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Capitulo once


Regreso a la sala donde Dionisio y John están inmersos en una conversación que no me captura completamente, aunque siento la mirada penetrante de Dionisio sobre mí, intento ignorarlo.

Me acomodo en mi asiento y justo cuando John sugiere que es hora de marcharse, una interrupción inesperada llega en forma de mi padre, quien insiste en que la noche aún es joven y que deben quedarse un poco más. Aunque en silencio niego con la cabeza ante Roger, parece que no lo nota, pero Dionisio, atento como siempre, interviene para apoyar la idea de mi padre, lo que lleva a John a aceptar con una sonrisa.

Mientras trato de despejar mi mente de los eventos anteriores, observo a mi padre en busca de algún indicio de cambio de opinión.

Roger propone servir algo de beber, y John pide un whisky. Dionisio, a mi lado, solicita lo mismo. Mi padre, complaciente, llena dos vasos y los entrega. Cuando Roger me pregunta qué deseo beber, le dejo la elección y en poco tiempo tengo un vaso frente a mí con un líquido ámbar. Mi padre se toma el tiempo para explicar que se trata de amaretto, una mezcla exquisita elaborada a partir de albaricoques, almendras, alcohol, azúcar y una combinación de diecisiete plantas y frutas, destacando la vainilla, el melocotón y la cereza.

En medio de esta tranquila escena, Dionisio rompe el silencio con un comentario inesperado: "¿No eres un poco joven para beber alcohol?" Mi respuesta es un desafiante encuentro de miradas.

¿Tú crees? -respondo, manteniendo mi mirada fija en la suya, desafiante y sin titubear.

Bueno, solo estaba preocupado por tu bienestar. - Dionisio replica con un tono que intenta ser tranquilo, pero sus ojos revelan algo más.

Sin apartar los ojos de él, comienzo a beber el contenido del vaso, notando cómo Dionisio traga saliva al ver mi determinación. Los padres nos observan desconcertados, mientras Dionisio, después de un sorbo de su bebida, desvía la mirada hacia adelante. Sin pensarlo, tomo la botella y añado un poco más a mi vaso, desafiante y decidida.

Mientras saboreaba el amaretto, percibí la mirada atenta de mi padre sobre mí. Le dediqué una sonrisa, y en ese instante, comenzó a tejer con palabras los hilos de nuestra relación en la infancia.<<Para mí, Atenea lo es todo. Siempre lo ha sido y siempre lo será>>, comenzó con una suavidad que resonaba en mi corazón. <<Es mi pequeña, y aunque el tiempo y las circunstancias puedan distanciarnos, nuestra relación nunca se verá afectada. Quiero que nunca olvides que eres lo mejor que me ha dado tu madre y la vida misma. Siempre estaré y estoy orgullosa de la mujer en la que te estás convirtiendo. Y, sobre todo, quiero que sepas que siempre estaré aquí para ti, pase lo que pase>>.

Mis ojos se humedecieron ante sus palabras, una mezcla de gratitud y amor se agolpaba en mi pecho. Él era mi padre, mi héroe, aquel que siempre estaba ahí para levantarme cuando tropezaba.Recuerdo con claridad los días en los que mi madre se ausentaba por trabajo, dejándome al cuidado de mi padre.

Eran jornadas que guardo como tesoros en mi memoria. Siempre teníamos una rutina establecida: visitábamos a mis abuelos, comprábamos dulces para merendar en casa y al caer la tarde, salíamos a dar un paseo. En aquellos días, sentía que éramos solo papá y yo, que solo nosotros entendíamos nuestros propios chistes y secretos.

Esos momentos felices de mi infancia se grabaron en lo más profundo de mi ser, recordándome la conexión especial que compartíamos.Las lágrimas volvieron a emerger, incapaces de contener la oleada de emociones al rememorar aquellos instantes. Era inexplicable el vínculo que tenía con Roger, y el reencontrarme con él, sentir su presencia paterna una vez más, era algo extraordinariamente especial para mí.

• • •

Seguíamos bebiendo y en el último trago, sentí cómo el alcohol recorría mi cuerpo, embriagándome por completo. Todo me parecía divertido y carecía de cualquier atisbo de vergüenza. Miles de preguntas surgían en mi mente, pero había una en particular que siempre había querido hacer, así que decidí que este era el momento adecuado.

Oye, ¿por qué Dionisio, Apolo y yo tenemos nombres de dioses griegos? - pregunté con curiosidad, rompiendo el silencio con determinación.Los padres intercambiaron una mirada cargada de significado antes de que John tomara la palabra, su tono de voz reflejaba la solemnidad de una historia que parecía esperar ser contada.

Es una historia larga y llena de significado, pero estaré encantado de explicaros el origen y el significado de vuestros nombres - comenzó John con un gesto serio, captando nuestra atención.

"Dionisio", continuó, "es el dios griego del vino y la diversión. También es el dios de los excesos y placeres de la vida, representando todo aquello que provoque entusiasmo, pasión, locura o éxtasis".Asentí, absorbiendo cada palabra con interés, mientras Dionisio escuchaba con una expresión de atención mezclada con cierta reserva."

"Atenea", prosiguió John, "era la diosa de la sabiduría en la mitología griega. Es una de las deidades más importantes y reverenciadas, destacando por su gran inteligencia".

La mención de mi nombre me llenó de un orgullo inexplicable, mientras pensaba en la figura de la diosa y en lo que representaba."

"Apolo", concluyó John, "es el dios griego de las artes, la sanación y las profecías. Además, era el protector del ganado y de la curación".Una sensación de asombro se apoderó de mí al escuchar las connotaciones de mi propio nombre, mientras Dionisio asimilaba la información con gesto pensativo.

¿Entonces somos el Olimpo? - pregunté, sintiendo que la revelación encerraba un significado más profundo.

John asintió con una sonrisa enigmática, sus ojos brillaban con complicidad mientras nos miraba a Dionisio y a mí.

Exactamente, los tres sois el Olimpo - confirmó, desencadenando una mezcla de emociones y pensamientos en mi mente.

Sentí cómo Dionisio se tensaba ligeramente al escuchar la palabra "Olimpo", y me pregunté por qué aquella palabra parecía afectarle de esa manera. Observé a mi padre, cuya expresión se había tornado sombría de repente, mientras tomaba un sorbo de su vaso con una determinación que me resultaba inquietante. Por otro lado, John permanecía imperturbable, con una sonrisa enigmática que dejaba entrever que aún quedaban secretos por descubrir.

La atmósfera en la habitación se tensó de repente cuando Dionisio rompió el silencio con un comentario que, aunque aparentemente halagador, llevaba consigo un matiz de incertidumbre.

La atmósfera en la habitación se tensó de repente cuando Dionisio rompió el silencio con un comentario que, aunque aparentemente halagador, llevaba consigo un matiz de incertidumbre.

— Anda, guapa, algo que me gusta de ti es tu nombre — dijo, su voz cargada de dudas. Mi respuesta no tardó en salir de mis labios, una combinación de alivio y humor teñía mis palabras.

— Al fin dices algo bonito — respondí, con una sonrisa irónica.

Sin embargo, la tensión aumentó cuando Dionisio continuó, pero esta vez, sus palabras no fueron tan amables como esperaba.
— Te lo tienes muy creído, mundana — afirmó, su tono condescendiente cortando el aire como un cuchillo. La sorpresa se apoderó de mí ante su inesperada acritud.

— ¿Y tú qué tienes de dios griego? — respondí, dejando que la embriaguez me hiciera hablar sin filtros. — Muy guapo, sí, pero no eres más que un perrito faldero de tu padre.

Sus ojos se encendieron de ira al escuchar mis palabras, y sin decir una palabra, soltó su copa y se marchó de la habitación, dejándome con el eco de nuestras palabras y el peso del silencio que había caído entre nosotros.

El arrepentimiento me invadió de inmediato, y sin pensarlo dos veces, corrí tras él y le agarré de la espalda. Sin embargo, la expresión en su rostro era tan seria y furiosa que me paralizó.

— Perdona, Dionisio, era solo una broma — me disculpé, sintiendo el peso de la culpa en mis palabras. Pero su respuesta fue heladora.

— No me hables, por favor — murmuró con voz cortante, y su mirada furiosa me perforó hasta lo más profundo. Cuando se acercó a mis labios, mi corazón dio un vuelco, pero sus palabras me dejaron sin aliento.

— O mi hermano se enterará de que me besaste en la fiesta — sus palabras resonaron en mi mente como un eco confuso.

— ¿Cómo? — exclamé, desconcertada por la revelación. Dionisio asintió solemnemente, y el peso de la verdad se abatió sobre mí como un manto oscuro.

— Sí, en la fiesta nos besamos. Tenías mi marca en el cuello — confesó, su tono lleno de amargura. El mundo pareció dar un giro repentino a mi alrededor mientras intentaba procesar la revelación.

— ¿Eras tú todo este tiempo? — pregunté, incrédula ante la revelación. Él asintió con pesar, y sus palabras me golpearon como un puñal en el pecho.

— Creía que ya lo sabías, pero eres tan ingenua como tu tía. Y yo que pensaba que eras diferente — sus palabras resonaron en el aire, cargadas de decepción y desilusión.

No entendía el repentino cambio en su actitud, ni el odio que parecía emanar de sus palabras. La confusión y el dolor se entrelazaban dentro de mí, mientras luchaba por comprender lo que acababa de descubrir.

La tensión en el aire era palpable, envolviéndonos en un silencio incómodo que pesaba como plomo. No podía apartar la mirada de sus labios, reviviendo cada momento compartido, cada mirada intercambiada, preguntándome si él también había sentido lo mismo que yo. La confusión se mezclaba con la culpabilidad mientras recordaba la noche en la fiesta, cuando creí que era Apolo quien había compartido aquel momento conmigo. Me sentía atrapada en una telaraña de emociones encontradas, consumida por la culpa de haberme liado con el hermano equivocado.

En ese momento, anhelaba que Dionisio desapareciera del mundo, deseando fervientemente quedarme solo con Apolo. Pero la realidad era cruel, y la verdad de lo ocurrido entre Dionisio y yo se interponía en mis sueños y deseos. La confusión y el arrepentimiento se entrelazaban dentro de mí, creando un torbellino de emociones que amenazaba con arrastrarme hacia el abismo del remordimiento. En ese momento, todo lo que quería era deshacer el pasado y encontrar una salida de este laberinto de sentimientos contradictorios.

Su voz rompió el silencio tenso que nos envolvía, sacándome de mis pensamientos tumultuosos. Pero mis labios se negaron a articular palabra, atrapados en el laberinto de emociones que me consumía. La mirada de Dionisio recorrió mi rostro, buscando una respuesta que yo no podía dar.

— ¿Qué te pasa, bonita? Ya no hablas — su tono era áspero, cargado de frustración y confusión. Pero mis labios permanecieron sellados, incapaces de expresar el torbellino de emociones que agitaban mi interior. Su siguiente comentario fue como un golpe, haciendo eco en el vacío que se había formado entre nosotros.

— Bocazas — murmuró, apartándose de mí con brusquedad. Me quedé inmóvil, sintiendo cómo sus palabras me atravesaban como cuchillas afiladas. La distancia entre nosotros se volvió más evidente que nunca, y el silencio que se cernía sobre nosotros parecía pesar toneladas. Mis pensamientos se agolparon en mi mente, buscando desesperadamente una salida de esta situación, pero me sentía paralizada por la confusión y el remordimiento.

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