Esta mañana, me levanté con una extraña sensación. La sensación de que va a ser un día diferente a los demás; o tal vez lo digo por porque dejé la ventana abierta y me llegó una corriente fría que recorrió todo mi cuerpo, pues había tirado mis sábanas mientras estaba dormida. Inmediatamente me levanté a cerrarla.

Luego de haberla cerrado, me dirigí hacia el baño de mi cuarto para lavarme la cara. Tomé la toalla que se encontraba en el toallero junto al espejo cuadrado que está sobre el lavabo.  Recogí las gotas que aún permanecían sobre mis mejillas, cejas, nariz, sobre toda mi cara.

Levanté la cabeza y me quedé mirando ricamente mi reflejo.

Lo que veía en en espejo era muy diferente a lo que yo veía en realidad. En el espejo, vi a una niña de doce años con una peluca de cabello humano real que, probablemente le pudo pertenecer a una mujer (o a un hombre, creo que... No estoy segura) que es (o era, también puede ser) un miembro de la comunidad LGBTQ+.

Pues mi peluca tenía el cabello de color castaño con unas cuantas luces rubias, y las puntas estaban pintadas con los colores del arco iris. De izquierda a derecha (si me vieran por la espalda con la peluca puesta, obviamente) tenía una parte pintada de color rojo, otro pedazo de puntas de color naranja, otras estaban amarillas, otras verdes, y así hasta formar un arco iris en la parte inferior de la cascada que formaba mi cabello.

Y mientras en el espejo veía ese reflejo mío, yo veía otra cosa. Veía a una niña la cual había vivido una niñez de ensueño. Tenía a mis padres. Pasé muchos momentos con ellos, momentos que ya casi había olvidado por completo. Y todo lo bello que tenía lo perdí cuando una tarde de verano (cerca de mi cumpleaños, para variar), caí desmayada en un paseo por el Hermann Park, y no fue hasta el momento en el que desperté en un hospital en el que supe que algo no andaba bien.

Lo que en verdad veía en ese espejo, era un alma atormentada internamente por el hecho de no saber si viviría la siguiente mañana, y también por toda la presión que ahora era para sus padres. Y a pesar de todo eso, lo que más notaba en ese reflejo, era que ya no parecía que esa alma que pudiese ser feliz.

Y mientras yo me contemplaba en el espejo, algo me interrumpió. Fue el sonido de mi madre, tocando mi puerta con sus dedos.

—Hola, amor —dijo mamá—. Ya está listo el desayuno.

No respondí nada al principio. Había quedado pasmada por la repentina aparición de mi madre en el pasillo