Había pasado otra tarde como siempre. Había caído la noche como siempre. Pero algo tenía de peculiar aquella noche que no me dejaba dormir.

Había leído otras 20 páginas del libro de «Todo, Todo» de Nicola Yoon. Nada. Luego, empecé a leer un viejo informe de los átomos y los tipos de enlaces. Nada. Y por último, tomé una pequeña cucharada de jarabe para la tos. Aún nada.

Y mientras daba vueltas en la cama confundida por no saber el motivo por el que padecía ese insomnio, tomé el papel que tenía el número de Ryan.

Me quedé leyendo la serie de números que eran su número telefónico. Luego, con mi otra mano cogí el horario que había dejado doblado sobre mi mesa de noche.

Junté ambas hojas y me quedé viéndolas con los ojos de par en par.

¿Sería la espera la que no me dejaba dormir? ¿Qué me pasaba? ¿Y cómo es que un desconocido podía ser capaz de ponerme en este estado que están extraño para mí? Eran preguntas que mi cabeza no dejaba de hacerse, hasta que lentamente fui cerrando los ojos pensando en respuestas. Y cuando menos me di cuenta, ya me había quedado dormida.