EL VISITANTE
Detrás de aquellas cordilleras, justo en el horizonte, una enorme esfera de fuego eterno se levantó, anunciando la llegada de un día más. Las aves ya silbaban en una melodía agradable al oído desde muy temprano ese día, bailando al son del viento y elevándose en lo más alto del infinito y vasto cielo. Un gallo de buen tamaño y de colores llamativos se posó sobre la punta de un enorme granero e imitó a sus amigas las aves de vuelo, el gallo cantó fuertemente en ese momento, sirviendo como alarma para aquellos que aún continúaban durmiendo. Seguido a él, muchos otros gallos lo emularon, cantando desde diversas áreas en el reino como si fuese un trabajo matutino diario.
Las personas inmediatamente empezaron sus labores. El panadero encendió el horno, preparó la masa, y así, de a poco, fue creando sus ricos pasteles, galletas, pastelillos y postres, impregnando el ambiente de un delioso, azucarado, dulce y agradable aroma. El bullicio de las calles tampoco se hizo esperar, miles de personas caminaron por la calle central del Valem, llendo de un lado a otro para realizar sus labores y otro simplemente visitaban el mercado como un pasatiempo. Empezaron a llegar otros nuevos turistas, atraídos por las cosas buenas que se hablaba del lugar. Todo empezó con una tranquila mañana, para terminar en el mismo estado de siempre: concurrido y nada silencioso.
Algunos animales también se pasaban por ahí, como los perros callejeros, unos que robaron un trozo de carne de la tienda del carnicero, lo que provocó que el dueño del local corriera detras de ellos con ira, también llevaba en su mano un bastón con claras intenciones: recuperar el producto. Mientras que otros solo se reían del desdichado.
Los gatos también eran intrusos no deseados, a menudo solían ingresar en las tiendas y descansar sobre las telas más finas y delicadas, ocasionando que miles de pelos de colores distintos se quedaran atrapados en los telares. También habían rasguños y agujeros en aquellos mantos; y con telas completamente estropeadas nadie sería capaz de dar un solo centavo por ellas. Por lo tanto, perros y gatos fueron apodados como "las plagas del Valem" por los desastres que ocasionaban en ciertas áreas. Pero fuera de ese pequeño inconveniente, no había ningún otro caso que estropeara la imagen del mercado.
Todos los días era la misma rutina. Pero ya estaban acostumbrandos a esto, para nadie era sorpresa ver correr al carnicero detrás de los caninos para recuperar la mercancía, o al sastre sacar gato por gato de su tienda para evitar que los felinos arruinaran sus mejores telas.
Así era la vida en Thazell. Una vida normal y con pocos problemas sobre sus hombros. No había nada que amenazara sus vidas, no había un ave de plumaje negro y de alma fragmentada que, como leyenda de terror, llegase en las noches para arrebatar sus vidas. Aquí todo estaba era paz, armonía y seguridad. Al menos por el momento.
— ¿Estas seguro que esto es lo que quieres hacer?
El Señor del Valem miró con inquietud a su amigo y hermano del alma. Como era de esperarse, Elijah tomó la decisión de regresar al pueblo fantasma sin compañía. ¿Qué no era eso algo imprudente y peligroso?
— Lo estoy, hermano, lo estoy. No tengo miedo de regresar, así que no debes preocuparte, cuando menos lo esperes yo estaré aquí. Y posiblemente hasta seamos ricos como un noble después de eso. ¡Hasta entonces, viejo amigo!
Elijah no perdió más el tiempo y caminó hacia la salida del reino, ansioso por lo que el destino traerá para él. Ni siquiera le dio un abrazo de despedida a su amigo, quien quedó con el alma guindando de un hilo por el bienestar de Elijah, pues como aventurero de mundos sobrenaturales y de alma libre, nada podía atarlo a un lugar como lo era Valem, un lugar aburrido y repetitivo en su día a día, por lo que no había esa emoción y adrenalina que tanto le gustaba a Elijah, nada lo ataba a Thazell.
Con un mal presentimiento, el Señor del Valem rezó a los cielos por la protección de aquel niño tonto y caprichoso, que hoy se embargaba en una aventura peligrosa y retando al destino como si le fuese a ganar.
Tiempo después de su marcha, las nubes se movían en un camino incierto por el cielo azul, dias cayendo y levantándose, noches tras noches imitando las salidas y puestas del sol, estaciones pasando y siguiendo la ley que estableció la naturaleza para cada una de ellas, y momentos de sol y lluvia como era de esperarse. Unos cuantos meses habían pasado y no se sabía nada de Elijah. Todos esos momentos de angustia los vivió el Señor del Valem, quien siempre esperaba ansioso la llegada de su amigo, pero como sucedía la mayoría del tiempo, no había rastro de Elijah desde hace mucho.
Siguiendo un camino engañoso, el aventurero se adentro más en el matorral, ni siquiera sabía en donde estaba, era como si el bosque hubiese cerrado sus puertas al nuevo intruso, y como si hubiese creado muchas ilusiones mentales para jugar con la mente del gran explorador de mundos sobrenaturales.
El silencio lo mataba, estaba volviéndose loco con cada paso que daba, ¿cómo había llegado a esto?, su único pecado fue seguir al ave creyendo que está lo ayudaría, pero en cambio, ahora estaba perdido en la nada. ¿Cómo saldría de esto?, ¿quien lo guiaría entonces a la salida?
Sus huesos estaban débiles, su grasa muscular había decaído notablemente, estaba en el esqueleto, con su boca seca y deseando encontrar una fuente de agua para hidratarse, pero en cambio, solo habían árboles, uno fuertes, grandes y majestuosos árboles. Árboles que, de alguna manera, se cerraron para impedir su huida, ni una pizca de luz, solo penumbras, ni un camino al cual seguir, solo era un bosque repleto de vegetación. Debilitado, Elijah cayó al suelo, su respiración descendió, sentía que estaba quedándose sin aire.
Como previamente lo había hecho, intentó levantarse pero no lo logró, solo cayó una y otra vez, causándose graves lesiones.
Con un suspiro resignado, Elijah se despidió del mundo, con un intenso anhelo de haber escuchado a su amigo cuando le advirtió de no regresar al bosque de la muerte.
[Ha llegado mi fin, viejo amigo. Fue un honor haberte conocido, Roberto. ]
Con aquellas palabras en su mente, el explorador cerró sus ojos y se adentro al mundo de la oscuridad. Y con su corazón palpitando levemente, era como si la muerte lo llamase desde lo mas profundo del bosque.
— La terquedad y la curiosidad son dos cosas que podrían matar al hombre, y más rápido de lo que piensas querido amigo, Elijah, ya haz marcado tu destino por dos ocasiones; creo que no tengo muchas opciones más que llevarte conmigo.
Aquella voz tenebrosa, imponente y peligrosa como dagas en el corazón y alma, hicieron eco por las paredes de su mente, causando que los bellos de su cuerpo se erizaran, que su cabeza pareciera inflamarse y que su cuerpo fuera incapaz de reaccionar ante aquel misterioso y enigmático ser.
[Parálisis del sueño.] pensó.
Era la única explicación razonable que tenía, ¿qué más podría ser?.
¡Y que mal momento para que su mente decidiera jugar con él!, ya antes habia ocurrido, pero en este instante el temor era más fuerte.
— No lo soy, pero soy similar a ellos. Soy más real que los seres que te atormentan por las noches. Conmigo no podrás jugar, explorador de mundos.— como si leyera su mente, el misterioso ser respondió a los pensamientos dentro de su cabeza. — ¿La marca en tu brazo no fue suficiente, Elijah?, ¿qué otra señal necesitabas para saber que no eres bienvenido en mis territorios?
Sintió como aquel hombre lo rodeaba, él ser oscuro dio vueltas alrededor de su cuerpo inerte con pasos sigilosos y sobre todo: amenazantes. Similares a los de un depredador contra su presa, y se sintió pequeño a comparación, como si aquella persona representara un peligro, uno mucho mayor al que suele esperarse en sus aventuras. Era más letal que una serpiente y más temible que un león de montaña. Elijah se sintió como un pequeño roedor en las garras de un enorme felino. Incluso más que eso: en las garras de la muerte.
Fue así como Elijah desapareció del mapa y sin ninguna explicación, nadie sabía de él, y eso tenía al Señor del Valem angustiado. Han pasado muchos meses desde entonces y su hermano aún no regresaba. La esperanza de su regreso iba desvaneciéndose, al igual que un trozo de papel al hacer contacto con el agua.
— Aún no regresa, ¿no es así?
Otro de los empleados en aquella próspera y amplia tienda se acercó a él. Era un joven de cabello rubio y de nariz respingada, de ojos color verde y de finos labios. Con contextura delgada como la sombra de la luna, pero casi tan alto como él jefé de la tienda.
Aquel joven llamado Diego había conocido muy poco a Elijah, ya que esté último constantemente se paseaba por el mundo como si fuese un vagabundo sin hogar alguno. Pero Diego sabía cuán unidos eran su jefe y aquel explorador.
— No. Aún no regresa. ¿Qué le dire a mi anciana madre cuando me pregunté por su hijo pródigo?
— Lo mismo que le ha estado diciendo siempre, Señor. Que Elijah se fue en busca de una nueva aventura.
Y asi se cumplió un año desde entonces. Y Elijah jamás regresó.
Una mañana de domingo, un ave negra emprendió su vuelo. Era un ser de carácter omnívoro con una inteligencia que supera a la de cualquier otra criatura. Capaz de retener en su mente hasta la más mínima información. Se trataba de un ave, astuta, sinvergüenza y de malas mañas, incluso superando la de un zorro salvaje.
El cuervo voló por encima del reino, especialmente sobre Valem, observando atentamente cada anomalía, manteniendo siempre vigilados los rincones de cada lugar que visitaba, incluso si estos son poco habitados. No por ser un ave derivada del bosque encantado significaba que dejaría a riendas sueltas a los humanos.
"Siempre en vigilia constante y nunca bajar la guardia:" eran estas las características del arma mortal del depredador.
Conjuntamente, por la tarde de aquel día, antes del almuerzo, un extraño pisó las tierras del reino. La imagen de un forastero en los sagrados caminos de Thazell no era inusual. Lo inusual fue cuando aquel hombre se adentro más al reino, logrando capturar toda mirada de los que por ahí pasaban, las bestias, perros y gatos se inquietaron ante su presencia y huyeron despavoridos dando paso al extranjero para continuar su recorrido.
Los rumores se esparcieron inmediatamente, hablaban sobre un hombre de buena altura, con al rededor de 1.95 cm, de brazos y piernas musculosas con un cuerpo trabajado. Las ropas que él vestía estaban fuera de lugar a comparación de los demás, poseedor de una máscara metálica sobre su rostro, cubriendo por completo cada facción de él, era imposible revelar la identidad de aquel extranjero.
Era portador de un gran sombrero que cubría su cabeza de los fuertes rayos de sol, y en el pecho portaba una armadura, brillante y pulcra como los cristales que nacen en el Volcán de la montaña Valeniant, y tan eficaz contra el ataque de cualquier fiera. En sus botas de guerra yacían envueltos un par de espuelones como las de un gallo, pero creadas con un material distinto al de la armadura, un material que parecía hierro, tan sólido y doloroso, incluso de solo verlas. Con él llevaba una enorme espada, de la cual sobresalía a la vista el doble y mortal filo que poseía. Y una enorme capa con hombreras de brillante y rudo parecer.
El hombre aquel siguió su camino e ignoró con facilidad cada voz que murmuraba con intriga sobre quién era él. No era la primera, y más que seguro, que tampoco sería la última vez que alguien se asombraba de verle; además de cuchichear entre ellos y llenar de rumores las calles del reino. Aún no estaba acostumbrado a llamar la atención del público, era como una maldición que ha arrastrado con él desde ya mucho tiempo.
— ¿Por qué ha venido?, nunca antes lo había visto...
— ¿Por qué lleva una máscara en su rostro?, quizás sea algún delincuente y quiere pasar desapercibido, ¿no es así?
— Su presencia me atemoriza...
— Lo mejor será que nos marchemos de aquí, ese hombre no es seguro...
Miles de comentarios parecidos a estos se escucharon en el mercado, y sin ellos saberlo, cada una de sus palabras llegó hasta los oídos de aquel hombre. Aunque él sabía muy bien cada uno de los pensamientos aquellos, eran tan repetitivos en cada aldeano que lo veía. Las mismas palabras de siempre, una y otra vez.
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