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|Capítulo 3: Preludio|

Sentado al borde de la cama, con la vista fija en los pósteres de mujeres desnudas que cubrían las paredes, Caden sostenía su vieja guitarra acústica. Rasgó las cuerdas con suavidad en diferentes acordes. A su alrededor, los papeles se amontonaban por doquier: algunos arrugados, desechados tras frustrantes intentos, y otros alineados, como si aguardaran su turno para ser inmortalizados, las cuales fueron garabateadas con letras inacabadas y diferentes signos musicales.

La pizarra acrílica de un costado fue abarrotada de diagramas de progresiones armónicas que se entrelazaban con líneas de versos y estribillos por definir.

De forma casi repentina, había encontrado a su musa y la utilizaría a su favor.

Caden cerró los ojos.

A la par que movió los dedos con destreza sobre las cuerdas, su pie marcó el tempo, un ritmo que parecía conectar su corazón con la emoción que lo había invadido cuando besó los labios de aquel chico de hermosos ojos azules. Las notas se unieron y armonizaron en una melodía que resonó en su pecho, tarareó vocablos ininteligibles.

Se detuvo y marcó los compases en una hoja nueva.

Cada cierto tiempo, hojeaba libros de teoría musical y partituras clásicas, buscando inspiración en los maestros del pasado para enriquecer su propia creación. Analizaba cada pieza antes de entregarse por completo a la composición musical que resonaba en lo más profundo de su alma. Las notas fluían a través de él como un río desbordado, llevando consigo emociones que ni siquiera sabía que estaban ahí.

Decidió que los violines serían el complemento perfecto para darle vida a la composición que creaba. Imaginaba el vibrato de los registros, como susurros melódicos. El piano se convertiría en el pilar sobre el cual se sostendría la estructura armónica. Asimismo, pensó en añadir la flauta, pero solo lo dejó cómo una anotación.

Imaginó esos dulces sonidos entrelazándose con el rugido de su guitarra eléctrica.

Determinado, dedicó horas a escribir las partituras, delineaba los acordes y el fraseo para que los instrumentos brillaran en su máximo esplendor con una meticulosidad inigualable. Sabía que esa rapsodia sería más que una simple canción; se convertiría en su himno de una pasión que no había sentido antes.

Por ese motivo, no tenía planeado decirle nada a sus colegas hasta tener todo armado y listo.

Fascinada, y de pie en la entrada de la habitación, Sandra sonreía, absorta en el hipnótico ritmo de la composición que fluía de la guitarra de su novio. Aunque la música no era su principal interés, su padre era un reconocido productor. Había crecido rodeada de equipos de grabación y discusiones sobre mezclas y arreglos; sin embargo, desconocía la diferencia entre un allegro y un adagio. Aun así, admiraba y apoyaba a Caden en la carrera que él amaba.

En su pecho, albergaba una tenue chispa de ilusión.

Ella no podía evitar sonreír al recordar las conversaciones que habían tenido años atrás, cuando Caden le prometió que algún día compondría una canción especialmente para ella. Después de cinco años de relación, sabía que esa era una de las pocas cosas que él aún no le había regalado, y la idea de que por fin se animara a hacerlo la llenaba de emoción y expectación.

La música fluía con una delicadeza y un romanticismo que no podía pasar desapercibido.

Al finalizar la pieza, el silencio se apoderó de la alcoba, pero pronto fue roto por los energéticos aplausos de Sandra.

—Está hermosa, seguro a los chicos les encantará —animó.

Caden la atisbó de reojo y elevó una comisura como gesto de agradecimiento.

«No la merezco», se reprochó.

La constante vibración del teléfono provocó que Caden y Sandra se removieran entre las sábanas. Perezoso, Caden estiró la mano para tomar el aparato en la mesita de noche y lo desbloqueó al instante: tenía más de treinta mensajes en WhatsApp de Amaresh y diez llamadas perdidas.

Chasqueó la lengua y masculló una maldición: iba tarde al ensayo.

Resignado, se levantó y estiró los músculos adoloridos, un tirón le recordó la mala postura durante la noche. Sus huesos crujieron al moverse. Forzado a abandonar la comodidad de su cama, se dio una merecida ducha caliente junto a Sandra.

Luego, se afeitó la naciente barba, procurando no cortarse ante el apuro.

Con el cabello húmedo y los ojos aún entrecerrados por el sueño, se dirigió al armario para elegir el atuendo del día. Optó por un conjunto cómodo, pero con estilo: jeans desgastados, una camiseta negra decolorada y su chaqueta de cuero favorita. Deslizó el teléfono en el bolsillo y se aseguró de tener las llaves de la casa.

—¿Lista para irnos, Sandy?

—Déjame buscar mis libros, tengo parcial la semana entrante.

Caden rio y se encaminó a la salida de la residencia. Tras escasos minutos, Sandra lo alcanzó, justo cuando el Uber se detuvo frente a ellos. Por lo usual, caminarían con el GPS de guía porque la casa de los Parker no quedaba lejos de allí o irían en la Honda de Caden, pero debido a que se encontraba en el mecánico, esa era la mejor opción.

En el corto trayecto, Sandra le platicó sobre las clases de la universidad.

Al llegar a su destino, bajaron y se dirigieron hasta el portón automatizado. Con una expresión apacible, Caden golpeó la superficie metálica un par de veces. Pasaron varios minutos antes de que Mikaele apareciera en el umbral, exhibiendo una expresión radiante.

—Llegas tarde, Dasko —dijo con un tono juguetón—. Hola, Sandy.

Sandra agitó la mano en el aire.

—No me di cuenta, Parker —ironizó el guitarrista, entornando los ojos.

Mikaele se apartó para dejarlos pasar.

Al cerrar el portón, caminó detrás de ellos.

En el interior del garaje, de pie frente al fregadero improvisado, Amaresh lavaba los trastes. Las mangas de su camisa estaban enrolladas hasta los codos, revelando los músculos tensos de sus brazos mientras el agua tibia y el jabón creaban pequeñas burbujas. Trishna le dio un vistazo a la inesperada presencia de Sandra, quien se sentó junto a su pareja.

—Dos horas y media tarde, Caden —reiteró Amaresh al mirarlo por encima del hombro.

—Bebí mucho anoche y perdí la noción del tiempo —confesó Caden, alzando los hombros. A su vez, tomó asiento en una de las sillas vacías frente a la mesa—. Ni siquiera desayuné, agradece que vine.

—Como sea, bebé, ¿por qué querías que nos viéramos si no es para ensayar? —indagó Trishna recostada de una pared.

—Ensayaremos, solo quería comentarles algo: ¿Conocen a Yggdrasil?

Caden y Trishna intercambiaron miradas y negaron con la cabeza. Mientras tanto, Sandra, como de costumbre en ese tipo de discusiones, apenas levantó la vista de su teléfono. Estaba absorta en la pantalla, pasando fotos con el pulgar y aislándose de la conversación. Prefería no estorbar.

—¡¿Cómo es que no?! —exclamó Mikaele con un dejo de indignación. Se levantó de su sitio de un salto y caminó de un lado a otro por el garaje, casi como si no pudiera contener el entusiasmo—. ¡Por todos los santos, son mis héroes de la música! ¿Cómo es posible que no los conozcan?

Caden soltó una pequeña risa ante la reacción exagerada de Mikaele, pero antes de que pudiera decir algo, Trishna alzó una ceja y tecleó el nombre de la banda en su navegador.

—¿Qué tocan? —preguntó ella, interesada.

—Folk metal —respondió Mikaele.

—Pues, Mika, son excelentes noticias: nos llamaron para ser el acto de apertura en uno de sus conciertos, en Sol Naciente —dijo Amaresh con una amplia curvatura antes de finalizar su labor y secar sus manos con un viejo trapo que luego lanzó sobre el mesón.

—A poco hay famosos que conocen Marfair —comentó Trishna a los segundos con un dejo sarcástico. Su cabello teñido, que caía en ondas sobre sus hombros, se movió cuando agitó la cabeza de un lado a otro.

—Sí, Trish, aunque no lo creas, hay gente que conoce este país más allá de nuestras fronteras locales —respondió Amaresh, encogiéndose de hombros.

—¡Eso es genial! —chilló Mikaele, emocionado—. ¡Imagina estar en el mismo escenario que Yggdrasil! ¡Sería un sueño volver a verlos en persona!

—¿Cuándo los conociste? —inquirió Trishna, enarcando una ceja.

—Hace unos años. Vi un video suyo en YouTube —recordó Mikaele, nostálgico—. Ecos del Valhalla, una canción preciosa —expresó, posando ambas manos en su pecho—. Desde entonces, me hice su fan y los seguí en todas sus redes sociales. Cuando supe que irían por primera vez a Sol Naciente, no dudé en comprar las entradas.

»Estaban agotadas, pero la Virgencita de la Candelaria me dio suerte.

»Resulta que participé en un concurso que organizaban ellos mismos en su página web, y que consistía en escribir una carta explicando por qué querías ir a su concierto. Yo escribí una, contando lo que significaban para mí sus canciones. Les gustó tanto que me eligieron como uno de los ganadores.

»Además, me dieron dos entradas VIP, con acceso al backstage y todo.

—Espera, ¿fue cuando andabas con la perra celosa de Abish? —prosiguió Trishna, interesada y jocosa.

Mikaele se limitó a asentir.

Mientras que el sol de la mañana se filtraba a través de las cortinas entreabiertas, acompañando al aroma del olor a café recién hecho por Amaresh, quien dejó las tazas en la mesa, Caden apenas rio ante los comentarios. Su interés principal se centraba en Instagram.

—Chicos, concentración —interrumpió Amaresh, aplaudiendo con una mueca en los labios—. Lo único «malo» es que no recibiremos una compensación monetaria, pero es una oportunidad invaluable para darnos a conocer.

—Pero Sol Naciente está muy lejos, ir sin pago no es la mejor idea, bebé —replicó su pareja. Tomó asiento junto a Caden, a la vez que tamborileaba los dedos sobre la superficie de la mesa. Tenía las cejas fruncidas y una expresión pensativa en sus ojos avellana—. ¿Quién pagará el hospedaje, la comida y la gasolina? ¡Esas cosas no son gratis!

—Ojalá lo fueran, pero Trish tiene razón —apuntó Mikaele, firme—. Son muchos gastos, Ama, y este proyecto no parece que vaya a ayudarnos a cubrirlos.

La mente de Amaresh se llenó de imágenes de escenarios lejanos y multitudes entregadas a su música; sin embargo, también se preocupaba por los detalles logísticos que implicaría un viaje hasta la capital de Marfair. Se mordió el labio inferior, mientras jugueteaba con un mechón de su cabello oscuro.

Caden le dio un vistazo fugaz.

—Podemos hacer tocadas en bares, incluso en las plazas —propuso en un tono despreocupado, como si la solución estuviera a la vuelta de la esquina. Acto seguido, regresó su atención a las fotos en bikini de las chicas que lo seguían en la red social.

—¡Eso es! ¡Gracias, Caden! —exclamó Amaresh, mientras el guitarrista alzaba los hombros con modestia y sus otros colegas aún parecían dudar—. Podemos reunir los fondos para cubrir esas necesidades e ir.

—Entonces tendremos que esforzarnos más —recordó Trishna—. No entiendo cómo creen que una ciudad capital en un país que nadie parece conocer, sea tan carísimo.

—¿Cosas del primer mundo? —preguntó Mikaele, arqueando una ceja—. Parece que la opulencia y el exceso son el sello distintivo de la capital.

—¡Ese no es el tema! —intervino Amaresh, autoritario—. Hagamos la planificación de las canciones que tocaremos. No tenemos opciones infinitas, aunque también podemos componer. El concierto de Yggdrasil fue anunciado para el once de noviembre.

—¿Crees que tres meses sean suficientes para escribir una canción o más? —inquirió Trishna, tras soltar un bufido—. Tan solo mira a Dasko, ha estado tan seco como una caña desde hace un año.

Absorto en su teléfono, una sonrisa pícara bailó en las comisuras de Caden, sus dedos hábiles continuaban deslizándose sobre la pantalla con una destreza casi inconsciente. El resplandor azulado destacaba los ángulos definidos de su mandíbula. Su cabello oscuro caía en mechones desordenados sobre su frente, dándole un aspecto de rebeldía controlada.

«Excelentes curvas. Pechos pequeños, pero gran trasero», pensaba de alguna que otra chica que veía en las fotos.

—¡Caden, deja de stalkear a tus seguidoras! —regañó Amaresh con su característica voz rasgada, chasqueando los dedos frente al rostro de este—. Tenemos cosas de banda aquí, man.

Sandra elevó la mirada con cierta discreción hacia su pareja.

—Perdón, perdón. Solo pasaba el rato —se excusó con torpeza, levantando la mirada con brevedad antes de volver a sumergirse en la pantalla—. Te escucho, continúa.

A los alrededores, los otros dos integrantes de la banda intercambiaron sonrisas divertidas, acostumbraban a las distracciones ocasionales de Caden en momentos como esos.

—Es suficiente, dame eso. ¡Irás a rehabilitación! —Amaresh no dudó en arrebatarle el aparato a Caden y dejarlo sobre la mesa. Exhibía una expresión de seriedad.

—¡Oye, qué grosero! —se quejó este, frunciendo el ceño con fingida indignación mientras intentaba recuperarlo. Sin embargo, el líder de la banda le dio un manotazo en cada oportunidad, hasta que desistió—. Vale, vale. Ya me enfoco.

Sandra rio.

—Como sea, volviendo a lo importante, ¿qué canciones tocaremos? —preguntó Amaresh, retomando el hilo de la conversación—. Tendremos cerca de treinta minutos. Será a las nueve de la noche, pero tenemos que estar allí a las siete, para hacer la prueba de sonido y preparar el equipo.

—Yo propongo que nos enfoquemos en las que nos sabemos de memoria —propuso Trishna con voz monótona. Acto seguido, se dirigió hasta los soportes de la guitarra y el bajo, tomando el segundo instrumento para colgárselo en el hombro y empezar a afinarlo.

—¿Y si componemos algo especial? —inquirió Mikaele en un tono sugerente, después de beberse su café y coger la taza de Caden, que no había tocado—. Si es nuestra oportunidad de brillar, hay que hacerlo con estilo. Compongamos algo similar al género de Yggdrasil. Tienen canciones inspiradas en la literatura, la historia, la mitología nórdica... Podríamos crear una pieza única que destaque y deje una impresión duradera en el público.

—¡Con letras poéticas sobre la naturaleza o el amor! —exclamó Trishna, excitada.

—O el fútbol —insinuó Caden, colocando los pies sobre la mesa—. ¡Algo épico que haga que todos recuerden nuestro nombre después de esa noche!

—Prefiero algo más original y menos aburrido. —Amaresh rechazó la sugerencia del guitarrista sin dudarlo, quien entornó los ojos. Con un gesto firme, lanzó los pies de Caden al suelo.

—Entonces, ¿qué les parece si escuchamos algunas de las mejores canciones de Yggdrasil? Quizá nos sirvan de inspiración —planteó Trishna, una solución bastante práctica.

—¡A la orden! Tengo una playlist en Spotify. —Mikaele sacó su teléfono y se apresuró a conectarlo a un altavoz.

—Vale, pero recuerden que debemos ensayar también. —Amaresh aceptó la idea, aunque su mueca evidenciaba cierta reserva.

—Tranquilo, bebé, serán unos minutos cuando mucho. —Trishna le dedicó una dulce y confiada expresión.

Después de que Mikaele pulsara el botón de play, las primeras notas de una canción de Yggdrasil llenaron la habitación. El sonido de guitarras distorsionadas y una base rítmica contundente los envolvió.

—¿Qué canción es esta? —preguntó Caden, interesado.

—Se llama Himno de los Nueve Reinos —respondió Mikaele, orgulloso—. Es una de mis favoritas.

—Me gusta —aceptó el guitarrista, moviendo la cabeza a los lados—. Tiene un ritmo muy animado.

Caden se alentó con la canción y cantó el estribillo, imitando la voz del cantante. Mikaele se unió a él e hicieron los coros, mientras Trishna los acompañaba con algunos tonos en el bajo. Amaresh los observaba, aunque sin participar. No podía negar que la canción tenía un ritmo alegre y una letra pegadiza, pero seguía sin convencerle el estilo. Ante ello, Sandra los grabó. Luego se encargaría de subir los cortos a su Instagram personal y etiquetar a la banda y sus miembros. A sus seguidores le gustaban cuando compartía contenido de ellos.

—¿No creen que sería arriesgado? Quiero decir, no es lo que solemos tocar —comentó el vocalista, nervioso—. ¿No preferirían un estilo más rockero, más nuestro?

—¿Y el aburrido soy yo por querer hacer una canción de fútbol? —burló Caden y rodó los ojos—. Nos vendría bien salir de nuestra zona de confort. Después de todo, ¿cuándo fue la última vez que hicimos algo diferente? La música necesita frescura, y un poco de diversión no nos haría daño.

Amaresh soltó una risilla sarcástica. Sin embargo, antes de que replicar, la mano de Trishna le acarició el hombro con una suavidad que le hizo temblar.

—Así es. Valdrá la pena experimentar, Ama —insistió su pareja, inclinándose apenas. Con un leve ajuste de postura, enderezó la espalda, dejando que sus pechos resaltaran en el escote que vestía.

Amaresh intentó mantenerse serio, pero el calor que le subía al rostro lo traicionó. Sabía muy bien lo que estaba haciendo; esa mirada coqueta, ese sutil roce que se deslizó a lo largo de su brazo, eran armas que usaba para convencerlo cada vez que necesitaba su apoyo. Y, en efecto, funcionaban.

—No juegues sucio —murmuró, tratando de sonar firme, aunque su sonrisa torcida lo delataba—. Sabes que me cuesta decirte que no cuando usas... esos métodos.

Trishna hizo un puchero y apegó sus pechos al brazo ajeno.

Mientras tanto, los otros dos miembros de Ángeles Caídos se concentraron en cantar las canciones de Yggdrasil a todo pulmón, siendo aún grabados por Sandra.

—Chicos, creo que deberíamos decidir algunas canciones ya —dijo Amaresh en un tono alto para hacerse oír sobre las notas de fondo—. No podemos dejar que el tiempo se nos escape de las manos. Sabemos cómo somos.

Mientras la música continuaba a un volumen bajo, trazaron los detalles: desde la iluminación hasta la puesta en escena.

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