Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Animales Cautivos

De pie ante la gran torre, George se preguntaba si debía llamar a la chica de la manera habitual en la que su madre lo hacía o si hacer eso, por lo contrario, resultaría en una especie de redundancia. Tal como le había prometido a Rapunzel, esa noche fue a visitarla. Le había agradado la extraña chica, y el hecho de que ella se hubiese mostrado interesada en que él regresara lo motivó a hacerlo. No le vendría mal tener un nuevo pasatiempo.

- ¡Psst! ¡Hey! – intentó llamar en una suerte de susurro. – Rapunzel, soy yo, George.

Esperó por una respuesta, pero nada ocurrió. Llamó de nuevo, imaginando que la chica no había escuchado al primer llamado. En su mente, la veía asomarse a la ventana y saludarlo con alegría. Luego de un minuto de espera se dió cuenta de que eso no iba a suceder. Suspiró con un aire de derrota y se resignó a recurrir al llamado clásico.

- ¡Rapunzel, Rapunzel, deja tus trenzas de oro caer! – y casi enseguida, la trenza de cabello dorado se desplegó ante él. – Increíble – pensó el chico, para luego tomar la cadeneta y comenzar a trepar. Se dió cuenta de que no tuvo que esforzarse tanto como la primera vez, y eso lo hizo feliz.

- ¡Pensé que no vendrías, que me habías mentido! – lo saludó la chica al llegar, ayudándolo a terminar de entrar a la habitación.

- Oye, llevaba unos minutos allá abajo tratando de llamarte, ¿acaso no escuchabas?

- La verdad es que no. Sólo atiendo a los llamados de mi madre.

- Pero yo no soy tu madre.

- ¿Y qué más da? Es un llamado divertido, ¿no lo crees? Imagina que es como un... santo y seña, una contraseña secreta.

- Que rara eres... – contestó, pero muy dentro de él le dio la razón. Era algo original y divertido.

- ¿Quieres té? – preguntó la chica cambiando totalmente el tema de conversación, y se acercó a la mesa donde reposaba una jarra llena de agua hirviente.

George se dio un minuto para ver con mayor detenimiento lo que estaba a su alrededor. Efectivamente, ese debía ser el dormitorio de Rapunzel. Las paredes estaban recubiertas de un papel tapiz rosado con estampado de arabescos dorados. El suelo era de madera, al igual que todos los muebles de la habitación. La cama estaba ordenada y el dragón de felpa lo miraba amenazante, como si vigilara su reino. La ropa de cama era de un rosa más ocuro que el de las paredes, y a sus pies reposaba una alfombra que combinaba a la perfección. El armario que estaba apoyado contra la pared de fondo era bastante grande, y George se preguntó que tanta ropa necesitaba una niña que pasaba todo el día encerrada. Además de los libros y el trabajo de costura también había un set de pinturas, y algunos de los dibujos hechos por la chica decoraban las paredes.

- ¿Cómo haces si necesitas ir al baño?

- Hay uno saliendo de esta habitación, al final del pasillo – la voz de Rapunzel se veía ahogada por los ruidos que hacía con la vajilla.

- ¿O sea que puedes salir de tu racámara? ¡Vaya, qué sorpresa!

- Por supuesto que puedo salir – replicó ella, y George casi pudo sentir a la chica volteando los ojos. – ¿Acaso crees que estoy confinada a una habitación? Eso es estúpido, ni que fuese una prisionera.

- Estar encerrada en una habitación, estar encerrada en una torre... Yo no veo mucha diferencia.

Giró su cabeza justo a tiempo para ver a Rapunzel acercase a él con una taza humeante, un plato pequeño lleno de galletas y una cara de pocos amigos. Divertido como estaba, se regaló un par de instantes para observala a ella. Era más chica que él por varios centímentros, y definitivamente debía ser menor. Llevaba un vestido simple pero bonito y unas sandalias marrones que dejaban qué desear. El cabello enorme seguía ahí –por supuesto que sigue ahí, George, no va a desaparecer de un día para otro– y sólo hasta ese momento fue que se percató de que la chica tenía los ojos de un azul profundo que nunca antes había visto. Aún con el ceño fruncido y la mirada de enfado, eran un verdadero espectáculo.

- ¡Yujuuu, tierra llamando a George!

- Disculpa, no te escuché.

- Me di cuenta – refunfuñó ella. – Te preguntaba si le echas azúcar al té.

- Ehh, sí, sí, mucha azúcar – repondió un poco atontado. La chica lo vió extrañada.

- Y luego dices que la rara soy yo.

Dejó las cosas que cargaba en una pequeña bandeja ubicada en el centro de la habitación, regresó a la mesa y volvió con un tarrón de azúcar y un plato de galletas para ella. Se sentó en el suelo, frente a la bandeja, y le hizo señas a George para que hiciera lo propio. El chico, aún un poco desconcertado, hizo lo que se le indicaba, sentándose justo al frente de su anfitriona. Tomó la taza de té con ambas manos, y luego de soplarla para atemperar un poco su contenido, le dió un sorbo.

- ¿Y bien? – preguntó la chica, su boca llena de galletas. – Cuéntamelo todo.

- ¿Todo acerca de qué? – respondió George con otra pregunta a la vez que vaciaba un par de cucharillas de azúcar en su taza.

- ¡Acerca del mundo exterior, tontito! ¿De qué más piensas que me gustaría saber?

Luego de detenerse a pensarlo por un segundo, George se dio cuenta de lo que quería la chica. Había estado encerrada en esa torre durante toda su vida, lo más lógico era imaginar que estaba ansiosa por conocer un poco lo que estaba afuera de esas paredes, aunque fuese sólo en relatos. Y así fue como George comenzó a hablarle a Rapunzel de todo lo que sabía. Comenzó por presentarse formalmente, y algo en su corazón dio vuelcos al ver la emoción de la chica cuando le dijo que él era el Príncipe del reino más cercano. Le habló de su vida en el palacio, de sus lecciones, de la ardua labor de su padre como soberano. Le describió las calles de la aldea, la gran cantidad de tiendas y mercados que se podían encontrar, a las interesantes personas que había conocido en sus paseos furtivos. Le habló del bosque y de los jardines, destacando la belleza que escondía cada uno de ellos y lo mucho que amaba andar por ahí, respirar el aire puro y sentirse uno solo con la naturaleza.

Estuvieron conversando hasta altas horas de la madrugada, y cuando el sueño comenzó a golpearlos a ambos, decidieron que era el momento de dar la visita por terminada. George no se quería ir y Rapunzel no quería que se marchara, pero ambos sabían que, de no hacerlo, lo más probable fuera que se metieran en problemas.

- Si prometes venir mañana, tendré galletas de chocolate esperándote.

- Vendré. Pero sólo porque mencionaste las galletas.

- Engreído – musitó ella, pero luego de un segundo rió. – Por cierto, eres un mentiroso.

- ¿Yo?

- Sí. Me dijiste que tomabas el té con mucha azúcar y sólo te vi agregar dos cucharadas. No sé cómo lo verán en el mundo exterior, pero en mi mundo para ser considerada como mucha azúcar debes agregar por lo menos cuatro o cinco.


Después de esa noche las visitas de George a Rapunzel se hicieron frecuentes. Cada día el chico esperaba con ansias la puesta de sol para alistarse y tomar rumbo a través del bosque hasta llegar al claro donde habitaba su nueva amiga. De la misma manera, todas las noches él le llevaba a la chica historias nuevas. Se encargaba de contarle todos los acontecimientos de su día, las cosas nuevas que había aprendido, sus anécdotas más graciosas y los cotilleos que escuchaba a escondidas por los pasillos del palacio.

A cada relato Rapunzel se emocionaba más. No paraba de hacer preguntas, ansiaba saberlo todo. Pedía hasta los más mínimos detalles en las descripciones a fin de poder imaginarse cada escena. Le parecía fascinante que existiera un mundo donde pudiesen ocurrir tantas cosas que, aunque a simple vista parecieran simples, para ella eran maravillosas; pero sobretodo, le era casi imposible aceptar que todo aquello ocurriera fuera de los libros que había leído y releído hasta aburrirse de ellos, y que en cambio se llevara a cabo justo afuera de su torre. Y así como las historias de George alimentaban su curiosidad, de igual forma crecía dentro de ella la ansiedad de conocer cada paisaje por su propia cuenta y ser ella la protagonista de sus propios relatos.

- 2:30am, es hora de que me vaya – el chico se levantó del suelo y se dirigió a la cama para recoger su sombrero.

- Es todo tan injusto – Rapunzel, que hasta ese momento había estado acostada boca arriba, se volvió para quedar de lado, apoyando el peso de su cuerpo en el brazo derecho, su cabeza recostada en su mano.

- Sé que vas a extrañarme, pero tranquila, volveré mañana.

- Eso no, torpe – se sentó con las piernas cruzadas. – El que tú puedas ir y venir a tu antojo viviendo cualquier cantidad de aventuras inimaginables mientras que yo estoy obligada a permanecer en esta torre.

- Bueno, tampoco es que tenga libre albeldrío. Sólo tengo 15 años, me toca escabullirme de casa cuando nadie me ve. Además, no es mi culpa que tu madre te tenga aquí encerrada. ¿Te parece una injusticia? Habla con ella.

- No, no podría hacer eso, ella no entendería.

- Entonces, disfruta tu cautiverio – dijo él, y ante el ácido comentario la chica lo vio con rencor. – Es hasta gracioso el hecho de que tú sirvas como vehículo para ayudar a la gente a entrar y salir de aquí, pero no haya nadie que pueda ayudarte. Lástima que no puedas utilizar tu propio cabello – añadió al final con una compasión fingida.

Rapunzel se quedó en silencio, meditando cada una de las palabras de su amigo. Entonces se puso de pie, decidida. George la veía extrañado, pero no dijo nada y ella lo prefirió así. Caminó hacia la ventana, no muy segura lo que iba a hacer a continuación pero con un objetivo en la mente. Una vez llegó al punto, se detuvo. Estudió con detenimiento la ventana y sus alrededores. A poco menos de un metro de la abertura había una baranda. Su madre solía utilizarla para ayudarse cuando entraba o salía de la habitación, pero ahora ella le iba a dar un uso distinto. Como pudo, agarró su cabello y con un lanzamiento torpe lo hizo pasar a través de la baranda. Luego le dio una vuelta haciendo un nudo suave, haciendo así una polea. Con lo alrgo que era su cabello, había suficiente superficie de la trenza para que alguien descendiera, incluyéndola a ella misma. La chica sonrió triunfante y se giró hacia donde su amigo la veía sin dar crédito a sus ojos.

- ¿Quién dice que no puedo?


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro