|Capítulo 4: Ritardando|
Trishna y Caden regularizaban los últimos detalles de los instrumentos, asegurándose de que cada cuerda estuviera afinada a la perfección y cada parche de tambor ajustado con precisión. Mientras tanto, Amaresh finalizó la inspección meticulosa a las conexiones y ajustes técnico con ayuda del dueño del local, cerciorándose de que todo estuviera listo para la actuación, revisando micrófonos y monitores.
—Quinientos dólares, dos horas —recordó el viejo Perkins mientras contaba los billetes.
—Así es.
—Mitad ahora, mitad después —dijo y le extendió un fajo.
Amaresh los tomó y se acercó a Trishna y Caden, quienes ya habían terminado de afinar sus instrumentos y ahora discutían sobre el setlist de la noche.
—Todo en orden —aseguró, esbozando una sonrisa mientras movía el dinero en el aire—. ¿Y Mika?
Trishna y Caden se miraron y apuntaron hacia la barra, ella con un dedo; él, con los labios. Allí estaba Mikaele, quien gesticulaba con entusiasmo, inmerso en una animada conversación con una turista de cabello rubio que sonreía con una mezcla de curiosidad y fascinación.
Amaresh no pudo evitar soltar una risa contenida.
—Coqueteando —añadieron Trishna y Caden al unísono, con un tono burlón.
Amaresh entornó los ojos y suspiró. Decidido a interrumpir la momentánea distracción de su amigo, se acercó a ellos con un paso ligero. Pronto, Caden fue detrás de él.
—¿Te quedarás después del show? —preguntó Mikaele con una sonrisa pícara, apoyándose en el mesón—. Prometo que será aún más interesante.
—Claro —respondió ella, de igual forma. Se inclinó hacia adelante e hizo que sus pechos resaltaran más.
—¡¿Sabías que hay una competencia de bateristas en la ciudad?! —exclamó Amaresh al situarse junto Mikaele, quien rodó los ojos—. Dicen que el premio es una cena con una famosa cantante local, pero solo si tocas con una mano mientras te haces el interesante.
—¿Coqueteando con una mujer a mis espaldas después de lo que tuvimos anoche? —dijo Caden con un tono de indignación fingido, colocándose una mano en el como si le hubieran asestado un golpe—. ¡Creí que teníamos algo especial!
La chica rio incómoda antes de tomar distancia y acomodarse el escote.
—¡Ama, Caden! —se quejó Mikaele—. Este no es el momento para esas tonterías.
—Deberías estar afinando tu batería en lugar de intentar conquistar a la audiencia de esa forma. —Amaresh apuntó hacia el escenario—. Vamos, antes de que inicie el show.
Mikaele se disculpó con la turista, a pesar de que una parte de él deseaba quedarse. Con un gesto rápido, le entregó una tarjeta con su nombre y número, provocando que ella riera. En respuesta, sus amigos lo jalaron de los brazos para alejarlo de allí cuando hizo gestos para que lo llamara.
Una vez que el reloj marcó la hora esperada, los asistentes se agruparon en mesas y barandillas. Cuando los miembros de la banda estuvieron en sus respectivas posiciones, las luces del local se atenuaron. De pronto, el primer acorde de Besos Sabor a Muerte resonó a través de los amplificadores.
Amaresh se movía con gracia por la estrecha tarima mientras cantaba con pasión, igualando la vivacidad con la que sus compañeros tocaban sus instrumentos.
Al finalizar la presentación, el público los despidió con vítores, gritos y aplausos que reverberaban en cada rincón del bar. Entre ellos, Kavic contenía el aliento. Sus ojos azules brillaban con emoción al observar a Caden y condujo una mano a su pecho, donde su corazón latía a un ritmo desenfrenado.
«Esa energía, esa pasión...»
La música le hablaba, invitándolo a soñar y a dejar atrás las preocupaciones cotidianas.
—¡Denle la gracias a Ángeles Caídos! —exclamó el dueño del bar.
La multitud lanzó una ovación ensordecedora. Cuando los miembros de la banda descendieron de la estrecha tarima, Kavic se levantó del asiento y se abrió espacio entre los clientes del lugar.
—Gracias, chicos. Ahora vayan a la cocina, los esperan las pizzas —comentó Perkins con una sonrisa.
Mientras sus compañeros se alejaban hacia el área de servicio, Mikaele se detuvo, buscando entre la multitud a la turista de antes, pero no la encontró. En su lugar, observó a Kavic conversar con el viejo Perkins, quien gesticulaba que no podía ingresar a esa parte del locar. Frustrado, sacudió la cabeza y, tras un suspiro resignado, siguió a sus amigos.
—Con mucha cebolla y queso, como siempre —bromeó Trishna mientras tomaba una rebanada.
—¿Y quién se queja de esto? ¡Es la mejor parte del trabajo! —dijo Amaresh, con la boca llena, mientras una gota de salsa se deslizaba por su barbilla.
—Al menos, podremos ahorrar lo que ganamos hoy —comentó Caden y sorbió la cerveza fría que el dueño del bar dejó junto a la comida.
—Oh, sí —musitó Amaresh, limpiándose el rostro—. Aunque estamos de suerte, tenemos algunas presentaciones más, dos acá en Avilov, dos en Brismar para la próxima semana y uno en Qorit'Ika.
Los chicos se miraron entre sí y sonrieron.
Kavic se situó en el centro del escenario e inhaló hondo.
Con un movimiento ágil, llevó el arco a las cuerdas; sus dedos se deslizaron con maestría sobre el diapasón. Con el sonido apacible de la partitura que tocaba, Kavic avanzó de un extremo del auditorio al otro, como si cada paso marcará el pulso de la música.
El público lo observaba con atención y un brillo peculiar en sus miradas. Algunos se inclinaron hacia adelante, como si su deseo de absorber cada matiz de la interpretación pudiera acercarlos más al artista. Las manos temblorosas se apretaban en sus regazos, y los susurros de admiración se mezclaban con el eco de las notas que llegaban a sus oídos.
A medida que la pieza de rock se acercaba a su clímax, un silencio reverente se apoderó del auditorio; incluso el más mínimo susurro parecía fuera de lugar.
Kavic cerró los ojos, dejando que la música lo llevara a un lugar donde sólo existía el sonido y la emoción. El crescendo final resonó con tal fuerza que pareció vibrar en los corazones de los presentes. Al finalizar, abrió los ojos y buscó a Aarav, quien estaba en un rincón del auditorio, acompañando a la multitud con aplausos entusiastas.
Esbozó una amplia sonrisa e hizo una reverencia antes de retirarse.
—¡Kav, eso fue maravilloso! —exclamó Aarav al caminar junto a él.
Ambos se dirigieron hacia el camerino acondicionado para el virtuoso, donde podrían dejar atrás las luces y el ruido del auditorio. Aunque las manos de Kavic temblaban y su corazón latía a un ritmo desenfrenado, no se sentía nervioso. Una vez dentro, observó a Aarav y lo abrazó con fuerza, siendo correspondido al instante.
—No puedo creer que lo hayas hecho —susurró Aarav, separándose un poco—. Fue magnífico.
—Gracias, Aav —respondió Kavic, presionándole una mano con fuerza—. ¿Mis padres estaban presentes?
—Sí, llegaron a tiempo. —Aarav hizo una mueca—. Pero mejor guarda tus pertenencias y vámonos antes de que vengan, no quiero que el señor Darshan haga un espectáculo.
Kavic soltó una suave risa y asintió. Con prisa, guardó el violín en su estuche.
—¿Crees que les gustó? —Se mordió el labio, ansioso por escuchar cualquier señal de aprobación.
Aarav presionó los labios, dudando. Tomó el estuche de su amigo y se apresuró a salir de la estancia. Kavic lo miró con un semblante ensombrecido, sabía que la respuesta que estaba a punto de escapar de los labios de su amigo era una rotunda negación. Aun así, fue detrás de él. Sin embargo, en medio del pasillo, se toparon con la figura imponente de Darshan, quien tenía el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho.
A Kavic le pareció que el silencio se alargaba, cada segundo era como una eternidad. ¿Iba a reprocharle? ¿A cuestionar su actuación?
—¿Cómo te atreves a cambiar a Saraste por un insulso rock? —inquirió Darshan.
—Salió bien, ¿no? —replicó Kavic en un tono sereno.
—¿A eso llamas «bien»? —Su padre bufó—. Kavic, la música es un reflejo de uno mismo, así que deberías tener cuidado con la imagen que proyectas. ¿Esto es lo que quieres que los grandes maestros y las universidades vean de ti? ¿Un virtuoso que interpreta piezas de rock? ¡Claro, qué puedo esperar de un niño caprichoso!
Kavic se estremeció y pasó un hilo de saliva por la garganta. La sombra de su padre parecía crecer, abrumando cada rincón del estrecho pasillo. Retrocedió dos pasos. ¿Era eso lo que pensaba su padre de él? ¿Lo veía como un fracaso, un artista de segunda...? La incertidumbre se enredó en su mente como una melodía sin final, repitiéndose una y otra vez.
—No todo tiene que ser clásico para ser válido —protestó, presionando las manos a los costados hasta que sus nudillos palidecieron.
Darshan arqueó una ceja. De pronto, le dio una cachetada a Kavic que resonó en el silencio del pasillo, un sonido seco que pareció cortar el aire en dos.
Aarav se sobresaltó. Sin pensarlo, se agachó junto a Kavic, sus manos temblorosas rozaron la piel ajena, como si pudieran borrarle el ardor de la mejilla. Kavic se quedó un momento en el suelo y las lágrimas amenazaban con asomarse, pero las contuvo con un esfuerzo titánico. Un nudo se formó en su garganta.
—Si vuelves a cambiar las partituras de esa forma, ninguna universidad prestigiosa te aceptará —masculló Darshan y se marchó.
Caden refunfuñó cuando, en medio de su intimidad con Sandra, la vibración insistente del teléfono que marcaba el nombre de Amaresh en la pantalla los interrumpió. A pesar de la irritación, no demoró en contestar mientras continuaba penetrándola.
—Más te vale que sea importante —gruñó.
—¡Claro que lo es! Debemos prepararnos para ir a Brismar y a Qorit'Ika. —La voz animada del vocalista resonó a través del altavoz del aparato—. Además, nos han pedido tocar en un pub un día antes. Partimos a medianoche, en mi casa...
Aunque intentó contenerse, y se colocó las manos en la boca, un suave gemido escapó de los labios de Sandra.
»Caden, ¿me contestaste mientras tienes sexo?
Caden soltó una ronca carcajada, dejando que el sonido resonara en la habitación, mezclándose con la respiración entrecortada de Sandra. Con un movimiento decidido, finalizó la llamada. Centró su atención en la apetecible figura que tenía ante él y prosiguió con su labor hasta que ambos llegaron al clímax pasional.
—¿Vendrás? —cuestionó Caden mientras se quitaba el condón para botarlo en el baño.
—No puedo, hay un seminario importante esta semana y tengo dos parciales —respondió ella con la mirada fija en su novia mientras se vestían.
Caden se acercó a ella y le dio un beso en los labios. Después de un instante, se apartó y se dirigió hacia la ducha. Entretanto, Sandra lo ayudó a hacer el equipaje.
Cuando llegó la medianoche, Ángeles Caídos se preparó para su, como a Trishna le gustaba decirle, gira por Marfair. Los miembros de la banda cargaron los equipos e instrumentos en la camioneta y luego se repartieron los asientos. Amaresh se acomodó detrás del volante, ajustando el espejo retrovisor. Era el encargado de conducir durante el día, mientras que Mikaele lo reemplazaría al anochecer.
Las primeras tocadas en las distintas ciudades de Marfair fueron un éxito.
Aunque los días de carretera, en los que el sol abrasador parecía castigarlos sin tregua, no eran del agrado de ellos.
Durante los trayectos, hicieron breves paradas en moteles de mala muerte, donde apenas consiguieron conciliar el sueño entre colchones desgastados que crujían con cada movimiento y sábanas ásperas. Sus rostros mostraban los estragos de la falta de sueño y el hambre voraz. Ese era el inicio perfecto para la odisea del rock de la que Caden no dudaba en quejarse, pues sus lamentos resonaban más de lo habitual en el vehículo.
—¿No podríamos parar en un lugar decente?
—¿Cuánto crees que nos cobrarían la noche, Caden? —masculló Amaresh, sin apartar la vista del camino—. ¡Cien dólares por los cuatro, como mínimo!
—¡Pero esto es una locura, ni siquiera he podido dormir más de dos horas seguidas! —continuó Caden, soltando un suspiro.
Trishna le lanzó una mirada de advertencia. Sin embargo, él la ignoró y giró el rostro hacia la ventana, presionando la frente contra el cristal empañado por el calor y la fatiga. Fuera, el paisaje se desdibujaba en una mezcla de colores desvaídos: verdes marchitos y marrones apagados. Su estómago gruñó, recordándole que había pasado demasiado tiempo sin una comida decente.
—Llegaremos mañana a Saint Charles y será el último concierto del mes. Allí, prometo que conseguiremos buena comida y un buen hospedaje —comentó Amaresh mientras aparcaba en un costado de la carretera—. Detengámonos aquí.
Los otros tres integrantes de la banda se bajaron, mientras que Mikaele y Trishna se ocupaban de armar las carpas para descansar, Caden se encontraba en una videollamada con Sandra. Transcurridos algunos minutos, cortó y se unió al resto.
—¿Qué tal está Sandrita? —indagó Trishna.
—Bien, hasta el cuello de exámenes —respondió Caden sin prisa y se acostó sobre algunas almohadas y cojines que Trishna dispuso en el suelo.
—Oye, oye, esa es mi parte —reprochó ella, dándole un suave empujón con el pie en la espalda—. No te atrevas a quedarte dormido o te patearé.
—Todavía tienes espacio —masculló Caden, sin intenciones de moverse.
—Por cierto, hice mi parte: escribí la letra —anunció Amaresh con una sonrisa ladina, situándose a un costado y palmeando su regazo, donde su novia se apresuró a sentarse.
—Sabes que necesitamos más que solo eso para armar la canción. Necesitamos el ritmo, la batería, el bajo, la guitarra —le recordó Caden, entornando los ojos.
—Igual no es tan fácil crear una melodía que combine —se defendió Amaresh con un dejo de diversión—. Además, no es como si tú hubieras hecho mucho. ¿Dónde está tu solo de guitarra, eh?
Trishna se echó a reír, sacudiendo la cabeza.
—Lo tendré listo... —susurró Caden con un aire de cansancio—, cuando mis neuronas no estén en huelga. Mi cerebro ha quedado seco con tantas tocadas.
—¡Siempre con las excusas, Dasko! —reprochó la bajista con una mueca divertida, propinándole una patada suave en el hombro—. ¿No puedes simplemente admitir que necesitas un poco de inspiración? ¿Ninguna de las chicas a las que stalkeas se ha convertido en tu musa? Al menos, trata de usar a tu novia para eso, ¿no?
—Ninguna —puntualizó su colega de cabellos castaños tras darle un último sorbo a la cerveza, dejando que el sabor amargo se deslizara por su garganta—. Pero tal vez encuentre algo de inspiración si vamos a un striptease.
—Eso me encantaría —confirmó Thrishna, mordiéndose el labio inferior y dándole un codazo a Amaresh en las costillas—. Pero, ¿no molestará a Sandra?
—Nah, si no lo sabe, no le afecta —respondió el guitarrista con cierta indiferencia.
—¡Chicos, nada de bailarinas exóticas! ¡No hay tiempo que perder! —intervino Mikaele antes que el vocalista. Se colocó de pie de un salto y colocó ambas manos en las caderas—. Podemos hacer una sesión de lluvia de ideas, probar algunos riffs, ver qué funciona y qué no. ¡Denme algo para trabajar y lo convertiré en oro!
»Deberíamos acostumbrarnos, cuando seamos famosos, es lo que haremos.
—¿Desde cuándo tienes planes para nuestro ascenso a la fama? —Amaresh levantó una ceja con una sonrisa socarrona.
—Por algo me uní a esta banda —respondió Mikaele, alzando los hombros.
—¿Y si intentas darle una vuelta al riff de Alma Impura? —sugirió Trishna casi al instante, mirando a Caden.
—Está bien —aceptó, soltando un suspiro.
A los segundos, cogió la guitarra. Se colgó la tira encima con un movimiento casi automático, ajustándola con precisión. Acto seguido, empezó a deslizar la uña por las cuerdas con destreza, sus dedos hábiles encontraron el ritmo y la armonía con facilidad. El sonido que emanaba del instrumento era como un rugido contenido, vibraba con una fuerza irresistible.
—Hazle un ajuste más alto —pidió Amaresh, su voz cortó a través del torrente de sonido con autoridad.
Caden asintió, ajustando los controles del amplificador para alcanzar el tono perfecto. Los botones y diales del equipo parecían obedecer a su voluntad, respondiendo con pequeños clics y zumbidos mientras el sonido se ajustaba y transformaba hasta que el vocalista le hizo un ademán para que mantuviera ese ajuste perfecto.
Animados por el impulso, Mikaele y Trishna abandonaron sus posiciones para incorporarse en la alfombra de la carpa. Con las baquetas en el aire, el primero marcó un compás seco, tratando de seguir el ritmo frenético del guitarrista. Por su parte, la bajista movió los dedos por el diapasón del instrumento, creando un eco profundo que complementaba cada acorde previo.
En ese momento, Amaresh fue tarareando la letra que había escrito.
Entre acordes y arpegios, el guitarrista deslizaba sus dedos con destreza sobre las cuerdas del instrumento. A pesar de la habilidad, su habitual entusiasmo menguó con el paso de las horas. Un sonido discordante rompió la armonía, interrumpiendo el flujo de la afinación y atrayendo la atención del resto de la banda hacia su persona.
—¡Caden, ya no te estás concentrando! —regañó Mikaele deteniendo los platillos de la batería con las manos.
—¡Porque me agoté! —se quejó el aludido con el ceño fruncido.
—Creí que era porque tu noviecita no estaba contigo —burló Trishna.
Caden rodó los ojos.
—Creo que deberíamos tomar un descanso —sugirió Amaresh con voz ronca, dejando el instrumento a un costado—. Lo merecemos.
El resto asintió.
Mikaele se levantó del asiento detrás de la batería y se estiró, sintiendo cada músculo tenso protestar por el esfuerzo prolongado. Los golpes rítmicos de las baquetas habían dejado sus manos entumecidas, pero la satisfacción de una sesión de ensayo productiva compensaba cualquier incomodidad física, para él. Por su parte, Trishna soltó la correa del bajo para colocarlo en suelo alfombrado con cuidado. Enseguida, se dejó caer de espaldas sobre la superficie. Cerró los ojos, extrañaba el viejo sofá que había sido arrastrado al garaje por la madre de Mikaele para ella. Sin duda, no se volvería a quejar de lo incómodo que era.
Amaresh ocupó su costado izquierdo, mientras que Caden se mantuvo con la guitarra sobre el regazo. Sus dedos aún temblaban por la intensidad de la sesión de improvisación. Los cerraba y extendía cada tanto para alivianarse.
—Iré por unas cervezas y un juguito de mamá para Trish —anunció Mikaele tras salir de la carpa.
—¡Sí, los jugos de la señora Parker son los mejores! —exclamó ella—. Me alegro que me preparara muchos para esta cuasi gira.
—¿A esto se le puede llamar gira? —burló Caden, fingiendo indignación.
—¡Déjame soñar, idiota!
Caden soltó una risa socarrona.
El baterista se dirigió hacia el maletero de la camioneta, luego se inclinó sobre la hielera, buscando entre las botellas lo antedicho. Notó que el hielo ya se había derretido desde las últimas horas de viaje, aunque el contenido continuaba frío.
Las destapó con el abridor que se localizaba a un costado.
Equilibrando hábilmente tres cervezas frías en una mano y un jugo de frutas en la otra, Mikaele las distribuyó entre sus compañeros con una sonrisa amistosa, antes ocupar un costado del guitarrista. Entretanto, Caden le dio un sorbo a la cerveza.
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