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¡Sorpresa!

Se sumergió de golpe en las frías y transparentes aguas del río, a pocos metros de la cabaña donde se había recluido durante aquella infernal semana. La chica que lo acompañaba, una de sus amigas de la infancia, no había querido salir a despejarse, a pesar de que se lo ofreció, más por cortesía que por querer realmente su compañía.

Necesitaba unos minutos a solas, mientras el calor que le recorría el cuerpo estuviese aplacado. En cuanto la temperatura corporal se le elevase de nuevo hasta el punto en que las gélidas aguas en las que se encontraba sumergido no serían capaces de contenerla, tendría que volver dentro para volver a saciarse.

Era un maldito ciclo sin fin que lo traía loco desde el año pasado, cuando había alcanzado aquel punto de madurez, sobre todo porque él hubiera querido pasar aquella época con alguien en concreto y no con la joven que lo esperaba en la cabaña, con el cuerpo desnudo y saciado estirado sobre los sacos de dormir.

Gimió, frustrado, al notar que su miembro volvía a endurecerse. Envidió a sus padres una vez más, por poder pasar aquel infernal calor con la persona amada en vez de con la primera persona que les pasara por delante.

Salió del río, sacudiendo su cabellera rubia para deshacerse de las gotas heladas que permanecían entre los encrespados mechones de su cabello. El miembro volvió a latirle, demandando atención; y él volvió a gemir, llevando la mano hasta aquel órgano enteramente masculino, agarrándolo de la base y acariciándolo un par de veces, como para comprobar su resistencia. Si podía retrasarlo un par de horas más...

Pero su segunda cabeza no pareció conforme con su pensamiento, porque volvió a latir e incluso se hinchó un poco más, en protesta por su clara intención de ignorarlo.

―¡Maldita sea!―exclamó, soltando su mano y apretándola en un puño.

―¿Boruto? ¿Te encuentras bien?―Desde el interior de la cabaña, la voz de Sumire lo hizo hacer una mueca―. ¿Necesitas ayuda?―Su tono divertido teñido de descarada coquetería provocó que apretara los dientes.

―¡Ahora voy! ¡No salgas!―Se dio la vuelta y se sumergió una vez más en el río, mientras a su fino oído llegaba el suspiro resignado que daba la chica.

No es que la odiara, era una de sus mejores amigas, la delegada de su curso, nada menos. Era una buena chica, dulce y sensible, dispuesta siempre a ayudar a los demás. En algunas cosas, le recordaba a su madre, siempre solícita y comprensiva, pero fuerte al mismo tiempo.

Sabía lo que ella buscaba de él... bueno, lo que todas las demás chicas de Konoha buscaban de él. Era el hijo de la persona más importante por allí, su madre provenía de una buena familia y no es que estuviera forrados, pero tampoco vivían mal.

Salió del río nuevamente, sin molestarse esta vez en sacudirse el agua que le escurría a chorros por el cuerpo. El calor había comenzado a quemarle las entrañas una vez más, así que tenía que volver a la cabaña para desfogarse, deseando que, cuando lo hiciera, no fuera Sumire la que estuviera tumbada sobre los sacos, sino alguien muy distinto, alguien que lo retaría con la mirada, que sonreiría con ligera arrogancia pero tímida al mismo tiempo, incapaz de ocultar su nerviosismo.

Se le retorció el estómago al recordar que ya ni siquiera podía verla en clase o paseando por el pueblo con su padre. Que ya no iba a casa a estudiar ni a pasar el rato y que no podía hacerla rabiar para tener una buena discusión que le levantara el ánimo.

Se había ido, su madre se la había llevado hacía ya cinco largos años... casi seis. Él no lo entendió en aquel momento, no entendió porqué la tía Sakura se la quería llevar, alejarla de Konoha. Recordó también que sus padres intentaron convencerla y los señores Haruno, los padres de la tía Sakura, habían llorado y suplicado.

No fue hasta el año pasado que volvió a verla en las vacaciones y él alcanzó la madurez que lo entendió.

Porque Sarada no era como ellos... no al cien por cien, al menos. Pero si a aquellas alturas aún no había mostrado signos de cambiar entonces seguramente ya no lo haría nunca.

Resopló, viendo que en sus distraídos pensamientos había llegado a la puerta de la caballa. Echó un último vistazo al cielo despejado, donde el sol brillaba pero apenas se sentía su calor natural. No. Era otro tipo de calor el que lo quemaba por dentro.

Cerró los ojos y suspiró, vaciando su mente de todo pensamiento, centrándose solo en las necesidades físicas que ahora clamaban por ser atendidas cuanto antes. Un gruñido escapó de su garganta y echó la cabeza hacia atrás, inhalando fuerte, llenándose los pulmones de la delicada esencia femenina que salía de la cabaña.

Pero justo en ese momento el viento cambió de dirección, trayéndole un olor tenue, pero familiar. Extremadamente familiar. Frunció el ceño al sentir aquel aroma penetrar en su organismo, lentamente. La bruma de deseo que lo envolvía se disolvió un tanto, dejándolo analizar aquel olor tan conocido.

Olía bien... más que bien... era un olor con el que había soñado durante el último año, un olor que buscaba cada vez que las vacaciones comenzaban, sabiendo que ella llegaría para visitar a su padre de un momento a otro...

Abrió los ojos de golpe, su mano congelada sobre la madera de la puerta de la cabaña. No podía ser... ¿o sí? ¡No, claro que no! ¡Era imposible! ¡El tío Sasuke la había llamado y le había dicho que no podía ir aquella semana! ¡Que tenía asuntos que atender!

Guiado por un impulso, se alejó un tanto de la cabaña en la dirección de la que provenía aquel aroma que reconocería en cualquier parte, consiguiendo ignorar también la dura rigidez de su miembro. Necesitaba comprobarlo... seguramente su mente le había jugado una mala pasada, pero...

Se plantó sobre sus talones y echando la cabeza hacia atrás volvió a inhalar con fuerza, buscando, rastreando. Volvió a sentir su olor y su estúpido corazón palpitó, emocionado, al tiempo que algo se revolvía dentro de él. A duras penas consiguió mantener el control para no aullar y salir corriendo en pos de la dueña de tan deliciosa esencia.

Desde detrás de él le llegó la voz amortiguada de Sumire, pero la ignoró, concentrándose en sentir más y más del olor que tenía a su cuerpo tenso y a su vello erizado.

Gruñó cuando sintió como el aroma que tanto amaba era recubierto de pronto por otros dos olores, desconocidos. Apretó los dientes al distinguir el olor a deseo masculino, como el que él sentía en esos momentos. Abrió los ojos, la furia sustituyendo ahora a la necesidad. Aquellos dos olores habían rodeado al femenino. Miró en la dirección de la que venía el viento y entrecerró los ojos.

El bosque se extendía a todo lo largo y ancho. Sin embargo, no creía que ella se hubiera adentrado en él. No era una chica impulsiva o inconsciente, sino todo lo contrario. De hecho, le sorprendía enormemente darse cuenta de que, pese a la prohibición de su padre, hubiera decidido hacer oídos sordos y venir igual a Konoha. Eso le daba como única opción la carretera.

El pánico se instaló en su interior al darse cuenta de lo que aquello podía significar. Y no era nada bueno. Corrió de vuelta a la cabaña, entrando en la misma como una tromba. Sumire lo miró sorprendida y se incorporó, dejando que sus pechos desnudos cayeran de forma sensual.

Le sorprendió aún más que Boruto la ignorara y se dedicara a buscar entre sus desordenadas ropas. Podía ver su miembro duro e hinchado, clamando por atención.

―¿Boruto...?

―Tengo que irme. Emergencia. ¿Te has traído tu vibrador?―Sumire parpadeó, confusa, intentando ignorar el hecho de que sus propias entrañas ardían por tenerlo a él en su interior, empujando duro y profundo hasta hacerla perder el sentido.

―¿Qué...

―¿Te lo has traído sí o no?―Sumire lo observó, analizando sus gestos y su mirada, mientras extraía un pantalón de chándal y se lo enrollaba en la pierna. Inteligente, pensó Sumire. Así no se rompería cuando cambiara.

Suspiró, dándose cuenta de que sí, él se iba a marchar y a dejarla sola. No se molestó. Debía de ser algo realmente importante para que él decidiera ignorar el deseo que lo acuciaba.

―Sí, claro. A veces me entran ganas cuando estás durmiendo, ya sabes... ―Boruto asintió.

―Bien. Me voy. No le digas a nadie. Volveré en cuanto pueda. ―O en cuanto hubiera cometido un asesinato, pensó.

Porque en cuanto la encontrara le retorcería el cuello por haber sido tan imprudente de ignorar la advertencia de su padre de no acercarse a Konoha.

Salió al frío exterior nuevamente y echó a correr, sintiendo la nieve bajo sus pies descalzos. El corazón comenzó a latirle cada vez más rápido, la adrenalina apoderándose de su cuerpo. Echó la cabeza hacia atrás y aulló, liberando al fin el torrente de poder que lo recorría.

Sus huesos estallaron y sus músculos se volvieron más flexibles. Su nariz se alargó y sus uñas crecieron hasta convertirse en garras.

Pronto ya no quedaba nada del adolescente rubio desgreñado con piel pálida y ojos azules.

Tan solo un lobo que corría por el bosque en busca de su compañera.

Aun si ella no era consciente de ese hecho... todavía.


―¡Oh, venga ya!―Sarada golpeó el volante del coche, frustrada.

El motor había empezado a hacer un ruido extraño hacía un par de kilómetros, pero lo había ignorado, con la esperanza de que el cacharro le aguantara hasta llegar a Konoha. No faltaba más de media hora para llegar y no había ningún taller o gasolinera a la vista. La última la había pasado hacía una hora y poco, y no iba a dar vuelta. Se negaba.

Pero el vehículo había decidido hacer oídos sordos a sus súplicas y a sus amenazas de convertirlo en chatarra para repuestos si no hacía un último esfuerzo, y finalmente se había parado en mitad de la nada.

Porque ahí era donde estaba: en mitad de la nada. No había absolutamente nada ni nadie en varios kilómetros a la redonda, más que un denso bosque que lo rodeaba todo. Sarada sabía que en aquel bosque había cabañas que los leñadores, los guardas forestales y los excursionistas con permiso para visitar esas tierras utilizaban para resguardarse cuando hacía mal tiempo o para pasar la noche o para esperar en un punto fijo si es que se perdían, cosa que solía pasar bastante a menudo.

Pateó la puerta, iracunda, para abrirla. Agarró su abrigo y su gorro antes de salir para ponérselo y protegerse así de las bajas temperaturas del año. No era una experta en mecánica de coches, pero se había estudiado de cabo a rabo el manual del coche cuando su madre lo había comprado e incluso se había empapado de la parte mecánica que entraba en el examen de conducir. Si era una avería sencilla estaba segura de que podría solucionarlo.

Abrió el maletero y se puso el chaleco reflectante por encima del abrigo, para que, en caso improbable de que algún otro conductor pasara por allí la viera de lejos y no la atropellara. Agarró también una linterna que ella había guardado allí hacía tiempo, comprobando aliviada que todavía funcionaba. Caminó ahora hasta la parte delantera del coche y levantó el capó, sujetando la linterna entre los dientes para fijar la plancha de metal y que no se le cayera encima cuando se asomara al motor.

Escudriñó el oscuro interior del mismo, buscando cables sueltos o alguna pieza fuera de lugar. Incluso rezó cuando comprobó el aceite, para que fuera eso lo que lo había hecho pararse. Gasolina todavía quedaba medio depósito, así que no podía ser eso porque, además, había echado un poco en su última parada, en caso de que sus cálculos estuvieran errados y lo que había no le diera para llegar a su destino.

El sonido de un claxon la sobresaltó y se asomó por encima del abierto capó. Frunció el ceño al ver una camioneta más que reluciente. Excursionistas modernos, niños de ciudad que venían a hacer senderismo pensando que sería pan comido.

Sacudió la cabeza, enfadada por juzgarlos tan de buenas a primeras. Solo era la frustración que la comía por dentro.

―Eh, chica, ¿te encuentras bien?―Sarada respiró hondo y asintió.

―Sí, estoy bien. Mi coche ha hecho un ruido raro y se ha parado de repente. Estaba mirando a ver qué había sido―dijo, encogiéndose de hombros, queriendo dar a entender que no era la primera vez que le ocurría y que podía apañárselas perfectamente ella solita.

―¿Necesitas una mano?―Antes de que pudiera responder, los dos ocupantes habían bajado y caminaban hacia ella.

Sarada retrocedió por instinto. Eran dos chicos, jóvenes, universitarios. Los dos sonreían con amabilidad y Sarada bajó un poco la guardia. Era innegable que necesitaba ayuda y, aunque raras veces la pedía por orgullo, en esos momentos tampoco quería quedar tirada en medio quién sabe dónde.

―Gracias. ―Se apartó un tanto, aferrando la linterna con fuerza, en caso de que tuviera que utilizarla como arma.

No se fiaba un pelo de los desconocidos amables. Todos los días aparecían en las noticias casos de chicas y mujeres encontradas muertas tras haber sido violadas. Su madre también le daba el discurso de la seguridad, como lo llamaba ella, mínimo dos veces al mes. Y su padre la había instruido en defensa personal. De hecho, había acudido a clases cuando era pequeña, pero en cuanto se mudó a la ciudad su madre había decidido no apuntarla. Total, le dijo, no había nada que un buen golpe en una zona sensible no arreglara.

Menos la estupidez, claro.

―Hum... parece que hay algo mal con esto de aquí... mira, ven. ―Con cautela, Sarada se acercó nuevamente a los chicos y se asomó, apuntando su propia linterna al interior del capó.

Sintió como ambos se pegaban a ella, uno a cada lado, y como una mano traviesa rozó como por casualidad su pecho al levantarla su dueño para señalar algo dentro del motor.

―Mira, ¿ves? Esto está suelto... ―Otra mano rozó su pierna.

Sarada apretó la mandíbula, apretando con más fuerza la linterna, preparándose para asestar un buen golpe en la cabeza a uno de ellos. Sabía que no tendría posibilidades, porque aunque pudiera noquear a uno―tenía bastante fuerza bruta―aún le quedaba el otro. Y si la inmovilizaba contra el suelo o contra el coche...

Un aullido rasgó el aire y los dos chicos respingaron, volviéndose con miedo hacia el denso bosque que los rodeaba.

―¿Qué ha sido eso?―Sarada aprovechó el desconcierto de sus acompañantes para escabullirse y alejarse de ellos.

―Uh... esto... gracias. Ahora que sé cuál es el problema, puedo arreglarlo. ―Ellos se volvieron a mirarla.

―Oh, pero nosotros podemos ayudarte. Dudo que tengas herramientas...

―... O que sepas utilizarlas, dulzura. ―Sarada volvió a estremecerse.

La amabilidad había desaparecido de sus rostros al ver que ella se les había escapado. Iban a ser más agresivos, pudo verlo en sus miradas y en su andar de depredadores hacia ella. Retrocedió, ahora asustada. Intentó que el pánico no la dominase, tenía una linterna, sabía defenderse, no era una damisela en apuros que necesitase protección...

Antes de poder decir o hacer nada más, una alta figura medio desnuda surgió de entre los árboles del bosque. Un borrón blanco y amarillo la pasó a toda velocidad y se interpuso entre sus atacantes y ella.

Los dos chicos se quedaron anonadados, mientras que Sarada parpadeó. Ante sí se erguía una espalda delgada y desnuda, con todos los músculos tensos, como si fuera a saltar para atacar a los dos chicos. Los brazos y las piernas separadas. Pestañeó nuevamente, diciendo que esa espalda le resultaba familiar, la conocía...

Subió la vista por toda la tensa columna vertebral que adivinaba bajo la piel y los músculos, hasta dar con una mata de cabello rubio espeso y brillante, que destellaba hermosamente a la luz del sol de primera hora de la tarde.

Sus ojos se abrieron como platos al reconocer a su salvador y el alivio se instaló en su pecho, haciéndola suspirar temblorosamente.

―Boruto... ―Un estremecimiento lo recorrió al escuchar su voz, pero no se dejó envolver por la dulce cadencia que emanaba de su pequeño cuerpo.

Tenía asuntos más importantes que atender ahora mismo, como destrozar en pedacitos diminutos a los dos imbéciles que habían osado asustarla y ponerle las manos encima. Podía oler su asqueroso deseo por ella. Gruñó, amenazante, tensando aún más sus definidos músculos.

―Largo―dijo, en un nuevo gruñido.

Los dos hombres retrocedieron al ver el destello peligroso en sus ojos azules. Aquel chico no era normal, parecía estar loco, andando por ahí prácticamente desnudo cuando estaban a temperaturas bajo cero. Se miraron un segundo entre ellos y Boruto volvió a gruñir.

―Eh, vale, tranquilo. Si la quieres, toda tuya, chico. Vámonos. ―Boruto no relajó su postura hasta que no vio cómo ambos se metían en el coche y seguían su camino.

Luego, cerró los ojos y respiró hondo, murmurando maldiciones al tiempo que dejaba que su cuerpo se destensara.

―¿Boruto?―La voz de Sarada pronunciando su nombre lo hizo querer gemir de dolor.

Su miembro se endureció más si cabía y tuvo que luchar para controlarse antes de darse la vuelta para encarar a su tentación personal.

Cerró los ojos ante la visión celestial de Sarada vestida en vaqueros, camiseta térmica, abrigo grueso, gorro rojo con pompón y guantes haciendo juego. Todo hacía que sus curvas se acentuaran y se viera la mar de inocente y tentadora.

―¿Qué haces... ―Los orbes oscuros de Sarada lo repasaron con la mirada y se abrieron como platos al percatarse de un hecho bastante perturbador―. ¡¿Pero tú estás tonto?! ¡¿Cómo andas así por ahí?!―Empezó a sacarse el abrigo, para dárselo al merluzo que tenía delante. ¡Con el frío que hacía, por el amor de Dios!

Boruto pestañeó y bajó la vista. Quiso reír al darse cuenta de que ella parecía preocupada por él, porque no llevaba más que unos pantalones de tela que, si bien estaban hechos de un material que retenía el calor, en un humano normal y corriente no sería suficiente.

Claro que él no era un ser humano normal. A veces dudaba de que siquiera fuera humano.

―Estaba nadando en el río―dijo.

Sarada paró sus movimientos frenéticos y se lo quedó mirando, boquiabierta, no dando crédito a lo que él había dicho.

―¿Qué estabas... en el río... pe-pero... ¡si estamos a diez grados bajo cero! ¡Debería estar el agua congelada! ¡Literalmente! ¡¿Estás zumbado?! ¡Podría haberte dado una hipotermia, un corte de digestión... ―Ahora sí, Boruto echó la cabeza hacia atrás y rio. Sarada sintió que las mejillas se le ponían rojas de ira―. ¡Deja de reírte, capullo! ¡Yo preocupándome por ti y tú... ―Boruto paró de carcajearse y se acercó ella, apenas sintiendo que la grava de la carretera se le clavaba en las plantas de sus pies descalzos.

―Estoy bien. Pero tú estás temblando―dijo, dejando que la ternura se colara en su tono de voz y en su mirada azulada. Se acercó a ella y, con cuidado, le colocó el abrigo de nuevo en su lugar y le subió la cremallera, abrochándoselo hasta el cuello―. Ya está. Estás a salvo. ―Sarada sintió que las lágrimas se le acumulaban en los ojos.

Temblaba, sí, pero no de frío sino de miedo. Ahora que ya no tenía la adrenalina disparada, se había dado cuenta de que, de no ser por la oportuna aparición de Boruto, habría ocurrido algo realmente horripilante. Se estremeció y apenas notó cuando Boruto suspiró y le quitó suavemente la linterna de las manos.

―Ve al coche. Deduzco que te ha dejado tirada. Lo arreglaré, pero no salgas. ―Sarada lo miró y asintió, tragando saliva. De repente se había apoderado de ella un cansancio tremendo y tan solo quería acurrucarse en algún lugar a dormir hasta el día siguiente, por lo menos.

A pesar de que odiaba recibir órdenes―especialmente si estas provenían del rubio frente a ella―hizo caso por esta vez, prometiéndose vengarse en un futuro próximo.

Anduvo hacia el coche y se metió dentro, en el asiento del pasajero. No se sentaría frente al volante hasta que las manos dejaran de temblarle. Y sabía de buena tinta que Boruto era un excelente conductor y, además, mejor conocedor de aquellos caminos que ella. Podía ser un imbécil arrogante y con menos cerebro que un mosquito, pero sabía que podía confiar en él. Boruto Uzumaki era de las pocas personas a la que le confiaría hasta su vida.

Pasaron varios minutos hasta que escuchó el capó cerrarse y la puerta del conductor abrirse. Miró para Boruto cuando se sentó, fijándose en que no solo iba medio desnudo sino que, además, tampoco llevaba zapatos. Murmuró algo así como "estúpido crío inconsciente" y se abrochó el cinturón de seguridad.

Boruto sonrió mientras hacía lo propio y ponía el motor en marcha. Hasta ahora la cosa iba bien. No se había abalanzado sobre ella como un animal dispuesto a devorarla y, aunque su amiga seguía más que animada, estaba pudiendo contenerse.

Ahora solo tenía que llevarla sana y salva hasta la casa de sus abuelos. Kizashi y Mebuki seguramente se sentirían sorprendidos pero también encantados de tenerla allí, y podía confiar en que ellos la protegerían y no la dejarían andar por ahí sola sin ton ni son.

Pisó el acelerador y las ruedas empezaron a andar por la carretera.

―¿Cómo lo hiciste? No te vi ir al maletero a por las herramientas... ―Boruto quiso sonreír, pero se contuvo.

―No hizo falta. Solo había que apretar un poco. Claro que es un apaño temporal. Tendrás que pedirle a papá que lo revise una vez lleguemos... ―Sarada respiró aliviada y asintió, conforme.

El padre de Boruto, su tío Naruto, era muy bueno arreglando cosas, un manitas. No necesitaba las instrucciones de ningún aparato porque en cuanto lo abría enseguida descifraba su funcionamiento. Era una habilidad de la que Sarada carecía y que envidiaba profundamente, porque además Boruto había heredado aquella virtud más la inteligencia de su madre.

Pensar en la tía Hinata la llevó irremediablemente a pensar en su propia madre. Se sintió levemente culpable por haberse marchado como lo hizo, sin dejar una mísera nota siquiera. Sacó el móvil del bolsillo y la llamó. Sabía que no contestaría, nunca contestaba si estaba trabajando, pero le dejó un mensaje en el buzón de voz. Boruto la observó hacerlo de reojo.

―¿Tu madre no sabes que estás aquí?―Sarada sintió que sus mejillas se ruborizaban involuntariamente y eso la irritó.

Nunca le había gustado mostrar sus emociones o sus sentimientos, pero mucho menos a Boruto. Podía ser su mejor amigo, sí; y además el chico que la hacía suspirar como tonta y temblar bajo su mirada azul.

Apartó aquellos pensamientos de sí con furia. No era correcto, Boruto no la quería de esa manera y eran casi hermanos. Estaba segura de que si él llegaba a saber lo que sentía se reiría en su cara. Y ella se moriría de la vergüenza para luego correr a llorar al rincón más oscuro y deprimente de su habitación.

Tan solo le quedaría la efímera satisfacción de que su padre se vengaría por ella.

Pensar en su progenitor trajo una sonrisa a su rostro y eso alivió la preocupación de Boruto. Se había llevado un susto de muerte al sentir la presencia de Sarada en las tierras de Konoha. Se suponía que ella no debía estar allí. Pero ahora lo estaba, y eso a su alma y a su miembro les parecía bien, más que bien.

Resopló, fastidiado, viéndose los próximos días teniendo que alejarse de ella y desahogándose con Sumire nuevamente. Puñetera época de celo. ¿No podían haber prescindido sus ancestros de aquel calor de los mil demonios?

―Te llevaré a casa de tus abuelos―dijo, rompiendo así el silencio que se había apoderado del interior del coche y que los hacía a ambos estar si cabe más nerviosos.

Sarada pestañeó y lo miró, analizando sus palabras.

―He venido para ver a papá. ―Boruto se armó de paciencia, temiendo descontrolarse si ella empezaba a discutir con él.

―El tío Sasuke no... no está disponible estos días. ―Sarada frunció el ceño.

―¿Disponible? ¿Qué quieres decir con que no está disponible?

―Tiene... tiene mucho trabajo. ―Sarada arqueó una ceja.

―Papá es el jefe de policía. Siempre tiene trabajo. ―Boruto rodó los ojos, apretando al mismo tiempo el volante con tanta fuerza que temió romperlo.

Era lo último que le faltaba: asustarla con su fuerza descomunal. Aunque Sarada no se quedaba atrás. Puede que no fuera una pura sangre, pero había heredado aquella característica de su padre. Claro que ella ni se había dado cuenta. Nunca había cambiado y no tenía ni idea de que su fuerza iba más allá que las de los demás humanos, porque nunca había tenido que usarla.

En parte, Boruto agradecía eso, porque le había permitido irse y tener una vida normal como una humana normal. No es que a él no le gustara Konoha, ni mucho menos, adoraba su pueblo, su hogar. Pero a veces, como todo joven, anhelaba poder viajar. Esperaba con ansia poder ir a la universidad, porque sería la única oportunidad que tendría para ver un poco del mundo que se extendía más allá de Konoha.

Escuchó un suspiro proveniente de Sarada―otro más―y buscó en su mente algo que decirle, una explicación que ella aceptara sin rechistar. Se le ocurrió algo bueno y que, además, ella no cuestionaría.

―El tío Sasuke no se encuentra en Konoha en estos momentos. ―Sarada lo miró nuevamente, atenta ahora a sus palabras―. Al parecer un fugitivo ha traspasado los límites de Konoha y le han pedido ayuda para capturarlo. Papá lo está ayudando, también. Y el tío Kiba y el tío Shino. Mamá colabora a veces, pero ya sabes que no le gusta dejar a Hima sola mucho tiempo. ―Sarada analizó lo dicho por su amigo mientras Boruto rezaba porque lo creyera.

Se le retorció el estómago por tener que mentirle de aquella manera, pero la madre de Sarada les había prohibido hablarle de su herencia, de lo que eran en realidad y de lo que podían hacer. A pesar de las protestas de Mebuki y de Kizashi y de la insistencia de todo el pueblo, Sakura no había dado su brazo a torcer y, a pesar de que aquello hacía sufrir a Sasuke, él mismo dijo que estaba bien y hasta ahora habían respetado su decisión.

No obstante, en algún momento Sarada tendría que saber. Todos en Konoha sabían que ella era su compañera, su única destinada. No quedaba mucho tiempo para que la tomara y, aunque se fueran a estudiar a la universidad, él se iría con ella, adonde fuese. Se adaptaría como en su día se adaptó su padre.

Suspiró al pensar en sus padres. No había sido fácil para ellos al principio, según le habían contado. Su madre provenía de otro lugar, aún más aislado que Konoha. Se conocían desde pequeños porque una vez al año todas las grandes familias se reunían y hacían una fiesta. Familiares que vivían separados casi todo el año se veían y se ponían al día. Cuando sus padres maduraron no había sido fácil para su progenitor aceptar quién habían decidido los espíritus que era su compañera. En aquella época, al parecer, tenía un enamoramiento por otra chica: por la madre de Sarada. Pero luego, a raíz de un montón de problemas y enredos, había descubierto que no podía estar más enamorado de la que hoy era la madre de sus hijos.

Para Hinata había sido más fácil, porque ella ya estaba enamorada de Naruto. Era un sueño hecho realidad para ella y no se rindió. Luchó por ganarse su lugar a su lado, incluso poniendo su propia vida en riesgo.

Y, hoy por hoy, la familia Uzumaki era feliz. Su hogar era un núcleo de calor y felicidad y él no podía esperar para tener lo mismo con la hermosa joven que estaba a su lado.

―Entiendo... ―La voz de Sarada lo distrajo de sus caóticos pensamientos.

La miró de reojo, aliviado al ver que se había tragado tremenda trola. Pero no podía decirle la verdad: que su padre estaría encerrado en una de las cabañas clavándosela como un loco a alguna de las mujeres del pueblo. Y sufriendo en el proceso por desear que fuese otra mujer la que estaba bajo él... o sobre él... o delante de él...

Las luces de Konoha aparecieron al fin en la distancia y Boruto sintió que podía relajarse por fin. Tanto tiempo encerrado en un espacio tan pequeño rodeado del delicioso olor de Sarada lo estaba llevando poco a poco a la locura más absoluta.

El puesto del guarda estaba ocupado por uno de los agentes humanos aquella noche. El pobre hombre se había dormido y Boruto rio entre dientes, divertido. Pasó lo más suavemente que pudo para no despertarlo y, aunque el hombre se sacudió en sueños ante el ronroneo del motor no se despertó. Boruto sabía que si su tío Sasuke se enteraba el guardia estaría despedido en menos que canta un gallo, aunque después sería readmitido con la misma rapidez. Era muy poco frecuente que en una familia como la suya se excluyese a los escasos humanos normales en los que podían confiar. Tenían que cometer algo muy gordo como que el líder del pueblo se planteara el expulsarlo de sus tierras para siempre.

Solo había ocurrido algo así una vez antes y había sido hacía mucho, mucho tiempo.

Boruto guio el coche por las calles silenciosas llenas de nieve. Sarada se animó ante la vista de las casas de madera que daban sensación de hogar y calidez. Se fijó en que todo estaba demasiado silencioso, pero quizás era simplemente que aquel día había poca actividad. Eran vacaciones y normalmente Konoha estaría llena de turistas. Sarada se dio cuenta, con sorpresa, en que no había ni uno pululando por ahí. Quizás habría pocos y estarían en alguna excursión... pero la mayoría de las tiendas también estaban cerradas a cal y canto, salvo algunas pocas excepciones como la de 24h, la farmacia y la droguería.

Pero eran las únicas.

―¿Por qué no hay nadie en las calles? ¿Mala temporada?―Por toda respuesta Boruto se encogió de hombros, dando así a entender que no lo sabía.

Sarada frunció el ceño, intuyendo que su amigo le ocultaba algo, pero lo dejó correr porque de pronto, ante su vista, apareció la casa de sus abuelos.

Ansiosa, abrió la puerta del coche y saltó fuera. Boruto sonrió al verla tan entusiasmada y, cuando se reunió con ella ante la puerta de entrada de la casa de los Haruno y Sarada le sonrió, radiante, Boruto creyó que una colmena de abejas había decidido acampar en su estómago, revoloteando por todo su sistema y haciendo que toda su piel le cosquilleara y que su vello se erizara.

Temeroso de hacer algo que después lamentaría, se adelantó un par de pasos y llamó a la puerta con fuerza, sabedor de que enseguida alguno de los señores Haruno acudiría. Sin embargo, volvió a llamar pasados un par de segundos, ansioso por irse de allí cuanto antes. Sarada se había puesto a su lado y su aroma lo estaba envolviendo nuevamente.

¡Tenía que salir de allí inmediatamente! ¡Ahora!

―¡Ya voy, ya voy! Dios, qué prisas... estos turistas que se pierden cada dos por tres... ―Boruto se apartó de la puerta en cuanto esta se abrió, dejando paso a un hombre grande de extraño cabello rosa y sonrisa bonachona.

Kizashi Haruno parpadeó al ver a Boruto Uzumaki en el umbral de su puerta.

―¿Boruto? ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar- ―Por toda respuesta, Boruto agarró el brazo de Sarada y la empujó hacia su abuelo.

La chica chilló, medio en protesta medio por la sorpresa. Aquello la cogió desprevenida. Kizashi abrió los ojos como platos y apenas acertó a sostenerla cuando Boruto la lanzó hacia su pecho con fuerza. Se tambaleó cuando el peso de su nieta cayó sobre él y tuvieron que pasar unos segundos hasta que recuperó el equilibrio.

―Ha venido por su cuenta. Cuidadla. Que no ande sola por ahí'ttebasa. ―Sarada respingó al escucharle aquella muletilla que ahora en raras ocasiones le salía, salvo cuando estaba enfadado o alterado por algo.

Kizashi tragó saliva y asintió, preguntándose qué demonios hacía allí su nieta y cómo había llegado hasta Konoha.

―¿Cariño? ¿Quién- ―La voz de Mebuki se interrumpió cuando la rubia cabeza de la mujer se asomó a la entrada, quedándose patidifusa al ver a su pequeña nieta Sarada en brazos de su marido y a Boruto en el umbral, con pinta de estar más cabreado que nunca en su vida―. ¿Sa-Sarada? ¿Q-qué haces tú...

―¿Puedo contar con vosotros?―Mebuki se enderezó y adoptó un aire serio, sabiendo perfectamente lo que el joven rubio les estaba preguntando.

―Por supuesto.

―La mantendremos segura. ―Boruto asintió; se dio la vuelta y se fue en un suspiro.

En su aturdimiento, Sarada solo acertó a darse cuenta de dos cosas.

Uno: que Boruto parecía estar cabreado con ella o con él mismo por algo. Aún no lo tenía muy claro.

Y dos: que todavía seguía descalzo y medio desnudo.

Frunció el ceño y bufó.

Tarado pervertido. Seguramente lo había pillado metiéndole mano a alguna pobre inocente en el río en vez de estar bañándose como le había dicho.

Un dolor sordo hizo que se le encogiera el corazón al pensar en Boruto siendo abrazado y besado por otra chica.

Pero ella no era más que su mejor amiga... y eso nunca cambiaría. Lo había sabido desde que el año pasado él se había limitado a pasar de ella en las vacaciones de verano mientras le dedicaba toda su atención a otras chicas, chicas altas, de piernas largas y con curvas de infarto.

Se abrazó a sí misma, apretando sus pechos pequeños y sin forma y sintiendo su esquelética cintura y sus piernas que parecían palos en comparación con las fuertes y curvilíneas que solían tener las mujeres de verdad.

―¿Sarada? ¿Te encuentras bien, cielo?―Se permitió ser vulnerable unos minutos para luego enderezarse y asentir, inexpresiva.

―Sí, abuela, estoy bien. ―Kizashi y Mebuki se miraron, compartiendo una mirada llena de entendimiento y compasión.

Ambos suspiraron, lamentando la decisión de su hija de mantener a Sarada en la ignorancia. Pero Sasuke les había hecho prometer que respetarían aquella decisión. Al fin y al cabo, Sakura era su madre.

―Ven, vamos. El abuelo y yo estábamos a punto de ver una película y de tomar un buen chocolate caliente. ―Sarada se animó enseguida ante la sugerencia.

―¿Puedes ponerle nubes al mío?―Mebuki y Kizashi rieron, felices de ver el rostro de la adolescente teñirse nuevamente de alegría.

―Todas las que quieras, cielo. Ven, anda. Ayúdame mientras el viejo de tu abuelo deja a sus cansados huesos descansar.

―¿A quién llamas viejo? Todavía estoy en forma. ―Kizashi separó las piernas y puso las manos en sus caderas, retando con la mirada a su esposa a decir lo contrario.

―Claro que sí, cariño. ―El hombre frunció el ceño pero al escuchar las risas de las dos féminas perderse en la cocina meneó la cabeza, sonriente.

Miró para la puerta de entrada de la casa, recordando la mueca de dolor de Boruto al entregarle a Sarada, al tener que soltarla y abandonarla. Suspiró y se dirigió al salón, dejándose caer en su sillón favorito.

―Sakura, Sakura... no puedes mantenerla para siempre en la ignorancia. No quedan más que unos días para que ambos cumplan los dieciocho... ¿qué harás entonces?

En la lejanía, el aullido lleno de dolor de un lobo lo hizo estremecerse, y envió toda la fuerza del mundo a ese animal solitario que agonizaba cada día un poco más.

«Pronto, hijo, pronto. Solo aguanta un poco más. Solo un poco más»




Pues aquí está el primer capítulo. De verdad, estoy súper ilusionada y emocionada por este loco y nuevo proyecto. No era el plan, pero bueh, me moría de ganas por publicar algo distinto a lo que suelo y esta historia, que vino a mí así, de sopetón, una noche de desvelo, y no pude resistirme.

Sé que me voy a tardar con las actualizaciones, hablando a largo plazo, así que pido disculpas de antemano por la larga espera que vais a tener que soportar xD.

Gracias a todos los que me leéis, votáis y comentáis. No sabéis lo que significa para mí que me apoyéis en esta nueva historia. Sois un amor, de verdad. Gracias.

¡Nos leemos!

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