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Hielo contra Hielo (Parte 1)

Érase una vez, una tierra de hielo y bestias que se levantaba de tiempos malos.

En ella se había forjado una de las más poderosas naciones por sus familias conformadas por guerreros; poderosos combatientes en el uso de las armas, el cuerpo y la magia, eran los kuruluk, los nativos y dominantes en toda Qurp.

Pero, entre ellos, había un clan que ostentaba el mayor de los poderes y poco lo compartían con otras. Los Urhamam, gobernantes entre los kuruluk y las minorías que habitaban en Qurp. Aunque en teoría unos tiranos para algunos, en la realidad era distinto.

Se encargaban de velar por el bienestar de la nación, si no, ¿Cómo osarían de su poder si es que no ponían de su parte? ¿o cómo no evitarían de ser derrocados por sus enemigos o aspirantes a su puesto?

Hasta cierta parte, eran merecedores del lugar en donde estaban, porque en ellos nacían y crecían los usuarios más potentes de permafrost, una de las magias de hielo más poderosas no solo del continente en la que se originó, sino de toda Ranvirkth.

Con la capacidad de congelar las aguas de un mar en cuestión de minutos; y las de un océano de gran magnitud en días. El permafrost no era una broma o un asunto para tomarse a la ligera, no todos los kuruluk eran usuarios de esta, y ni siquiera todos los usuarios le sacaban el máximo del potencial.

Se decía que solo los que tuvieron ancestros de sangre gélida tenían el don de hacerla; pero lo cierto es que su origen era incierto. Los Urhamam eran de los pocos clanes capaces de invocarla desde hace mucho tiempo, nacían y crecían y aprendían a usarla. Los usuarios más habilidosos en la actualidad, eran justo de ese clan, la cabecilla y su esposa. Ambos eran padres de dos niños que al igual que ellos, les correspondía una maestría natural en el permafrost.

Ulnasa; la mayor. Kitaki; el menor. La primera una viva imagen de su madre, con algo de la personalidad de su padre. El segundo, parecido a sus abuelos y con una personalidad que no recordaba a nadie de su familia. Su primera prueba consistiría en realizarle a unas ardillas de la nieve, un acogedor hogar como el de los kuruluk: un semicírculo en el que se mezclaban hielo y una especie de cemento elaborado en base a arcilla y agua. A partir de este se disponían bloques de materiales sólidos y al final se les decoraba con ventanas, adornos y claro que las puertas no faltaban.

Desde luego que los dos deberían de hacerlo usando como único elemento a la magia con la que nacieron. Pero tendría que pasar tiempo, estaban ocupados repartiendo saludos con sus padres desde el balcón de su casa, la más grande la capital.

Ulnasa y su padre analizaban a las personas y tardaban en dar los saludos; Ella pensaba que había gente indigna que no se merecía el favor de su familia. Con Kitaki no se decía lo mismo, estaba demasiado ocupado aferrándose al abrigador vestido de su madre que, elaborado en base a plantas e hilos, simulaba el calor y la textura de las hechas con la piel de las bestias que hace años se dejaron de cazar por estar al borde de la extinción.

Los dos soberanos caminaban juntos y a la par; eran iguales, la opinión de cualquiera tenía el mismo peso sobre los asuntos de la nación. Si él iba atrás, ella hacía que se regresara al frente, a la inversa también se aplicaba. Juruqun y Ullta, los gobernantes, no eran perfectos, pero en su estado de imperfección, cubrían las debilidades del otro y sacaban su mejor parte.

—Mientras exista una nación fuerte, nuestros hijos crecerán sanos y salvos —dijo Ullta luego de dejar a Kitaki en su cuna elaborada en pajas capaces de soportar el peor de los inviernos.

Juruqun le dedicó una burlona sonrisa, estaba tan orgulloso de la mujer con la que compartía su vida.

Abajo, la puerta principal de la ostentosa residencia, se abrió y un huésped con papeles encima, subió por las pesadas gradas circulares que ayudaban a que no se cayera. Él era uno de los informantes.

Al igual que muchas naciones no monárquicas, o reinos existentes en Ranvirkth, los informantes ocupaban un papel fundamental: eran los conductores del flujo de noticias y datos. Qurp, siendo de tamaño mediano, se dividía en seis comunas, representando cada una a los seis Señores de la Escarcha que, antaño fuesen los gobernantes originales. Cada una contaba con ¡al menos diez informantes! Salvo por la comuna en la que se encontraba la capital, en ella se tenían unos quince de ellos.

El que corría era uno que se encargaba de informar sobre el estado de las bestias, una especie de zoólogo al servicio y cuidado de las bestias que eran uno de los orgullos.

De llegada en la habitación de recibimiento de informantes, saludó a la pareja con el saludo especial de poner la palma de la mano con la que se escribía cerca de la frente para descenderla y dar dos parpadeos, señal de que se conocía a la persona con la que se hablaba.

— Gran Carámbano Juruqun y Gran Carámbano Ullta, les traigo buenas noticias —dijo, conteniendo el aliento por su falta de aire.

— Atukun...—habló el hombre de autoridad—. Que noticias nos traes.

— El número de bestias peludas de colmillos blancos se ha recuperado en tres de las seis comunas.

— No temas a dar el nombre específico del animal, es necesario para este caso.

— Los jululun están reapareciendo en Qurp, se aproximan tiempos de prosperidad.

Aquellos animales mencionados por el informante, si es que se los pudiera comparar con algunos conocidos por los no habitantes de la nación o de cualquiera que no fuese conocida por los humanos fuera de Ranvirkth, eran parecidos a los osos polares, con la diferencia de que de estos sobresalían dos enormes colmillos y unas garras que, por su dureza, fueron usadas para confeccionar las armas de generaciones de guerreros y hasta los artículos de uso diario en algunas casas. Por ende, llevándolos a un estado del que se creyó que no volverían, pero gracias a los esfuerzos del Gran Carámbano Juruqun y sus ayudantes, la situación cambiaba.

El hombre sintió una enorme alegría en su pecho, las criaturas de los preciados relatos de su infancia, resurgían. Todos los ciclos primos de esfuerzos, valieron.

—Atukun, hace demasiado tiempo que no oía una noticia tan amena. Que los conservadores y tú no bajen la guardia, si necesitan usar el permafrost para detener a los opositores —no solo los cazadores—, lo usan. Tenemos que conseguir que los jululun vuelvan a sus tierras originales, ellos son tan kuruluk como nosotros.

La otra Carámbano y el informante dieron una señal de acuerdo. No descansarían hasta que las bestias recobraran su libertad. El entregador de las noticias se despidió de sus superiores.

—Me siento tan orgullosa de ti —Ullta hizo que su esposo se pusiera rojo.

—Una vez te lo dije y te lo seguiré diciendo: yo no quiero seguir el camino de padres. Si ellos se fueron por la crueldad y la violencia sin sentido, nosotros iremos por la paz y la unión.

El informante sintió satisfacción al escuchar a sus gobernantes. Para él, trabajar con el par de sensibles, era una experiencia.

Con la vuelta de los jujulun regresaron muchas de las antiguas tradiciones que se tenían en torno a ellos. Se decía que, si uno meaba en las afueras de las casas de los vecinos, iban a ser beneficiados por el Amo Crios de la Natura que, entre los kuruluk era llamado Kinayu, un ser que aparecía ante el llamado de los hielos inderretibles y las almas guerreras que amaban. Pero, a diferencia de otras naciones que glorificaban y creían domables a sus bestias, los Qurp estaban informados de la naturaleza no favorable para la domesticación.

Sabían que no era buena idea dejar a los niños o a los enfermos o los débiles cerca de las crías de los jululun, no importaba lo tiernos que fueran, la madre vería una amenaza en cualquiera que se atreviese a tocarlos. Conocían además que, si los dejaban sin sus colmillos, se defenderían con las garras o su poderosa mordida.

Otra de las tradiciones relacionadas con esos animales era la enseñanza de los pequeños a reconocer las fases de la vida a través de los individuos de dicha especie. Los jululun infantes eran traviesos y curiosos, los jóvenes eran energéticos y se acercaban a los humanos, los adultos, con marcas un color más oscuro a su piel, eran la combinación de los dos anteriores con una capacidad de moverse con cautela, y los ancianos, lo eran todo al mismo tiempo.

Si un jululun infante olía a un niño humano y se llevaban bien, el vínculo podría durar por el resto de la vida de los dos. Era además una señal de que el niño podría ser un guerrero o un usuario del permafrost porque en el imaginario, se decía que los jululun detectaban el potencial humano, aunque con el tiempo se desmintió, algunos jululunes percibían el aroma a hielo con un mineral especial que solo había en Qurp, y que era característico de los usuarios de permafrost que hicieron uso de su magia varias veces.

Algunas de las bestias —escasas en realidad— eran igual capaces de manejar el permafrost y detectar con precisión a los nacidos con dicho poder. Se les reconocía por portar unas marcas azules capaces de brillar en la oscuridad.

¿Y cómo fue que tan poderosas bestias fueron reducidas a tan pocas en su momento?

La respuesta estaba en el propio permafrost. Hubo un tiempo, uno llamado oscuro para Juruqun, en los que los de su clan, consumados por la ambición, se volvieron contra los jululun y los cazaban sin piedad para hacer armas, exhibirlos de trofeo y tener abrigos que ninguno más. Si antes hasta los pequeños que daban sus pasos en el hielo sufrían de tan cruel, destino, en ese tiempo fue peor.

Y la caza de tan importantes animales no se detuvo hasta la muerte de los padres de Juruqun, que matados por los que consideraban inferiores, dejaron una Qurp en ruinas a un niño que tuvo que madurar demasiado rápido. Pero, la esperanza no se perdió y los Urhamam que quedaron, evitaron que la nación se sumiera en desgracia y el siguiente, que era Juruqun, un hombre de justicia, con la ayuda de Ullta y varios de su clan, recuperaron el tiempo perdido.

—Juruqun, mira a nuestros niños jugar en la nieve fresca.

—Se van tan felices, tienen que lo que yo no pude desde que nací y hasta que murieron mis padres —se vio reflejado en los infantes. Su obligación como padre no era solo la de proveer, también les daba amor, los protegía, educaba y les daba disciplina, sin llegar a los extremos de castigos físicos que a él le tocó.

— ¿Por qué no retrasamos su primera prueba? —sugirió Ullta, la felicidad de sus pequeños estaba primero que su formación en el manejo del permafrost.

Juruqun asintió. Con un movimiento realizado al poner su palma derecha, con la que no escribía, y luego bajarla hasta la altura del pecho y doblar el brazo para al final extenderlo, dijo que sí.

Cuando los pequeños se cansaron de jugar, fueron tomados entre los brazos de sus padres que, aprovechando el tiempo libre de sus obligaciones de líderes, los llevaron a una plaza principal en el que se encontraba un rito en pleno acto.

Pequeños objetos de tamaño menor a una mano, eran atados en hilos y luego llevados a las corrientes de viento en las que, por acción de la magia de aire, se les formaban encima del hilo unas figuras redondas y traslucidas que los hacían volar a lo más alto. Un espectáculo que nadie se perdía. Lo atado simbolizaba los deseos. Se hacía algo similar cada comienzo de ciclo mayor; mes.

Entonces, los objetos atados llegaron por encima de uno de los picos de mayor estatura, la informante que registró tal suceso se quedó maravillada, hacía demasiado que nada similar ocurrió. Los tiempos de paz y prosperidad llegaron.

Las bestias y las aves que creyeron muertas sin regreso, volvieron a la natura de Qurp, ahora protegida por las leyes y las personas justas, eran escasos los que se metían con sus vidas.

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