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Capítulo cinco

Era la mañana en que Kazuto tenía que partir al cuartel, ya que de ahí iría a la capital, ergo, a la pelea contra los anarquistas. Asuna lloraba, y el muchacho resistía soportar las lágrimas también, ya que no vería a su hija en mucho tiempo.

Sabía que no moriría, era un objetivo que se planteó desde siempre en caso de haber alguna guerra, y ese era el momento perfecto para saber si es que tenía razón o era pura especulación suya.

Antes de despedirse de Asuna, tomó a Yui en brazos, dándole varios besos en toda la cara. La niña no sabía ni qué pasaba, por lo que estaba como si nada, sonriéndole a su padre, el cual ya quería llorar.

-No podré estar cuando diga su primera palabra. Ojalá se tarde en decirla unos meses más.

-Esperemos que sí. –Yui regresó a los brazos de Asuna, la cual le dio un beso a Kazuto.

Él abrazó a sus dos amadas, saliéndole una lágrima en ese momento, ya no le importó que sus superiores lo vieran. Siempre y cuando no fueran sus subordinados, él no tendría problema.

Finalmente separándose de ambas, él subió a la carreta en donde lo esperaban. Se despidió con la mano una última vez, dejando a Asuna ahí, a media calle, llorando por su partida.

Lo que él no sabía es que, en el caso de que el regresara, tendría a un nuevo hijo esperándole en casa.

La guerra ya había empezado formalmente, incluso no había ya casi soldados en el pueblo. Eugeo caminaba como si nada, saludando a las personas que conocía. Casi todos le hicieron alguna mención de su brazo.

-Ahí va mejorando un poco, nada de qué preocuparse. En cosa de un mes, estaré en el frente liderando a una compañía. –Era siempre su respuesta a los que le preguntaban esa clase de cosas.

Cuando regresó a su casa, notó que su hermana le llamaba, algo que a él se le hizo un poco raro.

-Tienes visitas. –Le dijo. –Es Alice.

-Oh. Ya veo. –Apurándose a la sala, el muchacho encontró a Alice viendo la sala. No habían sido muchas las veces en que ella visitaba su casa, de ahí la plena curiosidad que le daba.

-Buenos días, Eugeo.

Ambos se saludaron con un beso en la mejilla. Como la hermana de Eugeo veía, no era buena idea que realizaran un gesto comprometedor. Independientemente de eso, se sentaron en la sala.

Le extrañaba mucho a Eugeo el hecho de que Alice estuviera en su casa a pesar de las negativas de su madre. Y es que sí, de una forma bastante descarada, la muchacha salía de casa diciendo que iba a cualquier otro lado para terminar en la casa del muchacho.

Su madre requería esa rebeldía.

-¿No te han dicho nada respecto a lo de la guerra?

-Los soldados apenas partirán a la capital. Lo que sí, es que ya han entablado algunos combates. Hemos avanzado bien en ese aspecto.

-Asuna me dijo que Kazuto ya partió hoy en la mañana...¿tú cuando crees que?...

-Faltará un mes para que acabe mi permiso. De ahí, no me quedará de otra. Por suerte seré Senior, lo que se traduce a que casi no veré acción, sino estaré atrás de mi compañía.

-Eso reduce el peligro, aunque seguirás en combate.

-Pero seguro.

-Igual me da miedo que te pueda pasar algo...

-Tranquila, Alice. –El muchacho la tomó de la mano. –Todo estará bien, regresaré para casarme contigo.

La muchacha se sonrojó un poco, al igual que su contrario. Se sonrieron tímidamente, separándose tras eso.

-Por eso también vine, Eugeo. Me gustaría que fueras a mi casa a pedir mi mano. Sugiero que sea a mi padre...ya sabes que es lo que opina mi madre de ello.

-No le gusto, ¿por qué?

-No es que no le gustes...te quiere para Selka, pero yo no soy Selka. Prefiere que me case con alguien que tenga "más futuro".

-Cómo te dije, cuando regrese de la guerra, haré que tu madre se coma sus palabras.

-Oye, no seas grosero. No estaré de acuerdo con casarme con quien ella quiera, pero no por ello le falto al respeto.

Podría ser mera relatividad, pero en un cierto sentido, Alice no le había faltado al respeto a su madre. La había retado, por supuesto, pero no insultado o similar.

Claro que la noticia de que Eugeo iría a la casa le cayó de perlas a Selka, un poco a medias, aunque le agradaba la noticia. Ella, lamentablemente, sabía que Eugeo iba a ver a Alice, aunque trataría de hacer lo posible por llamar la atención del muchacho cuando estuviera en casa.

Aparte de que la madre de ambas muchachas había metido las manos en aquel asunto, ya que, de facto, trataría de que Eugeo hablara más con Selka en vez de Alice, quizá así ella se convirtiera en su razdavit'.

Era una jugada que, de ser descubierta por Alice, causaría un enorme revuelo en la casa, aunque valía la pena. También cabe mencionar que el padre de las muchachas no sabía nada de aquella jugarreta orquestada, principalmente, por la señora Schuberg.

Por supuesto que Selka no se quedaba atrás, le parecía buena idea a pesar de que iba contra la felicidad de su hermana.

Y es que, en cualquiera de los casos, hacerlo o no hacerlo era una falta de moralidad. Cualquiera de las dos muchachas sufriría de amor por su amado, y eso era algo irrefutable. Quizá la justicia encerrada en aquel triangulo romántico sería cuál de las dos chicas amaba el muchacho.

Yéndonos por esas, de facto, la señora Schuberg cometía una injusticia, pero siempre quedarán interpretaciones. Quizá y si Selka y Eugeo se conocían se pudieran también enamorar, por lo que sería igual de injusto no dejar que eso sucediera.

Fuera como fuera, era muy complicado establecer qué era lo justo y lo injusto en aquella situación de por sí sola ya difícil. Al menos en ese momento Alice y Eugeo charlaban en la casa de éste.

Bebían un poco de té negro tibio, lo cual les venía bien para la una de la tarde de aquel día.

Charlaban cosas triviales de la vida, aunque, de cualquier modo, era una buena plática para ellos ya que en unos meses esas situaciones ya no sucederían de nuevo.

Es más, cabía la gran probabilidad de que ya no sucedería ni una sola vez, de ahí que, a pesar de que eso hacía los días monótonos, ellos continuaban así como si fuera la última vez.

La herida del pecho del muchacho le había sanado ya casi en su totalidad. Había quedado la cicatriz, de eso no había duda. Sin embargo, casi añoraba ésta por ser un recuerdo de amor hacía su razdavit', un recuerdo de cómo, de forma casi heroica, la había rescatado de los anarquistas.

Él suspiró pesadamente, deseando que el tiempo fuera más lento y que así pudiera disfrutar más de su estancia en el pueblo antes de que lo peor sucediera.

Tenía esperanzas de que, a la mañana siguiente, le dijeran que la guerra había acabado, y que Gabriel ya no representaba mayor peligro al morir en combate o en la horca. Cualquiera de las dos cosas sonaba bien.

Malamente, no era así...

-¿En qué tanto piensas, Eugeo? –Preguntó ella.

-No es nada grave, por supuesto. Pienso en que la vida podría ser más sencilla y, sin embargo, parece que siempre es lo más difícil posible.

-Me dijiste que no pensabas en nada grave. No sé tú, pero, para mí, eso suena grave.

-Hum...quizá sea por los medicamentos para el dolor. Sí, debe ser eso, siempre que los tomo pienso en locuras.

Alice sonrió tímidamente, retirándole la taza a Eugeo. Ya no tenía nada de té, pero un poco más no quedaba mal, ergo, le sirvió un poco más.

-¿Cuándo será buen momento para ir a tu casa? Digo, no me molesta que vengas aquí, pero ya quiero...tú sabes.

-Necesito que me digas para poder estar segura. –Una sonrisa altanera y de reto apareció en los labios de Alice, ya quería escuchar a su razdavit' decirlo.

-Bueno, me refiero, por entero, a la boda y qué es lo que tenemos planeado para realizarla, si es que se puede hacer después de que yo regrese.

-Es comprensible que lo quieres planear lo antes posible, y también preguntarme antes de que te vayas a los frentes.

Alice, que hasta entonces se había mantenido como si nada, en ese entonces se empezó levemente a ruborizar, llevando su mano a la de Eugeo, tomándolo de todos los dedos menos del anular, apretando suavemente.

El muchacho no fue ajeno a alguna clase de pena, ya que también se puso un poco rojo, haciéndose un poco para atrás sin que llegara un punto donde su contraria lo soltara de la mano.

-Es probable que cuando me preguntes si me quiero casar contigo...te diga que sí.

Ahí fue cuando la chica se acercó para darle un beso rápido a Eugeo, el cual fue tan rápido que ni siquiera él pudo responder. Eso fue lo único que él lamento, no actuar más rápido.

-Creo que ya es hora de que me retire, mi madre me estará esperando...ése día, no me lo pensaré ni un solo segundo.

-¿Qué crees que te dirá ella?

-La decisión va a recaer en mi padre, por lo que puedo estar tranquila.

Recogiendo ambas tazas, y la pequeña jarra de té de porcelana, los dos se dirigieron a la cocina, dejando el pequeño juego de té en la mesa.

Eran las cuatro con treinta y cinco, Alice se había pasado ya cinco minutos de tiempo en lo que ella prometió llegar. Poca importancia le veía, ya que esos cinco minutos fueron muy valiosos para ella.

Cinco minutos puede sonar muy poco tiempo, la realidad es que no. En cinco minutos pasan muchas cosas en el mundo, tantas que no tenemos ni la menor idea de ellas. En esos cinco minutos, cabía la promesa nupcial, así que podemos darnos una muy leve idea de que pasa en cinco minutos en un mundo ajeno a nosotros.

De camino a la puerta, el muchacho tomó del brazo a su contraria. Planeaba llevarla hasta la puerta de su casa, o a una cuadra antes. Malamente, ella se negó.

-Ve si no hay nadie de mi familia afuera de la casa, así podré estar segura de que alguno de mis primos no me vigila por órdenes de mi madre.

-Por Dios. –Suspiró el muchacho, saliendo primero de su casa para ver que nadie anduviera husmeando por ahí. Incluso se dio la vuelta para revisar en la esquina de que nadie estuviera esperando. Todo quedaba despejado.

-Nos vemos mañana, te diré cuándo es que mi madre planea recibirte en casa, y también lo que mi padre opina de la boda.

-Estaré esperando ese momento. –Sonrió él, despidiéndose con un beso en el dorso de la mano.

Ahí fue el momento en que ambos se despidieron, cada quien regresado a su respectiva casa.

Cuando ella llegó a su casa, lo primero que hizo fue a buscar a su madre, ya que quería comentarle acerca de lo que tenía pensando. Lo cuestionó en su mente dos veces, prefiriendo ir son el señor Schuberg a consultar su visto sobre la boda.

Él no se encontraba en casa, como era normal. Buscarlo en el palacio municipal era una cosa que le daba flojera. No es como que el pueblo fuera muy grande, aunque ir sola y con la probabilidad de que su padre no la recibiera le era molesto.

Teniendo ese panorama tan desalentador, mejor Alice se fue a su habitación, pensando en que le diría, de forma muy explícita, a su madre.

Se lo había dejado bien en claro siempre que discutían esas cosas. No obstante, nunca estaba de más aclarar bien el asunto.

Sin Eldrie como su prometido "oficial" quedaba el necesario beneficio de la duda, ¿quién sería ahora la persona con la que la señora Schuberg trataría de casar a su codiciada hija? Ese era el enorme problema, teniendo tantos pretendientes desconocidos, ¿Quién era la persona que elegiría su madre?

Fuera como fuera, la idea no le agradaba, tranquilizándole el hecho de que la boda con Eugeo nada más necesitaba que él fuera a pedir su mano a la casa y que su padre diera el visto bueno, de ahí que todo estuviera bien para ella.

Por el lado del muchacho, él sacaba de su bolsillo esa foto de Alice. Pensaba que debió decirle respecto de esta, aunque se guardó ese detalle para sí mismo.

Cuando él fuera a la guerra, la llevaría consigo para no olvidar a su amada cuando no estuviera con ella y no pudiera verla. Eso le dio una idea.

Aún era de tarde, por lo que el joven tomó su gabardina, su gorro militar, y se marchó con dirección hacía la plaza del pueblo, aparte de tener unos cuantos hellers que juntos formarían cerca de dos korunas con treinta hellers (recuerdo, vieja moneda checoslovaca). No tenía nada que perder, salvo un poco de dinero en lo que planeaba usarlo, naturalmente.

Fue a dar hasta el centro, lo que le costó unos buenos veinte minutos en llegar. Caminó más lento de lo habitual, ya que a su paso llegaría en quince minutos o poco menos.

El caso era que las personas se le quedaban viendo, incluso las que lo conocían. Tenía el brazo malo todavía, y verlo con el uniforme del Ejército Imperial era extraño, ¿igual lo mandarían al frente?

Pues no, entró a un estudio de fotografía el cual era el único del pueblo y casi no tenía gente. Eso sí, al entrar, lo recibieron bastante bien.

Lo ayudaron a ponerse sus medallas, su divisa y a acomodarse bien el gorro. Posaba en un plano medio corto a tres cuartos, lo suficiente para que se vieran sus medallas.

Tenía una muy leve sonrisa en el rostro, notándose los rastros de su nariz, especialmente, aparte de sus cejas y su barbilla. La luz invadió la habitación, logrando aquella fotografía, la cual tardó unos segundos en revelarse mientras el fotógrafo la movía con su muñeca.

-Sería una koruna con veinticinco hellers.

-Aquí tiene. –Saliendo con la fotografía en el bolsillo, Eugeo aún tenía cinco hellers que gastar, por lo que fue a comprar un sobre para poner ahí la foto.

Quería que ésta fuera un regalo, así que, y aprovechando que se encontraba por el rumbo, el muchacho compró tres sobres para carta por un heller, ya que así era como se vendían.

Le sobrarían dos, pero no importaba. Metió la fotografía en uno de ellos y fue con rumbo a la casa de Alice. Ya vería cómo es que se la entregaba.

Quizá, y aprovechando que seguía en el centro, visitar al señor Schuberg era una buena idea, al fin y al cabo, él aprobaba la relación.

Así fue, el muchacho caminó un poco hasta llegar al palacio municipal, al cual entró como si nada. Tenía una medalla que recordaba un momento bastaste importante para él.

En cuanto entró, fue hasta el despachó el alcalde, al cual sí tuvo que pedir permiso para hacerlo. Claro que no era nada del otro mundo, únicamente dijo que era lo que tenía que hacer y que no le tomaría más de dos minutos entregar la correspondencia.

Lo dejaron pasar, aunque, eso sí, se llevaría más de ese tiempo.

Cuando el muchacho entró, el señor Schuberg se alegró bastante de verlo por ahí.

-¡Eugeo! Vaya sorpresa, no te esperaba. Veo que traes puesta la medalla que te di, úsala con mucho orgullo por saberte digno de ser esposo de mi hija.

-Me alegra el hecho de que lo diga. La verdad es que yo quiero casarme con Alice, y como prueba de mi buena voluntad, le pido que le dé esta carta de mi parte.

-Ya veo, ¿te confesarás a la carta?

Por la pregunta, le muchacho se apenó un poco, manchándosele las mejillas de color rojo.

-N-no, yo le diré a Alice en persona que quiero casarme con ella. Esto es un detalle, nada más.

-Ya veo. No te preocupes, muchacho, yo se la entregaré.

Poniéndose un poco serio, incluso apretando un poco la mano con la que sujetaba su gorro, Eugeo se quedó bien plantando contra el señor Schuberg.

-Sé que a su señora no le agrada la idea de que yo me case con Alice, y me preguntaba si no podía disuadirla de eso. Es lo único que le pido a cambio de que salvé a sus dos hijas.

-Lo sé, lo sé. Claro que pensaba compensarte de algún modo, y la mano de Alice sería lo más indicado. No obstante, no sé qué hacer con ella, puesto que prefiere que te cases con Selka. Y bueno, a ella también la salvaste, así que no podría usar lo que te dije antes como argumento.

-Entiendo, y no debería preocuparse por ello, de verdad. Lo que sí, es que yo a Selka no la amo, la veo como una amiga nada más.

-Sigh...¿cómo te lo explico? Yo no amaba a la señora Schuberg cuando nos casamos, y ella no me amaba a mí, de ahí que tengamos tantas discusiones. No obstante, pasados unos meses, sí que ella y yo nos enamoramos. Conozco que eso que te digo no te ayuda, y trataré de hacer lo posible por convencer a mi mujer de que te acepte en matrimonio con Alice, así que despreocúpate.

-Muchas gracias, de verdad.

-Le entregaré la carta a Alice. Suerte con lo demás.

El muchacho salió de la oficina del alcalde con una buena sonrisa en labios, la cual era meramente superficial. La realidad era que se sentía muy inseguro de que su boda con Alice se pudiera realizar.

Sin tener la absoluta garantía de su padre, las cosas no podía estar mejor, y eso ya era algo para decir.

Pasarían de las siete de la noche, el padre de Alice entraba en la casa suspirando de forma cansada, necesaria. Tenía en el bolsillo del paletó la carta que Eugeo le había pedido entregar, y eso era lo primero que haría al entrar a su casa.

Fue al cuarto de Alice, ya que era más que seguro que ella se encontrara ahí. Trató de no hacer mucho ruido, ya que sería sospechoso que no fuera primero con su mujer o al menos avisara de su llegada. Todo quedaba en verdadero silencio.

Al llegar a la puerta del cuarto de su hija, y teniendo la puerta de la misma cerrada, presuponía que ella estaría ahí adentro. Metió el sobre por debajo de la puerta, tocando dos veces la misma.

En efecto, Alice leía una novela detectivesca para cuando escuchó la puerta tocar.

-Enseguida voy. –Dijo, sorprendiéndose al ver la carta en el suelo. No abrió la puerta, al no encontrarle sentido. -¿De quién...?

El sobre fue abierto, haciendo que los ojos de la muchacha se iluminaran como estrellas por ver algo que le parecía hermoso, algo que la atraía con todas las de la ley. Sacó la fotografía de Eugeo, llevándose una sorpresa tal que la emoción cabía apenas en su corazón y la sonrisa de boca abierta no podía ser evitada de su rostro.

Ver a su amado de esa manera le parecía tan bello, un detalle que, de verdad, era algo que la dejaba sin palabras. Fue corriendo hasta su mesa de noche, quitando la fotografía que tenía ella con su madre y Selka para poner la de Eugeo ahí en aquel marco.

Era una acción cruel, por supuesto, pero ya se conseguiría otro para reemplazar el que usaba en ese preciso instante. Se acostó en su cama, acomodando la fotografía de manera tal que sería siempre lo primero que vería al despertar.

Incluso calculaba la forma en que el sol entraba por su ventana, no dándole directamente a la fotografía, ya que era algo que podía dañarla al largo plazo, cosa que, claramente, quería evitar a toda costa que sucediera.

La sonrisa que tenía en su boca, acompañada con las vueltas que daba de un lado a otro en su cama, a la vez que pataleaba ligeramente sus pies de la emoción, fue lo que le bastó para sentirse de un excelente humor, que si de por sí, ya lo tenía.

Una última sonrisa fue a parar en su boca, levantándose rápidamente de la cama para salir de su habitación. Aquello indicaba dos cosas, o bien que Eugeo había entrado a su casa, o bien que su padre ya se encontraba en ella.

No gritó nombres puesto que no quería delatar nada, porque era un poco claro que la carta era más que secreta al ser mandada de aquella manera.

Siendo justos, el señor Schuberg se sentía muy satisfecho con lo logrado. En ese instante, él se quitaba el paletó y la corbata que usaba en el trabajo, naturalmente. Su mujer llegó para darle un leve masaje en los hombros.

-¿Qué tal te ha ido?

-Un poco mal. Con esas cosas de la maldita guerra, varios de mis empleados ya no están, por lo que el trabajo se ha ralentizado y la carga, aumentado. Desearía que ese tal Gabriel la pague caro por hacerme tal cosa.

-Tch, ya veremos qué pasa con ese asunto. Por cierto, creo que Alice quería hablar contigo, no ha dejado de preguntarme si es que ya llegaste a casa.

-¿De qué quería hablar?

-No me ha dicho...pero espero que no sea lo que pienso.

-Te conozco tan bien, que mejor no te preguntaré porque me siento convencido de que no me dirás que piensas.

-Y no te equivocas.

El señor Schuberg fue al cuarto de Alice, abriendo la puerta de la misma, sonriendo para sí en cuanto vio que la fotografía de Eugeo yacía en su mesa de noche.

Ver aquello lo enterneció. Veía como su princesa ya era una mujer, una la cual sentía amor por otro hombre, y que él era el encargado de asegurar su felicidad.

La muchacha se sorprendió un poco de ver a su padre entrar en su habitación, cubrió la foto de Eugeo, poniéndola boca abajo para que no se delatara.

-Él me pidió que te la entregara, así que tu secreto está a salvo conmigo.

-Gracias, padre.

-Tu madre me dijo que querías hablar conmigo, ¿es algo respecto a tu prometido?

-Sí...sé que, por lo regular, el padre es quien elige con quién se va a casar la hija mayor. No obstante, necesito que me confirmes lo que quiero escuchar, que me digas lo contrario a lo que mi madre me dice.

-Sigh. Malamente para ambos, no he logrado convencer a tu madre. No la maltrato de ninguna manera ya que no me gustaría que eso te hicieran a ti, Alice.

-Eugeo no sería capaz de ponerme una mano encima...y, en cuanto a mi madre, no sé quién sea la persona que ella quiera enjaretarme.

-Eldrie era un buen muchacho, me atrevo a decir que era parecido a Eugeo, a su modo, claro. No sé si te alegra que él haya muerto aquel día, a mí me tiene sin cuidado, muchos murieron.

-Sólo prométeme que convencerás a madre de que aceptará a Eugeo como mi marido.

-El problema no es convencerla, porque ya lo está. El problema es que quiera que él se case con Selka, no contigo.

-Vaya, por Dios. Ese es otro problema. No quiero que mi relación con Selka vaya a mal por una cosa como ésta.

-Trataré de arreglar los problemas, así que despreocúpate, amorcito. –El señor fue hasta la cama, levantando la fotografía de Eugeo. –Salió muy bien, nunca me dijo exactamente que era, pero es un muy buen regalo.

El señor Schuberg le dio un beso en la frente a Alice, saliendo de su habitación a la vez que daba un pesado suspiró y se encorvaba un poco. vaya que tendría un enorme problema por afrontar.

Le sucedía lo mismo, el candado era el mismo, el problema era con que llave abriría: si con la de Alice, o con la de Selka. Todo eso recaía en los hombros del Señor Schuberg, no podía afrontar a su esposa ya que ella era completamente reacia a casar a su hija mayor con alguien que no sabía si, por lo menos, regresaría de la guerra que ya se cernía sobre el Imperio Humano.

En cuanto a lo demás, Eugeo caminaba por su cuarto, se sentaba de veces, y por algunos segundos, en su cama, llevándose ambas manos juntas al mentón. Pensaba en qué tendría que hacer, qué debía ofrecer, o en qué se tenía que convertir para poder ser aceptado.

Se sentía como plato de segunda mesa: la de Selka. Si bien la madre de Alice no le despreciaba de forma directa, considerarlo ineficiente para la mayor de sus hijas era una forma para despreciarlo.

Ya buscaría la forma de convencerla, tenía que haber algún modo.
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JJa ja ja ja ja
Bueno, ahí va Kazuto...Si supiera que será padre de otro chamo 😶

Por lo demás, el capítulo fue muy lindo, me gusto mucho he he, tiene su romance, leve, pero lo tiene.
Lo malo es que para la siguiente semana me van a querer matar 😬😬😬 no pregunten por qué :v nos vemos entonces, háganse preguntas que no los dejen dormir de noche 😉

Siempre tuyo:

-Arturo Reyes.

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