Capitulo seis
Tras ese inesperado encuentro con quien creí que era Apolo, tomé la decisión de dejar atrás el remolino de emociones y buscar a mi tía. La necesidad de alejarme de aquel lugar y descansar era imperiosa, con la esperanza de que el sueño borrara el recuerdo de aquel beso con un desconocido. Me debatía entre la incertidumbre de si era peor haberme entregado a los labios de alguien que no conocía o el haberme convencido de que, en efecto, era Apolo.
Con ese pensamiento rondando mi mente, comencé a buscarla en la planta baja, pero no había rastro de ella ni de ningún rostro familiar, excepto por Margaret. Me acerqué a ella con paso decidido y le pregunté si sabía dónde podría estar mi tía.
"Margaret, ¿sabes dónde está mi tía?" pregunté, tratando de mantener la calma.
Margaret levantó la vista de su vaso y me miró con una expresión comprensiva. "Oh, querida, creo que la encontrarás en la planta superior. Déjame acompañarte", respondió con amabilidad, poniéndose de pie y extendiéndome una mano.
Agradecida, asentí y caminamos juntas hacia las escaleras que conducían al siguiente nivel de la casa.
Ascendimos los escalones, abriéndonos paso entre la multitud, mientras la incertidumbre crecía en nuestro interior. ¿Dónde podrían estar? El piso superior albergaba cuatro habitaciones, una de las cuales era un baño.
Margaret y yo intercambiamos una mirada de complicidad y, con un gesto silencioso, decidimos probar suerte en la siguiente puerta. La primera se resistía a abrirse, y nuestros llamados a "Ángela" se perdían en el vacío del pasillo. Sin embargo, antes de que nuestra mano tocara la siguiente puerta, unos sonidos extraños capturaron nuestra atención, guiándonos hacia ellos como un misterioso llamado.
Con un temor reverencial por lo que podríamos encontrar, llamamos con cautela, pero el silencio que siguió fue tan denso que parecía tener peso. Armándome de valor, giré el pomo y la puerta cedió, revelando una escena que me dejó sin aliento. Allí estaba mi tía, en un tenso enfrentamiento con el mismo hombre que había irrumpido en nuestra casa la noche anterior, una mirada que reconocía, aquel cuya mirada había dejado una impresión indeleble en mi memoria.
Margaret, con una determinación que no le conocía, se adelantó y se interpuso entre nosotros, recibiendo una mirada fulminante del desconocido, como si ella fuera la culpable de un crimen imperdonable. Yo, quedando en un segundo plano, sentía la necesidad de intervenir, pero justo en ese instante, nuestros ojos se encontraron. La mirada del chico ya no era la misma; había cambiado a una expresión cálida, familiar, con un brillo en sus ojos que desafiaba toda explicación.
Era como si el tiempo se detuviera, y en ese instante, supe que había algo más entre nosotros, algo que iba más allá de una simple mirada. Algo que, quizás, había estado predestinado desde mucho antes de que nuestras vidas se cruzaran de esta manera tan inesperada.
La tensión en la habitación era palpable, y mientras Margaret y el desconocido continuaban su enfrentamiento verbal, yo no podía apartar la vista de él. Había algo en su mirada que me llamaba, que me atraía hacia él con una fuerza que no podía resistir.
Mis ojos se desviaron rápidamente hacia mi tía, buscando en su rostro alguna pista que me ayudara a descifrar la situación. Sin embargo, no pude evitar notar que la mirada del chico aún estaba fija en mí, pero esta vez, su atención parecía centrarse en mi cuello. ¿Estaría analizándome, o habría algo allí que capturó su interés?
Un recuerdo fugaz cruzó mi mente, y me pregunté si acaso llevaría alguna marca de nuestro encuentro anterior. Con un movimiento casi inconsciente, me solté el cabello, que había recogido en una coleta debido al calor que sentía antes de subir las escaleras. Al cubrir mi cuello con mi cabello, capté una sonrisa efímera en el rostro del chico, una sonrisa que parecía esconder más secretos de los que podía imaginar.
Fue entonces cuando desvió su mirada de mí por completo, dirigiéndola hacia Ángela. Ella, por su parte, alternaba su atención entre mi cuello y el chico, aunque sin darle demasiada importancia, distraída por un mensaje recién llegado a su teléfono que no se molestó en leer.
La atmósfera en la habitación se había vuelto tan densa que podías cortarla con un cuchillo. Tensión y preguntas sin respuesta flotaban en el aire, envolviéndonos en un torbellino de incertidumbre.
"Siento que deberíamos irnos", murmuré, apenas reconociendo mi propia voz en medio del caos emocional que me embargaba.
Ángela me miró con una expresión cargada de significado antes de dirigirse al chico con un gesto desafiante. "¿Y tú qué opinas? ¿Vas a seguir haciendo de niñero o nos dejas en paz?"
El chico se encogió de hombros con desdén. "A mí no me mires, Ángela. No estoy aquí para cuidarlas. Pueden irse solas, no me importa".
La risa repentina de Ángela rompió la tensión en la habitación, resonando con una alegría que parecía completamente fuera de lugar. Su carcajada me hizo preguntarme si detrás de esa relación aparentemente tensa había algo más.
"No necesitamos tu ayuda de todos modos", solté, tratando de mantener mi compostura, pero mis palabras salieron más cortantes de lo que pretendía.
El chico me miró con una mezcla de sorpresa y algo que se parecía a la herida en sus ojos. Era evidente que no esperaba esa respuesta, pero era la verdad; no necesitábamos a nadie más.
Con un gesto, indiqué a Margaret y Ángela que era hora de descender. Las tres comenzamos a bajar las escaleras, sintiendo el peso de la noche sobre nuestros hombros. Casi al unísono, percibimos el eco de otros pasos que seguían nuestro ritmo. Al llegar abajo, vi a Apolo acercándose.
"Hola, Apolo", saludé con una sonrisa, aunque aún sentía el peso de la noche sobre mí.
"¿Ya te vas?" preguntó con un tono que no pude descifrar del todo.
"Sí, ha sido una noche... intensa", respondí, tratando de mantener la ligereza en mi voz.
Apolo asintió, y por un momento, su mirada se tornó seria. "Espero que estés bien. Si necesitas hablar o algo..."
"Gracias, Apolo. Lo tendré en cuenta", le interrumpí, sin querer profundizar en los eventos de la noche.
Nos despedimos con dos besos y un abrazo que, a pesar de todo, me reconfortó. Al separarnos, le dije: "Nos vemos pronto, ¿de acuerdo?"
"Claro, cuando quieras", respondió él con una sonrisa que me hizo pensar que la noche no había sido tan oscura después de todo.
Con esa despedida, Margaret, Ángela y yo salimos a la frescura de la noche, dejando atrás los ecos de una fiesta que había sido mucho más que eso para mí.
Una vez fuera de la casa, nos acomodamos en el coche de Francis, con Lucas como copiloto como siempre, mientras nosotras tres ocupábamos el asiento trasero. El silencio del trayecto se rompió cuando los chicos, con una curiosidad casual, nos preguntaron cómo nos había ido en la fiesta.
"La verdad es que ha sido una noche... interesante", respondí, tratando de mantener la conversación ligera.
"Nosotros no pudimos quedarnos mucho", dijo uno de ellos, con un tono que sugería más de lo que revelaba. "Teníamos otros planes."
La curiosidad me picó, y a pesar de la neblina que la ebriedad había traído a mi juicio, pregunté: "¿Y qué se puede hacer tan tarde? ¿Con quién estuvieron?"
Hubo una pausa, un intercambio de miradas entre ellos, antes de que respondieran con una sonrisa cómplice. "Estuvimos con unas amigas", dijo el otro, con una sonrisa que no lograba ocultar cierta satisfacción. "Nada importante, solo pasando el rato."
El coche se detuvo frente a nuestra casa, y con un suspiro de alivio, mi tía y yo descendimos del vehículo. Nos despedimos de Margaret con un abrazo cálido y palabras de agradecimiento.
—Gracias por todo, ha sido una noche para recordar —dije con una sonrisa.
—Cuídense, chicas. Nos vemos pronto —respondió Margaret, antes de arrancar el coche y desaparecer en la noche.
Entramos en la casa, y casi de manera automática, me dirigí al baño para desmaquillarme y lavarme los dientes, siguiendo la misma rutina que mi tía. La familiaridad de los gestos me reconfortó después de una noche tan llena de sorpresas.
Antes de sumergirme en las sábanas, tomé mi teléfono y envié un mensaje a mi tía:
Buenas noches, gracias por la fiesta, me lo he pasado genial.
No quería levantarme y arriesgarme a despertar a alguien, así que opté por la discreción del mensaje. Luego, recordando la promesa de una comida familiar, escribí a mi padre para confirmar nuestros planes.
Hola papá, ¿podemos quedar mañana para comer sobre las dos?
La respuesta no se hizo esperar, su mensaje apareció en la pantalla iluminando la oscuridad de mi habitación.
Claro, pero mejor a las tres. A esa hora ya estaré en casa.
Con los planes del día siguiente ya establecidos, dejé el teléfono a un lado y me dejé caer en la cama, permitiendo que el sueño me llevara lejos de las complicaciones de la noche y hacia la promesa de un nuevo día.
La luz del sol inundaba el salón cuando bajé, encontrando a mi madre y a mi abuela en un remanso de tranquilidad matutina. Les planté dos besos rápidos en las mejillas y les anuncié mis planes.
—Voy a comer en casa de papá hoy —les dije con una sonrisa.
Ellas me devolvieron la sonrisa, y mi madre asintió con la cabeza. —Claro, cariño. ¿Quieres que le digamos algo a Ángela?
—Sí, por favor. Dile que volveré más tarde —respondí, ya girando hacia la puerta.
Con un último adiós, salí de la casa y me dirigí a la de mi padre. La idea de sorprenderlo con una comida casera me llenaba de emoción. Sin embargo, al llegar y abrir la puerta, los gritos que resonaban desde la cocina me detuvieron. Cerré la puerta con cuidado, sin querer interrumpir, y me quedé escuchando.
La voz de mi padre, Roger, era clara y contenía un matiz de resignación. —Recuerda quién manda aquí —decía la otra voz, firme y autoritaria.
—Lo sé, John, de verdad que lo sé —respondió mi padre con un suspiro.
En ese momento, un hombre que no reconocí salió de la cocina. Su sonrisa era desconcertante, dada la tensión que acababa de presenciar. —Adiós, Atenea, encantado de volver a verte —dijo, como si nada hubiera pasado.
Le devolví el adiós, aunque mi mente estaba llena de preguntas. ¿Quién era él? ¿Qué había pasado entre él y mi padre
Mi padre emergió de la cocina, su rostro era un torbellino de emociones, y con voz temblorosa exclamó: "Atenea, ¿por qué estás aquí tan temprano? Te pedí que vinieras más tarde". Su mirada era un mar de preguntas sin respuesta. Me quedé inmóvil, sin saber cómo reaccionar ante su evidente frustración.
Sin embargo, su ira se disipó tan rápido como había aparecido, y con un suspiro de arrepentimiento, dijo: "Lo siento, cariño. Acabo de tener una discusión con John y, sin querer, te he tratado mal. Ven aquí". Se acercó y me rodeó con sus brazos en un abrazo que me llevó de vuelta a los días en que era solo una niña y él era mi héroe. El abrazo terminó, pero el eco de aquellos tiempos más simples resonó en mi corazón.
Con la curiosidad picándome, le pregunté sobre el hombre misterioso y cómo sabía mi nombre. Mi padre vaciló, su silencio colgaba en el aire antes de responder: "Es solo un colega del trabajo". Asentí, aunque su respuesta dejó más dudas que certezas, y juntos nos pusimos manos a la obra con el almuerzo.
La comida transcurrió en un silencio inusual, un contraste marcado con nuestras charlas habituales sobre trivialidades y sentimientos.
—¿Cómo te sientes hoy, papá? —intenté romper el hielo.
—Un poco agobiado, la verdad —admitió, mirando su plato—. Pero dime, ¿y tú? ¿Cómo estás después de la fiesta?
—Confundida, pero bien —respondí, esquivando los detalles que aún me revolvían por dentro.
La conversación fue torpe, un baile de palabras entre dos personas que se conocían de toda la vida pero que, de alguna manera, se habían convertido en extraños.
Después de la comida, ayudé a mi padre a limpiar, y pasamos la tarde juntos, intentando reconstruir el puente de nuestra relación con historias y recuerdos. A medida que el sol se ponía, sentí que, a pesar de todo, aún quedaba mucho por decir y compartir.
Mi padre compartió conmigo los retos que ha enfrentado en estos años, la soledad que le ha causado la ausencia de una familia unida. Me encontré sin palabras, pues el motivo de su divorcio siempre había sido un misterio para mí. De niña, mis preguntas a mi madre solo encontraban la respuesta de que eran "cosas de adultos", y con el tiempo, dejé de preguntar.
Al escucharlo hablar de mi madre, vi en sus ojos el reflejo de un pasado que añoraba, una luz que me recordaba al padre que tanto amé. Siempre fui su princesa, y los momentos que pasábamos juntos eran tesoros de conversaciones interminables.
Ahora, sin embargo, todo parecía más complicado. Había tanto que no sabíamos el uno del otro, tantas historias no contadas. Aunque hoy habíamos dado pasos para acercarnos, sabía que aún quedaba mucho por compartir.
Al mirar el reloj de mi móvil, vi que marcaba las ocho. Le indiqué la hora a mi padre y le dije que debía regresar a casa de mi madre. Él asintió, pero no sin antes darme un beso y un abrazo que me transportaron a aquellos días en que era una niña pequeña, abrazada a su héroe, su padre.
Al dejar atrás la casa de Roger, me encaminé hacia la mía, que no estaba demasiado lejos. Mientras caminaba, un mensaje de un número desconocido interrumpió mis pensamientos, pero decidí ignorarlo. Continué mi paseo, deteniéndome un momento para admirar el atardecer que se filtraba entre los árboles, pintando el cielo de tonos rosas, naranjas y un morado suave. Tras capturar la belleza del paisaje con mi móvil, otro mensaje captó mi atención. Al leerlo, sentí una oleada de nerviosismo; era Apolo, proponiendo una cena "romántica pero amistosa" para mañana. Sin dudarlo, acepté su invitación.
Al llegar a casa, encontré a Mónica y Ángela sumidas en su conversación. Opté por no interrumpir y subí a cambiarme. Más tarde, al compartir con Mónica mi reencuentro con papá, su mirada se tiñó de nostalgia y me ofreció una sonrisa cálida. Ángela, por su parte, me envolvió en un abrazo, expresando cuánto me había extrañado. Al mencionar mi próxima cita con Apolo, su sorpresa fue evidente, y tras repetirle que era un encuentro amistoso, su escepticismo era palpable.
—Atenea, sabes cómo te mira Apolo. Le gustas mucho, y aunque no sé qué sientes tú, no lo confundas; es un buen chico —me advirtió Ángela. Y yo lo negué rápidamente.
Ángela me miró con una mezcla de sorpresa y preocupación, claramente no convencida por mi insistencia en que lo de Apolo y yo era puramente platónico.
—Atenea, entiendo que digas que son solo amigos, pero la forma en que te mira... —hizo una pausa, eligiendo sus palabras con cuidado—. Es evidente que siente algo más por ti. Y tú, ¿cómo te sientes al respecto?
Respiré hondo, buscando la forma de expresar mis sentimientos sin crear malentendidos.
—Ángela, aprecio mucho a Apolo, de verdad. Sobre todo después de pasar toda la infancia junto a él. Pero para mí, nuestra amistad es valiosa y no quiero arriesgarla. Además, ¿no es posible que un chico y una chica sean solo amigos?
Ella asintió lentamente, aunque su expresión seguía mostrando dudas.
— y lo bonito que sería, una amistad desde pequeños hasta mayores, eso estaría bien.
—Claro que es bonito, pero también es fácil que uno de los dos acabe confundiéndose, especialmente si hay citas de por medio.
Antes de que pudiera responder, mi móvil vibró con otro mensaje de Apolo. Había leído mi sugerencia de las siete y media y su respuesta fue instantánea y llena de entusiasmo:
—Por ti me va bien a cualquier hora, princesa. Te recojo a las siete y media en tu casa.
El apodo me hizo sonreír a pesar de mí misma, pero decidí no darle demasiada importancia.
—Mira, él me llama 'princesa', pero es solo una broma entre nosotros —le expliqué a Ángela, mostrándole el mensaje.
Ella levantó una ceja, claramente no convencida.
—Atenea, nadie llama 'princesa' a una amiga solo por bromear. Debes ser honesta contigo misma sobre lo que esto significa para ti y para él.
Con un suspiro, respondí a Apolo con un simple "ok", sabiendo que esta conversación con Ángela era solo el principio de muchas que tendríamos sobre el tema.
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