uno
Sydney, Australia.
29 de septiembre, 2018.
Sentía sus parpados pesados, batía sus pestañas de manera soñolienta. Arrugó su nariz al sentir un cosquilleo sobre esta y cuando comenzó a escuchar gritos y objetos siendo arrojados desde la otra habitación; no hizo nada más que abrir sus ojos. Su mirada azulada chocó con el techo color crema de aquella casa fea y desordenada, respiró profundamente y maldijo internamente cuando el sonido de un vidrio haciéndose añicos llegó a sus oídos.
No podía creer que Lizy y Michael estuviesen discutiendo otra vez. Y ciertamente eso lo hizo disgustar, no porque le importara lo que pasara entre ellos, sino porque le habían despertado.
Soltó un gruñido seco y sintió su garganta arder, pasó su lengua sobre sus labios para humectarlos y tuvo que contar hasta 10 para poder reincorporarse de aquella colcha en el suelo. Su espalda dolió y ni hablar de su cabeza.
En un acto de reflejo, se llevó ambas manos hacia su cabeza para sostenerla e intentar taparse los oídos. Otro sonido de una cosa siendo estrellada llegó a sus oídos.
Revolvió su cabello y se levantó de mala gana, sintiéndose como la verdadera mierda. Se estiró y mientras caminaba hacia el baño de la sucia habitación, bajó la mirada hacia sus manos y fui ahí cuando se detuvo de golpe.
—Pero qué demonios —susurró anonadado viendo sus manos teñidas de negro. Caminó con prisa al baño, se colocó al frente del pequeño espejo manchado y suspiro, confundido, mientras se miraba. Tenía su cabello rubio con mechones negros por todos partes, la punta de su copete estaba completamente oscura—. Maldito hijo de perra —mascullo, supo a la perfección que aquello había sido obra de su único amigo.
Se observó más y mientras se limpiaba con los dedos pintura roja corrida debajo de sus ojos, recordó lo que había pasado el día anterior. Vaya desastre, estuvo a punto de morir asfixiado dentro de la cajuela de un auto, luego había sido arrojado a la bañera, llenado de sangre falsa y sido retado a tomar algo que no sabía qué era y que honestamente no le importaba tanto saber.
Se preguntó por qué diablos había aceptado a ir de paseo en la parte trasera de aquel auto, no lo podía recordar, pero era seguro de que se trataba de una estupidez.
Se lavó los dientes con el primer cepillo que sus ojos vieron, sin interesarle a quien le perteneciera. Luego decidió salir de esa habitación.
Los gritos eran más fuerte mientras caminaba por ese pasillo con las paredes grafitiadas con obscenidades y signos satánicos. A lo lejos observó la figura de Ginna sentada sobre el suelo, con las rodillas pegadas a su pecho.
El ahora teñido no dudó en acercarse, sabiendo que era seguro que sería rechazado.
— ¿Qué le pasó a tu cabello? —preguntó el muchacho, se cruzó de hombros y sonrió al ver el nuevo corte de cabello de la pálida, que era más corto que antes, casi hasta por la nuca. Esta alzó su mirada y frunció su ceño.
— ¿Qué le pasó a tu cabello? —le devolvió la pregunta, señalando con su dedo índice hacia su cabeza teñida de negro. Él se encogió de hombros.
—No lo sé.
—Bueno, pues yo tampoco.
Él sonrió otra vez.
— ¿No temez quedar calva y parecer como uno de esos niños con cáncer o lo que sea? —soltó otra pregunta, esta vez con diversión. La chica le vio mal—. Igual puedes llamar a los de Make a Wish y pedir un deseo si eso pasa. De seguro y te la pasas bien en Disneylandia.
—Eres un completo imbécil, Luke, con eso no se juega.
El rubio rodó sus ojos azules. Divertido con ese comentario porque lo había escuchado varias veces en su corta y asquerosa vida.
—Vete, estaba meditando, tu presencia lo empeora todo —bramó la pelinegra, hizo un mohín de asco y con su mano, le ordenó que se alejara.
Luke reprimió una sonrisa, pero se fue de ahí para encaminarse hacia la sala de la casa, la cual estaba tan desordenada y sucia como el resto.
Vida de adolescentes creyendo ser independientes. Ja.
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