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13. La razón por la que los malos son los buenos y los buenos son los malos

La razón por la que los malos son los buenos y los buenos son los malos (o la Teoría de las Antiteorías)


Luego de un rápido viaje a través de un mundo oscuro, Isaac, Kiseki y Dasha terminaron en un amplio salón de techo alto. La estancia parecía pertenecer a un castillo medieval de estilo futurista, ya que la inmensa mesa oval que destacaba en el centro de la estancia era metálica, al igual que las incontables sillas que la rodeaban, y estaba adornada con patrones luminosos azulados. Además, varios reflectores emitían una suave y elegante luz fría que hacía destellar la superficie de las estatuas y demás adornos que decoraban las paredes del lugar.

―¡Isaac! ¡Isaac! ¡Isaac! ―clamó una femenina voz.

El aludido volteó y apenas pudo reaccionar al embate de Doggy, que lo tiró al piso mientras le lamía la cara con desesperación. Dasha y Kiseki observaron la escena, con un muy amplio gesto de desagrado en la mirada.

―Me alegra que por fin hayáis llegado ―dijo Dumblalf, acercándose al grupo.

El mago dirigió a Kiseki una extraña mueca que oscilaba entre la curiosidad y el asco. Ella bajó la mirada, visiblemente incómoda.

―Te demoraste demasiado, Dumblalf ―replicó Isaac, quien aún seguía en el piso siendo lamido por Doggy―. Casi morimos más de una vez.

―Hice todo mi esfuerzo para que no la palmarais, chavales. De todas formas, es bueno que ahora estéis todos juntos...

Dumblalf enmudeció, con los ojos muy abiertos. Isaac apartó a Doggy y se preguntó qué cosa había sorprendido tanto al mago. No le fue muy difícil notar que en la sala sólo estaban él, Dasha, Kiseki, Doggy y Dumblalf.

―Frank...

―¡Joder! ―exclamó el hechicero con furia―. El Director Absurdo se me adelantó.

―Francis-kun ―murmuró Kiseki―. Daijōbudato ī na

―El Director lo matará, eso es seguro ―afirmó Dasha con un suspiro de decepción.

Isaac maldijo, pero Dumblalf meneó la cabeza.

―No, le será útil mantenerlo con vida. ―El mago se frotó la barbilla―. El Director se especializa en mentir y manipular a los demás para conseguir sus fines, al menos eso tengo entendido. Posiblemente lo pondrá en nuestra contra de alguna manera.

―¿Cuál es el plan? ―preguntó Isaac, sin poder ocultar la preocupación que sentía por su amigo―. ¿Sabes dónde está, Dumblalf?

El hechicero se mantuvo callado, con la mirada perdida.

―Será mejor que vayáis a descansar mientras pienso en algo ―dijo, al cabo de unos segundos―. Cualquier malpaso nos meterá en líos.

Isaac chasqueó la lengua.

―Pero...

No pudo proseguir la frase, ya que Dumblalf desapareció en medio de una explosión eléctrica que dejó un humo gris plagado de rostros sufrientes. Los chicos se quedaron inmóviles, en parte sorprendidos por la peculiar y perturbadora desaparición del mago, pero principalmente por la angustia que les causaba haber perdido a uno de los suyos. Doggy, sin embargo, no tenía idea de lo que sucedía y con una gran sonrisa invitó a todos a acompañarla al área de descanso.

Recorrieron los largos pasillos de la fortaleza, todos iluminados por la misma luz suave del salón medieval. El valor estético rebosaba de todos los adornos, cuadros y esculturas que decoraban las paredes y esquinas, pero el lugar parecía inesperadamente desprovisto de gente.

―¿No hay réplicas por aquí? ―preguntó Dasha, olisqueando el aire.

―Había ―contestó Doggy sin dejar de sonreír mientras iba a la cabeza del grupo―. Pero el heraldo las consumió a todas.

Isaac, que hasta el momento se había mantenido perdido en sus pensamientos, alzó la mirada con confusión.

―¿El heraldo?

―¡Ya llegamos! ­―anunció Doggy, deteniéndose ante una puerta que comenzó a abrir con lentitud.

Se encontraron ante una amplia estancia con apariencia de habitación comunal de cuartel, aunque en términos generales era considerablemente refinada. Había seis grandes camas en total, dispuestas armónicamente a cada lado, cada una con su respectiva cómoda y mesilla de noche. Doggy se lanzó a una de las camas, asegurando que esa le pertenecía, por lo que los demás eligieron libremente entre las cinco restantes.

―El desayuno, el almuerzo y la cena aparecen servidos cada cierto tiempo fuera de la habitación ―explicó Doggy cuando todos estuvieron acomodados―. Aunque el comedor principal siempre está abastecido. ―La chica señaló una puerta al fondo de la estancia―. Ese es el baño. Es muy grande.

―¿Cuándo tiempo has estado aquí, Doggy? ―preguntó Isaac, sorprendido de que su perro fuera capaz de hablar tanto.

La chica alzó la mirada y se colocó un dedo cerca de la boca.

―¿Una semana?

Isaac lanzó un silbido de asombro.

­―¿Cómo es posible? ―se cuestionó Dasha, meneando la cabeza―. Yo no estuve más que unas cuantas horas en el mundo falso de la nave espacial.

―Creo que también estuve cerca de una semana en mi ciudad irreal ­­―indicó Kiseki con timidez―. Tabun.

―Así que no sólo las cosas materiales son absurdas en este lugar ―consideró Isaac con la mirada seria―. El tiempo también posee un funcionamiento ilógico y enrevesado.

―Vaya descubrimiento para más inútil ―soltó Dasha, estirándose para luego mirar a Kiseki con sorna―. Por cierto, nipona, el mago parece odiarte mucho. ¿Ya lo conocías?

Ella negó con vehemencia y se mantuvo callada.

―Ya veremos lo sucede después ―aseguró Isaac, aún muy serio―. Por el momento seguiremos la indicación de Dumblalf. Descansemos.

Las chicas estuvieron de acuerdo, pero como todos estaban hambrientos decidieron revisar si la cena ya había llegado. Tuvieron suerte de encontrarla servida en un muy ornamentado carro de comidas estacionado al lado de su puerta. Luego de comer hasta saciarse, cada uno tomó un baño por turnos y, luego de tanto trajín, cayeron rendidos a sus respectivas camas. De manera automática, las luces de la habitación se esfumaron, sumiendo la estancia en una profunda penumbra.

Al cabo de un par de horas no se escuchaba más que suaves respiraciones. El único incapaz de conciliar el sueño era Isaac, quien no podía obligar a su mente a dejar de pensar en Francis. Habían sido amigos durante mucho tiempo y habían pasado tantas cosas juntos que no podía imaginar una vida sin él. Estuvo así durante unos minutos, hasta que se rindió y decidió dar un rápido paseo por el castillo, con la esperanza de que gastar energías lo cansara lo suficiente como para poder ir a dormir.

Se dirigió a la puerta doble de la habitación sin hacer ruido, y dio un rápido vistazo a sus compañeras, las cuales parecían estar profundamente dormidas. Sonrió, considerando que Francis se sentiría dichoso de poder dormir en el mismo cuarto con tres chicas, incluso si ninguna de ellas era precisamente humana. Salió de la estancia, pero no había dado ni dos pasos cuanto una imponente silueta lo obligó a detenerse.

―Maldición ―masculló el chico―. Dumblalf.

―Me alegro de encontrarte despierto, Isaac ―dijo el mago, cuyas facciones se encontraban ocultas tras las sombras que invadían el pasillo―. Necesitaba hablar contigo a solas.

―¿Qué sucede? ¿Encontraste a Francis?

En medio de la oscuridad, a Isaac le pareció notar que el mago negaba con la cabeza para luego levantar una mano con dos dedos alzados.

­―Tenemos un par de problemas. El primero es esa nipona que has traído contigo.

―¿Kiseki? Se nota a leguas que no te cae bien...

―Es una chica mágica... ―Dumblalf chasqueó la lengua―. También se les conoce como Seelenfresser, o Devoradoras de Almas. ­―Volvió a chasquear la lengua―. Acostumbran consumir la esencia espiritual de los seres humanos destruyendo sus Pesadillas y, aunque se han esparcido por todo el mundo, actúan principalmente en Nipón y Maverick.

Isaac emitió una risilla.

―¿Ahora resulta que eres una enciclopedia andante de criaturas sobrenaturales?

―Las Seelenfresser son peligrosas. Poseen una naturaleza demoniaca que las hace enemigas de la humanidad y de todas las entidades comunes y corrientes. ―Dumblalf suspiró―. Considero que lo más sensato es eliminarla cuanto antes.

―Adelante ―espetó Isaac, sin saber cuál era la verdadera intención del mago―. Podrías derrotarla fácilmente, ¿no?

―En la Razón de lo Absurdo no puedo confiar en la totalidad de mis capacidades. Necesito que tú me ayudes a neutralizarla.

―No cuentes conmigo, prefiero mantener mis manos limpias.

―El otro problema es la vampiresa ―afirmó el mago, ignorando la negativa del chico―. De por sí los vampiros son seres malignos, descendientes de sanguinarios demonios. Lo mejor es acabar con ella también.

Isaac se mantuvo silencioso durante unos instantes, intentando escrutar el rostro del mago, pero la profunda penumbra del pasillo se lo impedía.

―No me parece conveniente ―aseguró el chico, dispuesto a seguirle el juego―. Sugrobina y Kiseki son fuertes, nos conviene tenerlas de nuestra parte para enfrentar al Director Absurdo. ―Isaac sonrió―. Si dices que tus poderes no son confiables aquí, entonces eliminar a la chica mágica y a la vampiresa sería un verdadero suicidio.

Dumblalf no respondió, sino que se fundió en las sombras hasta que no quedó más que una repulsiva mancha rojiza en la pared del pasillo. Isaac arrugó la nariz, perturbado y asqueado por lo sucedido, al mismo tiempo que se sentía invadido por una gran intranquilidad. Consideró que no poseía el valor suficiente para realizar el paseo que había planeado, por lo que se resignó a volver a su cama.

Suspiró y se dispuso a dormir, agradecido de que ninguna de sus compañeras hubiera sido testigo de la perturbadora conversación que había tenido con el mago. Lamentable o afortunadamente, estaba muy equivocado.

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