Rayito de Sol
DISCLAIMER: Los personajes y lugares le pertenecen a Tatsuya Endo. Esta historia participa en el evento Twilight Week, organizado por TwiYor Base.
* Día: 1.
* Palabra/Frase: Infancia.
[...]
En tiempos de conflicto, la valentía era una de las virtudes más alabadas en su generación, si bien esta casi siempre se limitaba al mundo masculino. No le extrañaba que las de su género se sintieran relegadas por tal idiosincrasia, a la expectativa de que los hombres fueran los únicos dignos de salvar vidas; sin embargo, Amelie agradeció que su familia jamás le inculcara esas ideas, pues ahora más que nunca estaba segura de que su fortaleza la haría capaz de muchas cosas... y solo con ella superaría el misterio más anhelado y temido para una mujer: la llegada de un bebé al mundo.
La mujer se aferró a la mesa del comedor al sentir una nueva contracción y tuvo que respirar hondo, mientras asimilaba el hecho de estar sola durante la labor de parto. Con la vista fija en el reloj de la casa, calculó que a su esposo le faltaba terminar su turno en el trabajo y lamentó que no pudiera contestar la llamada que realizó hace más de dos horas; de lo contrario, ella misma se habría adelantado al hospital para no causarle problemas, en vez de esperarlo.
Un dolor agudo en sus caderas la devolvió a la realidad y tomó la poca agua que quedaba en su vaso para refrescar su garganta; bañada en lágrimas, admitió su intenso miedo en silencio... mas quiso la soledad o su nuevo instinto materno que desterrara cualquier debilidad, dispuesta a abandonar la cocina. La distancia hasta su cuarto no constaba más que de treinta pasos; pero a ojos de la madre primeriza, el pasillo se convirtió en un túnel sin fin donde solo escuchaba sus sollozos y el lejano ruido de la calle.
—D-descuida, cariño, ¡ngh! —Amelie se retorció frente a un mueble de la sala, sin dejar de acariciar su vientre— Todo estará b-bien... y cuando estés en mis brazos, conocerás a tu papá. ¿T-te he dicho que es un hombre admirable...?
En la eternidad de su «caminata», la joven madre buscó consolarse a sí misma mientras arrullaba a su bebé, apoyada contra la pared para no sucumbir al desmayo; a punto de llegar a su destino, volteó a mirar el armario de la sala y recién recordó que el teléfono estaba cerca para hacer otra llamada.
—Debería insistir —deliró con tristeza e hizo un gran esfuerzo para dar la vuelta—. Él tiene que venir, necesita estar con nuestro hijo. Puede llamar a un médico, sí... o tal vez yo...
Su mente se quedó en blanco cuando sus piernas se humedecieron por debajo de la bata. Amelie no pudo aguantar el llanto y temblando, miró hacia abajo para comprobar que se le había roto la fuente. Recordó lo que muchas mujeres le comentaron al respecto y consciente de lo que significaba, desechó todo intento de comunicarse con alguien más y retomó la marcha hasta su habitación, implorando por tiempo y coraje para que su bebé naciera sano y salvo. Se quitó la ropa interior con gran dificultad y en cuanto pudo recostarse en su cama, el brillo del atardecer se filtró por la ventana, directo hacia su rostro: para Amelie, el beso del sol era una bendición.
—Ayúdame, Dios mío... ayúdame, por favor —abrió bien sus piernas y estando ya en posición, se rindió a las contracciones más intensas, aferrada a su voluminosa barriga.
El primer intento de pujar fue un fracaso rotundo, siendo natural en una mujer inexperta como ella; no obstante, le sirvió de aprendizaje experimental para calcular el vaivén del dolor y al aparecer otro espasmo, se aseguró de tomar una buena bocanada de aire y forzó sus músculos. Así continuó por los siguientes veinte minutos, entre gemidos de lucha y la poca tregua que le daba el parto, conforme la distancia entre las contracciones se hacía más corta.
«¡Valor!», clamaban su mente y espíritu, a pesar de que su cuerpo extenuado ya no daba para más... y en el límite de su resistencia física, Amelie finalmente comprendió lo que significaba «no rendirse». No se trataba de una hazaña diplomática o de un acto heroico en batalla, y aun así supo que su victoria jamás se compararía a la de cualquier otro mortal en la Tierra. ¡El amor hacia su hijo valdría todo sacrificio!
Con ese ideal supremo, Amelie pujó otras dos veces y a la última, lanzó un grito tan desgarrador que sus propios oídos zumbaron por unos segundos, volviendo después al mundo real: para ese entonces, el aire llenó sus pulmones y un suave llanto rompió la soledad de la habitación. Envuelta en un aura de fortaleza, la mujer rubia se sentó con cuidado y tomó aquella masita de carne, piel húmeda y restos de sangre entre sus brazos. Bajo la luz del crepúsculo, Amelie recibió a su primogénito entre risas y presa de un llanto dichoso.
—¡Amelie! —varios minutos después, oyó que alguien abría la puerta de su casa y por sus pasos, dedujo que estaba muy desesperado— ¡Amelie, dime algo! ¡¿Dónde estás?!
La persona se asomó por la puerta del cuarto y la parturienta sonrió de nuevo: al fin, su esposo había vuelto y por su aspecto desaliñado, se alegró de que uno de sus colegas lograra darle la noticia.
—Amelie... —apenas habló su marido, en shock.
—Cariño —pese a su cansancio, abrazó más a su bebé y le hizo una señal para que se acercara—, ya está aquí. Nuestro hijo, mi amor... ¡es un varón!
—Varón... —sentado a su derecha, aproximó su mano con visible temor para acariciar la cabeza del recién nacido; fue el balbuceo de aprobación lo que lo hizo sonreír y miró a su esposa con una expresión indescriptible— ¡mi hijo!
—Sí, cielo —aun exhausta, lo besó—. ¿No es un bebé hermoso?
El esposo de Amelie asintió en respuesta y cargó a la criatura para elevarlo en el aire, mientras reía con su esposa y recitaba en voz alta el nombre que había elegido para él.
— / — / — / —
El tiempo volvió a correr para Loid, una vez que «regresó del pasado». El relato que alguna vez le contaron sobre su nacimiento permanecía intacto en su mente y agradeció que la reconexión con su verdadero yo le permitiera recuperar aquellas memorias perdidas, especialmente ahora que vivía uno de los momentos más intensos de su existencia. Abrumado por tantas emociones, miró en silencio el pasillo de la sección de Maternidad, mientras la luz del crepúsculo lo iluminaba a través de un ventanal.
—¿Mami va a estar bien, papi? —preguntó Anya, adormilada.
—Claro que sí, tu mamá es muy valiente —intentó sonar tranquilo y la abrazó, viendo cómo se rendía al sueño—. Descuida, nos darán noticias pronto...
—Deja que te ayude —un hombre sentado a su derecha cargó a la pequeña con mucha delicadeza.
—Gracias, Yuri —sonrió—. El que estés aquí significa mucho para mí.
─Fue nuestro pacto ─le recordó─: apoyarnos para que Yor se sienta feliz.
—Así es... aunque si soy sincero, no sé lo qué debo hacer —confesó.
—Tampoco yo —suspiró, algo frustrado por no conocer lo suficiente del caso para ayudarla.
—Ni yo —musitó Franky, a la izquierda de Loid—; pero sé que los padres pueden acompañar a sus esposas durante el parto. ¿Por qué no preguntas para que te dejen entrar?
—Porque nadie se ha hecho presente hasta ahora —apretó sus manos con ansiedad y se levantó, caminando en círculos—. Ya han pasado más de dos horas, ¡no es posible que los doctores no nos informen nada!
—Cálmate, Loichi —se estresó su cuñado—. Mi hermana es más resistente de lo que imaginas, te lo aseguro.
—Lo sé, pero —se apoyó contra la pared y frotó el puente de su nariz, en un acto dramático— es tan frágil a veces... ¿y si se rompe algo?
—¡Ja! Sobreviviste a su patada sobrehumana, eso ya habla demasiado de su fuerza —ironizó el informante.
—¿Cómo que «su patada»? —Yuri se interesó en la historia y echó a reír— ¡No me digas que ya probaste la violencia de mi querida hermana!
—¡Que no fue así! —se avergonzó— Y guarda silencio, mi hija duerme...
—Si supieras cómo quedó ese día, Yuri... ¡hey! —Franky dejó de reír cuando le tiraron un pañuelo en la cara— ¡Solo estoy bromeando, aguafiestas!
—Pues yo no, ¡ay! —Loid se sorprendió al recibir el impacto del mismo trapo y se enfrascó en un duelo infantil con su camarada, esta vez con papel higiénico— ¡¿Cómo te atreves?!
—¡Tú empezaste! —le siguió la corriente.
—«Cuánta madurez...» —meditó Yuri en su mente, siendo testigo de las bolitas que iban y venían de parte de su cuñado y el mejor amigo de la familia.
—¿Loid Forger? —de pronto, apareció un médico en el pasillo.
—¡Doctor Riemann! —giró justo cuando un papel arrugado rebotó en su cabeza, al mismo tiempo que Yuri y Franky se pararon— ¿Cómo está mi esposa?
—Eh —no quiso opinar sobre la actitud del futuro padre y carraspeó—, se encuentra estable, pero ya está dilatada. En unos minutos comenzará el parto.
—Dios —su estómago se comprimió hasta sentirse mareado y tuvo que disimular su preocupación para seguir la sugerencia de Franky—. Doctor, yo... quisiera pedirle que me permita acompañar a mi mujer.
—Me temo que no se puede, señor Forger —se negó con cortesía—. Bien sabe que la limpieza es vital durante el alumbramiento. Además...
—Soy el padre —insistió—. Me bañaré en alcohol si es preciso, pero quiero estar con mi esposa cuando mi bebé llegue al mundo. Por favor...
El galeno calló un rato y por las señales que observó en el hombre, supo que poco lograría con una segunda negativa, por lo que sonrió y le hizo un ademán para que lo siguiera. Loid volteó por última vez para ver a Anya, Yuri y Franky agitando su mano como si se despidiera, luego sacudió la cabeza con una sonrisa: definitivamente, la fortuna le había sonreído desde que Yor y los otros tres entraron a su vida.
Las nuevas indicaciones del doctor Riemann lo trajeron a la realidad y aplicando sus saberes médicos, cumplió con el estricto protocolo de limpieza para el quirófano; ya dentro de la sala de parto, el tiempo se detuvo y cuando el tic-tac del reloj volvió a correr, Loid contempló la «luz» del único ser capaz de devolverle las ganas de vivir. Poseído por la belleza y ternura de Yor, se sentó al lado derecho de la camilla con un semblante lleno de paz.
—Cariño —besó la mano que le ofrecía su mujer.
—Loid, mi cielo —sonrió—, me alegra tanto que estés aquí...
—Te dije que los convencería —dichoso de haber entrado con el permiso de los doctores, le dio otro beso en la mejilla y acarició su vientre tenso por las contracciones—. ¿Cómo estás?
—¿Creerás que no sabría decírtelo? —intentó camuflar su nerviosismo y temor— Parece que nuestro bebé quiere darnos batalla.
—No me extraña, tiene una madre excepcional —la alabó.
—Y un padre muy temerario —bromeó—. ¿Te imaginas cómo será?
—Deja que el destino nos sorprenda —volvió a besarla—. Lo único que debes saber es que siempre estaré a tu lado...
—También yo, Loid —respondió, al borde de las lágrimas—. Me voy a esforzar mucho para que nuestro hijo nazca, ¿sí?
—Mi amor... —rio con ella y dándole un último abrazo, se irguió un poco sin soltar su mano, atento a los médicos que se acercaban a la camilla.
Loid y Yor se miraron para infundirse valor y preparados a su manera, asintieron en señal de estar listos. Los médicos reconocieron la urgencia de dar inicio al parto y obraron tal como lo demandaba su profesión; aunque para el mejor espía de Westalis, nada existía a su alrededor más que su esposa y su hijo próximo a nacer.
Sintió las contracciones de Yor como si fueran suyas, apretó su mano para comunicarle su amor incondicional y aguantó su llanto, aterrado de que su mujer se distrajera por su debilidad. Cada grito de dolor fue reemplazado por el recuerdo de sus gemidos al hacer el amor, su corazón estalló como el día que se enteró que iba a ser padre y en la recta final de su gestación, volvió a adorarla con locura. Para Loid, el mundo tenía sentido por el simple hecho de estar con Yor y el fruto de su unión confirmó que su amor sí era capaz de hacer milagros.
—¡Aaah, Dios mío! —cerró los ojos, muy adolorida por el sobreesfuerzo— L-Loid, no me sueltes, por favor...
—Nunca. Ya no falta nada, cariño —secó su frente con un paño—, puja un poco más... ¡solo un poco más, tú puedes!
El clamor de Yor resonó en el quirófano y tras su último empuje, su cuerpo se rindió por completo al cansancio, mientras su «ángel guardián» la protegía al borde de la camilla. Con la mente tan nublada como su esposa, Loid apenas asimiló los diez minutos más largos de su vida; sus ojos siguieron las maniobras de los médicos y el agotamiento de Yor, sus manos se negaron a soltarla y sus oídos finalmente captaron la sinfonía más preciosa del mundo: un llanto agudo que quebró su sensible corazón.
—¡Felicidades, señor y señora Forger! ¡Es un varón muy saludable! —una enfermera se acercó a los padres con el recién nacido.
—Un niño... —Yor recibió a la criatura en sus brazos, entre lágrimas de felicidad— hola, mi vida: soy tu mamá.
—Mi hijo...
—Sí, mi amor, nuestro hijo —repitió con euforia y apegándose más a él, se lo presentó con infinito cariño—. ¡Míralo, es idéntico a ti!
Carente de palabras y pensamientos, Loid asintió con un llanto discreto y dejó que su corazón hablara por él, mientras contemplaba los rasgos de su pequeño. Yor tenía razón al afirmar el parecido casi exacto entre ambos; sin embargo, agradeció que la genética supiera jugar sus cartas, pues su hijo era mucho más precioso por heredar la indiscutible inocencia de su madre.
—No... —tocó su naricita— tiene tu mirada y tu sonrisa.
—¿En serio? —lo observó con curiosidad— Entonces no hay duda de que será el hombre más apuesto de Ostania y Westalis.
—Y el más listo también —rio con ella, luego sintió cómo su mano derecha le acariciaba la mejilla y cerró los ojos ante la cálida sensación.
—Convertirme en tu esposa fue lo mejor que me ha pasado, Loid —sollozó de alegría—. Gracias por todo...
—Es a ti a quien agradezco. Yor —besó la palma de su mano—: hoy me has hecho el hombre más feliz del mundo. Te amo, también a Anya —miró nuevamente al bebé— y a ti, Bastian...
—¿Bastian? —parpadeó, asombrada.
—Sí —sonrió, muy emocionado—. Bastian Forger...
Con una sonrisa, Yor aprobó el nombre y volvieron a abrazarse, dichosos de tener a su primer hijo con ellos. La paz volvió a colmar sus espíritus y fascinados por la segunda oportunidad que les ofrecía la vida, se rindieron al amor tan profundo y especial que los había unido.
[...]
—Inténtalo —Amelie se sentó a corta distancia de su pequeño de ocho meses, quien yacía boca abajo en la alfombra de la sala—. Vamos, mi Rayito de Sol: ayer diste dos pasos. Seguro que hoy serán más...
La criatura de cabellos rubios sonrió al verla extender sus brazos y lleno de motivación, se impulsó con sus bracitos hasta sentarse; luego se incorporó y sus piernitas temblaron al no resistir su peso, cayendo de trasero a la alfombra. Lejos de desacreditar el avance de su niño, Amelie aplaudió sin afán de burla, mientras se agachaba para darle un beso en la frente y evitar que llorara por una falla sin importancia... aunque su marido opinaba todo lo contrario.
—Así no va a llegar a ninguna parte —resopló.
—Lo está intentando —siguió sonriéndole a su bebé.
—Los gemelos de la vecina ya saben andar y solo tienen siete meses.
—Eso no importa —lo miró, incómoda—. [Redactado] caminará cuando llegue el momento, no porque deba probarse ante alguien.
—La vida es competencia, Amelie —aseveró, con una mirada extraña—. Si no aprende a valerse por sí mismo, no tendrá futuro...
—Mejor ahórrate el pesimismo —no quiso discutir con él y se levantó para ir a la cocina—. Cuídalo, traeré el puré de papa.
El hombre la vio marcharse y en cuanto desapareció de la sala, examinó al bebé: la inocencia de sus ojos chocó con su ruda apariencia, aunque el pequeño no se intimidó por ello y debido a su larga ausencia por el trabajo, lo contempló con genuina curiosidad.
—Desde tu nacimiento tan difícil, intuí que darías problemas —murmuró, y [Redactado] sonrió sin saber lo que significaban sus palabras, provocándole una punzada en el pecho—. Pero no creo que seas débil: eres mi hijo, después de todo. Vamos, hay que hacerlo de nuevo...
[Redactado] lo vio acercarse y no se quejó cuando fue llevado al mueble más grande, conforme su padre se arrodillaba a mayor distancia, moviendo los brazos con impaciencia para que viniera hacia él. Al reconocer la misma señal que hizo su madre antes, el bebé volvió a sonreír y se aferró al borde del sillón.
Los cuarenta centímetros que lo separaban del piso se transformaron en el abismo más profundo; pese al desafío titánico impuesto por su padre, trató de moverse para bajar... y una vez más, el hombre contempló su nuevo fracaso. No obstante, su frustración se tornó en horror cuando vio a [Redactado] caer de espaldas y gracias a su rapidez, se lanzó al suelo para sujetarlo justo antes de que su cuello y cabeza sufrieran un daño irremediable.
Desde la cocina, Amelie escuchó un jarrón romperse y dejó la comida sin servir al oír el llanto desesperado de su bebé: fue así como encontró el destrozo hecho en la sala, a su marido casi tendido en el suelo y a su hijo siendo acunado por él para calmarlo.
—¡[Redactado]! —casi gritó y se lo quitó de los brazos, muy asustada— Mi amor, ¿estás bien? Ya no llores, cariño, mamá está aquí, no te va a pasar nada...
—Y-yo... yo no quise... —el hombre se levantó en un santiamén y quiso revisar al niño, en shock.
—¡¿Qué diablos estabas haciendo?! —se alejó— ¡Te dije que lo cuidaras!
Su esposo tragó saliva y observó al pequeño que seguía llorando por el temor que ahora le daba su cercanía; volvió a mirar a Amelie deshecha en llanto y sin hallar una manera de explicarle su plan para hacer caminar a [Redactado], dejó que ambos se marcharan a su habitación matrimonial, todavía confundido y avergonzado de lo que estuvo a punto de ocasionar.
─ / ─ / ─ / ─
—En sus marcas, listos... —gritaron tres personas sentadas en el mueble más largo de la casa, antes de reventar un cohetecillo de juguete— ¡ahora!
El sonido espabiló al pequeño Bastian, quien sonrió y alzó sus brazos para mantener el equilibrio. Del otro lado de la sala, Loid y Yor extendieron sus manos mientras que Anya saltaba junto con Bond y Franky, coreando el nombre del pequeño valiente que hacía su primera gran caminata en casa... pero solo pudo con diez pasos y cayó sobre su trasero acolchado por el pañal.
—¡Tiempo! —el informante detuvo el cronómetro que tenía en la mano— Veinte segundos: creo que superó la cuenta de anteayer.
—¡Ay, bebé, muchas felicidades! —Yor se acercó a Bastian y le repartió besos por doquier, sin dejar de abrazarlo— Sabía que lo lograrías, ¡todos estamos muy orgullosos de ti!
—¡Mi hermanito es el mejor! —Anya también le dio unas palmaditas en su cabeza y luego corrió hacia donde estaba su padre, saltando de emoción— ¿Me dejas ir al parque con él, papi? ¡Di que sí, di que sí, di que sí!
—Pero ni siquiera camina —Loid se levantó entre risas, conforme la guiaba a una de las sillas del comedor—. Bueno, familia, ¿quién tiene hambre?
—¡Yooo! —la niña celebró con mucha alegría y tomó a Franky de la mano— ¡Vamos, Ricitos! Mi papi ha preparado algo delicioso.
—Sí, lo ayudaré a servir, je, je... —trató de calmar a la pequeña Forger y con autorización de Loid, fue a la cocina para sacar las vajillas— santo cielo, ¿cuánta energía te queda para criar a tus hijos?
—No tienes idea —bromeó el espía, con una sonrisa ya habitual en su rostro desde la unión oficial de su familia—. Parece que a Bastian le gusta tener público para lucirse con sus pasos.
—Sí, pues... ¿a quién habrá salido? —rio por lo bajo.
—Ni me mires —se sonrojó.
—Como digas —observó al bebé de lejos—. ¿Qué edad tiene?
—Un año, tres meses y doce días —recitó la cifra exacta—. ¿Por qué?
—Por nada —se encogió de hombros—, solo es raro que aún no camine.
—Todo a su tiempo, Franky... además, es normal en un niño como él —sacudió la cabeza—. Ya lo sabrás cuando tengas hijos.
—Primero debo tener una novia y casarme, genio.
—¿Y por qué no la trajiste? —lo miró, suspicaz— Sabes de quién hablo.
—¡Hmp! Husmeas demasiado, Twilight —Franky cogió dos platos con crema de verduras y escapó a la mesa, ruborizado—. ¡Ahora sí, la comida está lista! Ufff, con el frío que hace afuera, la sopa nos sentará de maravilla.
—Y por lo visto, la nevada durará un poco más —Yor abrazó más a su bebé—. Traeré algunas mantas...
—No, yo me encargo, cariño —Loid se interpuso, acariciando su mejilla—. Ve a cenar tranquila.
—Si insistes —sonrió—. La frazada del bebé está en su cuna.
—¡Pa! —Bastian alzó sus bracitos para tomar la mano de su progenitor.
—Te oí, Rayito de Sol —le dio un beso en la cabeza—. Pórtate bien y come tu sopa, ahora vuelvo...
Loid giró hacia el pasillo y mientras Yor se dirigía a su asiento, Bastian vio a su padre ingresar a la habitación matrimonial. De pronto, Bond alzó las orejas y Anya soltó la cuchara, justo antes de que el infante gimoteara en los brazos de su madre.
—Pa, Pa... —empezó a hacer pucheros.
—Sí, en un rato estará con nosotros —Yor no pudo sentarlo en la silla alta por sus pataletas y lo alejó del comedor—. Oh, ¿qué sucede, Bastian? Te juro que no cociné esta vez...
—¡Mami! —habló Anya.
—¿Los bebés pueden sentir eso? —Franky arqueó una ceja, confundido.
—¡Ay, no es posible! ¡También detesta mi sazón! —se aterró, aumentando los sollozos del pequeño.
—Mami... —Anya volvió a intervenir, sin éxito.
—¿Todo en orden? —Loid salió de su cuarto con varias frazadas y al sentir el llanto de su hijo, se aproximó a la entrada de la sala— ¿Qué está suced...?
—¡Papi, quédate ahí! —Anya tuvo que gritar para que todos se calmaran y en el silencio, finalmente notaron que Bastian saltaba contento, señalando a su papá— Tienes que bajarlo, mami, ¡esta vez lo va a lograr!
—Anya, pero...
—¡Todo va a estar bien, Bond me lo mostró! —la niña salió de la mesa con Franky y la ayudó a bajar al bebé.
Por su entrenamiento casero, Bastian pudo sostenerse en pie y su risa cantarina resonó en la sala cuando vio otra vez a su padre. Como hace varios minutos, caminó con gran lentitud sin dejar de sonreír y al superar los diez pasos, Loid recién lo entendió: su hijo quería alcanzarlo.
—¡Tú puedes, Bastian! —Anya lo animó desde su lugar, en tanto Yor y Franky aplaudían admirados— ¡Debes ir con papi!
—Bastian... —Loid soltó las colchas y se arrodilló para recibirlo, atento al enorme esfuerzo de su retoño— ¡vamos, campeón! ¡Papá está aquí!
Sus palabras hicieron reír al pequeño y quiso avanzar con más rapidez, cayendo en el proceso; pero antes de que Yor fuera a recogerlo, su esposo la detuvo a la distancia para que todos atestiguaran la tenacidad de Bastian: ante el asombro de los Forger y Franky, el bebé se levantó muy despacio y completó los últimos quince pasos que le faltaban, hasta llegar a los brazos de su padre.
Los aplausos no se hicieron esperar, sobre todo por parte de Yor, quien ya se había lanzado a besar a su hijo; Franky, Anya y Bond no demoraron en unirse a ellos y mientras los oía celebrar, Loid solo tuvo ojos para el bebé: aun cuando su luz inocente contrastaba con el abismo de su experiencia, halló en sus ojos el reflejo del niño diáfano que alguna vez fue. La poca memoria de su infancia se vio compensada con los logros de Bastian, el orgullo llenó su corazón y consciente de que la paternidad implicaba todo menos perfección, juró sanar las heridas de su pasado al lado de su amado hijo.
[...]
La campana de la escuela anunció la salida y como era costumbre en los niños más pequeños, muchos corrieron para buscar a sus padres y contarles lo que hicieron en el día. Un aura de emoción invadió a quienes aún permanecían frente al colegio y con el mismo sentir de sus colegas, [Redactado] se dirigió a la avenida principal que lo llevaría a la Plaza Mayor de Luwen. El recorrido de casi quince minutos lo completó en ocho, luego de cruzar hábilmente la línea del tranvía y a pocas cuadras de su hogar, el niño de siete años cogió cinco margaritas de un jardín para regalárselas a su mamá.
—¡Ya llegué! —[Redactado] abrió la puerta de la casa, muy contento.
—¡Cariño, ya estás aquí! ¿Cómo te ha ido hoy, mi príncipe? —Amelie lo abrazó, dándole un tierno beso en la frente— ¿Y esa sonrisa?
—¡Ha pasado algo increíble! —le dio las flores y apretó los puños, muy entusiasmado— Habrá un campeonato de béisbol mañana en mi colegio, por el Día del Padre, ¡y mi papá fue seleccionado en un sorteo para que participe!
—¿Qué, jugará en tu equipo? —se asombró tanto como su hijo— ¡Pero eso es maravilloso! Tenemos que contarle cuando regrese de su viaje de negocios...
—Y eso será en cuatro horas —miró el reloj de la pared—, ¡no puedo esperar a que llegue!
—¿Te han dicho qué van a necesitar? —lo tomó de la mano para llevarlo hasta su cuarto y abrió su armario frente a él— Sé que tu papá guarda una camiseta gris y pantalones azules. ¿Lo sacamos para ver si sirven?
—¡Sí, mamá, sí! —saltó [Redactado]— También le falta una gorra como la de los jugadores de béisbol, ¡y unos guantes!
—Eso tiene arreglo, pero será una sorpresa —Amelie le guiñó un ojo.
—Entiendo. ¿Puedo usar tu canasta y esas telas que no te sirven? —al recibir su autorización, la abrazó— Gracias, mamá, te quiero mucho...
—Y yo a ti, mi Rayito de Sol —besó su cabeza y lo dejó marcharse—. No tardes mucho, en un rato serviré el almuerzo.
—Sí, mamá —[Redactado] tomó todo lo que había pedido y a gran velocidad, se encerró en su cuarto.
Poco sabía sobre costura y en su intento de recordar las maniobras de Amelie, logró insertar el hilo blanco en la aguja, para luego clavarlo en una madeja y tomar dos pedazos medianos de tela amarilla y azul; pero al notar la diferencia en sus dimensiones, el niño emparejó el tamaño de ambos con una tijera. Por espacio de una hora, entre el nerviosismo, la emoción y los pinchazos en sus dedos, logró unir los trozos y en el medio cosió una «W» hecha con tela marrón, hasta formar una capa con el símbolo de Westalis.
[Redactado] se sintió muy orgulloso mientras contemplaba el resultado de su trabajo, su mente infantil fantaseó con la imagen de su padre vestido de uniforme y capa, cargando una copa de oro en medio de tanta gente que coreaba su nombre. Lo imaginó feliz, a comparación de las veces que parecía estar molesto en casa, y juró para sí convertirlo en el héroe que ya era en su corazón.
—[Redactado], querido, ya es hora de comer...
—¡Voy, mamá! —tomó su capa y salió de su cuarto, justo cuando Amelie colocaba los platos con guiso en la mesa— ¡Mira lo que hice!
—¡Mi cielo, esto es...! —la mujer se acercó para admirar su labor, pero sus elogios fueron interrumpidos al oír que abrían la puerta: su esposo había vuelto mucho antes de lo previsto.
El rostro de [Redactado] se iluminó al verlo; sin embargo, sus piernas apenas podían moverse y aferrado a la capa que había confeccionado, percibió el silencio de su madre, cuyos ojos leían algo que él se sintió incapaz de entender.
—Cariño —reaccionó Amelie—, pensé que volverías a las cinco.
—Surgió un imprevisto —resopló, más hosco de lo habitual.
—Buenas tardes, papá —[Redactado] lo saludó con formalidad.
—Qué tal, hijo —solo acarició su cabeza y pasó por su costado, sin más gestos ni palabras.
—Bueno, ya estás aquí —Amelie quiso distender la incomodidad y avanzó hacia la cocina—. Llegaste justo para el almuerzo, así que...
—No te molestes, por favor —la interrumpió, conforme se dirigía a la escalera del segundo piso—. Saldré de nuevo.
—¡P-pero acabas de llegar! —Amelie caminó tras él, sorprendida.
—Te dije que ocurrió un inconveniente y tengo que atenderlo ahora. Tal vez vuelva mañana en la noche —la enfrentó, algo impaciente.
—Papá —al oír su advertencia, [Redactado] se adelantó a su mamá y lo tomó de la mano, justo antes de subir el primer escalón—, debo contarte algo...
—Mejor mañana —aunque se detuvo, lo ignoró.
—¡Es que mañana te necesito! —insistió, al mismo tiempo que levantaba su capa recién elaborada— Habrá un campeonato de béisbol en el colegio y tú...
—Lo siento, no podré ir —se negó en el acto y dio media vuelta.
—Pero, ¡papá...! —volvió a jalar su mano.
—¡Suficiente! —gritó, haciendo que lo soltara al instante— ¡¿No ves que esto es más importante?!
[Redactado] no respondió, preso del miedo y el dolor que le causó su rechazo; con los ojos humedecidos, retrocedió mientras su padre subía rápidamente a su estudio privado y apenas procesó las palabras de su mamá, quien le pedía paciencia y esperanza para lograr convencerlo de ir al juego.
La sala del primer piso se sumió en un silencio sepulcral y aún al pie de la escalera, [Redactado] escuchó una de las tantas discusiones entre sus padres en el segundo piso. No comprendía el porqué del enojo de su progenitor, tampoco el llanto y los ecos de sorpresa de Amelie... hasta que las palabras «guerra», «Westalis» y «Ostania» resonaron desde arriba. Solo y confundido, el pequeño rubio lloró en silencio, apretando contra su pecho la «W» cosida en su capa.
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—¡Es hoy! —un chillido de extrema felicidad despertó a Loid, en el instante que su segundo hijo ingresaba a la habitación del matrimonio Forger, directo a su lecho— ¡Mamá, papá, despierten! ¡Es hoy, es hoy, es hoy!
—B-Bastian —bostezó mientras cubría a Yor con la frazada, avergonzado de que viera su pecho descubierto—, ¿qué dijimos sobre tocar antes de entrar?
—¡Debes levantarte, papá! —ignoró su advertencia, jalándolo del brazo— Así irás temprano a tu trabajo y te dejarán salir antes.
—Te lo dije... —masculló la señora Forger, envuelta con la sábana.
—Sí, volví a perder... —besó a su esposa en la mejilla— la próxima vez, recuérdame no apostar contigo, cielo.
—Je, je, eso será imposible —pellizcó la punta de su nariz.
—Papá, ya son las seis y media —insistió el niño—, ¡vístete pronto!
—Genial, mi hijo me secuestra... ¡oye, no me jales así! —trastabilló al ser arrastrado por la fuerza que el pequeño de diez años heredó de su madre y entre zancadas, abandonó la cama para sacar su traje del guardarropa.
La risa de Bastian no se hizo esperar y se dirigió a la sala para alistar las últimas cosas que llevaría al Campeonato de Confraternidad en la Academia Edén, con la esperanza de ver a su padre convertido en el flamante jugador de béisbol del que tanto habló con sus amigos de la escuela... y aunque su inocencia solía ser su estímulo, Loid temió no cumplir las expectativas de su hijo: después de todo, tenía malos recuerdos de dicho deporte y le faltaba práctica. Con la fe en alto, rezó una plegaria silenciosa y guardó su manual de béisbol antes de salir del cuarto, mientras el resto de su familia se disponía a acicalarse.
Una hora transcurrió con rapidez y cerca de las siete y media, Yor y sus cuatro hijos subieron al primer bus que los llevaría hasta la escuela, en tanto Loid tomaba el tranvía con destino al Hospital General de Berlint; de acuerdo a su agenda, solo tenía tres pacientes que atender y armó un sinfín de planes para reducir el tiempo de las citas. Al comenzar la jornada, Forger sintió que sus oraciones fueron escuchadas, pues la ayuda de sus colegas le permitió ganar una hora de ventaja: el tiempo suficiente para ir a la Academia Edén sin apuro.
Siendo las diez, Loid acabó la sesión con su último paciente y se dio el lujo de tenderse sobre la silla de su escritorio. Su rostro relajado brilló al contemplar el retrato de su familia en la mesa, sobre todo a Bastian: se sentía orgulloso de su Rayito de Sol y en lo más profundo de su alma, deseó que tanto él como sus demás hijos alcanzaran el gran futuro que anheló para sí mismo.
—¿Eh? —oyó varios toques tras la puerta y los identificó al instante con el código de WISE— Adelante.
—Doctor Forger —ingresó Fiona, con una carpeta llena de papeles.
—Cierto, casi olvido el historial de los pacientes de ayer —se incorporó para tomarlos y luego de darles una ojeada breve, estuvo por guardarlos en el primer cajón de su escritorio— Los revisaré mañana, muchas...
—El archivo 1340 requiere de tu evaluación inmediata —lo interrumpió, para su sorpresa.
—Dime que no es cierto —suspiró.
—El trabajo nunca descansa, Loid —se encogió de hombros, resignada.
—Sí, pero en unas horas...
—Lo sé, también me inquieta —miró su reloj de mano—. Quedé en reunirme con Franky y Frieda en las tribunas. ¿Le doy la noticia a tu esposa?
—No, no... no quiero preocuparla —rechazó amablemente, luego abrió la carpeta de mala gana y leyó su nueva misión en clave, con una expresión cada vez más dramática—. ¡¿Hoy, a mediodía?!
Fiona asintió con el mismo pesar de su mentor y sin perder la serenidad, le deseó buena suerte en la misión que Handler le encomendó cumplir en menos de tres horas. Al cerrarse la puerta, Loid ahogó un grito frustrado contra sus palmas y sin más opción que obedecer, escapó por la puerta secreta que acondicionó detrás del estante de su oficina, rumbo a la salida del hospital.
Ya en la calle y disfrazado de funcionario, se embarcó en un automóvil para examinar un periódico falso con todos los detalles de su nuevo trabajo, mientras observaba cualquier cambio en las calles de Berlint. Cuando el taxi se estacionó frente a su destino, Loid tragó saliva antes de bajar y se encerró en una cabina telefónica, atento a la reunión de periodistas en los exteriores del Congreso de Ostania: el lugar en el que probablemente sucedería un atentado contra el congresista Robert Alden.
No le sorprendía que las bancadas conservadoras rechazaran su proyecto de ley a favor de una relación amistosa con Westalis; sin embargo, la idea de que estallara un conflicto entre ambos países lo abrumó tanto como la posibilidad de perderse el partido de béisbol de Bastian. Sabía cuánto significaba aquel evento para su hijo y recordó el juramento de no dañar la felicidad de su familia con sus misiones, por lo que estuvo decidido a ganar su batalla personal.
En eso, Loid saltó al oír el chirrido del teléfono público y su sentido de alerta se disparó: desde su posición, vigiló los alrededores y contestó a pesar de sus dudas, concluyendo que dicha llamada no podía ser «accidental».
─¿Diga?
─«Vaya, sí respondiste» ─una voz jovial sonó del otro lado de la línea.
─¡Franky! ─se llevó una mano al pecho─ ¿Cómo...?
─«Fiona me habló de tu misión en el Congreso y deduje que no hay zonas libres de vigilancia, excepto por las cabinas de teléfono ─puntualizó─. Si te soy sincero, lo de la llamada fue una apuesta arriesgada...».
─No has perdido el toque ─se permitió sonreír─. ¿De dónde me hablas?
─«De una máquina que Fiona empacó en el maletín de mi pequeña Frieda... je, je, je, mi esposa es muy lista ─sonó orgulloso─. ¿Todo en orden?».
─Hasta el momento, sí. Debo trasladar al guacamayo a otra jaula, antes de que otro comprador se lo lleve ─habló en alusión al rescate del congresista.
─«Entiendo. Demonios, te llevará mucho tiempo».
─Lo sé ─torció los labios─. Yor y mis hijos, ¿cómo están?
─«Se han reunido con Melinda Desmond en uno de los jardines. Bastian le pidió a Damian que practicaran un poco, ya que todo va a empezar a la una de la tarde, ¡está muy emocionado!».
─Me alegra ─una sonrisa triste decoró su rostro─. No les digas nada, ¿sí?
─«Descuida, lo entenderán...».
─Ojalá... ─Loid agachó la mirada y con un «gracias», cortó la llamada para mirar nuevamente el edificio del Congreso.
Hace muchos años, su propio padre rechazó acompañarlo a un partido de béisbol por una situación parecida y en ese instante, entendió lo terrible que era juzgar a otros desde la esquina opuesta... no obstante, el recuerdo de la felicidad de Bastian lo rescató de su espiral depresivo y como señal divina, reconoció la matrícula del automóvil del congresista, el cual era conducido por una persona bastante sospechosa para él.
Al instante, la situación reavivó su mente de espía. Conocía cada rincón del edificio por el croquis de WISE y el reloj marcaba las once y veinte: sin duda, era tiempo de que el agente Twilight luchara nuevamente por la paz.
La limusina dio media vuelta por un jirón privado para ingresar al sótano del Congreso y aparcó en la tercera fila del Sector A, perteneciente a los congresistas y sus asesores. Luego de conversar un buen rato con el vigilante de la zona, el mayordomo del automóvil usó el ascensor y no tardó en llegar al quinto piso, ahora vestido como un agente de seguridad. Tal como lo había ensayado con su secuaz de la planta subterránea, se dirigió a una oficina en específico, mientras el falso guardia tomaba su lugar dentro del vehículo.
─Buenos días, ¿puedo ayudarlo? ─lo saludó la secretaria del político.
─Buenos días. El señor Alden me indicó que viniera antes del mediodía para llevarlo a su cita con el gastroenterólogo.
─Claro, permítame avisarle ─tecleó un número en su contestadora─. Congresista Alden, su mayordomo lo espera para llevarlo a su cita en el Hospital General de Berlint ─esperó unos segundos─. Congresista, ¿se encuentra ahí?
El silencio al otro lado de la línea preocupó a la secretaria y al falso ayudante, por lo que se acercaron a la puerta y justo cuando iban a tocarla, el político salió con una maleta. Antes de despedirse, Alden le dio algunas indicaciones a la secretaria para luego ingresar al ascensor con el infiltrado, alardeando que «lo premiaría por ser tan puntual». Luego de bajar cinco pisos y llegar a la planta subterránea, el congresista fue el único en salir del cubículo metálico y le pidió al conductor que encendiera la limusina.
─¿Y su mayordomo? ─preguntó el impostor.
─Fue a recoger unos documentos que olvidé en mi oficina ─le explicó─. Va a demorar un poco, así que adelántate. Nos alcanzará después.
El chófer falso apretó el timón con desconfianza y llevó la limusina hasta una avenida poco concurrida y distante; desde su asiento, observó al congresista por medio del retrovisor y rehuyó la mirada tres veces cuando este lo pescaba.
─¿Podrías llevarme al lago Tammel? ─sugirió Alden.
─¿Perdón?
─Faltan veinte minutos para el mediodía y quisiera olvidarme de todo el estrés que me ha traído ese proyecto de ley ─suspiró─. Tranquilo, conozco el lugar... te prometo que nadie va a molestarnos.
─Está bien ─asintió─. Ojalá el endocrinólogo no se moleste si se retrasa.
─Esperaba que me lo recordaras ─sonrió.
Con su guía, la limusina dio vuelta en U y recorrió otras cinco cuadras hacia el noreste hasta estacionarse en una plataforma abandonada hace años, dentro de la zona industrial de Berlint.
─Usted mencionó que habría un lago ─lo miró de reojo.
─Y el guardia del Congreso me habló de un gastroenterólogo, antes de desmayarse en el ascensor ─el congresista sacó una tela y la empapó con bastante agua─, pero dudo que tanto él como el endocrinólogo sepan tratar la artritis de Alden. ¿Qué opinas de eso?
─Mierda ─el impostor sacó una pistola oculta en su chaleco y el espía esquivó su disparo a tiempo, mientras lanzaba una granada de gas lacrimógeno.
En cuestión de segundos, una bruma densa y amarillenta cubrió todo el auto y Loid salió rodando de la limusina, apenas cubriéndose la nariz y boca con un pañuelo húmedo, mientras oía la tos y los gritos del hombre que luchaba por escapar del asiento del conductor.
─¡Maldición! ─se dio cuenta de la pérdida de su propia arma al huir e intentó alejarse gateando cuando el sicario abrió la puerta delantera, haciendo que el gas se esparciera alrededor.
Mareado por el hedor de la sustancia, el espía de Westalis tambaleó al levantarse y viendo que el asesino también había perdido su pistola, arremetió contra él para neutralizarlo, pero la fuerza bruta del tipo y la congestión de sus pulmones le impidieron cumplir bien su trabajo. Al rato, un puñetazo hizo que cayera boca arriba y aun con la vista borrosa por las lágrimas, sujetó al impostor que se abalanzó sobre él para asestarle una cuchillada.
─¡M-muere, bastardo infeliz! ─clamó el asesino, pujando para que el espía soltara su brazo derecho.
─¡N-nooo...! ─resistió lo más que pudo.
Entre quejidos de impotencia, Loid gimió ante el terror de morir y no regresar con su familia; casi abatido, le fue inevitable recordarlos. El inmenso amor de Yor aceleró sus latidos, las risas de Anya y Myra resonaron en su mente, los balbuceos del pequeño Lucas por los juegos de Bond casi lo hicieron llorar, y la imagen de Bastian sonriendo con un bate detuvo todo a su alrededor.
Le aseguró a su hijo que asistiría al partido de béisbol. Juró que volvería a casa lo más pronto posible. Se prometió que jamás sería como su padre.
El tiempo volvió a correr para Loid y al límite de su fuerza, vio cómo tres disparos atravesaron la espalda de su atacante, matándolo en el acto. Asustado, se alejó del cuerpo inerte y otro hombre provisto de una máscara de gas lo jaló hasta meterlo a otro automóvil, donde lavó su rostro con abundante agua.
─N-no... ─rechazó inconscientemente una pastilla.
─No seas terco ─lo forzó a tragársela─, esto contrarrestará el efecto del gas lacrimógeno. En unos minutos te sentirás mejor...
Loid no quiso luchar más y yendo contra el protocolo de un espía de su rango, dejó que aquel extraño lo atendiera y reposó en el asiento del copiloto con una bolsa de hielo sobre el pómulo derecho, mientras el vehículo iniciaba su marcha. Tal como le dijo el hombre, sus vías respiratorias se libraron de la irritación y al cabo de siete minutos, contempló mejor a su salvador.
─T-tú... ─reconoció a su padre, el Teniente de la Policía Secreta.
─El juego comienza a la una de la tarde, tienes tiempo ─contestó.
─¿Cómo...? ─se interrumpió a sí mismo y resopló─ Espera, no me digas...
─Sí, intercepté tu llamada con el informante ─asintió─. Fue muy listo, pero debe tener más cuidado. Tuvo suerte de que estuviera pendiente del caso.
─¿También te enviaron a proteger a Alden? ─hizo una mueca por el efecto del hielo sobre su rostro golpeado.
─Y a diferencia tuya, pude acceder al Congreso sin problemas ─soltó con ligera pedantería─. Me enteré que alguien iba a atentar contra él, así que preparé todo para resguardarlo en su oficina.
─Por eso lo encontré dormido en su sillón ─concluyó─. ¿Lo drogaste?
─Yo diría que le salvé el pellejo ─lo miró de reojo─. Por otro lado...
─Si ya habías rescatado al congresista, ¿por qué me seguiste después? ─inquirió, no tan amable.
─Te reconocería en cualquier parte, así quisieras pasar desapercibido ─confesó, recordando que lo vio bajar de un taxi desde la ventana de la oficina de Alden─. Deduje que WISE te envió por la misma razón y ya que arriesgaste tu vida de esa forma, decidí apoyarte: después de todo, tu familia no sabía nada de esta misión.
─No creo que seas el más indicado para esto ─mencionó, irónico.
─¿Te habría gustado que les diera la mala noticia?
Loid no supo cómo rebatir el argumento de su padre y solo torció la vista hacia el paisaje, muy incómodo. El Teniente volvió a enfocarse en la calle y ambos guardaron silencio por un rato, cada quien perdido en sus pensamientos.
─¿Y ahora qué? ─espetó el joven espía.
─Nada, cumplimos la misión ─resolvió, mientras se aproximaba a un parque─. Me encargaré de que tu agencia reciba la noticia.
─No es necesario.
─¿Podrías escucharme?
─No ─se quitó la bolsa de hielo─. Déjame en el hospital, por favor.
─Traje ropa nueva, por si te preocupa ─frenó despacio.
─¿Por qué estás haciendo esto? ─lo encaró.
─Oscar ─lo llamó por su verdadero nombre y aquello bastó para dejarlo en shock─: sé que has querido alejarte de mí desde el fin de la Operación Strix y lo comprendo, he perdido todo derecho contigo... pero si no hablamos, aunque sea por una vez, voy a enloquecer.
─Siempre se trata de ti ─soltó en tono de reproche.
─Al comienzo, sí ─confesó, avergonzado─. Fui demasiado estúpido para entenderlo en aquella época y el haber puesto mis misiones por encima de ustedes es un pecado que cargaré por el resto de mi vida. Nunca debí abandonar nuestra casa en plena guerra, ni tampoco negarles el amor que necesitaban. He sido un hombre miserable...
Forger parpadeó ante el discurso que jamás esperó oír del Teniente, contempló su actitud cabizbaja y en silencio, notó que sus propios muros fueron derribándose hasta dejar expuesto al pequeño huérfano de Westalis. El niño desolado clamó por un gesto de amor, el adulto resentido se negó a abrazar al hombre que quería volver a ser su padre, su lucha interna lo agotó al máximo y su alma adolorida aceptó la más cruda verdad: su vínculo jamás podría deshacerse, a pesar de su larga separación.
─También cometí muchos errores ─ahogó un sollozo─. Mamá esperó por ti hasta su muerte y cuando eso pasó... y-yo te sepulté en espíritu, porque creí que era la mejor forma de afrontar tu abandono. Por largos años, olvidé que tenía corazón y dañé a muchos inocentes, hasta que Anya y Yor me rescataron... ─no pudo continuar y limpió sus lágrimas con el dorso del brazo.
─Entiendo a qué te refieres ─cerró los ojos, nostálgico por el recuerdo de su difunta esposa Amelie─. El amor no es una debilidad si te impulsa a seguir... y aunque lo descubrí muy tarde, mis sentimientos por tu madre y tú siguen tan fuertes como ahora.
─Me alegra saberlo ─tragó saliva─. Pero, aun así... no logro entenderlo: ¿por qué el destino nos reuniría otra vez, si el pasado ya no se puede recuperar?
─Tal vez ─hizo una pausa─ exista una forma.
─¿Cómo? ─suplicó por una respuesta.
─El partido de béisbol en la Academia Edén: ese juego me recordó que hace décadas, un idiota le dijo a su primogénito que la guerra era más importante que estar con su familia; y ahora el mismo niño es un padre ejemplar que nos salvó de un conflicto y está listo para cumplir su promesa.
El Teniente se armó de valor para mirar a su hijo y por primera vez en treinta años, sus ojos reflejaron una emoción indescriptible. Loid volvió a ser el Rayito de Sol de su hogar y se dispuso a expresarle el perdón que merecía.
─Admiro al hombre en el que te has convertido, Oscar. Estoy seguro que Amelie se habría sentido muy orgullosa de ti, tanto como yo lo estoy...
Para Loid, aquella frase reparó las últimas heridas de su alma. Ambos sonrieron con tristeza y después de que el Teniente reanudara la marcha del auto, el espía apretó suavemente la mano de su padre sobre el timón, en señal de que aceptaba sus disculpas.
Así transcurrió una hora y una vez que se vistió con el traje de béisbol que el militar tenía guardado, Loid corrió a la entrada principal de la Academia Edén, rumbo al estadio que congregaba a los padres de las casas Cecil y Wald.
Sin que su hijo lo supiera, el Teniente se infiltró con gran habilidad y observó la competencia desde un árbol frondoso: allí, fue testigo del cálido recibimiento de Loid por sus familiares y amigos, así como el instante en el que tomó el bate para ubicarse en la esquina principal del campo. Pese a no conocer bien las reglas de juego, Forger le pegó a la pelota hasta enviarla fuera del diamante trazado en el césped y recorrió las tres bases con gran velocidad, consiguiendo así un homerun impecable.
La buena racha acompañó al equipo de Loid en casi toda la jornada y cuando lograron completar las nueve carreras en todas las bases, el profesor Henderson declaró la victoria de la Casa Cecil. Tanto Yor como sus hijos y amigos bajaron de las tribunas para celebrar el triunfo de Forger; especialmente Bastian, cuyos pies ligeros recorrieron el campo hasta alcanzar a su progenitor.
─¡Papá! ─gritó, lleno de júbilo─ ¡Ganaste, papá, ganaste!
─¡Sí, Bastian! ─Loid corrió a su encuentro y lo cargó para dar vueltas con él─ ¡Lo hicimos, hijo! ¡Vencimos!
─¡Claro que sí! ¡Eres el mejor papá del mundo! ─exclamó Bastian.
─¿Bromeas? ¡Ustedes son lo mejor que me ha sucedido! ─emocionado, repartió varios besos en su cabeza y rostro, recordando la charla que mantuvo con el Teniente─ No te imaginas cuánto los amo...
─¡Loid! ─Yor finalmente llegó con Anya, Myra y el pequeño Lucas, para completar el abrazo familiar.
A la distancia, el soldado del Servicio de Seguridad Estatal reprimió su éxtasis por la felicidad de Loid y al ver que las familias Forger, Franklin, Briar y Desmond se despedían para regresar a sus hogares, el Teniente dio media vuelta hacia la salida del colegio, con una sonrisa llena de paz.
De repente, la palabra «papá» fue emitida dos veces por un adulto y le costó darse cuenta que se dirigían a él, hasta que la voz se le hizo cada vez más cercana y familiar: era Loid, quien corría por los jardines de Edén.
─¡Papá! ─logró alcanzarlo.
─¿Oscar? ─se quedó en shock, asombrado de que su hijo finalmente lo reconociera como tal─ Pero, ¿cómo...?
─Sé dónde hallarte, aunque quieras escabullirte ─parafraseó el discurso del propio Teniente─. Por favor, quédate un rato...
─¡Papá! ─esta vez, una adolescente y dos niños exclamaron el título del señor Forger, seguidos de una mujer con un bebé de un año.
─¡Vengan, rápido! ─Loid les pidió que se acercaran y luego abrazó a su esposa─ Quiero presentarles a mi padre, el teniente Franz Forger.
Conforme Bastian y Myra observaban al orgulloso militar, Anya y Yor se miraron por unos segundos y sonrieron: ellas conocían la verdadera historia y supieron, por la enorme alegría de Loid, que padre e hijo se habían reconciliado. Por su parte, Lucas alzó sus bracitos en señal de celebración.
─Es un gran placer, señor Franz. Nos honra que al fin podamos conocerlo ─Yor esbozó una sonrisa cómplice, muy feliz de tratar con él en una situación más pacífica, y le ofreció cargar a su bebé─. Él es Lucas, su cuarto nieto.
─¿Lucas? ─lo recibió con temor.
─¿Entonces tú eres nuestro abuelito? ─concluyó Myra, la pequeña de ocho años─ ¡Te pareces mucho a papá!
─¿Quieres jugar con nosotros? ─propuso Bastian─ O si gustas, podemos ver juntos una película.
─¡Sí, que venga a la casa! ─los secundó Anya, lanzándose a abrazarlo junto con sus hermanitos─ ¡Que venga, que venga!
─Cálmense, chicos ─Yor río complacida─, su abuelo lo está pensando...
─Claro, ¿por qué no? ─Loid tomó la palabra y lo miró con regocijo─ Haré una cena especial esta noche... y sería genial que nos acompañaras. Tenemos tanto de qué hablar...
─Oscar... ─volvió a llamarlo por su nombre real.
─¿Oscar? ─Bastian miró a su padre, intrigado.
─Mi otro nombre ─reveló el espía, con la suficiente tranquilidad para no confundir a sus hijos, aunque estaba seguro de que Yor comprendió a qué se refería─. Bueno, ¡hora de regresar a casa!
El Teniente sonrió como no lo había hecho en muchos años y dejando que Loid posara una mano sobre su hombro, él y los Forger caminaron por la avenida paralela a la escuela, disfrutando de sus chistes, historias compartidas y la nueva promesa de recuperar el tiempo perdido junto a su nueva familia.
[...]
N.A.:
¡Buenas tardes a todos! Después de tomar exámenes, hacer actividades en mi colegio y revisar cuadernos, ¡finalmente pude terminar este fanfic! TwT
Creo que es uno de los retos más fuertes que he tenido en los dos últimos meses, no solo por escribirlo para el Twilight Week (un evento en el que estoy entrando con mucho retraso :''v), sino porque siempre es un desafío explorar los sentimientos de Loid Forger: no es sorpresa que nuestro espía haya tenido una vida familiar tan complicada y aunque se visualiza su posible futuro feliz con Yor y sus cuatro hijos (¡wooow! 7u7), imagino que el vacío de su infancia no es algo que fuera a reponerse fácil... pero si Twilight y el Teniente fueron capaces de perdonar al otro, creo que hay esperanza de que ambos retomen sus lazos como siempre debió ser :')
Aclaro que usé el nombre «Oscar» como la identidad real de Loid porque Endo iba a llamar así al espía antes de decidirse por «Loid Forger» y, bueno... «Franz» es una invención mía (si en caso ponen otros nombres a futuro en el manga, los cambiaré XD). Me gustó que el «verdadero nombre» (?) de Loid se revelara al final, como si no existieran más secretos entre padre e hijo :3
De este modo, finalizo con mis notas, no sin antes agradecerles a mis amigas del fandom y «unas admiradoras secretas» por tanto cariño a mis historias, y a los demás, ¡muchas gracias por sus lecturas y reviews, que tengan buena suerte! :D
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