Del cielo cayeron unas cenizas imperceptibles, excepto para los que tenían la magia. El joven Kitaki pudo verlas, un par aterrizó sobre su mano. Eran de un negro profundo, con un aroma a fuego que no se extinguió. Siendo este para nada normal, al caer sobre el cadáver de un perro callejero muerto en una pelea, provocó que animal se pusiera de pie y acto seguido, ladrara para llamar la atención de otros.
—Esto no es bueno —dijo, Lucien, uno de los magos-brujos al servicio de los Grandes Carámbanos. Él era de los pocos que conocían la gravedad del asunto. Con la ayuda de sus espejos, logró guardar el reflejo del perro de la mirada perdida.
Ese no fue el único caso.
Por toda Qurp empezaron a dispersase las cenizas que levantaban a los muertos que por un motivo que ni los mismos magos conocían, regresaba a la vida solo a los animales pequeños.
Empezaron a oírse gritos de gatos tan agudos que impedían el descanso a los desafortunados. Este suceso llamó la atención de algunos de los informantes que querían desentrañar el misterio.
Fue cuestión de tiempo para que los gobernantes, pusieran los ojos en el asunto y mandaban a investigar. Para infortunio de ellos, los afectados desaparecían la mayoría de las ocasiones. Atraparlos no era fácil, peor para los no usuarios de magia.
—Ven, pequeño. Prometo que no te haré nada malo —uno de los peludos animales fue llamado por una informante que, en su inocencia, desconoció lo que le iba a suceder.
El felino de color plomo con rayas en el cuerpo se acercó a la mujer convenciéndola de que deseaba ser acariciado. Ya en sus brazos, se lanzó hacia la cara con fieros gritos, sacando las garras de su escondite.
— ¡Auxilio! —intervino un grito desesperado.
El animal de mirada perdida le daba arañazos con tanta rapidez que ella fue incapaz de esquivarlos. Nadie vino en su ayuda hasta que de repente, el animal fue arrancado por un valiente Kitaki que venía con Lucien al mando.
—Este no es un animal normal.
El gato se movía lleno de rabia y escupió un fuego derritió un vidrio sin problemas.
—No puede ser, esto no está bien. Kitaki, agárralo un momento, lo voy a aprisionar con mis espejos. Ya después ayudaremos a la informante.
El mago se apresuró en lanzar los espejos al aire y un cuadrado aprisionador se formó por los rayos que conectaban a cada uno con sus vértices. El kuruluk arrojó al animal adentro.
Incluso con el esfuerzo que hacían, apenas dieron con la captura de tres de esos animales. Ni el permafrost era suficiente para ponerles a raya, de ahí que fuese una odisea el pararlos.
—Lucien, no puedo quedarme. Ulnasa ha vuelto a Kulanmati, tengo que verla. Por favor, te pido que no alces la voz por lo pasado. Ayuda a la informante y deshazte del gato.
Con las órdenes dadas, el joven fue de vuelta al centro de la nación para recibir a su hermana mayor solo para encontrarse que había una congregación. Y en esa ocasión, no era una para bien.
—Preparen sus armas, bestias y magia. ¡Estamos siendo atacados por la nación de Orjim! —ella dio la mala noticia.
Ulnasa explicó que eran los habitantes de orjim los que causaron que los animales revivieran con la mirada perdida. Ellos, una nación capaz de controlar una magia de fuego capaz de levantar a los muertos, venían a por el territorio de Qurp, sus riquezas y sus bestias.
— ¡No vamos a retroceder ante los invasores! Como uno de los Grandes Carámbanos del Clan Urhamam es mi deber el defender de Qurp. Hay que preparar nuestras estrategias, cuerpos, magia y mente. Los jurukun no somos unos debiluchos.
— ¡Ululululululu! —un grito de guerra levantó el ánimo de los guerreros.
Pero Juruqun se sentía incompleto, faltaba un algo, no, un alguien importante.
Y, como un destello que enceguece, Ullta caminó al frente y gritó:
— ¡Esto no es una advertencia! ¡Es el ahora!
Los que traían armas las levantaron. Una marea de gritos se escuchó desde el centro de la nación. En tiempos bélicos y de tormenta, del clan que gobernaba, era el deber de ir al frente para dar el ejemplo a las masas que se sumaban.
De todas partes de Qurp los Urhamam se disponían a pelear por los territorios que los vieron nacer y crecer, exceptuando aquellos que fueron cobardes y se escapaban llevándose con ellos, riquezas y hasta informantes y magos que traicionaban al pueblo que los cobijó.
Ellos llegaron. Los enemigos provenientes de orjim venían derritiendo la nieve a su paso; ni las estructuras creadas con permafrost aguantaban la presencia de las bestias humanas e inhumanas que, al escupir de su boca alientos de fuego, o de sus manos conseguir a las cenizas con las que revivían a los muertos.
Ya no se limitaban a animales pequeños, ahora lo hacían con personas y gente-animalia que, al entrar en contacto con las cenizas del mal, se levantaban con los ojos de un negro profundo y se olvidaban de los suyos para en vez de defenderlos, atacarlos.
Los invasores venían a corcel, una especie no proveniente de Orjim, una ventaja injusta ante los nativos que se movían en jululunes. No era la única que tenían.
Como era sabido entre los que usaban magia, solo un usuario del mismo tipo al atacante era el único que le paraba. Así, uno que manejase la magia de espejos, podía ser nada más parado por otro de su especie. La regla se revocaba con una condición: los escudos realizados por los magos-alquimistas. Pero, no era uniforme con todas.
Entre los tantos tipos de magia que existían en Ranvirkth, estaban las que pertenecían al grupo de los elementales; o natura para los entendidos. Las de hielo entre las que figuraba el permafrost, podía ser contrarrestada por las de fuego. Los invasores justo poseían una magia de dicho elemento, pero no significaba que arrasaran con todo a su paso porque igual tenían sus puntos débiles, partes especiales a las que, si un poderoso ataque les daba, deshabilitaban su poder un tiempo suficiente para matarlos.
Esos dos datos eran de enorme importancia para entender el campo de batalla. Los orjimianos, aún con su poder, trajeron a magos-alquimistas que brindaban escudos para defender a sus guerreros sin magia. Los kuruluk, siendo inteligentes, también tenían sus propios magos-alquimistas traídos de otras naciones para defenderse de sus enemigos.
El ciclo siguiente de que la invasión comenzara, en Kulanmati, los Urhamam se preparaban. No se podían dar el lujo de desperdiciar el tiempo.
—Los malditos bastardos tienen magia de fuego. No sé si nuestras defensas sean suficientes —la Gran Carámbano Ullta miraba al piso con recelo.
—Cuanto agradezco haber formado aliados con otras naciones y monarquías del continente. Son ellos los que nos apoyan, en especial Eishkalya. No puedo dejar de darle las gracias al Rey Grimorio y a su esposo Jean —intervino su igual, el otro Gran Carámbano. —E igual a mi hermosa y digna hija, sin ti no habríamos concretado varias alianzas —fue a ver a Ulnasa que revisaba algunos mapas actualizados de Qurp.
—Y pensar que nuestros atacantes son de una nación desconocida, ¿Dónde queda Orjim? —preguntó Kitaki, el hijo menor.
—No está en este continente, ellos son del exterior. Si se fijaron en nosotros es porque somos prósperos e importantes.
La reunión familiar fue detenida por el grito de «ululululu», propio de los kuruluk que salían a las calles a combatir.
El cabeza de los Urhamam no se quedaría de brazos cruzados. Él no era de los líderes egoístas.
—Ulnasa, Kitaki —llamó a sus hijos—. Ha llegado el momento de que vayan al frente. Quiero que tomen esto —fue por un par de escudos elaborados por los magos-alquimistas.
En el centro de los escudos un brillo metálico alumbraba entre la oscuridad de la habitación a la que bajaron.
—Papá —Kitaki le agarró de la mano—. Como prometí cuando era pequeño, voy a defender a mi hermana. Si muero, será por el bien de Qurp.
El hombre vio a su hijo con determinación, pero, la parte cruel de la guerra no hizo nada más que empezar.
En un campo cubierto por hielo, un joven combatiente montaba el lomo de una jululun, en realidad era ella una general enviada por la Gran Carámbano Ullta para detener el avance de los enemigos de Orjim. Frente a ambos se encontraba un guerrero de ojos ardientes que, con su aliento de fuego, desvanecía los rastros del permafrost.
—General, tenemos que cansarlo. No hay forma de qué caiga —dijo el muchacho; los dos retrocedieron. El usuario de magia de fuego se puso firme.
—Déjamelo a mí. Sostente bien y observa.
La bestia dio un gran salto y en el aire hizo que sus marcas azules brillaran al entrar en contacto con el frío menor a los cero grados. De su boca salieron gritos y en su cuerpo se formó una especie de protección de picos de hielo que se distribuían con un patrón poligonal. El jinete le entregó la orden de saltar contra el rival. Todo en cuestión de unos segundos.
El invasor se frotó las manos y al poner de blanco fijo a los de Qurp, escupió un aliento que cubrió una distancia de un par de metros, provocando que la general y el muchacho cayeran de espaldas sobre el hielo.
Al doblarse de rodillas esperaba dar el movimiento final que acabaría con la vida de ambos. Entonces, sus pulmones fueron perforados por dos estacas gélidas que traspasaron su pecho. Su sangre se vertió en el piso congelado.
— ¡Ulululululu! —un aguerrido Kitaki gritó por la derrota del enemigo.
— Carámbano Menor Kitaki, nos ha salvado la vida —la jululun le dio las gracias.
— Váyanse. Yo me voy a encargar de esto. Gracias a Lucien y los magos de los espejos descubrimos la debilidad de los orjimianos. Cuando los atacan en los pulmones, se debilitan un tiempo suficiente para ser vulnerables.
«Sin importar que ellos sean fuego y nosotros hielo, el equilibrio existe.
Las palabras del hombre joven eran verdaderas. El equilibrio entre las magias de Ranvirkth no era un mito. Y una regla que existía entre aquellas opuesta era la de que, sin importar que una tuviese ventaja sobre la otra, si el que tenía el favor se descuidaba o bajaba la guardia, su destino no iba a ser favorable. En el caso de las de fuego, si eran heridos en los pulmones de donde nacía su canal mágico invisible, perecían.
—Bravo, bravo, bravo —un sonido de aplausos intervino en el momento que la general jululun y su jinete escaparon. Un hombre de piel quemada —y no por el Sol— puso una palma sobre otra, con un movimiento hizo aparecer una cortina de fuego que Kitaki no vio venir. Este se esfumó y quedaron las cenizas que cayeron sobre el cadáver del recién asesinado.
Él volvió a levantarse. Su mirada no era la misma y sus ojos se volvieron de un negro tan profundo en iris y esclera.
Kitaki sintió un aroma a quemado. No era posible, ¿en qué tiempo llegó el hombre chamuscado si ni pasó una hora; o si quiera unos minutos de que el anterior fuese derrotado?
Un golpe encendido estuvo a punto de darle en el pecho, pero se salvó con la ayuda de sus reflejos y el escudo forjado por el mago-alquimista que le dio su padre. Y, sin darle ni respiros, el revivido con la magia le asestó un caliente derechazo en el pecho que lo mandó al suelo.
— ¿Es qué no lo entiendes? —habló el enemigo y se encendieron los brazaletes de sus muñecas, ardiendo en medio de un gélido piso a punto de colapsar por el calor—. El destino de los originarios de Orjim es conquistar esta nación y gobernarla. Nosotros somos calor, ustedes son frío. Ni su invierno puede parar nuestros ataques —dejaba chispas a su paso por la gran velocidad a la que hacía su actuación.
El kuruluk, sintiendo la rabia estallar en su pecho, tomó fuerzas para levantarse y juntar los dedos hasta apretarlos para crear un aura azul que lo rodeó.
—Nosotros lucharemos hasta el final —se llevó la mano al lugar afectado. — ¡Ululululu!
Mientras daba su mejor esfuerzo en el campo, hacia el sur de Qurp, los territorios ardían con el fuego implacable que convertía las estructuras en cenizas que eran aprovechadas para sacar hasta el último beneficio de los caídos en combate.
Ni con bestias, armas o magia, ellos frenaron. Lo destruido por las brasas, no volvía a no ser que se lo requiriese. Familias enteras morían calcinadas, solo quedaba el polvo que se iba con el viento.
En apenas unos meses, lo que fuese entonces una nación que resurgió a la prosperidad, se convirtió en un montón de tierras quemadas y codiciadas por la magia y la ambición.
—Carámbano Mayor Juruqun, Carámbano Mayor Ullta —uno de los principales invasores de Orjim amenazó a los dos carámbanos con un arma de picos incendiada. Se encontraban atados de pies y manos, en una calle de Kulanmati, frente a la estatua que les erigieron.
De los millones de habitantes que antes poblaban Qurp, quedaron unos dos; un número menor a la mitad. Si decían que no, los que faltaban, podrían vérselas con un destino funesto.
De los ojos de Juruqun unas lágrimas frías por el permafrost descendieron. De Ullta, también.
—Yo, Juruqun Urhamam, líder de la nación de Qurp, aceptó mi derrota y la de mi pueblo.
—Yo, Ullta Urhamam, líder de Qurp, aceptó la tragedia de mi derrota.
—Lo que era de nosotros pasa a ser de ustedes. Por favor, no hagan daño a mi familia; a los que quedaron de mi clan y de otros. Quédense con todo lo que hay a su alrededor.
—Exploten lo que quieran, pero déjennos a los sobrevivientes en paz —las lágrimas de Ullta crearon un charco congelado.
—Les daremos dos ciclos para que se vayan. Si no, acabaremos con los que queden.
La guerra cesó. Los dos Carámbanos, despojados de sus puestos de líderes, fueron liberados.
El reinado de horror de los orjimianos, empezó.
Cada hora del tiempo para escapar, contaba. A los kuruluk y de otras etnias sobrevivientes, se les prohibió ir con armas o bestias que pudieran atacar. A los jululunes se les quitó sus garras, colmillos; o si veían que eran capaces de defenderse, los asesinaban a fuego ardiendo.
En una casa abandonada, entre oscuridad y sombra, Kitaki y Ulnasa se reunieron. Fue el menor él que llamó a una charla, tenía un plan que deseaba poner en acción, un contraataque.
—Hermana, quiero que me escuches hasta el final —dijo, lleno de esperanzas.
—Tienes que ser veloz, los orjims nos dieron dos días para escapar.
—Escucha. Todavía tenemos en nuestro poder a los magos de los espejos, los escudos forjados por los magos-alquimistas y algunas armas punzantes para destruir pulmones. Podemos recuperar unos cuantos territorios cerca al mar, donde hay agua para contrarrestar a la magia de nuestros enemigos.
—Kitaki, se necesita demasiado tiempo para tu plan. Y encima conlleva con gran riesgo. Es preferible que escapemos a nuevas tierras y allí resurgir. Nos hemos levantado y lo volveremos a hacer.
— ¿No confías en mí? El clan; la familia tiene que estar junta en las adversidades. Te prometo que, si comenzamos ahora, podremos recuperar, aunque sea a uno de nuestros pueblos.
— Lo siento, no es que confíe en ti. Pero yo, tengo planes distintos.
Ulnasa se puso de espaldas y con su zapato, hizo un ruido potente, lo suficiente para alertar a unos orjims que encendieron una flama que alumbró el interior de la cueva. Ella se quitó el vestido azul típico que portaban las mujeres de Qurp, dejando ver un traje de un pantalón y camisón rojo ardiente.
—A partir de este momento, he dejado de ser una Urhamam y una kuruluk. Pronto seré la esposa del nuevo líder de esta nación y la volveremos a bautizar.
— ¡Ulnasa! No puedes hacer esto, no puedes traicionar a los tuyos.
— Claro que sí, hermanito —se miró frente a frente con él—. ¡Llévenselo!
Dos orjims dejaron una estela de fuego y veloces, tomaron a Kitaki de los brazos.
— ¡Desgraciada! —alcanzó a gritar.
— Lo peor no ha terminado. Espero verte en mi subida.
A medida que Ulnasa se alejaba, Kitaki se arrepintió de confiar en ella y escoger una cueva sin agua en la que reunirse. Al estar en un apuro, se llenó las mejillas de aire y escupió un aliento helado en forma de círculo que lo rodeó a él y sus captores.
Con el shock generado escupió una segunda ráfaga directo a sus ojos y congeló su puño para golpear los pulmones, fue detenido por un escudo de un mago-alquimista.
Entonces, se vio obligado a mostrar su fuerza física, mordiendo en el cuello a uno de los orjim y, con la experiencia obtenida, esquivó uno de sus ataques y les lanzó una ráfaga más potente que los dejó en apuros por lo fuerte que era.
Golpeó a los enemigos en distintas partes vulnerables. En la ingle, el cuello y en una milésima de segundo, congeló su puño para asestar ataques en su punto débil.
Ese momento lo aprovecho para huir y maldecir a Ulnasa por subestimar su fuerza y la traición.
Pero, los enemigos no tardaron en recuperarse.
No se supo si Kitaki logró huir o no.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro