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El DEPREDADOR Y EL CUERVO.

La noche descendió trayendo consigo las sombras oscuras que atormentan el alma de quienes la viven. Allí, perdidos en el olvido, ya hacen los habitantes del pueblo bajo el manto de las tinieblas y del enorme firmamento. Con la piel de erizo y el corazón errático y desenfrenado como el galopar de un caballo salvaje. Un caballo que ha emprendido una carrera sin rumbo fijo y con la velocidad de la luz mientras huye de su peor enemigo, un depredador natural, y con su vida pendiendo de un fino y delicado hilo, pues la muerte ha decidido ir tras él.

Así mismo, las nubes se movieron a causa del viento, tapando todo indicio de luz nocturna y opacando cada pequeña y dulce esperanza en la mente de los pobres y miserables pueblerinos. Con los alaridos del viento ondeando por los alrededores, terribles sonidos que no ayudan en nada para calmar los nervios de quienes residen en aquel pueblo sombrío. La voz del viento se eleva, golpea con fuerza lo que encuentra a su paso, y a lo lejos, un enorme roble se ha venido cuesta abajo, ocasionando en el proceso los daños materiales de una vivienda y el desespero en la familia que la habitaba. El sonido del colapso ha asustado a muchos vecinos, esa noche, están esperando lo peor. El roble y el clima son preocupaciones minúsculas. Hay algo mucho, pero mucho más grande y poderoso que una tempestad como esa. Esa noche, esperan la elección del ave de plumaje negro y de corazón podrido.

De repente, una neblina color carbón se ha elevado desde el suelo en ese espeso y cercano bosque. Se levanta la niebla, recorre con lentitud cada rincón de este manojo enorme de vegetación y fauna y, en cuestión de algunas horas, empieza a adentrarse al pueblo aquel que ya ha sido mencionado. La niebla recorre sus espacios, casa por casa, terreno por terreno y camino por camino. Creando un ambiente de penumbras y horripilante sentir. Aullidos de lamento y pánico se escucharon por las calles empolvadas y callejones de tierra, los caninos aullaron de manera dolorosa, espantando cada corazón y llenando los oídos de las personas con cánticos tenebrosos, mientras tanto, los gatos maullaban atemorizados, se les escuchaba trepar al techo de las viviendas y correr de un lado a otro como si hubiesen perdido su rumbo. Cada salto y cada golpe, aunque causados por estos felinos en los tejados, generaban saltos de terror en la gente, ocasionando pánico, incluso una pequeña aguja cayendo al suelo frío era suficiente para causarles miedo. Todo era terror. Cada luna llena del mes era dolorosa. Así era vivir ahí, quizás por eso el pueblo se vio abandonado y olvidado por los gobiernos. Con el tiempo, cada nueva generación de cabeza en poder se fue olvidando de los que moraban en ese lugar. Ya nadie los conocía, ya no eran alguien para los demás. Y solo hubo un culpable, pues al estar cerca del bosque eran presa fácil para el depredador...

La temperatura descendió, ya no solo se temblaba por pánico, sino también por lo helado de la noche. Se podía escuchar el rechinar de los dientes, se podía percibir en los seres más cercanos el temblor que esto ocasionaba debido a lo amontonados que estaban unos tras otros, un método de protección aunque sin un porcentaje de éxito. Casi caían a la inconsciencia, sumando todas las emociones que noches penubres como esa traían consigo, pánico, terror, ansiedad, dolor, fatiga, frío y la pérdida de algún miembro de la familia. Así sucedía, esto era muy común entre tanto y tanto, entre luna llena y luna llena, una vez por mes. Una vez al mes... alguien moría.

¿Quienes morían en noches de luna roja?, ¿niños y recién nacidos?, ¿ancianos?, ¿adolescentes?, ¿serán acaso los adultos?, ¿solteros o viudos?, ¿casados o divorciados?, ¿hombre o mujer?, la respuesta a estas interrogantes sería un simple y rotundo no.

El cuervo elegía a quien mejor le pareciera, sin importar el estado o edad, enfermedad o no. Nadie podía salvarse, nadie podía gozar de la vida con tranquilidad. El número mayor de habitantes hoy en día solo era una parte pequeña, poco a poco se iban reduciendo. El número era cada vez menor. ¿Qué si le importabas a la bestia?, ¿qué si tenía consideración de tus sentimientos?, ¡que más da! A él no le importa nadie ni nada en este horrible y depravado mundo.

¿Sentimientos?, ¿que son lo sentimientos para él? No son nada, solo son la debilidad de gente mediocre y estúpida.

Un paso, el crujir de una rama partiéndose en dos, otro paso más, con lentitud acercándose, un suave silbido, una voz profunda, gruesa y pesada, una canción de cuna en un idioma desconocido, que mezclándose con el ambiente y la tempestad de la noche solo podía ocasionar miedo. Pero eso era lo que la bestia deseaba. El miedo. Y podía olerlo y saborearlo desde lo lejos.

— ¿Vienes a mí, oh mi pequeño y malvado travieso?, dulce es tu presencia cruel y vengativa, avecilla de la noche.

El ave soltó un pequeño y consentido croar. Estaba siendo mimado por su amo, algo que agradaba al ave de sobre manera. El amo le permitió alzar el vuelo con sus alas de acero y de color carbón, de brillante plumaje y pico de obsidiana, tan filudo y capaz de desgarrar la carne de quien se interpone en su camino, incluso si su tamaño es menor al de un humano adulto. Que no te engañen esos redondos ojos negros cuál pozo profundo y de mirada tierna, pues traiciona peor que los grandes felinos que andan sueltos por el gran valle, buscando una presa fácil y débil que saciara su hambre.

— Alza tu vuelo, mi peligroso amigo. Tu señor estará orgulloso si le encuentras algo que sacie su feroz sed.

El ave emitió un croido que resonó en todas las paredes de las viviendas. Primer aviso según los pensamientos del ave aquella. Todos lo sabían, por lo tanto, con solo escuchar al ave croar en lo alto del cielo, lágrimas dolorosas se deslizaron por las mejillas de los pueblerinos. El cuerpo de cada habitante estaba siendo torturado por el miedo, puntas de cuchillos se clavaban en la mente y corazón, se desangraba el alma incluso antes de ser elegidos. No hay rayito de luz que los libere de esto. Es morir o morir. Pero nadie quiere ser elegido, al menos no aún.

Ya es hora, hija mía, lo siento mucho.

El pequeño murmullo de la voz cansada y opaca de una anciana se escuchó en el silencio de aquella habitación. Fue un tono de voz suave, casi inaudible, sin embargo, el silencio era tan atroz que pudo ser escuchada con tanta claridad como si lo hubiese gritado a los cuatro vientos.

Mamá, no, por favor, no...

Aquella joven de nombre Mirtila, rogó a los cielos para que no escucharan las palabras negativas de su anciana madre. Está joven lloró en silencio, aunque su alma rogaba por soltar a gritos sus emociones y el dolor que sentía. Estaba a punto de perder a alguien que amaba con toda su alma y se negaba a hacerlo. Era doloroso, el corazón la quemaba como llamas de fuego vivo y destructivo, su espíritu se encogió muy dentro de ella, y su respiración se tornó errática, casi imposible para ella él poder respirar.

No quiero... no puedo...

Aquí se sufre, aquí se llora con amargura, Mirtila. ¿Por qué tratar de gastar las únicas fuerzas que tenemos para tentar el destino?

Mamá...

Estaremos bien... tú estarás bien, hija, lo prometo. Yo estaré contigo en este proceso, jamás te dejaré ni te abandonaré, esta es mi promesa.

Segundo croar del cuervo. Segunda advertencia.

Desde lo lejos, el amo de aquel animal de plumaje azabache observó con atención cada uno de los movimientos del animal, esperando ansioso la señal final y con ello encontrar ese objetivo fijo que lograría acabar con el ardor de su garganta y estómago. Olfateo el ambiente. Suspiro con regocijo, sintió el delioso aroma que desprendían sus victimas.

[El pánico es mi aroma favorito. El apetito se abre cada vez más al sentir como se desprende el terror de cada uno de ellos.]

La bestia soltó una risa macabra de solo pensarlo. Divertido ante tal situación.

Date prisa, mi emplumado amigo, no soportaré ni un minuto más.

Fue entonces cuando el ave por fin se decidió. Y así, habiendo elegido a su víctima, emitió el sonido más tenebroso y no anhelado de todos los tiempos. La elección estaba hecha, la comida ya estaba servida en bandeja de plata. Alguien ahí era el indicado, alguien ahí moriría siendo el sacrificio principal de la noche, salvando las demás almas que habitan el pueblo más repudiado del mundo, al menos serán salvos por esta ocasión.

¡Qué maravilla!, ¡el hambre ya clamaba ante la puerta de mi oscuro ser!

Con velocidad poco común e imposible para los humanos, el depredador corrió hacia la vivienda que había cautivado la atención del ave. Y se adentro en ella siendo entonces un invitado no deseado, pero sí esperado. La neblina subió más y se extendió con mayor facilidad, incluso llegó a tal punto que ni siquiera el techo de la casa más alta era visible al ojo humano. El ave entonces, mientras su amo disfrutaba de su platillo nocturno, voló hacia un árbol donde se poso tranquilamente y sin remordimiento por sus acciones, con una actitud casi aburrida espero a que todo terminara para poder volver a casa y descansar un poco.

Segundos más tarde el silencio fue interrumpido por el grito de un alma inocente y el llanto de quienes la amaban con tanta intensidad y con el corazón, gritos de un dolor terrible a causa de huesos rotos, colmillos en la yugular y siendo devorada mientras aún había vida en ella. Otro grito de angustia e impotencia por no poder hacer nada para salvar a quienes se ama, y el pánico que ocasionó la visita de aquel intruso. La pequeña criatura fue arrebatada de los brazos de su madre y extraída con violencia desde el interior de aquella humilde vivienda. Un rastro de sangre fresca se formó desde la habitación hasta llegar al bosque, causando que la pequeña se desangrara en el proceso, pero no impidió servir de alimento para aquellos dos seres oscuros cuya hambre era mayor que el razonamiento. A ese punto, tanto el ave como el depredador eran dos bestias, dos animales guiados nada más por el instinto que por la razón.

El esposo y la anciana envolvieron en un abrazo consolador a la joven madre, que esa noche lloraba la muerte de su más preciado tesoro. Una niña de tres años fue la víctima, quien en su momento había sido la luz y la felicidad de sus padres durante un par de años pero que ahora su vida había sido arrebatada de forma atroz.

¡Mi hija, por los cielos!

El duelo por la pérdida se abrió paso en el corazón de aquella madre, soltó un grito alarmante que fue escuchado por todos los del pueblo. Un grito de dolor, un grito desesperado, un grito que nadie quiere oír. Y un dolor que ninguna madre quiere experimentar.

Mi bebé; se ha llevado a mi bebé... ¡por favor, por favor hagan algo, hagan que mi dolor cese..!

Un favor...— Aquella última voz era similar al de la bestia con forma humana, pero en esta ocasión, no era el depredador quien hablaba: — Un favor yo les he hecho, jóvenes padres, les he ahorrado vuestro sufrimiento.

Allá, a lo lejos, sobre la rama de un árbol, cubierto por la espesa y gruesa neblina, un par de ojos llameantes cual fuego brillaron con odio en medio de las penumbras, ya que debido a la maldad, el ave podía cambiar de forma y el color de ojos cuando dejaba fluir lo que sentía. Tanto era el rencor del ave que se pudo percibir desde allá en la lejanía. Terminando de decir aquellas palabras, que a pesar de lo que enunció, jamás fueron dirigidas al consuelo, fue al contrario, solo hundió más en el dolor y la miseria a los padres de la pequeña Katherine.

Al darse cuenta de la angustia y del alma rota de los humanos, el ave soltó una risa estruendosa, macabra y sin una pizca de empatía por quienes sufrían esa noche. Aún riéndose, el ave alzó vuelo y fue tras su amo, siguiendo el rastro con olor metálico de la sangre derramada por el suelo, ese fue el camino para encontrar a su señor. Si tenía suerte esa noche, el depredador podría tener una pizca de bondad y dejarlo comer los restos del cuerpo de la pequeña y pobre víctima.

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