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Capítulo 4

Gritos, cuerpos empujándose entre sí, caos. Alguien cayó y vi como los demás pisaban algunas partes de su cuerpo, hasta que otra persona le ayudó a levantarse y siguieron corriendo juntos.

Una parte de mí gritó que debía huir con los demás. Pero la otra parte, la menos racional, decidió quedarse.

¿De qué huían, para empezar? Lo que fuera que haya pasado, no parecía que fuera a suceder otra vez. No era como si esa herida en el cuello fuera contagiosa. Y lo que fuera que lo causara, no parecía estar cerca.

Como si fuera lo más natural del mundo, me acerqué hasta aquel cuerpo.

Era una chica muy hermosa. Su cabello era castaño claro, trenzado de una forma bonita. Llevaba una falda blanca y un top rosado, maquillaje delicado. Tuve el pensamiento de que vino aquí para una cita, pero no sabía si podía confiar en ese instinto.

Me incliné sobre ella y tomé su muñeca. Me gustaba la medicina, era la carrera que planeaba estudiar, después de todo. Así que cuando nos enseñaron primeros auxilios, yo fui la alumna estrella.

—Aún tiene pulso —informé, a nadie en particular—. ¿Ya llamaron a una ambulancia?

—No, no —titubeó su amiga.

Estaba sangrando demasiado, por lo que ese pulso quizás no durara demasiado. Sin pensarlo demasiado, rasgué una parte de mi camisa.

—Está bien —intenté calmarla—. Yo me encargo. Toma esto, pon presión sobre la herida.

Le enseñé exactamente como debía hacerlo, esperando que mis recuerdos estuvieran en lo correcto. Las manos de la chica temblaban, pero siguió mis instrucciones. Las lágrimas corrían por su rostro, mientras el de su amiga cada vez se veía más pálido.

Llamé a una ambulancia. Para mi suerte, me aseguraron que habría una en pocos minutos, así que aproveché de llamar a Jake para que viniera por mí. No sabía por qué, pero supuse que mi novio me había dejado abandonada.

Nadie más se quedó a nuestro lado mientras esperábamos a que la ambulancia llegara. Cada treinta segundos, yo me aseguraba de que ella siguiera viva. Mis manos se llenaron de sangre y noté un leve temblor en ellas. Por un segundo, mi mente se fue a otro lugar.

¿Era normal marcharse en una situación de riesgo, abandonando a tu novia en el lugar?

No me sorprendía, pero sentí algo quemando dentro de mí. Enojo, quizás.

—Ya están aquí —le informé a la chica—. ¿Vas a ir con ellos?

Observé a los paramédicos bajar a toda prisa. Uno de ellos me miró con aprobación cuando vio mis primeros auxilios improvisados, notando mi camisa rasgada. Asentí en su dirección, sintiéndome un poco más tranquila ahora que había profesionales encargándose.

—Si, no puedo dejarla así —respondió entre lágrimas—. ¿Qué harás tú?

—Mi hermano ya viene por mí —señalé mi teléfono.

Observé como montaban a la chica herida en la camilla, mientras interrogaban a la otra. Justo entonces vi el auto de Jake estacionándose. No le había dicho que estaba en la parte de atrás, pero él lo adivinó.

No me dio tiempo de llegar a su auto cuando él se bajó. Parecía recién salido de la ducha, con su cabello mojado y sin peinar. No me costó mucho adivinar que lo había llamado cuando estaba en la ducha. Y como siempre que yo lo necesitaba, a él no le importó dejar todo a un lado y venir por mí. Tenía una expresión preocupada y no tardó en revisarme de pies a cabeza.

Y como si la presencia de mi hermano fuera un interruptor, las lágrimas comenzaron a caer por mi rostro.

—Julia, Julia —asustado, intentó ver qué estaba mal—. ¿Estás bien? ¿Qué ocurrió? ¿Estás herida?

—¡No lo sé! —admití, llorando amargamente—. No sé cómo ocurrió. Todos se fueron y nadie la ayudó. Nadie se quedó, solo yo. Y yo no sabía bien qué hacer. Hice lo que creía que debía hacer, pero ella estaba perdiendo tanta sangre. Yo estaba muy asustada, tenía tanto, tanto miedo.

Mi hermano me abrazó con fuerza. Jake podía ser un idiota, un imbécil de primera. Pero también era mi mayor apoyo, mi compañero.

—Está bien, la ayudaste. Hiciste un muy buen trabajo, Julia. Lo hiciste muy bien.

—No sé si va a sobrevivir —admití.

—Hiciste todo lo que estaba en tu poder —tomó mi rostro entre sus manos—. No podías hacer más.

—Quiero ir a casa.

Como si fuera una niña pequeña, Jake me tomó entre sus brazos. Era la ventaja de sus entrenamientos, tan musculoso y tan fuerte, me llevó entre sus brazos hasta el auto. Mi hermano mayor, siempre tan cuidadoso, siempre tan atento.

Secó mis lágrimas con cuidado, antes de ingresar al auto y comenzar a conducir.

Mis hermanos me habían enseñado a pensar antes de sentir. Si alguien estaba herido o en peligro, primero se usaba la lógica y luego lidiábamos con nuestras emociones.

Y yo era la menor de una pequeña y a la vez numerosa familia. Lo que me hacía más sensible, más sentimental y más protegida. Pero había crecido observándolos.

—Estoy toda llena de sangre —noté con horror.

—Te compraré ropa más bonita que esa —fue su respuesta.

Jake sabía que no me preocupaba la ropa. Agradecía que intentara ayudarme a despejar mi mente, pero en este momento me sentía incapaz de bromear junto a él.

—¿Qué ocurrió? —preguntó luego de un rato.

—No lo sé —admití—. Cuando llegué, la chica ya estaba herida. Y luego todos huyeron. Nadie intentó ayudarla, más que su amiga.

—Y tú.

—Y yo —asentí—. Yo también quería irme. Pero por un segundo, me imaginé en sus zapatos, en los de su amiga. Si yo estuviera en su posición y nadie me ayudara...

—Tú siempre tendrás a alguien que te ayude, July.

—Lo sé, lo sé. Mis hermanos sobre protectores nunca me han defraudado.

—Solo quiero saber...

—¿Sí?

—¿Dónde demonios está tu novio y por qué no estuvo contigo durante una emergencia?

Me encogí en mí misma al escuchar la dureza de su tono. A veces me olvidaba que Jake ya era todo un adulto. Uno enorme y temperamental.

Uno que tenía toda la razón.

Como si lo estuviéramos invocando, mi teléfono sonó con la melodía que le había asignado. Lo dejé sonar, sin saber muy bien qué hacer. Jake no era el único enfadado.

—Contesta si vas a hacerlo —soltó con amargura.

—¿Bueno? —atendí la llamada.

—¡Julia! ¿Estás bien? ¿Dónde estás?

Como si Jake pudiera escucharlo, soltó un bufido incrédulo. Miré el reloj del auto de reojo. Habrían pasado al menos veinte o treinta minutos desde la última vez que había visto a Lukas. ¿Se había acordado de mí justo ahora?

—Estoy camino a casa —informé.

—Lo siento, nena. Te perdí en medio de la estampida y luego mi teléfono murió.

Pero su teléfono había tenido al menos setenta porciento de batería. Lo sabía, porque lo había visto mientras el manejaba.

—¿Podemos hablar luego? Me está doliendo la cabeza y quiero darme una ducha.

—Está bien. ¿Hablamos esta noche?

Jake me miró de reojo, esperando mi respuesta.

—Por supuesto.

Y luego volvió a mirar al frente, decepcionado.

Sí, sabía que Jake no estaba de acuerdo con que Lucas fuera mi pareja. Pero en mi defensa, Jake no estaría de acuerdo con que nadie fuera mi pareja.

Era un hermano celoso y nadie sería lo suficientemente bueno a sus ojos.

—No voy a decir nada —interrumpió mis pensamientos—. Pero solo porque no quiero alterarte más. Este día ha sido terrible para ti, así que ve arriba, toma un baño y ve a dormir.

—No eres mi papá. ¿Sabes? —intenté bromear, pero sin querer terminé pisando una mina.

—Soy tu hermano y me preocupo por ti. No me importa si eso te parece una molestia.

No dije nada, porque sabía que había sido mi error. Nuestro padre era un tema que no se tocaba en casa.

Alcohólico. Me había tomado un par de años entender lo que esa palabra significaba.

Y no era una idiota. Sabía que mis hermanos me habían protegido de ver a mi padre de esa forma tanto como pudieron. Por supuesto que no podía evitarse. Cuando era una niña no lo entendía del todo, pero me bastó crecer un par de años para ver lo que pasaba en casa, antes de que todo cambiara.

Ahora sabía que mi padre se encontraba internado. De vez en cuando, recibíamos cartas de su parte. No lo habíamos visitado, pero si nos comunicábamos seguido.

Llegamos a casa en un silencio incomodo. Me bajé del auto, sintiendo dolor en mi pecho. No quería pelear, no con Jake.

—Julia. ¿Vas a comer algo? —preguntó mamá al escucharme entrar, aun sin verme.

—No tengo mucho apetito.

—Te dejaré la cena en el horno entonces —respondió, acostumbrada.

En la madrugada siempre bajaba a buscar que comer, así que no importaba demasiado si cenaba ahora o más tarde.

Mamá no salió de la cocina. Lo agradecí, pues no quería que me viera de esta forma.

Aún no entendía como era que se había curado de aquella terrible enfermedad que ahora a mí también me afectaba. Justin solo me comentó que era mejor no saber, pues el tratamiento había sido tan traumático como la enfermedad, pero yo ya no era una niña.

Y ellos se negaban a darme las respuestas.

Entré a mi habitación sintiendo el cuerpo pesado. El duro día cayó sobre mí antes de darme cuenta. Me acosté en la cama, sintiendo unas enormes ganas de llorar.

Antes de darme cuenta, ya me había quedado dormida.

Reconocí aquel viejo castillo como el lugar que visitaba cuando dormía. No veía rastros de Raven, aquel hombre misterioso que se colaba entre mis sueños. Así que aproveché de revisar el lugar.

Era hermoso, tan amplio y a la vez tan antiguo. Por alguna razón, se me hacía familiar y no solo por los sueños. Toqué las paredes, sintiendo aquel frío de la piedra.

Se sentía demasiado realista.

—Llegas temprano hoy —escuché detrás de mi aquella voz.

—Eres tú —dije, embelesada—. Pensé que no era cierto. Pero eres tú, estás aquí.

—No planeaba que me vieras el día de hoy —admitió—. También me tomaste por sorpresa.

Recordé aquella mañana, aquel hombre que vi entre la multitud. Aquel que ahora reconocía como Raven.

—¿Te sorprendí? —repetí.

—Me encontraste en un mar de personas como si supieras exactamente dónde buscar —sonrió, acomodándome un mechón de cabello—. Es la primera vez que eso ocurre.

—Así que sueles observarme de lejos como hoy.

No era una pregunta. Él tuvo la decencia de mostrarse un poco avergonzado, pero no lo negó. ¿Cuántas veces me había observado? Por un segundo, pensé que podría tratarse de un acosador. Sin embargo, había algo instintivo que me impulsaba hacia él.

No me sentía en peligro. Al contrario. Era como si él y yo nos perteneciéramos, como si su alma y la mía estuvieran hechas para encajar.

—¿Acaso importa?

—Sí, porque no sé cómo es posible que te encuentre aquí. No eres un producto de mi imaginación. ¿O sí?

—Soy el sueño de cualquier mujer —le dediqué una mala mirada—. Bien, no me queda hacer ese tipo de comentarios. Lo siento.

—Me gustaría que me explicaras.

—Aún no es el momento —negó con seriedad—. Sé que lo odias porque estás temiendo por tu salud mental, pero soy real. De carne y hueso, justo como tú.

—Ni siquiera sé cómo es que sé tu nombre.

—Eso es fácil —sonrió—. Es porque ya nos conocemos.

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