las caderas―. Los vampiros también somos...

―No, los vampiros me desagradan ―aseveró Doggy, asintiendo con su cráneo de cabra―. Si no consumen sangre son casi humanos. Representan la vergüenza de todas las criaturas demoniacas.

Dasha enrojeció profundamente y frunció el ceño, muy enfurecida. Intentó decir algo, pero un nuevo ataque de Kiseki la obligó a callar. La chica mágica finalmente comprendió que a base de rayos de energía sólo conseguiría agotarse sin dañar a la demonio, lo que la decidió a cambiar de estrategia.

―¡Mahō no akumu! ―exclamó, apuntando su rifle hacia arriba.

Del cañón con forma de gancho emergió un líquido fucsia que cubrió una amplia área alrededor de la chica mágica. El efluvio se mantuvo flotando en el espacio vacío durante unos instantes, hasta que comenzó a separarse en diversos cúmulos. Dichas aglomeraciones se organizaron formando criaturas antropomórficas con aspecto de ranas gigantes y rosadas con grandes bocas y ningún rastro de ojos.

―Es cierto que las Mahō shōjo poseemos naturaleza demoniaca ―afirmó Kiseki, muy seria―. Nunca perdonaré a los seres malignos que nos crearon... Por eso utilizaré todo mi poder para derrotarte. Shindemo yaru!

Dicho eso, las ranas rosadas se lanzaron contra Doggy, pero ella las destrozó con increíble facilidad. El rifle de Kiseki se mantuvo produciendo líquido fucsia continuamente, de modo que nuevas ranas, cada vez más grandes y musculosas, aparecían para atacar a la demonio. A pesar de la ventaja inicial de Doggy, la cantidad inconmensurable de enemigos que crecían a pasos agigantados comenzó a traerle problemas.

―Escucha, Sugro... Dasha ―murmuró Francis, observando asombrado el enfrentamiento entre la chica mágica y la demonio―. ¿Qué te parece si te guardas las ganas de ultrajarme hasta que todo esto termine?

La vampiresa le dirigió una mirada fría y no contestó, pero tampoco intentó hacerle algo. Francis suspiró y miró a su alrededor, preguntándose en qué momento el Director Absurdo iba a regresar para arreglar la nefasta situación, si acaso era capaz de hacerlo.

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