|Capítulo 1: «Ángeles Caídos»|
Las parpadeantes luces de neón realzaban la noche estrellada en el remoto pueblito costero de Marisma.
Los habitantes y los turistas se congregaban a los alrededores de una tarima improvisada, una que fue construida con madera reciclada y decorada con guirnaldas de conchas marinas.
La brisa salada llevaba consigo el suave aroma a salitre y algas, mezclado con el aroma de comida callejera en una amalgama del olor tentador de empanadas de mariscos recién cocinadas y tacos de pescado fresco. Asimismo, los acompañaban el humo de las parrillas y el dulce perfume de los cócteles tropicales que servían en los bares ambulantes a lo largo del malecón, donde el murmullo de las olas se mezclaba con risas y conversaciones animadas.
Caden inhaló hondo y se lamió el labio inferior.
—Mmm... Espero darme un festín al terminar —comentó mientras conectaba los cables del amplificador a la guitarra eléctrica.
—Lo haremos, hay presupuesto para eso —dijo Amaresh con media sonrisa, ajustando el micrófono y dándole suaves toques con el dedo—. Un, dos, tres, probando, probando. ¿Se escucha, Sandra? —inquirió, señalando a la joven que se hallaba al final de multitud, quien levantó el pulgar—. Perfecto.
—¿Hay suficiente dinero para hospedarnos en un hotel de lujo? —preguntó Mikaele. Al fijarse en el cielo estrellado, su mente se perdió en sueños de sábanas suaves y una ducha caliente. Imaginaba el confort y el glamour que les ofrecería un hotel de alta gama, con todas las comodidades que merecían después de tanto esfuerzo.
Amaresh sacudió la cabeza con una risa suave. Luego, se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz con una expresión de frustración que apenas lograba disimular. La necesidad de utilizar los incómodos anteojos le recordaba su descuido al olvidar los lentes de contacto en casa. Maldijo en voz baja, sintiendo la molestia de tener que usar tal artefacto que tanto detesta, pero sabía que no tenía otra opción si quería evitar tropezar en el escenario.
—No, no podemos darnos ese gusto.
Mikaele chasqueó la lengua.
—Un motel, será —bromeó Caden. Movió los dedos hábiles sobre las cuerdas de la guitarra con confianza, ajustando el tono y la afinación con maestría.
—No, ¿cuántas veces debo repetir que nos quedaremos en casa de un tío? —resaltó Amaresh, rodando los ojos—. Así que dejen de hacerse ilusiones en vano.
—«Lo importante es ahorrar» —dijo Mikaele con un rastro de diversión—. Lo sé, mamá.
Caden lo acompañó con una estruendosa carcajada.
Un pueblito costero tan pequeño como Marisma, era ideal para ahorrar el escaso presupuesto con el que contaban para movilizarse lejos de Avilov, pues los hoteles eran caros debido al turismo y más en esas épocas en la que los festivales de música se realizaban. Además, el pago de aquel concierto no era suficiente para cubrir un hospedaje, ni siquiera en un motel de mala muerte, a palabras de Amaresh. Por eso, la perspectiva de alojarse en la casa de un familiar era mucho más económica y práctica para sus bolsillos, era algo que cada uno de los miembros Ángeles Caídos era consciente.
—Por cierto, ¿y Trish a dónde se ha metido? —indagó Mikaele. Se puso de pie y recorrió con la mirada la extensión de la playa, buscando entre el gentío, pero sin éxito—. No la he visto desde hace como una hora.
—Fue a comprar cuerdas a Marshbrush, debe volver en algunos minutos. —comentó Sandra al llegar junto a ellos y limpiando la arena de sus rodillas—. Al menos, todo parece estar en orden por aquí.
Caden frunció el ceño y cruzó los brazos sobre el pecho. Conocía bien a Trishna; la bajista tenía fama de hacer paradas imprevistas. Era probable que se hubiera entretenido en algún puesto de comida rápida o, quién sabe, se topó con alguien conocido y se enfrascó en una de sus interminables charlas sobre lo «infravalorados» que estaban los tríos en las relaciones. Se llevó una mano a la frente, suspirando.
—¡Claro, es lo que nos faltaba! —masculló Caden—. ¡Se supone que abriremos el show, y seguro que nos retrasaremos por su culpa!
—Estará a tiempo —aseguró Amaresh en un tono sereno que terminó de ajustar el pedestal del segundo micrófono.
—Más le vale —gruñó Caden, mirando hacia el horizonte, donde el cielo se teñía de tonos anaranjados—. No quiero hacer un espectáculo sin bajo. La última vez que lo intentamos, casi nos abuchean en Saint Charles. Además, Alma Impura no suena igual sin él.
Sandra soltó una estruendosa carcajada y se agachó para revisar las partituras, apiladas dentro de la funda de la guitarra de su pareja. El viento jugueteaba con algunas de las hojas sueltas, y ella las sujetó con cuidado, al tiempo que sonreía.
—Ustedes tienen un historial de improvisaciones bastante... interesante.
Mikaele se encogió de hombros, riéndose bajo. Miró de reojo a Caden, recordando aquella vez en Saint Charles, cuando el público casi los echa a patadas. Había sido un desastre grandioso y, aunque al final consiguieron salir airosos, sabían que era algo que no podían repetir. Sin embargo, había adrenalina en esos momentos, una chispa que ninguno de ellos podía negar.
—Aunque, siendo honestos, esa vez fue memorable —aclaró Amaresh.
Caden no pudo evitar sonreír, aunque no cedió por completo. Miró hacia donde debía venir Trishna, esperando ver su silueta aparecer entre los puestos del malecón.
—Esta vez quiero que sea memorable por las razones correctas —respondió, entrecerrando los ojos.
Con el paso de media hora, Caden se paseó al pie del escenario improvisado de un lado a otro. A su alrededor, el murmullo de la multitud ansiosa se mezclaba con el sonido sordo de los equipos que aún se ajustaban por el resto del equipo encargado del festival. El olor a sudor y a cigarrillos impregnaba el aire, ese que llegaba hasta sus sentidos y le provocaba arcadas. Con un gesto de disgusto, alzó el cuello de su camisa, intentando bloquear, aunque fuera un poco, la mezcla densa de aromas que le resultaba insoportable.
«¿Dónde demonios estás?»
Apresurado, sacó el teléfono y tecleó el número de Trishna. Al instante, inició la llamada.
Un tono.
Dos tonos.
Tres tonos.
Finalmente, una respuesta, del otro lado de la línea, resonó a través del auricular con un dejo de molestia y agotamiento: «Estoy llegando, Caden. Deja la impaciencia».
Caden exhaló hondo, tratando de contener su propia irritación. A pesar de la insistencia de su compañera, el zumbido constante de la multitud detrás de él solo añadía presión adicional a su estado ya tenso. Voces, risas y comentarios impacientes se mezclaban en una cacofonía que se hacía difícil de ignorar.
—Estamos cerca de empezar, ¿cómo no voy a preocuparme cuando estás a kilómetros de distancia? —dijo, con la voz ligeramente elevada para hacerse oír sobre el estruendo que se filtraba desde la tarima.
No hubo respuesta. Solo un sonido seco cuando la bajista cortó la llamada de manera abrupta, dejando a Caden con un sabor amargo en la boca. Apretó el teléfono y chasqueó la lengua antes de guardarlo en su bolsillo.
—Va a llegar a tiempo, Caden —reiteró Amaresh con cierto desinterés.
Después de una tensa espera que parecía una eternidad, cuando el sol ya se había oculado en el horizonte, Trishna se aproximó al resto de la banda.
—¡Justo a tiempo! —exclamó Mikaele, sonriente. Luego, sacudió la cabeza de un lado a otro—. Ya pensábamos que ibas a dejarle a Caden la responsabilidad de ser el centro de atención.
Trishna alzó una ceja y dejó caer su mochila a un lado.
—No creo que alguien aguante escucharlo solo a él más de cinco minutos —replicó.
Caden entornó los ojos y resopló, como si pretendiera ignorarla, aunque una leve sonrisa asomaba en la comisura de sus labios.
Trishna no perdió más tiempo; se dirigió hacia el área designada para la presentación y, tras unos instantes de búsqueda, localizó su bajo. Lo tomó con un suspiro de alivio. Con dedos ágiles, cambió las cuerdas, una a una, ajustando la tensión con precisión, hasta que las notas resonaron limpias.
—Son quince minutos, tres canciones: Alma Impura, Besos Sabor a Muerte y Vida Compartida —anunció Sandra con voz firme mientras le daba los últimos toques al peinado de Caden, asegurándose de que cada mechón rebelde no le estorbara demasiado en la cara.
Al terminar de acomodarlo, y antes de que pudiera alejarse, Caden la atrajo con un movimiento rápido, besándola con una efusividad que levantó murmullos y risas entre el grupo.
—¡Por la Virgencita, no empiecen aquí! —gritó Mikaele, llevándose una mano a los ojos para desviar la mirada—. Ahórrenlo para después del show.
—¿Celoso, Mika? —bromeó Trishna, dándole un codazo que lo hizo resoplar y sacudir la cabeza.
Caden se separó cuando la voz del presentador resonó en el ambiente:
—¡Reciban, con un fuerte aplauso, a Ángeles Caídos!
El público explotó en vítores y aplausos, levantando las manos en señal de apoyo mientras los integrantes de la banda tomaban sus posiciones en el escenario. Algunos fanáticos ondeaban pañuelos, mientras otros coreaban el nombre de la banda.
Caden dio un paso adelante y la adrenalina le recorrió el cuerpo la columna mientras sus compañeros tomaban sus posiciones en el escenario. Las luces principales se encendieron sobre él justo cuando el presentador descendió de la tarima. Los primeros acordes de su guitarra eléctrica rompieron el silencio y marcaron el inicio del preludio de su primer éxito: Alma Impura. Los latidos de su corazón parecían sincronizarse con el pulso frenético de las luces y el sonido.
Segundos después, Amaresh tomó el micrófono, sus labios se curvaron en una sonrisa desafiante. Y, con su voz rasgada, lanzó la primera estrofa de la canción.
La reacción fue inmediata: los gritos se elevaron y cantaron con él.
«Dices que no duele,
que el fuego se va,
pero hay brasas en mi pecho
que no puedo apagar».
Mikaele entró con enérgicos golpes en la batería. Sin poder evitarlo, agitó su cabeza para apartar los mechones rebeldes que caían en su rostro, los cuales se mecían a la misma cadencia. Pronto, el bajo de Trishna retumbó con potencia.
Los jóvenes alzaban los brazos, balanceando sus cuerpos al compás de la música, mientras que otros grababan con sus teléfonos.
«¿Fue fácil el engaño?
¿fue dulce traicionar?
Mira cómo se desmorona
lo que juraste amar».
Alrededor de la tarima, justo al borde del agua en Playa Colorado, la multitud se unió al coro con efusión cuando Caden también lo hizo.
«Alma impura, que se ríe al mentir,
corrompiste mi mundo,
sin temor a herir.
Ahora canta tu nombre
la traición en mi piel,
eres veneno, eres fuego,
pero ya no mi mujer».
Amaresh avanzó unos pasos hacia el borde de la tarima, extendiendo su mano hacia la multitud, quien lo recibió con chillidos y manos alzadas. El ritmo de la canción se aceleró cuando Mikaele golpeó la batería con aún más fuerza, llevando el sonido al clímax de la canción. La línea de bajo de Trishna resonó con un tono más grave y profundo, preparándose para el estribillo final.
—¡Canten conmigo! —exclamó Amaresh, levantando el micrófono hacia el cielo estrellado.
«Alma impura, desgarras al cantar,
serás solo cenizas
en un mundo sin paz.
El recuerdo se apaga,
de ti me deshice,
fuiste infierno en mi cama...
ahora solo cicatriz».
A pesar de que la multitud era escasa en sus presentaciones, los integrantes de la banda no escatimaban en energía ni en pasión e. Cada uno de ellos entregaba todo en cada acorde y vocalización.
Cuando la presentación finalizó, el público siguió aplaudiendo.
Los cuatro miembros de la banda intercambiaron una última mirada de satisfacción antes de inclinarse juntos hacia la audiencia. El eco de los aplausos retumbaba aún en sus oídos, y las luces, ahora más tenues, resaltaban las gotas de sudor que perlaban sus rostros. Amaresh esbozó una sonrisa, lanzando un guiño a sus compañeros. Trishna alzó el pulgar en señal de aprobación, mientras que Mikaele le devolvía la sonrisa con un leve asentimiento. En cambio, Caden se limitó a un breve cabeceo.
Al bajar del escenario, Sandra apareció de inmediato y repartió las botellas de aguas.
Amaresh destapó la suya al instante y bebió con ansias. Luego, dejó escapar un suspiro de alivio.
De pronto, Caden rompió el silencio mientras dirigía una mirada severa hacia Trishna.
—Arnaud, el bajo no estuvo del todo afinado —reprochó, frunciendo el ceño.
Trishna levantó el rostro y encogió de hombros.
—Hubo una ligera interferencia en mi monitor durante la segunda mitad del set —explicó en tono sereno—. Haré ajustes para la próxima vez.
El gesto de Caden se endureció.
—Deberías tener cuerdas para cualquier eventualidad.
Mikaele, que había estado tomando largos sorbos de agua, miró de reojo a Caden y a Trishna; soltó un leve suspiro.
—Ya relájense, chicos —intervino, con una sonrisa ligera que, a pesar de su tono despreocupado, no ocultó del todo la preocupación que le invadía—. Fue un buen show, ¿no? La gente se volvió loca, en buenos términos.
Caden gruñó y tamborileó los dedos sobre la madera desgastada del escenario improvisado. La brisa marina despeinó su cabello, pero ni eso parecía aliviar la tensión en su expresión severa. Los murmullos de la multitud que se alejaba se mezclaban con el susurro de las olas y el crujir de la arena bajo los pies de algunos rezagados.
—No es solo el público —recalcó, cortante—. La perfección es lo que nos debe caracterizar. Si seguimos conformándonos con errores, incluso pequeños, nunca seremos más que una banda promedio de otros miles. ¿Y si algún productor hubiera estado entre el público?
Mikaele abrió la boca, dispuesto a contestar, pero Trishna se le adelantó, soltando una risa breve que resonó entre ellos.
—¿En una playa de un lejano pueblito costero que nadie conoce? —Cruzó los brazos sobre el pecho y ladeó la cabeza, observando a Caden de pies a cabeza—. Lo que importa es el aquí y el ahora, Dasko.
—¡El aquí y ahora también son oportunidades que nos abrirán puertas a un mañana! —insistió Caden.
—Cariño, basta —pidió Sandra, tomándolo del brazo.
Sin perder el aplomo, Trishna dejó el bajo en el estuche y giró hacia Caden, quien se zafó del agarre de su pareja con delicadeza.
—En lugar de quejarte, ¿por qué mejor no compones una canción? —declaró Trishna con un tono cortante y luego soltó una risa—. ¡Ah, claro, lo olvidaba! ¡Hace más de un año que no escribes nada, don perfección!
Caden apretó la mandíbula y las manos de forma involuntaria.
Ella sabía exactamente dónde golpear para hacer que su orgullo se retorciera, como si buscara esa reacción. La frase resonó en su mente como un eco cruel, una constante advertencia de su propia incapacidad. Desde que perdió la inspiración, las críticas se habían vuelto más frecuentes. Pero ella no había terminado.
»¿Sabes qué veo? —continuó, mirándolo de pies a cabeza—. A alguien que no puede crear nada, así que decide criticar el trabajo de los demás. Si crees que puedes hacerlo mejor, demuéstralo, Dasko. Porque de quejas, ya estoy hasta el cuello.
Caden dio un paso más cerca de Trishna, quien no se inmutó, a pesar de la diferencia notable de tamaños y de que ella tuviera que levantar más la cabeza para mirarlo a los ojos.
—¿Y tú qué sabes? —espetó con una mueca—. Nunca has compuesto una canción en tu vida.
Trishna se encogió de hombros y, antes de que pudiera responder, Amaresh intervino con prisa:
—¡Ya es suficiente! —exclamó, alzando las manos en medio de ambos—. Vamos a celebrar con una cena frente al mar. No quiero que acaben lanzándose arena antes de que llegue el plato fuerte.
Entretanto, Mikaele terminó de guardar los instrumentos en la camioneta todoterreno que tenía pintado el nombre de la banda en un costado. Tarareaba una melodía alegre que contrastaba con el susurro del viento y el rugido suave del mar. Se aseguró de que todo estuviera en su lugar en el maletero. Dio una última revisada a las amarras y los baúles antes de sonreír. Entonces, con la misma energía, corrió por la arena hacia el resto del grupo.
—¿Quién se encargará de dejar todo en casa de mi tío? —inquirió Amaresh mientras sacudía las llaves de su vehículo en el aire.
Caden no perdió un segundo y, con un movimiento rápido, se lanzó a atraparlas antes que Trishna, quien le devolvió el gesto levantando el dedo del corazón y le sacó la lengua.
—Iremos buscando un buen sitio mientras llegas —dijo Sandra, dándole un par de caricias en el rostro a Caden y sonriéndole—. La ruta está guardada en el GPS, no te pierdas.
El joven guitarrista asintió con firmeza y se despidió con un gesto de la mano.
Luego, se deslizó dentro en el asiento del conductor. Apenas cerró la puerta, un olor penetrante a mezcla de gasolina y tabaco lo envolvió, golpeando sus sentidos y provocándole una ligera arcada. Luchó por ignorar la náusea que se le instalaba en el estómago mientras encendía el motor. Bajó las ventanillas de un tirón, dejando que el aire fresco de la noche reemplazara el ambiente cargado de la cabina.
Con un gesto rápido, consultó el GPS incrustado en el tablero, observando con atención la ruta que se extendía ante él en la pantalla iluminada. La dirección era lejos, un viaje que lo llevaría a través de los rincones más remotos de un pueblo desconocido.
Con un suspiro resignado, pensó en cómo haría para regresar; ya tendría que pedir un Uber o encontrar otra manera de reunirse con el resto de la banda.
Pisó el acelerador y la camioneta se lanzó hacia adelante, las ruedas crujieron sobre la tierra mientras se adentraba en las sinuosas y arenosas veredas de Marisma.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro