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Capítulo 1°: Las estrellas fugaces no caen a la tierra

Las estrellas fugaces no caen a la tierra

Sí, son millones de estrellas. Y millones de estrellas son dos ojos que las miran.

—Antonio Porchia

La música del club es ensordecedora, pero me obligo a quedarme porque se supone que es lo que debo hacer y de cierta manera es divertido estar aquí.

Siento que muchas personas se me acercan mientras estoy en la barra y mis amigos se han ido a algún lugar a bailar mientras yo me quedo observando la masa de cuerpos y tengo charlas amistosas con cualquiera.

Me gustaría divertirme como ellos, pero tenemos ideas diferentes sobre diversión en un club.

Toda mi vida he creído que soy asexual biromántico y eso me dificulta disfrutar de los placeres por los cuales la mayoría de mis compañeros vienen a La fábrica, así que solo vengo a bailar y beber... y posiblemente a fanfarronear un poco porque es divertido.

Me gusta coquetear con las chicas y jugar con los chicos porque no hay daño en ello si ellos lo hacen conmigo también. Nunca llego más allá, realmente no encuentro interés en ello, y, ciertamente, La Fabrica no es el lugar donde me gustaría mezclar sentimientos.

Las luces estroboscópicas me marean y el efecto del cóctel que alguien me ha pedido se está esparciendo por todas partes y comienzo a reír como tonto.

Soy un tonto realmente, pero estoy de buen humor.

—Así que... —Ah, sí, el chico del cóctel —¿Te gustaría bailar o preferirías ir conmigo a un lugar más tranquilo? —Me río, con encías y todo, mientras me bebo lo que queda del trago. Me giro solo un poco a mirarlo y no estoy seguro de en qué aspecto concentrarme y decidir si me gusta... pero no me gusta nada.

No quiero ser grosero, puedo ser objetivo y me gusta observar la belleza de las personas, él es simétrico, pero su personalidad es muy sosa, su discurso es predecible y parece algo ebrio, así que es probable que ni siquiera sepa si está hablando con un hombre, una mujer o una silla.

Quizá cree que soy mujer o solo está jodiendo conmigo.

Él mira mi cabello rubio oscuro y desordenado y sé que se ha fijado en la poca raíz negra que ha comenzado a salir. Los hombres podemos ser aún más prejuiciosos que las chicas cuando se trata de aspectos físicos, pero nadie está dispuesto a admitirlo.

—Deberíamos bailar, ¿No lo crees? —Le digo con media sonrisa. Del otro lado de la barra hay una chica que me observa y decido cambiar el juego, adoptar otra pose, y colocar otra mirada, la que mi mejor amigo llama confiada/descarada.

Las personas aquí vienen a divertirse, así que no encuentro problema en fingir ir a la pista de baile con el chico del cóctel cuyo nombre no puedo recordar y disfrutar de la música sin atarme a una pareja en específico.

Me gusta bailar, aunque no soy bueno en ello, mis movimientos son bruscos y poco gráciles y puedo llevar el ritmo solo con mi cabeza, pero me gusta y nadie necesita prestarle atención a ello cuando están tan distraídos restregando las partes más sensibles de sus cuerpos junto a cualquiera y todos.

—Entonces... —balbucea él demasiado cerca de mi rostro para que me agrade su olor a alcohol barato y demasiado fuerte porque cree que soy sordo —¿Cómo me dijiste que te llamabas?

—No te lo he dicho —respondo, fijando mi vista en la chica de la barra que ahora está bailando cerca de mi cuerpo. Ella es más bajita que yo, lo que siempre es cómodo, y tiene una mirada cándida que me da confianza; se ve divertida y decido que me gusta y quiero bailar con ella

—Así que, entonces ¿Cómo te llamas?

—¿Para qué quieres saber? —le sonrío a la chica y quizá el chico cóctel está más ebrio de lo que creí porque ni siquiera se da cuenta de mis insinuaciones descaradas hacia ella.

Me doy la vuelta y tomo su mano, ella sigue sonriendo y es una sonrisa bonita. No es una depredadora, no es de por aquí y siento que debería quedarme cerca de ella porque parece demasiado fuera de lugar y demasiado brillante en un lugar tan oscuro.

—Te regalaré una bebida de verdad si bailas conmigo más de una canción —dice ella y yo sonrío porque me agrada su descaro y no necesitamos reciclar charlas banales para disfrutar del club. No necesito saber su nombre porque no creo volver a verla y porque hay cierto encanto en bailar con alguien desconocido.

Puedo ver a mi mejor amigo bailar como si la vida se le fuera en ello junto a dos chicas y un chico que me resulta vagamente familiar. Hoseok parece una máquina y su sonrisa es gigantesca. Pienso que se lo merece luego de la semana de mierda que hemos tenido. Él me ve desde el otro lado y alza los pulgares y yo no entiendo por qué hasta que recuerdo que estoy intentando bailar con una chica.

Hoseok siempre ha creído que mi sexualidad es un chiste que no puedo entender, y que soy demasiado joven como para clasificarme si no he experimentado lo suficiente.

Tengo veinticuatro años, Hoseok, tenemos que discutir tu concepto de "demasiado joven".

Él insiste en que tiene esperanzas en que sea, por lo menos, demisexual –un concepto que encontró en Wikipedia– y ahí es cuando decido que es un tema que no tiene por qué importarle en lo más mínimo.

A la chica de la barra no le importa que yo no sepa bailar a pesar de que ella lo hace muy bien, a veces se agarra a mi camisa de cuadros amarilla y a veces coloca sus manos en la camiseta negra, pero no ha pasado de mi torso o mis manos en las últimas dos canciones y eso es bueno.

Ella es bonita, y por alguna razón pienso que es físicamente parecida a mi hermano menor, que debe estar fingiendo estar dormido para quedarse a jugar videojuegos con su mejor amigo de Internet.

Pasan dos canciones más, otras dos cervezas y la alarma de mi celular vibra en mi bolsillo trasero.

—Ya debo irme —Ella me sonríe y decido que voy a llamarle un taxi cuando comienza a tambalearse. Hoseok se nos ha unido antes de la última bebida y creo que se han llevado bien, o demasiado bien, cuando se colocan de acuerdo en que el taxi les sirve a ambos.

Ella parece disculparse con la mirada, pero no entiendo sus razones así que solo sonrío, sin encías esta vez, encogiéndome de hombros mientras tomo mi propio camino.

La tristeza de la última semana se apodera de mi cuerpo cuando la brisa fresca de las dos de la mañana me golpea el rostro, con las calles solitarias y el cielo oscurecido sin muchas estrellas brillando. Han pasado demasiados años desde la última vez que había mirado las estrellas y la nostalgia hizo presencia una vez más, pero me niego a alzar la mirada.

Esa última noche en donde había tenido ese sueño loco con las luciérnagas fue la última vez. También fue la última vez que visité la casa de la abuela para pasar la noche.

Después del divorcio de mis padres comenzaron a ser solo horas de visitas ocasionales y luego de la muerte del abuelo, fueron casi nulas hasta que la abuela se mudó a la capital con mi padre y su nueva esposa y la casa de la granja quedó abandonada.

Hace mucho calor de repente mientras sigo caminando y no recuerdo cuándo torcí la ruta hacia mi casa y sé que estoy yendo hacia la granja, pero era algo que me esperaba. No soy alguien muy bueno lidiando con las cargas emocionales y supongo que en mi letargo puedo creer que ir allí me hará algún bien, aunque sepa que no será así.

Supongo que siempre querremos volver a los lugares que nos hicieron felices, para recordar que lo fuimos alguna vez.

—No seas tan dramático, Min Yoongi —Me digo en voz alta mientras me río sin humor y el sonido me recorre la columna vertebral provocándome un escalofrío.

Miro hacia todas partes y parece que, entre más camino, más oscuro se vuelve todo y más silencioso y más frío, por eso no me sorprende el salto inverosímil que doy hacia atrás cuando mi teléfono comienza a sonar en algún lugar de mi trasero y, como de costumbre, tengo que agarrarme a la pared de la casa tras de mí para no caerme por el impulso.

Pudiste haber crecido y ganado peso, pero tú equilibrio es una mierda.

Me río de mí mismo, pero tengo ganas de llorar. La presión de los últimos días me está pasando cobro.

—Little aquí, Little allá... —digo con ánimo al teléfono al reconocer el nombre en la pantalla y retomo mi camino despacio, mirando hacia todas partes porque es demasiado tarde y no soy un hombre especialmente intimidante, aunque pueda llegar a parecerlo.

—No voy a seguir respondiendo a eso, hermano —La voz se Jungkook se escucha amortiguada y ronca, como si hubiese estado durmiendo durante algunas horas y eso me hace envidiarlo un poco

—¿Sabes qué hora es? ¿Qué haces despierto? Eres un niño que va a la escuela

—Tengo 18 años, hyung, y ya voy a la universidad y... ¡Ah, sí! Ya es domingo, oficialmente

—Eso no responde a mis preguntas anteriores —escuchó un suspiro al otro lado de la línea, seguido de un largo silencio

—Mamá está preocupada por ti, ella sabía que saldrías esta noche así que no quería que te dijera, pero funcionas como un reloj así que supuse que a esta hora ya estarías en tu departamento, ¿Me equivoqué?

—Sólo un poco, aún no llego, tomé el camino largo y —suspiro, cansado de repente —Dijiste que estaba preocupada, ¿Qué pasó?

—Bueno...

—Jung-

—Bueno, se enteró de lo que sucedió la semana pasada, ¡pero yo no se lo dije! —se apresura a dejar claro —ella solo quiere asegurarse de que llegues a tu apartamento bien, incluso cuando le aseguré que era algo tonto y que estabas bien... creo que papá también está preocupado por ti.

Eso me hace sentir mal solo un poco porque sé que a mamá le duele que no le cuente las cosas, pero no puedo obligarme a hacerlo cuando sé que su corazón es más grande de lo que puedo sostener con mis dedos y uno de mis miedos más grandes es dejarlo caer, por eso a veces me quedo callado, porque nunca aprendí a sostener, solo sé apretar demasiado fuerte o soltar.

El padre de Kook también es un buen sujeto, pero está bastante claro para mí que su preocupación por mi persona se debe al amor que siente por mi madre y mi hermano, nada más, por eso me oigo diciendo: —Ya llegué Kook, dile a mamá y a Jeon Hyun que me divertí esta noche y que no tienen por qué estar pensando en mí cuando lo que pasó fue algo sin importancia ¿De acuerdo?

Sé que he fingido la risa más cómoda que pude dejar salir y eso parece convencerlo, pero la sensación que me queda cuando ha colgado me deja un poco inconforme.

Retomo el camino y antes de darme cuenta estoy de pie frente a la cerca que aleja a los extraños de lo que alguna vez fue una pequeña granja próspera. Ahora la maleza se extiende por encima de mi cabeza y casi no me deja ver la casa descuidada al fondo del pequeño camino de tierra. Sé que me ha tomado por lo menos una hora llegar aquí pero no lo siento en mi cuerpo.

Ya no le tengo miedo a la oscuridad como antes, y las sombras que proyectan las ramas alargadas me dan una cálida sensación de bienvenida, me siento acompañado mientras abro la cerca con la pequeña llave que aun llevo conmigo, en el extremo de mi collar de cordón negro, justo al lado de mi pecho.

La puerta hace un sonido chirriante mientras me abro paso y la claridad que se proyecta sobre mi cuerpo proviene directamente del cielo, pero no quiero mirar, ya no me gusta mirar el cielo, pero tengo que admitir que por encima de mi cabeza las estrellas deben brillar mucho más fuerte que en el centro de la ciudad, a pesar de que la granja esté relativamente cerca.

Era como realismo mágico estar allí cuando era pequeño, y la sensación no se ha desvanecido del todo de mi cuerpo.

Cuando llego a los peldaños de la entrada es cuando dudo, no me siento preparado para volver a entrar a la sala y ver las mecedoras de mis abuelos, ni los muebles cubiertos en plástico que mi padre nunca fue capaz de sacar. El lugar ha albergado tantos recuerdos que me parece ahora demasiado estúpido haber venido en una madrugada emocional.

Decido dar la vuelta a la casa, hacia el claro de tierra que da al lago donde mi abuelo me hacía creer que pescaba los grandes salmones que llevaba para almorzar y me detengo porque mis pies han dejado de moverse cuando paso junto a la ventana de la que fue mi habitación.

Alzo mis manos a mi rostro porque casi no puedo ver nada y me sorprendo de poder distinguir mi piel clara y las venas que surcan mis brazos y se esconden por debajo de mi camisa.

—La luna debe parecer un jodido bombillo esta noche —pero vuelvo a negarme a alzar la mirada, de nuevo. Ya no me gusta mirar el cielo porque es el único recuerdo inocente que me queda y no quiero contaminarlo con mi nostalgia y mi patética manía de aferrar las cosas como si se me fuese la vida en ello.

Chasqueó la lengua y me giro hacia la ventana por la que todavía puedo ver la cortina amarilla con pequeños dibujos de galletas café. No necesito forzarla porque sé que ya está abierta y cuando el vidrio cede no lo pienso mucho para entrar. La cortina desprende partículas de polvo que coquetean con mi nariz y evito respirar, pero el polvo no tiene mucho que ver.

Me transporto veinte años en el pasado cuando la lampara de oso es captada por mi vista, y luego el pequeño reloj con la estrella fluorescente que parecía mucho más grande cuando la sostenía con mis manos de niño. El tapizado de las paredes está tan viejo que ha comenzado a caerse por trozos como si un animal salvaje hubiese estado atrapado allí y decidiera desgarrar el material con sus garras.

Sonrío con pesar, sin encías, y camino por la extensión que ahora parece sofocante por lo pequeña y oscura que se ve. Huele a encierro y humedad y no entiendo por qué me siento liviano. Me parece que casi puedo escuchar la voz de mi abuela cantando para dormir con su acento diferente al mío que siempre me pareció maravilloso y las pisadas de mi abuelo cuando corría detrás del labrador de la granja contigua.

Suspiro y cierro los ojos porque todos los sonidos que no puedo escuchar y todos los olores y recuerdos están tan empañados por los años que siguieron que me toma demasiado tiempo intentar descifrarlos para respirarlos como una bocanada de aire fresco. Cuando los abro, siento que algo ha cambiado y es tan notorio que me roba un poco el aliento.

Hay una luz que capto por la esquina de mi ojo y es amarillenta y tenue como si apenas alcanzara a ser un resplandor. No quiero darme la vuelta, pero aun así lo hago, topándome de frente con mi antiguo armario de color caoba empotrado en la pared de yeso. Luce a punto de caerse, pero yo no le presto atención mientras me acerco despacio, lo hago lento porque el ruido que ocasionan mis pisadas en el suelo de madera dura me parece chirriante en el silencio ensordecedor de la casa.

Una de las puertas del armario está medio abierta y es allí cuando le veo. Es un punto en la nada, apenas un lucero que no alcanza a brillar lo suficiente como para mostrar su superficie y me detengo.

Me detengo. Me quedo quieto, me paralizo y dejo de respirar.

Me detengo, mis manos sudan, mi pecho se siente oprimido y estremecido y caótico al mismo tiempo cuando la pequeña luz flotando al vacío en medio de un frasco de vidrio con tapa plateada me saluda como si se burlase de mí.

—Pero ¿Qué mier-

La luz titila y se agita casi imperceptiblemente y la sola perspectiva de que tenga algún tipo de vida me hace caer sobre mi más que acostumbrado trasero.

No puede ser una luciérnaga, no una de veinte años y aun viva, es solo una luz.

Una luz que flota por sí misma.

Me apresuro a tomar el envase una vez que me pateo el culo para salir de mi estupor y está caliente. Caliente como si fuese un pequeño sol alumbrando y no sé desde qué momento comencé a sonreír por la posibilidad de haberme desmayado en medio de la calle y estar observando entre mis dedos oníricos el objeto que vi en mis sueños dos décadas atrás.

—Eres una cosa curiosa —susurro por otra de mis manías de hablarle a los objetos inanimados, solo que parece que este puede entenderme y titila una vez más justo cuando una ventisca azota la ventana abierta y siento que no debería estar aquí incluso si es un sueño que se siente demasiado real.

Salgo trastabillando por la abertura que he dejado al entrar y se siente como experimentar un déjà vu, solo que esta vez he salido mirando hacia la tierra ennegrecida por la oscuridad de la madrugada y no estoy muy seguro de cuántas horas faltan antes del amanecer.

Llevo el frasco balanceándolo en mi mano derecha mientras termino el camino hacia el claro del lago y es hermoso cuando estoy allí.

Sonrío porque he pasado demasiado tiempo obligándome a no mirar el cielo, pero el agua está tan quieta que hace las veces de un espejo reflejando la inmensidad de la luna en todo su esplendor y los pequeños puntos a su alrededor que en vez de estrellas parecen manchas esparcidas por un pincel.

No sé en qué momento mi cuerpo ha comenzado a temblar mientras me acerco a la orilla ni cuándo mi sonrisa se desvaneció con mi visión tornándose borrosa por las lágrimas que he retenido por demasiados días o siglos.

No puedo llorar porque los hombres no lloran y casi me escucho a través de la voz de mi padre al decirme eso. Los hombres no miran a las estrellas porque son bonitas, los hombres no sueñan con luciérnagas en un collar ni son tan pequeños y débiles como yo.

Pero igual soy un hombre papá.

Detengo mi corriente de pensamientos cuando siento que las puntas de mis zapatos se han humedecido y creo que he llegado demasiado lejos en el lago. Suspiro mientras me controlo y llevo el frasco a mi pecho, necesitando calidez, necesitando aferrar algo.

Me siento un poco más alejado del agua que se ha comenzado a mover muy lentamente a mis pies, y me toma varias respiraciones poder enfocar mi vista nuevamente y me recuerdo que aquellas palabras fueron hace mucho tiempo, me recuerdo que mi padre se retractó y me pidió disculpas por todas las veces que renegó de mí, incluso cuando se mostró visiblemente orgulloso cuando comencé a ganar músculo y peso, me volví agresivo y golpeé a uno de mis compañeros de secundaria.

Me recuerdo que todas esas cosas están en el pasado y que ahora soy diferente, soy feliz.

Pero la semana pasada vuelve a venir a mí como una ráfaga y recuerdo también que Hoseok y yo hemos sido despedidos del trabajo y que estoy a punto de perder mi beca universitaria a solo un ciclo de graduarme.

—¡Maldita sea! —grito superado y la euforia de darme el lujo de hacerlo por primera vez en mucho tiempo me gana el impulso y me lanzo hacia la tierra con todo mi cuerpo y los ojos cerrados, extendiéndolo como una crucifixión y llevando el frasco con uno de mis brazos hacia un lado. —¡Que se joda el maldito jefe de personal! ¡Que se joda el maldito recorte por presupuesto!

Grito durante algunos minutos y con mucha fuerza sigo apretando mis párpados sintiéndome mareado, moviendo mis piernas por el aire como si pataleara y de repente el objeto de mi desahogo comienza a cambiar sin darme cuenta.

—¡Que se joda el alquiler! ¡Que se joda la chica que me llamó impotente! ¡Si se me para, pero no contigo, maldita sea! ¡Que se joda el profesor de Diseño y composición que me hizo atrasar un año en la carrera! ¡Maldita carrera de arquitectura, yo nunca te quise! ¡Malditos ingenieros engreídos que...! Bueno, Hoseok no es tan engreído.

Suelto todo el aliento en busca de llenar mis pulmones con aire limpio y siento como una claridad que se posa sobre mi rostro a la vez que dejo caer mis piernas en la tierra nuevamente y las facciones de mi rostro se relajan por la candidez de la luz.

¿Cuál jodida luz?

Mis ojos se abren, despacio, como si no quisieran hacerlo nunca y el espectáculo de luces en el cielo me roba el aire que no había alcanzado a atrapar del todo. Las estrellas en el cielo lucen como si todas se hubiesen despertado a la vez y siento que pueden reflejarse como miles de puntos blancos en mis ojos, y la oscuridad que ennegrecía todo a su alrededor había sido reemplazada con el brillo de un millón de constelaciones con la potencia equiparable de una bomba atómica.

Una explosión en mi pecho y de repente se me olvida porqué había dejado de mirar el cielo.

—Woah... —susurro y sonrío, con encías y todo, y mis ojos se cristalizan porque es simplemente hermoso y pienso que así debe sentirse estar enamorado: Una bomba en el corazón, constelaciones en los ojos y que sostienes el universo entre tus dedos.

El frasco emite un pequeño sonido como de energía circulando y el calor en mi palma comienza a extenderse por todo mi cuerpo y me siento bien, me siento jodidamente bien y entonces deja de importarme si estoy desmayado en medio de ninguna parte camino a casa o si me intoxiqué demás en el club o si probé cualquier droga que me hiciera alucinar porque el cielo está malditamente increíble y parece que me hiciera compañía.

—Desearía sentirme así todo el tiempo, aunque ni siquiera sé qué siento ahora porque es como si estuviese... acompañado y completo—suspiro, susurrando la última palabra tan bajo que ni siquiera yo puedo oírlo, pero las ganas de gritar están allí, siguen allí —¡Ah, Min Yoongi! ¡¿Cómo te las arreglas para convertirte en un desastre emocional en solo una semana?!

El viento sopla fuerte justo cuando el aire abandona mi cuerpo y la oscuridad se hace presente una vez más.

Las estrellas se han apagado como aquella vez en mi sueño y el cielo parece solo albergar una luna mucho más pequeña que el reflejo en la laguna y un lucero tenue que luce mucho más cerca de la tierra, pero no lo suficiente para ser una luciérnaga.

Extiendo mi mano hacia el cielo como si fuese capaz de agarrarla y desaparece cuando la tapo con mis dedos. Sonrío, porque me siento más ebrio que hace un rato y luego me río como un verdadero imbécil.

El lucero se convierte en una estrella fugaz y me río más fuerte

—¡Oh, hombre! estás tan jodido

La estrella fugaz parece acercarse cada vez más y eso es extraño... las estrellas fugaces no caen a la tierra, pero está acercándose y no puedo estar más embelesado de ver como luce como un jodido meteorito.

Un jodido meteorito que está a punto de impactar en medio de la laguna. 

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