Cae la noche.

El sonido sordo de la soledad envuelve.
Mas sin embargo, la tribulación no se aleja de su mente.
Un llamado de mil voces que gritan en su oído, con locura...
Gritan el nombre de una consciencia desfalleciente.

Las voces ríen, burlonas.
Saben, como ella, que ha perdido la apuesta.
Saben que sus últimos esfuerzos son en vano.
Y ella también sabe. Sabe que, a pesar de todo...
Jamás llegará la respuesta.

Las horas pasan y la noche cae.

Y con ella, incrementa el frío implacable.
Está atrapada de nuevo en el miedo y la pesadilla.

Grita sin voz, el dolor la estremece.
Suplica para que termine el suplicio que padece.
Llora ante el terror conocido que la invade a flor de piel.
Porque desde que era un ser sin memoria...
Ha vivido presa del macabro carrusel.

Se le pierde la voz, respira agua.
El llanto no sale de su expresión lacrimosa.
Atrapada en la roca, se deshace con el roce de la arena.
Mil años de anoxia entran y salen de sus pulmones.
Nadie nunca sabe lo que ha pasado.
Las voces ríen, victoriosas.

Cae la noche. Y con ella el silencio.
Termina el tiempo, y todo ha perdido el sentido.
No tiene caso mentirse:
Las promesas vanas se alejan con el viento.
Cuando se enteren...
se habrá desvanecido por sí misma, sin tiempo.

Cae la noche y espera.
Solo espera, sabiendo que esta oscuridad ahora es eterna.
Espera en silencio al que se lleve el último de sus suspiros.
Espera, mientras le tiende los brazos a la figura sin rostro.
Saludando rendida, a esa soledad vacía.

Y en ese momento, sale el sol.
Demasiado tarde.