Hielo contra Hielo 2 (Parte 2)
No era un solo grito, eran varios combinados en una única voz que rompió la paz de los que dormían en los brazos de la temprana y segura placidez a la que se acostumbraron.
Los verdaderos dueños de las tierras llegaron, y no en canción de paz. Vestidos con ropa que les cubría los rostros para no ser identificados, y armados con escudos de magos-alquimistas que los protegerían de la magia agvala, sus fuertes gritos llamaron la atención de los ingenuos que salieron justo a su trampa.
— ¡Ataquen! —les gritó la voz de un hombre desde la cima de una edificación; el eco fue suficiente para alertar a la mayoría de su bando.
— ¡Ululululululu!
— Les ganamos antes. ¿Creen que el resultado vaya a cambiar? Idiotas. —Fueron las palabras finales de un orjim que confiando en que iba a ganar, no previó que su oponente le congelara la espalda para clavarle una filosa y perfecta daga en los pulmones.
El desgraciado cayó en el piso, su sangre manchaba la roca que servía como calzada para desplazarse de un sitio a otro. Entonces, vino un segundo de los suyos para dar ayuda y antes de que pudiera usar las cenizas para levantarlo, el juruqun cubierto sacó un espejo que colocó directo a los ojos del enemigo que, cuando intentó romperlo con su fuerza bruta, fue alcanzado por una luz que primero le congeló los ojos sin la posibilidad de abrirlos.
En menos de un minuto, el cuerpo del bastardo que intentó usar las cenizas de su compañero, quedó congelado en un estado que un permafrost normal era incapaz de conseguir.
El golpe final fue asestado por el enmascarado usando la daga que, para mal de él, se arruinó en un inútil ejemplar.
En una parte distinta de Asarbi, una juruqun y una orjim libraban su propia pelea. Siendo que las dos esquivaban el ataque que le asestaba la otra, era imposible acabar. Sin embargo, la usuaria de magia de fuego tenía el plan de cansar a su enemiga para matarla.
Había llegado el momento esperado, la juruqun bajó la guardia para recoger su escudo. La orjim iba a dar el paso final a través de su potente aliento de fuego cuando en lugar de llegarle a su enemiga, fue reflejado por un espejo tan puro que redirigió el ataque y de inmediato, quedó congelada en una fase que le impedía a su cuerpo ser usado de vuelta en combate.
Así, los usuarios de magia agvala fueron cayendo uno por uno. No importaba que tuvieran mayor número, la habilidad de sus contendientes era superior.
Hasta que no quedó ninguno de ellos. La ciudad sufría una paradoja: estaba en llamas, pero estas se encontraban dentro de un hielo brillante que no se derretía. No era normal.
Los orjim que fueron precavidos huyeron de Asarbi llevándose a sus familias y objetos de valor. O se quedaron adentro, confiando que las estructuras de sus hogares no dejaran traspasar la magia.
Los edificios, casas y la estatua de Nahaar, quedaron congeladas y cada que se intentaba usar fuego para derretirla, este se reflejaba y dejaba atrapado al incauto que se atrevía a dar pelea.
—No, no puede ser. —Ulnasa llegó despavorida a ver lo qué pasaba. —Este no es el permafrost que conozco.
—Debería estar derritiéndose. ¡Qué está sucediendo! —Nahaar se enfureció.
Los habitantes empezaron a salir por las puertas, la pareja iba a socorrerlos.
No todos se mantenían con vida.
—Ayu- —Un hombre orjim extendió el brazo para pedir socorro. Fue en vano. El permafrost cubrió su cuerpo entero, dejándolo a medio camino.
—Ulnasa. Ayuda a los que te necesitan, yo tengo que ir a casa a salvar a nuestras niñas. Y voy a llamar a las tropas. Este ataque no pudo ser obra del azar.
Ella le mostró un dedo hacia arriba en señal de sí. Era hora de demostrar de qué estaba hecha mientras su esposo se ocupaba de socorrer a Rabasa y Narja.
Hasta el instante que él se marchó, la ciudad seguía en la paradoja de las llamas congeladas, pero, los responsables del suceso se habían marchado o lo hacían, aprovechaban el caos de los habitantes que, conmocionados por los sucesos, no sabían a dónde escapar o qué hacer.
Ulnasa se colocó en el centro. Respiró suficiente aire y puso las manos en puño para decir:
— ¡Tienen que calmarse! Es esto lo que desean los invasores. ¿Vamos a dejar que la escoria de hielo se aproveche de nosotros? Yo he sido uno de ellos, sé cómo se comportan. Qué usan para atacar y cuáles son sus tácticas. —Vio a su pueblo de frente. Su mirada en alto en conjunto con su voz profunda seria, tuvieron la potestad de calmar a los desorientados. —Recojan a sus familias y amigos. A los desconocidos háganlos parte de los suyos. Si cooperamos podremos evitar este intento de ataque. Pero, actúen ya.
Los aplausos inundaron el ambiente. Los orjimianos se sintieron inspirados por su líder, tanto que olvidaron sus propias diferencias y recogieron a los que podían. Niños, ancianos y mujeres fueron priorizados.
Ulnasa se dio cuenta de que el misterioso hielo solo congelaba a los que entraban en contacto con este o intentaban derretirlo con ataques de fuego. Les dio la advertencia a los que encontraba, pidió que el mensaje fuera transmitido.
La mujer se movía por el centro urbano. Mediante ordenes y el temple adquirido durante sus años de niñez y juventud temprana, era capaz de valérselas; claro que su oscura astucia también ayudaba.
Al pasar por una de las casas habitadas por los parias jurukunes notició que la magia de hielo también los congeló. Por la ventana vio a dos mujeres y un hombre convertidos en estatuas inertes, cubiertos con ropa de costuras de baja calidad que dejaban al descubierto sus pieles.
Los latidos del corazón empezaban a acelerarse. Sabía que era su obligación socorrer a su pueblo, sin embargo, la herencia kuruluk fue suficiente para que entrara por la puerta, acercándose a los congelados. No mucho para no sufrir el par destino.
Al tocar con sus suaves manos el hielo, sentía una textura rugosa, muy áspera; al extremo frio. No se parecía en nada al que conoció, y eso que ella a lo largo de su vida, había tocado distintas clases. De cuevas, glaciares, a las afueras de su casa, ese nuevo era distinto. No era normal.
—No. —Sintió un pinchazo en el pecho. Salió de la casa a mitad de congelar consternada por el descubrimiento.
— ¡NO! —Los fuertes gritos del líder de la provincia sucursal de Orjim produjeron un eco se expandió a los sitios aledaños.
En ese momento no era Nahaar el tirano o el supresor de débiles. Era el padre que, al no sentir el latido del corazón de sus hijas o su respiración, gritó en señal de desesperación.
Las tomó de su cuna y las aseguró contra su pecho para sacarlas de la enorme edificación. Tenía que buscar un médico lo más rápido posible, antes de que lo que estaba afuera los alcanzara.
—Resistan, hijas. Voy a salvarlas. —Empezaba a bajar las gradas corriendo cuando de manera inesperada, las paredes y muros retumbaron por la llegada de una ventisca que se posó por la provincia entera.
La nieve que caía era fina. Cuando se amontonaba era capaz de mostrar el reflejo de la persona o ser que lo veía. Incluso la más pura y recién caída en las montañas no era capaz de hacerlo.
Por uno de los montones recién formados, Nahaar corría sin descanso en busca de una ayuda para sus hijas a las que cubrió de mantillas para no ser alcanzadas por el frío.
— ¡Uñam!
— ¡Buahhh! ¡Buah!
El corazón de Nahaar se alegraba al escuchar el llanto de las niñas, pero no se detuvo hasta que, de camino a la ciudad, reconoció a uno de sus altos mandos que igual iba corriendo, buscándolo a él.
—Nahaar. —Le dio una reverencia como le daría una a un rey o líder de nación monárquica.
—Walbiya...—le reconoció con la mirada, sin saludar—. Necesito un médico, mis hijas no están bien. —Tomó a su hombre de confianza con un brazo, casi arrancándole una parte de sus vestimentas por la fuerza que tenía.
—La Señora de Fuego y Cenizas la necesita. Ella logró calmar a los ciudadanos, pero necesita saber cómo están sus hijas.
— ¿Qué no ves que necesitan un médico? Hace rato que no sentía su pulso y su vida.
— Llamaré a unos cuantos o pediré a los informantes que vayan por ellos. Déjeme verlas, por favor.
Confiando en el juicio de Walbiya, Nahaar destapó la cara de sus hijas, solo que cuando lo hizo, los efectos de la magia se aceleraran y el cuerpo de las dos se cubriera de un hielo áspero y con la cualidad de reflejar a la persona, como lo haría un espejo.
— ¡NO! ¡MIS HIJAS! —dijo entre lamentos Nahaar. Se desplomó en el piso, haciendo caer los dos bloques de hielo que contenían a Rabasa y Narja.
El hombre usó la fuerza de los puños contra la tierra. Cuando intentó llevarla a la gélida prisión de sus hijas, fue interceptado por su alto mando que impidió la acción.
Todos estos sucesos, por inverosímiles que parezcan, ocurrieron en menos de una hora y, fueron dos minutos desde que Nahaar se encontrara con Walbiya y las pequeñas perecieran ante la magia.
—No lo hagas. Si tocas el hielo tú también te vas congelar.
—Todo esto es tu culpa. —Se levantaba de la tierra para golpear a Walbiya al que llenó de moretones en la cara y el cuerpo. Él aceptó la paliza para intentar tranquilizar a su superior. —Tú —señalaba el cuerpo.
—Por favor vaya con su esposa. —Le pidió, cerrando los ojos para siempre.
Nahaar no había pensando que aquel sujeto pudiese ayudarlo. Por lo menos serviría para inculparlo.
Incluso con la energía gastada, corrió al encuentro con su esposa. La encontró reunida con otros de sus hombres y mujeres de confianza. No sabía cómo darle la noticia.
—Ulnasa —dijo. Las miradas importantes se colocaron en su presencia. Con el pecho ardiéndole, dejó descubiertas a las hijas de los dos, pero también se vio algunas de sus lágrimas cayendo.
—Nahaar, dime que esto no es cierto. Nuestras hij...
—Ulnasa, no pude protegerlas. He fallado como padre. —Se lanzaba contra los pies de su esposa para avergonzarse. La mujer lo vio desde su posición. Aunque en el fondo sabía que no era culpable del todo, disfrutaba de que su esposo hiciera lo que estaba haciendo.
—Señor del Fuego y las Cenizas Nahaar, deje de avergonzarse. ¿Es esto lo que quiere mostrarle a su pueblo y a sus hijas? —Intervino un hombre de confianza, más joven que el que falleció hace unos momentos. —La Señora Ulnasa ha descubierto que este hielo puede deshacerse si vamos con unos médicos. Necesitamos salir de aquí antes de que ninguno de nosotros pueda curarse. —Mintió tan descarado para salvar el honor de su superior.
—Por favor, salva a nuestras hijas.
—Lo voy a hacer. —Ulnasa sonrió.
Y, al momento en el que decidieron dar un paso para continuar con la ayuda y la evacuación de la ciudad, fueron bloqueados por una potente ráfaga de viento mezclado con nieve que les cegó la vista; tuvieron que detenerse por la fuerza.
Algunos de los incautos que trataron de pasar se quedaron convertidos en una segunda y tercera tanda de estatuas de hielo que adornaban las calles de Asarbi.
Amainada la ventisca. Aquellos que no intentaron hacerle frente sobrevivieron. El resto incluyendo las estructuras de la ciudad y hasta la calzada de la mayoría de calles, perecieron.
— ¡No toquen el hielo! —Una mujer de los altos mandos le recordó la advertencia a su equipo.
Aunque cubiertas, Rabasa y Narja quedaron con una nueva capa de hielo que se acomodó a la anterior.
— ¡Nuestras hijas! —Ulnasa vio el estado lamentable de las pequeñas. Lo que las encerraba se volvió tan duro como un metal bien trabajado. —Quién sea que esté haciendo esto que aparezca, si es que tiene el suficiente coraje de presentar su sucia humanidad —gritaba llena de dolor y amargura.
Fue que escuchaba unos pasos acercarse. Alguien, quizá el culpable, se aproximaba.
Vio hacia una de las gélidas estatuas humanas. Por detrás de esta, salió un hombre delgado vestido con las ropas típicas de aquellos que los que rechazaba. Sus ojos y color de piel eran iguales a los de ella. Al inspeccionarlo su boca se abrió sin que su voluntad diera previo aviso. No era posible.
Él daba pasos cortos pero rápidos. Una manera de caminar que no veía hacía muchos ciclos magnos.
—Hace tanto que no nos vemos, hermana. —La voz del hombre era incluso más fría que el hielo mismo. Las miradas fueron hacia él. Lo veían lleno de consternación y sorpresa.
— ¿Cómo es posible que estés con vida? ¡No! ¡No! ¡No! —se negaba a aceptar la realidad.
—Veo que Qurp ha cambiado tanto desde que tuve que huir. Y ese hombre tonto y grande debe ser tu esposo, Nahaar Hequrra, el Señor de Fuego y Cenizas de Asarbi, provincia de Orjim. —Lo dijo de memoria. —Ustedes deben ser los hombres y mujeres de confianza. Y, las pequeñas que moran entre la congelación y la vida, son las futuras gobernantes de Orjim que le arrebatarán el poder al hijo o hija del clan principal cuando crezcan.
Los altos mandos quedaron consternados, lo que decía el extraño le sonaba a una futura conspiración por parte de sus líderes hacia la nación principal. Nahaar estaba pensante; adoptó una posición de puños al frente por si le tocaba dar una paliza al hombre que vino a perturbar la paz.
—No digas falsos rumores. Nahaar y yo jamás podríamos traicionar a Orjim.
—Cómo si te fuera a creer. Traidora. ¿Crees que olvidé que vendiste Qurp a estos salvajes? Yo no olvido, Ulnasa. A qué no te atreves a decir mi nombre por vergüenza. Porque para ti soy uno de los débiles que no debería estar con vida.
La mujer hizo temblar sus dientes. En sus ojos un enojo crecía, deseaba que el intruso se callara. Para su desgracia, él no lo haría.
—Kitaki...—Por fin tuvo la valía de decir el nombre—. Eres un maldito desgraciado. No entiendo cómo es que lograste escapar.
—No te lo pienso decir. ¿Por qué te ocupas de un paria kuruluk que debería estar muerto? Deja de perder tu tiempo. Si quieres que deshaga la magia sobre tus hijas, quiero que devuelvas a Qurp a su estado original. Si no lo haces, usaré el permafrost para acabar con lo que queda. No tendré remordimientos ni me echaré para atrás como lo hice cuando puse la magia sobre tus hijas, o como tú lo hiciste cuando decidiste entregarte a los invasores y casarte con uno de sus líderes por ambición.
—Así que fuiste tú, basura de mierda. —Nahaar direccionó uno de sus puños a la cara del hermano de su esposa, los demás altos mandos lo rodearon para que no escape. —Golpéame y te convertiré en hielo a ti y a tus tontos útiles. Su magia de fuego ya no tiene efecto contra mí. —Lanzó una advertencia luego de esquivar el ataque del bruto que terminó impactando contra el hielo de la ventisca.
—Tienen este mes para liberar a mi nación y devolverle sus tierras. Acabado el tiempo, ninguno de los congelados volverá a ser normal, menos Rabasa y Narja, ¿a qué no quieres que sus hijas no crezcan? ¿no?
— ¡Jamás! Los orjim han ganado estas tierras con victoria y esfuerzo. No vamos a retroceder, Kitaki. —Ulnasa sacaba pecho por la que para ella era su verdadera nación y pueblo.
—Si es tu voluntad, que se cumpla lo que se tenga que cumplir. Yo volveré a ver cómo es que la brutalidad de tu esposo y tu ineptitud, condenan a la sucursal principal de Orjim en Madisia. —Les dio la advertencia mientras se alejaba—. Y también vendré a liberar a los míos. —Prometió viendo la negra noche que avanzaba.
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