Beach Boy (be my bitch, babe)
Finjamos demencia y supongamos que esto fue escrito y publicado en tiempo y forma.
Arranqué con una idea fija en mente y terminó siendo cualquier cosa, hasta el punto en que ya no recordaba de qué se suponía que tenía que escribir para el segundo día de la week (finjamos que también cumplí con eso).
Esto no está corregido, pero por la mirada muy por encima que le di creo que está decente. Más tarde seguramente me entere si hay algo mal.
Como casi toda esta week, este OS está basado en una canción de mi preciosa Benee. Sí, el título lo elegí con otra idea en mente, pero intenté que igual se adapte a lo que terminó siendo este OS.
La canción de hoy es 'Beach Boy' y recomiendo encarecidamente ir a escucharla y chusmear la letra a ver si entre todos juntamos una neurona y descubrimos qué es lo que quise hacer acá. Para su comodidad, la dejé enlazada a este capítulo.
Sin nada más para agregar, los dejo con la lectura.
ABOUT THIS GAME:
No es para nada fácil, mucho menos es seguro, pero es algo que tienen tan arraigado en sí mismos que a estas alturas les es imposible detenerse.
No obstante, y muy en contra de la creencia popular, Nahoya Kawata y Ran Haitani no son boludos; saben encontrar esos pequeños momentos —a veces minutos, a veces horas— para encontrarse.
GENRE: Indie, RPG.
No suelen verse seguido.
Al menos no bajo la constante y rigurosa vigilancia de los ojos omnipresentes de los bajos fondos de la sociedad.
No obstante, y muy en contra de la creencia popular, Nahoya Kawata y Ran Haitani no son boludos; saben encontrar esos pequeños momentos —a veces minutos, a veces horas— para encontrarse.
No es para nada fácil, mucho menos es seguro, pero es algo que tienen tan arraigado en sí mismos que a estas alturas les es imposible detenerse.
Ambos cargan con la cruz de estar poniendo en peligro cosas mucho más valiosas que sus propias vidas solo por algo tan egoísta como el amor; algo que, para empezar, nunca deberían haber sentido el uno por el otro.
No hay forma en que alguien como Ran Haitani pueda permitirse amar sin estar jugando a la ruleta rusa. No cuando cada maldito beso que roba de los labios de Nahoya son como gatillarle en la cabeza, esperando a que en una de esas veces salga un tiro que le vuele los sesos, y no cuando abrazarlo contra su pecho es equivalente a estar envolviendo sus extremidades en apretadas y ásperas cuerdas para arrojarlo a su muerte en las frías y oscuras aguas del mar japonés.
Y lo peor de todo, es que sabe perfectamente que si eso llegase a ocurrir alguna vez, sería culpa únicamente suya.
Porque Smiley, muy en contra del sano juicio de cualquiera, se para en puntitas de pie y devuelve sus besos, apoyando con mansedad la frente en el cañón de la pistola, y también se deja envolver —real y metafóricamente— en sus cuerdas, sonriendo como el lunático que es.
Smiley voluntariamente baila tango con la muerte, le pone el pecho a la bala y se anima a burlarse en la cara del destino, solo por pasar un mísero momento más a su lado.
Y a Ran no le queda más opción que morirse de amor.
Es todo lo que podría haber soñado y más: acepta sus besos sin saber si serán los últimos, toma sus manos aún si están manchadas de sangre y lo mira con todo el cariño y devoción que él, por el contrario, no les permitió a sus víctimas.
Está atrapado en el constante y perpetuo círculo vicioso de amarlo y odiarlo a partes iguales; sabe bien lo muy correspondidos que son sus sentimientos, pero también odia que lo sean.
No tiene nada para ofrecer a comparación de todo lo que arrebata —porque sí; siente que está arrebatando con crueldad y sin vergüenza alguna, incluso si Smiley se encoge de hombros y le entrega voluntariamente todo de sí mismo—, pero igual es esperado con un plato de comida caliente y una sonrisa, como si no hubiera absolutamente nada de malo en él, en ellos, en lo absurdo de su relación.
Así que, por brevísimos instantes, se permite soñar con ser un trabajador normal que llega a casa luego de una larga y dura jornada, en donde es recibido amorosamente por su esposo. No sueña con un hogar. La palabra «hogar» es algo que no existe y nunca existió en su vocabulario, es algo tan intrínsecamente hermoso y frágil que ahí es donde traza la línea: él no será bienvenido nunca, no completamente, pero tampoco desea serlo. Smiley ya tiene su hogar al lado de su hermano, y él tiene un lugar donde pertenece, que es la Bonten.
Pero está bien con tener esa especie de cotidianeidad pasajera, supone. No es un hogar, pero es un refugio, y eso es suficiente.
Obviamente, ambos mantienen sus precauciones como primerísima prioridad; nada de fotografías, nada de mensajes, nada de pruebas. En este mundo, Nahoya Kawata y Ran Haitani no tienen absolutamente nada que ver desde aquél último enfrentamiento antes de que se disolviera la Toman hace tantísimos años, mucho menos tienen motivos para seguirse frecuentando vistas las circunstancias actuales.
Puede que Nahoya haya sido buen amigo de Mikey en el pasado, pero es Ran quien conoce al actual Manjiro Sano, y sabe que no le temblará el pulso al acabar con las vidas de ambos si algo de su relación llegase a salir a la luz.
Ran sabía a lo que se exponía desde el momento en que decidió, junto con su hermano, vender sus vidas a la Bonten, pero nunca pensó en que llegaría el día en que se arrepentiría un poco de haberlo hecho.
En esta ocasión, aprovecha una noche sin luna, completamente nublada con altas probabilidades de lluvia para hacer su aparición.
El lugar de reunión es, como casi siempre, el restaurante de los Kawata. Hay una llave de repuesto dentro de una de las varias macetas con cactus —entre las que está dicho cactus, falso obviamente— que mantienen en la ventana que da al callejón contiguo, por lo que Ran nunca tiene problemas para ingresar.
No menciona todas las veces en las que, por siempre llegar a oscuras, se pinchó la mano tocando la planta equivocada. Hay algo en el sadismo característico de Smiley que le obliga a pensar que está esperando escuchar precisamente eso. No le va a dar el gusto.
Nahoya no se ve particularmente sorprendido de verlo entrar por la puerta lateral del local en el exacto momento en que termina de poner los taburetes dados vuelta sobre la barra. Ran tampoco hace amago de acercarse lo suficiente como para mostrar algo de efusividad. Siempre le cuesta al menos un par de minutos sacarse la paranoia de encima cada vez que se encuentran. En cambio, espera pacientemente a que Smiley termine sus quehaceres mientras juguetea con sus dedos sobre el mostrador.
El aire frío del invierno parece haber quedado adentro luego del brevísimo instante que abrió la puerta para entrar. O quizás solo sea que se está congelando con el poco abrigo que trae encima.
A sus espaldas yace colgada y enmarcada la foto grupal de la antigua Toman. Smiley, una década más joven, sostiene la bandera de la Tokyo Manji de un extremo y su hermano gemelo del otro. Ran, a pesar de disfrutar de ver las fotos de la infancia de Nahoya, siente un escalofrío recorrer su espalda. Justo en medio de la foto, Manjiro Sano sonríe a la cámara, y sus ojos oscuros, sin vida, calan hasta el fondo de su alma. Es algo estúpido temer de una foto, pero la sola imagen de Mikey genera en cualquiera un miedo tan primario como instintivo, por lo que no puede evitar tragar en seco de solo imaginarlo. Nunca se gira o se detiene a ver la foto, pero sabe muy bien que sigue colgada en el mismo lugar de siempre.
Smiley, con un pie en el primer escalón de la escalera que lo lleva hasta el piso superior, su departamento, se aclara la garganta para llamar su atención. Esto es suficiente como para sacarlo de su ensoñamiento.
Ambos suben las escaleras en completo silencio.
Ran cuenta los mismos veinte escalones de siempre, como esperando, quizás, contar alguno más. Hay una pequeña alfombra en la entrada sin puerta justo antes del genkan, una de las pocas cosas que le ha obsequiado con el pasar del tiempo y que, no obstante, cada vez la odia un poco más.
La frase «Bienvenido, pero no mucho rato» al principio le pareció bastante chistosa, ahora solo es un constante recordatorio de que esto es algo pasajero. Nunca podrá quedarse tan siquiera un día entero allí, por lo que se siente personalmente atacado por la alfombra que él mismo compró.
Se saca sus zapatos de vestir sin siquiera agacharse o desatarse los cordones, dejándolos desparramados en el genkan sin preocuparse realmente por hacer tropezar a nadie. Total, nadie con buenas intenciones vendrá por ellos hasta que él se vaya temprano por la mañana.
Solo llega a dar un par de pasos descalzo en el piso de madera cuando se ve acorralado contra la pared. Fuertes brazos se enroscan en su abdomen y una mata de pelo rosado demasiado conocida le hace cosquillas debajo del mentón. Se niega firmemente a aceptar que así es como se debería sentir estar en casa, pero igual entierra la nariz en el abultado cabello de su amante y permite que el sentimiento revolotee silenciosamente en su interior.
Smiley huele a condimentos y a amor. No sabe cómo, pero es así. Siempre ha sido así. Nunca ha encontrado una mejor manera de describirlo.
El perchero en la pared, a pesar de estar cubierto de gruesos abrigos sin usar, pincha contra su espalda, pero la mejilla de Nahoya apoyada contra su corazón impide que se mueva. Podría ser apuñalado por cada miembro de la Bonten solo si eso significa que después sería abrazado así por Smiley.
No es que lo esté deseando, Dios no lo quiera. Toca madera para no resultar apuñalado en ningún momento pronto, gracias.
—Te estaba esperando con sopa de verduras —dice Smiley, levantando la vista para mirarlo con sus ojos entrecerrados. Su sonrisa no muestra todos los dientes como lo hace usualmente, es más tímida, más íntima; es la clase de expresión que sólo él tiene el privilegio de presenciar—. Andá a lavarte las manos y vení que te sirvo.
Obedece sin que tengan que decírselo dos veces. A pesar de que el restaurante y el departamento están perfectamente calefaccionados, la verdad es que tiene las manos heladas y que se está cagando de hambre.
No tarda más de un par de minutos en arreglarse para cenar, pero en ese tiempo Smiley ya ha puesto la mesa para dos y está terminando de servir su propio plato hondo con humeante sopa de verduras, perfecta para la helada que está cayendo afuera.
El vapor con olor a caldo lo golpea en la cara como un puñetazo. Siente que sus facciones, endurecidas por el frío, terminan por relajarse. Respira hondo y guarda el aroma de la sopa, así como de todas las comidas de Smiley, en su memoria para aquellos días en donde no puede darse el gusto de probar bocado.
Mira hacia arriba y se encuentra con la mirada de Nahoya, quien le sonríe complacido.
—¿Venías con hambre? Hay más por si querés repetir. —Señala con la cabeza la olla sobre la estufa apagada.
—Por ahí repito. Cuando termine este plato, veo. —No dice nada de por qué hay sopa suficiente como para dos personas cuando sabe perfectamente que Smiley vive solo desde que su hermano se mudó a su propio apartamento poco antes de que ellos comenzaran su relación, así como tampoco dice nada sobre el exceso de comida cada vez que llega de sorpresa. Siempre llega de sorpresa porque no puede darse el lujo de avisar sin poner a Smiley en riesgo, pero este siempre lo está esperando con suficiente comida como para que incluso repita plato si tiene hambre.
Le duele un poco el corazón al pensar en la posibilidad de que Nahoya cocine para dos todos los días, esperando su presencia en la mesa. No obstante, ninguno de los dos lo menciona. Ambos cenan como si fueran una pareja perfectamente normal luego de una extenuante jornada laboral.
Ran nunca habla de su trabajo ya que eso sería como cavar la tumba de Smiley con sus propias manos, por lo que es Nahoya quien comienza a contar su día como si se hubiesen despedido durante el desayuno y no dos semanas atrás.
Escucha atentamente una anécdota estúpida de cómo Hanagaki Takemichi se tropezó y volcó la comida sobre Matsuno Chifuyu más temprano ese mismo día e imagina la secuencia como si él también hubiese estado ahí. No los ha conocido en persona más allá de aquella vez que peleó contra la Tokyo Manji, pero ha visto sus registros personales, así que sabe exactamente cómo se ven en la actualidad.
Smiley no deja afuera ningún detalle, asegurándose de hacerlo parte de su vida, a pesar de nunca estar ahí, por lo que sabe tanto de cada miembro de su círculo social como podría saber cada uno de ellos.
Ha estado en la boda de Pah, en el pet shop de Chifuyu y Kazutora, en los desfiles de moda de Hakkai y en la tienda de motocicletas de Draken e Inui, pero nunca en persona. No son amigos porque nunca los ha conocido, pero sabe tanto de ellos que hasta podría fingir que lo son.
Antes de darse cuenta, ambos ya están lavando los platos. Quizás lo hace como una forma silenciosa de agradecimiento, pero es él quien siempre se toma la molestia de meter las manos en agua lo suficientemente caliente como para enrojecer su piel y lavar los platos mientras Nahoya los seca y los guarda donde corresponde.
A veces, juegan con el agua y terminan empapados. Otras veces, comienzan a perseguirse con repasadores sucios esperando golpearse mutuamente con la tela enrollada sobre sí misma. Otras veces, como hoy, chocan las caderas juguetonamente. Primero uno, luego el otro, sin importar las diferencias de altura entre ellos.
Ambos saben que están cansados como para jugar, por lo que son movimientos lentos, sin mucha fuerza. Los días no los han tratado bien últimamente y Ran sabe que lo único que esperan ambos es apoyar la cabeza en la almohada. Smiley, obviamente, va a fingir que está bien, pero Ran puede ver cómo se contiene de bostezar a mitad de conversación, o cómo sus ojos entrecerrados están más hinchados que de costumbre. Es dulce que quiera permanecer más tiempo despierto solo para estar con él, pero no siente que lo merezca.
Acorrala a Nahoya contra la mesada de la cocina, con cuidado de no golpear su cabeza contra la alacena como en anteriores oportunidades, y lo besa como extraña hacer cada vez que se aleja de él. Sus labios están partidos y mordidos producto del estrés y las peleas, pero no parece importarle en absoluto mientras corresponde a su afecto.
Ran comienza a bajar intensidad y dejar piquitos hasta detenerse completamente con un suspiro y juntar sus frentes—. Vamos a dormir.
Smiley hace un puchero en protesta, pero ya no puede ocultar la cara de cansancio—. Perdón —dice, apoyando la frente sobre su clavícula, ya sabiendo que no tiene sentido fingir que tiene la energía suficiente como para mantenerse despierto otro rato más. Ya no son jóvenes, lamentablemente, por lo que los días de a poco comienzan a pesar en sus cuerpos y en sus mentes.
Juntos apagan las luces, cierran las cortinas y arrastran los pies hasta la habitación.
La cama siempre está perfectamente dividida: un lado lleno de almohadas esponjosas y abultadas y otro lado con una sola almohada fina. Es una cama evidentemente matrimonial y ambos lo saben, pero ninguno lo señala.
Las sábanas están frías, pero sus pies están peor.
A veces, Ran piensa en que tiene mucho que ver con ser un asesino a sangre fría —es un requisito que el hielo corra por sus venas para poder dedicarse a lo que se dedica desde prácticamente siempre—, no tiene pruebas para afirmarlo. No es como si pudiera ir con su hermano y preguntarle al respecto. No es tan simple.
Al ser más alto, normalmente es él la cuchara grande, pero es Smiley quien se toma la molestia de envolver sus pies entre sus piernas y calentarlo hasta que se duerme.
No le interesa si sus extremidades están heladas y maldecidas por todas las vidas que lleva a cuesta o por el clima extremadamente frío; él igual se asegurará de calentarlo hasta que el frío desaparezca.
Porque Nahoya es así de desinteresado con él.
Y otra vez, a Ran no le queda más opción que morirse de amor.
Ran se hunde en su lado de la cama, entre las almohadas, y abraza a Smiley contra su pecho, como intentando protegerlo de todas las armas allá afuera que seguramente atenten contra sus vidas.
Cierra los ojos, envuelto en un limbo entre la conciencia y la inconsciencia del insomnio que lo caracteriza, hasta que siente una mano envolviendo la suya.
—¿A qué hora te vas mañana? —pregunta Smiley, arrastrando las palabras por el sueño.
Ran abre los ojos en la oscuridad, estos le escuecen levemente. Algo en su pecho pincha, y contrae todos sus órganos internos, pero no le es posible señalar exactamente dónde. Smiley ya no le pregunta si se va a ir, ahora pregunta cuándo. Y lo odia.
Odia cada maldita vez que hablan de que se irá, a pesar de que sabe que debe hacerlo obligadamente, pero nunca lo dice. Sabe que es egoísta molestarse por algo tan trivial, así como también sabe que Nahoya no lo merece después de todo lo que hace por él.
—Temprano —dice con la garganta apretada y los ojos medio llorosos. Smiley solo suelta un gemido afirmativo y se acurruca más contra su cuerpo, como esperando sanar con su presencia lo que sabe que le duele en el alma. Antes de darse cuenta, ya está roncando.
Ran, producto de su insomnio, siempre tarda al menos una hora más en dormirse, por lo que su canción de cuna son los ronquidos de Smiley. Nunca se lo ha dicho, claro. Lo conoce lo suficientemente bien como para saber que su supiera que padece de insomnio, se quedaría despierto hasta asegurarse de que se duerma profundamente, sin importar la hora a la que deban levantarse al día siguiente, y no puede permitir que eso ocurra. Además, también le resulta lindo verlo dormir. Es un pequeño placer secreto que se lleva consigo, muy escondido dentro de su corazón, y que recuerda cuando está dentro de un auto a altas horas de la madrugada transportando algún cadáver.
Él sabe muchas cosas de Smiley, pero Smiley sabe casi nada sobre él.
No obstante, Smiley tiene tatuado un anillo en su dedo anular. Un anillo de compromiso, había aclarado la primera vez que se lo vio. No sabe absolutamente nada, pero aún así decidió comprometerse de por vida con él.
Traza con la mirada las flores envueltas simbólicamente alrededor de su dedo, alrededor de la vena amoris, formando un perfecto anillo. No sabe mucho de flores, pero se aseguró de recordar palabra por palabra el significado de estas aquella vez que se lo explicó.
El alhelí amarillo significa fidelidad en la adversidad. La dalia violeta significa que su amor es fuerte y crece cada día más.
Y las orquídeas rojas son por vos, le había dicho mirándolo a los ojos, con esa sonrisa vergonzosa que sólo guarda para él, esa en la que se le ven los hoyuelos y se le levantan las cejas.
Es un tatuaje hermoso, hecho en una persona con un corazón más hermoso aún, dedicado a alguien como él, que solo tiene tatuado su cuerpo con cosas relacionadas con la muerte. No tiene sentido alguno. Él no vale ni una milésima de ese amor, pero no puede evitar absorberlo todo y desear cada vez más.
Smiley balbucea algo en medio de su sueño y aprieta levemente sus dedos entrelazados.
Ran siente la vista borrosa, pero se niega a aceptar que es porque tiene ganas de llorar. Él arrebata vidas sin pestañear, se supone que son sus víctimas las que lloran, no él. Cierra los ojos y abraza a su prometido aún más fuerte contra su propio cuerpo.
Sabe que Nahoya está yendo terriblemente rápido en su relación, siempre lo ha hecho, pero no tiene el corazón para decirle que no lo haga, no importa cuánto sienta que lo ama y lo odia a la vez.
Él no puede darle nada, pero recibe todo. Él no puede decirle nada, pero escucha todo. Él no puede hacer nada, pero de alguna forma hace todo, siempre está ahí.
Inhala el olor característico de Smiley y logra quedarse dormido con sus ronquidos.
Sueña con llevarlo a la playa, porque sabe que a Smiley siempre le ha gustado. Sueña con ser llevado en motocicleta, como cuando era adolescente, con sus trenzas ondeando en el viento y la risa de Nahoya en sus oídos, a pesar de que su realidad en ese entonces era completamente distinta.
No obstante, por un momento, igual se permite soñar.
Afuera está comenzado a caer aguanieve.
Ran despierta no mucho tiempo después, pero siente que ha dormido como un muerto. El sol aún no ha salido, pero Smiley ya está despierto.
Se toma un momento para observar en silencio. Desliza la mirada somnolienta por la curva de su nariz, marcada por la suave luz del velador encendido en la mesa de luz. Lleva puestos unos lentes medianamente gruesos, de marco plástico, casi cuadrado y transparente. Sabe que tiene dificultad para leer cosas pequeñas, pero es solo hasta hace poco que comenzó a usar lentes, casi obligado por él.
Tiene 1,25 y 2,00 de aumento en cada ojo, respectivamente. Mierda, estás re ciego, le dijo aquella vez, Smiley solo amplió su sonrisa y se encogió de hombros, restándole importancia. Igual estás lindo, alagó, besando su frente.
—¿Dormiste bien? —pregunta, sin apartar la vista del libro. No necesita mirarlo para saber que ya está despierto.
Ran gime afirmativamente y se suena las muñecas mientras estira los brazos con pereza—. Vení acá conmigo —murmura, arrastrando las palabras. Se acomoda en posición semi sentada y deja que Nahoya se meta entre sus piernas y apoye la espalda contra su pecho. Apoyan mejilla contra mejilla mientras Smiley sigue leyendo. Es muy temprano como para mantener la vista enfocada en las diminutas letras del libro, por lo que cierra los ojos y lo abraza más fuerte.
—¿Querés que te lea un rato? —pregunta, justo a punto de cambiar de página.
—¿Qué estás leyendo? —Sigue con los ojos cerrados, pero cada vez más despierto.
—Indigno de ser humano, de Osamu Dazai. —Ran levanta ambas cejas, pero no abre los ojos. Sabe que todo japonés que se precie tiene que, mínimo, haber escuchado hablar de dicho libro. No obstante, nunca ha tenido el impulso de averiguar de qué trata.
—Dale, leeme.
Entonces, le lee.
—«He pasado por tantos infortunios que uno solo de ellos podría terminar más que de sobra con la vida de cualquiera. Hasta eso he llegado a pensar. La verdad es que no puedo comprender ni imaginar la índole o grado del sufrimiento de los demás. Quizá los sufrimientos de tipo práctico, que puedan mitigarse con una comida, tienen solución y por eso mismo sean los menos dolorosos. O puede tratarse de un infierno eterno en llamas que supere mi larga lista de sufrimientos; pero esto los hace todavía más incomprensibles para mí.» —Ran abre un ojo con curiosidad y mira el libro, aún sin enfocar del todo la vista.
—Bastante perturbado, el Osamu este —resopla, y besa la mejilla de Nahoya, quien se ríe y sigue leyendo.
—«Más, si pueden seguir viviendo sin matar o volverse locos, interesados por los partidos políticos y sin perder la esperanza, ¿se puede llamar a esto sufrimiento? Con su egoísmo, convencidos de que así deben ser las cosas, sin haber dudado jamás de sí mismos. Si este es el caso, el sufrimiento es muy llevadero. Quizá así sea el ser humano, y esto es lo máximo que podamos esperar de él. No lo sé...» —La voz de Smiley sigue imperturbable, a pesar de haber sentido como Ran se ha tensado levemente.
Smiley sabe que Ran no le dice muchas cosas, pero no es estúpido, puede llenar los espacios vacíos perfectamente solo uniendo puntos. Este es un libro que los toca de cerca a ambos, pero en extremos distintos. Si lo lee, es porque también le recuerda a él.
Y Ran sabe que él sabe eso, por eso se hunde aún más contra su cuerpo y ya no acota nada mientras sigue leyendo, siguiendo las palabras con la vista.
La lectura, curiosamente, no lo interpela. Muy al contrario de lo que cualquiera pudiera imaginar, es como una especie de consuelo muy extraño. No siente que lo justifique, o que lo aplauda, pero siente que lo valida.
Mucho más si es que sale de la boca de Smiley.
Hace que se sienta digno de estar así con él, a pesar de las circunstancias.
Es como contarle todo, como finalmente abrirse a él sin miedo alguno, pero no hacerlo realmente. Quizás es por eso que ha elegido este libro en particular, pero no podría asegurarlo, es una ínfima parte de toda la obra y sigue sin tener idea de qué mierda trata, pero cree que puede permitirse hablar sin saber.
Un par de párrafos después, vuelve a cerrar los ojos y deja que la suave voz de Smiley haga su trabajo mientras habla de los recuerdos de un extraño que vivió en la época de sus abuelos. Al llegar al final de la página, ha vuelto a quedarse dormido.
Sabe que no puede darse el lujo de dormir más, pero sabe y confía en que Smiley lo despertará en el preciso momento en que el cielo se comience a aclarar, le preparará un café con leche y hará panqueques o tostadas para que no se vaya con el estómago vacío.
Afuera hace temperaturas cercanas a los cero grados pero, cuando sale por la puerta un par de horas más tarde, no siente frío.
Besa a Smiley en el umbral de la puerta como si fuese el último beso que compartan. Nada ni nadie le asegura que no lo sea.
Tiene la panza llena, el corazón contento y se siente listo para afrontar otro día de mierda en esa ciudad de mierda.
—Que tengas un buen día —dice Nahoya contra sus labios, como si fuese una ama de casa despidiendo a su esposo antes de ir al trabajo—. Tené cuidado cuando pises que hay hielo en el suelo —recomienda.
Siempre es una recomendación distinta, con un mensaje codificado dentro.
«Cuidate. Volvé conmigo.»
Ran asiente, lo besa una vez más y desaparece por el todavía oscuro callejón con la mirada de su prometido clavada en la espalda hasta que finalmente lo pierde de vista.
Se siente cálido por dentro, siente la sangre fluyendo correctamente por sus venas, siente su corazón bombeando, siente el mismo sentimiento absolutamente primaveral que siente cada vez que ve a Nahoya Kawata.
Embriagado de amor, Ran Haitani desaparece en la ciudad hasta la siguiente vez en que pueda encontrarse con su amado, ojalá en buenas circunstancias.
Después de todo, no suelen verse seguido.
No obstante, igual saben encontrar esos pequeños momentos —a veces minutos, a veces horas— para encontrarse.
No es para nada fácil, mucho menos es seguro, pero es algo que tienen tan arraigado en sí mismos que a estas alturas les es imposible detenerse.
De a poco, el cielo se despeja y los rayos del sol comienzan a asomarse. La tormenta ya ha pasado.
NOTA: el RinAngry anda en las mismas. Ni lo duden.
Nos seguimos leyendo cuando me digne a agarrar la pala y terminar todo el resto.
¡Besitos!
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