
Noches Trenzadas
- ¡Rapunzel, Rapunzel, deja tus trenzas de oro caer!
El grito resonó por las paredes de la torre, recorriéndola desde la base hasta la última habitación ubicada en lo más alto, viajando como lo haría una corriente eléctrica en el agua. No pasaron ni dos segundos antes de que una cadena de dorado cabello hiciera aparición a través de la única ventana.
El dueño de la voz que había proferido aquel grito, un muchacho joven de rasgos apuestos, miraba fascinado cómo la dorada cabellera se enroscaba con cuidado –aunque sin duda con bastante experiencia– a manera de una especie de polea alrededor de unos barrotes oportunamente colocados a los lados de la ventana. Aunque había perdido la cuenta de cuántas veces había presenciado ese espectáculo, seguía pareciéndole tan fascinante como la primera vez. Apenas le dio tiempo de salir de su ensoñación, reaccionar y retroceder un par de pasos antes de que, desde la ventana y utilizando la larga cadeneta de cabello para deslizarse, descendiera una chica. La vio aterrizar suavemente de cuclillas para aminorar el impacto y tras ella cayó, poco a poco, toda su cabellera.
- Llegas tarde, imbécil.
- Buenas noches Rapunzel, me encuentro bien, gracias por preguntar – respondió él, a la vez que le tendía un bolso marrón de piel.
- No seas niña, George. ¿Por qué tardaste tanto? – abrió el bolso y sacó de él una especie de velo negro. – Ven, ayúdame con esto.
- Te recuerdo que, al contrario de ti, yo paso todo el día recibiendo lecciones propias de un Príncipe – replicó el chico mientras envolvía el velo alrededor de la enorme cabellera de su compañera. – No es mi culpa que el adiestramiento de la tarde se haya alargado.
- ¿Qué?, ¿estás teniendo problemas con tu libro de "Cómo Gobernar un Reino, para Tontos"? – sacó del bolso un par de zapatillas negras y se las calzó.
- Deja de burlarte, ¿quieres? Solo me retrasé 20 minutos. Además – añadió sonriendo –, traje compañía.
- ¿Trajiste a Phillip? – preguntó la chica emocionada, a la vez que le lanzaba de regreso al muchacho el bolso de piel, ahora vacío. Él lo atajó en el aire, con una destreza ensayada.
- Lo dejé amarrado un par de árboles más allá. Está pastando y listo para montar.
Ambos corrieron divertidos hacia la dirección que él había señalado. Allí encontraron, efectivamente, a un hermoso caballo de pelaje blanco con manchas café atado a un árbol. El chico amarró el bolso vacío a un costado de la silla de montar, ayudó a su compañera a subir al lomo del animal para luego subirse él, y tras una señal con las riendas el equino salió galopando a través del bosque, en dirección a un camino de piedras que llevaba hacia el pueblo.
Hacía ya casi dos años desde la primera vez que los chicos tuvieron su primera aventura nocturna. Se habían conocido cuando George tenía 15 años y Rapunzel 14. Su encuentro había sido mas bien casual, y el surgimiento de su amistad, algo espontáneo. Ahora, con la muchacha a punto de cumplir sus 16 años de edad, la relación entre ambos se había intensificado hasta el punto de convertirse en inseparables. Y eran precisamente esas constantes escapadas a mitad de la noche lo que reforzaba su amistad y los hacía unirse cada vez más.
Rapunzel era una chiquilla delgada, de estatura media. Lucía una tez bastante pálida, fruto de los días de encierro dentro de la gran torre en la que había estado durante toda su vida. Sus ojos eran azules, y brillaban con fuerza cada vez que la embargaba la emoción. Pero, sin duda alguna, el rasgo que más la identificaba era la enorme trenza de cabello dorado que portaba con orgullo. No conocía el por qué, pero desde que era una niña su cabello no había dejado de crecer. Parecía una especie de magia. Y aunque al principio le resultaba bastante confuso y abrumador, con el tiempo había aprendido a lidiar con él y le consiguió excelentes usos y beneficios.
A pesar de que la mayor parte de su vida había transcurrido sin que ella tuviese contacto alguno con el mundo exterior, los últimos dos años en compañía de George la habían convertido en una joven tan valiente como soñadora. Con el tiempo se había dado cuenta de la injusticia de su encierro, la privación de su libertad; y con ello crecía, poco a poco, dentro de ella una rebeldía que sólo podría compararse con la longitud de su cabellera.
Phillip era un caballo muy rápido, aunque, a decir verdad, Rapunzel nunca había montado en otro caballo, así que no podía establecer un punto de comparación. Aún así, amaba la sensación que le producía el viento golpeando su cara mientras galopaban, y para ella eso era suficiente. George también era un buen jinete. Claro que, siendo el único Príncipe y heredero del trono de Artopia, tenía que serlo. Para ello lo entrenaban. Jamás, en los dos años que llevaban siendo amigos, se habían extraviado del camino o tenido algun tropezón. La ruta estaba marcada y el buen Phill siempre los llevaba con bien hasta su destino.
Esa noche se detuvieron en la entrada de un bar que solían visitar. George ayudó a Rapunzel a bajar del caballo, y luego procedió a llevarlo a las caballerizas. Allí siempre había hierba fresca y Phillip se quedaba bastante tranquilo durante el tiempo que los muchachos pasaban dentro del local. Luego de asegurarse de que el caballo estuviese bien atado, regresó a la entrada, donde encontró a Rapunzel retocando el velo que cubría su cabello. Solía ocultarlo de esa manera para no levantar sospechas ni llamar la atención. Los rumores de una chica con una cabellera de casi 15 metros correrían como pólvora, y lo último que quería era que llegaran a oídos de su madre y ésta se enterara de sus escapadas nocturnas.
- ¿Estás lista? – le preguntó George mientras ella se daba los arreglos finales.
- ¿Cuando no lo he estado?
Entraron confiados al bar y caminaron directo hacia la barra, como si el dueño del local fuese un viejo amigo, y lo era. Se sentaron uno junto al otro y George tocó la campanilla del mesón. En seguida, un hombre alto y fornido llegó desde el otro extremo. Lucía una cara de pocos amigos, pero cuando vio a los chicos la expresión le cambió en cuestión de segundos.
- ¡Eh, muchachos!, que alegría verlos por acá.
- ¿Qué tal, Ralph? – saludó la chica con notoria felicidad.
- ¿Qué les ofrezco hoy?
- Dos cervezas de mantequilla, por favor – respondió George. – Y no creas que olvidamos que es viernes de salchichas.
- Dos cervezas de mantequilla y dos platos de salchichas especiales saliendo – repitió el gran hombre y se alejó con dirección a la cocina.
- El lugar esta un poco vacío hoy, ¿no te parece? – preguntó Rapunzel a su amigo una vez que el cantinero se hubo marchado. George paseó su mirada por el bar. Rapunzel tenía razón, había menos gente de la habitual.
- Es cierto, esto esta desolado, somos casi las únicas almas aquí.
- ¿Habrá sucedido algo?
- Gitanos, eso sucedió – era Ralph, que regresaba con las órdenes de los chicos en las manos y, por lo visto, había estado escuchando la conversación. Ambos jóvenes voltearon hacia su interlocutor con claras interrogantes en sus rostros.
- ¿Gitanos, dices?
- Cada año vienen y colocan su mercado en la entrada del bosque, del lado norte. Tienen atracciones, más que todo música y gente danzando. También venden comida, ropas, joyería barata y algunas cosas más. No es que la comida que preparan sea buena, pero a la gente de todas formas les vence la curiosidad. Al parecer todos prefieren ir a probar grillos en salsa que venir por las salchichas de todos los viernes. En fin, al menos es sólo durante una semana y ya el domingo por la mañana se marcharán y los clientes volverán al "Bar de Ralph".
Ambos chicos escuchaban con tanta atención que se habían olvidado por completo de su comida. La idea de visitar un mercado de gitanos era tan fascinante para ambos como parecía haber sido para el resto de los visitantes habituales del bar. No fue sino hasta que el cantinero se hubo retirado que pudieron enfocar sus mentes en el plato de salchichas recalentadas que tenían al frente. Los pensamientos corrían como ráfagas por las mentes de los muchachos, pero sobretodo por la de George, que se había percatado en un detalle más allá de los grillos en el discurso de Ralph: los gitanos vendían prendas y joyas.
Dentro de unos días sería el cumpleaños de Rapunzel, y aunque George estaba seguro de que ella pensaba que él lo olvidaría, el chico había estado planeando una salida especial para esa noche. Ya estaba casi todo listo, tan solo le faltaba comprarle un obsequio. Había dedicado sus mañanas a recorrer las mejores tiendas del reino, pero en ninguna lograba encontrar algo que fuese lo suficientemente especial como para su mejor amiga. Todo era demasiado común, demasiado simple. El sabía que Rapunzel no se contentaría con los típicos regalos que le podría dar a cualquier chica. No, ella querría algo que fuese tan fuera de lo común como ella, y que diera esa sensacion de libertad que la muchacha tanto amaba y ansiaba. Entonces fue en ese momento, escuchando el lastimero relato de su amigo, que se le ocurrió que si llevaba a Rapunzel al mercado de gitanos tal vez podría encontrar el regalo perfecto. Es más, si corría con un poco de suerte, la chica por sí misma se enamoraría de algo que luego él le compraría en secreto y le daría la mejor sorpresa de su vida. Estaba decidido.
Pasaron la noche charlando en el bar, aprovechando la escasa presencia de comensales que pudieran interrumpir su conversación. Era muy sencillo para ellos hablar por horas sin cansarse ni que surgieran silencios incómodos. El tiempo los había convertido en un dúo inigualable y la química entre ambos era indiscutible. Cuando se hizo lo suficientemente tarde para volver a casa, George se acercó a Ralph para pagar por la comida y la bebida, y al mismo tiempo aprovechar para pedirle más indicaciones sobre cómo llegar al mercado de gitanos.
- Oye, Ralph, ¿cómo decías que se llega a ese mercado de gitanos?
- Oh no, ¿ustedes también? A este paso me quedaré sin clientela.
- No seas tonto, hermano, sabes que nosotros nunca dejaríamos de venir a tu bar. Solo tengo curiosidad de conocer el sitio.
- Sí, claro, eso es lo que dicen todos.
- Escucha, en unos días es el cumpleaños de Rapunzel y tengo el presentimiento de que con los gitanos podré conseguir el regalo perfecto para ella. Por favor, Ralph, hazlo por la chica – agregó en un tono suplicante, girando su mirada hacia donde estaba su amiga sentada y logrando con ello que el cantinero también desviara la suya hacia ella. En ese preciso momento Rapunzel jugaba con el gato de Ralph, que al parecer se había levantado de su siesta para despedir a los visitantes. La escena era tan adorable que nadie podría haberse resistido. – Por favor...
- De acuerdo, de acuerdo. Escucha con atención. Toma la carretera norte en dirección al bosque. Una vez que hayas pasado las cabañas de albergue verás un aviso. No es difícil llegar. Por favor, no se unan al circo. Sé que puede parecer tentador, pero no es tan agradable como lo pintan – añadió con absurda preocupación. El chico se acercó al cantinero y le plantó un beso en la frente.
- ¡Eres el mejor, Ralph!
- ¡Espero verlos en el próximo viernes de salchichas! – gritó el hombre a la vez que el chico se alejaba de él para acaercarse a su companera y dirigirse hacia la puerta.
- ¡Seguro que sí, Ralph, nos vemos! – contestó Rapunzel, totalmente ajena a la conversación que los hombres acababan de tener.
- ¿Misma hora mañana? – preguntó el chico cuando dejaba a su amiga a los pies de la gran torre que era su hogar.
- Como si tuvieses que preguntar – contestó ella sonriente. – Sólo, por favor, no llegues tarde.
- ¡Solo me retrasé 20 minutos!
- Lo que para ti son 20 minutos, para mí es una eternidad en ese encierro – contestó ella mirando con desgana hacia la ventana que daba a su habitación. – Hasta mañana, George.
Acto seguido y con una fuerza ajena a una chiquilla de solo 15 años, lanzó la larga cadena de cabello hacia arriba, la cual se enrrolló con destreza entre los barrotes. La chica comenzó su escalada, y antes de que George pudiese darse cuenta ya había desaparecido en el interior de la torre, con su larga cabellera siguiéndola.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro