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La guardería

El principio fue peor de lo que imaginé. Ya que Penny, bajo órdenes del lugar, en caso de que un niño se extravíe (esa fue la norma que usó como lo más similar a la situación en la que se encontraba) no debía dejarlo en un lugar sin supervisión. Que tristemente, era mi caso.

Estuve en la silla giratoria un buen rato. Primero, girando en la silla sobre su propio eje casi diez minutos; segundo, estuve contando cuántos doctores y enfermeras usaban lentes y  cuántos no (14 sí. 21 no). Después estuve jugando unos cuantos movimientos de la partida de solitario que tenía Penny en su computadora.

A decir verdad, el tiempo parecía ser más lento de lo que era. Y parecía volverse eterno para que llegara a las 10:15 a.m. Esa es la hora de descanso de Penny, la única que podía usar para llevarme a buscar al Sr. Peterson y preguntarle sobre los chicos que fueron a buscarlo.

Pensé que jamás llegaría el momento, pero llegó antes de lo que había previsto (indirectamente, pero claro).

Mientras Penny estaba atendiendo a uno de todos los rostros que ya se me hacían repetitivos por los pasillos del edificio, yo estaba sentada a una de las salidas del mostrador mirando a los que pasaban. Y al fondo del pasillo, estaba la guardería.

«Tan cerca, pero a la vez tan lejos» Diría nuevamente la persona que dijo esa frase tan célebre.

Miraba al fondo del pasillo, contemplando el letrero que estaba sobre la puerta, y que dice «Guardería» en letras de colores sobre un fondo (que seguramente diseñaron los niños de esa misma guardería) muy colorido.

No contemplaba ninguna otra cosa, hasta que vi unas sombras muy familiares salir por el otro lado del pasillo. Era un grupo de chicos y chicas que iba cruzando.

Primero pensé que eran los mismos que había visto, pero no tenía nada para comprobarlo; además, los rayos de luz que atravesaban el tragaluz me distorsionaban las imágenes. Y no fue hasta el momento en el que oí el eco de una voz muy suave y encantadora que provenía de allí. Era la voz del chico.

No podía creerlo. Había vuelto.

Iba acompañado con los mismos que iban con él la otra vez. Y todos llevaban batas, gafetes de identificación y una pluma innecesaria en el bolsillo del pecho de sus batas.

¿Eran doctores? ¿Serían visitantes? ¿Qué serían, y qué harían en el centro de salud? Pero mis respuestas no se respondieron, ni siquiera con el momento en el que los vi a todos entrar a la guardería.

Tenía que saber más, así que me asomé discretamente al interior del mostrador, y vi a Penny atendiendo aún a un visitante. Y de forma atrevida, me lancé al pasillo y me arrastré por el suelo a una distancia a la que Penny no pudiera verme a simple vista.

Luego de eso, me levanté y fui hacia la entrada de la guardería.

Al haber llegado a la entrada, me asomé ligeramente para verlos a todos. Y para mi sorpresa, todos los chicos estaban siendo los juguetes de todos los niños de 5 y 6 años. En cambio, las chicas estaban recostadas las paredes pintadas de la guardería. Una se estaba riendo y la otra solamente se acomodaba los lentes.

—¡Por qué hacemos esto! —reclamaba el chico con el cabello blanco.

—Perdiste en el «Piedra, papel o tijeras» —explicó la chica de la tez morena—. No te quejes, y cuidado, que los niños te van a patear ahí —lo señaló por un momento, y luego soltó una carcajada.

Yo sonreí un poco por lo gracioso que fue su comentario.

Quería quedarme ahí el tiempo que estuvieran en la guardería, pero tuve que entrar, ya que Penny se dio cuenta de mi ausencia y salió del mostrador.

Así, entré lentamente a la guardería. Había un pequeño corredor que daba a la habitación, y me detuve un poco antes para que los demás no me vieran. Por desgracia, la sombra de Penny se acercaba cada vez más a la guardería.

Y sin otro remedio, me adentré de sorpresa a la guardería. Y sin fijarme en los demás, me lancé a un sillón puff que había junto a la ventana que mostraba la calle.

Las únicas personas que repararon en mi presencia fueron las dos chicas que estaban con las espadas recargadas en las paredes. Los chicos, aún continuaban lidiando con esas pequeñas criaturas.

Me acomodé lo mejor que pude detrás del sillón. Asomé la mirada a la entrada de la guardería, y luego la desvié hacia la chica morena, que era la que se enfocaba más en mi repentina aparición. Iba a decirme algo, cuando de repente apareció otra persona.

Era Penny. Como sabía que la guardería era el lugar al que debía ir y estaba más cerca para mí, no le tomó tanto tiempo ir a buscarme allá.

Ella le preguntó a las chicas (que eran las únicas que estaban desocupadas) si me habían visto. No precisamente se refirió a mí, sino que ella dio una breve descripción sobre mi apariencia.

La chica morena se puso sobre las puntas de sus pies. Una indirecta para mí por el hecho de que ella ya me había reconocido.

Esperaba que no dijera nada, y que tampoco lo hiciera la chica de lentes. Y para mi fortuna, la chica del entes no dijo ni una palabra. Pero sobre la otra chica, tampoco la escuché decir algo.

Me quedé un tiempo escondida detrás del sillón.  Y después de eso,  impaciente por salir me asomé por uno de los bordes rugosos del sillón para ver si aún estaba Penny.

Ya no estaba. Solamente la chica de lentes y la de tez morena que me continuaba observando.

Aliviada y sin riesgo, salí de mi escondite y me dirigí hacia la chica que me cubrió.

—Gracias por cubrirme —le dije.

—¡No hay de qué! —respondió, con una voz dulce y suave—. Yo bien sé lo que es escapar de los problemas.

Quise fijarme en eso, pero asumí que era un tema innecesario. Me volví hacia la chica de los lentes, que no hizo algo similar. Y algo ofendida por su indiferencia, busqué con mis ojos algún gafete de presentación. Hasta que por fin lo había encontrado colgado en uno de los bolsillos inferiores de su bata, y decía «Christina» en rotulador negro.

La chica morena volvió hacia ella, y dirigió hacia su compañera una mirada de decepción.

—¡Por favor Christie! —reclamó la chica—. Pensé que habías prometido hablar más con las personas.

—Cuando yo necesite algo de ella —respondió Christie—, le voy a dirigir la palabra. Mientras tanto, tengo que ver algo más sobre el cálculo de nuestras horas; así que necesito concentrarme, Blake.

«Blake», que ese era el nombre de la otra chica, hizo un círculo con sus ojos y volvió a dirigir la mirada hacia mí.

—Ignorala —me sugirió—. Ella no es así siempre.

Sabía el tipo de personas que eran como Christie. Que se creen superiores a los demás. Piensan que son los más listos de todos. Se burlan a propósito o de forma indirecta hacia los demás. En resumen, son versiones de Sheldon Cooper; ya sean menos o mucho peor que eso. Y para hacérselo notar a la confiada de Blake, levanté una ceja para que lo supiera.

Ella lo captó al instante. Parecía que nos llevaríamos bien las dos, pero no podía decir lo mismo de Christie.

Íbamos a continuar charlando, hasta que las risas y los gritos de los niños se volvieron tan estridentes que nos ensordecían.

—Necesitamos algo de ayuda, por favor —pidió uno de los chicos.

Era el chico con el que había chocado en el corredor. Quería ayudarlo, pero no quería dar una mala imagen. Así que comencé preguntando qué había pasado, y cómo ellos habían terminado ahí.

No fue directamente a la explicación. Primero; me indicó los nombres de cada uno de ellos. El chico de cabello blanco es «Max». El del cabello rizado se llama «Tristan». Y por último, el chico por le que había vuelto, que se llama «Ryan».

Luego, me explicó que a ellos les habían encargado cuidar a los niños de la guardería, ya que la Sra. Winotzki (la mujer que cuida a los niños) había pedido sus derechos de incapacidad por 1 mes, pues se había fracturado una pierna. También que ninguno de ellos quería hacer el trabajo, y que eligieron a los que lo harían por un juego de «Piedra, papel o tijeras (del que ella había hablado mientras yo los escuchaba por el pasillo).

Se veía por qué ninguno quería hacerlo. Eran terribles con los niños. Yo no lo era, y podía ayudarlo con eso.

—Puedo ayudarlos —les dije.

Ryan escuchó mi voz, y con algo de esfuerzo salió de la montaña de niños en la que él y sus amigos estaban sepultados. Se me acercó para verificar si lo que dije no fue una alucinación, a lo que yo le aclaré que no lo era.

Me acerqué al grupo de niños que tenía acorralados a Max y a Tristan. Aplaudí tres veces, y con eso obtuve su atención. Y como si fuesen adolescentes frenéticas que actuasen como si hubieran visto a Justin Bieber entre todas ellas se me lanzaron por todas partes.

Los chicos estaban libres, y se apresuraron a levantarse y a juntarse con el resto de su grupo. Y todos (excepto Christie) se quedaron asombrados cuando vieron cómo se pusieron los niños conmigo; aunque eso fue solamente el principio.

Al tener la atención de los niños, los llevé hacia el otro lado de la habitación. Ahí están todos los juguetes, los caballetes con hojas de papel para que los niños dibujen o pinten; también hay mesas con pequeñas sillas de madera y plástico en las que dibujan y juegan un rato. Básicamente, era una montaña de entretenimiento para niños menores de 7 años que aún no conocieran los celulares.

Todos se sentaron en forma de media luna alrededor de los caballetes. Yo estaba en frente de todos ellos. Cogí un pincel, y lo sumergí en puntura negra. Y sin pensar, empecé a pasarlo sobre una hoja limpia que estaba puesta.

Primero eran rayas y curvas negras en medio de un fondo blanco. Y con cada pincelada, lo que antes eran rayas se fue convirtiendo lentamente en arte. Y como resultado, quedó un enorme ojo de pupila negra en un fondo oscuro degradado. Y en el fondo, el nacimiento de una pequeña neblina.

Los niños no comprendían su significado. Tampoco un por qué al ojo. Pero si algo sabía sobre los niños al ver ese enorme ojo, era que estaban asombrados por mi arte.

Me gusta pintar desde que tenía 8 años. Mis padres me llevaron con un profesor (antes de saber que tenía leucemia, claro). Y al poco más de un año, había dominado algunos de los tipos de dibujo y pintura: Carboncillo, óleo sobre madera, óleo sobre lienzo, animé, y otros diseños. «Era una niña con una visión joven y vibrante del arte» Decía incesante mi profesor cuando hacía una obra nueva.

Me ofrecieron en el centro de salud el pintar un mural, pero al final yo decliné. Algo que podría ser peor que dejar huella en mis padres, sería dejar una huella que todo el mundo pudiera ver.

Después de haber hecho que los niños se quedaran entretenidos contemplando mi pintura, volví con Ryan y los demás.

Me preguntaron cómo había hecho que los niños se calmaran, y les expliqué que, desde mi primer visita al centro de salud, me la pasaba mucho con los niños para entretenerlos. Jugaba con ellos. Pintaba con ellos. Leía con ellos. Los niños me conocían a mí, y yo a ellos.

Casi al momento, los chicos me preguntaron si me podía quedar con ellos para cuidar a los niños. Blake  insistió en que me quedara, y Christie no vaciló en cuanto a la petición que hicieron sus amigos.

No voy a negar que me fascinaba la idea de estar con ellos. Por desgracia, si Penny tardaba en encontrarme, le diría a mi mamá que me escabullí para buscar al Sr. Peterson; o en el peor de los casos, que fui a buscar a Ryan.

Así que me negué a su pedido. Pero no me fui sin dejarlos con las manos considerablemente llenas. Les di todos mis consejos para tratar con los niños, y que si aún seguía viva para el próximo día, volvería para ayudarlos.

A pesar de no haber sido lo que deseaban, se quedaron conformes con mis consejos y mi promesa que podría o no cumplir.

Estaba a punto de salir por el pequeño corredor, pero Ryan me detuvo de la muñeca. Extendió su otro brazo sujetando un pedazo de papel doblado.

Lo tomé, y mi cerebro empezó a formularse una serie de preguntas. ¿Será otra vez su número? ¿O su nombre completo, tal vez? ¿Su dirección? ¿Qué sería?. Deseaba abrirlo ahí, pero si me lo dio era porque no podía hacerlo en frente de todos.

Me soltó de la muñeca, y yo salí disparada hacia el pasillo. Inmediatamente volví al mostrador.

Unos segundos después, Penny se apareció con un guardia de seguridad junto a ella. Me preguntó desesperada en dónde me había metido, a lo que yo le respondí «Fui al baño». Ella me contradijo, diciendo que había ido a ambos baños a buscarme. Y yo le mentí diciendo que había ido al del edificio B, porque los del edificio estaban ocupados y no iba a poder aguantar.

Al principio le costó trabajo creerme, pero al final le convenció mi argumento. Le pidió una disculpa al guardia, que se fue de forma pacífica de vuelta a su puesto. Y después de un regaño, una advertencia y una disculpa, volví a quedarme con ella.

Unos minutos después de que se había calmado, saqué la hoja que Ryan me había entregado. La extendí, y era un horario. Hasta arriba decía «Horario para Servicio y Prácticas del Instituto Privado Andrew Callen». En «lugar » estaba el nombre del centro de salud. Luego, iban otros datos a los que no les di tanta importancia, solamente a la enorme tabla que estaba al centro de la hoja era a lo que le daba interés.

Tenía que convencer a mi mamá de volver. Así que guardé la hoja en mi bolsillo, esperando impacientemente que llegara el momento para pedirle a mamá que volviera todos los días para estar con ellos.

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