Capitulo dos
Desempaco mi maleta con manos temblorosas. La ropa que he traído parece extraña aquí, como si no perteneciera a este espacio. Camisas arrugadas, jeans desgastados, calcetines desparejados. Cada prenda tiene su propia historia, pero ahora todas se mezclan en un montón en el suelo.
Abro los armarios. Las puertas chirrían como si también estuvieran emocionadas por mi regreso. La ropa colgada allí parece congelada en el tiempo. Viejas chaquetas, vestidos de verano, bufandas tejidas por mi abuela. Cada percha sostiene una memoria, y me pregunto cuántas veces mi tía Ángela habrá colocado esas mismas prendas en su sitio.
Y entonces, la veo. La caja antigua. Detalles dorados que destellan a la luz del sol. Escondida en un rincón, como si hubiera estado esperando mi regreso. La curiosidad me embarga, y sin pensarlo, la tomo en mis manos.
Pero al intentar abrirla, descubro el candado en la parte trasera.
La agarre para ver qué podría contener, pero en ese instante, la puerta se abre sin previo aviso. Me giro y veo una cara familiar. Mis ojos se llenan de lágrimas al reconocer a mi tía Ángela después de tantísimos años. Sin pensarlo, corro hacia ella y la abrazo con fuerza, olvidando por completo la caja que yace sobre mi cama.
—¡Mi niña! ¿Eres tú? No puedo creerlo. Después de tanto tiempo...
—Tía Ángela, sí, soy yo. No puedo creer que estés aquí. ¿Cómo... cómo es posible?
— La vida da muchas vueltas, querida. Pero no importa ahora. Estás aquí, y eso es lo que importa.
Empezamos a preguntarnos cómo estábamos, cómo nos había tratado la vida desde que no nos veíamos. La volví a abrazar, pensando que este momento podría convertirse en un recuerdo imborrable, ya que no la veo desde que me marché de este lugar. Dios, esta tan hermosa, mucho más que cuando me fui de aquí. Parece tallada por los mismísimos dioses. Su pelo castaño claro cae en ondas suaves alrededor de su rostro. Cada mechón parece haber sido colocado con precisión, como si el viento mismo hubiera acariciado cada hebra. No hay ni una imperfección en su piel. Es suave y sin marcas, como si el tiempo hubiera decidido ser amable con ella.
— Tía, ¿por qué no has venido a verme todos estos años? ¿Por qué desapareciste?"
— "Hay cosas que no puedo explicarte ahora, cariño. Pero estas aquí, y eso es lo que importa. He extrañado tus abrazos y tus risas.--Dijo con una sonrisa esa sonrisa que echaba tanto de menos--anda mírate, pero sigues teniendo esos ojos negros que siempre me han gustado.
Mi tía, mi ángel, mi luz en los momentos de oscuridad. Siempre ha sido ella desde mi infancia, la que me ayudaba con todo, la que se quedaba a mi lado cuando tenía miedo de la oscuridad.
Antes de empezar a bajar las escaleras veo que mira con una extraña mirada algo detrás de mí, me giro a su misma dirección y veo la caja con detalles dorados, la vuelvo a mirar y noto que su mirada a cambiado radicalmente, ahora tiene una mirada aterrada, noto que su respiración se vuelve más pesada y acelerada.
Le pregunto qué pasa, pero ella solo me sigue mirando sin decir nada. Finalmente, baja corriendo por las escaleras. Intento entenderla, pero al final decido seguir en mi habitación, guardando lo que me falta. Miro de nuevo la caja, sin entender qué misterios puede esconder en su interior.
Al cabo de media hora, escucho pasos. Abro la puerta y veo a mi madre, diciéndome que ya podía bajar porque la cena estaba en la mesa. Bajo, pero antes de cerrar la puerta, decido guardar la caja en el sitio donde la encontré.
En la cocina, encuentro a mi abuela. Las lágrimas afloran, y una oleada de recuerdos de mi infancia junto a ella inunda mi mente. Su mirada inicialmente confundida se transforma en una sonrisa cálida, la misma que solía consolarme cuando era niña. Una pequeña esperanza brota en mí de que me reconozca, pero esa esperanza se convierte en certeza cuando pronuncia mi nombre completo sin titubear.
Al escuchar mi nombre en su voz, algo profundo y hermoso se remueve dentro de mí. Es como si el tiempo se desvaneciera, y de repente estoy de nuevo en aquellos días felices, escuchando sus historias sobre mi abuelo, que falleció cuando yo apenas tenía dos años.
"Atenea, escúchame con atención. Sé que acabas de llegar, pero me encantaría que te unieras hoy a mi grupo de amigos", dijo mi tía Ángela, mientras servía sopa en los platos.
Consciente de que mi tía era conocida por su vida social animada, y de que todos en el pueblo se morían por salir con ella, me sentí halagada, pero estaba agotada del viaje y no tenía ganas de salir.
"Vamos, Atenea. Acabamos de llegar, lo sé, pero estaremos aquí un buen tiempo y sería genial que hicieras amistades", agregó mi madre, mientras yo le sonreía forzadamente, no por falta de ganas, sino por el cansancio del viaje.
"Bueno, tal vez la niña no esté de humor para salir", añadió mi abuela con su característico sentido del humor. "Haz lo que quieras, ¿eh? Esta mocosa puede ser una mala influencia a veces", bromeó, señalando a mi tía, quien apenas pudo ocultar una sonrisa.
"Ay, estoy realmente cansada. Ha sido un largo viaje y me da un poco de vergüenza", me excusé.
"Pero si yo te recuerdo, sin una pizca de vergüenza. No te pongas así", replicó mi tía con un gesto de tristeza, aunque luego sonrió. "Bueno, no te preocupes. Pero prométeme que vendrás otro día".
Durante toda la cena, charlamos animadamente sobre nuestros recuerdos. Mi abuela, tan seria pero encantadora como siempre; mi tía, radiante y deslumbrante con su sonrisa contagiosa; y mi madre, feliz como no la había visto en mucho tiempo, dejando en claro cuánto había echado de menos esos momentos en familia.
Después de la cena, recogí los platos y subí en busca de mi tía. Sabía que la encontraría en su habitación, preparándose para salir. No podía dejar de asombrarme por su habilidad para equilibrar múltiples responsabilidades: estudiar, cuidar de mi abuela y, al mismo tiempo, llevar una vida social activa y emocionante. Parecía tener un reloj interno especial, capaz de estirar el tiempo y multiplicar las horas. A veces me preguntaba cómo lo lograba, cómo mantenía esa calma y energía. Pero al verla, con su sonrisa radiante y su determinación inquebrantable, entendía que era una fuerza de la naturaleza. Mi tía, la malabarista de la vida, hacía que todo pareciera posible.
-Hoy es la fiesta de cumpleaños de una amiga mía, irán casi todo mi grupo, así que volveré tarde-exclamo contenta.
El tiempo pasó volando mientras compartíamos anécdotas y risas. Casi una hora y media después, el sonido del claxon de un coche interrumpió nuestra conversación. Supuse que eran los amigos de mi tía, y efectivamente lo eran. Mi tía, con su bolso al hombro y una sonrisa en el rostro, se levantó para recibir a sus invitados. Me quedé allí, observándola, preguntándome si debería haber hecho el esfuerzo de salir también.
Cuando ella se va, regreso a mi habitación. Dejo la maleta que reposé en la cama en el suelo y me recuesto en la cama. Abro mi portátil y busco alguna serie para ver, matando el tiempo hasta que el sueño me atrape. Después de unos seis capítulos, finalmente me quedo dormida. Sin embargo, mi sueño no es profundo debido a mi miedo a la oscuridad y a la sensación de estar nuevamente en este pueblo.
Despierto y miro la hora en mi móvil: eran las tres y media de la madrugada. La sed me ataca, así que me levanto, bajo las escaleras y me dirijo a la cocina. Cojo un vaso y bebo. Luego, subo las escaleras de nuevo, pero a medio camino, escucho risas provenientes del portal de la casa. Me resultan extrañamente familiares.
Escucho la puerta de casa abrirse, mientras subía los escalones que me faltaban. En ese preciso instante, mi tía Angela entra, y decido quedarme a observar. Ella no se percata de que la estoy mirando, ocupada como está intentando hablar en voz baja con un joven. Mi curiosidad me lleva a examinarlo más detenidamente, tratando de encontrar su rostro entre las sombras.
Angela, con su característica elegancia, le invita a entrar. Es evidente que este no es su primer encuentro en nuestra casa, pues se desplaza con soltura, como si conociera cada rincón. Sus pasos seguros y la familiaridad con los interruptores de luz revelan que este chico ha estado aquí antes. ¿Será un amigo cercano? ¿Un vecino? Las preguntas se agolpan en mi mente mientras sigo observando desde mi discreto escondite.
La atmósfera se carga de secretos y expectativas. ¿Qué conversación mantendrán en voz baja? ¿Cuál es la historia detrás de este encuentro? Mi imaginación vuela, creando posibles escenarios: un romance clandestino, una amistad inesperada.
El chico gentilmente ayudó a mi tía a sentarse en un sillón, consciente de su estado bastante ebrio. Angela, sin embargo, continuaba riéndose de todo lo que el joven hacía. Mi curiosidad se despertó al observar al misterioso chico. Había algo en él que transmitía un aura de misterio, y deseaba saber quién era.
Decidí bajar unos cuantos escalones para obtener una mejor vista de su rostro. Sin embargo, en mi distracción, coloqué mal un pie y me resbalé. Afortunadamente, logré sujetarme de la barandilla antes de caer. Angela, alertada por el ruido, comenzó a repetir mi nombre una y otra vez. Finalmente, no tuve más opción que descender las escaleras por completo y encontrarme en esa incómoda situación.
Me posicioné frente a ella, pero antes de hacerlo, mis ojos se cruzaron con los del chico que me observaba desde que Angela pronunció mi nombre. Su mirada era inusual, como si estuviera analizándome, desentrañando mis pensamientos en ese preciso instante. Me sentí incómoda, así que aparté rápidamente la vista, y él pareció notarlo pero no apartó su mirada de mi. Sin embargo, antes de ese incidente, dediqué un breve análisis a su físico.
Era notablemente alto, aunque no podría precisar su estatura exacta. Me superaba por casi una cabeza. Sus ojos, de un azul claro como el mar en un día despejado, parecían un enigma en sí mismos. La perfección de su nariz y la plenitud de sus labios.
Después de ese análisis, mi atención se centró por completo en mi tía, quien permanecía en el mismo estado en que su amigo la había dejado. El chico le comunicó a Angela que era hora de marcharse y le preguntó si se sentía lo suficientemente bien como para valerse por sí misma. Sin titubear, mi tía asintió, aceptando su ayuda sin pensarlo dos veces. El joven emprendió el camino hacia la puerta.
Justo antes de que cruzara el umbral, Angela se levantó de manera inesperada, como si hubiera recordado algo importante y salto a los brazos del chico y posó un beso en la mejilla.
— Gracias — el chico asintió con un gesto sereno, pero sus ojos seguían clavados en los míos, como si intentara leer mi mente, lo que me hizo sentir un escalofrío recorrer mi espalda.
Con un paso firme, se dirigió hacia la puerta y, antes de salir, me lanzó una última mirada misteriosa que dejó una estela de intriga en el aire.
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