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LA MUERTE DEL REY.

Una gota de agua salada cayó desde la frente del viejo rey, llegando hasta la barbilla del mismo y perdiéndose entre los diminutos cabellos de su áspera y abundante barba de colores canos. Tragó pesado. Incluso su columna vertebral le recordó el peligro que estaban atravesando, pues de esta un escalofríos surgió, y que lo atravesó como si de una lanza invisible, llena de incertidumbre y pánico se tratase.

Los ojos cansados del rey vieron el caminar de aquel hombre, percibiendo la fortaleza, la opacidad y el poder surgir de él en grandes oleadas de viento, incluso si los pasos del no-muerto eran pausados y calmos. ¿Pero como podría estar tranquilo, si la reencarnación de la muerte ahora caminaba en dirección a él y de los suyos?

He de ir a encontrarlo. Bajaré hasta el Valem y lo enfrentaré. Si perezco, por favor, Jonatan, cuida de mi esposa e hijos.

Cuando el guardia escuchó esas palabras, su cuerpo se congeló, sintiendo el hielo frío del mundo cubrir la piel de su mente. ¿Era este el final?, ¿por qué el rey diría algo así? Incluso pudo ver como el dolor y la desesperanza invadieron los ojos del anciano.

Jonatan supuso entonces, que el rey estaba precipitándose un poco. Y que, incluso si el peligro ha llegado, debería ser él quien de la vida en lugar del rey:

Pero, mi señor, he ofrendado mi vida por la del rey, un voto de lealtad a aquel que he de servir, hasta que la muerte sea la única que me impida proteger a mi soberano, por ende, seré yo quien baje hasta el lóbrego y lleve el mensaje de mi superior.

Incluso si la voluntad surge de mi fiel servidor, un rey, como yo lo soy, jamás permitiría que bajes a él y mueras. Este es un asunto que nos compete solo a los dos. — El rey jamás apartó la mirada de la silueta aquella, una que amenazaba la existencia de la humanidad. — Toma a mi mujer e hijos y sácalos de aquí, hasta que buenas nuevas surjan en mis tierras.

— Si es eso lo que el rey ordena. Así lo haré.

— Entonces vete ahora mismo y lleva contigo a mi familia.

El guardia obedeció. Salió más rápido que el viento, abandonando la torre y al rey, un rey que, a pesar de sus temores, bajó de la torre dejando toda seguridad, yendo a la Intemperie para encontrarse con aquellos ojos carmesí.

No hacía falta que viniera hasta mi. Sus viejos huesos no toleran mucho el camino largo, soy consciente de ello, Ignacio.

La voz de Raven aparentaba una falsa educación, siendo esta muy amable y extrañamente empática, pero, el rey Ignacio sabía muy bien, que detrás de una máscara como esa, solo significaba que el vampiro tramaba algo. Habían muchas leyendas, mitos e historias que respaldaban aquel pensar del anciano.

Creí que sería mejor hablar en privado, en mi hogar hay demasiados oídos. Pero aquí podemos encontrar un lugar en el cual conversar, llegando a un acuerdo sin ser escuchados. ¿No le parece, soberano?

Por supuesto, y quizás sea esa la razón por la que que ha enviado también a su esposa e hijos con el guardia. Es muy amable de su parte. — Esto le causó terror al rey.

Raven sabía mucho más que la comprensión humana.

¿Eso ha ofendido al rey de la oscuridad?

— ¿Ofenderme?, Ignacio, alguien como lo es usted, nunca tendría tal privilegio. Solo deseo recordarle, que fue usted quien pidió clemencia.

Sintiéndose mal al escuchar como aquel hombre lo rebajaba a una posición inferior, Ignacio notó como el fuego nacía desde sus venas. ¿Pero sería prudente hablar de eso ahora?, ¿o debería seguir fingiendo inferioridad?

[Si he enviado a mi familia lejos de aquí, es porque no confío en la muerte, ni tampoco en lo que haré. Pero, quizás en el mejor de los casos, es esencial mantener la calma, sobretodo cuando me encuentro vulnerable ante él ]. Pensó el rey con temor. Así que opto por responder con sumisión:

No lo olvidaría. Comprendo mi posición ahora, soberano, es usted quien hará un trato conmigo, y no al revés. — Respondió con voz apacible. — ¿Qué busca el rey en mis tierras?, debe ser algo importante y preciado, tanto como para hacerle venir aquí, un lugar vulgar y corriente.

Raven entonces sonrió con soberbia. Caminó en círculos al rededor de su ahora presa. Ocasionando una mente caótica en Ignacio, quien como un ciervo asustadizo se volvió.

Con una vista aguda, Raven notó la piel de rizo en aquel anciano, ojos temerosos, y gotas de sudor cayendo por todo el rostro del miserable hombre. Sus oídos captaron el sonido del corazón, palpitaciones tan rápidas que incluso parecían ser dolorosas, y ni hablar de la respiración, sino fuera por las repetidas ocasiones que había presenciado algo así, Raven pensaría que aquel hombre estaba apunto de morir a causa de un daño cerebral.

Todo lo que me pertenece tiene un valor. Es por eso que con ansias estoy de encontrarla. Pero, si ya no existe, ¿quién pagará entonces lo que me deben? — Preguntó con una pizca de sarcasmo. — ¿Será el pueblo entero?, ¿o será aquel que lleva el cetro en sus manos, que sentado estuvo en el trono mientras juró ser mejor que el anterior?

— Por favor, piedad por aquellos que no han hecho más que vivir en mis tierras. Son inocentes, mi señor. — Rogó con nerviosismo.

Y tú, Ignacio, ¿cómo te consideras ante mi?, ¿será que tú pagarás la deuda del reino?

— Como heredero de mi padre y la sangre azul que corre por mis venas, que ascendí al trono como uno de los prodigios de Thazell, pagaré yo aquello que le han robado.

Sus súbditos deben adorarlo, un rey que practica la empatía, la valentía y la protección con los suyos, es admirable. Me atrevo a decir que incluso será benevolente con aquellos que yacen fuera de sus tierras. — Dijo Raven de manera distraída, como si no le importase tales características en aquel rey, de hecho, el vampiro ni siquiera sentía lo que había dicho. — Tengo una duda que carcome mi alma. ¿Con qué has de pagarme?

— Quizás oro y unos cuantos recipientes de sangre fresca. Parte de mis territorios o la invitación a una cena en mi palacio. Así mismo, existen muchas otras cosas llenas de valor que podrán servirle. Pero, ¿hay algo en especial que el soberano desee?

— Quizás.

— Entonces, mi señor, busquemos eso que tanto revuelo a causado. Estoy seguro que aquí estará.

— ¿Seguro?, ¿aceptas el hecho que han hurtado mi propiedad?, ¿¡aceptas que fue uno de los tuyos!?

— ¡No!, no fue eso lo que traté de decir. Solo trato de ser positivo, me refiero al hecho de que, si el soberano perdió algo, ya sea esté un objeto de valor o no, debemos encontrarlo lo más pronto posible. Y tengo en cuenta que, mis súbditos suelen ser rebeldes. Si alguno de ellos tomó lo que no pertenece aquí, yo mismo lo mataré.

[Llegado el momento, ¿seré capaz de cumplir mi propósito? ]. En sus adentros, el rey Ignacio batallaba consigo mismo. Tenía que haber una forma de complacer a Raven y evitar una masacre. Sino, entonces haría el intento a través de la fuerza bruta.

Es una oferta tentadora. Pero, preferiría hacerlo yo mismo. Así como también aventurarme dentro del reino. ¿Me permite hacerlo, rey... Ignacio? — Preguntó. Aquellos dientes blancos y filudos sobresalieron en una mueca tensa. En una sutil advertencia, camuflada bajo una sonrisa "amable".

No veo el inconveniente, mi señor. Busque lo que le pertenece. Puede aventurarse en cada parte del reino, hasta que el culpable aparezca, y entonces, él también será todo suyo.

Puede que sea una dulce y linda criatura. ¿Aplico también un castigo hacia ella?, ¿o pedirá clemencia por un ser puro como lo es la mujer?

— No. No admitimos delincuencia aquí en Thazell, mujer u hombre, ha de pagar.

— Es perfecto entonces. Volveré cuando la encuentre, y si no lo hago, puede que usted, mi rey, ni siquiera me vea venir... — Dijo soltando una leve carcajada, como si de una broma se tratase, pero estaba muy lejos de serlo.

Ignacio temió entonces. Esperaba desde lo más profundo del alma, que ese "algo" que Raven buscaba, apareciera. Ese día, rezo mañana y noche para que el ser de la oscuridad no regresara a sus territorios. Pero algo tan bueno como eso difícilmente ocurriría.

Mientras que, después de marcharse, el vampiro se reunió con el cuervo, quien era su unión en la vida, sus cadenas al mundo y su razón para enfrentar la batalla.

Es incapaz de dirigir el reino. ¡Actuar absurdo ante el peligro evidente! — Expresó con referencia a Ignacio. — Es así como se dirige el miedo, mi emplumado amigo. — Le comentó al ave. — Ahora, ve, vuela alto sobre todo el reino y con tu olfato guíame a ella.

El ave emprendió su vuelo. Se adentró en cada casa, en cada mansión, en cada terreno, pero no encontró su rastro. Al verse burlados, el cuervo prendió su ira, encendió sus llamas y nació su venganza.

¡Morirás por esta traición, pueblo de Thazell! ¡Quitaré de ti la vida, cayendo primero tu cabeza en poder! ¡Vulnerables son todos! ¡Y aún así, me han burlado! ¡Piensen, grandes ignorantes, en lo que han hecho, mientras mueren! — Gritó con histeria, con ira, y con sed de sangre, una que ni siquiera serviría para alimentarle.

El rey Ignacio, debido a la distancia, no supo entonces la amenaza que había caído en su reino. Así que, al llegar la noche, pensó que todo se había resuelto. Y durmió pensando que volvería a ver a sus hijos y esposa. Pero... poco sabía él que no sería así.

Al caer la madrugada, un extraño acontecimiento sucedió, Ignacio, quien sumido en los brazos de Morfeo, no se dio cuenta que, incluso dormido, Raven tenía el poder de atormentarlo:

Una extraña luz apareció a través de los ojos del anciano rey, una luz leve, como celestial, que impregnó la habitación de Ignacio. A causa de esto, se despertó, y asustado dijo:

¿Qué es esto?, ¿qué está pasando? — Preguntó desorientado.

No temas, solo he venido a ayudarte. — Dulce voz melodiosa, como el tintineo de una campanita delicada y fina. Eso fue lo que Ignacio escuchó, pero lo más intrigante es que sabía a quien le pertenecía.

¿Mi ángel de vida eterna?, ¿eres tú? — Preguntó embobado. De sus ojos salieron algunas lágrimas, impactado por lo que veía y escuchaba.

La luz se fue desvaneciendo, dejando ver el rostro de tan majestuosa criatura. Unos dulces ojos chocolate lo miraron atentamente, hipnotizando su cuerpo, manteniéndolo allí como un tonto enamorado que, a pesar del tiempo, aún anhela estar con ella.

Fue en vida una joven de belleza radiante, que mantenía una sonrisa y mejillas sonrojadas la mayoría del tiempo. Estas eran capaces de enamorar a cualquier hombre en la faz de la tierra, y él no fue la excepción. Poseía una piel suave y brillante, con bellos rasgos y con una sonrisa que opaca hasta la mismísima luz solar.

Mi amado, cuanto he extraño tu dulce mirada... siento que he vuelto a vivir con solo verte de nuevo, aunque ni siquiera se me permita volver...

Ji-Jimena... — tartamudeó el hombre, incapaz de procesar el hecho de que ella estuviera allí, justo enfrente, a los pies de su cama, y que, a pesar de todo, aún lo miraba con amor.

Vengo a llevarte, mi amor, a un lugar seguro. Raven no podrá encontrarte, porque no permitiré que te haga daño...

Pero, ¿cómo es posible que estés aquí?

Calma, mi cielo, no digas nada. No agotes tus fuerzas. No resiento nada de lo que pasó; no fue nuestra culpa, sino la del destino que nos separó. Ahora, ven conmigo, que mi amor nunca murió y deseo que vivas una larga vida, hasta que el final llegue.

Incapaz de negarle algo, Ignacio se puso en pie. ¿Cómo podía decirle que no al amor más grande de todos los tiempos? Jimena fue su más grande amor, el único y más puro. Fue ella, sin duda, quien su corazón había elegido, hasta que, por causa de una tragedia, tuvo que perderla. Confiaba en ella tan ciegamente que, incluso después de su muerte, creía lo que ella decía.

Jimena lo guió hasta una "salida", abrió aquellas enormes ventanas de madera y le tendió su mano al rey.

¿Confías en mí, Ignacio?

Con todo lo que soy —respondió sin pensarlo. ¡Vaya que fue un gran error!

Jimena, vestida de ángel, le hizo creer en la salvación, pero fue la primera en traicionarlo. Una vez que el rey tomó su mano, fue la crueldad de Raven quien la obligó a soltarlo. Y este cayó desde lo más alto de aquella torre, que antes fue el dormitorio que compartían él y su actual esposa.

Allá en lo alto, fue Jimena quien lo vio caer y sonrió ante la desgracia del hombre. Ignacio ni siquiera llegó al suelo, porque a mitad del camino, una barandilla de punta afilada se incrustó en su espalda, buscando la salida por el pecho de este, atravesando su corazón.

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