𝟬𝟵. ❛ MIND READER ❜
↷⋅⋅⋅ ♡! 🥀 ⌇CAPÍTULO 09. . .
❪ lector de mentes ❫
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❴ 𝔄𝔳𝔢𝔯𝔶 ❵
POR MÁS QUE LO INTENTABA, LA "HISTORIA DE TERROR" DE JACOB SOBRE LOS VAMPIROS, HOMBRES LOBO Y BRUJAS NO SALÍA DE MI MENTE.
Aquello había sido lo único que necesitaba para confirmar mi teoría sobre que algo raro sucedía con los Cullen, y que mi familia sabía sobre eso. Y no pensaba quedarme de brazos cruzados.
—¿Conocen la leyenda de los Quileutes? —pregunté esa noche durante la cena.
Enseguida un silencio cayó sobre el comedor, Mark tosió y mi padre miró a mi madre con una expresión de "Te lo dije".
—No mucho —respondió ahora mirándome—. ¿Por qué?
—Curiosidad —respondí simplemente—. ¿Sabían que... que también hay una "leyenda" sobre las brujas? —dije tratando de sonar misteriosa.
—Avy, no se habla de eso en la mesa —mi madre dijo negando.
—Si, lo sé. Pero-
—Tu padre responderá tus preguntas después —me interrumpió con tono severo—, ahora termina tu cena.
Resoplé, mirando de reojo a Mark que desvió la mirada al instante, y seguí comiendo.
Dormí sin sueños aquella noche, siendo incapaz de pensar en nada más que no fuera Edward Cullen, el famoso tratado o las "historias de terror" que Jacob nos había contado a Bella y a mi horas atrás.
¿Podían ser vampiros los Cullen?
Bueno, eran algo. Y lo que empezaba a tomar forma delante de mis ojos incrédulos excedía la posibilidad de una explicación racional. Ya fuera uno de los fríos o se cumpliera mi teoría del superhéroe, Edward Cullen no era... humano. Era algo más.
Así pues... tal vez. Ésa iba a ser mi respuesta por el momento.
Y luego estaba la pregunta más importante. ¿Qué iba a hacer si resultaba ser cierto? Porque, de ser así, eso significaría que los Cullen y mi familia eran enemigos. Y eso explicaba la actitud de mi padre hacia ellos.
Me invadió de repente una desesperación tan agónica cuando consideré esa opción.
🥀
POR SEGUNDA VEZ DESDE MI LLEGADA A FORKS, ME DESPERTÓ LA BRILLANTE LUZ DE UN DÍA SOLEADO.
Me levanté de un salto y corrí hacia la ventana; comprobé con asombro que apenas había nubes en el cielo, y las pocas que había sólo eran pequeños jirones algodonosos de color blanco que posiblemente no trajeran lluvia alguna. Casi hacía calor y apenas soplaba viento.
Al bajar la sala estaba sola, mi padre tal vez en su oficina, mi madre aún durmiendo y Mark probablemente aún arreglándose para el instituto. Así que desayuné sola en la isla de la cocina. Un par de minutos después terminé mi desayuno y Mark bajó las escaleras y pasó de largo tomando una manzana. Grité una despedida a mi padre quien me respondió de la misma manera deseándome suerte, y luego salí de casa para subir al coche de Mark.
Al llegar al instituto Mark estacionó el coche y se despidió para luego entrar al edificio. Por mi parte fui hacia los bancos del lado sur de la cafetería, donde Bella estaba junto a Jessica en una mesa.
—Buenos días —saludé a ambas dejando mi mochila a un lado y tomando asiento junto a Bella. Jessica respondió mi saludo, sin embargo, Bella sonrió a medias y se alejó un poco de mi, dejándome confundida.
Miré a mi alrededor, buscando entre todo el mar de gente alguna cara conocida. O eso quería creer yo, pues sabía perfectamente que estaba buscando a Edward.
—No está aquí —escuché la voz de Jessica, por lo que me giré a ella. Sonreía un poco.
—¿Quién?
—Cuando hay buen clima los Cullen desaparecen —dijo en respuesta.
—¿Y no van a la escuela? —a mi lado, Bella preguntó interesada.
—No. El doctor Cullen y su esposa los llevan a acampar —respondió Jessica con los ojos cerrados—. Intenté eso con mis padres y no funcionó —dijo, soltando una risita.
—¡Chicas! —Ángela llegó, sentándose a mi lado—. Voy a ir al baile con Eric. Yo lo invité, ¡y dijo que si! —contó emocionada.
—Felicidades —dije, sonriéndole. Ella me sonrió de vuelta.
Bella la felicitó también y Ángela le dio un abrazo, sonriendo.
—¿Enserio tienes que salir de la ciudad?
Me giré hacia Bella en cuanto Ángela dijo aquellas palabras.
—¿Saldrás de la ciudad? —pregunté con el ceño fruncido, pues Bella nunca me había dicho nada.
—Uhm, si. Un asunto familiar —balbuceó sin mirarme a los ojos.
Me quedé en silencio observándola mientras Bella huía de mi mirada. Ella estaba actuando raro, era más que obvio. No se acercaba a mi y no me sostenía la mirada por más de dos segundos. Y creía tener una idea del por qué actuaba así.
—Okey. Hay que ir de compras a Port Angeles porque sino se acaban los vestidos —Jessica dijo, mirándonos—. Avery, ¿irás al baile?
—Si —asentí—. Iré con ustedes, también necesito un vestido —dije, levantándome justo cuando la campana sonó indicando el inicio de las clases.
—¿A Port Ángeles? —Bella dijo interesada—. ¿Puedo ir?
—¡Claro! Necesitaré tu opinión —Ángela dijo sonriendo.
🥀
EL FIN DE SEMANA, JESSICA PASÓ POR MI PARA IR A PORT ANGELES.
La saludé al subir, notando que Bella y Ángela ya estaban sentadas en los asientos traseros.
Port Angeles era una hermosa trampa para turistas, mucho más elegante y encantadora que Forks, pero Jessica y Ángela la conocían bien, por lo que no planeaban desperdiciar el tiempo en el pintoresco paseo marítimo cerca de la bahía. Jessica condujo directamente hasta una de las grandes tiendas de la ciudad, situada a unas pocas calles del área turística de la bahía.
En ese momento estábamos en la sección de ropa juvenil, examinando las perchas con vestidos de gala. Bueno, solo Jessica, Ángela y yo, ya que Bella estaba sentada en una silla al lado de la ventana escribiendo algo en una libreta.
—¿Qué opinas de este? —Ángela preguntó, mirándose en el espejo, luciendo un vestido color lila largo de tirantes—. ¿Es mi color?
—Definitivamente —asentí, mientras analizaba el vestido que me había probado—. Miren este, ¿no es demasiado? —me giré hacia ellas.
El vestido era rojo, con escote en V, de tirantes gruesos. Era pegado de la cintura y largo con una abertura en la pierna izquierda, e iba a juego con unos guantes blanco.
—Para nada —Jessica dijo distraídamente, probándose un vestido rosa que, según sus palabras, realzaba sus pechos.
Se escucharon unos golpes en el cristal de la ventana, y al girarnos vimos a un grupo de chicos pasar sonriéndonos y diciendo cosas obscenas.
Ladeé la cabeza y sonreí de manera sarcástica, enojada e incómoda. Reí entre dientes y les mostré el dedo medio.
—Eso es incómodo.
—Es asqueroso —Bella murmuró, aún con la vista fija en su libreta.
—Bella, ¿qué opinas? —Jessica preguntó a mi prima, girándose a ella—. ¿Si?
—Te queda bien —respondió, apenas levantando la mirada de su libreta.
—Eso dijiste sobre los otros.
—Es que todos me gustan —se excusó, aunque era obvio que no estaba poniendo atención.
—Bien —resoplé—. Es obvio que no te interesa esto. Entonces, ¿qué es lo que quieres?
—Solo quiero ir a una librería —dijo—. Regreso en un rato.
—Como quieras —encogí los hombros y me giré nuevamente al espejo.
Bella tomó su mochila y se despidió de nosotras prometiendo no tardar mucho.
Seguí probándome vestidos, aunque no me decidía por ninguno, pues todos me habían gustado. Tomé unos tacones negros, mientras Ángela miraba la etiqueta de precio de unos tacones plateados.
—No lo sé —murmuró indecisa—. Me gustan. Combinan con el vestido, pero...
—Llévalos —dije, mientras tomaba el vestido rojo que me había probado antes—. Yo lo pago.
—Oh, no. No podría —Ángela negó rápidamente, sonrojada.
—Insisto —me giré y le sonreí amablemente—. ¿Cuál? —pregunté, mostrándole el vestido rojo y otro negro de tirantes, largo con una abertura en la pierna y pegado de la parte de arriba—. ¿Ambos?
—Los dos son lindos —Jessica dijo sin dejar de verse al espejo.
—Ambos entonces —sonreí satisfecha y tomé los vestidos junto a mis tacones y los de Ángela. Fui a la caja y saqué la tarjeta de crédito que mi padre me había dado antes de salir.
Habíamos planeado ir a cenar a un pequeño restaurante italiano junto al paseo marítimo, pero la compra de la ropa nos había llevado menos tiempo del esperado. Jessica y Ángela fueron a dejar las compras en el coche, pero yo fui a buscar a Bella, pues ya había tardado y debíamos irnos.
Fui a la librería más cercana, no fue difícil encontrarla, sin embargo, Bella no estaba ahí. Le llamé un par de veces, pero ninguna contestó. Resople y decidí regresar con Jessica y Ángela, con la esperanza de que mi prima ya estuviese con ellas.
Anduve entre las calles, llenas por el tráfico propio del final de la jornada laboral, con la esperanza de dirigirme hacia la bahía. Caminaba sin saber adonde iba porque nunca desde que había llegado a Forks había estado aquí y no sabía cómo ubicarme.
Me costó un par de minutos y varias calles recorridas darme cuenta de que caminaba por la dirección equivocada, pues no había visto ninguna de las tiendas ubicadas por el lugar.
Al doblar por una esquina vi dos siluetas, y conforme avanzaban me di cuenta de que eran unos hombres. Me giré rápidamente y regresé por donde había venido, lamentablemente, habían ahí dos tipos más.
—¡Pero miren quien está ahí! —gritó uno de ellos a mis espaldas, pero mantuve la cabeza gacha y doblé la esquina con un suspiro de alivio. Aún les oía reírse ahogadamente a mis espaldas.
Seguí mi camino, sin embargo, me siguieron de cerca hasta que me vi acorralada por los cuatro.
—Oye, que linda —dijo uno con una sonrisa desagradable, mirándome de arriba a abajo.
—No tengo tiempo para estupideces —lo hice a un lado, pasando de largo. Escuché unas carcajadas.
—No seas así, preciosa —se burló otro, tomándome de la muñeca e impidiendo que me alejara más.
—Suéltame —dije entre dientes y ellos rieron. Jalé bruscamente el brazo obligándolo a soltarme—. Largo de aquí antes de que les parta la cara, idiotas —siseé, volvieron a reír.
Uno de ellos me tomó de la cintura. Me di la vuelta bruscamente y mi puño impacto contra su rostro tan fuerte que cayó hacia atrás al tiempo que se escuchaba el crujido de su nariz al romperse. Gritó de dolor, mientras los otros tres se quedaban atónitos, pues el chico había caído a no menos de dos metros de donde estaba antes.
Súbitamente, unos faros aparecieron a la vuelta de la esquina. El coche casi atropelló a uno de los hombres, obligándole a retroceder hacia la acera de un salto. Retrocedí torpemente y por un momento creí que el auto iba a atropellarme, pero, de forma totalmente inesperada, el coche plateado derrapó hasta detenerse frente a los hombres. La puerta del auto se abrió y la persona menos esperada salió de este.
Edward.
—Súbete —ordenó con voz furiosa, sin despegar su vista de los cuatro hombres.
Fue sorprendente la repentina sensación de seguridad que me invadió en cuanto oí su voz. Quise replicarle que podía cuidarme sola, pero no quería ser maleducada. Obedecí y caminé al coche, abrí la puerta del asiento de copiloto y entré a este.
Desde adentro observé cómo Edward se acercaba a los hombres y como uno de ellos le decía algo solo para luego retroceder asustado.
Edward regresó al auto y entró cerrando de un portazo. Los neumáticos chirriaron cuando rápidamente aceleró y dio un volantazo que hizo girar el vehículo hacia los atónitos hombres de la calle antes de dirigirse al norte de la ciudad.
—Quiero volver y arrancarles la cabeza a esos tipos —dijo tenso, apretando el volante con fuerza.
—Creo que yo también —balbuceé.
—No sabes las cosas repulsivas que pensaban —dijo entre dientes.
—Pude saberlo —dije, desviando la mirada a la ventana.
—¿Podrías hablar de otra cosa? Distráeme para que no regrese —dijo de mal humor.
—Eh... —me quemé la cabeza tratando de pensar en algo—. Compré dos vestidos —dije lo primero que se me vino a la mente—. Es que ambos me gustaron y no me decidí por uno, entonces compré los dos.
Me puse el cinturón de seguridad, escuchando la risa de Edward.
Siguió conduciendo a gran velocidad cuando estuvimos bajo las lámparas, sorteando con facilidad los vehículos más lentos que cruzaban el paseo marítimo. Aparcó en paralelo al bordillo en un espacio que yo habría considerado demasiado pequeño para el Volvo, pero él lo encajó sin esfuerzo al primer intento. Miré por la ventana y vía Jessica y Angela que acababan de salir del restaurante de comida italiana. Y como no, también estaba Bella.
—¿Cómo sabías dónde...? —comencé, pero luego me limité a sacudir la cabeza. Oí abrirse la puerta y me giré para verle salir.
Me peleé con el cinturón de seguridad y cuando lo quité estaba por abrir la puerta, pero esta se abrió antes. Edward estaba parado abriendo la puerta para mi.
Que lindo, pensé mientras salía del coche. De reojo lo miré sonreír y desviar la mirada a cualquier otro lado.
Me acerqué a Jessica, Ángela y Bella. Esta última frunció el ceño al ver hacia atrás y notar a mi acompañante.
—Hola. Oigan, lo siento —dije mientras Ángela y Jessica se deban cuenta de mi presencia.
—¿Donde estabas? —preguntó Ángela.
—Bella llegó enseguida de que tú te fuiste —dijo Jessica—. Te estuvimos esperando, pero teníamos hambre así que-
Sentí una mano en mi hombro, y al girarme vi a Edward parado a un lado de mi.
—Lamentó haber retrasado a Avery —dijo sonriendo y mirándome de reojo, sin quitar su mano—. Nos encontramos y conversamos un rato.
—No. Nosotras lo entendemos —Jessica dijo con una risita, acomodándose el bolso en el hombro—. Eso pasa, ¿cierto? —las miré raro, mientras Jessica reía y Ángela sonreía con timidez—. Uhm, nosotras ya nos íbamos.
—Quiero asegurarme de que Avery coma algo —Edward dijo deteniéndonos—. Yo la llevaré a casa.
—Bueno, es que mis cosas están en el coche de Jessica —dije con duda.
—No te preocupes, Bella las guardará —Jessica dijo rápidamente. Me guiñó un ojo y después jaló a Bella para que las tres se fueran—. ¡Hasta mañana!
—Adiós —dije confundida, viéndolas alejarse. Las tres voltearon rápidamente a vernos y después se fueron. Escuché las risitas de Jessica y Ángela—. Raro —murmuré mientras seguía a Edward hacia la puerta.
Al entrar, no me fue imposible notar el brillo de los ojos de la mujer que nos recibió mientras evaluaba a Edward. Le dio la bienvenida con un poco más de entusiasmo del necesario. Me sorprendió lo mucho que me molestó aquello.
La mujer nos llevó a una mesa, sin apartar su mirada de Edward. Después de atendernos Edward le agradeció con una diminuta sonrisa, casi nada notable, pero que aún así que la dejó sin aliento.
—¿Tienes que hacer eso todo el tiempo? —resoplé, sentándome en la silla frente a él.
—¿Hacer que? —preguntó confuso.
—Deslumbrarla —respondí como si fuese lo más obvio del mundo—. La pobre debe estar en la cocina hiperventilando.
Me miró confundido.
—Vamos, hombre —le dije alzando una ceja—. Tienes que saber el efecto que produces en los demás.
Ladeó la cabeza con los ojos llenos de curiosidad: —¿Los deslumbro?
—¿No te has dado cuenta? ¿Crees que todos ceden con tanta facilidad?
Ignoró mis preguntas.
—¿Te deslumbro a ti?
—Normalmente —admití encogiendo los hombros—. ¿No vas a comer nada? —pregunté cuando el no respondió y solo se quedó mirándome.
—No, porque mi dieta es estricta —dijo después de un rato.
—Como sea —encogí los hombros y empecé a comer—. ¿Como es que sabías que estaba ahí?
—No lo sabía —respondió simplemente. Alcé una ceja—. Es que —suspiró—, siento que debo protegerte, ¿comprendes?
—¿Estabas siguiéndome? —pregunté con duda.
—No. Bueno, eh... Iba a guardar mi distancia, por si necesitabas mi ayuda, pero oí lo que esos miserables pensaban y-
—Espera, espera —interrumpí, confundida—. ¿Oíste? ¿Lees la mente? ¿Eres como un... —dudé un poco, Edward negó.
—Leo todas las mentes en este lugar —dijo suspirando—. Pero, tú eres diferente.
—¿Eso que significa?
—Es que... a veces puedo leerte, y a veces no. Mira... —señaló a una mujer—. Sexo, dinero, sexo, gato —fruncí el ceño ante lo último—. Y luego tú, estás pensando que eso es raro.
Si, eso hacía. Y de repente al escuchar aquello me sentí como si estuviese de alguna forma desprotegida.
—Pero ahora —continuó—, nada. No puedo saber lo que piensas ahora.
—¿Eso es malo? —pregunte dudosa.
—Es frustrante —murmuró mirando a la mesa.
Permanecí sentada en silencio, confusa, llena de pensamientos incoherentes, con las manos cruzadas sobre el vientre y recostada lánguidamente contra el respaldo de la silla.
No sabía que decir o que pensar. Me resultaba raro, pero no imposible. Tenía una idea del por qué Edward no podía leer mi mente a veces si y a veces no, pero me quedé callada. Me pregunté si debería preocuparme por el hecho de que me siguió, y sabía que si, pero eso no era lo que más me inquietaba ahora, sino el hecho de que había admitido de podía leer mentes. Y que podría descubrir lo que yo tanto me había esforzado en ocultar.
Finalmente alzó la vista y sus ojos buscaron los míos, rebosando sus propios interrogantes.
Suspiré. Edward me oyó, y me miró con curiosidad. Yo clavé la mirada en la mesa, muy agradecida de que pareciera incapaz de saber lo que pensaba.
—Es que... —murmuró después de lo que a mí me pareció una eternidad—, ya no tengo la fuerza para estar lejos de ti, Avery.
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