━ 𝐗𝐈𝐕: Es normal que me odies
N. de la A.: cuando veáis la almohadilla (#), reproducid el vídeo que he enlazado al presente capítulo y seguid leyendo. De este modo lograréis una mayor inmersión y gozaréis de una mejor experiencia.
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•─────── CAPÍTULO XIV ───────•
ES NORMAL QUE ME ODIES
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CATRIONA HABÍA TENIDO QUE PASAR por muchas situaciones incómodas a lo largo de su vida, pero aquella en particular se estaba ganando un lugar en el podio. Piney, Tig y Bobby —que eran los únicos que faltaban por acudir a aquella cena organizada en casa de los Teller-Morrow, dado que Opie y Donna habían rechazado la invitación—, habían llegado media hora después que ellos. Aunque su tardanza había irritado enormemente a Gemma, quien, al igual que su hija, no soportaba la impuntualidad.
Así pues, con todos los invitados finalmente reunidos, se habían llevado a cabo las últimas elaboraciones culinarias y se había dispuesto el comedor para dar inicio a la velada.
Raine no lo había dudado a la hora de instar a aquellos hombretones vestidos de cuero que no hacían más que cotorrear como viejos jubilados a que colaborasen un poco. Demostrando una vez más que su humor no era el mejor y al grito de «moved el culo, que vosotros también tenéis manos», la rubia había conseguido que tanto Michael como Medio huevo arrimaran el hombro y la ayudasen a poner la mesa mientras el resto de mujeres terminaban de aliñar las ensaladas y aderezar las salsas de acompañamiento para la carne.
Pocos minutos después, cuando todo estuvo listo, los hombres y las mujeres que conformaban aquella cuadrilla tan peculiar procedieron a sentarse en torno a la alargada mesa que se erguía en el centro de la zona habilitada como comedor. Riona esperó a que su tío tomara asiento para poder acomodarse junto a él, agradeciendo inmensamente el hecho de quedar a un par de sillas de distancia de la menor de los Teller, cuyo disgusto por su presencia en aquella cena era más que evidente.
Volvió a dar las gracias a quienquiera que la estuviese observando desde arriba por tener a Chibs delante y a Luann, quien era la única mujer de todas las presentes —actuales parejas y amantes de algunos miembros del club— que se había molestado en entablar conversación con ella, a su izquierda. Las demás prácticamente ni se le habían acercado, dejándose influenciar por el recelo y los malos humos de la matriarca de la familia y su benjamina, respectivamente. Aunque casi lo prefería, puesto que lo último que le apetecía en esos momentos era hablar más de lo necesario.
Manteniendo aquel perfil bajo que le estaba permitiendo pasar desapercibida en la mayoría de las charlas que estaban teniendo lugar en la mesa, Catriona se limitó a comer, beber y escuchar. Historias y anécdotas de los Hijos de la Anarquía, bromas por parte de los miembros más veteranos hacia el prospecto —que encima era vegetariano—, algún que otro chiste de mal gusto... Podría decirse que la cena estaba transcurriendo con normalidad y sin ningún contratiempo, aunque la castaña no terminaba de sentirse del todo cómoda. Conocía aquella casa y a la mayoría de las personas que estaban sentadas alrededor de la mesa, pero ella no podía evitar sentirse como una intrusa.
—¿Y a qué te dedicas, Catriona?
Se había sumido tanto en sus pensamientos mientras jugueteaba con los trozos de pollo y las hojas de lechuga que había en su plato que le resultó imposible no sobresaltarse cuando escuchó su propio nombre.
La mencionada dejó de remover la comida y clavó la vista en Luann, que la observaba con interés en tanto bebía de su copa de vino. Las demás voces dejaron de oírse ante la pregunta formulada por la mujer, ocasionando que Riona se mordisqueara el interior del carrillo con cierta intranquilidad. Casi podía sentir la penetrante mirada de Raine —y hasta incluso la de Gemma— traspasándola como el más afilado de los cuchillos.
Tragó saliva, justo antes de dejar el tenedor sobre el mantel que cubría la elegante mesa de caoba. Tanto ella como Luann habían pasado a convertirse en el foco de atención de casi todos los presentes.
—Soy psicóloga. Psicóloga infantil, para ser más exactos —contestó la muchacha con una sonrisa forzada—. Me gradué en la Universidad de Dublín hace dos años. Aunque el mes pasado terminé el máster.
Su interlocutora compuso una mueca impresionada.
—Espera, espera, espera... —Una voz de barítono se impuso a cualquier otro sonido que hubiera en la estancia. Los iris negros de Catriona no demoraron en posarse en Tig, cuyo rostro permanecía congestionado a causa de las cervezas que había ingerido—. ¿Eres... Eres loquera? —inquirió, para luego soltar una risita un tanto estridente. A su lado, Bobby, quien también iba algo perjudicado, lo secundó—. ¿De esas que visten de blanco y ponen camisas de fuerza?
La más joven comprimió la mandíbula con indignación, provocando que un pequeño músculo palpitara en el lateral de su cuello.
«Loquera».
Odiaba ese término con todas sus fuerzas. Primero porque era de lo más ofensivo y denigrante, y segundo porque le parecía el colmo que lo emplearan precisamente aquellas personas que eran lo suficientemente ignorantes como para no saber la diferencia entre un psicólogo y un psiquiatra. Aunque ¿qué había de malo en ser lo segundo? Ni que fuera algo de lo que avergonzarse.
—No. —Su voz sonó más tajante de lo que pretendía, ocasionando que tanto Tig como Bobby dejaran de reír—. Soy psicóloga —repitió, esta vez con más tiento y paciencia—. Mi trabajo es escuchar y ayudar a los demás. Y, antes de que lo preguntéis, no. Un psicólogo no es lo mismo que un psiquiatra. Estos últimos son médicos especializados en los trastornos mentales —explicó, a lo que Trager hizo una mueca. Munson, por su parte, le dio un nuevo sorbo a su botellín de cerveza, como queriendo desentenderse del asunto.
Se hizo el silencio. Uno tenso e incómodo.
Con las mejillas ruborizadas, Riona volvió la vista al frente, topándose con una sonrisa conciliadora por parte de Chibs. El mensaje que transmitían los ojos del escocés era claro: «no les hagas caso, ya sabes cómo son».
—¿Y cómo ayudas a los demás? Si puede saberse, claro.
Gemma.
Catriona inspiró profundamente por la nariz y volvió a dirigir la mirada hacia el otro extremo de la mesa. Esta era presidida por Clay, que la contemplaba con una expresión indescifrable contrayendo sus facciones. A su izquierda estaban sus hijastros, quienes también permanecían atentos a ella, y a su derecha su esposa, cuya boca se había estirado en una sonrisa altanera.
—Escuchando sus problemas, enseñándoles a sentirse mejor consigo mismos u ofreciéndoles medios y apoyo para superar traumas —enumeró la chica sin vacilar lo más mínimo. Sabía que Gemma no la tomaba en serio, de ahí que estuviera dispuesta a hacerla cambiar de opinión—. Aunque, como ya he dicho, mi especialidad son los niños.
Ella era la primera que sabía lo infravalorada que estaba la salud mental. La depresión, la ansiedad, los trastornos de conducta y personalidad... Todo eso era tabú a ojos de la sociedad, un estigma; como si no fuera más que una burda mancha en su expediente, algo que ocultar y de lo que avergonzarse. Las reacciones de Tig y Bobby eran la prueba fehaciente de ello, de la poca importancia que se le daba al bienestar psicológico y de lo ignorantes que podían llegar a ser algunas personas.
Sintió la mano de Michael en su hombro derecho, aunque no rompió el contacto visual con la matriarca de la familia Teller-Morrow en ningún momento. Sin embargo, no le costó imaginarse la sonrisa de orgullo que debía de haber asomado al semblante de su tío.
—Eso es muy admirable por tu parte —intervino Jax a la par que se inclinaba hacia delante para poder verla mejor—. El hecho de que quieras ayudar a los demás, y más si son niños —añadió, queriendo echarle un cable para que no se sintiera tan juzgada y fuera de lugar.
—Mucho, la verdad —confirmó Chibs—. Hace falta más gente como tú, Caity.
La susodicha sonrió en agradecimiento a las palabras de los dos hombres, aunque no tardó en retornar a una expresión neutral. Los años que había pasado en Belfast, en un ambiente tan diametralmente opuesto al de Charming, no solo la habían cambiado a nivel físico, sino también a nivel mental. Ahora lo sabía: el hecho de que, por mucho que lo intentase, jamás volvería a encajar —al menos no del todo— en el que había sido su refugio y santuario durante su infancia y pubertad. Ella ahora tenía su propia forma de pensar y de ver las cosas. Y realmente le asustaba que, después de todo por lo que había tenido que pasar para poder llegar hasta allí, el propio Charming dejara de sentirse como el único hogar que le quedaba.
Se llevó el cigarro a la boca y dio una profunda calada.
Catriona cerró los ojos, tratando de dejar su mente en blanco. Hacía aproximadamente una hora que la cena había llegado a su fin, lo que había provocado que la mayoría de los invitados se desplazaran al salón para poder pasar un rato tranquilo y ameno. Ella misma había estado acomodada en una de las butacas, escuchando y hasta incluso riendo con las peripecias del pobre Medio huevo. Pero había acabado saliendo al porche ante la acuciante necesidad de tomar un poco el aire y estar unos minutos a solas.
Sentada en el banco que había junto a la puerta de entrada, la muchacha profirió un lánguido suspiro. Si bien había sido su decisión acudir a aquella cena, una parte de ella no podía evitar arrepentirse de haberse dejado llevar por sus impulsos. En esos momentos podría estar en casa junto a Michael, viendo una película o simplemente charlando sobre cualquier banalidad. Pero, en lugar de eso, estaba allí; en una casa en la que no era del todo bienvenida.
El resto de la cena había transcurrido en medio de conversaciones animadas, risas contagiosas y un vaivén constante de copas llenas. Aunque Riona todavía se sentía juzgada por haber revelado su profesión. No tenía ni idea de si había nacido de él o si, por el contrario, había sido obligado por Jax o Chibs, pero Tig se le había acercado en el salón para pedirle perdón por sus mofas durante la cena. La única hija de Craig Dawson había aceptado sus disculpas sin ningún problema, consciente de lo que el alcohol podía llegar a hacer en las personas. Aunque su orgullo seguía estando herido.
Lo único positivo que había sacado de aquella última hora era que Gemma no había vuelto a dedicarle ninguno de sus comentarios ponzoñosos. Lo que sí había hecho, en cambio, era observarla en silencio, como si estuviera analizándola. Saltaba a la vista que no terminaba de fiarse de ella, que dudaba de que su inesperado regreso a Charming pudiera traerles algo bueno. Y, en cierto sentido, no podía culparla. De estar en su lugar, probablemente ella también se comportaría de un modo similar.
Fue entonces cuando la puerta se abrió de par en par, urgiendo a Catriona a virar la cabeza hacia su izquierda. El aire abandonó sus pulmones cuando la inconfundible figura de Raine cruzó el umbral y salió al porche, con el ceño fruncido y las mejillas arreboladas por el calor que hacía dentro de la vivienda.
Aún con el cigarrillo en su mano hábil, la castaña contuvo el aliento, como si así pudiera hacerse invisible y pasar desapercibida para la que había sido su mejor amiga de la infancia. Por desgracia para ella —y como era lógico—, aquello no funcionó. Raine giró el cuerpo al sentir una presencia a su derecha, y fue ahí que su fisonomía volvió a crisparse en un gesto adusto. Irritada por encontrarla allí fuera, la rubia dejó escapar una maldición e hizo el amago de ingresar de nuevo en la casa.
—Espera, Raine. —La voz de Riona apenas salió como un débil murmullo de sus labios, pero habló lo suficientemente alto como para que la mencionada pudiera oírla—. Tengo que hablar contigo —le comunicó, esta vez en un tono más firme.
El cuello de Raine dio un latigazo al encararla.
—El otro día te dejé muy claro que no quiero nada contigo —le espetó de malas maneras. Se había detenido frente a la puerta (que estaba entreabierta), con el brazo estirado hacia el pomo de latón—. Lo de esta noche no significa nada, ¿vale? Fue el idiota de mi hermano el que se tomó la libertad de invitarte.
La menor de los Teller empujó la puerta para terminar de abrirla, pero, una vez más, Catriona le impidió entrar en la vivienda. Esta última se apresuró a abrir su bolso y sacar algo de él.
—Esto es tuyo.
Aquellas tres palabras fueron suficientes para impedir que Raine volviera a cruzar el umbral. Esta arrugó aún más el entrecejo y centró toda su atención en lo que la castaña sostenía en su mano derecha. La cálida luz que desprendían los apliques que había anclados a la pared exterior —a ambos lados de la puerta de madera maciza— no era suficiente para que pudiera ver con claridad de qué se trataba.
—¿Qué es eso? —quiso saber.
Una oleada de alivio embargó a Catriona de pies a cabeza, haciendo que soltara todo el aire que había estado conteniendo. Apagó el cigarro y lo dejó en el cenicero de cristal que había cogido de la cocina, para finalmente ponerse en pie y avanzar un par de pasos hacia la que había sido su mejor amiga de la infancia. Si bien esta continuaba prácticamente pegada a la puerta, había retirado su mano del pomo.
—Sé que te he hecho mucho daño y que...
Raine chistó de mala gana y se cruzó de brazos.
—Ah, no. No empieces otra vez —la interrumpió.
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La más joven bajó la mirada y apretó los labios en una fina línea blanquecina. Lo que había sacado de su bolso era ahora sujetado por sus dos manos. Aquel cambio de ángulo le permitió a Raine percatarse de que parecían... ¿Cartas? Decenas de ellas, a juzgar por el grosor del taco.
—Me fui a Belfast y... Y desaparecí por completo de tu vida —prosiguió Catriona luego de unos instantes más de mutismo. Incluso se aventuró a alzar de nuevo la mirada, clavando sus orbes azabache en los celestes de su compañera—. Al principio manteníamos el contacto a través de llamadas telefónicas y cartas. Pero, un día, todo eso se acabó. —Le dolía tanto hablar de ello, reconocer lo mal que había hecho las cosas y lo poco que se había molestado en tratar de buscar una solución, que realmente se creía merecedora del odio que Raine le profesaba. No obstante, necesitaba darle una explicación; contarle el porqué de todo. Sentía que se lo debía.
—¿Vas a decirme algo que no sepa? —farfulló la rubia, hastiada—. Es que... Madre mía, pero qué narices estoy haciendo —continuó rezongando, aunque más para sí misma que para Riona.
Sus pies volvieron a moverse, poniéndola un paso más cerca del interior de la casa, pero una mano la mantuvo retenida en el porche. Los ojos de Raine bajaron de inmediato a su antebrazo izquierdo, que era sujetado por Catriona. No tardó ni un segundo en zafarse de su agarre, dejándose dominar por la rabia y el rencor que la corroían por dentro. Giró sobre su propio eje para poder quedar cara a cara con la castaña y acortó la distancia que las separaba con aire amenazante. Era más alta que ella, y también imponía muchísimo más con una simple mirada.
Entonces Raine abrió la boca con la intención de advertirle de que no volviera a ponerle la mano encima, pero Riona fue mucho más rápida:
—Estas son las cartas que te escribí durante todo un año. —Aquello causó cierta confusión en la menor de los Teller, cuyas amenazas murieron en su garganta—. Aquellas que nunca llegaron a ti, su destinataria, porque mi madre lo impidió —reveló finalmente Catriona tras aspirar una trémula bocanada de aire—. Te seguí escribiendo incluso cuando no recibía respuesta. Incluso cuando pensaba que ya no querías saber nada más de mí —explicó con la voz algo tomada a causa de la represión de emociones—. Te... Te escribí cada semana durante todo un año. Sin saber que era mi madre la que se estaba encargando de romper el contacto entre nosotras.
Raine se quedó paralizada, con una mueca de auténtica sorpresa contrayendo sus rasgos faciales. La arruga vertical que se había instalado entre sus cejas debido a su enfado había desaparecido sin dejar rastro, al igual que el brillo desdeñoso que había empañado su mirada. Riona, por su parte, tuvo que parpadear varias veces seguidas para poder ahuyentar las lágrimas que amenazaban con desbordarse por sus mejillas.
—Hasta que un día dejé de hacerlo —continuó diciendo la más joven sin poder disimular un timbre atribulado en la voz—. Porque el simple hecho de pensar que me habías abandonado era una maldita tortura. —Una traicionera lágrima resbaló por su pómulo derecho—. No fue hasta dos años después que encontré las últimas cartas que me enviaste... Aquellas que mi madre se encargó de guardar a buen recaudo para que no pudiera saber de su existencia. Y fue ahí que lo comprendí todo.
Catriona se sorbió la nariz y se secó la mejilla con el dorso de la mano. Tenía tantas razones para estar molesta con su progenitora, para haberse alejado de ella y de su aura manipuladora y controladora... Pero aquello era algo que jamás le perdonaría: el haberla engañado cuando apenas era una cría, haciéndola creer que su mejor amiga —y hasta incluso su tío— se había olvidado de ella. Puede que readaptarse a Charming estuviera siendo más duro de lo que había imaginado en un principio, pero, ahora que estaba manteniendo aquella conversación con Raine, tenía claro que marcharse de Irlanda del Norte era lo mejor que podía haber hecho.
—Así que esto te pertenece —repitió Riona, quien se había forzado a recuperar la compostura. Se aclaró la garganta y dejó las cartas (que había agrupado con varias gomas elásticas) en el banco, temerosa de que la menor de los Teller las rechazara si se las entregaba directamente—. Es normal que me odies. Yo también lo haría de estar en tu lugar —apostilló una vez que hubo restablecido el contacto visual con Raine—. Pero sigues siendo mi mejor amiga, mi hermana. Eso no ha cambiado.
Sin nada más que decir, Catriona se tragó sus propias lágrimas y, con el bolso pegado a su pecho, dejó atrás a la rubia e ingresó nuevamente en la vivienda.
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· INFORMACIÓN ·
— ೖ୭ Fecha de publicación: 06/10/2024
— ೖ୭ Número de palabras: 3095
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· NOTA DE LA AUTORA ·
¡Hola, hijos e hijas de la anarquía!
Madre mía, cuánta tensión *o* A la pobre Catriona le ha tenido que sentar mal hasta la cena, porque tela marinera x'D Entre las burlas de Tig (y las risas de Bobby), los comentarios ponzoñosos de Gemma y las miradas asesinas de Raine, la pobrecita mía lo ha pasado fatal =/
Que, a todo esto, ¿qué os ha parecido esa charla sobre psicología y psiquiatría? Porque, si bien ahora todo el tema de la salud mental está empezando a visibilizarse y a normalizarse, hace unos años era algo de lo que prácticamente no se hablaba. Disfruté mucho escribiendo este capítulo precisamente por eso. De hecho, confieso que me dejé poseer por Riona mientras redactaba sus líneas de diálogo y profundizaba en sus pensamientos xP Aunque, al menos, tanto Jax como Chibs le han echado un cable. Si es que esos dos son un amor =')
Por otro lado, la segunda escena ha sido igual de tensa (o puede que hasta incluso más) que la primera. ¡Por fin hemos descubierto qué era lo que Catriona llevaba en el bolso! Y también nos hemos enterado de hasta dónde ha sido capaz de llegar Kerra con tal de cortar lazos con Charming. ¿Qué pensáis al respecto? ¿Os esperabais que Kerra hubiese sido la causante de que Riona y Raine hubiesen dejado de hablar? ¿Esto hará que nuestra rubia favorita se tranquilice un poco y decida darle una segunda oportunidad a Catriona? Contadme, contadme, que estoy deseando leeros uwu
Y poco más tengo que decir, la verdad. Espero que os haya gustado el capítulo y que hayáis disfrutado la lectura. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)
Besos ^3^
P.D.: tengo un canal de difusión de WhatsApp en el que hablo de mis historias, comparto adelantos, hago recomendaciones y encuestas, doy consejos de escritura y edición... Si queréis uniros, decídmelo y os paso el link :3
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