Hacia tiempo atrás me había ido, no soportaba a mi madre; pero cierta tarde encontré a mi tía la cual me comentó que ella había fallecido y que debía tomar la casa como propiedad heredada.

Al entrar a casa lo primero que sentí fue aquel aroma a hospital, ya que ella era enfermera y tenía un cuarto especial, siempre fue muy profesional y tenia de todo, menos tiempo para mi.

Esa noche recorrí la casa, en ella había tantas cosas que me recordaban el infierno vivido a su lado, siempre queriendo que fuera perfecta, cada pulgada cada centímetro era un grito retenido en mi memoria.

Al cruzar por ese cuarto peculiar donde tanta personas pasaron y varios ancianos murieron a gracia de ella, el ángel de la muerte; sentí un vertiginoso escalofrío por mi espalda, sólo pude pronunciar.

-Maldita habitación, maldita casa.

Entre a la que fue mi recámara, todavía tenia la perilla descompuesta, la deje tal cual; sólo pude tirarme sobre la cama observando aquel siniestro techo que tanto me sirvió de escape.

Quise descansar y cerré mis ojos, al despertar una mano gélida me sostenía y de mi estaban conectados varios aparatos quise levantarme no podía, sólo escuche.

-Ahora si mi niña estaremos juntas hasta la eternidad..