Capítulo tres
Kazuto buscaba entre los heridos a Eugeo, llevándose un gran alivio al verlo entre ellos. Mala suerte que Eldrie se encontraba en las carretas de los muertos. Eso hizo que la madre de Alice se sintiera abatida y decepcionada, ¿ahora con quien casaría a su hija mayor?
Eugeo estaba despierto, miraba a la nada, no teniendo idea de que había pasado tras darle ese último golpe al rebelde. Lo que sí, es que le dolían muchísimo los dedos de la mano izquierda. Se los vio, y los tenía enyesados.
-¿Qué tal te va, Héroe del Imperio?
-Pues...me gustaría cortarme los dedos para que me dejaran de doler. –El muchacho le mostró sus tres dedos enyesados.
-Al menos no se te desprendieron por el disparo. Por cierto, el alcalde quiere hablar contigo. Maldito, te harán Senior del Ejército, ¡salvaste a la esposa del alcalde y a sus dos hijas!
-Me alegra saber que pude proteger a Alice. –Eugeo sonrió para sí mismo, sumamente feliz de lograr su objetivo.
-Ella quiere verte, al igual que Selka.
-Me metes en un maldito lio. Creo que no puede pasar más de una persona por herido...maldición, ¿a quién le diré que pase primero? Selka nos ha visto mal a ella y a mí, aunque mi corazón late por Alice.
La foto ahora se encontraba en el bolsillo de Eugeo, sacándola de ahí, fue que él sonrió. Quería ver a esa mujer en persona, no en una fotografía.
-Y de hecho, tienes suerte. El que era prometido de Alice murió en combate, así que tienes el camino libre. ¿Por qué eres tan suertudo?
-No me agrada que alguien haya tenido que morir para que pueda casarme tranquilamente con Alice... eso es horrible.
-Al menos no llora tu partida...la de su prometido...no creo que la llore.
-Ya lárgate. Dile a quien tú consideres conveniente que pase. –Eugeo soltó una pequeña carcajada, empujando a Kazuto con su mano sana. Él se desquitó apretando su dedo índice en la herida del hombro de su contrario, quien se quejó, entre dientes.
Saliendo de la tienda médica, las dos chicas se acercaron a Kazuto, quien alzó sus brazos hasta la altura de sus hombros, haciendo como que si se rindiera. Asuna, su esposa, que lo veía desde lejos, se le quedó viendo feo.
-La mayor primero. Lástima por ti, Selka. –La mencionada enchinó los ojos, molestándose con su contrario.
Cuando Kazuto se separó de las dos chicas, fue con Asuna, dándole un muy fuerte abrazo y un beso en los labios. Ella estaba muy preocupada, y fue que apenas pudo llegar a la plaza donde se produjo toda la faena.
Separándose del beso, ambos juntaron sus frentes para sonreír con los ojos cerrados. Volvían a estar juntos, lo cual les era infinitamente provechoso.
-Qué bueno que estás bien. –Sonrió ella, abrazando de nuevo a su marido.
-Fue toda una sorpresa lo que pasó, aunque siempre estuve a salvo. Suerte mía que no me tocó pelear en el palacio, ahí las cosas estaban peor y murieron más.
-Regresemos a casa...por favor. –La chica se había puesto a llorar en el hombro de su amado. –Ya vámonos, quiero que termines de estar a salvo.
-Llegaré de inmediato...tengo cosas que hacer todavía. Nos vemos en la noche, amor. –El muchacho le dio un beso en los labios y en el dorso de su mano, secándole las lágrimas con el dedo pulgar. –Llegaré pronto, y lo haré de una pieza.
Asuna tenía la boca temblándole por las ganas de seguir llorando. Se resignó a lo dicho por su marido, marchándose con las demás mujeres y hombres que no eran soldados.
En un comunicado con los que seguían ahí, el alcalde, que tenía un golpe en la cabeza y algunos rasguños, se subió en la tarima, que era donde iba a dar un pequeño discurso.
-Ante los recientes sucesos, el hecho de que no sólo los rebeldes del M-16 hayan atentado contra mi persona o contra la de mi esposa e hijas, sino contra la de personas inocentes y soldados valientes, ¡el Imperio le declara la guerra a los anarquistas y todos los que apoyen el movimiento!
-Tch. Malditos anarquistas. –Kazuto pateó el polvo del suelo, torciendo la boca del enojo.
Con Alice caminando en las camillas de la tienda médica, ella buscaba a Eugeo como desesperada. El muchacho seguía inerte, hasta que vio delante de sí una figura que sabía no podía ser otra más que la chica a la que amaba.
-¡Alice! –Gritó, doliéndose del pecho al intentar levantarse.
-¡Eugeo! –La chica fue corriendo como pudo para poder acostar de nuevo al mencionado. -¡No te esfuerces, por favor, no te esfuerces!
-¿No te lastimaste? ¿No estás herida? –A pesar de que el muchacho debía preocuparse más por su propia salud, prefería hacerlo por la de Alice, tomándola de ambas manos.
-No, Eugeo. Estoy bien...gracias a ti. –Ella le dio un beso en la mejilla, uno que sonó bastante en toda la tienda médica. –Eres mi héroe, Eugeo...
-N-no hay de qué. –Dos manchas color rojo aparecieron en las mejillas del muchacho, causando ternura en Alice, quien lo abrazó con cuidado.
-Fuiste muy valiente...pudieron haberte matado, y no te detuviste.
-Oye...¿cómo por qué dejaría que algo malo le pase a la mujer...con la que deseo casarme? –El muchacho la tomó de la mano.
-¿Y yo por que dejaría que el hombre que amo se lance a protegerme sin garantía de que regrese? Pude haber escapado por la puerta, no era necesario que hicieras tal cosa.
-Ya lo hice...así que ni modo. –Eugeo rió un poco, dándole un beso en el dorso de la mano a Alice. –Dile a Selka que pase o se enojará.
-Sigh...espero que podamos tener más tiempo juntos un día de estos.
-Estoy seguro que lo tendremos después de que me den de alta.
-Ojala que sí...puede que así mi madre al fin te acepte. A fuerza quiere que te cases con mi hermana.
-Kazuto me dijo que tu prometido murió en la revuelta.
-¡¿Qué?! –La sorpresa fue para mal. -¡¿Murió?!
-Sí...no me agradó la noticia, siéndote honesto. Así, y aunque ya no habría problema en casarnos, me hizo sentir mal.
-Que mala suerte...pobre muchacho. Entonces iré a pasar a Selka...cuídate, Eugeo. No te esfuerces mucho. –Ella le dio un beso en la frente, marchándose con su vestido, el que dio vuelta con sus pies y su cuerpo.
En cuanto Alice se fue, tomó del hombro a Selka, invitándola a pasar. Ella no respondió, dirigió feo su vista a su hermana mayor, desviándole la mirada de mala leche, pasando como si nada.
Alice se llevó la mano al corazón, abatida. No podía creer que una relación amenazara con acabar la relación de hermanas que tenía con Selka.
La chica encontró casi de inmediato a Eugeo, quien le sonrió sin abrir la boca, se limitó a levantarle el pulgar con la mano que tenía sana.
-Eugeo. –La chica tomó con cuidado la mano mala, dándole un beso a la misma. –Que mala suerte que le haya pasado eso.
-No es nada, señorita Selka. Todo estará bien, me darán un descanso y luego podré regresar al servicio.
-Usted rara vez está en el cuartel.
-Por ser tiempos de paz. No sé qué pasará con esto, aunque dudo mucho que sea algo bueno.
-Papá le declaró la guerra a los anarquistas.
-Sigh. Yo que quería descansar cuando me recuperara de esto.
El muchacho torció la boca, un poco molesto. Selka lo tomó de la mejilla, viéndolo a los ojos. Mientras los suyos propios se iluminaban, ella no veía que los de Eugeo sí se encendieran como cuando veía a Alice. Eso la entristeció mucho.
-La guerra será rápida, de eso no hay duda. Los anarquistas no tienen hombres ni armas, y el ejército Imperial los hará comer polvo.
-Ojala que sea rápido.
No hubo más palabras, un silencio atroz invadió la conversación de ambos. Y es que, mientras en las demás camillas había ruido, platicas, varios enfermeros platicando y algunos atendiendo las heridas de los soldados, entre ellos no hubo nada más.
Selka no sabía que decir, prácticamente ahí quedaban sus oportunidades con Eugeo. Él no la amaba, y eso fue de algo que se dio cuenta de forma rápida, pero no podía hacer más. Se acostó con cuidado en el pecho del muchacho, triste y sin ganas.
-¿Selka?... –Cuestionó él, extrañado.
-No es nada...quiero abrazarlo, ¿no puedo? –El tono de voz usado por Selka era melancólico, y no tenía alguna especie de amenaza en éste.
-Entiendo...sígalo haciendo. –El muchacho pasó su mano sana por la espalda de Selka, dándole unas palmaditas de forma amistosa. Ahí fue cuando él sonrió mostrando los dientes, algo que alegró a la muchacha.
-No sea tan formal conmigo, por favor. Háblame de "tú", si no es mucho pedir.
-Como tú me lo pidas, Selka.
No hubo más que eso. La chica se quedó unos minutos en el pecho de Eugeo, hasta que llegó el padre de la chica, a quien ni pizca de gracia le hizo eso.
El muchacho, al ver a su futuro suegro en camino, le dio dos leves palmadas rápidas en la espalda a Selka, aparte de tratar de levantarse, con un poco de dolor en el intento.
-¡No se esfuerce, joven Eugeo! –Pidió él, apresurando el paso para tomar de los hombros a Selka, sonriéndole de con doble intensión. –Le agradezco de forma infinita que haya salvado a mi esposa y a mis hijas. –El alcalde le dio un apretón de manos.
-No fue nada, hice lo que tenía que hacer.
-Que modesto de su parte. –El hombre miró a su hija. –Selka, mamá te busca, ve con ella, por favor.
-Claro...nos vemos, Eugeo. –La chica se alzó un poco en vestido, haciendo una reverencia, marchándose de la tienda médica.
Al quedar los dos hombres solos, el alcalde miró a Selka para cerciorarse de que ya se hubiera ido por completo. Así fue ella ya no seguía.
-Como alcalde...le daré cualquier cosa que me pida a modo de agradecimiento, quizá una compensación de dos mil korunas (vieja moneda checoslovaca) como agradecimiento.
-Le agradezco la propuesta, pero, en verdad, no los pienso aceptar...ni todo el dinero del mundo se equivale a la vida de Alice.
-Sigh. Ya sabía yo tus intenciones con mi bella Alice. Su madre no quiere casarla contigo, prefiere que sea Selka.
-Si no le desagrado del todo, ¿Por qué no me aceptara para Alice?
-Piensa casarla con alguien de estatus en el Imperio para que ella tenga una buena vida. Ella es la mayor, por eso no le quiere dar oportunidad contigo.
-No seré de familia de estatus a nivel Imperial, aunque ya soy Senior del Ejército, ¡y no planeo quedarme ahí!
-Veo que Kazuto ya te lo adelantó. En efecto, eres Senior, y puedes escalar mucho y muy rápido con la guerra que se viene. Lleva a los hombres a tu disposición a la victoria y, cuando todo acabe, seguramente serás teniente primero o ¡hasta capitán! Ahí será cuando mi mujer te acepte y no exista problema alguno, aunque no debería de haberlo, por supuesto que no.
-Me alegra mucho escucharlo, señor. No lo decepcionaré, regresaré por la mano de Alice cuando acabe la guerra con los anarquistas.
-Primero descansa. La primera ofensiva empezará en cosa de unos días, y no deberá durar más de seis o siete meses...por lo que, y en lo que esos dedos se te curan, quizá estés en el frente durante cinco meses.
-Tengo cinco meses para escalar cuatro escalafones militares...hum, hay mucho que hacer.
El alcalde se retiró, Eugeo sintió su corazón tranquilo al saberse favorito del padre de Alice para poder casarse con ella. Eso le traía la más grande de las felicidades, por supuesto.
Ella lo esperaría en cuanto lo dieran de alta. Con la guerra en puerta, quedaba esperar a que el muchacho se recuperara para ir al frente a pelear por el Imperio. No obstante, faltaban unas semanas para ello, así que podría estar tranquilo.
Al día siguiente, ya estaría en casa, y Alice podría visitarlo sin ningún problema. Claro que Selka no tendría que enterarse por ningún medio.
Por esa misma razón, una carta llevada por un médico terminó en las manos de Eugeo, quien seguía en cama, prácticamente esperando a que le dieran de alta para irse a su casa a descansar el tiempo que hiciera falta.
La carta era, como no, de Alice. Ella le pedía que se vieran en secreto en algún lugar cercano a las casas de ambos. Curiosamente, no serían más de ciento veinte metros de distancia, de ahí que no se preocuparan tanto por ello.
Lo que sí, es que, para Eugeo, era fácil inventar algún pretexto para salir todos los días: un paseo rápido por el barrio. El problema era Alice quien, o bien escapaba de su casa, o buscaba alguna justificación para salir.
Sería difícil, pero no imposible.
En su casa, Eugeo tenía los dedos enyesados por llevarse ese disparo, aparte de tener todavía una venda por debajo de la ropa, lo cual le dificultaba hacer algunos movimientos que no requerían mucho esfuerzo.
Suspiraba un poco por esa desesperación de no poder mover bien el brazo o no levantar alguna cosa con normalidad.
Kazuto se encontraba con él, bebían café sentados en la sala. Charlaban de lo que pasaría después de ese día, lo que era la guerra contra los anarquistas.
-Te lo digo como amigo mío que eres...y porque, si lo llego a decir en el frente, lo más seguro es que me maten.
-¿Qué quieres decir?
-La futura guerra va para mal. Ellos son pocos, sí...pero bien organizados, aparte de que están en las montañas del sur, en las cuevas del norte...incluso tienen infiltrados en la capital, por lo que te harás una idea de que tan mal va la cosa.
-El alcalde me dijo que no estaríamos lejos de la victoria en seis meses.
-Y tiene razón. Esto se acaba en menos de siete meses, pero el problema será la cantidad de muertos que habrá, morirán muchos para los pocos que son ellos.
-¿Te preocupas por mí?
-Por Alice, por Asuna. A mí no me importa morir por el Imperio, ¿pero qué pasará con Asuna? Tch, es una cosa muy difícil, amigo.
-Lo entiendo. –Sonó el reloj viejo de las escaleras, dando cuenta que eran las cuatro de la tarde. –Aunque, como sea, me retiro. Tengo que ir a ver a Alice.
-Ah, imagino que a espaldas de su madre.
-Obviamente...pero su padre lo avala.
-Vaya. ¿Qué puedo decirte, amigo? Suerte, yo también tengo que ir a ver a Asuna.
Los dos hombres tomaron sus tazas para llevarlas hasta la cocina, y de ahí, salieron por la puerta de la casa de Eugeo, la cual era no muy grande, pero su fachada muy bonita, con algunas terrazas para ver la calle.
Una vez ahí, los dos se separaron, dándose un apretón de manos. Cada quien tenía sus asuntos con sus respectivas enamoradas.
Caminando por las calles del barrio, Eugeo miraba a todos lados, admirando las plantas y árboles que se encontraban dentro y fuera de las casas. Una de ellas era totalmente de color anaranjado, teniendo sus ventanales pintados de rojo carmesí. Ahí, en esa esquina, el muchacho dobló para ir a lo que era un jardincillo, al lado de una iglesia.
No era muy pequeño, tenía una plaza de tamaño mediano de forma rectangular. Algunos cipreses se posaban en las jardineras de éstos, aparte de lo que era, naturalmente, las bancas de acero puestas para poder sentarse.
Tras uno de esos cipreses, y cubriéndose con un parasol, se encontraba Alice, quien sonrió al escuchar los pasos de su contrario y, naturalmente, a su llegada.
La tomó de la mano y le dio un beso al dorso de la misma, haciendo una pequeña reverencia al verla ahí, parada.
-¿Hice mucho tiempo esperar a la señorita?
-Ligeramente, una cosa de segundos.
-Y eso que no apresuré mucho. Kazuto vino a mi casa, pero me alisté de inmediato en cuanto escuché el tocar del reloj.
-No te preocupes, Eugeo. Vamos a sentarnos, por favor.
A pesar de lo lindo que era el parque, la verdad es que por ahí casi no pasaba gente, salvo las hermanas que entraban y salían de la iglesia para ir por alguna cosa que necesitaran. De ahí en fuera, por ahí ni Solus pasaba hasta que no fuera el domingo para las misas de ese día.
El sol pegaba un poco, al ser ya tarde, no se encontraba tan arriba del cielo. Aparte con el parasol de Alice, no había nada de qué preocuparse.
El pretexto que ella inventó para salir de casa era que visitaría a una amiga suya, por supuesto. Lo que sí, es que la amiga ya se daba por informaba de ese aspecto, por lo que su silencio era un hecho.
Sentados sin hacer nada ni decir pio, el muchacho tomó de la mano a su compañera. Ella lo miró, confundida. Él sonrió de forma muy afable. Era su mana sana, claro.
-¿Cómo sigue tu mano?
-Bien...podemos decir que no me duele tanto como al momento de despertar en la cama.
-Y la herida de tu pecho. –Alice llevó su mano hasta casi rozar la parte del hombro que había sido herido a su joven protector.
-Va mejor que los dedos.
Levantándose de lo que era la banca, ambos se apresuraron un poco para ir a dar un pequeño paseo por lo que era esa zona. Iban tomados del brazo, tranquilos y sin apenas preocupaciones. Caminaban lento, lo cual era bueno al sentir la brisa fresca pasar por sus cuerpos.
Bajaron las escaleras de la pequeña plaza para ir a ver lo que era la iglesia, teniendo adornos y relieves muy bonitos en su estructura, sus paredes. Se asombraron ya que, por primera vez en todos sus años, se detuvieron a analizar detalladamente la iglesia.
Fueron unos cuantos segundos los que duró. Tras ellos, Alice jaló del brazo a Eugeo para seguir caminando. Lo hizo de manera brusca a propósito, evitando reír después de hacerlo. Él la miró feo.
-Notó que quieres que mi brazo sano ya no lo sea tanto, ¿o sí, señorita?
-Eso te daría más incapacidad, por lo que no estaría mal.
-Me dejarías en la cama por un rato, sin poder tan siquiera tomar las llaves de mi casa.
-Tendría que ir a visitarte entonces, Eugeo. –Esa sonrisa un poco perversa, pero de diversión a su vez, fue lo que hizo especial ese momento que parecía era uno que podría repetirse en cualquier otra ocasión.
-No me molestaría que lo hicieras de vez en cuanto... o, si puedes, todos los días mientras yo esté en cama.
-Lo único malo es que si yo me llegará a enfermar, mi madre no te dejaría entrar a mi casa.
-Podría subirme por la ventana. Una vez lo intenté cuando tenía quince
y casi lo logré. –Alice se le quedó viendo raro a Eugeo.
-¿Por qué intentaste subir por la ventana? –Se rió ella, siguiendo con su expresión de confusión.
-Tu perro no me reconoció e intentó morderme, por eso es que traté de subir por la ventana.
-Ah, Dima, siempre ha sido muy celoso contigo.
-Supongo que es porque esa bola de pelos sabe mis intenciones ocultas.
-¿Y cuáles serían esas intenciones ocultas?
-Casarme contigo, por supuesto.
La chica se ruborizó levemente, conteniendo una sonrisa para no delatar su felicidad de escuchar esas palabras. Fue que, tras detener a su acompañante un poco a la fuerza, se recargó en su hombro, viendo al horizonte sin más.
Estando así, contemplando el sol que les pegaba en la boca y en el cuello, puesto que se habían cubierto la parte alta del rostro con el parasol, ambos se quedaron pensativos. Ahora Eugeo, aunque con un leve dolor en su cuello por estirarse de más, se recargó en la cabeza de su contraria.
Escuchando sus respiraciones, ambos se tomaron ahora de la mano, deslizando sus bíceps para hacer tal acción. Tras soltar un pesado suspiro, Eugeo levantó su rostro de la cabeza de Alice, viéndola fijamente a los ojos.
-Un día de estos deberías invitarme a tu casa, así sea para pasar el rato nada más. Beber un poco de té no estaría mal.
-Bebiste café con alguna muchacha, porque hueles a tal.
-Si hacemos de cuenta que Kazuto es una mujer... entonces tendrás razón. (Referencia :v)
La muchacha rió a sonoras carcajadas, poniéndose un poco roja pero ahora de la risa. Se imaginó al muchacho con algunas coletas en su corto cabello, aparte de usar el vestido que ella tenía puesto en ese mismo instante.
-Un día de estos hay que vestirlo como mujer.
-Si Asuna se lo pide, algo me dice que aceptará a pesar que de ello dependa su honor.
-No lo dudo. –La muchacha rió de nuevo.
Kazuto iba caminando a su casa, estornudando de manera un poco fuerte.
-Rayos. –Soltó, moviendo un poco su nariz a la vez que reanudaba su camino.
Llegaba a su casa quitándose el saco que tenía puesto, aparte del sombrero que usaba a pesar de no que no hacía mucho sol por donde el caminaba. Sería de tarde, pero hacía un leve frío.
-Kazuto, ¿eres tú? –Gritó Asuna, desde la sala.
-No. Soy un ladrón que viene a robarse a la señora de la casa. –Dijo él, con una sonrisa.
-Pudiste ser más romántico, aunque agradezco la intensión.
-¿Dónde estás, mujer? –Preguntó él, dando sus primeros pasos en la sala.
Entrando a la sala, el momento no se pudo poner más incómodo. Su suegra lo veía con unos ojos no muy amistosos. Asuna servía un poco más de té y la pequeña Yui gateaba en el suelo.
-Ho-hola... -Kazuto se rió de los nervios, apresurando el paso para ir a darle la mano a su suegra. -¿Cómo ha estado, señora Yuuki?
-Bien...afortunadamente.
El muchacho tomó a su bebe en sus manos, cargándola para verla directamente a los ojos, dándole varios besos en las mejillas y en la frente.
-¿Cómo está la niña más hermosa de todo el mundo? –La bebe rió ante las cosquillas que le hacía su padre, lo cual causó una feliz sonrisa en Asuna, quien los miraba a ambos. Eran sus amores.
-Me sorprende que llegaste muy temprano, pensé que tardarías más con Eugeo.
-Yo igual, aunque él tenía asuntos importantes que atender, según me ha dicho.
La sala de la casa era linda, sus ventanales que daban al patio llegaban hasta casi el suelo. Unas cortinas de color café chocolate las cubrían, seguidas de una segunda cortina delgada de color blanco. El piso era ajedrezado, una mesa de caoba se posicionaba en mitad de la sala.
La madre de Asuna se encontraba sentada en el sillón que daba vista a toda la sala. Bebió un poco de su té, sintiendo también ternura por las risas de su nieta...aunque no mucho por su nuero, al cual no le agradaba mucho.
-Charla con tu madre, mientras la pequeña Yui y yo iremos a servir algo para una pequeña merienda, ¿qué dices?
-Que amable eres, pero podría hacerlo yo...
-No. No me gustaría interrumpirlas. Aparte, quisiera tener tiempo de acompañamiento con Yui. –El muchacho meció a Yui, haciéndola reír un poco más. –Creo que ella está de acuerdo.
-No te vayas a cortar, ¿de acuerdo?
-Vamos, mujer, ¿por quién me tomas? Uso espada todos los días en el ejército, ¿y me pides que no me corte con un cuchillo? Va, y yo que creí que nos teníamos confianza. –Se quejó él, de forma exagerada e irónica.
Asuna rió un poco, despidiendo a su marido con un beso en los labios. Él partió a la cocina, la muchacha se sentó de nuevo en la sala, bebiendo el té con su madre.
En la cocina, Kazuto buscaba algún vaso para servirse un buen trago de vodka bien mezclado con agua para no ponerse muy borracho, debido a que no tenía intención de hacer tal cosa.
Empero, por más que buscaba y buscaba, no lograba encontrar nada. Dejó a Yui en la mesa, la niña se puso a jugar con su chupete, el cual estaba ahí mismo. Su padre se le quedó viendo unos segundos, enternecido con su niña para verla con una gran sonrisa en sus labios.
-Es igual a su madre, salvo que le dio por copiarme en los cabellos. –Encontrando los vasos, Kazuto tomó uno, sirviéndose agua con vodka, como había pensado.
Tras eso, tomó a la niña en brazos, buscando ahora qué podría comer, algo que fuera rápido y le sentara bien a esa hora de la comida.
Lo que había era bastante ensalada rusa, la cual a él se le antojó mucho. Con el pan que había en la sesta, dejó a Yui en su asiento especial. La bebé tenía su chupete en la boca, alzando sus bracitos para alcanzar los de su padre, ya que quería estar con él.
La pequeña comenzó a agitarse, teniendo que recibir algunas caricias de su padre en la cabeza. Eso la medio tranquilizó.
-Dame un segundo, Yui. Tengo que cortar el pan. –Tomando el primer cuchillo que vio, éste se clavó de más en la pieza, cortándole un poco el índice derecho a Kazuto. -¡Mierda! –Gritó él.
Ante el grito de su padre, Yui se soltó a llorar por el susto. Vaya si no se escuchó fuerte, sobresaltando a Asuna y a la señora Yuuki. La primera de ellas se rió. La segunda, torció los ojos.
-Iré a ver que pasó.
Llegando Asuna, Kazuto se limpiaba el dedo ensangrentado a la vez que trataba de calmar a Yui diciéndole algunas cosas. Tenía las dos manos ocupadas. Cuando vio a Asuna, no pudo sentirse más apenado.
-¿No dijiste que?...
-¡Ya sé! –Yui lloró más fuerte. –Sigh, maldición. Perdón, no debí gritar.
-Yui es muy sensible con los sonidos fuertes. –Asuna tomó a su hija en brazos, calmándola a la vez que trataba de hacerla reír para que se alegrara. Le sacaba las lágrimas.
El muchacho salió un poco al jardín para fumar un cigarro. Esa situación lo había dejado un poco estresado: cortarse, los llantos de su hija, la humillación ante Asuna y el hecho de que la señora Yuuki estaría hablando mal de él en ese instante.
Su semblante estaba perdido, ya no tenía hambre, y prefería quitársela con el cigarro a pesar de que, en ese preciso instante, comenzó a darle más.
-Mierda... -Una bocanada más fue a parar a su boca para, tras ello, tirar el cigarro en el jardín. Ya lo tocaría recoger cuando estuviera de un mejor humor. Le tocaba cuidar a Yui en lo que la señora Yuuki se iba de la casa. Quizá eso lo haría sentir mejor. Tenía una servilleta amarrada a su dedo, lo cual le era muy incómodo.
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No les debería sorprender si les recuerdo que estudio filosofía :v
Pero sí, así fue como se me ocurrió Palacio Noir et blanc JAJAJAJAJAJA
Ayñ el aligeo es lindo (pero no tanto como mi yuugeo del alma 💜💙) y se nota fuerte desde los primeros capítulos :3
El siguiente capítulo estará más enfocado en el kiriasu, habrá (\??[, así que ya verán. Aparte ka Yui de bebé es taaaan linda :3
Siempre tuyo:
-Arturo Reyes.
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