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La Niña en la Torre

Durante las semanas siguientes al infortunado nacimiento de la bebé, Gothel y Maya habían unido sus esfuerzos en la búsqueda de un sitio dónde criar a la niña. Era evidente que ninguna de las dos podía mantenerla en su respectiva casa, y la cabaña donde practicaban su arte tampoco era un lugar adecuado, punto en el que ambas estaban de acuerdo. Por su parte, Maya no quería ni siquiera imaginarse a una criaturita corriendo por todos lados, embarrándose de ungüentos y desordenando su perfectamente organizada alacena de hierbas medicinales. Sin embargo, las razones de Gothel para llevarse de allí a la recién nacida eran más profundas que el descontento de la maternidad. Ella no solo quería encontrar un sitio apropiado, sino uno que le permitiera apartar a Rapunzel de cualquier par de ojos curiosos, o para ser más específicos, del resto de la humanidad.

Pocos días antes de que Rapunzel cumpliera dos meses de edad, lo consiguieron. Se trataba de una torre aparentemente abandonada a mitad del bosque que colindaba con los senderos del pueblo. Estaba lo suficientemente cerca de la cabaña como para que cualquiera de las dos mujeres recorriera el camino de un punto a otro en menos de una hora, pero también lo suficientemente adentrada en el bosque y alejada de la población como para que nadie la encontrara accidentalmente mientras duambula por la zona.

Sin hacer mucho más que verificar que la estructura fuese estable y limpiar un poco la habitación que sería asignada como recámara de la pequeña, las hechiceras trasladaron a Rapunzel y sus pocas pertenencias a la torre. Para ser una fortaleza de piedra negra apartada de todo contacto con la sociedad, el interior era bastante acogedor, perfecto para que la niña creciera en él y lo considerara su hogar. Establecieron un calendario en el que ambas mujeres se turnaban a lo largo del día para visitar a la pequeña y verificar que todo estuviese en orden, y durante las horas en las que estaban más atareadas trabajando en la cabaña, Gothel le aplicaba un hechizo que la dejaba durmiendo tranquilamente hasta su regreso.

Con el paso del tiempo la niña fue creciendo, y con ella sus necesidades. Tuvieron que conseguirle una cama cuando dejó de entrar en la cuna que le habían preparado a su nacimiento. También tuvieron que comprarle un armario y llenarlo de ropas a medida que las que tenía dejaban de quedarle. Poco a poco la habitación se fue llenando de muebles, mesas, sillas, utensilios, artefactos, e incluso uno que otro juguete que la pequeña demandaba de vez en cuando. Gothel no consideró necesario el impartirle una educación formal, pero le enseñó a leer y escribir correctamente, por lo que los libros también eran considerados para la compra.


Así transcurrieron los primeros cinco años en la vida de Rapunzel, con una rutina perfectamente planificada y sin tropiezos de ninguna naturaleza. La chiquilla había resultado ser una niña tranquila y muy inteligente, que incluso a esa temprana edad ya comenzaba a demostrar interés por el arte. Había asumido el constante ir y venir de sus acompañantes y los períodos de soledad como parte natural de su vida, lo que le brindaba a ambas mujeres un suspiro de tranquilidad, aunque bien sabían que no podría durar para siempre.

Una noche de octubre, el "para siempre" llegó a su fin. Gothel ayudaba a la niña a prepararse para ir a la cama. Cepillaba con delicadeza el suave cabello amarillo que la pequeña había heredado de su madre biológica, mientras esta reposaba sentada tranquilamente en el suelo alfombrado. Solía hacer eso cada noche para mantener la belleza natural de Rapunzel, y aunque jamás lo admitiría, era un ritual que disfrutaba. Aunque normalmente realizaban esta rutina en silencio, esa noche la pequeña habló.

- Mami, ¿puedo hacerte una pregunta?

- Claro que sí, pequeña, ¿qué pasa?

- Me estaba preguntando... ¿podrías dejarme salir a jugar fuera de casa? – con solo oír eso Gothel se quedó pasmada. Dejó la labor de cepillar el cabello de su hija mientras la escuchaba continuar con su petición. – Es que, siempre que me asomo a la ventana puedo ver los árboles, y el verdor del pasto, y muchas flores, y pequeñas mariposas coloridas que revolotean y, ¡oh madre!, no sabes cuánto quiero poder jugar con ellas.

- Hija, ¿tienes idea de las tonterías que has dicho? Solo tienes cinco años, ¿cómo pretendes que te permita salir a jugar tú sola en el bosque? Es demasiado peligroso.

- ¡Pero madre! – replicó la chiquilla mientras se ponía de pie y encaraba a la bruja. – Ya casi voy a cumplir seis, seré cuidadosa, lo prometo.

- ¡He dicho que no! – respondió Gothel poniéndose de pie a su vez. – ¡No vas a salir de esta torre ni hoy, ni mañana, ni nunca, o hasta que yo lo considere apropiado! ¡Hay un mundo lleno de peligros allá afuera y no permitiré que te expongas a ellos por algo tan estúpido e infantil como "jugar con las mariposas"! ¡Ahora anda a la cama, y que no te vuelva a escuchar hablar del tema o vamos a tener muy serios problemas, jovencita! – Rapunzel, que nunca había sido de rabietas pero sí de frágiles sentimientos, no pudo evitar que sus pequeños ojitos se nublaran con lágrimas. Aún así, frunció el ceño antes de dirigirse a su madre una última vez.

- ¡Te odio! – le gritó, y acto seguido se metió en su cama tapándose hasta la cabeza, dándole la espalda no solo a Gothel sino también al resto del mundo.

Gothel se abrió camino hacia la salida de la habitación de su hija y una vez afuera cerró la puerta de golpe. Un impulso la llevó a trancar el cerrojo con llave, pero casi inmediatamente lo volvió a destrancar. Apoyada de la pared, se dejó caer al suelo, donde la realidad la golpeó. Era la primera vez que peleaba con Rapunzel. Es más, era la primera vez que Rapunzel le decía que la odiaba. Si bien su intención nunca había sido tener una hija, había pasado suficente tiempo con la pequeña como para que un comentario de ese tipo la lastimara.

Se quedó un par de horas allí sentada, vigilando en caso de que Rapunzel pensara escaparse o algo por el estilo, pero más allá de un gimoteo durante los primeros veinte minutos, ningún ruido había provenido del cuarto de la chiquilla. Segura de que la niña estaba dormida, volvió a entrar en la habitación con cautela. Se acercó a la cama y comprobó que Rapunzel dormía con la misma expresión plácida de siempre. Le pasó una mano por el sedoso cabello. Debía hacer algo. Las cosas comenzaban a salirse de control y definitivamente ella no quería que eso sucediera. Volvió a acariciarle el cabello. Debía encontrar una solución. La torre había logrado alejar al mundo de Rapunzel pero, ¿cómo lograría alejar a Rapunzel del mundo? Acarició el cabello de la niña una vez más. No iba a ser posible mantener a la chica allí adentro durante mucho tiempo más. Después de todo, allí estaba la puerta y...

Iba a pasar su mano por la cabellera de la niña una vez más cuando se detuvo en seco. Se le había ocurrido una idea. No, era más que una idea, era un plan. Con un poco de duda posó la mano sobre la cabeza de Rapunzel, y a los segundos el cabello de la zona que tocaba se iluminó. Continuó el recorrido con su mano desde las raíces hastas las puntas del cabello de la niña, y a la vez la iluminación la acompañaba. Cuando finalmente acabó con el contacto, las hebras volvieron a su color natural. Pero ella sabía lo que había hecho, y por ende, los efectos que eso tendría. Con una mueca parecida a una sonrisa de satisfacción, se dió media vuelta y caminó decidida hacia la salida del cuarto.

Ya en las afueras de la torre, se detuvo frente a la imponente puerta de madera y se dedicó a verla con desprecio. Era esa puerta, pues, la única cosa que separaba a Rapunzel de las verdes colinas, pero también la única cosa que la dejaría llegar hasta ellas. Y ella no podía permitir que eso pasara. No si eso representaba una interferencia significativa en los planes que tenía para ella misma y para Rapunzel. Así que Gothel alzó sus manos y de inmediato el cielo comenzó a ponerse gris. Con los ojos fijos en la tormenta que se avecinaba, recitó una palabrería en un idioma que pocos hubiesen logrado comprender, y con cada frase más y más nubes se arremolinaban, y truenos esporádicos comenzaban a hacer su aparición.

Una vez terminado su discurso bajó tanto manos como mirada, y cuando volvió a subirlas algo sucedió. A medida que hacía el recorrido hacia arriba nuevamente, la puerta de madera se vió consumida poco a poco por la misma piedra negra que revestía el resto de la estructura. Era un espectáculo aterrador y sorprendente de ver, pero la cara de la bruja delataba su disfrute. Al haberse cubierto la puerta totalmente, todo cesó. Gothel dejó escapar un jadeo producto del esfuerzo realizado y sin más tomó el camino que la llevaría de regreso a su casa.


La sorpresa y la incredulidad invadieron a Maya cuando Gothel, al verla en la mañana, le relató el incidente. Peor aún, se le partió el corazón cuando la hechicera le dijo que, con las nuevas medidas de seguridad que había tomado, ya no tenía permitido ir a visitar a la niña, que desde que aprendió a hablar la había llamado "tía Maya" y a quien sin duda ya le había tomado mucho cariño.

Pocotiempo pasó antes de que la pobre anciana desgarbada muriera a causa de latristeza, pues le había sido arrebatado lo único que le daba luz a su vida. Elfuneral se dió sin mucha ceremonia, en parte porque Maya no tenía familiares niamigos, nadie que hiciera el papel de doliente. Gothel se encargó de enterrarlacerca de la cabaña y cubrir su tumba con las mismas flores que la anciana habíacultivado en vida con tanto ahínco. Desde entonces la hechicera no volvió aconseguir otra asistente, y las reservas de hierbas que le habían pertenecido aMaya quedaron intactas por la eternidad. 


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