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Pequeño inconveniente

Un gruñido retumbó en la habitación. Apretó el cabecero con las manos, las pupilas se le dilataron hasta que casi se tragaron el azul cielo de sus ojos. Encima de él, a horcajadas sobre su cuerpo, una auténtica Diosa se arqueaba, cabalgándolo con ímpetu, gimiendo con descontrol. Las uñas femeninas se alargaron un tanto y se le clavaron en el abdomen, enviando el dulce dolor por todo su cuerpo que enseguida se transformó en desbordante placer.

Sus propias uñas crecieron hasta desgarrar el cabecero de la cama, partiéndose este en varios pedazos grandes. Sin apoyo para su espalda, se incorporó, obligando a su compañera de cama―y de vida―a echarse ella sobre el colchón. Fue un movimiento repentino pero ejecutado con cuidado, asegurándose de no salirse de su húmedo y cálido interior.

De rodillas él ahora sobre las sábanas, ancló las manos en las caderas femeninas y la levantó, hundiéndose todavía más profundamente en ese cuerpo que con el pasar de los años le gustaba más y más.

Ladeó la cabeza con una sonrisa de superioridad al ver cómo ella se retorcía, se arqueaba y suplicaba. Pero él se movió lento, clavando su longitud hasta el fondo de esa cueva ardiente y estrecha que era su propio paraíso personal.

Soltó una mano y acarició aquel cuerpo que había visto cambiar de niña a mujer, maravillándose de su suavidad, de lo bien que encajaban juntos. Jugueteó con los duros pezones, sacándole más de esos gemidos que le encantaban y lo volvían loco, loco de deseo, loco por poseerla, loco por saberla suya y solamente suya.

Con un grito, ella al fin sucumbió, sacudiéndose sobre la cama. Fue cuando él sintió romperse su férreo autocontrol y echó la cabeza hacia atrás, aumentando el ritmo de sus empujes, mientras ella lo dejaba hacer, temblorosa.

Sintió su clímax construirse y se arqueó contra la fémina mientras volvía a agarrar con fuerza sus caderas. Aulló cuando al fin explotó, llenándola, un aullido que reverberó en aquella cabaña solitaria en medio del bosque.

Temblando, esperó hasta que se vació completamente y luego se dejó caer como un fardo sobre su acompañante, el cuerpo relajado y saciado, los ojos cerrados y una sonrisa de completa satisfacción en su rostro, que amplió cuando notó las pequeñas y amorosas manos de ella acariciarlo, como si fuera lo más bello y precioso del mundo.

Un suspiro abandonó los labios femeninos; apoyando los codos a los lados de ese pequeño cuerpo que adoraba se incorporó, mirándola ahora con preocupación.

―¿Estás bien?―La voz ronca la hizo curvar los labios en una sonrisa.

―Sí... ―suspiró, temblorosa, con los ojos cerrados, disfrutando de la sensación del cuerpo masculino, caliente y duro, sobre el suyo.

Con algo de esfuerzo, él la rodeó con los brazos y se revolvió en la cama, hasta darse la vuelta y apoyar ambos la cabeza en la almohada que, sorpresivamente, había sobrevivido a sus garras y a sus afilados dientes.

No así el bonito cabecero de madera, que yacía destrozado, astillas desperdigadas por el suelo. Suspiró.

―Tendré que hacer uno nuevo'ttebayo. ―Oyó una risita femenina que le calentó el corazón.

Bajó la vista hacia su compañera y ahora sí, pudo ver aquellos orbes perlados, ahora casi plateados, bordeados de lila, que lo miraban con todo el amor del mundo reflejado en ellos. Él debía de estarla mirando de igual manera, porque un leve sonrojo tiñó las mejillas del pálido rostro.

Rio y la abrazó, feliz.

―Hum... ¿cómo crees que estará Boruto?―preguntó la mujer tras varios segundos de silencio, acariciando el vello rubio del pecho de su compañero.

Sintió la vibración de una risa y levantó la vista para mirarlo, con el ceño fruncido.

―Seguro que tan bien como tú y como yo, mi amor.

―¡Naruto-kun!―Lo reprendió ella, golpeándole el hombro e imprimiendo en el movimiento algo de la fuerza sobrehumana que ostentaban todos los de su clase.

Claro que no era suficiente para hacerle daño, él sabía que ella jamás le haría daño. La apretó contra sí y la besó, vorazmente, deseando ya volver a poseerla. Sintió la lengua femenina rozarse con la suya y aquello fue su perdición.

Enseguida la tuvo bajo él nuevamente mientras las bocas de ambos luchaban por ver quién tomaba el control. Su compañera se frotó sensualmente contra él.

―Hinata... ―gimió, con la voz ronca por el deseo.

―Naruto-kun... yo... te necesito... ―Las mejillas enrojecidas se lo confirmaron: el calor la estaba golpeando nuevamente, al igual que a él, y no sería un buen compañero si no satisfacía su necesidad.

La montó rápido y duro esa vez, no queriendo demorarse en hacerla suya una vez más, sintiéndose la criatura más feliz del planeta por poder disfrutar de aquel cuerpo de tentación, hecho especialmente para el pecado.

Alcanzaron la cota de placer al mismo tiempo, gimiendo y rasguñándose el uno al otro, dejando marcas que le apenaba saber que desaparecerían en cuestión de minutos. No le importaría presumirlas por ahí, hacerles saber a todos lo apasionada y feliz que era su compañera.

Aún estaban disfrutando de los últimos coletazos de aquel explosivo orgasmo cuando unos fuertes golpes en la puerta de la cabaña los devolvieron a la realidad. La pareja frunció el ceño y se miró. Naruto contrariado y Hinata curiosa y preocupada.

¿Quién osaría interrumpirlos cuando todos sabían en qué época del año se encontraban? Era peligroso acercarse a ellos cuando el calor estaba en pleno apogeo, todos en Konoha lo sabían y por eso había protocolos a seguir, una forma segura de hacer las cosas.

Los golpes volvieron a sonar, pero esta vez acompañados de una voz que ambos conocían bien:

―¡Sé que estás ahí, viejo! ¡Deja de corromper a mamá y sal de una vez'dattebasa!―Naruto gruñó ante la evidente falta de respeto de su hijo.

―Será posible...

―Naruto-kun. ―Preocupada, Hinata se incorporó junto a él y le acarició la mejilla―. Boruto no habría venido a buscarnos de no ser... importante. Él también debe estar... ―Naruto la silenció con un rápido beso, para acto seguido apartarse en busca de un pantalón o algo para ponerse.

―Lo sé, lo sé. Algo grave tiene que haber ocurrido... ―La preocupación tiñó ahora también sus varoniles rasgos, mientras deslizaba sus esbeltas y morenas piernas en unos vaqueros oscuros―. Pero tú... no te muevas de ahí―le dijo, arrodillándose en la cama para besarla en los labios―. Tengo planes para ti―la recorrió de arriba a abajo con una mirada de lo más descarada que la hizo enrojecer―grandes, grandes planes para ti...

Lo vio irse y se llevó las manos a su cara hirviendo, de vergüenza pero también de excitación, suspirando mientras veía el más que perfecto trasero de su compañero desaparecer tras la puerta de la cabaña, hacia el exterior.

Era tan perfecto... y tan suyo...

Fuera, Naruto se apoyó con los brazos cruzados sobre el pecho en la pared de madera de la cabaña, mirando para su primogénito con el ceño fruncido y el cuerpo tenso. Boruto hizo una mueca. Había olido a sus padres hacía ya varios kilómetros y, aunque le repugnaba saber lo que estaban haciendo―a pesar de que tenía pleno conocimiento del porqué, no podía dejar de pensar en que eran sus padres―no había querido demorar más la noticia.

Su padre tenía que saberlo, era su derecho como líder de la manada, y nadie más se atrevería a interrumpirlo en pleno acto carnal. Boruto, probablemente, era el único con los suficientes arrestos como para ello, y no pudo evitar sentir una leve sensación de placer al saberse el guardián de la decencia de su madre.

Aunque... ¿a quién quería engañar? Sabía perfectamente de dónde venían los niños y, además, estaba en su naturaleza el ser apasionados y espontáneos, mucho más que los humanos normales y corrientes.

―Boruto―la voz profunda de su padre lo hizo ponerse rígido―, estoy esperando. ¿No deberías estar con Sumire en la cabaña del río?―Boruto tragó saliva y asintió, intentando imaginarse cómo se tomaría su progenitor la mala noticia.

―Así era, pero... olí algo... extraño... ―Ahora fue el turno de Naruto de incorporarse y ponerse tenso.

―¿Algo extraño?―preguntó, en un susurro apenas audible que sin embargo a los oídos del rubio menor sonó casi como un grito.

Naruto respiró hondo y se separó de la cabaña. Hizo señas a su hijo para que lo siguiera y ambos se alejaron un tanto de la cabaña donde, seguramente, Hinata estaría retorciéndose las manos de preocupación.

―Bien. ―Naruto se detuvo en un claro y habló en un susurro aún más bajo que el anterior―. Habla. ―Boruto respiró hondo y decidió que lo mejor sería soltar la noticia de golpe.

―Sarada está aquí. ―Durante unos segundos Naruto no pestañeó, para luego fruncir el ceño y sacudir la cabeza.

―Imposible'ttebayo. Sasuke se aseguró de dejarle bien claro que no podía venir...

―Está aquí―insistió Boruto.

―Es imposible―insistió a su vez Naruto, terco y tenso como una cuerda de violín.

―¡Y yo te digo que está aquí, viejo de mierda! ¡Por una vez, hazme caso, joder!―Ante los insultos de su hijo, Naruto flexionó los músculos y gruñó, en clara advertencia. Boruto respiró hondo de nuevo; necesitaba calmarse o estallaría; llevaba al borde del límite desde hacía un par de horas, no sabía cuánto más podría soportar, pero sabía que liarse a golpes con su padre, aunque serviría para tranquilizarlo, disgustaría a su madre, así que se contuvo de lanzarse sobre el adulto―. Está aquí, la olí, seguí el rastro y tuve que rescatarla de dos imbéciles en la carretera que querían abusar de ella... ―Naruto abrió los ojos como platos para luego gruñir y maldecir, todo a la vez.

―¿Lo sabe el teme?―Boruto negó―. Bien, que siga así. ¿Dónde...

―La llevé con sus abuelos.

―¿Sakura...

―No está, es decir, no vino con ella. Sarada... al parecer se escapó. ―Naruto volvió a maldecir, ahora sonoramente.

Empezó a pasearse por el claro, notablemente alterado, pensando. Tras varios minutos se detuvo de golpe y se giró a mirar a Boruto, la culpabilidad reflejándose en sus orbes azules.

―¿Tú... como estás?―Boruto se dio la vuelta bruscamente, negándose a que su padre viera su dolor y su desesperación.

No era un cachorro asustado que necesitase la protección de sus padres. Era un hombre; al menos, en los términos de su especie.

―Estoy bien'ttebasa. ―Naruto no le creyó ni por un momento, pero se abstuvo de seguir hurgando en la herida, sabiendo que no le haría ningún bien a su hijo recordándole aquello que necesitaba desesperadamente, pero que no podía tener...

De momento.

Se pasó una mano por el pelo, frustrado. Que Sarada estuviera en Konoha era una mala noticia, una muy mala noticia. Con su verdadera compañera tan cerca, no sabía si Boruto tendría la suficiente fuerza de voluntad como para refrenarse. Dios sabe que él no la había tenido en su día, hiriendo de paso en lo más hondo a Hinata...

Sacudió la cabeza, negándose a resucitar los viejos y amargos recuerdos. El pasado era mejor dejarlo donde estaba, no se ganaba nada removiéndolo y hurgando en él, más que dolor.

Tenía que tomar una decisión rápida. Obviamente, no podía mandar a Boruto a vigilarla. Sasuke tampoco era una opción. Estaba seguro de que, en medio del calor que los asolaba a todos, acabaría retorciéndole el cuello a su hijo por haberlo desobedecido. Avisar a Sakura parecía la opción más sensata. Seguramente pondría el grito en el cielo y los insultaría hasta quedarse sin voz, pero no le quedaba otra opción.

Sakura podía ser difícil, sí, pero él ya no era un crío que se dejaba apabullar por sus estallidos de carácter, cuando creía que la quería más que nada en el mundo y bailaba encantado al son que ella tocaba.

―Vuelve con Sumire. Yo me encargo de este asunto. ―Boruto apretó la mandíbula.

―¿Qué vas a-

―Ya me has oído'ttebayo. ―Boruto alzó el mentón, desafiante, negándose a obedecer―. Boruto, no agotes mi paciencia. Estoy a esto de estamparte contra ese árbol que tienes detrás. ―Boruto tuvo el sentido común de retroceder y bajar la cabeza, sabiendo que su padre lo decía en serio.

No era de cuerdos desafiar a un cambiante en medio del calor, mucho menos si este era el alfa, el líder de la manada.

Renuente, asintió y se giró; abrió y cerró los puños, balanceándose sobre sus talones, vacilante.

―Prométeme que ella... ella estará bien. ―Naruto suavizó su expresión y su voz sonó calmada cuando respondió.

―Te doy mi palabra. ―Aquello fue suficiente para Boruto, sabía que su padre cumpliría su promesa, siempre las cumplía. A veces tarde, pero las cumplía.

Echó la cabeza hacia atrás, aulló y dejó que la bestia ocupara el lugar del humano, echando luego a correr tan rápido como sus recias patas le permitieron. Naruto observó con el orgullo pintado en su rostro la forma lobuna de su primogénito. Era casi tan imponente y majestuoso como él.

Casi.

Sonriendo, regresó a la cabaña donde lo esperaba su dispuesta y seguramente caliente esposa. Abrió la puerta, esperando encontrársela todavía sobre la cama, desnuda y anhelante de sus caricias y de sus besos...

Pero lo recibió una imagen bien distinta. Hinata estaba sobre la cama, sí, pero no dispuesta y anhelante como había supuesto―y deseado―que así sería. Sino que estaba sentada al borde, con los brazos cruzados sobre sus hermosos senos y el ceño fruncido, afeando su precioso rostro de porcelana.

―Naruto-kun―llamó, en ese tono autoritario que utilizaba cuando quería regañarlo o llamarle la atención en serio; tuvo que controlar la excitación que lo recorrió al escucharla, notando su miembro hincharse y palpitar dentro de los vaqueros desabrochados―. No vas a avisar a... a Sakura. ―Ahora fue el turno de Naruto de fruncir el ceño.

―Debo hacerlo. ―Hinata resopló―. Hice una promesa, Hinata―dijo, acercándose a ella y dejándose caer a su lado; le pasó un brazo por los hombros, abrazándola y besando su cabeza cariñosamente―. No puedo romperla porque así'ttebayo. ―Hinata deshizo su ceño y lo miró, suplicante.

Naruto sintió revolverse sus entrañas; cuando lo miraba así, él quería decirle a todo que sí y conseguirle hasta la luna, si ella se lo pedía, con esa vocecita sexy que lo ponía a mil aun sin ser ella consciente.

―¿Y si esperas a hablar con Sasuke-kun?―Naruto suspiró.

―Hinata...

―No, escúchame: Sakura será su madre, pero Sasuke-kun es su padre. Además: Sarada pertenece aquí, a Konoha. Ya es mayorcita y...

―No, sigue siendo una niña―corrigió Naruto. Hinata lo fulminó con la mirada.

―No según nuestras leyes.

―Pero sí las humanas.

―Sarada no es humana, no al cien por cien.

―No ha cambiado.

―Pero lo hará.

―Hinata...

―Lo hará―insistió Hinata, terca como ella sola. Naruto no pudo evitar sonreír, adorando esa faceta cabezona de su compañera―. Solo dale tiempo. No es una sangre pura... como tú, como yo o como Boruto... ―Naruto la calló poniendo un dedo sobre sus rosados y carnosos labios.

―Sabes que no puedo romper mi promesa―susurró, en voz baja―. Sasuke es...

―Es tu mejor amigo, lo sé. ―Hinata se mordió el labio inferior y Naruto sintió unas ganas enormes de olvidarse de aquella espinosa conversación para pasar a actividades mucho más interesantes que charlar―. Pero Sarada es... es la compañera de nuestro hijo. ―Naruto se quedó sin respiración al ver esos preciosos orbes color perla inundarse de lágrimas.

La abrazó, aplastándola contra su cuerpo, sintiendo él también la tristeza invadirlo.

―Lo sé, preciosa, lo sé. ―Le acarició el pelo, buscando tranquilizar sus miedos.

―Sarada es desgraciada estando lejos―musitó su mujer. Naruto no se lo rebatió. Era de todos sobradamente conocido el disgusto y la desolación que teñían el rostro de la pequeña de los Uchiha cada vez que tenía que abandonar Konoha para regresar a la ciudad, al lado de su madre―. Ella pertenece a Konoha.

―Puede―dijo Naruto, sin atreverse a confirmarlo.

―Naruto-kun...

―Esperaré a hablar con Sasuke―dijo él tras varios minutos de silencio.

Hinata levantó la cabeza y lo miró, encantada con su decisión.

―Oh, Naruto-kun...

―Pero no puedo hacer más, Hinata. Ellos son sus padres. ―Hinata suspiró, hundiendo los hombros.

―Lo sé, y sé que también lo que te cuesta no cumplir tu promesa... de inmediato. Pero piensa en nuestro hijo y en Sarada. Ellos se quieren, se necesitan... y sabes lo que ocurrirá si no... si no se aceptan. ―Naruto desvió la vista, la culpa por las acciones del pasado carcomiéndolo.

Sintió el suave toque de Hinata en su rostro y se obligó a mirarla, sintiendo un nudo instalarse en su garganta al ver el profundo amor que ella le profesaba en su mirada perlada.

―Sarada tiene que saber. No se deberían repetir los errores del pasado. ―Naruto tragó saliva y asintió, algo más brusco de lo que debería―. Naruto-kun... ―Él volvió a mirarla―. No fue solo culpa tuya. Lo que ocurrió... ―Naruto enmarcó su rostro y lo acunó, para luego besarla dulcemente.

―No hablemos del pasado―dijo, con la voz ronca―. Ahora... ―Cogió una de las pequeñas manos femeninas y la puso sobre su erección―. Te necesitan por aquí. ―El calor volvió a subir haciendo que su piel ardiera.

Hinata soltó una risita, sintiendo sus propios entrañas derretirse, todo su cuerpo anhelando las caricias de su compañero.

Lo besó y él gruñó. Se montó a horcajadas sobre su regazo y Naruto la sujetó de las nalgas, posicionándola donde la quería. Se encajó en su calor y sintió que alcanzaba el cielo cuando ella comenzó a moverse, ondulando su hermosa anatomía sensualmente, incitándolo con cada movimiento a perderse una vez más en su cuerpo.

Y Naruto no se lo negó, necesitándolo tanto como ella.

Luego lidiaría con los problemas. Ahora solo quería sentir, olvidar.

Y demostrarle una vez más a Hinata cuánto la amaba y la necesitaba.


Sarada sintió el frío sol de la mañana colarse por las cortinas abiertas del cuarto de invitados de la casa de sus abuelos. Se dio la vuelta, gruñendo enfadada y cubriéndose hasta la cabeza con el cobertor nórdico.

―¿Sarada? ¿Estás despierta? ¡El desayuno ya está listo, cielo! ¡Hace un día espléndido!―La voz de su abuela, proveniente de la planta baja, la hizo abrir los ojos y sacar la cabeza de debajo de las mantas.

Pateó las sábanas y se levantó, bostezando y sintiendo un escalofrío en cuanto sintió los pies calientes contra la frialdad de la madera del suelo. Esperó hasta que se acostumbró a la temperatura ambiente. Agarró sus gruesos calcetines para ponérselos y vio que alguien―probablemente su abuela―le había dejado unas cómodas y calentitas zapatillas para que anduviera por casa.

Vio también sobre una silla un jersey grueso y suave que enseguida se puso. Era cálido y no pudo evitar pensar que seguramente habría sido tejido a mano por su abuela. En Konoha, era prácticamente una norma no escrita que hombres y mujeres tenían que saber hacer de todo para sobrevivir. En invierno a menudo quedaban aislados por la nieve y los temporales que asolaban la región, por lo que tenían que saber echar mano de los recursos de los que disponían en ese momento, aunque luego cada uno tuviese un papel determinado dentro de la comunidad.

Se lavó la cara sintiendo despejarse gracias al agua fresca del grifo y bajó las escaleras hacia la cocina.

―Buenos días, cielo. ¿Has dormido bien?―Sarada asintió, yendo a dar un beso de buenos días a la pareja mayor―. Hay beicon, salchichas y tostadas, todo recién hecho. ¿Cómo quieres los huevos, cariño?

―Eh... ―Sarada sintió que una gota le resbalaba por la nuca, viendo la gran cantidad de comida desplegada sobre la mesita que había en un rinconcito de la cocina.

Kizashi, dándose cuenta del apuro de su nieta, le acercó una taza.

―Hay café, si te apetece antes de comer algo.

―Pero asegúrate de comer, ¿eh? Que estás muy flacucha. ―Sarada enrojeció ante la observación cariñosa y nada maliciosa de Mebuki.

―Las adolescentes de hoy en día son así, querida. Ya no nacen robustas como antaño. Los tiempos han cambiado. ―Kizashi le guiñó un ojo a la adolescente y Sarada tuvo que ahogar una risita tras su mano.

Mebuki resopló.

―No estoy de acuerdo. Mira Chōchō: es grande y bien entrada en carnes, como debe ser. ―Kizashi suspiró.

―Cariño, Chōchō es hija de Chōji, una Akimichi. Todos en esa familia son... grandes. ―Sarada volvió a taparse la boca al ver a su abuela volverse, no queriendo dar su brazo a torcer, murmurando un "Bah, chorradas".

Viendo a sus abuelos interactuar en lo que seguramente era una típica mañana para ellos la llenó de tranquilidad y de calidez. Se relajó, cogiendo una tostada y empezando a untarla con mantequilla. Miró para su abuela y sonrió.

―Hum... creo que ahora sí me apetecen unos huevos... ¿Revueltos?―El rostro de la rubia Haruno se iluminó y se volvió a mirar a su nieta, más alegre que unas pascuas.

―¡Ja! ¡Lo sabía! Espera ahí, cielo: te voy a hacer los mejores huevos revueltos que hayas probado nunca. Ya verás. ―Agarró cuatro huevos grandes y los cascó, empezando a batirlos, afanándose con entusiasmo en su tarea.

Kizashi meneó la cabeza para luego mirar a su única nieta.

―¿Y? ¿Tienes pensado hacer algo hoy?―Sarada terminó de comer su tostada y agarró su taza de café, encogiéndose de hombros.

―La verdad... no. Solo... quería ver a papá, pero... Boruto me dijo ayer que está persiguiendo a un fugitivo por los bosques... ―No se le escapó la mirada de soslayo que se lanzaron sus abuelos.

Ceñuda, se llevó nuevamente la taza de café a los labios, dando un largo trago a la misma, estudiando las expresiones de sus parientes.

―Sí... eso es... cierto. ―Kizashi se aclaró la garganta y recuperó su humor habitual, sonriendo a la Uchiha―. Bueno, pues... ¿qué te parecería ayudar al abuelo hoy en la tienda? ¡Tengo mercancía nueva por colocar y me vendría genial tu ayuda!―Sarada se arrepintió un poco de haber dicho que estaba libre.

No es que no quisiera pasar tiempo con sus abuelos, los adoraba y sabía que ellos a ella también. Pero sentía que algo raro estaba pasando, ya se lo había parecido la noche anterior, cuando Boruto apareció prácticamente desnudo y descalzo, andando sobre la nieve como si estuvieran en pleno verano y no hicieran no sé cuántos grados bajo cero.

Le había dicho que estaba nadando en el río―y aunque no le habría extrañado porque su mejor amigo y amor imposible estaba más loco que una cabra―pero no había aparecido con el pelo mojado, ni siquiera húmedo, así que se le hacía muy difícil creer su versión de los hechos.

Pero tampoco quería desilusionar a su abuelo, así que, un poco a regañadientes, asintió.

―Subiré a cambiarme y enseguida estoy contigo.

―¡Estupendo! ¡Verás que nos lo vamos a pasar requetebién hoy!―Omitiendo decirle que hoy en día ya nadie decía requetebién, Sarada se terminó su desayuno, huevos revueltos caseros incluidos, y subió a vestirse con la misma ropa del día anterior.

Kizashi y Mebuki esperaron hasta que dejaron de oírse los pasos de la joven y luego suspiraron.

―Lo va a descubrir. ―Kizashi dio un respingo en el asiento ante la voz de su esposa.

―No digas bobadas. Si tenemos cuidado...

―Sarada no es tonta, Kizashi, por mucho que Sakura se empeñe en esconderle la verdad tarde o temprano se enterará. Lo averiguará ella sola aun si nadie le dice nada. Además, está Boruto... ―Kizashi se estremeció, su rostro tornándose sombrío momentáneamente.

―Sé que será algo inevitable... ―Mebuki asintió.

―Está en la madurez y Sarada... bien, no ha cambiado todavía, pero...

―¿Y crees que lo hará? ¿A estas alturas?―Mebuki frunció el ceño.

―¿Y por qué no? Se sabe de casos tardíos...

―Pero Sarada es una mestiza, ¿recuerdas? Es posible que ella no... ―Kizashi se levantó de un salto para esquivar la espátula de madera que su mujer le había lanzado a la cabeza.

―Ella cambiará. Es una Uchiha. Los Uchiha tienen un linaje fuerte y son determinados.

―¿Te molesta, acaso, que sea humana?―Mebuki resopló.

―No digas tonterías. ¡Claro que no me molesta! Pero nuestra nieta es especial, su padre es nada más y nada menos que Sasuke Uchiha y su compañero destinado es un Uzumaki, el hijo primogénito de nuestro alfa. Además... ―Mebuki anduvo hasta agacharse para recoger el utensilio de cocina previamente desechado―... sería más fácil para ella... Sé que Boruto la cuidará y la protegerá y que Naruto y Hinata no permitirían que nada ni nadie la lastimara, pero... aparearse con un cambiante no es fácil. Los humanos que lo hacen, a menudo sufren... sienten que no están a la altura... ―Los ojos verde esmeralda de Mebuki se llenaron de lágrimas.

―Mebuki... ―La aludida sacudió la cabeza.

Kizashi suspiró y volvió a sentarse, aguardando el regreso de Sarada para ir a la tienda.

En el fondo sabía que su esposa tenía parte de razón.

Porque con una pérdida ya habían tenido más que suficiente.

Y no sabían si sus viejos y cansados corazones soportarían una segunda.




Bueno, pos un capítulo más. Aquí ya se dan algunas pistas y se sabe algo más de los personajes que tomarán parte en la historia principal xD.

¡Gracias a todos los que leéis, votáis y comentáis! ¡Gracias por darme vuestro apoyo, por darle una oportunidad a mis historias!

¡Nos leemos!

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